«Sí un hombre puede cruzar el puente entre la vida y la muerte, si puede seguir viviendo después de morir, entonces quizá era un gran hombre. Cuando se habla sobre el éxito, se habla sobre llegar a la cima. Bien, no hay cima. Tienes que seguir y seguir, sin pararte nunca en un punto. Para mí, el único éxito, la única grandeza, es la inmortalidad. Hacer que tu trabajo sea recordado en la historia, dejar algo en este mundo que perdure durante siglos. Eso es la grandeza.» JAMES BYRON DEAN
James Dean sólo tenía veinticuatro años cuando murió en una solitaria carretera cerca de Cholame, California, el 30 de septiembre de 1955, mientras se dirigía a una competición automovilística en la vecina Salinas. En el momento de su trágico accidente, llevaba apenas dieciocho meses en Hollywood y había rodado consecutivamente tres películas, Al este del edén, Rebelde sin causa y Gigante, de las cuales sólo la primera se había estrenado.
Esa única película ya le había convertido en una gran estrella, y la noticia de su muerte acaparó las portadas de los periódicos de todo el mundo. Dean era universalmente conocido como un inconformista que había tomado Hollywood al asalto y que hacía lo que le daba la gana. Cuando Rebelde sin causa se estrenó un mes después, el dolor por su pérdida se transformó en un frenesí de proporciones gigantescas. Su tragedia le convirtió en una figura de culto para su generación y para las siguientes.
Los adolescentes de mediados de la década de los cincuenta eran escasamente conscientes de sí mismos como entidad. No tenían una cultura propia a través de la cual expresar sus deseos y frustraciones; sus únicos refugios eran el cine y el naciente rock’n’roll. Por eso, en el mismo momento en que Jimmy Dean apareció frente a ellos en la pantalla —enfadado, taciturno, desarrapado, herido, andróginamente bello—, su identificación fue inmediata. Los jóvenes de todo el mundo se vieron reflejados en su retrato del adolescente rebelde e incomprendido, no sólo por su familia y sus profesores, sino por toda la sociedad. Descubrieron que, como Cal Trask y Jim Stark, ellos también anhelaban el amor y la comprensión en sus vidas.
El espíritu hedonista con el que Dean vivió su vida al máximo también resultaba enormemente atractivo para sus nuevos fans. Muchos adolescentes sueñan con conducir coches deportivos y ser grandes estrellas de Hollywood. Jimmy lo consiguió. Y, en cierto modo, los jóvenes sintieron que él lo había logrado por todos ellos. Dean era el héroe que nunca les decepcionaría.
Desde el mismo día de su muerte, quedó claro que su ingente legión de seguidores no le dejaría descansar en paz. Warner Brothers —el estudio para el que realizó sus tres películas— tuvo que destinar una oficina exclusivamente a contestar las cartas dirigidas al actor fallecido y, durante muchos años, Jimmy recibió mucha más correspondencia que cualquier otra estrella viva de Hollywood. Un disco, «Su nombre era Dean», editado por un pequeño sello, vendió 25.000 copias en una sola semana; «Mattson’s», una tienda de ropa de Hollywood, recibió cientos de pedidos de cazadoras rojas idénticas a la que Jimmy había vestido en Rebelde sin causa, y Griffith Park, donde se rodaron varias escenas de esa película, se convirtió de la noche a la mañana en una atracción turística. Los fans hacían cola dentro del observatorio, esperando sentarse en el mismo asiento que Dean había ocupado en el film. «Es como Valentino», le dijo un reportero a Henry Ginsberg, coproductor de Gigante, refiriéndose a la locura que se había adueñado del país tras la muerte del astro italiano en los años 20. «No», le corrigió Ginsberg. «Es más grande que Valentino».
Algunos fans se negaron a creer que Dean estuviese realmente muerto. Las revistas de escándalos, muy populares en su tiempo, publicaron morbosas historias con títulos como «Puedes hacer que Jimmy Dean viva para siempre» y «El chico que se niega a morir», que hablaban de un Dean horriblemente desfigurado pero aún vivo, encerrado en algún remoto hospital psiquiátrico, o vagando por las calles de forma anónima. Miles de visitantes procedentes de todas partes del mundo peregrinaron hasta Fairmount, la pequeña comunidad granjera de Indiana donde creció, para despedirse de su trágico héroe. Surgieron varios cultos necrófilos, creyendo que Jimmy seguía comunicándose con sus seguidores desde la tumba.
Su Porsche destrozado fue enviado de gira por todo el país poco después, para disuadir a los jóvenes de que condujesen demasiado rápido. Esto no pareció inspirar una tendencia a una mayor prudencia en la carretera, sino que, al contrario, la publicitada muerte de Dean hizo que mucha gente quisiese comprarse un Porsche. En un macabro guiño a ese fatal accidente, la compañía automovilística lanzó una edición especial de un deportivo diseñado para rendir homenaje al famoso Spyder 550 de Jimmy, presentándolo al mundo en la misma intersección de carreteras donde el actor había perdido la vida.
Un morboso truco publicitario, quizá, pero el morbo siempre ha estado muy presente en el culto a James Dean. ¿Por qué si no los fans se sienten más inclinados a celebrar el aniversario de su muerte que el de su nacimiento?
Las muertes en trágicas circunstancias de otros iconos populares del siglo XX como Elvis Presley, Marilyn Monroe o John F. Kennedy han inspirado bizarras teorías conspiratorias, pero los seguidores de Jimmy han llevado su obsesión en otra dirección. Consideran su prematura desaparición como una parte integral de su encanto: al morir joven, Dean se inmortalizó a sí mismo en toda su gloria, una especie de Peter Pan vestido con jeans y cazadora roja. Se fue antes de tener tiempo para fracasar, antes de quedarse calvo o perder su aspecto juvenil, antes de crecer, en definitiva. Pero detrás de la eterna juventud de Jimmy se esconde un inquietante interrogante: ¿hasta dónde hubiese llegado realmente de seguir vivo?, ¿hubiese sido capaz de superar lo que había conseguido a los 24 años?
Para encontrar una posible respuesta, muchas miradas se vuelven hacia el espectro de Marlon Brando, su gran ídolo y su mayor referente interpretativo. Brando murió física, moral y económicamente arruinado, mientras que Dean ha permanecido inmaculadamente joven desde 1955. Es cierto que él nunca tuvo tiempo de engordar y cometer los errores de Brando (¿recuerdan La isla del doctor Moreau?), pero tampoco tuvo la oportunidad de lograr sus triunfos crepusculares (El Padrino o El último tango en París). La cuestión no es que Jimmy sólo hiciese tres películas, sino que lo que su corta carrera muestra es una gran promesa, más que una realidad, de perfección. Su potencial parecía infinito, pero ¿hubiese sido verdaderamente capaz de desarrollarlo en su plenitud?
Antes de su muerte, Dean solamente había demostrado que podía interpretar a jóvenes angustiados y confusos; en otras palabras, él mismo. Sus dos roles más famosos, Cal Trask en Al este del Edén y Jim Stark en Rebelde sin causa, no son sino distintas variaciones sobre el mismo tema (por cierto, ¿han reparado en que el apellido «Stark» es un anagrama de «Trask»?) Jimmy no se separó, como debería hacer cualquier actor, de su propia realidad. Se interpretó a sí mismo, y los traumas de su vida hicieron aún más genuina la identificación. Pero lo hizo con una interiorización y una violencia que eran radicalmente nuevas a mediados de los 50. Fue su gran intensidad lo que fascinó al público de la época.
A Dean se le ha concedido el crédito por «inventar» al adolescente problemático en el cine, pero la mitad de ese logro corresponde a Elia Kazan, su primer mentor en Hollywood. Kazan le dio a Jimmy el papel de Cal en Al este del Edén porque sabía que lo había vivido en sus propias carnes. Su madre murió de cáncer cuando Jimmy tenía nueve años, poco después de que la familia se hubiese mudado a Los Ángeles. Su padre pronto le mandó de vuelta a Indiana para que viviese con sus tíos, en el mismo tren donde viajaba el ataúd de su madre. Dean regresaría a Los Ángeles años más tarde, pero nunca llegó a reconciliarse totalmente con su padre. Kazan les vio juntos antes de llevar a Jimmy a hacer su prueba de pantalla para Al este del edén, sintió una profunda tensión entre ellos, y supo que había encontrado a su protagonista. «No tenía sentido seguir buscando», decía el director. «Jimmy era Cal. Sentía odio contra todos los padres. Todos los chicos pasan por una fase cuando tienen diecisiete años en la que odian a su padre, odian la autoridad, no pueden vivir dentro de las reglas. Es un caso clásico. Dean sencillamente nunca superó esa fase.»
En Al este del edén, Jimmy bordó una interpretación que le lanzó al estrellato. Después, básicamente repitió el mismo papel en Rebelde sin causa. Pero en su última película, Gigante, no pudo apoyarse en sus propias experiencias y su trabajo se resintió. Gigante es la actuación más discutida de James Dean. Muchos críticos de la época afirmaron que mostraba las auténticas limitaciones de su talento, y se burlaron del poco creíble envejecimiento de su personaje. Un columnista dijo que Dean parecía un niño que juega a ser mayor. Elia Kazan fue aún más lapidario: «Parecía lo que era: un principiante».
Humphrey Bogart, que también sabía un par de cosas sobre crearse una imagen, dijo una vez: «Dean murió en el momento oportuno. Dejó detrás una leyenda. Si hubiese vivido, nunca habría sido capaz de hacer justicia a su publicidad».
Pero James Dean no vivió, y la muerte le transformó en un mito. Hoy, su atractivo rostro adorna pósters, camisetas, calendarios, postales y un sinfín de artículos de merchandising en todo el mundo; su vida ha sido objeto de biografías, películas y canciones; y, a lo largo de los años, una larga lista de actores y músicos han afirmado estar influenciados por él: Al Pacino, Martin Sheen, Nicolás Cage, Sean Penn, Bob Dylan, Elvis Presley, Buddy Holly, Jim Morrison…
Dean era una figura poliédrica. En público, a menudo se mostraba hosco, incluso grosero. «Yo no podría soportarme si tuviese que estar cerca de mí», le confesó en una ocasión a un reportero. Pero el joven malhumorado era sólo una faceta de su personalidad. También era creativo, intelectualmente curioso y ambicioso, al tiempo que manipulador y extremadamente egoísta. Muchos actores que trabajaron con él le odiaban y le consideraban vulgar, pagado de sí mismo y maleducado. Sus interpretaciones siempre eran muy diferentes a lo que se había ensayado previamente, lo que provocaba el caos con los demás actores y con el director. Jimmy era famoso por peleas con sus compañeros y por sus frecuentes rabietas en el plato. Además, no todos sus amigos le consideraban un tipo leal. En su rápida ascensión a la fama, dejó atrás a muchos de los que le habían ayudado cuando dejaron de resultarle útiles.
En los años que siguieron a su muerte, ha habido muchas especulaciones sobre la supuesta homosexualidad de Dean. A día de hoy, continúan afirmándose y desmintiéndose rumores sobre cómo se abrió camino hacia el éxito en los «sofás de casting» del Hollywood y el Manhattan gay. Algunos de sus amigos, como Martin Landau y Dennis Hopper, siguen negando estos rumores, aludiendo a los numerosos romances que Jimmy mantuvo con bellas starlets como Pier Angeli y Ursula Andress. En cualquier caso, esa misma ambigüedad y su aspecto de chico desvalido le convertirían en el icono bisexual definitivo para las generaciones posteriores.
En el 50º aniversario de su muerte, sin embargo, ni su sexualidad ni las extravagancias de su personalidad importan mucho a su siempre creciente legión de fans: adolescentes, aficionados al cine, poetas y rockeros le reverencian hoy tanto como los jóvenes de hace medio siglo. Para ellos, Jimmy siempre será el eterno rebelde.
Puede que James Dean muriese físicamente, pero sus películas han mantenido su espíritu vivo en los corazones y las mentes de todos sus fans. Quizá la muerte saliese a su encuentro en una oscura carretera una trágica tarde de 1955, pero lo cierto es que, cincuenta años después, Jimmy ha vencido a la muerte.