Akeenobob corrió hasta la cabaña de Anciano Cantante y comenzó a bailar la danza de los mensajes importantes, debidamente acompañada por el rítmico tamborileo de la cola contra el suelo. Anciano Cantante salió de inmediato a la puerta, con los brazos cruzados sobre el pecho y la cola enrollada a los hombros, en posición de escuchar.
—Ha llegado una nave sagrada —anunció Akeenobob, mientras bailaba el ritmo correspondiente.
—¿De veras? —dijo Anciano Cantante.
Dirigió una mirada aprobadora al paso de Akeenobob. ¡Eso era danza!, y no los movimientos desgarbados y simples de la Herejía Alhona.
—¡En divino y verdadero metal! —gritó Akeenobob.
—Loados sean los dioses —dijo formalmente Anciano.
Cantante, refrenando su entusiasmo.
¡Al fin! ¡Los dioses habían retornado!
—Reúne a la aldea —ordenó.
Akeenobob fue a la plaza de la aldea para bailar la danza de las asambleas. Mientras tanto, Anciano Cantante quemó una pizca de tabaco sagrado y se restregó el rabo con arena; así purificado salió al trote para dirigir las danzas de bienvenida.
La nave sagrada era un cilindro de metal ennegrecido y perforado por todas partes; yacía sobre una pequeña planicie, rodeada por los aldeanos, que se mantenían a respetuosa distancia, formados según la figura de Bienvenida General a Todos los Dioses.
La nave sagrada se abrió y dos dioses emergieron, tambaleándose.
Anciano Cantante los reconoció en seguida por su aspecto. Todos los tipos de deidades posibles estaban descritos en el Libro Gigante de los Dioses, redactado hacía casi cinco mil años. Había dioses grandes y dioses pequeños, dioses con alas, dioses con cascos, de uno, dos o tres brazos, dioses tentaculares, dioses escamados y muchas otras formas que la deidad elegía. Cada uno debía ser recibido con su propia y única Ceremonia de Bienvenida, pues así estaba escrito en el Libro Gigante de los Dioses.
Anciano Cantante observó de inmediato que se trataba de los dioses rabones de dos piernas y dos brazos; por lo tanto, se apresuró a formar al pueblo en la figura correspondiente.
Glat, conocido también como Joven Cantante, apareció al trote.
—¿Qué has elegido para comenzar? —tosió cortésmente.
Anciano Cantante le clavó una mirada aguda.
—La Danza del Permiso de Aterrizaje —dijo, pronunciando con dignidad aquellas antiguas palabras carentes de sentido.
—¿De veras? —replicó Glat, frotando el rabo por su cuello en un gesto de indiferente desafío—. Alhona prescribe el festín en primer término.
Anciano Cantante hizo el ademán de negación y le volvió la espalda. Mientras él estuviera a cargo de las ceremonias no habría de complicarse con la herejía Alhona, que sólo había sido escrita hacía tres mil años.
Glat, el Joven Cantante, retomó su lugar en la danza. Era ridículo que un viejo conservador como Anciano Cantante implantara la política de la ceremonia. Completamente absurdo, considerando que estaba demostrado…
¡Los dos dioses se movían! Ambos se balanceaban sobre los pies. Uno se adelantó, pero tropezó en seguida y cayó de cara contra el suelo. El otro le ayudó a levantarse y cayó a su vez. Se levantó lentamente y con gran esfuerzo.
Era de un realismo sorprendente.
—¡Los dioses danzan su aceptación! —exclamó Anciano Cantante—. Comencemos la Danza del Permiso de Aterrizaje.
El pueblo bailó golpeando los rabos contra el suelo, tosiendo y ladrando alegremente. Después, según lo prescribía la ceremonia, los dioses fueron puestos en una plataforma de ramas sagradas y llevados al Sagrado Montículo.
—Creo que debemos discutir esto —dijo Glat, alcanzando a Anciano Cantante—. Es la primera aparición de un dios en miles de años; sería mejor utilizar las ceremonias de Alhona. Por las dudas…
—No —dijo Anciano Cantante, mientras trotaba apresuradamente con sus tres pares de patas—. Todas las ceremonias correctas están descritas en los Libros Antiguos de Procedimientos.
—Lo sé —concedió Glat—, pero no habría nada de malo en…
—Jamás —repuso Anciano Cantante, con toda firmeza—. Hay que bailar la Danza del Permiso de Aterrizaje por cada uno de los dioses. Después viene la Danza del Permiso de Estadía, y la de la Inspección de Aduana, y la de Descarga y la de Inspección Médica.
Anciano Cantante pronunció con unción todos esos nombres.
—Después, y sólo después puede comenzar el festín.
Los dos dioses gemían y agitaban los miembros sobre la plataforma de ramas. Glat sabía que bailaban una imitación del dolor y el sufrimiento humanos para reafirmar su parentesco con los adoradores.
Así debía ser, según estaba escrito en el Libro de la Ultima Aparición. Pero Glat se sorprendió ante la habilidad con que los dioses imitaban las emociones humanas. Quien los mirara sin saber pensaría que estaban muriendo realmente de hambre y sed.
El pensamiento le hizo sonreír. Todo el mundo sabía que los dioses no podían sentir ninguna de esas cosas.
—Considéralo desde este punto de vista —dijo Glat a Anciano Cantante—: lo que importa es evitar el error fatal que cometieron nuestros antepasados en los Días del Vuelo Espacial, ¿verdad?
—Naturalmente, —dijo Anciano Cantante, inclinando reverente la cabeza ante el nombre ritual de la Edad Dorada.
Hacía cinco mil años su pueblo gozaba de prosperidad y riqueza, y los dioses los visitaban con frecuencia. Después, según la leyenda, se cometió una falta en el ritual y se los condenó al Abandono. Los dioses ya no volvieron.
Si los dioses aprueban nuestras ceremonias —dijo Anciano Cantante— levantarán el Abandono y vendrán otros dioses, como era entonces.
—Exactamente. Y Alhona fue el último en ver un dios. Debe saber lo que dice cuando prescribe que el festín preceda a las ceremonias.
—Las escrituras de Alhona son una herejía —replicó Anciano Cantante.
Joven Cantante consideró, quizá por centésima vez, la posibilidad de imponerse ordenando a la aldea que iniciara de inmediato la Ceremonia del Agua y el Festín. Muchos aldeanos eran conversos secretos al culto de Alhona.
Pero decidió no hacerlo por el momento. Anciano Cantante era aún demasiado poderoso. Lo que necesitaba era una señal de los mismos dioses.
Pero éstos yacían aún sobre las ramas, realizando sus maravillosas contorsiones de imitación de la sed y el sufrimiento humanos.
Los dioses fueron colocados en medio del Montículo Sagrado; Anciano Cantante dirigió al pueblo en la danza del Permiso de Estadía. Se envió a varios mensajeros hacia las aldeas vecinas para que todos se unieran en la danza.
Las mujeres de la aldea comenzaron a preparar el festín. Algunas de ellas bailaban de pura alegría, pues estaba escrito que cuando los dioses regresaran acabaría el Abandono y volverían la prosperidad y la riqueza, como en los días del Vuelo Espacial.
Sobre el montículo, uno de los dioses yacía boca abajo. El otro se había sentado y se señalaba la boca con un dedo tembloroso; era un verdadero artista.
—¡Es el signo de buena voluntad! —gritó Anciano Cantante.
Glat asintió; el sudor chorreaba por los pliegues de su pellejo a causa de la danza. Anciano Cantante sabía interpretar, había que admitirlo.
Ahora el otro dios se había sentado también, aferrándose la garganta con una mano y haciendo ademanes con la otra.
—¡Más de prisa! —tosió Anciano Cantante dirigiéndose a los bailarines, sin perder cada uno de los movimientos de los dioses.
Uno de ellos gritó con una voz terrible y quebrada. Gritó señalándose la garganta y volvió a gritar, en imitación de un hombre sufriente.
Todo esto concordaba precisamente con la Danza de los Dioses citada por el Libro de la Ultima Aparición.
En ese momento apareció al galope un grupo de jóvenes provenientes de la aldea vecina; todos se unieron a la danza; Joven Cantante se vio así relevado de su puesto. Tomó aliento y se dirigió a Anciano Cantante.
—¿Vas a incluir «todas» las danzas? —preguntó.
—Por supuesto.
Anciano Cantante observó atentamente a los bailarines: esta vez no se podía producir un solo error. Sería la última oportunidad de redimirse a los ojos de los dioses.
—Las danzas se prolongarán por espacio de ocho días —dijo severamente el anciano—. Si cometemos algún error volveremos a empezar.
—Alhona dice que en primer término debe venir la Ceremonia del Agua, seguida por …
¡Vuelve a la danza! —dijo Anciano Cantante, haciendo la señal de negación absoluta—. Ya has oído que los dioses tosen su aprobación. Sólo así podremos anular el antiguo Abandono.
Joven Cantante se alejó. ¡Si al menos él estuviera a cargo de la ceremonia! En los días antiguos, cuando los dioses iban y venían constantemente, las ideas de Anciano Cantante eran válidas. Glat recordaba haber leído en el Libro de la Ultima Aparición cómo había descendido la nave de los dioses.
En primer lugar comenzó la Ceremonia del Permiso de Aterrizaje (en ese tiempo no se la llamaba danza). Los dioses bailaron la danza de sufrimiento y dolor. Después se efectuó la Ceremonia del Permiso de Estadía. Los dioses bailaron una danza de hambre y una danza de sed, tal como lo estaban haciendo ahora. Después vinieron las Ceremonias de Inspección de Aduana, Descarga e Inspección Médica. Durante todo este tiempo no se dio a los dioses ni agua ni comida, como parte del ritual.
Cuando todas las Ceremonias hubieron terminado, uno de los dioses imitó a un hombre muerto, sin que nadie comprendiera la razón. El otro lo llevó a la nave sagrada y se marcharon por última vez.
Aquello marcó el comienzo del Abandono. Pero ninguno de los escritos antiguos concordaba con los demás en cuanto a su causa; algunos sostenían que los dioses se habían ofendido por un error en una de las Danzas. Otros, como Alhona, decían que el festín y la bebida debieron preceder a las ceremonias.
En general se concedía poco crédito a Alhona. Después de todo, los dioses no conocían el hambre ni la sed. ¿Por qué anteponer el festín a las ceremonias? Pero Glat tenía fe en la palabras de Alhona y confiaba descubrir algún día la verdadera causa del Abandono.
De pronto se produjo una interrupción. Glat corrió a ver qué ocurría.
Algún tonto había dejado una jarra común de agua cerca del Montículo Sagrado. Uno de los dioses se arrastró hacia ella.
Cuando sus manos estaban por aferraría, Anciano Cantante se la arrebató. El pueblo entero suspiró con alivio. Era una blasfemia dejar cerca de un dios una jarra vulgar, sin adornos, sin purificar. De haberla tocado el dios pudo haber destruido toda la aldea en su cólera.
El dios se enojó. Señaló entre gritos la jarra ofensiva. Señaló al otro dios, que yacía aún boca abajo en éxtasis celestial. Señaló su propia garganta, su boca seca y partida, y volvió a hacer ademanes hacia la jarra de agua. Dio dos pasos inseguros y cayó, rompiendo a sollozar.
—¡Pronto! —gritó Joven Cantante—. ¡Comencemos la Danza del Acuerdo de Comercio Mutuo!
Sólo la celeridad de su decisión salvó las circunstancias.
Los Bailarines alzaron las ramas sagradas y las mecieron ante los dioses. Estos tosieron, barbotando su aprobación.
—Buena idea —dijo Anciano Cantante, gruñón—. ¿Qué te hizo pensar en esa danza?
—Por el título parece la más impresionante. Se me ocurrió que teníamos necesidad de algo fuerte.
—Bien, bien —aprobó Anciano Cantante, retomando la danza.
Glat sonrió, enrollando la cola a la cintura. Era un paso importante. Ahora debía planear cómo llevar a cabo las ceremonias de Alhona.
Los dioses yacían en el suelo, tosiendo y jadeando como hombres agonizantes. Joven Cantante decidió aguardar hasta el momento debido.
Durante todo ese día se bailó la Danza del Acuerdo Comercial Mutuo y los dioses cumplieron con su parte. También los hombres de las aldeas lejanas venían a rendir adoración, y los dioses jadeaban su aprobación.
—Hacia el final dé la danza, uno de los dioses se levantó muy lentamente; en seguida se dejó caer de rodillas, exagerando sus movimientos, como un hombre muy débil.
—Un mensaje —susurró Anciano Cantante.
Todos guardaron silencio.
El dios levantó ambos brazos. Anciano Cantante asintió, diciendo:
—Nos promete buenas cosechas.
El dios cerró los puños, pero los dejó caer, atacado por la tos.
—Simpatiza con nuestra sed y nuestra pobreza —indicó Anciano Cantante. El dios volvió a señalarse la garganta con un gesto tan triste que muchos aldeanos echaron a sollozar.
—Quiere que volvamos a comenzar con las danzas —dijo Anciano Cantante—. Vamos, desde la primera figura.
—No es eso lo que quiere —le contradijo Glat, decidiendo que había llegado el momento.
Todo el mundo lo miró en medio de un sorprendido silencio.
—El dios desea que comience la Ceremonia del Agua —dijo Glat.
Los bailarines ahogaron una exclamación de sorpresa. La Ceremonia del Agua formaba parte de la herejía de Alhona, que Anciano Cantante condenaba vigorosamente. Pero Anciano Cantante era viejo. Quizás Glat, Joven Cantante…
—¡No lo permitiré! —gritó Anciano Cantante—. ¡La Ceremonia del Agua viene «después» del festín, que a su vez viene «después» de todas las danzas! ¡Sólo así podremos liberamos del Abandono!
—¡Los dioses quieren agua! —gritó Joven Cantante.
Ambos aguardaron una señal de los dioses, pero éstos los observaban en silencio, con ojos cansados e inyectados en sangre. Por último, uno de ellos tosió.
—¡Una señal! —gritó Glat, antes de que Anciano Cantante pudiera reclamarla para sí.
El anciano trató de discutir, pero no logró seguidores. Los aldeanos habían oído.
Se trajo agua en jarras purificadas y decoradas; los bailarines tomaron posiciones para la ceremonia. Los dioses aguardaban gruñendo suavemente en su propio lenguaje.
—¡Ahora! —dijo Joven Cantante.
Les acercaron una jarra de agua. Uno de los dioses alargó las manos para tomarla, pero el otro lo empujó y trató de adelantársele.
La gente murmuró, nerviosa.
El primer dios golpeó débilmente al otro y tomó la jarra. El otro se la arrancó y comenzó a levantarla hasta la boca. El primero arremetió contra él, y la jarra cayó del montículo.
—¡Yo os lo advertí! —grito Anciano Cantante—. Rechazan el agua, como es natural. ¡Lleváosla de prisa, antes de que la desgracia caiga sobre nosotros!
Dos hombres arrebataron las jarras de agua y se alejaron al galope. Los dioses bramaron. Después permanecieron quietos.
De inmediato comenzó la Danza de la Inspección de Aduanas, bajo las órdenes de Anciano Cantante. Volvieron a encender las teas y las menearon ante los dioses. Estos tosieron débilmente en señal de aprobación. Uno trató de salir arrastrándose del montículo, pero cayó boca abajo. El otro parecía paralizado.
Pasó largo tiempo sin que los dioses dieran señales de ningún tipo. Joven Cantante, entre los bailarines, se preguntaba por qué le habían abandonado. ¿Acaso Alhona estaba equivocado? En verdad habían rechazado el agua.
Alhona decía claramente que la única forma de anular el misterioso Abandono consistía en ofrecer de inmediato comida y agua. ¿Tal vez habían esperado demasiado tiempo? Los designios de los dioses eran impenetrables, se dijo Glat, entristecido. Había perdido para siempre su oportunidad. Sólo le quedaba aliarse con Anciano Cantante. Retomó lentamente el paso.
Anciano Cantante decretó que las danzas volvieran a comenzar y que duraran cuatro días y cuatro noches. Después, si los dioses estaban de acuerdo, se les ofrecería el festín.
Estos no hacían la menor señal. Yacían estirados sobre el sagrado montículo; de vez en cuando retorcían un miembro, imitando a los hombres que pasan por las últimas etapas del agotamiento y la sed. Era evidente que se trataba de dioses importantes. De lo contrario no serían capaces de imitaciones tan perfectas.
Por la mañana se produjo una novedad. Aunque Anciano Cantante había cancelado la Danza del Buen Tiempo, el cielo empezó a cubrirse de nubes. Eran nubes grandes y negras que ocultaban el sol matinal.
—Ya pasará —dijo Anciano Cantante, bailando la Danza de la Lluvia Rechazada.
Pero las nubes se cerraron y empezó a llover. Los dioses se agitaron levemente y volvieron el rostro hacia el cielo.
—¡Traed madera! —gritó Anciano Cantante—. ¡Traed paja! Los dioses maldecirán la lluvia, que no debe tocarlos mientras no hayan acabado las ceremonias.
Glat, viendo entonces una nueva oportunidad, dijo:
—¡No! ¡Los mismos dioses han ordenado la lluvia!
—¡Llevaos a este joven hereje!, —gritó Anciano Cantante.
¡Traed aquí la paja!
Los hombres apartaron a Glat y comenzaron a construir una cabaña en tomo a los dioses para protegerlos de la lluvia. El mismo Anciano Cantante empezó a poner paja en el techo, trabajando con rapidez y respeto.
Los dioses permanecieron al principio echados en el suelo, con la boca abierta bajo el súbito e intenso chaparrón. Al ver que Anciano Cantante tendía un techo sobre ellos, trataron de levantarse.
Anciano Cantante trabajó más de prisa, consciente de que su presencia era una profanación para el montículo sagrado. Los dos dioses se miraron entre sí. Uno de ellos se puso lentamente de rodillas. El otro apoyó ambas manos en él y le ayudó a levantarse. El dios se puso de pie, balanceándose como si estuviera ebrio, aferrado a la mano del otro. Puso las dos manos contra el pecho de Anciano Cantante y lo empujó con violencia.
Anciano Cantante, tomado por sorpresa, cayó desde el montículo sagrado de un modo ridículo. El dios desgarró la paja del techo y ayudó al otro a levantarse.
—¡Una señal! —gritó Joven Cantante, debatiéndose contra los aldeanos que lo sujetaban—. ¡Una señal!
Nadie pudo negarlo. Ambos dioses, de pie, echaban la cabeza hacia atrás y abrían la boca bajo la lluvia.
—¡Que venga el festín! —gritó Glat—. ¡Es el mandato de los dioses!
Los aldeanos vacilaron. Adoptar la herejía de Alhona era un paso muy serio que debía pensarse con cuidado. Pero tuvieron que arriesgarse, urgidos por Joven Cantante.
Al parecer, Alhona tenía razón. Los dioses demostraron su aprobación de una manera realmente divina, metiendo grandes trozos de comida en la boca, en maravillosa imitación de hombres hambrientos, y tragando las bebidas como si estuvieran realmente muertos de sed.