La tormenta de fotones surgió tras un banco de gigantescas estrellas rojas y se abatió sobre la Nave sin previo aviso. Ojo tuvo apenas el tiempo de lanzar una advertencia a través de Locutor; un segundo después la tenían encima.
Aquel era el tercer viaje de Locutor por el espacio profundo; por primera vez se veía frente a una tormenta de baja presión. La nave guiñó violentamente, captando toda la fuerza del frente y carenó de punta a punta. Locutor sintió una súbita punzada de pánico, que en seguida cedió su sitio a una fuerte excitación. ¿Por qué había de tener miedo? ¿Acaso no estaba entrenado para esa clase de emergencia?
La tormenta había interrumpido bruscamente su conversación con Alimentador. Era de esperar que el joven estuviera bien; aquella era la primera vez que viajaba por el espacio profundo.
El cuerpo de Locutor estaba compuesto casi enteramente por filamentos similares a alambres que se extendían a través de toda la Nave. Se apresuró a retirarlos todos, con excepción de los que lo vinculaban con Ojo, Motor y con las Paredes. En eso consistía estrictamente su trabajo en esos momentos. El resto de la tripulación tendría que componérselas por propia cuenta hasta que la tormenta hubiese pasado.
Ojo había aplanado su cuerpo de disco contra una Pared; uno de sus órganos visuales estaba extendido fuera de la Nave. Para mayor concentración mantenía el restó de sus órganos apretados contra el cuerpo.
A través de ese órgano Locutor pudo apreciar la tormenta. Convirtió la imagen puramente visual de Ojo en una indicación para Motor, que hizo girar la nave para enfrentar las olas. Al mismo tiempo, Locutor tradujo esa indicación en velocidad para información de las Paredes, y éstas cobraron rigidez para afrontar el impacto.
La coordinación era rápida y segura: Ojo medía las ondas, Locutor entregaba los mensajes a Motor y a las Paredes, Motor dirigía la nariz de la nave contra las olas y las Paredes se preparaban para resistir el choque.
Locutor olvidó cualquier temor que hubiese podido abrigar con respecto al veloz funcionamiento en equipo. No tenía tiempo para pensar. Como sistema comunicador de la Nave debía traducir y emitir sus mensajes con la máxima celeridad, coordinando las informaciones y dirigiendo las maniobras.
La tormenta pasó en pocos minutos.
—Bien —dijo Locutor—. Veamos si se ha producido algún daño.
Enderezó sus filamentos, que se habían enredado, y los extendió por toda la Nave, conectando cada uno a su circuito.
—¿Motor?
—Estoy perfectamente —contestó Motor.
Aquel vigoroso compañero había humedecido sus planchas mientras duró la tormenta, reduciendo las explosiones atómicas en su vientre. No había tormenta capaz de atrapar desprevenido a un espacionauta tan experimentado como él.
—¿Paredes?
Eso llevó mucho más tiempo, pues las Paredes debían reportarse una a una y eran casi un millar. Se trataba de seres rectangulares y delgados que constituían todo el pellejo de la Nave. Durante la tormenta habían reforzado sus bordes, aumentando la resistencia del vehículo. Sin embargo una o dos estaban gravemente afectadas.
Doctor anunció que estaba bien. Se quitó los filamentos de la cabeza, retirándose del circuito, y pasó a reparar las Paredes en mal estado. Estaba compuesto casi enteramente por manos, y había soportado las sacudidas aferrado a un Acumulador.
—Será mejor que nos demos prisa —dijo Locutor.
Acababa de recordar que aún no sabía dónde estaban.
Abrió el circuito de los cuatro Acumuladores y preguntó:
—¿Cómo están ustedes?
No hubo respuesta. Los Acumuladores dormían. La tormenta los había sorprendido con los receptores abiertos y estaban ahora hinchados de energía. Locutor retrocedió sus filamentos en tomo a ellos, pero no se movieron.
—Permíteme —dijo Alimentador.
Alimentador las había pasado bastante mal hasta que logró adherir sus tazas de succión a una Pared, pero mantenía intacta la confianza en sí mismo. Era el único miembro de la tripulación que nunca necesitaba de Doctor, pues su cuerpo era muy capaz de repararse completamente por propia cuenta.
Avanzó hacia los Acumuladores corriendo sobre diez o doce tentáculos y dio un puntapié al que tenía más cerca. La gran unidad de almacenaje abrió un ojo y volvió a cerrarlo. Alimentador volvió a patearlo sin obtener respuesta. Asió la válvula de seguridad del Acumulador y dejó escapar un poco de energía.
—Deja —dijo el Acumulador.
—Despierta y repórtate —le indicó Locutor.
Los Acumuladores, malhumorados, dijeron que estaban bien, como cualquier tonto podía ver. Se habían anclado al suelo durante la tormenta.
El resto de la inspección se realizó con celeridad. Pensante estaba muy bien, y Ojo había quedado extasiado ante la belleza de la tormenta. Había sólo una desgracia que lamentar: Pujante había muerto.
Puesto que era bípedo no tenía la estabilidad de los otros tripulantes. La tormenta lo había atrapado de pie en el medio de la nave, arrojándolo contra una Pared endurecida; tenía rotos varios huesos importantes. Doctor no podría repararlo.
Por un instante, todos guardaron silencio. La muerte de cualquier componente era cosa seria en la Nave. Esta era una unidad de cooperación que consistía pura y exclusivamente en la Tripulación. La pérdida de cualquier miembro era una grave pérdida para el resto.
La situación era desesperada. Acababan de entregar una carga en un puerto situado varios miles de años luz con respecto al Centro Galáctico. No había modo de averiguar dónde estaban.
Ojo trepó a una pared y extendió hacia el exterior un órgano visual. Las Paredes lo dejaron pasar y se cerraron en tomo a él. El órgano de Ojo se estiró cuanto pudo y le permitió contemplar toda la esfera estelar. La imagen viajó a través de Locutor hasta Pensante.
Pensante era una gran gota protoplasmática informe, situada en un rincón del cuarto. En su interior atesoraba los recuerdos de todos sus antepasados espacionautas. Analice la imagen, la comparó rápidamente con las que tenía acumuladas en sus células y dijo:
—No hay planetas galácticos al alcance.
Locutor lo tradujo automáticamente a los demás. Era lo que temían.
Ojo, con la ayuda de Pensante, calculó que se habían alejado varios cientos de años luz con respecto a su curso, en la periferia galáctica. Todos los miembros de la tripulación sa bían lo que eso significaba. Sin un Pujante que aumentara la velocidad de la nave hasta superar con mucho la de la luz, no les sería posible volver al lugar de origen. El viaje de regreso sin Pujante duraría más que el promedio de sus vidas.
—¿Qué sugieres? —preguntó Locutor a Pensante.
Era una pregunta demasiado vaga para la mente literal de Pensante; éste pidió que la formulara nuevamente.
—¿Cuál es la mejor forma de llegar a un planeta galáctico?
Pensante requirió varios minutos para estudiar todas las posibilidades acumuladas en sus células. Mientras tanto Doctor había emparchado las Paredes y pedía que le dieran algo de comer.
—Comeremos dentro de un rato —dijo Locutor, retorciendo nerviosamente sus zarcillos.
Aunque era uno de los más jóvenes entre la tripulación (sólo Alimentador era menor que él), la responsabilidad recaía sobre todo en su persona. Pero aquella era una emergencia: debía coordinar la información y dirigir las decisiones.
Una de las Paredes propuso que todos se emborracharan. Esta solución tan poco realista, fue vetada de inmediato. Era típico de las Paredes, buenas trabajadoras y excelentes compañeras, pero gente muy despreocupada. Probablemente, en cuanto llegaran a sus planetas de origen gastarían todo lo ganado en una juerga.
—La pérdida de Pujante impide a la Nave alcanzar velocidades mayores que la de la luz —comenzó Pensante, sin más preámbulos— El próximo planeta galáctico está a cuatrocientos cinco años luz.
Locutor tradujo todo esto instantáneamente a través de su cuerpo ondulante.
—Se puede optar por dos cursos de acción. En primer lugar, la Nave puede llegar hasta el planeta galáctico más próximo mediante la energía atómica de Motor. Eso demandará aproximadamente doscientos años. Motor tal vez sobreviva durante ese tiempo, pero no el resto de la tripulación. En segundo lugar: se puede localizar un planeta primitivo en esta región sobre el que haya Pujantes en potencia. Encuentren uno y entrénenlo. Hagan que empuje la nave de regreso hasta el territorio galáctico.
Pensante calló: había dado todas las posibilidades que encontrara entre los recuerdos de sus antecesores.
Tras una rápida votación se decidieron por la segunda alternativa. En realidad, no cabía otra elección. Era la única que ofrecía esperanzas de volver a los planetas de origen.
—Está bien —dijo Locutor—. Comamos. Creo que nos lo hemos ganado.
Pusieron el cuerpo del Pujante muerto en las fauces de Motor, que lo consumió de inmediato, convirtiendo los átomos en energía. Motor era el único miembro de la Tripulación que vivía de la energía atómica.
Para proveer al resto, Alimentador corrió a cargarse del Acumulador más cercano. Después transformó ese alimento en las substancias que consumía cada miembro de la Tripulación. La química de su organismo cambió, alteró, adaptó las distintas comidas.
Ojo vivía sólo de un complejo clorofílico. Alimentador lo reprodujo para él.
Después fue a proporcionar a Locutor sus hidrocarburos y a las Paredes su compuesto de cloro. Para Doctor preparó un facsímil de la fruta silicatada que crecía en su planeta natal.
Al fin todos estuvieron alimentados y la Nave en orden. Los Acumuladores, en un rincón, volvieron a dormir como benditos. Ojo extendió su visión tanto como pudo y colocó su órgano principal en recepción telescópica de alto poder. Aun en esa emergencia no resistió la tentación de hacer versos. Anunció que estaba preparando un nuevo poema narrativo llamado «Resplandor periférico». Como nadie quisiera escucharlo, Ojo lo suministró a Pensante, que lo archivaba todo, bueno o malo, cierto o erróneo.
Motor jamás dormía. Lleno hasta los bordes con la energía de Pujante, lanzó la Nave a una velocidad bastante superior a la de la luz.
Mientras tanto, las Paredes discutían entre sí, tratando de establecer quién había sido la más borracha en el momento de la partida.
Locutor decidió ponerse cómodo. Soltó su conexión con las Paredes y se balanceó en el aire, con el pequeño cuerpo redondo suspendido por la red de filamentos. Pensó un momento en Pujante. Era extraño: había sido el amigo de todos, pero ya estaba olvidado. Eso no se debía a la indiferencia, sino a que la Nave era una unidad. Siempre se lamentaba la pérdida de un miembro, pero lo importante era que la unidad siguiera adelante.
La Nave corrió por entre los soles de la periferia. Pensante estableció una espiral de búsqueda, calculando las posibilidades de encontrar un planeta de Pujantes: eran aproximadamente de cuatro contra una.
Una semana después hallaron un planeta de Paredes primitivas. Al descender pudieron ver a aquellos seres pellejudos y rectangulares tendidos al sol, trepando por las rocas o afinándose para flotar en la brisa. Todas las paredes de la Nave suspiraron de nostalgia. Aquello era como estar en casa.
Las paredes de ese planeta no habían sido aún visitadas por un equipo galáctico y no tenían conciencia de su gran destino: unirse a la vasta cooperación de la galaxia.
En aquella espiral pasaron junto a muchos planetas ya muertos y junto a otros demasiado jóvenes como para albergar vida. Encontraron un planeta de Locutores que habían extendido sus redes de comunicación a través de medio continente. Locutor los contempló ansioso por medio de Ojo.
Invadido por una oleada de autocompasión, recordó su casa, su familia, sus amigos. Pensó en el árbol que compraría cuando estuviera de regreso. Por un momento llegó a preguntarse qué hacía allí formando parte de una Nave, en algún lejano rincón de la galaxia. Se sacudió la nostalgia: había que encontrar un planeta de Pujantes, y lo conseguirían si buscaban durante el tiempo suficiente. Al menos así lo esperaba.
Al pasar la Nave por la periferia inexplorada, fueron descubriendo una larga serie de planetas áridos. Después pasaron por un mundo lleno de Motores primitivos que nadaban en un océano radiactivo.
—Este territorio es muy rico —dijo Alimentador, dirigiéndose a Locutor—. La Galáctica debería enviar una comisión de Contacto.
—Tal vez lo hagan cuando volvamos.
Ambos eran buenos amigos, más allá de la amistad que unía en general a todos los miembros de la Tripulación. No se debía tan sólo a la similitud de edades, aunque eso tenía algo que ver en el asunto. Pero existía otra vinculación, debida al parecido entre sus funciones. Locutor traducía distintos idiomas; Alimentador Transformaba alimentos. Además había entre ellos alguna semejanza: Locutor era un cuerpo central del que irradiaban filamentos; Alimentador era un cuerpo central del que irradiaban tentáculos.
Locutor pensaba que Alimentador era el ser más consciente de la Nave, si se excluía a sí mismo. En realidad, no lograba entender por completo cómo elaboraban los otros sus procesos de conciencia.
Más soles, más planetas. Motor comenzó a recalentarse. Por lo común no operaba sino durante el despegue y el aterrizaje, o cuando era necesario efectuar maniobras delicadas en un grupo planetario. Ahora llevaba semanas funcionando sin cesar, en ocasiones a velocidades mayores que la de la luz. El esfuerzo comenzaba a afectarle seriamente.
Alimentador, con la ayuda de Doctor, improvisó para él un sistema de refrigeración; era muy elemental, pero tendría que servir. También recompuso átomo de nitrógeno, oxígeno e hidrógeno para componer un líquido refrigerante.
Doctor diagnosticó un largo descanso para Motor; djjo que aquel valeroso compañero no podría soportar el esfuerzo por más de una semana.
A medida que la búsqueda continuaba, el espíritu de la Tripulación decaía gradualmente. Todos sabían bien que los Pujantes eran raros en la galaxia, comparados con los Motores y las Paredes, tan fértiles.
Estas últimas comenzaban a presentar multitud de perforaciones debido al polvo interestelar, y se quejaban diciendo que necesitarían un tratamiento de belleza completo al volver a su planeta de origen. Locutor les aseguró que la compañía se los pagaría enteramente.
Descendieron hacia otro planeta y proporcionaron sus características a Pensante, que las meditó largamente. Una vez que estuvieron más cerca pudieron distinguir las formas.
¡Pujantes, Pujantes primitivos!
Regresaron al espacio a toda prisa para elaborar sus planes. Alimentador fabricó veintitrés intoxicantes distintos para celebrar el hallazgo. Después de eso la Nave estuvo fuera de funcionamiento durante tres días.
—¿Estamos todos listos ya? —preguntó Locutor con voz algo gangosa.
La resaca le hacía perder todos los extremos neurálgicos. ¡Qué borrachera había atrapado! Tenía una vaga noción de haber abrazado a Motor, invitándolo a compartir su árbol cuando volvieran a casa. La idea lo hizo estremecer.
También el resto de la Tripulación acusaba los efectos del festejo. Las Paredes dejaban filtrar el aire, demasiado inseguras como para sellar debidamente los bordes. Doctor estaba sin conocimiento.
Pero Alimentador era el más afectado. Puesto que su sistema podía adaptarse a cualquier tipo de combustible con excepción de la energía atómica, había probado todas sus mezclas, ya fuera iodo sin balancear, oxígeno puro o éter sobrecargado. Su estado era miserable. Los tentáculos, normalmente transparentes, se veían ahora surcados por líneas anaranjadas. Su organismo trabajaba furiosamente para purgarse de todo eso, y Alimentador padecía los efectos de la purga.
Los únicos sobrios eran Pensante y Motor. Pensante no bebía, cosa poco usual en un espacionauta; Motor, por su parte, no podía.
Pensante enumeró ante sus compañeros varios hechos sorprendentes. Según las imágenes recogidas por Ojo, había detectado la presencia de construcciones metálicas. Por lo tanto, adelantó la alarmante sugerencia de que aquellos Pujantes habían construido una civilización mecánica.
—Es imposible —dijeron tres de las Paredes.
La mayor parte de la tripulación se inclinaba a darles la razón. No conocían más metal que el sepultado en el suelo o el de las chatarras oxidadas y sin valor.
—¿Quieres decir que hacen las cosas en metal? —preguntó Locutor—. ¿Con metal puro y muerto? ¿Qué se puede hacer con eso?
—No se podría hacer nada —dijo Alimentador con firmeza—. Todo se rompería constantemente, porque el metal no sabe cuándo empieza a debilitarse.
Pero parecía ser la verdad. Ojo amplió sus imágenes y todos pudieron ver que los Pujantes habían construido grandes refugios, vehículos y diferentes artículos con materia inanimada. La causa no estaba a la vista, pero no era buena señal. Sin embargo habían logrado lo más difícil: localizar un planeta de Pujantes. Sólo restaba la tarea relativamente fácil de convencer a uno de ellos.
No podía ser demasiado difícil. Talker sabía que la cooperación era la piedra angular de la galaxia, aun entre los pueblos primitivos.
La Tripulación decidió no descender en una región poblada. No había por qué temer un mal recibimiento, pero el ponerse en contacto con su civilización era tarea de un equipo de Contacto. Por su parte, sólo deseaban convencer a un individuo. Por lo tanto escogieron una zona escasamente poblada y descendieron hacia ella mientras esa parte del planeta estaba en sombras.
Casi de inmediato localizaron a un Pujante solitario. Ojo adaptó su visión para hacerla efectiva en la oscuridad; todos ellos observaron los movimientos del nativo. Tras un rato lo vieron acostarse junto a una pequeña fogata. Pensante les indicó que era un hábito muy común entre los Pujantes en el momento del descanso.
Antes de que amaneciera las Paredes se abrieron; Alimentador, Locutor y Doctor salieron de la Nave. Alimentador se adelantó rápidamente y palmeó la criatura en el hombro. Locutor le siguió con un filamento de comunicaciones.
El Pujante abrió sus órganos visuales, los cerró y volvió a abrir repetidas veces e hizo un movimiento con el órgano de comer. Por último se levantó de un salto y echó a correr.
Los tres miembros de la Tripulación quedaron atónitos: ¡el Pujante no había esperado siquiera a que le explicaran sus intenciones! Locutor se apresuró a extender un filamento y atrajo al Pujante por un miembro antes de que se alejara más de quince metros. El nativo cayó.
—Trátalo con suavidad —dijo Alimentador—. Tal vez le asuste nuestro aspecto.
Los zarcillos de Locutor se retorcieron ante esa idea: precisamente un Pujante (uno de los seres más extraños de la galaxia, lleno de órganos distintos), se asustaba del aspecto ajeno.
Alimentador y Doctor avanzaron hasta el Pujante caído y lo levantaron para llevarlo a la Nave.
Las Paredes volvieron a sellarse. Soltaron al Pujante y se prepararon para hablar con él.
En cuanto estuvo libre, el nativo se irguió sobre sus miembros y corrió hacia el sitio donde las paredes se habían cerrado. Golpeó frenéticamente contra ellas, el órgano de comer totalmente abierto y vibrante.
—Basta —dijo la Pared.
Se curvó bruscamente y el Pujante rodó al suelo. Un instante después había vuelto a levantarse y se lanzaba hacia adelante.
Deténganlo —dijo Locutor—. Puede lastimarse.
Uno de los Acumuladores despertó a tiempo para rodar entre los pies del Pujante. Este cayó, volvió a levantarse y siguió corriendo.
Locutor había extendido sus filamentos hasta la parte frontal de la Nave y lo atrapó en la proa. El Pujante comenzó a tironearle de los zarcillos, y aquél se vio forzado a soltarlo bruscamente.
—¡Conéctalo al sistema de comunicación! —gritó Alimentador—. ¡Tal vez podamos razonar con él!
Locutor adelantó un filamento hacia la cabeza del Pujante y lo balanceó en el gesto universal de la comunicación. Pero Pujante prosiguió con su inexplicable conducta, esquivándolo sin cesar. Tenía en la mano un trozo de metal, y lo agitaba frenéticamente.
—¿Qué pretende hacer? —preguntó Alimentador.
El Pujante comenzó a atacar un costado de la Nave, golpeando una de las Paredes. Esta se endureció instintivamente y el metal se partió.
—Déjenlo solo —dijo Locutor—. Denle una oportunidad de calmarse.
Consultó con Pensante, pero éste no pudo aconsejarle qué hacer con aquel Pujante. No aceptaba la menor comunicación. Cada vez que Locutor extendía un Filamento mostraba todos los síntomas del pánico. Se produjo una pausa.
Alguien propuso buscar otro Pujante en ese mismo planeta, pero Pensante vetó el proyecto. Según su opinión, la conducta de ese Pujante era típica, y nada ganarían con establecer nuevos contactos. Además, se suponía que sólo los Equipos de Contacto podían establecer contacto con un planeta. Si no lograban comunicarse con ese Pujante, jamás podrían hacerlo con otro.
Creo que ya sé en qué consiste el problema —dijo Ojo, trepándose a un Acumulador—. Estos Pujantes han desarrollado una civilización mecánica. Pensemos en cómo lo hicieron. Adquirieron el uso de sus dedos, como Doctor, para dar forma al metal. Emplearon sus órganos visuales, como yo. Y tal vez muchísimos otros órganos.
Hizo una pausa teatral y concluyó:
—¡Estos Pujantes carecen de especialidad!
Discutieron el tema durante varias horas. Las Paredes sostenían que no había criatura inteligente que no se especializara. Tales casos eran desconocidos en la galaxia. Pero las pruebas estaban ante ellos: las ciudades de los Pujantes, sus vehículos… Aquel individuo, por ejemplo, parecía capaz de muchas cosas. ¡Era capaz de hacerlo todo, menos Pujar!
Pensante proporcionó una explicación parcial:
—Este no es un planeta primitivo. Es bastante parcial; hace milenios que debería haberse unido a la Cooperación. Como no fue así, los Pujantes que lo habitaban han sido privados de su derecho natural. Su habilidad, su especialidad, era Pujar, pero no había qué impulsar. Y así han desarrollado una cultura desviada, anormal. Cómo es esa cultura, sólo podemos suponerlo. Pero sobre la base de la evidencia hay razones para creer que estos Pujantes… no están dispuestos a cooperar.
Pensante tenía el hábito de expresar las afirmaciones más pasmosas en el tono más apacible.
—Es muy posible —prosiguió, inexorable— que estos Pujantes no quieran saber nada de nosotros. En ese caso, nuestras posibilidades de encontrar otro planeta de Pujantes son de una contra 283.
—Pero no estamos seguros de que no querrá cooperar —dijo Locutor—; antes debemos establecer una comunicación.
Parece imposible que la criatura inteligente no cooperase.
—Pero ¿cómo hacerlo? —preguntó Alimentador.
Escogieron un curso de acción. Doctor se aproximó lentamente al Pujante, que retrocedió ante él. Mientras tanto, Locutor extendió un filamento por el exterior de la Nave, la circundó por completo y volvió a introducirlo por detrás del Pujante.
Este retrocedió contra una Pared, y Locutor lanzó el filamento a través de su cabeza, hasta el centro de comunicaciones situado en el medio del cerebro.
El Pujante perdió el sentido.
Cuando volvió en sí Alimentador y Doctor se vieron forzados a sujetarle los miembros para que no rompiera la línea de comunicación. Locutor puso en juego toda su habilidad para aprender su idioma.
No era demasiado difícil. Todos los idiomas de los Pujantes provenían de la misma raíz, y aquél no era una excepción. Pudo captar los suficientes pensamientos como para formarse un esquema. Trató entonces de comunicarse con el sujeto.
El Pujante guardaba silencio.
—Creo que necesita comida —dijo Alimentador.
Recordaron entonces que el nativo llevaba casi dos días a bordo. Alimentador preparó un poco de lo que habitualmente consumían los Pujantes y se lo ofreció.
—¡Dios mío! ¡Un bistec! —exclamó el Pujante.
La Tripulación lanzó gritos de entusiasmo a través de los circuitos de Locutor. ¡El Pujante había pronunciado las primeras palabras!
Locutor examinó las palabras y rebuscó en su memoria. Conocía unos doscientos idiomas Pujantes y muchas variantes simples. Descubrió entonces que aquel ejemplar hablaba una mezcla de otros dos idiomas.
Una vez que el nativo se hubo alimentado echó una mirada a su alrededor. Locutor captó sus pensamientos y los transmitió a la Tripulación. El Pujante se estaba formando un extraño concepto de la Nave; la veía como si fuera una brillante exhibición de colores. Las paredes ondulaban. Frente a él había algo similar a una araña gigantesca en color negro y verde; su tela se extendía por toda la nave y entraba en la cabeza de las demás criaturas. Ojo le pareció un animal extraño y desnudo, una mezcla de conejo desollado y yema de huevo…
Locutor estudió fascinado la perspectiva que la mente del Pujante abría para él. Nunca había visto las cosas de ese modo, pero ahora que el Pujante se lo señalaba, Ojo era en verdad una criatura de aspecto singular.
Todos se pusieron en comunicación.
—¿Quién diablos son ustedes? —preguntó el Pujante, mucho más calmo de lo que había estado en los últimos dos días—. ¿Por qué me atraparon? ¿Es que he perdido la chaveta?
—No —dijo Locutor—, no estás demente. Somos una nave de tráfico galáctico. Una tormenta nos desvió de la ruta, y nuestro Pujante murió.
—Bueno, ¿y todo eso qué tiene que ver conmigo?
—Nos gustaría que te unieras a nuestra tripulación convirtiéndote en nuestro nuevo Pujante.
Una vez que le hubieron explicado la situación, el nativo lo meditó seriamente. Locutor pudo percibir el conflicto que encerraban esos pensamientos. No había decidido aún si esa situación era real o no. Al fin decidió que no estaba loco.
—Oigan, muchachos —dijo—, no sé quiénes son ustedes ni qué sentido tiene esto. Tengo que salir de aquí. Estoy con permiso, y si no vuelvo pronto el Ejército de los EE. UU. va a hacer averiguaciones.
Locutor pidió al Pujante que le diera más información con respecto a la palabra «ejército» y se la suministró a Pensante. La deducción de éste fue:
—Estos Pujantes se traban en combates personales.
—Pero ¿por qué? —preguntó Locutor.
Entristecido, admitió para sí que Pensante parecía tener razón: el nativo no se mostraba muy dispuesto a cooperar.
—Me gustaría ayudarles —dijo Pujante—, pero no sé de dónde sacaron la idea de que yo podría empujar una cosa de este tamaño. Se necesitaría toda una división de tanques sólo para moverlo.
—¿Apruebas esas guerras? —preguntó Locutor, basándose en una sugerencia de Pensante.
—A nadie le gusta la guerra; por lo menos entre los que debemos enfrentar la muerte.
—En ese caso, ¿por qué luchas?
El Pujante hizo un gesto con su órgano de comer; Ojo lo recogió y lo envió a Pensante.
—Se trata de matar o morir —dijo el individuo—. Ustedes saben qué es la guerra, ¿verdad?
—No tenemos guerras —dijo Locutor.
—¡Qué suerte! —exclamó el Pujante con amargura—. Nosotros sí. A montones.
—Por supuesto —dijo Locutor, mientras recibía la explicación completa por parte de Pensante—. ¿Te gustaría ponerles fin?
—Garó que sí.
—Ven con nosotros. Sé nuestro Pujante.
El Pujante se levantó para dirigirse a uno de los acumuladores. Se sentó sobre él y dobló las puntas de sus miembros superiores.
—¿Cómo demonios voy a ponerles fin?, preguntó. —Aunque me presentara ante los mandamases y les dijera…
—No hace falta —dijo Locutor—, sólo tienes que venir con nosotros. Empújanos hasta la base. La Galáctica enviará un Equipo de Contacto hasta tu planeta, y él se encargará de acabar con las guerras.
—¿Qué diablos dicen? Están varados aquí, ¿eh? Mejor. Así ningún monstruo va a apoderarse de la Tierra.
Locutor, confundido, trató de entender ese razonamiento. ¿Acaso había dicho algo equivocado? ¿Era posible que el Pujante no le comprendiera?
—¿No querías terminar con las guerras? —preguntó.
—Claro que sí. Pero no quiero que nadie nos obligue a hacerlo. Yo no soy ningún traidor. Prefiero ir a la guerra.
—Nadie los obligará a nada… Ustedes dejarán de guerrear porque ya no habrá necesidad de hacerlo.
—¿Saben ustedes por qué guerreamos?
Es obvio.
—¿Sí? ¿Qué explicación dan ustedes?
—Ustedes, los Pujantes de este planeta, han sido separados de la corriente principal de la galaxia. Tienen una especialidad: pujar; pero no tienen nada sobre lo cual aplicarla. Por lo tanto, no hay trabajo verdadero para ustedes. Juegan con las cosas: con el metal y los objetos inanimados, pero no hallan en eso satisfacción real. Privados de la auténtica vocación, luchan entre si debido a la mera frustración que experimentan. Una vez que ustedes encuentren su puesto dentro de la Cooperación galáctica, —y te aseguro que es un puesto importante—, las guerras cesarán. ¿Por qué pelear, que es una ocupación tan poco natural, cuando se puede Pujar? También terminará la civilización mecánica, puesto que ya no será necesaria.
El Pujante meneó la cabeza; Locutor adivinó que era un gesto de confusión.
—¿Qué es eso de Pujar? —preguntó.
Locutor se lo explicó lo mejor que pudo. Puesto que ese trabajo estaba fuera de su radio de acción tenía sólo una idea general de lo que hacían los Pujantes.
—¿Quieres decir que eso es lo que todo terráqueo debería estar haciendo?
—Naturalmente —replicó Locutor—. Es su gran especialidad.
El Pujante meditó durante varios minutos.
—Creo que ustedes necesitan un físico, un vidente o algo así. Yo no podría hacer nada de eso. Soy arquitecto y… Además… Bueno, es bastante difícil de explicar.
Pero Locutor había captado ya la objeción de Pujante. Había visto una Pujante hembra en sus pensamientos. No: dos, tres. Y captó también la sensación de soledad y desarraigo. El Pujante estaba lleno de dudas. Tenía miedo.
—Cuando lleguemos a la Galáctica —dijo Locutor, confiando en que era la mejor respuesta— te encontrarás con otros Pujantes. Y Pujantes hembras, también. Todos ustedes, los Pujantes, tienen el mismo aspecto. Podrás hacer amistad con ellos. Y en cuanto al tiempo que pases en la Nave… la soledad no existe. Aún no comprendes la Cooperación. Nadie está solo en Cooperación.
Pero el Pujante aún estaba asimilando la idea de que había otros como él. Locutor no entendía por qué eso le sorprendía tanto. La galaxia estaba llena de Pujantes, Alimentadores, Locutores y muchas otras especies multiplicadas sin fin.
—No puedo creer en que alguien pueda poner fin a la guerra. ¿Cómo sabré que ustedes no mienten?
Locutor sintió algo así como un golpe en el centro del cuerpo. Pensante tenía razón al decir que esos Pujantes no cooperarían. Ese parecía el fin de la carrera de Locutor; él y el resto de la Tripulación pasarían el resto de la vida en el espacio debido a la estupidez de un puñado de Pujantes.
Aun mientras así pensaba, Locutor sentía pena por el Pujante. Debía ser terrible estar lleno de dudas, vacilar siempre, no creer en nadie. Si esa raza no hallaba su puesto en la galaxia acabarían por exterminarse. Hacía tiempo que necesitaban unirse a la Cooperación.
—¿Qué puedo hacer para convencerte? —preguntó.
En su desesperación abrió todos los circuitos al Pujante. Le permitió ver la gruñona bonhomía de Motor, la despreocupación de las Paredes, el temperamento poético de Ojo y la confianza en sí mismo de Alimentador. Abrió su propia mente y ofreció al Pujante una imagen de su planeta natal, de su familia, del árbol que deseaba comprar al regreso. Las imágenes contaron la historia de cada uno, de diferentes planetas que representaban distintas éticas unidas por un lazo común: la Cooperación Galáctica.
El Pujante contemplaba todo en silencio.
Un rato después meneó la cabeza. El pensamiento que acompañó a ese ademán fue incierto: débil, pero negativo.
Entonces Locutor indicó a las Paredes que se abrieran. Así lo hicieron. El Pujante las miró sorprendido.
—Puedes marcharte —dijo Locutor—. Quítate la línea de comunicación y vé, si quieres.
—¿Qué harán ustedes?
—Buscaremos otro planeta de Pujantes.
—¿Dónde? ¿En Marte, en Venus?
—No lo sabemos. Sólo nos resta esperar que haya otro en esta región.
El Pujante miró hacia la abertura. Después se volvió hacia la tripulación. Vacilaba. El rostro se le contrajo en una mueca de indecisión.
—¿Es verdad cuanto ustedes me han mostrado?
No hacía falta respuesta.
—Está bien —dijo el Pujante, de pronto—. Iré. Soy un idiota, pero iré. Si esto es como ustedes dicen… ¡Tiene que ser como ustedes dicen!
Locutor comprendió que el Pujante, en su dificultad para tomar una decisión, había acabado por perder contacto con la realidad; creía estar viviendo un sueño donde las decisiones son fáciles y no acostumbran carecer de importancia.
Hay sólo una pequeña dificultad —dijo, con la ligereza de la histeria—. Maldito sea si entiendo lo que es Pujar. Ustedes dijeron algo acerca de viajar más velozmente que la luz. Yo no podría cubrir más de un kilómetro y medio por hora.
—Claro que puedes Pujar —le aseguró Locutor.
¡Ojalá fuera cierto! Sabía cuál era la habilidad de un Pujante, pero aquél…
—Sólo tienes que probar.
—Claro —dijo Pujante—. De cualquier modo, en cualquier momento despertaré de este sueño.
Cerraron herméticamente la nave, preparándose para despegar. Mientras tanto, Pujante hablaba para sí.
—Vaya —decía—, creí que un paseo por el campo sería una bonita forma de pasar el permiso. ¡Y ahora tengo pesadillas!
Motor lanzó la Nave hacia el espacio. Las Paredes estaban selladas. Ojo los guiaba por sobre el planeta.
—Ya estamos en espacio abierto —dijo Locutor, preocupado por los balbuceos de Pujante—. Ojo y Pensante darán una indicación; yo te la transmitiré y tú Pujarás según te lo indiquen.
—Están todos locos —murmuró Pujante—. Deben haberse equivocado de planeta. Me gustaría que esta pesadilla se desvaneciera.
Ya estás en la Cooperación —dijo Locutor, desesperadamente—. Aquí está la indicación. ¡Puja!
El Pujante permaneció inmóvil por un momento. Iba despertando lentamente de su fantasía; ahora comprendía que aquello no era un sueño, después de todo. Sentía la Cooperación. Ojo a Pensante, Pensante a Locutor, Locutor a Pujante; todo interconectado con Paredes y con cada uno de ellos.
—¿Qué es esto?, preguntó Pujante.
Sintió la unidad de la Nave, la gran calidez, la proximidad que sólo se alcanza en la Cooperación.
Pujó.
No ocurrió nada.
—Vuelve a intentarlo —rogó Locutor.
Pujante buscó en su alma. Encontró un pozo profundo, lleno de dudas y temores. Al mirar en su interior pudo ver su propio rostro torturado.
Pensante se lo iluminó.
Los Pujantes llevaban siglos viviendo entre esas dudas y esos temores. Los Pujantes habían guerreado por temor, habían matado por causa de las dudas.
¡Allí, precisamente, estaba el órgano de los Pujantes!
Humano, especialista, Pujante, entró de lleno en la Tripulación, se confundió con ellos, se unió en un abrazo mental con Pensante y Locutor.
De pronto, la Nave se lanzó hacia adelante. Su velocidad era ocho veces mayor que la de la luz, y proseguía acelerando.