La visita al centro de documentación americano no fue tan satisfactoria como Müller esperaba. El expediente del barón Rudolf von Balke señalaba que había participado en algunas acciones de guerra en España, especialmente en el bombardeo de un acorazado enemigo. Después había incurrido en una falta grave y un consejo de guerra lo había degradado. El expediente mencionaba su paso por el centro de reconocimiento aéreo de Hidesheim, en Graz, la capital de Estiria, y por la 121 escuadrilla de reconocimiento de Penzlau, cerca de Brandeburgo. En vísperas de la guerra lo rehabilitaron y se incorporó a un ala de bombarderos en Scheidemühl, cerca de la frontera polaca. Durante las campañas de Francia y Polonia lo mencionaron veintitrés veces en el orden del día y lo derribaron una vez sobre el canal de la Mancha. Tras las campañas de los Balcanes y Grecia ascendió a capitán y obtuvo la Cruz de Hierro por su valerosa actuación contra los navíos ingleses en Creta. El resto de la guerra lo hizo en el temible frente ruso. El expediente consignaba nuevas menciones especiales por sus éxitos sobre Grazno y Wolkowysk cazando tanques y vehículos acorazados. El coronel Von Balke se había hecho acreedor de todas las condecoraciones posibles: primero la Cruz de Caballero; después las Hojas de Roble; seguidas de las Espadas; finalmente los Diamantes.
El expediente recogía también reportajes recortados de revistas de aviación alemanas, Luftwelt, DerAdlery Signal, en las que Rudolf y sus compañeros aparecían sonrientes, triunfantes…
El último documento era el más reciente. Un artículo propagandístico sobre los ases cazadores de tanques fechado en enero, tres meses antes del fin de la guerra. El máximo as era Hans Rudel, con 1230 servicios; el segundo, Schiwirblatt, con 900 servicios; el tercero, Von Balke, con 820 servicios.
—Normalmente los alemanes retiraban de la lucha a sus pilotos después de alcanzar los Diamantes —apuntó Wallhead—. Una sabia medida para preservar de la muerte a los héroes nacionales, pero dos pilotos de Stuka, Rudel y Von Balke, consiguieron un permiso especial del Führer para seguir volando. ¡Menudo par de fanáticos! Si lo tienen los rusos lo estará pasando mal —dedujo Wallhead.
—¿Por qué?
—Según la propaganda alemana, este hombre destruyó trescientos cincuenta tanques en los dos últimos años de la guerra. Eso no le hará gracia a Iván.
También figuraba en el expediente una carta en la que un criado le daba cuenta a Von Balke de los últimos momentos de su tía, Frau Ursula, a la que habían asesinado los rusos cuando trató de impedir que saquearan Starken.
Interceptada por la Inteligencia americana, la carta nunca llegó a su destinatario.
—¿Dice algo de su hermana, de Maika?
Wallhead tornó a leer la carta, por encima.
—No, no dice nada —declaró—. Bien; esto es todo lo que aparece en el informe. Si Von Balke estuviera prisionero en un campo aliado constaría aquí. Es evidente que lo apresaron los rusos, o que murió en los últimos meses de la guerra.
Después de dar las gracias, se despidieron y marcharon. Wallhead los alcanzó a los pocos pasos.
—Se me olvidaba un dato que pudiera servirles. En la ficha inicial figura el nombre de su ametrallador, el sargento Hans Kolb. ¿Les sirve?
Carmen no había entendido el nombre, pero cuando lo vio escrito exclamó:
—¡Es el mismo sargento que lo acompañaba en España!
—¿Es posible? —comentó Wallhead escéptico.
—Al menos se llama igual.
—Pues podríamos visitarlo —sugirió Herr Müller.