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Lisboa

—Tienes que parecer una aviadora —le repetía Yuri Antonov—. Todo este esfuerzo es para que obtengas información sobre un avión secreto. Una mujer que hace preguntas técnicas sobre un avión militar levanta sospechas, por lo tanto tu nueva personalidad requiere que seas una mujer piloto.

—¿Una mujer piloto? —se extrañaba Carmen—. ¿Hay mujeres piloto?

—Sí, en el mundo existen muchas mujeres piloto, especialmente en los países capitalistas, entre las caprichosas herederas de papas ricos. Se supone que Carmen Rades de Andrade es una de ellas. Te suministraremos un carnet de piloto a su nombre del London Aeroplane Club de Stag Lañe, donde admiten mujeres.

—¿Y si me hacen volar?

—No te harán volar —rió Yuri de buena gana—, y mucho menos en un prototipo secreto, pero podrás hacer todas las preguntas que te voy a sugerir sin que tu interés levante sospechas. Por otra parte el piloto alemán estará encantado de contestarlas. Querrá demostrarte lo listo que es, que lo sabe todo sobre un avión tan moderno y secreto. Te lo demostrará, no te preocupes: es bastante vanidoso.

—Pero ¿tú lo conoces? —preguntó Carmen sorprendida.

Yuri Antonov desvió la mirada.

—No —mintió poniéndose serio—. No lo conozco, pero todos los oficiales prusianos son así.

Tenía la sensación de estar traicionando a la muchacha.

España

Una crónica del periodista portugués Mauricio de Oliveira, que presenció el ataque al Jaime I desde la azotea del hotel Larios, narra de este modo el primer ataque en picado de la historia (confundiendo, por cierto, al Ju-52 inicial con los Stukas que lo siguieron): «El trimotor se fue desplazando. De pronto su carlinga quedó en posición vertical y el aparato, despedido como una saeta, se precipitó en el espacio. ¿Qué sucedió?, ¿alcanzado?, ¿una tentativa loca? Hubo un momento de pánico. Las ametralladoras restallaban. La silueta del avión adquirió bulto, aumentando de volumen hasta mostrarse de tamaño descomunal, llegando como a unos doscientos metros del agua. Venía en la vertical del acorazado Jaime I. No hubo tiempo para intentar ninguna previsión. Y en tanto que este extraño espectáculo se desarrollaba, producíase una explosión enorme que atronaba los aires… la proa del acorazado parecía envuelta en una gran humareda (…) el avión subía en una carrera vertiginosa escapando al fuego antiaéreo de los navíos. A bordo del acorazado había pavor. Entre muertos y heridos había unos veinticinco hombres. Las averías causadas han sido de verdadera importancia. El combés y el costado de babor presentan un boquete de cerca de dos metros de ancho por siete de largo. En todo el combés a proa veíanse destrozos, pedazos de hierro, acero y madera, y en el interior del barco se presumen grandes estragos, quedando inutilizados muchos aparatos, utensilios de a bordo, etc. El efecto moral en Málaga ha sido tremendo. Por la noche, acompañado por un torpedero, el Jaime I salió al mar con destino a Cartagena, donde le repararán las averías sufridas».

Lisboa

Carmen aprendió todo lo que debía saber una mujer piloto, todo, excepto pilotar verdaderamente un avión. También memorizó una serie de cotilleos referentes a sus supuestas heroínas: sobre la aviadora Amelia Earhart, especialista en largas distancias, la mujer que cruzó el Atlántico en solitario en 1932; Jean Batten, que voló de Inglaterra a Nueva Zelanda; Amy Johnson; Elinor Smith, que sufragaba sus aparatos efectuando exhibiciones arriesgadas, y que voló bajo los puentes del East River de Manhattan; Viola Gentry, que estableció el primer récord femenino de resistencia en solitario en 1928, y que se había pagado el carnet de aviadora trabajando como cajera en una cafetería de Brooklyn. También supo de Raymonde de Laroche, perteneciente a la alta sociedad francesa, de Ruth Nichols y de Laura Ingalls, dos americanas ricas. En las revistas ilustradas que Codevilla le suministraba, se familiarizó con las vidas, las opiniones, los modelos de avión que pilotaban estas mujeres, e incluso memorizó los datos fundamentales de los lugares donde presuntamente había conocido a algunas de ellas.

Lo más duro fueron las lecciones técnicas.

—Tú eres un piloto —le decía Yuri— y como tal debes conocer no sólo el avión sino los sentimientos del aviador por la máquina.

El avión, aunque apareciera ante el profano como un conjunto de engranajes, válvulas, magnetos, pistones, chapas y caucho, en realidad era una parte del organismo del piloto.

—Tú eres el corazón del avión —le explicaba Yuri—. Estás unida a él por lazos, cuando vuelas en cabina te inclinas frecuentemente para apretar las correas o tirar de los cierres que se resisten, entonces todas tus articulaciones vibran con la vibración del avión, y esa vibración es consecuencia de lo que tú haces. El aparato se convierte en tu cuerpo. Sois un pájaro mixto hecho de carne y acero, y tú eres su cerebro.

Sobre un panel en el que Yuri había dibujado los mandos y niveles, Carmen aprendía a volar.

—¿Qué tienes que hacer ahora?

—Controlar la brújula para mantener los doscientos trece grados, vigilo el paso de la hélice y la refrigeración del aceite.

—Muy bien: ahora cuenta las llaves e interruptores, los cuadrantes, las palancas, las manijas, y dime para qué sirve cada cosa.

Un día fueron al aeropuerto de Lisboa y Yuri le mostró un verdadero avión.

—Esta avioneta es la Bücker. En ella se entrenan los pilotos alemanes.

La hizo sentarse en la cabina abierta.

—Mira todas estas palancas y pulsadores y dime para qué sirve cada cosa.

No era tarea fácil. Había más de treinta objetos que verificar, que controlar, que estirar, que torcer, que empujar, pero Carmen los identificó sin un solo fallo.

Aquella noche Yuri la invitó a cenar. Estaba orgulloso de su alumna.

Cuando Carmen estuvo familiarizada con el avión y los principios del vuelo, Yuri pasó a explicarle pormenorizadamente en qué consistía el Stuka y qué necesitaban saber de él. La enseñó a distinguir la información accesoria de la fundamental.

—Y sobre todo recuerda que tu esfuerzo debe dirigirse a dos objetivos principales: conocer cómo han resuelto el freno de picado y cómo funciona el piloto automático.