A: CENTRO
Oficina 41
ATENCIÓN: Inspector Miglese
DE: Contratista Carienomen
REF.: Metagalaxia ATTALA
Estimado Inspector Miglese:
Por la presente le informo que he dado término al contrato 13371 A. En la región del espacio codificada como ATTALA he construido una metagalaxia constituida por 549 billones de galaxias, con la distribución normal de constelaciones, variables, novas, etcétera, según los datos especificados en la hoja adjunta.
En el mapa que acompaña a la presente se determinan los límites exteriores de la metagalaxia ATTALA.
Es mi opinión, como diseñador en jefe, y la de toda mi compañía, que hemos realizado un sólido trabajo de construcción y una obra de gran mérito artístico, por lo que aguardamos con gusto su inspección.
Habiendo cumplido por nuestra parte los términos del contrato, les agradeceremos hagan efectivo el pago convenido a su más cómoda brevedad.
Respetuosamente,
Carienomen
Adjuntos:
1 hoja de datos, instalaciones
1 mapa de la metagalaxia ATTALA
A: Talleres de Construcción
334132, Extensión 12
ATENCIÓN: Diseñador en Jefe Carienomen
DE: Subinspector Miglese
REF.: Metagalaxia ATTALA
Estimado Carienomen:
Hemos inspeccionado su construcción, y procedemos a retener el pago del contrato, como corresponde. ¡Artística! Supongo que puede considerársela artística. Pero usted parece haber olvidado que nuestro interés principal radica en la solidez de la construcción.
Nuestros inspectores han descubierto muchos datos no especificados precisamente en el centro metagaláctico, región que ustedes debieron construir con mucho cuidado, liso es inaceptable. Afortunadamente esa región no está poblada.
Pero eso no es todo. Mucho estimaría que se dignara explicar sus fenómenos espaciales. ¿Qué Caos es ese desplazamiento rojo que han incluido? He leído las razones que usted da al respecto y no les encuentro sentido. ¿Cómo lo tomarán los observadores planetarios?
El arte no es excusa.
Más aún, ¿qué clase de átomos están ustedes empleando? Se diría, Carienomen, que está tratando de ahorrar dinero utilizando material de bajísima calidad. Ungían porcentaje de esos átomos es inestable. Se quiebran con sólo tocarlos y también con mucho menos. Deberían haber buscado otra manera de iluminar sus soles.
Adjunto una hoja de datos en la que especifico los defectos descubiertos por nuestros inspectores. No haremos efectivo el pago mientras no estén solucionados.
Hay otro problema importante que acaban de someter a mi atención. Es evidente que no han vigilado debidamente las presiones y tensiones del tejido espacial. Hemos detectado una grieta temporal cercana a la periferia de una de sus galaxias. Al presente es pequeña, pero podría ampliarse. Sugiero que tome inmediatas medidas al respecto, antes de verse forzado a reconstruir una o dos galaxias.
En uno de los planetas afectados por la grieta hay ya un habitante afectado; ha quedado atrapado en la grieta, y eso se debe exclusivamente a su descuido. No deje usted de corregir ese defecto antes de que ese hombre salga de su secuencia cronológica normal, creando paradojas a diestra y siniestra. Si fuera necesario, puede ponerse en contacto con él.
Además, he sabido que en algunos de esos planetas hay fenómenos inexplicables, tales como cerdos voladores, montañas móviles, fantasmas y otros, todos ellos enumerados en la hoja de quejas. No podemos permitirlo Carienomen. En las galaxias creadas las paradojas están estrictamente prohibidas, dado que en una paradoja es inevitablemente precursora del Caos.
Espero que se ocupe usted de esa grieta a la brevedad posible. No sé si el individuo afectado ya se ha percatado de ello.
Miglese
Adjunto:
1 hoja de quejas.
Kay Masrin colocó en la maleta la última blusa y la cerró con ayuda de su esposo.
—Listo —dijo Jack Masrin, alzando la abultada maleta—. Despídete de esta casona.
Ambos recorrieron con la mirada el cuarto amoblado donde pasaran el último año.
—¡Adiós, casona! —dijo Kay—. No perdamos el tren.
—Tenemos mucho tiempo —replicó Masrin, dirigiéndose hacia la puerta—. ¿Nos despedimos del Hombre Feliz?
Así llamaban al señor Harf, el patrón, debido a que sonreía una vez por mes, cuando le pagaban el alquiler. Naturalmente, sus labios retomaban inmediatamente la rígida línea habitual.
—¿Para qué? —protestó Kay, alisándose el traje sastre—. Podría desearnos buena suerte, y vaya uno a saber qué pasaría entonces.
—Tienes mucha razón —dijo Masrin—. No es cosa de comenzar una nueva vida con las bendiciones del Hombre Feliz. Prefiero que me maldiga la Bruja de Endor.
Y se encaminó hacia las escaleras, seguido por Kay. Miró el primer descansillo, empezó a bajar el primer escalón y se detuvo bruscamente.
—¿Qué pasa? —preguntó Kay.
—¿No olvidamos nada? —inquirió Masrin, frunciendo el ceño.
—Ya revisé todos los cajones y miré debajo de la cama. Vamos o llegaremos tarde.
Masrin volvió a mirar hacia abajo. Algo le preocupaba.
Buscó rápidamente la fuente de esa molestia. Claro, casi no tenían dinero, pero eso nunca les había preocupado hasta entonces. Después de trabajar todo un año en una librería, al fin había conseguido una cátedra, aunque fuera de Iowa. Eso era lo importante. Todo saldría bien. ¿Por qué preocuparse?
Bajó un peldaño y volvió a detenerse. La sensación se hacía más fuerte. Había algo que no podía hacer. Se volvió para mirar a Kay.
—¿Tanto te duele marchar? —preguntó ella—. Si no nos damos prisa, el Hombre Feliz nos cobrará otro mes de alquiler. Y no tenemos con qué pagárselo.
Masrin seguía dudando. Kay pasó junto a él y bajó trotando hasta el descansillo.
—¿Ves? —le dijo desde allí—. Es fácil. Vamos. Ven con mamá.
Masrin murmuró un par de maldiciones ahogadas y empezó a bajar. La sensación se hacía cada vez más fuerte. Llegó al octavo peldaño y…
Estaba en una llanura cubierta de hierba. La transición fue así de súbita.
Ahogó una exclamación, parpadeando. Aún tenía la maleta en la mano. Pero ¿dónde estaba la casa? ¿Dónde estaba Kay? ¿Y dónde Nueva York, ya que de eso se trataba?
Hacia la distancia se veía una pequeña montaña azul. En las cercanías, un grupo de árboles. Y frente a ese grupo había diez o doce hombres.
Masrin se sentía como si estuviera soñando. Notó como con pereza que los hombres eran bajos, morenos y musculosos. Vestían taparrabos y llevaban mazos muy bien pulidos y de hermoso tallado. Lo miraban atentamente, y Masrin comprendió que todo dependía de quién reaccionara primero.
Por último uno de ellos soltó un gruñido; todos echar a andar hacia él.
Un mazo golpeó la maleta.
Ante eso, el aturdimiento se disipó. Masrin se volvió, arrojó la maleta y se lanzó en una carrera de galgo. Un mazo al golpear contra su espalda, estuvo a punto de arrojarlo suelo. Buscó el refugio en una pequeña colina que tenía a frente, mientras las flechas llovían en torno a él.
Cuando hubo trepado un par de metros vio que esta otra vez en Nueva York.
Estaba en lo alto de la escalera; en mitad de un paso antes de que pudiera detener el movimiento chocó contra una pared. Kay, desde el primer descansillo, miraba hacia arriba. Lanzó un grito ahogado al verlo, pero no dijo nada.
Masrin paseó la mirada entre las lóbregas paredes de color malva y su esposa.
Ya no había salvajes.
—¿Qué ocurrió? —susurró Kay, muy pálida, subiendo las escaleras.
—¿Qué viste? —preguntó Masrin.
No había tenido oportunidad de sentir todo el impacto de lo que ocurriera. La cabeza le bullía de ideas, teorías, conclusiones.
Kay vaciló, mordiéndose el labio inferior.
—Bajaste un par de peldaños y desapareciste —dijo—. No te vi más. Me quedé aquí, mirando sin verte. De pronto oí un y allí estabas de nuevo, en la escalera, corriendo. Volvieron hacia el dormitorio y abrieron la puerta. Kay se sentó en seguida en la casa, mientras Masrin caminaba de aquí para allá, conteniendo el aliento. Las ideas seguían afluyendo a su cerebro, y no era fácil ordenarlas.
—No querrás creerme —dijo.
—¿Seguro? ¡Haz la prueba!
Él le contó lo de los salvajes.
—Si me dijeras que estuviste en Marte —replicó Kay— te lo creería. ¡Te vi desaparecer!
—¡Mi maleta! —exclamó súbitamente Masrin, al recordar que la había dejado caer.
—Olvídate de ella.
—Tengo que ir a buscarla —dijo Masrin.
—¡No!
—Sí, tengo que ir. Mira, querida, lo que ha ocurrido está bastante claro. He cruzado alguna grieta cronológica que me envió de regreso al pasado. Debo haber aterrizado en la época prehistórica, a juzgar por el comité de recepción que salió a mi encuentro. Tengo que volver a buscar esa maleta.
—¿Por qué? —preguntó Kay.
—Porque no puedo permitir que se produzca una paradoja.
Masrin ni siquiera habría podido decir cómo sabía eso. Su egoísmo normal le salvó de preguntarse cómo había surgido esa idea en su mente.
—Mira —explicó—, mi maleta aterriza en el pasado. Allí tengo una máquina de afeitar eléctrica, unos pantalones con cierres de cremallera, un cepillo de plástico, una camisa de nylon y una docena de libros, algunos publicados en 1951. Hasta tengo allí guardado un ejemplar de «Modos occidentales», de Ettison, que trata sobre la civilización occidental desde 1490 hasta nuestros días.
»El contenido de esa maleta podría dar a esos salvajes el ímpetu necesario como para cambiar su propia historia, supón que parte de ese material llegara a manos de los europeos una vez descubierta América. ¿Cómo afectaría todo eso al tiempo presente?
—No lo sé —dijo Kay—. Y tú tampoco.
—Claro que lo sé —replicó Masrin.
Todo estaba tan claro como un cristal. No era posible que ella no pudiera seguir su lógica.
—Te lo explicaré. Las minucias son las que hacen la historia. El presente está compuesto de un infinito número de factores infinitesimales, que dieron forma y color al pasado. Si agregas otro factor a lo pasado, obtendrás en el presente otro resultado. Pero el presente es como es, inalterable. Y así nos vemos frente a una paradoja. ¡Y no puede haber paradojas!
—¿Por qué? —preguntó Kay.
Masrin arrugó el ceño. Para ser una muchacha tan inteligente, parecía seguirlo con demasiada dificultad.
—Mira, cree lo que te digo. En un universo lógico, la paradoja no tiene cabida.
¿Por qué no tenía cabida? Masrin sabía la respuesta.
—A mi modo de ver, tiene que haber un principio regulador en el universo. Todas nuestras leyes naturales son expresiones de ella. Este principio no tolera la paradoja porque… porque…
La respuesta tenía algo que ver con eliminar el Caos fundamental, pero no sabía por qué.
—De cualquier modo —concluyó—, este principio no puede permitir la paradoja.
—¿De dónde sacaste esa idea? —preguntó Kay, puesto que nunca había oído hablar así a Jack.
—Hace tiempo que la tengo —respondió Masrin con toda sinceridad—. Nunca se presentó la oportunidad de hablar sobre esto. De cualquier modo, volveré por mi maleta.
Y se dirigió otra vez a la escalera, seguido por Kay.
—Lástima que no pueda traerte algún recuerdo —dijo alegremente—. Por desgracia, eso también originaría una paradoja. Cada cosa del pasado ha jugado un papel en la formación del presente. Si quitas algo, es como quitar una incógnita en una ecuación. El resultado no será el mismo.
Empezó a bajar la escalera. En el octavo escalón volvió a desaparecer.
Estaba otra vez en la América prehistórica. A pocos metros, los salvajes se habían reunido en torno a su maleta. Por suerte no la habían abierto aún. La maleta en sí era ya un artículo bastante paradójico, pero su aparición, al igual que la de Masrin, podría confundirse entre los mitos y las leyendas. El tiempo tenía cierta flexibilidad.
Masrim observó a los salvajes. ¿Serían antecesores de los indios o alguna raza distinta, desaparecida más tarde? ¿Lo consideraban enemigo o alguna variedad de espíritu maligno?
Se lanzó contra los salvajes, empujando a dos de ellos, y se apoderó de la maleta. Después volvió corriendo hacia el punto de partida, en torno a la pequeña colina. Se detuvo.
Estaba todavía en el pasado.
¿Dónde Caos estaba ese agujero cronológico? Al preguntárselo, Masrin no reparó siguiera en lo extraño del juramento que acababa de lanzar. Los salvajes venían ya tras él, circunvalando también la colina. Masrin estuvo a punto de captar la respuesta, pero la perdió al ver que una flecha pasaba a su lado. Avanzó a saltos, tratando de que la colina se interpusiera entre él y los indios. Mientras corría a toda la velocidad que le permitían las largas piernas, un mazo rebotó tras él.
¿Dónde estaba ese agujero cronológico? ¿Y si se hubiera desplazado? Siguió huyendo, con el rostro empapado de sudor. Un mazo le rozó el costado. Tomó la curva de la colina, buscando desesperadamente un refugio.
Tres fornidos salvajes venían tras él.
Masrin cayó bajo el impacto de los mazos, y los tres tropezaron con él. Al ver que se aproximaban otros se levantó de un salto.
¡Arriba! El pensamiento surgió de pronto, abriéndose paso a través de su temor. ¡Arriba!
Se lanzó colina arriba, seguro de que no lograría llegar vivo a la cumbre.
Y de pronto se encontró en la casa, con la maleta en la mano.
—¿Estás herido, tesoro? —preguntó Kay, abrazándolo—. ¿Qué ocurrió?
Masrin hilvanó un solo pensamiento racional: no sabía de ninguno tribu prehistórica que tallase los mazos como esos nativos. Era un arte casi único: habría sido magnífico poder llevar una de esas armas a un museo.
Miró desesperadamente las paredes de color malva, como si temiera que los salvajes le hubiesen seguido. Tal vez la maleta estaba llena de hombrecitos. Luchó por recobrar el control de sí mismo. La parte pensante de su mente le indicó que no debía alarmarse; las grietas en el tiempo eran factibles; él había quedado atrapado en una de ellas. Todo era lógico. No tenía más que…
Pero otra parte de su mente no tenía el menor interés en la lógica: contemplaba aturdida la imposibilidad de todo aquello, sin influenciarse por ningún argumento racional. Esa parte sabía que era posible y qué no: y esto no lo era.
Masrim se desmayó con un grito.
A: CENTRO Oficina 41
ATENCIÓN: Subinspector Miglese
DE: Contratista Carienomen
REFERENCIA: Metagalaxia ATTALA
Estimado señor:
Considero que su actitud no es justa. Es cierto que he empleado ciertas ideas nuevas en la construcción de esta metagalaxia, permitiéndome la libertad del arte. Nunca pensé que me vería acosado por el estatismo de un CENTRO reaccionario.
Puede usted creerme: tengo tanto interés como usted en esta gran tarea nuestra de suprimir el Caos fundamental. Pero al hacerlo no debemos sacrificar nuestros valores.
Adjunto un informe para mi defensa en cuanto al empleo del desplazamiento rojo y otro sobre las ventajas logradas al utilizar un pequeño porcentaje de átomos inestables con fines de iluminación y energía.
En cuanto a la grieta cronológica, ha sido sólo un pequeño error en el flujo de la duración y no tiene nada que ver con el tejido del espacio, el cual puedo asegurarle que es de primera calidad.
Tal como usted lo señalara, hay un individuo afectado por la grieta, y eso dificulta un poco las tareas de reparación. Me he puesto en contacto con él (indirectamente, como es de suponer) y he logrado hacerle comprender, hasta cierto punto, el papel que cumple.
En el caso de que esta persona no perturbe demasiado la grieta cronológica con sus viajes en el tiempo, no tendré mayores dificultades en sellarla. Sin embargo no sé si este procedimiento será posible, pues mi relación con él es bastante confusa; además tiene a su alrededor varias influencias poderosas que le aconsejan moverse.
Naturalmente, se podría practicar una extracción. En último caso me veré obligado a hacerlo. En realidad, si el problema se complica tendré que extraer todo el planeta. Confío en que no será necesario, pues eso requeriría limpiar todo ese sector del espacio, donde hay también observadores locales. Y eso, a su vez, llevaría a reconstruir toda la galaxia.
De cualquier modo, confío tener el problema solucionado a la mayor brevedad.
La deformación en el centro metagaláctico se debió a que algunos trabajadores dejaron abierta una unidad de distribución, que ya ha sido cerrada. En cuanto a los fenómenos tales como montañas caminantes, etcétera, los estamos solucionando de la manera habitual.
Queda pendiente el pago de mi trabajo.
Respetuosamente,
Carienomen
Adjunto:
1 informe, 5541 páginas, Desplazamiento Rojo.
1 informe, 7689 páginas, Átomos Inestables.
A: Talleres de Construcción
334132, Extensión 12
ATENCIÓN: Contratista Carienomen.
DE: Subinspector Miglese.
REFERENCIA: Metagalaxia ATTALA
Carienomen:
Se le pagará una vez que pueda presentar un trabajo decentemente concluido. Leeré sus informes cuando pueda y siempre que disponga de tiempo. Ocúpese de la grieta antes de que abra un agujero en el tejido del espacio.
Miglese
Masrin recobró los sentidos media hora después. Kay le puso una compresa sobre el cardenal purpúreo que tenía en el brazo. Echó a andar por la habitación, ya en completa posesión de sus facultades, mientras las ideas volvían a él.
—Abajo está el pasado —dijo, en parte para Kay y en parte para sí. No es exactamente «abajo», pero parece que cuando me muevo en esa dirección paso por el agujero en el tiempo. Es un caso de dimensionalidad conjunta desplazada.
—¿Y eso qué significa? —preguntó Kay, mirándolo con los ojos dilatados.
—Es como te digo: no puedo bajar.
No podía explicárselo mejor. Carecía de palabras para expresar esos conceptos.
—¿Puedes subir? —preguntó Kay, completamente confundida.
—No lo sé. Supongo que si subiera entraría al futuro.
—¡Oh, no lo soporto más! —protestó Kay—. ¿Qué te ha ocurrido? ¿Cómo vas a salir de aquí? ¿Cómo bajarás esa condenada maleta?
—¿Todavía están aquí? —graznó el señor Harf, del otro lado de la puerta. Masrin fue a abrirle.
—Creo que nos quedaremos por un tiempo más —le dijo.
—Nada de eso. Ya tengo el cuarto alquilado.
El Hombre Feliz era bajo y huesudo, de cráneo estrecho y labios tan delgados como el hilo de una telaraña. Avanzó hacia el interior del cuarto e inspeccionó la propiedad en busca de daños. En la idiosincrasia del señor Harf figuraba la creencia de que las mejores personas eran capaces de cometer los peores delitos.
—¿Cuándo llegan los nuevos inquilinos? —preguntó Masrin.
—Esta tarde. Quiero que ustedes se vayan antes de que ellos lleguen.
—¿No podríamos llegar a un arreglo? —sugirió Masrin.
Comprendía que la situación era imposible. No podía bajar las escaleras. Si Harf lo obligaba a marcharse caería en la Nueva York prehistórica, donde lo estarían aguardando con ansia. ¡Además, estaba el terrible problema de las paradojas!
—Me siento mal —dijo Kay con voz débil—. Todavía no puedo irme.
—¿Qué tiene? —preguntó Harf, echando en su torno una mirada suspicaz, como si temiera ver síntomas de peste bubónica—. Si se siente mal, llamaré una ambulancia.
Masrin intervino:
Estoy dispuesto a pagarle el alquiler doble si nos permite quedarnos un poco más.
Harf se rascó la cabeza y lo miró fijamente. Se limpió la nariz con el dorso de la mano. Por último dijo:
—¿Dónde está el dinero?
Masrin recordó entonces que le quedaban sólo diez dólares y los pasajes del tren. Kay y él tenían que pedir un anticipo en cuanto llegaran a la facultad.
—No tiene un centavo —dijo Harf—. ¿No le habían dado un puesto en una escuela?
—Así es —dijo Kay con firmeza.
—En ese caso, ¿por qué no se van hacia allá y me dejan el cuarto libre?
Los Masrim guardaron silencio.
—Muy sospechoso —observó Harf, lanzándoles una mirada penetrante—. Si no se van antes del mediodía llamaré a la policía.
—Un momento —indicó Masrin—. El alquiler de hoy está pagado, el cuarto es nuestro hasta medianoche.
Harf los miró fijamente y volvió a secarse la nariz, pensativo.
—Pero ni un minuto más dijo, y salió del cuarto con un portazo.
En cuanto Harf se hubo ido, Kay corrió a cerrar la puerta.
—Oye, querido —propuso—, ¿porqué no llamas a algún científico y le explicas lo que pasa? Estoy segura de que podrán encontrar alguna solución hasta… ¿Cuánto tiempo tendremos que quedarnos aquí?
—Hasta que reparen la grieta —respondió Masrin—. Pero no podemos contárselo a nadie, y menos a los científicos.
—¿Por qué no?
—Ya te lo he dicho: lo más importante es evitar que se produzca una paradoja. Eso significa que no debo meter la mano ni en el pasado ni en el futuro. ¿De acuerdo?
—Si tú lo dices.
—¿Qué pasará si llamamos a un equipo de científicos? Se mostrarán escépticos, naturalmente, y querrán «ver» cómo desaparezco. Lo hago. Entonces traen unos cuantos colegas para que lo vean también. Mientras tanto, no hay prueba alguna de que yo haya ido al pasado. Lo único que saben es que saben cuando bajo la escalera desaparezco. Llaman a los fotógrafos para asegurarse de que no se trata de mera sugestión por hipnotismo. Después piden pruebas. Quieren que traiga un cráneo o alguno de esos mazos tallados. Se enteran los periódicos. Es inevitable que en algún momento se produzca una paradoja. ¿Y sabes qué pasa entonces?
—No, y tú tampoco.
—Yo sí —corrigió Masrin con firmeza—. Una vez que se produce una paradoja, el agente (o sea el hombre que la provocó) desaparece. Para bien de todos. Y pasa a los registros como otro misterio sin solución. Es la forma más sencilla de resolver una paradoja: deshaciéndose del elemento paradójico.
—Si crees que eso te pondría en peligro, no llamaremos a los científicos, por supuesto —dijo Kay—. Pero me gustaría saber adónde quieres llegar. No comprendo una palabra de lo que has dicho.
Se dirigió a la ventana para mirar hacia fuera. Allí estaba Nueva York; más allá, en algún lugar, estaba Iowa; hacia allá deberían ir en esos momentos. Echó una mirada a su reloj y comprobó que ya habían perdido el tren.
—Telefonea a la facultad —indicó Masrin—. Diles que llegaré con unos días de demora.
—¿Unos días? —preguntó Kay—. ¿Cómo piensas salir de aquí?
—¡Oh, el agujero en el tiempo no es cosa permanente! —exclamó Masrin, confiado—. Pronto se cerrará, siempre que yo no lo esté cruzando a cada instante.
—Pero sólo podemos quedarnos hasta medianoche. ¿Qué pasará entonces? No hago más que hacerme esta pregunta.
—No lo sé —dijo Masrin—. Sólo nos queda rogar que para entonces esté arreglado.
A: CENTRO Oficina 41
ATENCIÓN: Subinspector Miglese
DE: Contratista Carienomen
REFERENCIA: Metagalaxia MORSTT
Estimado señor:
Adjunto mi licitación por la construcción de la nueva metagalaxia en la región codificada MORSTT. Si está usted al tanto de las conversaciones en el mundo artístico, sabrá que mi trabajo con átomos inestables en la Metagalaxia ATTALA ha sido proclamada «el primer gran avance en la ingeniería creativa desde la invención del flujo cronológico variable». Para su información adjunto varias revistas a través de las cuales podrá usted apreciar los muchos comentarios favorables que ha despertado mi arte.
Ya hemos corregido casi todas las contradicciones existentes en la metagalaxia ATTALA; me permito recordarle, por tanto que se trataba de contradicciones naturales. Actualmente sigo trabajando con el hombre afectado por la grieta cronológica. Se muestra bastante dispuesto a cooperar, al menos hasta donde le es posible, dadas las diversas influencias que lo rodean.
A la techa he fusionado los bordes de la grieta y estoy dejando que fragüe. Confío en que el individuo permanezca inmóvil, pues no quisiera extraer nada ni nadie. Después de todo, cada persona, cada planeta, cada sistema estelar, por pequeño que sea, forma parte integral de mi esquema metagaláctico; al menos, desde el punto de vista artístico.
Aguardamos con gusto su nueva inspección. Le ruego tomar nota de las configuraciones galácticas en torno al centro metagaláctico. Son de una belleza tal que uno quisiera conservar eternamente esas imágenes.
Le agradeceré considere mi licitación para el proyecto de la Metagalaxia MORSTT a la luz de mis logros pasados.
Sigue pendiente de pago la Metagalaxia ATTALA.
Respetuosamente,
Adjunto:
1 licitación por el proyecto de la metagalaxia MORSTT
3 artículos sobre la metagalaxia ATTALA
—Ya son las once y cuarenta y cinco —dijo Kay, nerviosa—. ¿Crees que ya podremos irnos, querido?
—Aguardemos unos minutos más —replicó Masrin.
Desde allí se oían los pasos de Harf en lo alto de la espalera, mientras esperaba sonaran las doce.
Masrin contempló el paso de los segundos en su reloj. A las doce menos cinco decidió que sería mejor hacer la prueba. Si entonces el agujero no estaba arreglado, cinco minutos más o menos no solucionarían nada.
Puso la maleta sobre el tocador y acercó una silla.
—¿Qué haces? —preguntó Kay.
—No me gusta la idea de bajar por esas escaleras en plena noche —respondió él—. Ya es bastante difícil jugar con esos preindios a la luz del día. Trataré en cambio de subir.
Su esposa lo miró entre las pestañas, con cara de pensar: «Ya veo que estás al borde del colapso».
—No es la escalera la que provoca esto —explicó Masrin—. Es la acción de subir o de bajar. La distancia crítica parece ser un metro y medio.
Kay lo observó cruzando y descruzando los dedos con movimientos nerviosos. Masrin trepó a la silla y apoyó un pie en el tocador; después el otro; por último se irguió.
—Hasta aquí voy bien —dijo, vacilando levemente—. Subiré un poquito más. Trepó a la maleta.
Y desapareció.
Era de día y estaba en una ciudad. Pero esa ciudad no parecía Nueva York. Era tan hermosa que quitaba el aliento, tan hermosa que Masrin no se atrevió a respirar por temor a perturbar tan adorable fragilidad.
Había allí edificios y torres sutiles. Y gente. ¡Pero qué gente! Masrin dejó escapar el aliento con un suspiro.
La gente era de piel azulada. La luz era verde. Provenía de un sol teñido de verde.
Masrin aspiró una bocanada de aire y se sintió asfixiado. Volvió a aspirar, casi tambaleándose. ¡Allí no había aire! Al menos, aire respirable. Trató de dar un paso atrás y…
Aterrizó, convulso y retorciéndose, en el suelo de su habitación.
Tras algunos instantes pudo volver a respirar. Al oír que Harf llamaba a la puerta con fuertes golpes se puso de pie a duras penas y trató de pensar en una salida. Conocía a Harf; él tanteaba la Mafia. Si no se marchaban de inmediato, acabaría por llamar a la policía. Y eso, en último término, equivaldría a…
—Escucha —dijo a Kay—. Tengo una idea.
La garganta le ardía aún por haber respirado la atmósfera del futuro. Sin embargo no había por qué sorprenderse. Aquél era un futuro muy lejano. Seguramente la composición de la atmósfera terrestre había cambiado gradualmente, permitiendo que la gente se adaptara a ella. Pero para él resultaba ponzoñosa.
—Quedan dos posibilidades —dijo a Kay—: una, que bajo ese estrato prehistórico sea sólo una discontinuidad pasajera. Que debajo de él esté otra ve/ la Nueva York de nuestros días. ¿Me sigues?
—No.
—Trataré de bajar más allá de ese estrato prehistórico. Tal vez logre llegar a la planta baja. De cualquier modo no podrá pasar algo peor.
Kay trató de encontrar alguna lógica en el hecho de recorrer varios miles de años para cruzar tres metros, pero no dijo nada. Se limitó a seguir a Masrin, que había abierto la puerta y se dirigía a la escalera.
—Deséame suerte —dijo.
—Nada de suerte —dijo el señor Harf desde el rellano—. Váyase de una vez. Masrin se lanzó escalera abajo.
En la Nueva York prehistórica era aún la mañana. Los salvajes seguían esperándole. Masrin calculó que habría pasado sólo media hora desde su última visita, pero no tuvo tiempo de preguntarse cómo era posible.
Los tomó por sorpresa, cosa que le permitió recorrer diez metros antes de que lo vieran. Al cabo corrieron tras él. Masrin buscó una depresión. Tendría que bajar un metro y medio para salir de allí.
Pronto encontró un pozo y se lanzó dentro.
Se halló en medio del agua, bajo la superficie. La presión era terrible y no llegaba a ver la luz del sol. Debía haber pasado a una época en la que esa parte del continente estuvo bajo el Atlántico.
Pataleó furiosamente; los tímpanos parecían estar a punto de estallarle.
Al acercarse a la superficie se encontró de nuevo en la llanura, chorreando agua.
Los salvajes no resistieron más. Al verlo materializarse frente a ellos lanzaron un chillido de horror y huyeron a todo correr, Ese espíritu de las aguas era demasiado poderoso como para luchar contra él.
Masrin, fatigado, volvió a trepar la colina y se encontró en la casa.
Kay lo miraba fijamente. Harf estaba boquiabierto.
—Señor Harf —dijo Masrin, con una débil sonrisa—, ¿quiere venir a mi cuarto? Hay algo que quisiera decirle.
DE CENTRO: Oficina 41
ATENCIÓN: Subinspector Miglese
DE: Contratista Carienomen
REFERENCIA: Metagalaxia MORSTT
Estimado señor:
No logro comprender su respuesta a mi licitación por la construcción de la metagalaxia MORSTT. Más aún, no creo que la obscenidad tenga cabida dentro de una carta comercial.
Si se ha tomado usted el trabajo de inspeccionar mis últimos trabajos en ATTALA, habrá visto que es definitivamente una bella obra; representa un gran avance en nuestra tarea de contener el Caos fundamental.
El único detalle que resta es el del hombre afectado. Mucho temo que me será necesario extraer. La grieta estaba soldándose muy bien cuando él volvió a irrumpir por ella, rasgándola más que nunca. Aún no se han producido paradojas, pero preveo que pronto se presentará una.
A menos que él pueda controlar su ambiente inmediato y en un tiempo muy breve, tendré que tomar el paso necesario, puesto que no se permiten las paradojas.
Considero mi deber solicitarle reconsidere mi licitación con respecto al proyecto de la metagalaxia MORSTT.
Le ruego me disculpe por llamarle la atención sobre este olvido, pero aún está pendiente el pago por la metagalaxia ATTALA.
Respetuosamente.
—Esa es la verdad, señor Harf —dijo Masrin, una hora después—. Ya sé que parece muy extraño, pero usted mismo me ha visto desaparecer.
—Así es —replicó Harf.
Masrin fue el baño para colgar sus ropas mojadas.
—Sí —prosiguió Harf—, creo que usted desapareció.
—No lo ponga en duda.
—¿Y no quiere que los científicos sepan de sus tratos con el demonio?
—¡No! Ya le expliqué lo que ocurre con las paradojas y…
—Veamos —dijo Harf, frotándose vigorosamente la nariz—. Esos mazos tallados que usted mencionó, ¿no serían de valor para un museo? Usted dijo que eran únicos.
—¿Cómo? —preguntó Masrin, saliendo del baño—. Escuche, no puedo tocar nada allí. Daría como resultado una…
—Por supuesto —dijo Harf—. También podríamos llamar a algunos periodistas. Y a algunos científicos. Eso me dejaría un buen montón de dinero.
—¡Nada de eso! —replicó Kay, recordando tan sólo que su esposo había anunciado algo malo si eso ocurría.
—Sea razonable —dijo Harf—. Sólo quiero uno o dos mazos. Eso no causará el menor problema. Usted podría preguntarle a su demonio…
—Aquí no hay ningún demonio —corrigió Masrin—. Usted no tiene idea del papel que cualquiera de esos mazos pudo haber cumplido en la historia. Supongamos que me llevo uno, precisamente el que debía matar al hombre capaz de unir a esos salvajes; entonces, a la llegada de los europeos, los indios norteamericanos podrían formar un solo pueblo. ¿Comprende cómo podría cambiar eso…?
—No me venga con ésas —saltó Harf—. ¿Me trae un mozo o no me lo trae?
—Ya se lo he explicado —dijo Masrin, cansado.
—Y no siga con eso de las paradojas. De cualquier modo no le entiendo. Pero repartiremos a medias lo que me den por el mazo.
—No.
—Muy bien. Hasta luego.
Y Harf hizo ademán de dirigirse a la puerta.
—Aguarde.
—¿Sí? —inquirió Harf, con una sonrisa en sus delgadísimos labios.
Masrin revisó los males entre los que debía elegir. Si traía un mazo habría grandes posibilidades de originar una paradoja, anulando todo lo que él había hecho en el pasado. Pero de no hacerlo, Harf llamaría a los periódicos y a los científicos. Para descubrir si Harf decía o no la verdad, no tenían más que llevarlo escaleras abajo; de cualquier modo, la policía lo haría también. Él desaparecería, y entonces…
Cuantas más personas se vieran involucradas en ese asunto, más peligro había de ocasionar una paradoja. Y eso llevaría quizás a la extracción de la Tierra entera. Aun sin saber por qué, Masrin estaba seguro de eso. Estaba perdido, de un modo u otro. La alternativa más sencilla parecía serla de traer el mazo.
—Lo traeré —dijo.
Y se encaminó hacia la escalera, seguido por Kay y Harf. Kay le sujetó por la mano.
—No lo hagas —dijo.
—No puedo evitarlo.
Por un momento pensó en matar a Harf, pero con eso no ganaría más que la silla eléctrica. Quedaba la posibilidad de matar a Harf y llevar su cadáver hasta el pasado para enterrarlo allí.
De Cualquier modo, un cadáver del siglo XX sepultado en la América prehistórica constituía otra paradoja. ¿Qué pasaría si los arqueólogos lo descubrían?
Además, el asesinato no entraba en su temperamento. Besó a su esposa y bajó los primeros peldaños.
Esta vez no había ningún salvaje a la vista; sin embargo, Masrin creyó sentir sus miradas fijas sobre él. Encontró dos mazos en el suelo, los mismos que le habían golpeado, y supuso que los habrían declarado tabú. Recogió uno de ellos, temiendo que otro se le estrellara contra el cráneo en cualquier momento. Pero en la llanura reinaba el silencio.
—¡Eso es! —dijo Harf—. ¡Deme!
Masrin le entregó el mazo. Después se acercó a Kay la abrazó por la cintura. Acababa de originar una paradoja, con tanta certeza como si hubiese matado a su tatarabuelo antes de nacer.
—Es una belleza —exclamó Harf, admirando el mazo a la luz de la lámpara—. Con esto ha pagado su alquiler hasta fin de mes.
El mazo desapareció de su mano.
Harf desapareció también.
Kay se desmayó.
Masrin la llevó hasta la cama y le echó agua en la cara.
—¿Qué pasó? —preguntó ella.
—No lo sé —respondió Masrin, súbitamente confundido por todo aquello—. Sólo sé que debemos permanecer aquí por lo menos durante dos semanas. Aunque tengamos que comer habichuelas.
A: CENTRO
Oficina: 41
ATENCIÓN: Subinspector Miglese
DE: Contratista Carienomen Referencia:
Metagalaxia MORSTT.
Señor:
Su ofrecimiento de concedernos la reparación de estrellas dañadas es un insulto para mí y para mi compañía. Lo rechazamos definitivamente. Permítame recordarle los trabajos que hemos efectuado hasta ahora, según lo detallado en el folleto adjunto. No creo que sea posible ofrecer trabajo tan deleznable a una de las mayores compañías de CENTRO.
Insisto en mi licitación para realizar las obras de la nueva metagalaxia MORSTT.
En cuanto a la metagalaxia ATTALA, el trabajo ha sido concluido; no se podrá hallar una obra mejor terminada en este sector del Caos. Es una verdadera maravilla.
El hombre afectado ha dejado de estarlo. Me vi obligado a extraer. Sin embargo no extraje al hombre en sí, sino a una de las influencias externas que actuaban sobre él. Ahora puede desarrollarse normalmente.
Usted mismo admitirá que ha sido una buena solución, dotada del ingenio que caracteriza a todas mis actuaciones. Mi punto de vista fue: ¿por qué extraer a un hombre bueno, cuando se lo puede salvar arrancando a otro que está pervertido?
Nuevamente espero con agrado su inspección, y solicito su reconsideración con respecto a la metagalaxia MORSTT.
¡SIGUE PENDIENTE EL PAGO DEL TRABAJO ANTERIOR!
Respetuosamente,
Carienomen
Adjunto:
1 folleto, 9978 páginas.