Cara a cara II

Bien. Tal vez la mirada animal no tenía nada de malo, sobre todo cuando provenía de unos ojos color plata.

¿Qué diablos iba mal conmigo? Al parecer más de lo que todos creían y comenzaba a temer que Lucas tuviera razón. Ser normal no podía ser tan malo.

Inhalé lentamente, reteniendo el aire segundo a segundo.

Los recuerdos no llegaron todos a la vez. Hubiera sido genial, lo admito. Sin embargo solo se trató de un par de imágenes, aunque más que eso eran sensaciones. Era como si hubieran alterado detalles vitales de mis experiencias, dándole un sentido completamente opuesto a mis memorias. La parte buena es que parecían haber vuelto a mí los acontecimientos esenciales. La parte mala es que ya no tenía el recuerdo de una pacífica noche de sábado en mi cama, sino el de mi cuerpo siendo desangrado en plena calle, entre un cúmulo de restos de una vieja construcción.

Contuve la respiración, atónita. No daba crédito a lo que recordaba, mientras, en un acto inocente, me ocultaba bajo las mantas de mi cama. Era absurdo creer que dos centímetros de tela me protegerían de una máquina asesina, pero no era fácil pensar con coherencia cuando lo único que tenías en la cabeza era la imagen de un montón de sangre goteando por tus ropas, formando un charco en tus pies. Bien, pues eso era justamente en lo único que podía pensar, pero eso no era nada en comparación al dolor que secundó a la imagen.

Cerré los ojos, ignorando la carcajada que soltaba mi acompañante. Nathan continuaba a mi lado, al parecer sin intenciones de querer comerme esta noche. Por un instante, tengo que admitir, me planteé la idea de que no era más que un tipo enfermo que me había drogado. Era una excusa bastante razonable, sobretodo porque él continuaba riéndose como si se tratara de la cosa más graciosa del universo.

¿Cómo diablos no había despertado mi mamá con tamaño escándalo?

¡Dios bendito, probablemente la había matado y yo seguía aquí, oculta como una idiota bajo las frazadas, sin poder ayudarla!

—Puedes dejar el drama. Espera un momento ¿Esa morena sexy es tu madre? —Soltó un silbido—. ¡Vaya! Eres todo un caso, ¿lo sabías? Si es así, puedes estar tranquila, está sana y salva. Confía en mí, se veía en muy buen estado cuando llegó hace…—comenzó a hacer tiempo como si le costara recordar, no es que yo necesitara su respuesta para saber que ella había llegado tarde, si es que había llegado. Es decir, era mi madre de quien estábamos hablando después de todo.

Me puse en alerta de golpe cuando lo sentí moverse de mi cama; fue algo suave, típico de un vampiro supongo. Si existen pautas para lidiar con un vampiro, realmente me gustaría saber en dónde las venden para conseguir una copia o, tal vez, bajarla de Internet. Algo así como manual de supervivencia ante una inminente invasión vampírica. He sido fanática del género por menos tiempo del que me gustaría admitir, pero ninguno de los libros mencionaba la parte oscura. Vale, puede que uno que otro lo hiciera, pero siempre resultaba ser el antagonista quien mordía feo.

—Eso es porque no has leído los clásicos, ¿Siquiera has leído Drácula?

Ignoré su comentario, él solo quería asustarme. Quizá si se alimentara de una manera más delicada, el dolor de su mordida sería soportable.

—No lo hará —dijo él, otra vez haciendo honor a su naturaleza impertinente y deteniéndose en la puerta de mi alcoba.

—¿Hacia dónde vas?

—A ningún lado en particular

—¿Entonces?

Exhaló un suspiro.

—Parecías necesitar tiempo a solas.

—¿Qué sabes tú?

—Bastante, desde que puedo leer tu mente…

Me dije a mí misma que responderle solo aumentaría su diversión, porque por enfermo que pareciera, él se la estaba pasando en grande. No había otro modo de explicar la sonrisa en su cara. Era una sonrisa sexy, sádica, cruel, doblemente sexy. Bien, todo eso, pero en uno.

Una jodida bomba para el corazón.

—Bien, sobre eso… ¿Puedes controlarlo?

—Desde luego, de otro modo me volvería loco ¿no te parece?

—Sí —balbuceé, resistiendo las ganas de caminar hasta donde estaba él, observándome con la cabeza descansando contra mi puerta.

—Podrías… ya sabes.

—¿Dejar de meterme en tu cabeza?

—¡Exacto!

—Sí —una pausa—, eventualmente podría —se llevó una mano a su mandíbula, luciendo mortalmente serio—.Pero sería aburrido, así que olvídalo.

—Eres un cerdo.

Nathan hizo una mueca de molestia, pero no dijo nada, a no ser que rodar los ojos fuera algo. Bien, al parecer cerdo era la palabra mágica para quitar de su rostro la sonrisa sardónica.

Cuando finalmente salí de la cama, tenía la mejor de las intenciones; había pensado en dialogar con él, para así llegar a un acuerdo menos arbitrario. No como “ese” acuerdo al que tanto se refería él, sino uno mejor, más sensato, sobre todo uno que yo pudiera recordar haber aceptado. Salvo que cuando mi pie tocó la alfombra de mi cuarto ya no tenía recuerdos falsos que protegieran mi salud emocional y lo cierto es que saber la verdad era jodidamente malo y a la vez, vergonzoso porque ya no traía la ropa de la escuela.

Oh mierda, ¿Nathan me había desnudado?

—¿No crees que vamos un poco rápido? —le espeté, esperando que saliera con algún comentario mordaz que me dejara fuera de combate. Honestamente, lo estaba deseando, en cambio todo lo que dijo fue.

—No lo creo.

—¿Crees en algo? —pregunté sarcásticamente. Solo quería ganar tiempo para aplacar mi nerviosismo. Cuando tienes frente a ti al objeto de tus fantasías, todas las cosas que pensaste te gustaría hacer y decir parecen ser inútiles. Yo alucinaba con secuestrar a Robert Paterson o Ian Somerhot y ahora estoy aquí, prácticamente secuestrada en mi propio cuarto con una copia mejorada de ambos, y sin lograr llegar a nada. A nada parecido a mis fantasías al menos.

—Desde luego, creo en mí —su respuesta no me incomodó tanto como su rostro prácticamente tocando al mío. Jesucristo, este tipo no conocía el significado del espacio íntimo personal.

—¿Sabes al menos el significado de la humildad?

—Por supuesto, es algo así como el premio de consuelo para los feos, fracasados, conformistas, entre otros perdedores ¿no?

—Eres…

—Toma un respiro, estoy bromeando.

No era cierto, al menos no en la primera parte.

—¿Qué paso con mi ropa?

Tan solo se encogió de hombros antes de admitir que la había tirado.

—No sé cómo lo harás tú, pero en mi caso las cosas cuestan dinero.

—No eres nada divertida.

Lo miré con perplejidad.

—¿En serio? Primero, no soy un maldito payaso y segundo, quién puede ser divertido si es acosado por un vampiro o bestia sobrenatural que te hace una lobotomía jaquecosa, después de casi desgarrarte el cuello a mordiscos.

Dije levantando la voz. El nerviosismo de la que había sido presa momentos antes, se había ido a la mierda.

—Baja la voz, no querrás despertar a tu madre.

—No está.

Nathan vaciló por un instante antes de decir:

—¿Cómo lo sabes?

Hay cosas que no quieres admitir ante nadie, ni siquiera frente a un vampiro súper sexy que puede leer tu mente y esta era una de esas cosas.

Él no tenía por qué saber sobre mis complejos familiares.

—Porque de otro modo no te hubieras reído tan fuerte.

—Sabes Mica —pronunció las palabras muy cerca de mi rostro, logrando que mi estómago comenzara a revolverse. Cubrí mis piernas desnudas con la colcha, deseando haber aprovechado el tiempo a solas que Nate me había ofrecido momentos antes—, no sabes mentir.

Me eché a reír sin poder evitarlo, mientras sentía su mano revolver mi cabello.

—No estés triste, no te voy a comer —murmuró, insinuando una sonrisa.

—Honestamente, no es nada halagador que me hables así.

—¿Cómo? —me preguntó, alejándose.

—Justo como lo haces ahora, tan… —dudé, cuando me miraba de ese modo, era jodidamente difícil que mi cerebro y lengua conectaran—, tan… ya sabes, condescendiente. Como si me estuvieras haciendo un maldito favor al no comerme.

—¿Acaso no lo estoy haciendo? —contestó amablemente, pero no mordí el anzuelo y respondí sabiendo que me iba a terminar tragando las palabras tarde o temprano, aunque esperaba que fuera más tarde.

—¡Desde luego que no! ¿De verdad crees qué me voy a quedar así tan campante, mientras tú te das vida de romano bulímico a mi costa?

—Pensé que tú y yo teníamos un trato.

Otra vez el maldito trato

—¿En el que me chupas la sangre hasta secarme?

—¡Desde luego! ¿Qué pensabas?, ¿qué te haría toda clase de favores sexuales mientras tú rogabas por ser convertida?

No pude rebatirlo…

—Por todos los cielos, qué mierda has estado leyendo todo este tiempo, ¿Ocaso?

—Ahora estoy leyendo Conversaciones con un Inmortal de Ann Rose — dije. Sabía de sobra que no todos opinaban lo mismo que yo sobre Ocaso y ya me habían hecho suficiente bullying por eso. No pensaba darle el gusto a un vampiro sádico, también.

Nathan puso sus ojos en blanco y se estiró sobre mi cama, lucía bastante humano haciendo eso, exceptuando los colmillos que sobresalían de su boca, claro.

—Solo para que te quede claro, soy heterosexual y jamás, en todos mis años, he conocido un maldito vampiro virgen. Además, a partir de hoy vas a mantener tu nariz alejada de tanta fantasía.

—¿Y si no quiero? No recuerdo haber firmado ningún contrato, ¿o sí?

—La sangre, firmaste con tu sangre. Ok, da igual, de todas formas no es que tengas muchas opciones. Terminarás haciéndolo quieras o no.

Odiaba admitir que él tuviera la razón.

Resistí el deseo de incrustar mi puño en su boca, en la mejor de mis fantasías, le rompería la mandíbula, pero en la realidad el maldito me rompería los nudillos. Y me acababa de prometer que no le daría una sola gota de sangre esta noche.

—Ya bebí suficiente por hoy —admitió después de dar una mirada indiferente a mi cuerpo—, no te preocupes estoy satisfecho.

—Querrás decir que ya me vaciaste lo suficiente por hoy. De todos modos no pretendía alimentarte —le dije, imitando su voz alegre y casi cálida, como si estuviéramos bromeando entre amigos, excepto que se trataba de mi verdugo.

—Vamos cariño, pero si a ti te encanta que te agoten —murmuró, con la voz entrecortada por la risa.

No contesté, en su lugar me puse de pie y corrí hasta mi armario, esperando encontrar un pantalón de chándal para cubrirme, pero todo lo que hallé fue dos ojos grises derritiéndome con su calor.

—Tú quieres…

—Sí…—me encontré admitiendo, con una voz igualmente jadeante.

A pesar de que no estaba vestida para la ocasión, bueno no es como si existiera un traje especial para cuando te vas a liar con un vampiro, no me intimidó.

Di un paso hacia él y cuando su nariz rozó mi piel, mi cuerpo flaqueó y me quedé sin fuerzas para luchar en contra del deseo. Tampoco me paré a pensar en lo insignificante que era, incluso cuando me sentía así del modo más extremo posible; como una pluma en medio del más enorme huracán. No tenía otra forma de definirlo, no cuando mis dientes castañeaban y menos aún, cuando mis dedos se estremecían entorno a la piel de su cuello. Avancé aún más cuando un vapor incitador se alojó en mi cuello… caliente y húmedo, justo como la textura de sus labios al besar mi mandíbula y esta vez, mis manos se aferraron muchísimo más fuerte a su cabello.

Rogué por más y aquello pareció sorprenderlo, porque me miró boquiabierto mientras giraba para darle un mejor acceso a mi yugular; justo como deseaba, justo como él exigía. Ni siquiera se molestó en fingir, lo escuché reír brevemente antes de atacar.

—Seré bueno —prometió. Su aliento había dejado un rastro cálido sobre mi piel. Cerré los ojos y me mordí los labios para contener el gemido de anticipación.

Luego, oí un sonido espantoso: piel desgarrándose.

Si su intención fue ser delicado, no lo noté, enterró sus colmillos de forma deliberadamente cruel, justo como la mirada que me dio la primera noche. La noche en que lo seguí y no escuché sus advertencias, la noche en que cerramos el trato.

—¿Pensaste que sería algo sexy? —su boca se curvó en una sonrisa, intentando parecer amistoso, pero no pasé por alto la rebeldía que imperaba en sus facciones.

Maldición, casi me había arrancado la cabeza…

—Dijiste que sería solo un mordisco.

—También te advertí que era bueno mintiendo, pero no quisiste oírme. Te pedí que me dejaras en paz y no hiciste caso, claro, era mucho más fácil jugar a «persigamos al vampiro», que actuar de forma sensata.

—¿Qué sabes tú de sensatez?

—Nada, y ya ves como estoy. Volviendo al tema: tienes razón, mentí. No me alegra, pero no puedo hacer nada para evitarlo. Es lo que soy.

Dejó mi cuello en paz y me regaló una mirada extrañada mientras se limpiaba los labios con el pulgar.

—Vamos

—¿Dónde? —Estúpida—. Quiero decir, no… ¡No! Claro que no iré a ningún sitio contigo.

—Camina conmigo. Ven —me extendió su mano ¡Cómo si la fuera a aceptar! Chupasangre engreído.

—Estás mordiéndote el labio—le dije.

—¿Y? ¿Tiene algo que ver?

—Claro, estás escondiendo una sonrisa ¿Cómo puedo tomar tus dichos en serio, si te burlas de mí?

Nathan tensó el rostro y me observó con expresión grave. Una línea de confusión asomó entre sus cejas.

—Hablaba en serio. Yo siempre hablo en serio.

—¿Incluso cuando me mientes?

—Incluso cuando te miento—estuvo de acuerdo—. Es parte de la diversión.

—No lo parece.

—Bueno, las cosas cambian cuando se está al otro lado de la vereda.

—Querrás decir, cuando se es mordido.

—Como sea, hablo en serio. Analizo muy bien mis palabras antes de hablar. Esa es la maldición de tener mucho tiempo para pensar en ello, terminas cuestionándote todo.

—Eres un maniaco del control.

Estaba segura de que debía haber por ahí otros vampiros con mejor humor. Y de seguro menos amargados y violentos.

—Estás caminando por una línea muy delgada. Hay límites —advirtió en voz baja.

—¿Límites?

—Sí —respondió con su mirada fija en mí—, entre lo que es correcto y yo. Ahora sígueme.

—Ya te dije que no iría

—Ambos sabemos que no tienes opción. Tenemos un trato, ¿recuerdas?

Rodé los ojos, mientras Nate continuaba argumentando.

—Mira, aquí te va una nueva cláusula. ¿Qué te parece si dejas de lado esa actitud de adolescente irritada?, no va contigo. Además, ambos tenemos mucho que ganar. Yo me ahorraré un montón de trabajo extra al conseguir mi cena y tú, de ahora en adelante, no tendrás que preocuparte que la sexy morena que tienes por madre sea mi cena.

Otra vez sus amenazas. Sentí mi cara calentarse, de seguro se me habían enrojecido las mejillas.

—No pretendía ofenderte.

—Seguro que no.

De repente, tuve una imagen clara de mi madre. Su cabello marrón, cortado en flecos rozándole el hombro. Sus ojos verdes, muchísimos más claros que los míos. Hice una nota mental de cada una de las veces que había oído a alguien decir lo sexy que era mamá.

Desde que tenía memoria, mi mamá ha sido una mujer muy guapa. Deslumbrante, para ser sincera. Había tenido a mi hermano mayor a los quince y yo le seguí siete años más tarde, sobraba decir que cada vez que nos confundían como hermanas, ella saltaba de emoción. Patético.

Cuando cumplí los once las cosas cambiaron en casa, mamá todavía se encargaba de repetir que había sido culpa mía el hecho de que papá se metiera en la cama de la madre de una de mis compañeras de colegio, y hasta hace un tiempo yo también lo creía así. Y como está en nuestra naturaleza humana encontrar otro culpable, ahora responsabilizo a papá.

Después de todo, nadie lo obligó a meterse en la cama de otra mujer y no, no estoy hablando en sentido figurado. Hablo de cama, del tipo que involucra sábanas, sudor y sexo.

Mamá nunca lo había dicho, pero sabía que me hacía responsable de la separación. Yo había obligado a papá a ir conmigo a Fanatimundo, una tienda recién inaugurada dónde vendían toda clase de artículos para fanáticos de todos los géneros; cómic, libros, películas. En realidad no había un “algo” que no pudieras encontrar en esa tienda, parecía el cielo para los fanáticos como yo, sobre todo si te gustaba Henry Ploter. Tenían los libros, DVD, blusas, barajas, cuadernos, La Guía al Mágico Mundo de Henry Ploter, etcétera.

Tres meses después de instalarse el local, papá se fugó de casa junto a la dependienta, la tienda fue cerrada y yo perdí dos cosas que amaba de un golpe.

Por lo mismo, no debería culpar a mamá por detestar mi obsesión con las sagas de brujos y vampiros. Tampoco debería culparla por no querer pasar tiempo en la casa donde se había roto su matrimonio.

Aún recuerdo cuando se enteró del engaño. Una noche particularmente fría, mi hermano Rodrigo llegó a casa insólitamente ebrio, tras ver a papá besándose con otra. Rodrigo tenía apenas diecisiete años y al parecer, nunca antes había bebido —cosa que dudo, pero esa es la versión oficial—, por lo que como era de esperarse, se armó un gran lío.

No puedo reprochar a Rodrigo el hecho de embriagarse, yo hice lo mismo cuando corté con Lucas. Supongo que era o es, la forma más fácil con que la familia podía lidiar con los problemas. O evadirlos, que viene más al caso.

Mamá por otra parte, optó por encontrarse un trabajo que apenas le dejara tiempo para pensar en lo mucho que me odia u odia a papá; y para ocupar el tiempo restante, ese intervalo muerto que queda entre el término de la jornada laboral y la hora para descansar, mamá encontró a Rick, su joven y guapo novio.

Como dije anteriormente, mamá no quería estar en casa… lo entiendo y de hecho lo prefiero así. Es un acuerdo tácito entre una madre e hija que no están dispuestas a comunicarse para resolver sus problemas, odiosidades y malos entendidos.

Aun así, me dolía. Incluso, a veces la odiaba.

Por otro lado, a ella tampoco parecía gustarle nada de mí.

Esa noche no pensé en lo que estaba bien o estaba mal, la verdad ni siquiera me detuve a meditar en las consecuencias. Tomamos un taxi fuera de casa y no se detuvo hasta llegar a la salida sur de Valdivia, donde la carretera se dirigía a Futrono.

Seguí a Nathan a su casa porque él me lo ordenó y, la verdad, no estaba segura de nada. Un chico extremadamente sexy me invitaba a vivir con él y, lo mejor-peor de todo, es que era un vampiro. La verdad es que no me sentía tan preocupada como debía, sobre el porqué todavía tenía algo de esperanza de que terminara convirtiéndome. Quizás es mi corazón de adolescente. Ese que aliado con las hormonas, destituyen a la razón y, de alguna manera, te obligan a caminar hacia lo desconocido. Por lo mismo, las palabras de Nate sobre no tener opción, no me coartaban más de lo que sí hacía el traidor alojado en mi pecho.

—Bien, si vas a vivir aquí —murmuró, mientras apuraba el paso.

El taxi se había detenido en plena carretera, dejándonos a Nathan y a mí en medio de la nada, nos adentramos en el follaje y, oculto por árboles y matorrales, se alzaba un enorme cerco metálico.

—Contigo —le recordé, vivir juntos era parte del trato.

—Ajá —un bostezo—.Si vamos a vivir juntos —Esta vez hizo chasquear su lengua—. Deja de sonreír así, me distraes.

Mordí mi labio mitad divertida, mitad cansada. Habíamos comenzado a subir una cuesta de piedra y barro, sentía los dedos húmedos, y en todo el trayecto, jamás miré hacia atrás.

Mis zapatillas Converse debían ser historia.

—Tal vez te pongo nervioso.

—Todo lo contrario, en fin. Si vas a quedarte, hay tres reglas que debes seguir.

—Lo que sea, solo date prisa –me pasé los brazos por encima del pecho—, estoy congelándome.

Él ni se inmutó.

—En serio, no eres divertida. Mira, lo diré una sola vez y no pienso repetirlo: Debes mantenerte fuera de mi cuarto, fuera de mi baño y estar a mi servicio las veinticuatro horas del día.

—Te faltó que mantenga tu existencia en secreto —señalé. Esa era básicamente la primera regla de los vampiros en las novelas.

—No hace falta —me respondió echándome una mirada rápida—. ¿Quién te creería de todos modos?

Tenía razón, para todo el mundo yo estaba loca. Y si en algún momento, alguien lo dudó, después de exponer mi cuello tatuado por toda la escuela, a nadie le quedarían dudas al respecto. Ni yo me lo creía todavía. No es que me cuestionara sobre mi cordura, o la existencia de los vampiros… pero hombre, una cosa era desear que existiesen y otra muy distinta era mudarse con uno, totalmente real.

A no ser que verdaderamente esté cucú o peinando la muñeca como dicen popularmente.

—Ah, lo olvidaba. Nada de preguntas. Es aburrido cuando conviertes una relación en un interrogatorio. Quiero decir ¿Dónde está la confianza?

Sacudí mi cabeza, pensando en que ni siquiera habíamos llegado a su casa y ya me estaba exigiendo que no invadiera su espacio. De un modo u otro, por enfermizo que pareciese, comprendí que efectivamente, habíamos acabado juntos. Los cómos y los porqués, eran tema aparte.

—El camino era lo suficientemente ancho para que subiera el taxi, ¿esta es tu nueva forma de torturarme? —mascullé minutos después, tras percatarme que caminar era un esfuerzo innecesario.

—No, no lo es. De hecho, no tenía idea de que te estuviera torturando. A decir verdad, pensé que estaba cumpliendo tus fantasías. Salvo las sexuales, pero claro, podemos esperar a que seas mayor de edad —sonrió cínico—, ¿No era esto lo que querías? Conocer a un vampiro, que te llevase a su castillo en un corcel blanco. No, espera, lo estoy mezclando con el príncipe azul —Nate se encogió de hombros—.Como sea, es la misma basura.

Pasaron otros quince minutos antes de llegar a la cima y cuando eso sucedió, me quedé de piedra. Desde esa altura los autos en la carretera parecían Hot Wheels. La panorámica era una postal en 3D y la conformaban más o menos veinte hectáreas. Podía divisar las copas de los Ulmos, Avellanos, Mañíos, Manzanos, Cerezos y otros árboles que no reconocía. Era un típico día fresco de Valdivia, pero sin la lluvia, una cualidad distintiva de la Región de Los Ríos. Más impresionante, fue ver estacionado junto a la casa un Mitsubishi Outlander, reconocí el modelo de inmediato y apostaría que era del año. Lucas había hablado del modelo en más de una ocasión. A pesar de la rabia, no hice ningún comentario de por qué había optado por hacernos subir toda esa cuesta a pie teniendo ese monstruo aparcado.

Aunque si no se había molestado en llevarme en taxi hasta la puerta de su propiedad, estaba claro que podía olvidarme de montarme alguna vez en su vehículo.

Su casa, bueno… Definitivamente era algo digno de describir. No poseía la clásica forma cuadrada, sino que era alargada y estaba fundada sobre una base de cemento, esto le daba un aspecto natural y no invasivo, muy respetuoso con el medio ambiente. La vivienda parecía flotar en medio del bosque de pinos, manzanos y cerezos, pues no estaba en contacto directo con el suelo. Tenía solo una planta, y a medida que nos acercábamos, pude distinguir mejor los detalles de la madera, parecía pino.

—¿Cuánto mide? —pregunté, sin ser capaz de cerrar mi boca.

—No lo recuerdo. Ciento treinta metros cuadrados, creo. Tal vez más, tal vez menos. ¿A quién le importa?

—Ajá, a quién le importa—respondí boquiabierta.

—Luego tomas fotos —resopló Nate y nos apuramos hacia el interior. En la entrada, tenía macetas de greda ordenadas de menor a mayor tamaño, todas con pequeños arbustos en ellas. Esperaba encontrarme con el living o comedor, pero extrañamente la entrada daba a la cocina. Una muy amplia y exquisitamente amueblada cocina americana, que colindaba con el living. Había un pasillo enorme que surcaba toda la casa, baños, living y cocina.

El señor Se mira, pero no se toca, me dio permiso para inspeccionar toda la propiedad, salvo su habitación, que era la más alejada. Fue bastante fácil deducir cuántas puertas podría abrir antes de frenarme. En total, conté cuatro habitaciones (incluyendo la que no se me permitía visitar), dos baños, uno en el pasillo al alcance de cualquier invitado y otro en una de las habitaciones, supuse que esa sería la mía. Existía un tercer baño, pero ese estaba en el cuarto prohibido, así que no lo cuento.

Detrás de la casa, afuera, estaban la lavandería, leñera y bodega. Y en frente, un corredor que seguía toda la extensión de ésta con vista hacia una plantación de pinos, seguramente de una forestal. Desde la ventana de la cocina, que adornaba la fachada de la casa al costado derecho de la puerta principal, podía ver la carretera que iba a Paillaco, apostaría que de noche se veían las luces de la ciudad.

No me sorprendía que Nate hubiera escogido este lugar para vivir. Lo que me asombraba es que hubiera accedido a compartirlo conmigo. Casi me reí, ¿qué pensaría mamá acerca de esto?

Por la mañana, desperté de pésimo humor, sobre todo porque había tenido que dormir en el living, sin calefacción y sin comer. Nate mencionó algo sobre tener que comprar sábanas nuevas y víveres aptos para humanos. Como si fuera poco, cuando desperté se había llevado su Mitsubishi con él. El frío me había despertado temprano, lo que por una parte era bueno, ya que entraba a clases a las ocho de la mañana. Hubiera sido genial darle un alisado a mi uniforme, pero no encontré la plancha por ninguna parte. Eso sí, estaba segura de que Nathan debía tener una, dado que siempre vestía impecable. Aunque, nunca lo había visto usar algo que no fuera chaquetas de cuero y jeans. En fin, era mi culpa al haber dejado el uniforme en la mochila toda la noche, debí quitarlo de ahí apenas llegué.

Me di una ducha con agua tibia. Cosa que agradecía, ya que no me lo esperaba. La curiosidad fue demasiado para mí y, cuando terminé mi baño, volví a inspeccionar el lugar. Parecía que la casa de Nate era lo último en ahorro y cuidados del medioambiente. No encontré un calefón, pero aun así había agua tibia. Había oído acerca de casas auto-sustentables, pero jamás había visto una. Se suponía que usaban el sol para calentar el agua que, además, solía venir de fuentes naturales. En los alrededores encontré algo que parecía un sistema de filtros. De hecho, caminando otro poco noté que usaba agua de un estero.

En cualquier caso, eso no era todo, aún había más. Resultaba que no solo era un infierno bajar esa cuesta a pie, también lo era bajar con un uniforme dos tallas más pequeña, ya que como Nate había arruinado mi último uniforme escolar, me había puesto el del año anterior. Así que imaginen lo difícil que fue para mí, correr cuesta abajo con un ajustadísimo jumper.

Como si no tuviera suficiente con que cierto vampiro egoísta se marchara sin avisar o darme un aventón, resultó que los buses pasaban cada quince minutos. Para cuando por fin pesqué uno, tardó otros cuarenta en llegar a la ciudad, más otros cinco que perdí corriendo las tres cuadras que restaban del terminal de buses al liceo. Llegué atrasada.

Diciembre llegó y con él, los días soleados. En Valdivia llovía todo el año, sin importar la estación. Se suponía que el veintiuno empezaba la primavera, pero estábamos a seis y si bien brillaba el sol, no había forma de prever si por la tarde se largaría a llover.

Sé lo que se estarán preguntando ¿Qué rayos había pasado con mi familia? Bien la cosa es que no pasó nada. Admito que llegué a creer que si me ausentaba demasiado, mamá y Rodrigo se preocuparían, pero ni siquiera preguntaron donde me estaba quedando. No había dejado el colegio y me dejaba caer los fines de semana para buscar algo de ropa. Preferí asumir que sabían que estaba bien y por eso no se preocupaban, aunque también cabe la posibilidad que les importaba un bledo.

Era un jueves como tantos otros, en clase. Me entretenía observando las pequeñas partículas de polvo que flotaban libres través de la ventana, moviéndose lentamente entre los halos que proyectaba el sol al estrellarse contra el cristal.

A mi lado, María José observaba la guía de matemáticas con una concentración admirable.

Ni siquiera quise ver la mía ¿Para qué perder el tiempo? Estaba en blanco, con suerte tenía un par de borrones, la verdad es que me había limitado a ponerle el nombre.

El área científica no era lo mío, me consideraba 100% humanista.

Y hablando de humanismo. El mito y las letras se habían convertido en mi rutina diaria.

Tres semanas después de que me fuera a vivir con Nate, las cosas seguían sin mejorar. No hablábamos mucho, lo que estaba bien, no tenía mucho que decir y cuando habría mi boca, mi fanatismo tomaba el control y ya saben, las cosas no terminaban del todo bien. No para mí, al menos.

Pensar en eso no es muy agradable, así que opté por distraerme observando la sala, más específicamente a mi compañera de banco y según la ocasión, mejor amiga.

María José traía puesto su uniforme impecable, como siempre. Su largo cabello castaño, estaba trenzado hasta la cintura, liso, siempre liso. Me recordaba a Pocahontas, pero más voluptuosa, mucho más voluptuosa.

Mi amiga cambió su antigua pose, erguida sobre su banco, por una reclinada en la mesa, ambas manos bajo su barbilla, el rostro casi imposible de ver. Tensa, muy tensa.

Algo le pasaba a María José.

Me giré hacia a ella, sus lentes de lectura eran los mismos de siempre. Sin embargo, había algo diferente, algo…

—Sí, sí ¡Me faltan cejas! Se me pegó un chicle anoche.

Ah. Con que eso era…

No volvimos a hablar en lo que quedó de hora.

A la salida, me desvié de mi camino al terminal de buses, ya que había una gran cantidad de alumnos yendo en esa dirección y no quería levantar sospechas por ahora. Además, me sirvió como excusa para pasar a la Cafetería de Nori y dejar mi currículum. Si iba a independizarme, lo mínimo que podía hacer era buscar un trabajo. No quería que Nate se aburriera de mí y me botara lejos por ser una carga. Aunque, si dejo fluir la realidad en mis elucubraciones, Nate y yo, no teníamos una relación, ni siquiera éramos amigos, así que debería pagarme por alimentarlo, o al menos debería atenderme mejor, ya que ni siquiera se encargaba de darme de comer. Cómo espera que recupere mis energías después de ser chupada al máximo cada vez que se alimenta de mí.

Pasé a un cajero automático y saqué lo último de mis ahorros del dinero que mensualmente me depositaba papá para no sentirse tan culpable y compré algunos víveres para no morir de hambre. También pasé a una tienda de artículos de hogar y DECORACIÓN para comprar otro cobertor. Ya me había encargado de comprar sábanas, pero necesitaba otro cobertor, dado que mi nivel calórico era casi nulo.

Cuando llegue a la casa del bosque, no había nadie. Supuse que Nate todavía no llegaba del trabajo o delo que fuera que hiciese para ganarse la vida, que además tenía toda la pinta de ser ilegal. Mantener una casa como esa y el Outlander no debía ser barato, aunque por otra parte, vivir tantos años podía dejarte unos ahorros jugosos.

Dejé las bolsas en la encimera de la cocina y aproveché la oportunidad para saciar mi curiosidad insana. No debería haberlo hecho, lo sé. No me importó que Nate me hubiera advertido sobre esto, pero mi curiosidad era una característica de mi personalidad, con la que todavía no sabía lidiar, como muchas otras en realidad. Así que lo hice. Sin encender la luz, caminé por el oscuro pasillo, de ese modo si llegaba Nate, tendría un poco de tiempo para escapar por entre las sombras. Continué caminando y cuando llegué al final del corredor, no me detuve. Agarré con una mano el pomo de la puerta, lo giré notando, aliviada, que no tenía llave. ¿Confiaba en mí, o acaso estaba tan seguro de sí mismo y sus instilaciones?