«En cierto sentido soy un fatalista. No sé cómo explicarlo exactamente, pero tengo el presentimiento de que hay cosas en la vida que no se pueden evitar. Nos suceden, probablemente porque están concebidas de ese modo. Simplemente atraemos nuestro propio destino». James Dean
Para ser alguien tan joven, James Dean tenía una inusual preocupación con la muerte. Quizá por el hecho de haber visto fallecer a su madre con sólo nueve años, la conocía de cerca y estaba obsesionado con ella. Por eso, no era extraño que tuviese premoniciones sobre su propia muerte a temprana edad. Más de una vez había dicho a sus amigos que no esperaba vivir para cumplir los treinta. Pero no se trataba tanto de un «deseo de morir» como de una abrumadora consciencia de la proximidad e inevitabilidad de su cita con la Parca.
Cuando un reportero le preguntó en una entrevista: «¿Qué es lo que respetas por encima de todo?»
«Es fácil. La muerte», respondió. «Es la única cosa que merece respeto. Es la única verdad inevitable, innegable. Todo lo demás se puede cuestionar. Pero la muerte es verdadera. En ella está la única nobleza para el hombre y, más allá de ella, la única esperanza.»
El fotógrafo Frank Worth visitó a Jimmy en su casa de Sherman Oaks durante la última semana de septiembre de 1955, y escuchó algunas de las cintas que el actor había grabado: «Me dieron escalofríos», recordaba. «Todas eran sobre la muerte, poemas y cosas que había compuesto. Eran sus ideas sobre cómo sería morir, y cómo sería estar en la tumba y todo eso.»
Algunos biógrafos han especulado con que el amor de Jimmy por la velocidad era una manifestación de sus supuestas tendencias suicidas. En efecto, era muy temerario cuando conducía, y estaba perfectamente preparado para aceptar los riesgos que eso conllevaba. Cuando le preguntaron si no tenía miedo a sufrir un accidente fatal en los circuitos, contestó con total tranquilidad: «¿Qué mejor forma de morir? Es rápido y limpio y te vas en un halo de gloria».
Pero su temeridad al volante, al igual que su amor por la tauromaquia o su afición a hacerse fotos dentro de ataúdes no significan que Jimmy pretendiese matarse. Era simplemente una cuestión de ir tan lejos y tan rápido como pudiera.
En julio de 1955, el Comité Nacional de Carreteras había popularizado el slogan «La vida que salves puede ser la tuya,» presentándolo en vallas publicitarias, en prensa y en spots televisivos con la participación de diversas celebridades. Jimmy fue elegido para aparecer en uno de estos espacios de seguridad vial, dada su reputación de amante de los coches rápidos y de las carreras.
El 28 de julio, aprovechando una pausa en el rodaje de Gigante en los estudios de Warner Bros., Dean y su entrevistador (el actor Gig Young) grabaron el spot en un plato contiguo, para su futura emisión en televisión.
Vestido como el joven Jett Rink, sombrero de cowboy incluido, Jimmy charló con Young sobre coches, sobre su éxito en las carreras y sobre los peligros de conducir rápido en la autopista:
Young: ¿Qué velocidad puede alcanzar tu coche?
Dean: Oh, unos 150 km/h.
Young: Lo has usado para competir, ¿no?
Dean: Una o dos veces.
Young: ¿Dónde?
Dean: Corrí muy bien en Palm Springs. La gente dice que correr es peligroso, pero preferiría arriesgarme en el circuito cualquier día que en la autopista… Bueno, Gig, creo que será mejor que me vaya.
Mientras Jimmy se preparaba para marcharse, Young le preguntó si tenía algún consejo especial para los conductores jóvenes, a lo cual se suponía que él debía responder con el slogan del Comité: «Conduce con cuidado, porque la vida que salves puede ser la tuya».
En vez de eso, Jimmy se giró hacia la cámara y, señalándose a sí mismo, dijo: «Recordad, conducid con cuidado porque la vida que salvéis podría ser… la mía».
En las últimas semanas de septiembre, el futuro de Dean parecía lleno de promesas y de excitación. La NBC le había contratado para comenzar a rodar en octubre una gran producción por la que iba a cobrar 20.000 dólares, un sueldo hasta entonces sin precedentes en la televisión. Warner Bros, había accedido a prestarle a MGM, en compensación por la cesión de Elizabeth Taylor en Gigante, para protagonizar Marcado por el odio, un biopic del boxeador Rocky Graziano. Y Jane Deacy acababa de llegar a Hollywood para negociar con la Warner un nuevo contrato para su cliente: 900.000 dólares por nueve películas en seis años, incluyendo una provisión de doce meses sabáticos que comenzarían en algún momento de 1956.
Jimmy había estado loco por los coches y las motos desde su infancia en Indiana, cuando su tío le enseñó a conducir un tractor. Hollywood le dio el dinero que necesitaba para dar rienda suelta a su pasión y para tener la oportunidad de ganar carreras.
Jimmy tenía varios planes para ese futuro año libre. Le dijo a Jane Deacy que quería interpretar a Hamlet; a otros amigos les comentó que se tomaría unas largas vacaciones en Europa; y también anunció que estaba planeando dedicarse completamente a las carreras de coches durante esos doce meses, para lo cual encargó que le trajesen desde Inglaterra un deportivo Lotus Mark IX.
Tras la suspensión forzosa de todas sus actividades competitivas durante el rodaje de Gigante, no fue ninguna sorpresa que su ambición inmediata girase en esa dirección. Había una carrera en Salinas a finales de mes, y cuando vio un Porsche Spyder 550 de competición en la sala de muestras de Competition Motors, en Vine Street, Hollywood, se enamoró de él. El Spyder era un modelo muy limitado, y Jimmy sabía que tendría que esperar meses hasta que su Lotus llegase de Inglaterra.
Rolf Weutherich, un mecánico que trabajaba en Competition Motors, detallaba años más tarde la primera conversación que Dean y él mantuvieron acerca del Porsche:
«Fue el 19 de septiembre de 1955. Jimmy quería entrar en la categoría de los grandes coches en la siguiente carrera, la categoría para coches con motores muy potentes», decía el mecánico. «Entonces recordé el Porsche Spyder que teníamos a la venta. Jimmy dio una vuelta a la manzana con él y realmente le gustó. Sólo puso una condición antes de comprarlo: me hizo prometer que yo le acompañaría a todas las carreras en las que participase, y que lo revisaría personalmente antes de cada una. Naturalmente, dije que sí.»
Después de recoger su flamante Porsche 550 Spyder, Jimmy lo llevó al taller de Ceorge Barris, que customizaba los coches de las estrellas, para que le pintase su número de competición y el cariñoso apelativo «Pequeño Bastardo».
El 21 de septiembre, Dean se compró el Spyder 550, canjeándolo por su Porsche Speedster 356 y añadiendo un cheque de tres mil dólares para completar el valor total de su nuevo deportivo, 6900 dólares, una cifra extraordinaria entonces para un coche. El Spyder era un descapotable diminuto, con una carrocería de aluminio plateado tan frágil como una cascara de huevo, sin parabrisas y con un aparato de aire acondicionado hecho a mano. Lo mejor de todo: podía alcanzar los 225 km/h.
Jimmy le aplicó sus toques personales en el taller de George Barris, que se especializaba en customizar los coches de las estrellas. Su número de competición, el «130», fue pintado en negro en el capó y en las puertas. En la parte trasera se escribió el nombre con el que su nuevo dueño lo había bautizado: «Pequeño Bastardo», una referencia a una broma privada entre Jimmy y su amigo Bill Hickman.
Dean estaba exageradamente orgulloso de su nuevo coche, y durante los días anteriores a la carrera en Salinas lo condujo por los alrededores de Hollywood para enseñárselo a sus amigos y hacerle el rodaje antes de someterlo a las tensiones de la competición.
El 25 de septiembre, Jane Deacy organizó una fiesta en honor de Jimmy en el Hotel Chateau Marmont de West Hollywood, a la que asistieron sus tíos Marcus y Ortense Winslow, que habían ido a Los Ángeles para visitar a su famoso sobrino y para pasar unos días con Winton Dean en Santa Mónica.
Jimmy estaba de un humor excelente. Quería que todos sus amigos le acompañasen en su retorno a las carreras, e hizo una lista de aquellos a los que invitaría a ir a Salinas: Bill Bast, Nicholas Ray, Nick Adams, Richard Davalos, Len Rosenman y el sobrino de este, Lew Bracker, el agente de seguros y fanático de los coches que se había convertido en un íntimo amigo de Dean en los últimos meses.
Bracker había animado a Jimmy a comprarse el Spyder, pero para prevenir los riesgos de su pasión deportiva, también le instó a hacerse un seguro de vida por valor de 100.000 dólares. Bracker fue a ver a Jimmy a su casa de Sherman Oaks el jueves 29 de septiembre, para pedirle la lista de los beneficiarios de su póliza. Dean dejó 85.000 dólares a sus tíos Marcus y Ortense, 10.000 para la educación de su primo Marcus Jr., y otros 5000 para sus abuelos, Charles y Emma Dean. Bracker le aconsejó que sería mejor hacer un testamento en regla, y Jimmy organizó una cita con un abogado para la semana siguiente. Por desgracia, este fue uno más de los muchos asuntos que dejó inconclusos. En ausencia de un testamento en el momento de su muerte, todos los bienes de Jimmy pasaron automáticamente a su familiar más cercano, su padre, que por alguna razón —accidental o no— no había sido incluido en la lista de beneficiarios.
Al final, sólo Bill Hickman y el fotógrafo Sanford Roth aceptaron acompañarle a Salinas, junto con el mecánico Rolf Weutherich. En la víspera de su partida, Jimmy dejó su gato siamés a una amiga, la actriz Jeanette Miller, para que lo cuidase. Había sido un regalo de Elizabeth Taylor, y Jimmy lo llamó «Marcus», en honor a su tío.
A primera hora de la mañana del viernes 30 de septiembre, Jimmy condujo su furgoneta Ford hasta Competition Motors, donde Weutherich hizo un último chequeo al Spyder. Como el motor aún necesitaba más kilometraje para alcanzar su rendimiento óptimo, Jimmy decidió que en vez de llevarlo en un remolque detrás de la furgoneta, él conduciría el deportivo hasta Salinas (un viaje de unos 450 kilómetros), con Weutherich como copiloto. Sanford Roth y Bill Hickman les seguirían en la camioneta Ford de Jimmy.
La pequeña comitiva se puso en marcha hacia las dos de la tarde, tomando la Ruta Ridge (entonces llamada Autopista 99) al norte de Los Ángeles, parando para comer algo en un bar de carretera. A las 3:30, atravesando Bakersfield, los dos vehículos fueron parados por el agente de tráfico Otie V. Hunter, quien les multó por circular a 100 km/h en una zona limitada a 70. El agente Hunter no sabía que estaba sancionando a una famosa estrella de cine, aunque Jimmy dio como su lugar de trabajo «Warner Brothers.»
«Tómeselo con calma», le aconsejó Hunter proféticamente, «o no llegará a Salinas».
Después, Jimmy le dijo a Roth: «Nos vemos para cenar en Paso Robles», (a unos 225 kilómetros de distancia).
Dean continuó al norte por la 99, atravesó Formosa y Long Hills y cogió la Ruta 466 (ahora 46), que va de Bakersfield a Paso Robles. Alrededor de las 5:00, a unos 40 kilómetros de Cholame, vio un Mercedes 300 SL aparcado en un punto de repostaje conocido como «Blackwell’s Comer,» en la conjunción de las Rutas 466 y 33. Paró para echar un vistazo al coche, y habló durante unos momentos con su propietario, Lance Reventlow, el hijo de Barbara Hutton. Reventlow también iba camino del norte a la carrera en Salinas. Jimmy le enseñó la multa por exceso de velocidad.
«Y acabo de hacer un anuncio de seguridad en la carretera», dijo, riendo. «A algún jodido periodista le va a encantar esto.»
Jimmy compró una bolsa de manzanas en la tienda y entró de un salto en el Spyder. «Sin parar hasta Paso Robles», gritó, y pisó a fondo el acelerador, sin abrocharse el cinturón de seguridad. «Blackwell’s Comer» fue su última parada.
Aproximadamente a las 5:50 de la tarde, Dean y Weutherich llegaron a la intersección de la Autopista 466 con la 41 en Cholame, a unos 250 kilómetros de Los Ángeles. Era una carretera recta y solitaria, y empezaba a oscurecer. Un Ford Tudor coupé del 50, pintado de blanco y negro, que viajaba en sentido opuesto por la 466, comenzó a girar hacia la izquierda para dirigirse al noroeste por la 41. «¡Tiene que parar!», gritó Jimmy. «Tiene que vernos».
Pero parece que el otro conductor, un estudiante de 23 años llamado Donald Turnupseed, si es que llegó a ver al coche plateado que circulaba sin luces, lo hizo demasiado tarde. Estaba en mitad de su giro y bloqueando el camino del Spyder, que se estrelló brutalmente contra el lado del conductor del Ford. Su fina carrocería de aluminio se arrugó como si fuese papel. El deportivo salió rebotado de la colisión y fue a parar junto a un poste de teléfonos.
Turnupseed, manando sangre por la nariz, salió del Ford por su propio pie. Varios coches se detuvieron, y otro conductor se fue a buscar el teléfono más próximo para avisar a la policía. Weutherich había salido despedido por el impacto y yacía malherido sobre el asfalto, con fractura de cráneo y una pierna rota. Jimmy había quedado atrapado entre los restos del Spyder, su camiseta blanca totalmente ensangrentada. Una mujer que tenía experiencia como enfermera se dio cuenta de que el joven tenía el cuello roto y que aparentemente no respiraba. La muerte había sido instantánea.
Unos quince minutos después, una ambulancia llegó a la escena del accidente, seguida por dos coches patrulla. Sandford Roth y Bill Hickman llegaron poco más tarde. Al ver las luces de la policía, Hickman sospechó inmediatamente que Jimmy había tenido un accidente. Bajó de la furgoneta y fue corriendo hasta los restos del Porsche. Allí pudo ver el cuerpo sin vida de su amigo.
«Vi lo que parecía una especie de obstáculo en la distancia», recordaba Hickman. «Cuando nos acercamos, la obstrucción tomó forma. Era un Ford coupé en mitad de la carretera. En una cuneta a la derecha, vi lo que había sido el Porsche plateado. Ahora era como un paquete de cigarrillos arrugado. ¿Pero dónde estaba Jimmy? Salté del coche, y me encontré con un policía de carretera haciendo preguntas. Entonces lo vi todo. Rolf había salido despedido del coche. Jimmy estaba muerto en su asiento. El impacto le había roto el cuello. Rogué a los enfermeros que le pusiesen oxígeno en el camino al hospital, pero no sirvió para nada. Jimmy estaba muerto.»
Roth tomó fotografías de los dos coches en caso de que se necesitasen como prueba. Las fotos que nunca mostró a nadie son las de Dean atrapado dentro del Porsche destrozado, ensangrentado y con el cuello roto.
En el arcén de la carretera, Donald Turnupseed estaba en estado de shock, pero virtualmente ileso. No dejaba de repetir a todo el mundo: «No le vi… Juro que no le vi». Su coche apenas tenía una abolladura, y él había escapado del accidente solamente con la nariz rota.
El pie de Jimmy había quedado atascado entre los pedales del Spyder, y los enfermeros tuvieron dificultades para sacarle del amasijo de hierros. Dean y Wuetherich fueron metidos en la ambulancia, que salió a toda velocidad hacia el Hospital War Memorial de Paso Robles, 42 kilómetros al oeste de la escena del siniestro. Los doctores no pudieron hacer nada por Jimmy, excepto certificar su muerte por «rotura de cuello, acompañada de lesiones en la mandíbula, brazos y órganos internos», según rezaba el parte médico.
Desde el hospital se telefoneó a los estudios de Warner Bros, en Burbank. La jornada laboral ya había terminado en el estudio, y un guarda fue el primero en saber que James Dean, su más importante nueva estrella, había muerto. El guarda alertó inmediatamente a Henry Ginsberg, el productor de Gigante, quien, profundamente consternado, hizo circular la noticia.
Winton Dean se enteró de la muerte de su hijo por medio del agente Dick Clayton, que había recibido una llamada de Ginsberg. Esa misma noche, viajó hasta el depósito de cadáveres de Paso Robles para identificar el cuerpo de Jimmy.
Ginsberg también llamó a la sala de proyección de la Warner, donde el reparto de Gigante estaba viendo las tomas del día con George Stevens. Elizabeth Taylor recordaba más tarde la dramática escena en su autobiografía, «An Informal Memoir»:
«De repente el teléfono sonó. Escuché a George Stevens decir: “No, Dios mío. ¿Cuándo?, ¿estás seguro?” Y gruñó un par de veces y colgó el teléfono. Paró la película y encendió las luces, se puso en pie y dijo: “Acabo de recibir la noticia de que Jimmy Dean ha muerto.”»
Elizabeth se desvaneció. Después se levantó y salió corriendo de la sala de proyección. Estuvo colgada de los teléfonos del estudio hasta las 9 de la noche, llamando a la policía, a los hospitales, a los depósitos de cadáveres y a la prensa, tratando de desmentir la información, pero no obtuvo sino tristes confirmaciones.
Más tarde, cuando se disponía a coger su coche para marcharse a casa, se encontró con Stevens, que subía a su Mercedes.
«No puedo creerlo, George. No puedo creerlo», dijo la actriz.
«Yo sí lo creo. Se veía venir», replicó fríamente Stevens. «Del modo en que conducía, se veía venir.»
Demasiado deprimida para trabajar al día siguiente, Elizabeth sufrió una crisis nerviosa. Su pena era tan profunda que el 2 de octubre tuvo que ser hospitalizada en el Centro Médico de la Universidad de California. Mientras el largo calendario de rodaje de Gigante se acercaba a su conclusión, la frágil salud de la actriz, que había estado preocupando durante meses a los directivos de la Warner, se quebró completamente, forzando la cancelación de la producción el 13 de octubre, aunque sólo faltaban un par de días para finalizar la película.
Entre los amigos íntimos de Jimmy y aquellos que habían trabajado con él, la reacción a su muerte fue de shock y una cierta sensación de inevitabilidad. Fue algo terrible, aunque esperado.
La fatídica noche del 30 de septiembre de 1955: una grúa iza el Porsche Spyder destrozado poco después del fatal accidente.
En Nueva York, Lee Strasberg acogió la noticia sin emoción. Sólo después comprendería lo que significaba. «Vi a Jimmy Dean en Gigante la otra noche», confesaba un año más tarde, «y debo decir que lloré. No lloré cuando me enteré de su muerte. De algún modo lo esperaba, como si, cuando realmente has triunfado, ocurre algo terrorífico».
Barbara Glenn recibió una llamada telefónica de su amigo Martin Landau, y antes de que él le dijese nada, ella lo supo.
«No podría decir que esperaba su muerte», decía Barbara, «pero él sabía que era así como me sentía. No creo que ese día en particular se planteara suicidarse. Nunca esperé que montase en su moto y dijera: “Nunca volveré”. Pero yo sabía que era inminente. Sabía que algún día no volvería. Seguro, ese día fue un accidente. Igual que cualquier otro día habría sido un accidente».
Natalie Wood, Sal Mineo y Nick Adams estaban en Nueva York promocionando el inminente estreno de Rebelde sin causa cuando se enteraron de la tragedia. Ahorrador como siempre, Jack Warner había cubierto los gastos del viaje del trío con el dinero que exigió a la NBC por cederles a Natalie para un rol secundario en una versión musical de «Heidi,» junto a Jo Van Fleet (que había sido la madre de Dean en Al este del edén) y Elsa Lanchester.
En la noche del 30 de septiembre, Natalie, Mineo y Adams fueron a ver la obra «Panorama desde el puente», de Arthur Miller. Su estrella era Richard Davalos, que había interpretado al hermano de Jimmy en Al este del edén. Tras la función, ellos tres, Davalos y su esposa fueron a cenar al restaurante China Dolí de la Sexta Avenida, frente al Hotel Warwick, donde Natalie se alojaba. Ninguno de ellos sabía aún que James Dean había muerto pocas horas antes.
«Estuvimos hablando sobre el estilo de vida de Jimmy, y Nick aventuró la opinión de que no viviría hasta los treinta», recordaba la actriz. «Los demás le abucheamos, pero Nick dijo que Jimmy se sentía atraído por muchos deportes peligrosos: las carreras de coches, las motos, los toros, los rodeos…»
El pequeño grupo terminó de cenar alrededor de las 23:30. «Heidi» iba a emitirse en directo al día siguiente y Natalie tenía que levantarse temprano, así que Mineo y Adams la acompañaron al hotel inmediatamente después de la cena. Como la actriz aún era menor de edad, viajaba con una tutora de la Warner, y fue ella quien escuchó la noticia. Mientras Natalie se iba directamente a la cama, la tutora se llevó aparte a Mineo y Adams para contarles que Dean había fallecido, y les pidió que no se lo dijesen a Wood. A la mañana siguiente, Natalie se unió a Jo Van Fleet en la entrada del hotel mientras la limusina de la NBC las recogía para llevarlas al estudio. Fue el conductor quien les preguntó si se habían enterado de la muerte de Jimmy. Las dos se quedaron petrificadas y no pudieron hablar durante el resto del viaje.
Mientras ensayaba para la obra, Natalie se enfrentó a los reporteros que le pedían una declaración y le preguntaban por los rumores de que Jimmy y ella habían sido «más que amigos». «Completamente falso», respondió la actriz.
Cuando la obra terminó, Wood regresó al hotel y se sentó sola en su habitación. La reacción aplazada a la muerte repentina de alguien tan importante para ella hizo el shock aún más devastador. Entonces llamó a Mineo y, en una irónica variación de la escena de Rebelde sin causa en que Judy y Jim se consuelan mutuamente tras la muerte de Platón, Natalie y Sal lloraron juntos la desaparición de Jimmy Dean.
El sábado por la mañana, los periódicos de la costa oeste informaban sobre la tragedia con grandes titulares: «La estrella de cine James Dean muere en accidente de tráfico», decía «Los Ángeles Times.» «Un accidente mata a la estrella de cine James Dean», proclamaba el «San Francisco Chronicle.»
La noticia del fatal accidente de Jimmy no llegó a tiempo para las ediciones del sábado en los diarios de la costa este, y sólo se mencionaron los hechos generales, pero su muerte fue anunciada por radio y televisión. El domingo, sin embargo, la historia y el obituario tuvieron una excepcional cobertura en toda América y en el resto del mundo. Un interés tanto más destacable teniendo en cuenta que sólo una de sus tres películas, Al este del edén, se había estrenado. Pero todos los reportajes coincidían en que era un «brillante joven actor» cuya pérdida «teñía a Hollywood de luto».
Inicialmente, Winton Dean quiso que Jimmy fuese enterrado junto a su madre en el cementerio de Marión, pero Marcus Winslow le convenció de que Fairmount, su hogar adoptivo, sería un mejor lugar para su descanso eterno.
El martes 4 de octubre, cuatro días después de su fatal accidente, los restos mortales de Jimmy Dean fueron llevados en avión a Fairmount. Winton y su esposa Ethel acompañaron el féretro durante el viaje. El cadáver de Jimmy estuvo expuesto al público en la funeraria Hunt desde el miércoles hasta el viernes, y el sábado 8, tres mil personas (mil más que la población total de Fairmount) asistieron al funeral. Dos mil cuatrocientas se quedaron fuera de la Iglesia de Back Creek —que sólo podía albergar a seiscientas almas— mientras se celebraban los servicios funerarios, junto a una marabunta de reporteros y fotógrafos de prensa y cámaras de televisión.
Pero si los medios habían estado esperando un gran desfile de estrellas de Hollywood, se sintieron decepcionados. Henry Ginsberg, el ejecutivo de Warner Brothers Steve Brooks y Stewart Stern (guionista de Rebelde sin causa) fueron los únicos representantes de la industria que asistieron al funeral. Otros que volaron desde California para darle el último adiós fueron sus amigos Nick Adams, Lew Bracker y Dennis Stock. Elizabeth Taylor envió una enorme corona de orquídeas, que se añadió al más de un centenar de tributos florales, principalmente de gente que nunca había conocido a Jimmy.
El féretro fue transportado después por seis antiguos compañeros de clase de Dean en el Instituto Fairmount. La procesión recorrió un corto trayecto hasta el Park Cemetery, localizado en la pradera que se extiende entre el pueblo y la granja Winslow. La misa fue celebrada por el Pastor Xen Harvey y por el viejo amigo de Jimmy, el reverendo metodista James De Weerd. Harvey concluyó la misa con estas proféticas palabras:
«La carrera de James Dean no ha terminado. Acaba de empezar. Y el mismísimo Dios está dirigiendo la producción».
En los días posteriores a la muerte de Jimmy, todos los hechos relativos al accidente se convirtieron en una fuente de gran controversia. Muchos periodistas se lanzaron alegremente a aventurar diferentes teorías: que el actor conducía demasiado deprisa; que no llevaba puestas sus gafas; que el accidente fue resultado de su reticencia a ceder el paso a otro coche; que en realidad era Weutherich quien estaba tras el volante cuando se estrellaron…
La investigación oficial sobre la muerte de James Dean tuvo lugar el 11 de octubre en la Cámara del Consejo del Ayuntamiento de Paso Robles. Durante el proceso, Donald Turnupseed aseguró que no había visto a Jimmy hasta que fue demasiado tarde para evitar la colisión. El trabajo del sheriff-forense de San Luis Obispo, en cuya jurisdicción había ocurrido el accidente, tenía que determinar la causa y decidir si fue o no resultado de una acción criminal. Un jurado compuesto por doce ciudadanos fue llevado al lugar del siniestro para que sacasen sus propias conclusiones.
Con el objetivo de mejorar la seguridad en la carretera, los restos del Porsche fueron exhibidos por todo el país. Los efectos de la propaganda fueron anulados por los buscadores de sensaciones macabras. Miles de admiradores llegados desde todos los puntos del país dieron su último adiós a Jimmy Dean. La lápida de su tumba fue posteriormente robada y reemplazada… para ser nuevamente expoliada.
De las marcas en la carretera se dedujo que Jimmy no había llegado a pisar el freno. De hecho, la posición de los coches parecía indicar que había intentado esquivar al Ford coupé de Turnupseed. Dada la escasa distancia entre ambos vehículos, frenar en seco hubiese hecho inevitable la colisión, y es probable que Jimmy estuviese acelerando para esquivar el peligro.
La investigación estuvo llena de gráficos, fotografías y testigos expertos. Las evidencias policiales mencionaron la posibilidad de que el sol hubiese cegado a Dean, pero a esas horas el sol estaba muy bajo detrás de las colinas como para deslumbrar a alguien. También se habló mucho sobre la escasa altura del Spyder y su color plateado, que supuestamente lo habrían hecho difícil de ver para Donald Turnupseed.
El capitán de policía Tripke, que llegó a la escena del accidente unos minutos después del suceso, había hecho sus propios cálculos sobre la velocidad a la que circulaba el Porsche en ese momento: «Descubrimos que James Dean había recibido una multa por exceso de velocidad en la Autopista 99», explicó Tripke. «Y al comprobar la hora de la sanción y el kilometraje cubierto hasta la escena del accidente, calculamos que si hubiese seguido la ruta más directa y no se hubiese detenido, tendría que haber promediado 105 Km/h. Pero no siguió el camino más directo, sino que tomó la Autopista 99 atravesando Bakersfield, después continuó hacia el norte por la 99 hacia Formosa, antes de coger dirección oeste por la 46. Se detuvo en “Blackwell’s Comer,” comió una manzana y bebió una Coca-Cola, y mantuvo allí una conversación con varias personas. Intentó que un tipo con un Corvette echase una carrera con él, pero el conductor del Corvette no quiso. Con todos estos desvíos y con la parada, el promedio tuvo que ser superior a los 105 Km/h».
El veredicto del jurado, después de deliberar durante unos escasos veinte minutos, fue que el accidente había sido provocado por la excesiva velocidad de Dean, y que Turnupseed era completamente inocente. Esta fue la inadecuada conclusión de un proceso que duró exactamente dos horas y quince minutos.
Inevitablemente, las teorías oficiales nos dejan a mitad de camino. No cabe duda de que Jimmy había estado conduciendo muy rápido pero, más allá del factor de la velocidad, el accidente pudo deberse a un simple malentendido de intenciones.
Un informe posterior (probablemente basado en una reconstrucción de los hechos por parte de Rolf Weutherich) explicaba que Dean, avanzando colina abajo hacia la intersección, vio a Turnupseed en el centro de la calzada, preparándose para hacer un giro no señalizado, pero supuso que el otro conductor le dejaría pasar. Este, a su vez, prosiguió con su maniobra, pensando que el Porsche reduciría la velocidad. Entonces Jimmy, en vez de frenar, intentó esquivarle girando hacia la derecha. En realidad, fueron las dudas de Donald Turnupseed las que causaron el accidente que le costó la vida a James Byron Dean aquella funesta tarde del 30 de septiembre de 1955.