«Jim Dean y Elvis fueron los portavoces de toda una generación. Cuando yo estaba en la escuela de interpretación en Nueva York, existía el dicho de que si Marlon Brando cambió el modo en que la gente actuaba, James Dean cambió el modo en que la gente vivía.» MARTIN SHEEN
Las banderas ondearon a media asta en los estudios de Warner Brothers durante los días posteriores a la muerte de James Dean. Pero la fría realidad empresarial no tardó en imponerse al luto. El estudio estaba muy preocupado por el modo en que la brusca desaparición de su joven estrella podría afectar al rendimiento comercial de las dos películas que tenía pendientes de estreno.
La muerte súbita de un actor había provocado reacciones imprevisibles en el pasado: la histeria que siguió al fallecimiento de Rodolfo Valentino en 1926 ayudó a vender sus películas, pero los decesos de Carole Lombard, Jean Harlow, Leslie Howard o John Garfield habían sido fatales para la taquilla, y en la Warner estaban seguros de que el mismo destino aguardaba a Rebelde sin causa y Gigante. Natalie Wood, que ya había estado trabajando en la promoción de Rebelde dando entrevistas a prensa y televisión en Nueva York y Hollywood, experimentó de primera mano la reacción del estudio:
«La inmediata reacción de Warner Bros, fue que la película sólo podía ser una catástrofe e intentaron cancelar la premiere», recordaba la actriz. «Jack Warner dijo que estaban acabados con estas dos películas. “Nadie vendrá a ver un cadáver”, dijo. Entonces se produjo una contrarreacción. Para su asombro, Rebelde sin causa fue un gran éxito, a pesar de lo que había sucedido.»
En honor a la Warner, hay que decir que nunca tuvieron intención de sensacionalizar la tragedia. La publicidad de Rebelde sin causa ya estaba preparada cuando Jimmy murió, y la película se estrenó como estaba originalmente planeada. Pero se mostraban inseguros sobre cómo enfocar la promoción de Gigante, y llegaron hasta el punto de consultar a un psicólogo para evitar la explotación del culto al astro fallecido.
Los rumores en torno a Rebelde sin causa habían sido muy intensos incluso antes del accidente de Dean, y ahora la nueva película de Nicholas Ray se convirtió en el centro de un frenesí mediático. La premiere se celebró el 26 de octubre en el Astor Theater de Nueva York, el mismo cine donde Al este del edén se había estrenado el marzo anterior. El acontecimiento no sólo fue cubierto por la prensa especializada de Nueva York y Hollywood, sino por reporteros de todo el país e incluso de Europa.
Las críticas fueron unánimes en reconocer la brillantez de la estrella protagonista de la cinta:
«El difunto James Dean revela completamente el talento latente en su interpretación en Al este del edén», escribía Arthur Knight en el «Saturday Review.» «Como un nuevo y reticente miembro de la banda, proyecta la ferocidad, el tormento y la cruda ternura de una generación inquieta. Han desaparecido los manierismos de Brando, también el obvio toque de Kazan. Se afirma como un notable talento, moderado, podría parecer, por las mismas pasiones que muestra tan eficazmente en esta extraña y poderosa película.»
«Entre varias grandes interpretaciones, la de James Dean es inolvidable por su sutileza y fuerza», afirmaba Campbell Dixon, del «Daily Telegraph». «El poder para sugerir con un encogimiento de hombros, un gesto torpe, una sonrisa inesperadamente encantadora o una furia súbitamente desencadenada, toda la soledad de los jóvenes, sus sueños y agónicas confusiones.»
Las críticas no pudieron dejar de mencionar la macabra ironía del trágico accidente de Jimmy. «En esta película», decía la revista «Newsweek», «gana una carrera con la muerte. Hace sólo cuatro semanas, a los veinticuatro años, la perdió». La revista «América» abundaba en el tema: «Una de la principales exhibiciones de irresponsabilidad adolescente en la película es un juego llamado “carrera de gallinas”… La trágica coincidencia de que Dean perdiese la vida en un accidente de automóvil hace unas semanas da a esta secuencia un casi insoportable halo morboso».
Rebelde sin causa creó una nueva mitología de la violencia y estableció los códigos para una nueva forma de combate ritual entre los adolescentes. En América, hubo un dramático incrementó de peleas callejeras con navajas; y en Londres, los hospitales se vieron desbordados de víctimas de la versión inglesa de la «carrera de gallinas»: las colisiones frontales.
Como resultado de los disturbios que solían estallar durante las proyecciones, Rebelde sin causa fue prohibida en varios países. En España, por ejemplo, estuvo censurada hasta 1964, lo que no impidió que varias copias de contrabando se exhibieran en secreto, convirtiéndose en un título de culto.
Al este del edén ya había establecido a James Dean como la imagen definitoria de una generación inquieta y desarraigada. Ahora, su violenta muerte se volvió inseparable de Rebelde sin causa. Esta película se convirtió literalmente en su epitafio, y le confirmó como el gran rey rebelde para las décadas venideras.
«Una parte de la juventud del mundo se reconoció como en un espejo en el rostro de ese joven héroe», escribía Edgar Morin en la revista francesa «Presence du Cinema». «Con su muerte, James Dean se convirtió en el héroe total: la muerte había autentificado su furor por vivir y el desafío adolescente a la vida, que es siempre un desafío a la muerte.»
Los adolescentes de los 50 se sentían poco o nada identificados con los astros de Hollywood tradicionales, y buscaron sus propios ídolos. Los héroes de la nueva generación eran personajes marginados, problemáticos e incluso violentos: Marlon Brando en Salvaje; Montgomery Clin en De aquí a la eternidad; y James Dean en Rebelde sin causa, que parecía personificarlos a todos. Como un marginado icono rebelde, Jimmy expresaba como ningún otro la confusión emocional de sus coetáneos, la angustia, la eterna duda, la dolorosa consciencia de que no todo era posible.
Tras el estreno de Rebelde sin causa, las oficinas de la Warner se vieron inundadas por cartas de fans que expresaban su dolor por la muerte de Jimmy. Para cuando se cumplió el primer aniversario de su fallecimiento, el estudio había recibido más de 50.000 misivas de admiradores procedentes de todos los rincones del mundo. La avalancha de correo obligó a la Warner a contratar a dos compañías independientes solamente para ocuparse de contestar las miles de cartas.
El culto al ídolo caído se convirtió en un fenómeno global: la revista francesa «Cinemonde» dedicó cada número de septiembre durante cuatro años a su memoria; en Londres, un empleado de Correos declaraba haber visto Rebelde sin causa cuatrocientas veces, y se cambió el nombre por James Byron Dean; dos fanáticas alemanas se suicidaron en 1959, diciendo que la vida sin él era insoportable; en Polonia, Dean se convirtió en un símbolo de protesta contra el régimen comunista; en Italia y Sudamérica, en un icono contra el catolicismo. En todas partes, James Dean era la imagen del descontento, la infelicidad, la autocompasión o la violencia.
Hedda Hopper fue una de las primeras figuras del mundillo de Hollywood en comprender la naturaleza y alcance de la reacción pública a la muerte de Dean: «El correo que inundó mi oficina sólo podía compararse al que recibí después de la muerte de Rodolfo Valentino», decía la famosa columnista. «Las cartas llorando a Jimmy llegaban a miles semana tras semana. Eran de jóvenes y viejos, y siguieron llegando tres años después. Era un chico extraordinario y la gente sentía ese magnetismo. Estaba en el umbral de la madurez, el anhelo adolescente por crecer, tratando de encontrarse a sí mismo, y había millones de personas que conocían ese sentimiento.»
Los ejecutivos de Warner Bros, temían un asalto a sus estudios de Burbank, y tomaron elaboradas medidas de seguridad para evitar que los cazadores de souvenirs invadieran el lugar y destrozasen los platos en los que Jimmy había trabajado en busca de recuerdos. El vestuario de sus tres películas se convirtió en preciados objetos de coleccionista.
El apartamento de Dean en la calle 68 Oeste de Nueva York y su casa en el valle de San Fernando también fueron arrasados por voraces fans en busca de trofeos. «Limpiaron completamente su casa», decía Joe D’Angelo, que había sido el doble de Jimmy en Gigante. «Los buitres vinieron y se lo llevaron todo.» Sus amigos recogieron todas las pertenencias personales que pudieron para evitar más expolios, y todo aquel del que se sabía que poseía algún objeto que hubiese pertenecido a Dean era objetivo de persecución. Nick Adams afirmaba: «Tengo policías en mi puerta a cada hora y duermo con dos revólveres cargados bajo la almohada para impedir que mi casa sea desvalijada».
Adams fue uno de los pocos amigos de Jimmy que usaron su relación con él como un vehículo para desarrollar sus propias ambiciones profesionales, y concedió incontables entrevistas a las revistas de fans, revelando detalles íntimos sobre el ídolo fallecido. En los 60 alcanzó la fama interpretando a Johnny Yuma en la popular serie de televisión The Rebel, y murió en febrero de 1968 a consecuencia de una sobredosis de drogas.
A Jimmy aún le quedaban muchas batallas por ganar después de muerto. En la ceremonia de los Oscar de 1955, Al este del edén optaba a cuatro premios (Mejor Director, Actor, Actriz Secundaria y Guión) y Rebelde sin causa a tres (Actor Secundario, Actriz Secundaria y Guión). Dean fue nominado como Mejor Actor por su interpretación en Al este del edén, la primera vez en la historia que un actor recibía esta distinción de forma póstuma. Pero los miembros de la Academia se mostraron reticentes a premiar a un «fantasma», y el Oscar fue para Ernest Borgnine por Marty.
Sin embargo, Jimmy acabaría ganando dos galardones póstumos por Al este del edén. En diciembre, el Consejo de Organizaciones de Cine le concedió el premio a la Mejor Interpretación del Año. El público asistente al banquete, celebrado en el Hotel Beverly Hilton de Los Ángeles, se puso en pie para guardar un respetuoso minuto de silencio en memoria del actor. Y en febrero de 1956, los abuelos de Jimmy, Charles y Emma Dean, volaron hasta Hollywood para aceptar la medalla que la revista «Photoplay» había concedido a su nieto como Mejor Actor de 1955.
El 10 de octubre de 1956, pocos días después del primer aniversario de la muerte de Dean, Warner Bros, estrenó Gigante en el Roxy Theater de Nueva York. A pesar de su inflado presupuesto de 5,5 millones de dólares, la película se convirtió en el mayor éxito financiero del estudio hasta la fecha. Aunque ocupaba el tercer lugar en los títulos de crédito, por detrás de Rock Hudson y Elizabeth Taylor, era a Jimmy a quien el público quería ver, y las críticas fueron tan eufóricas como la reacción de los espectadores:
«Es fácil ver por qué el hecho de su muerte es tan difícil de aceptar por tanta gente», decía «The Hollywood Reporter», que continuaba: «Stevens saca todo el partido a la inusual habilidad de Dean para actuar con todo su cuerpo tanto como con su voz o su cara».
El «Saturday Review» exclamaba: «¡Es Dean, Dean, Dean! Es el fallecido James Dean como Jett Rink en quien se fija el público, y muchos le observan con fascinación y amor».
La revista «Time» hablaba de «genio» en su valoración de Gigante:
«James Dean, que murió en un accidente de coche dos semanas después de rodar su última escena en Gigante, muestra claramente en esta película por primera (y fatídicamente última) vez lo que sus admiradores siempre han dicho que tenía: una veta de genio. Ha captado el acento de Texas a la perfección, y domina las pequeñas sonrisas, tics, contracciones y gruñidos que componen la mayor parte del lenguaje de un hombre que habla consigo mismo mucho más que con los demás… Dean logra la que es seguramente la mejor actuación atmosférica vista en la pantalla desde Marlon Brando en La ley del silencio.»
Incluso Bosley Crowther, crítico del «New York Times» y furibundo anti-Dean, cambió de opinión tras ver su interpretación en Gigante:
«Es el desaparecido James Dean quien hace de este maligno personaje el más fuerte y corrosivo de la película», escribía. «Este es un inolvidable epitafio para la breve carrera de Mr. Dean.»
Gigante recibió diez nominaciones a los Oscar, incluyendo Mejor Película, Mejor Director y una doble nominación al Mejor Actor para Rock Hudson y James Dean. Sólo George Stevens se llevó la estatuilla a casa. En su segunda candidatura póstuma consecutiva, Jimmy fue nuevamente derrotado, esta vez por Yul Brynner en El rey y yo.
Durante los tres años posteriores a su muerte, las cartas de fans dirigidas a Jimmy Dean continuaron superando al correo de cualquier estrella viva de Hollywood, a pesar de que la Warner hizo poco por estimular la leyenda necrófila. De hecho, el estudio se negó a patrocinar y ni siquiera reconocer un club de fans oficial.
En ausencia de un club legitimado, cientos de organizaciones locales surgieron por todo el país, comunicándose a través de cartas, reuniones, revistas y por el boca a boca. Había veintiséis clubes de fans sólo en Indiana. Nueva York era el cuartel general del club más grande de América: «Dedicated Deans», que contaba con 430.600 miembros y solía hacer donaciones a la caridad y enviaba flores a la tumba de Jimmy. Otras asociaciones destacadas eran «Deans Teens», que tenía 392.450 afiliados; «Lest We Forget», con 376.870; y el «James Dean Memorial Club», con 328.590. Se calcula que los clubes de fans del actor totalizaban 3.800.000 miembros de pago, sólo en los Estados Unidos.
Muchos de estos clubes solían celebrar competiciones para encontrar al joven que más se pareciese a su héroe desaparecido. El ganador de uno de estos concursos fue propuesto para interpretar el papel de Dean cuando Warner Bros, empezó a planear el rodaje de The James Dean Story en 1956. Finalmente, se decidió que la película debía ser un biodocumental y se reunieron una gran cantidad de fotografías, fragmentos de películas y entrevistas para ilustrar la vida y muerte del actor. Robert Altman y George W. George fueron los responsables de ensamblar todo el material, y se utilizaron varias técnicas visuales para animar las fotografías. Pocos de los amigos de Jimmy aceptaron participar en el proyecto, y un sentimentaloide guión de Stewart Stern arruinaba el efecto general.
The James Dean Story fue promocionada como «una clase diferente de película», pero cuando se estrenó en 1957 fracasó en taquilla y la Warner se apresuró a retirarla de la circulación. (En los 70, los derechos fueron adquiridos por la compañía inglesa VPS, y parte de su metraje se utilizó para una película biográfica más seria dirigida por Ray Connolly.)
Mientras los clubes de fans proliferaban como setas y el volumen del correo aumentaba vertiginosamente, el culto necrófilo a James Dean se convirtió en un fenómeno internacional. Había una gran demanda de fotografías, artículos de prensa, souvenirs, cualquier cosa que llevase su nombre. Los buitres oportunistas que abundan en el mundo del espectáculo reconocieron rápidamente el enorme potencial de explotación de la leyenda.
Varias compañías discográficas se llenaron los bolsillos lanzando discos piratas con las grabaciones caseras de Dean y LP’s de pop con su fotografía en la carátula y canciones dedicadas a él: «Jimmy Dean’s First Christmas in Heaven», «The Bailad of James Dean», «James Dean. The Greatest of AJI», «Jimmy Plays the Bongos», «His Name Was Dean» (que vendió 25.000 copias en su primera semana), y un largo etcétera.
Las revistas sensacionalistas se lanzaron en masa a publicar delirantes artículos sobre el actor, con titulares como «Rumores del suicidio de Jimmy Dean»; «¿Dejó Jimmy Dean un hijo?» «¿Murió realmente Jimmy Dean?» o «El fantasma que arruinó el matrimonio de Pier Angeli». Una dependienta de Nueva York que afirmaba tener una conexión celestial con él vendió medio millón de copias de su libro «¡Jimmy Dean vuelve! Lea sus propias palabras desde el Más Allá».
El rechazo a aceptar su muerte ayudó a propagar el disparatado rumor de que su cuerpo mutilado, pero aún vivo, había sido sacado del accidente y escondido en un sanatorio, desfigurado y quizá medio loco. En esta misma línea, otros bulos afirmaban que Jimmy había intercambiado su identidad con un Rolf Weutherich muerto para escapar de la publicidad que tanto odiaba; o que había entrado en un monasterio budista; o que había desertado a Rusia; o que estaba oculto en Los Ángeles, persiguiendo a sus enemigos con su navaja y su pistola; o que hacía visitas a las chicas que le dejaban sus fotografías y direcciones en el apartado de correos de un periódico local.
Hubo incluso quien afirmó que su tumba en el cementerio de Fairmount estaba vacía: que Jimmy no fue enterrado allí; o si lo fue, que su cadáver fue robado poco después del funeral, cuando la tierra aún estaba fresca. Viendo ciertos visos de realidad en este último rumor, la policía local montó guardia día y noche en Park Cemetery durante las semanas posteriores al funeral.
El culto necrófilo en torno a Dean dio un giro aún más morboso cuando su Porsche Spyder destrozado fue exhibido en varios institutos de Los Ángeles a modo de advertencia para conducir con precaución. Después, un entusiasta de los coches deportivos, el Dr. William Eschrich, pagó mil dólares por los restos del Porsche y lo desmontó en piezas. Instaló algunas partes del motor en su propio coche y le vendió la transmisión a un colega, el Dr. McHenry. En octubre de 1956, McHenry se mató durante una carrera conduciendo el deportivo que llevaba la transmisión del Spyder. Eschrich también sufrió un accidente en la misma competición.
Las peripecias del Spyder no terminaron aquí: un joven matrimonio compró la arrugada carrocería al Dr. Eschrich y la exhibió en una bolera de Los Ángeles, cobrando 25 centavos sólo por ver los restos del coche de James Dean, y 50 por tener el privilegio de sentarse en su asiento y tocar el volante retorcido y manchado de sangre. La «emprendedora» pareja vendió unas 800.000 entradas antes de que les persuadieran —o coaccionaran— para abandonar el negocio. Posteriormente, lo que quedaba del Spyder fue desmontado en pequeñas piezas vendidas como recuerdos.
La lista de artículos de este merchandising de rapiña es interminable: desde fotografías, cromos y navajas llamadas «James Dean Special», a falsos mechones de cabello o anillos con «auténticos» pedacitos de su tumba engarzados como diamantes… Se vendieron bustos de Dean a tamaño natural hechos de «Miracleflesh», un material de textura similar a la carne, a cinco dólares la unidad, a un ritmo de trescientos por semana. «Mattson’s», una tienda de Hollywood donde los actores de Rebelde sin causa habían comprado su vestuario, vendió miles de cazadoras rojas como la que Jimmy había lucido en la película, a 22,95 dólares cada una.
«Si Jimmy estuviese aquí y viera lo que está pasando», decía Lew Bracker en una entrevista a la revista «Life», «se moriría otra vez sin necesidad de accidente. Es una histeria masiva. Ha paralizado a todo el país. Es enfermizo. Es algo que los adolescentes veían en Jimmy, quizá a sí mismos. Todo el mundo se reflejaba en la fama de Jimmy y en su muerte.»
En aquel entonces, los peregrinajes al hogar natal de una estrella de Hollywood eran un fenómeno casi inédito. Pero en los años que siguieron a la muerte de Jimmy, Fairmount se vio literalmente sumergida en la leyenda, mientras un ingente número de personas procedentes de todo el mundo acudían en masa a visitar los lugares en los que su ídolo había pasado su infancia y adolescencia. Miles de devotos encontraron el camino hasta el pequeño cementerio del pueblo, y muchos se detenían en la granja de los Winslow tras presentar sus respetos en la tumba de Dean. Estos visitantes usualmente pedían algo que hubiese pertenecido al actor.
«Nunca pudimos olvidar», se lamentaba Marcus Winslow, «porque siempre había alguien en la puerta que había estado en el cementerio para visitar a Jim y quería conocernos. Pensamos que acabaría después de un tiempo, que le dejarían descansar en paz. Deberíamos haber imaginado que no sería así».
Los habitantes de Fairmount se habían sentido muy orgullosos del éxito de su vecino más famoso, pero sus arraigadas raíces cuáqueras no estimulaban la deificación de los héroes muertos. A pesar de ello, el 15 de mayo de 1956 se inauguró en el pueblo la Fundación en Memoria de James Dean, una organización sin ánimo de lucro cuyos fines fundamentales eran honrar su legado y apoyar las artes dramáticas, musicales y literarias con becas e instalaciones para el estudio y la interpretación. También se inauguró un pequeño museo con algunos de los objetos personales de Jimmy, cedidos por los Winslow. Varios voluntarios ayudaron a contestar las aproximadamente 200.000 cartas que inundaron la Fundación a finales de 1956. Sin embargo, parece que la organización se creó con demasiadas prisas, y nunca tuvo los fondos adecuados para promover mucho más que algún ocasional espectáculo teatral. Con los rumores de mala gestión pendiendo sobre ella, la Fundación finalmente quedó «en suspensión» hasta el día de hoy.
En 1980, Fairmount decidió honrar el 25º aniversario de la muerte de Jimmy con un festival de cuatro días, que ahora se ha convertido en un acontecimiento anual. El homenaje a Dean incluyó un concurso de rock, servicios religiosos y un show que contó con la presencia del batería original de Elvis Presley, D.J. Fontana. Lee Strasberg y Martin Sheen, entre otras celebridades, formaron parte del comité conmemorativo. Sheen, que había rendido tributo a Jimmy en el papel del asesino en serie Charles Starkweather —quien, a su vez, también se modeló a sí mismo a su imagen y semejanza— en Malas tierras (1973), donó una placa de bronce al instituto local, y dedicó una estrella del mismo metal al lugar del nacimiento de Jimmy, en la vecina Marión. El actor también habló ante la tumba de Dean:
«Jim Dean y Elvis fueron los portavoces de toda una generación», dijo Sheen. «Cuando yo estaba en la escuela de interpretación en Nueva York hace años, existía el dicho de que si Marlon Brando cambió el modo en que la gente actuaba, James Dean cambió el modo en que la gente vivía».
Resulta imposible juzgar si el impacto de la leyenda de Jimmy Dean hubiese sido el mismo de haberse producido en otra época. Él se convirtió en el primer símbolo de una nueva generación de jóvenes que comenzaban a forjarse una identidad propia y rechazaban los valores de la sociedad que les rodeaba.
«Después de la Segunda Guerra Mundial la generación joven sentía un muy comprensible disgusto hacia la generación que había causado la guerra», reflexionaba Elia Kazan. «Había una sensación de que los valores morales de la vieja generación estaban vacíos, que ya no significaban nada y que ya no eran válidos para nosotros. Así que había un genuino cuestionamiento de los valores de los padres por parte de la gente joven.»
No fue ningún accidente que James Dean y el rock’n’roll penetrasen en la consciencia juvenil americana al mismo tiempo. La sociedad del bienestar de la primera mitad de los 50 produjo una subcultura revolucionaria: los adolescentes rompieron con el represivo conformismo de sus padres, viviendo sus sueños a través de las estrellas de cine y de la música rock. Capaces de expresar su independencia por primera vez, se crearon un mundo propio en el que la fantasía era la realidad y los deseos infantiles de violencia, sensualidad y libertad comenzaron a parecer posibles.
Elvis Presley, Bill Haley, Jerry Lee Lewis, Buddy Holly, Little Richard y muchos otros tomaron al asalto las listas de ventas de todo el mundo, reclamando para sí al nuevo público juvenil. Pero la leyenda de Jimmy Dean se resistió a desaparecer. Más bien al contrario, los nuevos ídolos del rock le tomaron como modelo en su forma de vestir y de comportarse. Como un héroe mitológico, Dean marcó a su generación y a las venideras, y apenas hubo una estrella del cine o de la música en aquellos años que no se viese eclipsada por su alargada sombra.
En las décadas posteriores, cada vez que un nuevo actor ha puesto empeño en destacarse del rebaño y ha mostrado su inconformismo con las actitudes imperantes en Hollywood, ha sido comparado recurrentemente con Jimmy: Steve McOueen, Jack Nicholson, Clint Eastwood, Robert De Niro, Nicolas Cage, Sean Penn, Johnny Depp o River Phoenix estuvieron entre aquellos que, en los inicios de sus carreras, fueron considerados como sus sucesores.
Del mismo modo, Dean emergió como un héroe de la cultura rock durante los años 60 y 70. No hay más que echar un vistazo a la portada del disco «The Freewheeling», donde un joven Bob Dylan viste y posa del mismo modo que Jimmy. Y Lou Reed, otro ilustre paseante de las calles más sórdidas de Nueva York, le dedicaba una estrofa de su clásico «Walk on the Wild Side»: «Jackie Curtís pensó que era James Dean por un día».
En 1971, el cantautor Don McLean le unió a otras superestrellas en su inmortal «American Pie». Dylan era el bufón; Presley el rey; Joan Baez la reina:
“Cuando el bufón cantó para el rey y la reina
con un abrigo que pidió prestado a James Dean
y una voz que venía de ti y de mí.”
Y en 1974, el rockero glam David Essex cantaba a la imagen ambigua del mito en su tema «Rock On»:
“Aún buscando a esa pequeña reina de los bluejeans,
la chica más guapa que nunca he visto
mírala agitarse en la pantalla del cine
Jimmy Dean-James Dean.”
Quizá más que en ningún otro momento desde los 50, James Dean es hoy la representación definitiva del icono adolescente. Convertido en un producto de consumo para las masas —cinéfilas o no—, ha trascendido la categoría de símbolo para devenir en «objeto», una marca comercial tan reconocible y tan americana como la botella de Coca-Cola.
En los 80, Levi’s hizo una serie de spots publicitarios utilizando dobles de James Dean. El equipo y los actores se fueron a Marf a, Texas (el lugar donde se había rodado Gigante), para hacer el primer spot frente a la fachada de la vieja mansión de Reata, ignorando que el decorado se había desmoronado hacía mucho tiempo y que los fans se lo habían llevado por piezas. Sustituyéndola por un edificio que se parecía lo más posible al original, uno de los spots presentaba a una actriz con un sombrero de cowboy y unos Levi’s, con las botas encima de un antiguo Rolls Royce descapotable, imitando la clásica pose de Dean en Gigante. En Francia, la imagen de Jimmy está tan culturalmente asociada con los jeans que un gran cartel publicitario en París usó sólo su rostro para anunciar los vaqueros Levi’s.
«No sólo quiero ser un buen actor», explicó Jimmy en una ocasión. «Ni siquiera quiero ser simplemente el mejor. Quiero crecer y crecer, tan alto que nadie pueda alcanzarme (…) Quiero alejarme del pequeño mundo en el que existimos. Quiero dejarlo todo atrás, todos los pensamientos insignificantes sobre las pequeñas cosas sin importancia, cosas que se habrán olvidado dentro de cien años, de todos modos. Hay un nivel en alguna parte donde todo es sólido e importante. Voy a intentar llegar allí y encontrar un lugar que sé que está muy cerca de la perfección, un lugar donde todo este complicado mundo podría estar, si dedicase tiempo a aprender.»
James Dean siempre supo que en su destino estaba escrito que algún día sería una gran estrella de cine. Cincuenta años después de aquella fatídica tarde de septiembre de 1955, estaría contento al comprobar que ha alcanzado la inmortalidad que tanto admiró y codició en vida.