A primera hora del día sábado me dirigí hacia la Cafetería de Nori. El paradero obligatorio si eres joven y vives en mi ciudad. Todas las paredes estaban barnizadas y vigas de madera entrecruzaban el techo. No era como Starbucks (no habían en Valdivia), pero hacían unos cafés deliciosos, sin mencionar que el precio era mucho más adecuado a mi situación.
—Hola, Mica —me saludó en cuanto entré. Nori era bajita, gordita y cachetona, muy simpática. Su rostro aniñado podría hacerla pasar por una estudiante, a pesar de que bordeaba los treinta—. ¿Qué vas a pedir hoy?
—Lo de siempre.
—Entonces será lo de siempre —acordó y me guiñó el ojo.
En realidad, la cafetería no era suya sino de su padre, le habían cambiado el nombre al local cuando ella nació, ya que antes tenía el nombre de su abuelo, un hombre cuyo apellido, la verdad, nunca aprendí a pronunciar.
Una vez que me tendió el cambio, avancé hacia la mesa que siempre ocupaba y esperé. Era la más alejada de las ventanas, al fondo del local. No me gustaba que la gente que transitaba por la calle se me quedara viendo al pasar. ¿Hay algo menos interesante que alguien tomándose un café?
—Ten —ofreció Nori, dejando el café helado sobre la mesa. No era tan sofisticado como un Capuchino o un Moka, pero para mí era el cielo.
—Gracias. Eres un sol — ella puso sus oscuros ojos en blanco y acomodó unos panqueques junto a mi copa—. ¡Sabes que lo eres! —le insistí, pero ella ya estaba lejos.
Me encantaba venir acá, era el único lugar donde no me sentía la desadaptada que todos decían que era.
Los fines de semana, se llenaba de grupos alternativos, especialmente otakus. No tenía nada contra ellos, pero prefería venir más temprano. Había ocasiones donde eran demasiado efusivos y terminaban bailando en los pasillos.
Así que, aquí estaba yo, bebiendo mi rico batido y tratando de digerir un gran trozo de panqueque cuando lo vi pasar.
Al otro lado del ventanal, con un chaleco gris y una gorra de béisbol negra, estaba mi vampiro.
Pasó tan rápido que apenas lo vi.
—¡Nori, vuelvo enseguida! —grité con la boca llena de panqueque a medio digerir, mientras salía volando de la cafetería.
En aquel momento, me sentía eufórica, esperanzada, completamente loca. Luego caí en cuenta y observé el cielo: un monstruoso sol se cernía en medio de él. Nada de nubes y, por supuesto, nada de noche. Hasta ahí duro mi esperanza.
Qué estúpido. Era imposible que fuera mi vampiro. Todo el mundo sabe que los vampiros reales no caminan bajo el sol, salvo los de Ocaso, esos caminan a la luz del día, pero brillan. El tipo que yo había visto pasar a través del cristal no brillaba.
Pero estaba, casi segura de haberlo visto.
«¿Dónde te metiste?»
Unos minutos más tarde y ya resignada a no encontrar ni una sola pista de él, me dispuse a caminar todo el trayecto de vuelta hacia la cafetería.
Qué bajón. Estaba segura que era él, con o sin sol.
Mi vampiro de bajo perfil seguía sin querer mostrarse. No entendía por qué continuaba en ese plan ¿Sería este algún tipo de juego mental? «Me ves. Ahora no me ves»
Lo dudaba, y de ser así, esperaba que alguien le dijera que era pésimo escogiendo pasatiempos. No tenía gracia. Mientras que caminaba por la vereda aproveché de meditar mi situación actual. Quiero decir, ya habían pasado un par de meses desde que Lucas y yo habíamos terminado.
Era extraño pensar tanto en alguien que apenas conocía. Decidí que por lo menos debía ponerle un nombre, algo con personalidad, original. Algo como Edgard o Ramon Salvador… En eso estaba, cuando de repente, al otro lado de la calle divisé una silueta oscura. Una sombra que el Sol se negaba a dejarme identificar. Puse una mano en mi frente, protegiendo mis ojos de la luz, únicamente para encontrarme con que en lugar de un vampiro se trataba de un maniquí que estaban introduciendo en una de las boutiques.
Para cuando llegué a la cafetería, me sentía ridícula, frustrada y hambrienta.
¡Había estado tan cerca!
—Lo siento —me excusé cuando pasé por la caja en dirección a mi mesa. Nori me sonrió tendiéndome una bandeja con mi café helado. Supe de inmediato que lo había reemplazado por uno recién preparado y que los panqueques habían sido recalentados.
Esa última visión aligeró mi humor.
—No te preocupes —dijo—. ¡Ah! Eso sí, tendrás que usar otra mesa, la tuya fue ocupada.
Fruncí el ceño y asentí recibiendo la bandeja, ya que mi estómago comenzaba a protestar.
Nada me salía bien. Mi vampiro no era vampiro y ahora mi mesa estaba ocupada. A nadie le gustaba esa mesa. Nori decía medio en broma que la había cargado con mi energía negativa. Pero la verdad era que estaba demasiado escondida del resto. En un restaurant más formal la gente podría querer privacidad, pero en una cafetería como la de Nori todo el mundo quería estar cerca de la barra de postres.
Avancé hacia donde solía sentarme con la intención de ubicarme en la segunda mesa más alejada. No sería lo mismo, pero era mejor que nada.
Estaba arrastrando la silla, para sentarme en ella cuando lo vi. Era él ¡Era él! El vampiro de la noche anterior. Su mandíbula imposiblemente definida y esa presencia arrogante, me habían acosado todo el santo día, definitivamente era él.
¡Era él!
—¿Tú? —solté con más rudeza de la que hubiera deseado. Mi idea era sonar indiferente y ¿por qué no? También algo indignada. Sin embargo, mi intento se fue a la basura ya que terminé tambaleándome al maniobrar la copa llena de café helado y crema en una mano y mis panqueques en la otra. Diablos, por poco y los perdía, pero mi reacción ante la sorpresa fue suficiente estímulo como para derramar lo que sea que tuviese a un radio de cinco mesas. Claro, suponiendo que me desmayara y rodara por el piso.
Muy lentamente mi vampiro alzó el rostro. Lo primero que busqué fueron sus ojos, bajo su gorra. Pero los llevaba cubiertos con unas gafas oscuras. Asumí que las usaba con el fin de ocultar el anómalo gris-blanquecino de sus ojos.
—¿Me estás siguiendo? —dijimos ambos a la vez.
—¿Qué? —exploté.
—Esto es mucha coincidencia.
De hecho, él tenía razón. ¿Qué probabilidades había de que justo entrara a esta cafetería y se sentara precisamente en mi mesa?
—¿Cómo me encontraste? —Esta vez, su voz fue como una hoja de afeitar en mi piel. Se me tensaron los músculos—. No sé cómo lo hiciste, pero no te conviene seguirme.
Mentiroso, estaba segura de que él había ocasionado este encuentro adrede.
—¿Seguirte? —en cuanto dije eso, el perfecto arco de su ceja se alzó en una muda pregunta.
—No necesitas ponerte paranoico. Toma mi mesa, no la necesito.
—No me digas… —repuso, dejando el tazón que mantenía en sus manos sobre la mesa—, ¿Te refieres a esta? —Señaló con su índice la superficie de madera, la habían barnizado lo justo y lo necesario, para que no perdiera su estilo rústico—. ¿En serio es tuya?
Sacudí mi cabeza.
—Solo la tomé como mía porque a nadie le gusta. Así que todos los sábados, ese es mi lugar, aunque también vengo los miércoles para meditar y estar tranquila ¿sabes?, a veces una solo necesita un sorbo de café en el lugar adecuado para pensar sobre… —noté que él me miraba con una ceja arqueada, tragué nerviosa—, uhm cosas.
—Hablas mucho, ¿te lo han dicho?
—Me dicen un montón de cosas, como por ejemplo, “No soy vampiro. Sin embargo me luzco y actúo como uno.”
—Vaya, además de parlanchina, graciosa.
—No te ves como si te causara gracia.
—Contractura de la musculatura facial. Nada grave.
—¿En serio?
—Ajá, tensión, estrés, defecto de nacimiento, llámalo como quieras.
Asentí lentamente, intentando lucir convencida, la situación era tan inconcebible. Él estaba hablando de estrés. Tenía a un vampiro hablándome de estrés…
En nombre de Dios ¿De qué diablos hablaba? ¿Qué defecto podría ser tan perfecto? ¿Qué estrés?
Mientras pensaba en una respuesta lo suficientemente sagaz que le dejara bastante claro lo que pensaba de sus dichos, que era básicamente ¡Jódete!, él se estiró en la silla, como probándome su punto, o más bien, lo irracional de éste. Todo el ancho de su espalda reposando en el respaldo.
«Dios bendito».
Quedé boquiabierta ante la imagen de él pasando los brazos por su pecho y luego cruzándolos entre sí, estirando la tela de su sweater.
No, no me quedé viendo. Lo que hice fue comerlo con la mirada.
—uhm, ¿Todo bien?
Asentí con la vista fija en los músculos que se marcaban en su pecho bajo la prenda gris de cachemir. Vestido así no parecía vampiro.
—Pareces satisfecha, como si hubieras comido mucho y necesitaras de una siesta para reposar.
No lo estaba. Lo que hacía era babear mentalmente…
Alcé mi vista hacia su rostro, su boca se ladeaba en una curva perspicaz y podría apostar a que tras el cristal, sus ojos también sonreían.
Estúpido vampiro pedante. Sí, me lo había comido con los ojos, pero tampoco era para tanto y ciertamente, no necesitaba de una siesta para reponerme, ni que fuera Edgard Clutter.
—Nada que ver. Oye y ¿De qué nacimiento estaríamos hablando? ¿Antes o después de que te volvieras un chupasangre?
—Baja la voz.
—¿Por qué? —Deliberadamente hablé más fuerte—, después de todo no eres un vampiro —abrí demasiado la boca para decir esa última palabra—. ¿Por qué te preocupas?
—Para empezar, quien te oyera podría tomarte por loca. Si quieres otra razón, comienzo a pensar que eres tú la que provoca todo mi estrés. Me incomodas.
—Dime algo que no sepa.
Sus ojos repasaron mi cuerpo de forma fugaz, como si no hubiera mucho que mirar.
—No luces nada vampiresa el día de hoy.
—No soy gótica —sentí la necesidad de aclarar.
—Yo podría discrepar —murmuró, mientras dirigía el tazón hacia su boca. Sentí este impulso loco por hacer algo audaz y acabé sentada en su mesa. Por supuesto, llevé mi batido y mis panqueques conmigo, de hecho, lo primero que hice una vez que me senté, fue llevarme un trozo de panqueque a la boca para calmarme, ya que había empezado a ponerme nerviosa.
Hombre, sabían exquisitos.
—Si lo dices por la camiseta de la otra noche, olvídalo. Eran unos colmillos pequeñitos, a penas y se veían—balbuceé con la boca llena de panqueques.
—Si quieres pensar eso…
Tomé otro trozo de panqueque, más que nada porque tener la boca llena era un buen medio para evitar decir idioteces.
—Pareces estarlo disfrutando.
Me atoré mientras notaba, demasiado tarde, que no le había quitado la mirada de encima en todo este tiempo. En mi defensa tenía que decir que el tipo estaba buenísimo, en la escala del uno al diez le daba un once.
—¿Cómo?
—Los panqueques, haces estos sonidos tipo gato…
Solté el aire.
—Exacto, justo así. Ronroneas como gata en celo.
De ningún modo yo había ronroneado. Imposible. Y si lo hice, cosa que no pasó, fue porque la masa de verdad estaba exquisita.
—Es que son buenísimos. A veces pienso que Nori les pone alguna clase de droga, qué se yo, heroína o algo de ese tipo, porque te vuelves adicta.
—¿Te molestaría? —preguntó, enderezándose otra vez en la silla y señalando mi plato con su largo y blanco dedo.
Sentí escalofríos. Luego negué.
Él tomó mi tenedor en sus manos y lo enzarzó en un trocito de masa que aún goteaba manjar. Entonces me di cuenta que cuando yo volviera a ocupar el cubierto, éste habría estado en su boca. Por todo lo sagrado, eso era bastante parecido a un beso (y de paso una muestra de ADN vampírico).
Un segundo, dos, el tiempo se detuvo mientras lo observaba masticar «Inhala-exhala», me repetí cual mantra. Estoy segura de que vista desde afuera, daba pena, risa, incluso rabia, por mi forma ridícula de actuar. Pero oye, nadie ha vivido antes algo así. Tener frente a ti al objeto de tus fantasías, añádele a eso que compartan un tenedor.
Sí, lo sé. No es tan fácil juzgar ahora ¿Verdad?
—Tienes razón, no está mal.
Con un gesto rápido y elegante tomó una de las servilletas que descansaba sobre la mesa y limpió los bordes de su boca. En ese preciso momento caí en cuenta de una obviedad: él había comido. Se suponía que los vampiros no comían.
—Sabes, me divertí bastante —me daba igual. Lo único que quería era que dejara el maldito cubierto ahí. Estaba tan cerca de alcanzar el tenedor, de probarlo, digo, de probar mi teoría. Entonces abrió la boca, interrumpiendo mis fantasías.
—Lástima que tenga que marcharme.
El señor tengo prisa, dejó su puesto con una gracia que solo había visto en vampiros de la televisión y algunos modelos (también de la televisión).
Entonces, justo cuando pensé que lo iba a perder para siempre se quedó viendo mi plato con una expresión sarcástica.
—Te pediré otro panqueque —guiñó su ojo y yo me quedé ahí, estática. Lo miraba como una idiota y tampoco actuaba mucho mejor.
Me di cuenta, una vez que Nori llegó con la nueva orden de panqueques, que él se había llevado el tenedor consigo.
Daba igual, ya tenía una idea más o menos formada de a que me enfrentaba. Empezando por el hecho de que los vampiros sí existían, siempre lo había sospechado, pero tú sabes, se necesita más que intuición para comprobar que algo es real. Se necesitan evidencias y eso era algo con lo que no contaba. Por ahora.
Luego, estaba el hecho de que el vampiro en cuestión creía que me tragaría su “yo no soy lo que tú crees”, aunque siempre hay cosas peores como “no soy bueno para ti” o anda tú a saber qué otra cosa.
Esa tarde llegué a casa saltando en un pie de la alegría, obviamente fiel a la costumbre que había desarrollado en las últimas veinticuatro horas: revisar y escribir los sucesos del día. Solo una breve reseña, nada muy elaborado. Me salté las partes donde salí a buscarlo por los alrededores de la cafetería y me concentré en él lamiendo mi tenedor (por el ADN de vampiro, evidentemente).
No fui consciente de lo concentrada que estaba escribiendo hasta que me oí suspirar.
De repente, la puerta de mi cuarto se abrió interrumpiendo mis cavilaciones y cortando mi suspiro a mitad de camino.
—Mica, te buscan abajo —ordenó mi madre con voz golpeada para luego desaparecer por donde entró.
Mamá nunca se tomaba la molestia de golpear la puerta, no es que yo estuviera haciendo algo malo, pero en ocasiones necesitas privacidad, como por ejemplo cuando te estás desvistiendo, que no era el caso, pero debería tener más consideración, sobre todo cuando tiene un novio que bien podría ser el tuyo dando vueltas por la casa.
—De inmediato —respondí con tono sarcástico, ya que en realidad le estaba hablando a la pared. Mamá se fue tan rápido que ni tiempo me dio para asentir. Escondí mi bitácora dentro de la funda de un cojín mientras pensaba seriamente en conseguir otra agenda, solo por si algo le pasaba a ésta.
Cuando llegué a la cocina me esperaban ella y su novio, bueno. No sé si me esperaban. Estaban un tanto ocupados mirándose con expresión hambrienta y simulando que no lo hacían.
No es que yo supiera mucho del tema, pero con Lucas nunca fuimos tan expresivos.
Vale, lo habíamos hecho un par de veces, y con eso quiero decir realmente un par, o sea dos. Nada demasiado memorable, y me lo pasé la mayor parte del tiempo pensando en otra cosa.
De modo que, no sé mucho del tema. Además, mamá es demasiado diferente a mí, tanto en lo emocional como en lo físico. Donde ella es blanco yo soy negro, donde ella es luz yo soy tinieblas. Su cabello es castaño claro, el mío negro. Sus ojos verdes, los míos no pasan de pardos.
Ella es radiante, yo soy… Diferente. Como siempre digo, diferente no está mal, es mejor ser única, que una copia del resto.
—Cof-cof—supuse que toser sería un mejor ejercicio, pero se me secó la garganta y tuve que improvisar. Mamá giró su rostro hacia mí, lucía molesta y juro que no tengo idea del porqué.
—¿Qué quieres?
Richard ni siquiera se giró, continuó mirando a mamá, no lo culpaba. Ella era bastante guapa.
De niña solían decirme que padecía el mal de la lagartija: “mejor la madre que la hija”, pero ya lo superé y ella es despampanante, tiene esta cintura que no sé cómo se consigue, pero ella la tiene y le sienta divino.
Mi tez es clara, la de ella de un tono canela, lo peor de todo son sus ojos, los tiene tan verdes como mi hermano. El caso es, mamá es hermosa y no puedo culparla por querer rehacer su vida con quien considere necesario. Así que, cuando se me queda viendo con expresión ofuscada, como está haciendo justo ahora, me trago la rabia que siento, que es bastante porque fue ella quién me llamó ¡Es el colmo que se moleste!
Esperé en silencio a que añadiera algo más, pero no dijo nada.
—¿Mamá?
—¿Qué quieres? — O-K. Doblemente raro.
—Tú me llamaste ¿Recuerdas?
Juntó sus cejas formando una arruga en su frente.
—¿Yo?
—Ajá.
Sacudió la cabeza, negando.
—No he llamado a nadie.
La tentación de soltar un par de palabrotas se estaba haciendo mayor, pensé en algo positivo, pensé en María José, en lo tolerante que era, ¿Qué haría ella en mi lugar?
—Subiste a mi cuarto y me pediste que bajara a la cocina —expliqué—.Dijiste que alguien me buscaba.
—Micaela, ni siquiera han tocado a la puerta.
Desvié mi vista al reloj de la pared, era una de las pocas cosas que quedaban de papá y se distinguía un montón, más que nada porque desentonaba terriblemente con el resto de la cocina; nuestra pared tenía un mural con diseños florales de un aburrido ocre y ese reloj azul con rojo era la única mancha de felicidad en casa.
—Son las seis con diez, ya tengo hambre.
Ella abrió sus ojos con sorpresa, pero a continuación se encogió de hombros.
—Bien, si quieres saca un yogur del refrigerador, Rick y yo, saldremos hoy.
Rick es el diminutivo de Richard, no estoy segura de su edad, debía tener más de veinticinco. Como era de esperarse, él asintió confiado, como si hubieran planeado esa salida desde siempre y no fuera una estúpida excusa de mamá para evitar quedarse en casa.
Esta vez sí suspiré. Demonios, sí que lo hice, tenía mucho aire acumulado en mis pulmones.
—Bien, como sea. Ah, y gracias por el yogur, no tenías que haberte molestado.
Llegué a mi habitación con el cuerpo hirviendo de rabia, solo para encontrarme con que mi agenda no estaba donde la había dejado; revisé mi cama, el interior del cojín, bajo el catre, cada cosa, dos veces y nada, la maldita agenda había desaparecido.
Cosas como estas no deberían sorprenderme cuando tenía un vampiro al acecho. No pude evitar sonreír ante tan tonta afirmación. Sobre todo porque era yo quien se encontraba atenta ante cualquier visión del mismo. Había leído un montón de novelas rosa y sabía que siempre es el príncipe quién le roba el diario a la doncella; o el vampiro, la agenda.
De forma automática di un vistazo en ciento ochenta grados a mi habitación, a la espera que hiciera su aparición. Luego, me giré hacia la ventana y ¡Maldición! Estaba abierta.
Corrí hasta el marco de ésta, mis puños blancos aferrándose a la madera.
—¿Se puede ser más predecible?
Cerré el pestillo y a través del cristal, distinguí una enorme sombra moviéndose entre los arbustos. Era él, mi vampiro, el exquisito imbécil de la cafetería, el mismo que se negó a dejarme el tenedor.
“El tiempo es oro”, cita la frase, así que aprovechando que mi hermano llegaba tarde de la Universidad me escabullí por la puerta lateral de su habitación, así no me encontraría con mamá y corrí hacia el patio, hacia esa sombra, hacia donde sea que él estuviera. Sin embargo, cuando llegué al jardín, no había un solo rastro de él.
De repente, la idea de estar actuando como la friki de los vampiros cobró fuerza y ya no resultaba tan lejano a lo real, ni molesto. Tal vez no estaba loca, pero ciertamente estaba actuando como una. Ese último pensamiento me hizo enojar.
Sabía lo que había visto: una sombra moviéndose entre mis arbustos, y era demasiado grande para tratarse de un gato, tampoco pude haber sido un ladrón, Valdivia era una ciudad tranquila y mi casa estaba frente a la estación de Policías, ningún ladrón sería tan idiota para intentar robar en mi casa. Esto solo daba más fuerza a mi teoría. Era él, el vampiro. No solo me había intentado engañar cuando sacaba la basura, también se había llevado el tenedor y luego, como si necesitara más motivos para sospechar de él, ¡había robado mi agenda!
—Te gustan estas cosas, ¿Verdad? —comencé a hablar al aire, no grité, mamá seguía en casa, pero quién quiera que se escondiera en los arbustos de mi patio oiría. La situación era tan absurda. Hasta yo lo reconocía—. Jugar a las escondidas… ir por ahí, robando agendas de vírgenes inocentes. Seguro te excita. Apuesto que te pone a mil observar mientras te buscan. Admito que ha sido una sorpresa, no te pensaba voyerist… —sentí un golpecito en la parte baja de mi nuca, un tacto gélido y suave. Un terrible escalofrió recorrió mi cuerpo.
Doble-mierda.
La sorpresa hizo que me mordiera la lengua. Estaba tan nerviosa, que lo único que atiné a hacer fue pestañear. Ah y tragar saliva por montones. Hombre, estaba aquí, el vampiro, estaba justo a mi espalda.
—¿Vírgenes? —usó tal tono de burla que, indignada, giré para enfrentarlo.
Por fin estaríamos cara a cara.
Aunque no era del todo cierto, él era demasiado alto, comprobé en cuanto lo tuve frente a mí. Con mi uno sesenta y cinco ni siquiera le llegaba al pecho. Sin embargo, él solucionó eso inclinando su rostro demasiado cerca de mi cara. Mierda, mierda, mierda.
¿Podía alguien morir de tanta emoción?
—Vamos, Mica —me instó y ¡Dios! No era creyente, pero seguro que me volvía religiosa después de esto. Era un ángel, maldita sea, debía serlo. Nadie debería tener una voz así de… ¿Espiritualmente seductora? ¿Ardientemente encantadora? ¿Absolutamente sublime?
Violable, eso era. Al diablo los adjetivos. Todo él era completa y absolutamente violable. Su voz era tan cálida como fuego líquido embotellado en el más exquisito, fascinante, sensual y maravilloso de los envases.
No solo su voz, el aliento que emanaba desde entre sus labios también lo era.
—Vamos, ni siquiera tú eres tan inocente. Nadie te creería esa mierda.
Vale, no era un ángel. No podía imaginar a uno soltando groserías. Pero ¿quién sabe? tal vez hay excepciones. ¿No se suponía que tanto vampiros como ángeles viven por siempre? Tal vez sus especies son como primos lejanos o algo así…
—«Andas por ahí robando a vírgenes inocentes» —imitó mi voz perfectamente—. En serio, te creía más ingeniosa.
¿Qué demonios? Cómo… cómo era posible.
Retrocedí, sin poder evitarlo hasta que mi espalda dio contra la reja de mi patio. Comencé a respirar con dificultad mientras me llevaba una mano a la boca.
Joder, esto era increíble. Absurdo, pero increíble.
Tal vez lo de las vírgenes no era cierto, pero de nuevo ¿cómo se supone que lo supiera? No es que fuera tonta. De hecho, mi profesor de Matemáticas siempre decía “no hay preguntas tontas, sino tontos que no preguntan”. Así que me armé de valor y demostré que no me avergonzaba no saber.
—Entonces qué mierda comes.
Ahora, eso pareció asombrarlo. Arqueó sus cejas un poco y esos preciosos ojos grises me observaron ladinos.
—Bueno, soy bastante fan de McDonald’s, pero el O positivo no está mal. Además, si el mito de las vírgenes fuera real a estas alturas ya estaría famélico.
Él tenía un punto y yo tenía otro porque acababa de lograr algo así como una confesión. De seguro le hubiese sacado algo más, pero escuchamos a mamá y Richard caminar hacia el patio. Se había arruinado el momento, bueno, eso y el hecho de que tenía ganas de hacer pis.
—Ven —dijo, no era una pregunta. Su voz no daba espacio a negativas
—¿A dónde?
—Ya lo verás, te encantará —rodó los ojos con actitud aburrida y luego se me quedó viendo serio—. Ahora mismo, es la única cosa de la que estoy realmente seguro.
Oh, mierda, lo iba a hacer ¡Me iba a convertir!
—Eh —me aclaré la garganta—, Esto… Verás. Uhm. Hay algo que no me queda claro.
Inmediatamente, arqueó una de sus cejas, tomé aire y continué hablando.
—¿Es una especie de cita?
Mordí la cara interna de mi mejilla, esperando. Tan estúpido como sonaba, hoy me sentía optimista, de hecho, no había pensado en Lucas en todo el santo día. Eso era algo bueno ¿no?
El vampiro volvió a su posición original, irguiendo su rostro y quitándole complicidad a nuestra plática. A continuación, estiró su brazo hacia mi cara y, en lugar de acariciarme, como pensé que haría, sacudió el cabello de mi cabeza, como si yo fuera un cachorrito que acababa de hacer una gracia.
—No seas ridícula, no me gusta jugar con la comida.
Co-mi-da. ¿Había dicho comida?… ¡Comida! Oh. Mierda. Lo sabía. Dos puntos para Mica. Era el momento de confirmarlo.
—¿Eres…? —probé.
—¿Soy?
Había una curiosidad insana bailando en esos ojos plateados mientras me respondía con otra pregunta.
—Tú… —De repente, estaba apuntándolo con mi dedo índice—. Estoy absolutamente convencida de que eres un….
—¿Hombre muy guapo? Sí, me lo han dicho.
—Un vampiro — dije bajando la voz.
—Ah, eso… Bueno ¿vienes conmigo o te tendré que obligar?
Dudaba que eso fuera necesario. Pero solo para picarle, añadí:
—Inténtalo
Me regaló una sonrisa que envió mi imaginación a terrenos pecaminosos. Luego, me noqueó.
Adolorida, confundida e increíblemente molesta, comencé a desperezarme. Tenía un martilleo constante en la cabeza, pero lo que más dolía era la zona entre mi boca y nariz. Llevé mi mano hacia ésta y descubrí que tenía un tapón de algodón en ella.
Con horrible pesar, abrí mis ojos, solo para cerrarlos de inmediato cuando los rayos de luz penetraron en ellos.
Mis piernas estaban recogidas, al igual que mis brazos, retrayéndome en posición fetal.
—Cuidado con lo que deseas, podría volverse realidad.
La voz de mi captor viniendo de una distancia presumiblemente corta y a mi espalda fue suficiente aliciente para que el dolor se me olvidara. Tenía que resistir, era la única forma de salir viva de donde fuera que estuviésemos. A pura fuerza de voluntad resistí el impulso de llevarme una mano a la boca. De ninguna maldita manera le daría el gusto.
Oh mi Dios. ¿Realmente, me había golpeado?
Y una mierda que lo hizo. Probablemente, ni siquiera se trataba de un vampiro real, sino que era algún desquiciado que vio una oportunidad y la tomó. .
«Mantén la calma», me dije, mientras intentaba adoptar un ritmo de respiración normal y me repetía «No lo mires. No lo mires y todo estará bien».
—¿Dónde estamos? —mi voz brotó ronca cuando hablé. Aun así mantuve una actitud tranquila. Terminada mi actuación, abrí los ojos y tomé nota de cada detalle que pudiera darme una pista del lugar donde nos encontrábamos. Sin embargo, no había mucho que mirar. Por lo que notaba, él y yo estábamos en una construcción a medio terminar y eso podría significar cualquier sitio. Últimamente a la ciudad le había dado por levantar hoteles como si se tratase de torres de Lego. Con la llegada del Casino, los turistas era el nuevo sustento económico de la ciudad. Todo esto, suponiendo que nos encontráramos en Valdivia.
Inesperadamente, su mano cubrió mi boca. Esto me sorprendió tanto que ni siquiera tuve tiempo para pensar en un movimiento evasivo o cualquier cosa que se le pareciera cuando en cosa de segundos, me estampó contra una de las paredes del edificio. Sentí mi cabeza estallar en miles de pedazos.
Esto era grave.
Negó, probablemente adivinando que quería insistir en saber dónde diablos estábamos. Pestañeé lentamente, estaba aturdida. De hecho, manchas de colores comenzaron a relampaguear en mi visión y lentamente, sentí que mi cuerpo se iba a pique. Él lo notó y me acomodó entre sus piernas.
Maldita la hora en que se me ocurrió seguirlo. Maldito el momento en que comencé a hostigarlo con preguntas. Maldito el día en que vi Ocaso.
Siempre me caractericé por ser de esas personas que hablan mucho, hasta por los codos. María José o Yania me mandaban a callar, no obedecía y me metía en problemas. Habitualmente no hallaba modo de enmendar las cosas y esta era una de esas ocasiones.
—Ahora, ¿no te lo dije? —Susurró en mi oído—. Te encantará —Esa era a todas luces una promesa, pero mientras sentía sus fríos dedos hacer mi pelo a un lado, noté que, incluso bajo la seda, la amenaza era palpable en el tono de su voz.
A la vez que apretaba los dientes, traté de volver a mi posición original; doblé mis rodillas, las envolví con mis brazos y oculté mi rostro entre ellas. Este no era Edgard, ni siquiera un vampiro, no era más que un maldito loco aprovechando la oportunidad que yo misma le di tan fácilmente.
—Es, después de todo, lo que habías estado deseando —más amenazas.
Deslizó su mano por encima de mi hombro y la situó en mi pecho. No había nada remotamente sexual en ello, todo lo contrario, la usó para darse impulso y atraerme más cerca de su cuerpo. Mi espalda chocando incómoda contra su pecho. Descansó su mandíbula en mi hombro, como si saboreara la experiencia, como si se tratara realmente de un vampiro. ¡Já! En un acto de morbosa curiosidad, giré mi rostro hacia él, al tiempo justo para ver cómo se echaba hacia atrás, abría su boca y provocaba que sus colmillos se alargaran y resplandecieran a la luz.
¡Mierda!
No podía decidir si este descubrimiento era bueno o malo, ya que un puntazo desgarrador en mi cuello interrumpió mis cavilaciones y grité.
Lloré, lloré como nunca antes, o sea, involuntariamente… Mientras su mano me sujetaba el pecho de forma violenta.
Me había mordido. Peor aún, me había dolido. Esto era malo, muy malo.
Una idea se encendió en mi cabeza. Tal vez dolía solo al principio. Quiero decir, al final no había estado tan equivocada ¿Verdad? Era un vampiro después de todo. Aguante el dolor en silencio mientras lo oía sorber. Por supuesto, yo estaba equivocada, en lugar de disminuir el dolor, la succión lo acrecentó.
Mi visión se nubló y lo sentí sonreír contra mi piel, aunque no sabría decirlo. Él continuó cortando mi carne y las punzadas de dolor me hicieron pensar en lo absurdo de la situación.
«¿Pensar?» Quería gritar.
Algo hizo presión en mi mejilla y ojo izquierdo. Sus dedos, supuse. No estaba segura.
Negro. Todo estaba negro.
—¿Suficientemente sexy? —se burló. Su tono de voz tan tierno como el de un devorador de niños. No era sexy en absoluto.
Pese a estar aturdida, no pude dejar de cuestionarme los últimos sucesos. Para empezar: ¿Dónde estaba la sensualidad?, ¿dónde quedó la excitación de sus colmillos finos y certeros a la hora de convertirme en inmortal?
La risa gutural que dejó escapar me hizo notar que había estado al pendiente de mis cavilaciones. Tonta de mí.
—¿Cómo llegaste a la absurda conclusión de que te transformaría en inmortal? —dijo respondiendo a mi pregunta no formulada.
Por mi parte, solo podía esperar, sin terminar de creerlo mientras, con cruel determinación, él volvía succionar.
Con torpeza, froté mis ojos con el torso de mi mano, intentando desperezarme; un acto inútil, comprendí demasiado tarde. Lo que veía no era una pesadilla, ni siquiera mi imaginación podía ser tan cruel.
Y, para empeorar aún más la situación, daba la impresión de que esto apenas empezaba, más que nada, por la forma en que el vampiro había comenzado a jugar con mi pelo. El gesto me ponía la piel de gallina.
Por una fracción de segundo, me pareció que el dolor de su anterior mordida desaparecía, pero esa ilusión se disolvió en cuanto una nueva arremetida de sus dientes se deslizó en mi tensa carne. Esta vez, parpadeé rápido para alejar las lágrimas.
Ipso facto, se giró llevándome consigo. Me envolvió en sus brazos como lo haría un amante y acomodó su cuerpo sobre el mío a una velocidad que desafiaba las leyes de la física, sin dejar que yo tocara el piso.
Aquel movimiento, al puro estilo Hollywood, me provocó mareos, aunque no estaba segura si se debía a la maniobra que utilizó o a mi pérdida de sangre. Sea cual fuera el origen, era su culpa.
Bajo mi espalda, su mano se sentía enorme. Debía serlo para sostener todo mi peso.
El mundo se inclinó, luego dio vueltas, únicamente para inclinarse otra vez. En mi pecho, mi corazón golpeaba tan fuerte que llegué a plantearme la idea de si sería posible vomitarlo, y hablo en serio, apostaría a que era alguna parte de mi corazón lo me obstruía la garganta.
Parecía absurdo estar pensando en algo como eso, dadas las circunstancias. Ni siquiera vi mi vida correr como una película, tampoco imágenes en blanco y negro de situaciones del pasado, y menos, la luz al final del túnel. En fin, acá otro mito derribado. Las historias de aquellos que estuvieron a punto de morir eran falsas. Ya iban dos en la misma noche.
—Supongo que es mejor en las películas —sus labios acariciaron mi oído antes de bendecirme con un susurro. Supongo que poner a mi verdugo en la misma frase junto a palabras como “caricias” o “bendición” era por decirlo menos, enfermizo. Pero entre el golpe en la cabeza y mi falta de sangre, era comprensible. Sí, definitivamente comprensible. Antes, morir en los brazos de un vampiro me parecía la mejor opción. Ya sabes ofrendarle hasta tu última gota de sangre.
Épico.
Lástima que no hubiera nada de épico que él se riera mientras yo moría. Sin olvidar el dolor de mierda que me estaba causando.
El paisaje se iluminó ¿o tal vez se debía a que había abierto los ojos?
No, realmente se había aclarado. Ladeé mi cabeza, justo a tiempo para ver la luna llena alzándose en el centro de la noche.
Noche… Oh mierda ¿Cuántas horas llevaba ahí? ¿Cuánto tiempo había estado desmayada antes de recuperar el conocimiento?
Tomó mis manos entre la suya y las llevó hasta su cuello. Esto era enfermo. La luna iluminaba su piel, su blanca, perfecta y tan lamible piel. No podía negarlo, había mucho que mirar. Al parecer la luna estaba de acuerdo, ya que iluminaba todo lo que en secreto yo había deseado, algo que ahora no era más que un recuerdo insano.
Largas líneas surcaban su clavícula, cuello y quijada. Tenía unos hombros increíblemente fuertes, gruesos. Era toda una mole la que tenía sobre mí. A fuerza de voluntad, conseguí cerrar los ojos.
«No te distraigas, es solo un disfraz»
Él dejó escapar un sonido grave y lascivo, segundos antes de que sus labios se cerraran sobre mi piel. Aquella succión se prolongó suave y similar a un beso, salvo que los besos no te hacían sangrar.
Esta era la parte que no debía olvidar. La parte fea. Lo que suponía, Mr. Vampiro, quería enseñarme.
«Cuidado con lo que deseas» había dicho él.
—En mis años de vida, nunca he dejado de sorprenderme por la estupidez de ustedes los humanos.
Lo dejé hablar, al menos así dejaba de beber.
—No todos por supuesto, tengo amigos entre ellos. Mi proveedor de Internet. Naturalmente, ¿Quién soy yo para juzgar?
Un bastardo inescrupuloso, quise decir, pero estaba tan débil que me conformé con un precario:
—Detente, por favor…
Estaba llorando. Rogando, él lo sabía, pero aun así no se detuvo. En lugar de eso, me recorrió con la mirada todo el cuerpo, antes de llegar a mis ojos. Era una mirada furiosa.
Y ahí, con su enorme complexión sobre mí, con el frío cuero de su chaqueta ocultando la verdadera razón de los temblores de mi pecho, mientras esos hermosos ojos grises me taladraban con una mirada vacía, sin vida, lo comprendí. Realmente lo hice: Entendí que un ser sanguinario como él no conocería el significado de la palabra indulgencia, con él no funcionarían los “por favor” ni las manipulaciones.
Mientras volvía a triturar la carne de mi cuello, yo respondía a su apremio con mis manos, dando puñetazos al azar y esperando infligirle algún daño. Sin embargo, si sus manos eran sólidas a la hora de sostener, su pecho lo era aún más oponiendo resistencia. Mis nudillos se sentían como gelatina golpeando concreto.
—¿Por qué te quejas? —preguntó con una voz absurdamente dulce. Luego se detuvo y negó, como si se estuviera replanteando algo.
—¿No te pedí que me dejaras en paz, que te fueras a dormir y me dejaras tranquilo?
«Tienes que estar bromeando».
—Vaya ¿Eres toda una fierecilla, no? —sus palabras estaban cargadas de cinismo, eso me dio más fuerzas para luchar. Mejor amoratada que cobarde. No quería que estuviera cerca de mi cuello, así que esta vez, procuré que mi golpe le diera en la boca, pero al igual que los anteriores, lo esquivó sin esfuerzo.
Hubo una parte de mí que estaba tentada a claudicar. Lo había intentado todo, desde patadas a rodillazos en la ingle. Cuanto todo eso falló, volví a empezar, uno a uno mis puños rebotaban en su pecho, pese a ello, no me rendí. Continué estrellándole mis puños, cada golpe más débil que el anterior y por su expresión, él lo estaba disfrutando.
Era rápido en regenerarse. Mucho más de lo que yo habría esperado. En uno de mis tantos golpes conseguí sacarle sangre en la mejilla, nada demasiado grave, solo un rasguño. Un instante estaba sangrando y al siguiente ya tenía una pequeña sombra de costra. Estaba sentenciada a fracasar, pero plantar resistencia era todo cuánto podía hacer mientras drenaba mi sangre, y hubiera seguido así por horas de no haber sido porque el muy maldito enganchó su mano a mi pelo, forzándome a tirar la cabeza hacia atrás.
—Lo siento.
No entendí a que venía eso ¿En serio se estaba disculpando?
—Aunque creo que tú lo sentiste más —añadió, después de que yo soltara un grito de dolor, segundos después de que el muy bastardo sacara su mano de mi cabeza con un montón de mi cabello entre sus dedos.
—¿Tan feo soy? —ronroneó, mientras su mano cubría el segundo grito que peleaba por salir de mi boca. El aire comenzó a faltarme y justo cuando pensé que moriría por asfixia en lugar de desangrada, el cielo conspiró a mi favor y ¡Milagro de milagros! El vampiro quitó su inmunda mano de mi boca. Pero no era realmente sucia, sino suave y con olor a menta.
Santo Jesús, era de mi asesino de quien estaba hablando.
—¿Quieres saber un secreto? —preguntó retóricamente—. Me joden las expectativas, yo de niño soñaba con ser Drácula, hoy en cambio, nadie te da un veinte si no actúas como un inglés despeinado con colmillos falsos. ¡Te hice una pregunta!
No pensaba responderle, desde luego que no era feo, pero era poco probable que él necesitara de mi ayuda para mantener su egolatría sobre el nivel normal.
Para variar, volvió a sumergirse en mi cuello destrozado y laxo como el de una gallina muerta, a estas alturas ya no me quedaban fuerzas para luchar, tanto él como yo lo sabíamos, por lo que con mi dignidad hecha trizas, me limité a descansar mi rostro contra la fría chaqueta de cuero que cubría su torso. Sin embargo, duró poco. Comencé a sentir frío, supongo que mi cuerpo comenzaba a preparar el proceso de muerte, congelando mis células para de esa forma retardar la muerte cerebral. Al pensar en la muerte y en cómo mi cuerpo trabajaba para retrasarla, me rendí.
Sí señores, yo, Mica Palacios, me había rendido.
A lo lejos, comenzó a sonar el tema principal de Ocaso, podría haber reído si no hubiese ocupado mis fuerzas llorando y golpeando a mi agresor. María José lo había puesto de ringtone en mi móvil, así sonaría cada vez que alguien llamara.
Irónico que fuera precisamente esa canción lo último en oír antes de morir.
—¿Va… vas a matarme? —me encontré balbuceando débilmente. No tuve mucho tiempo para recibir su respuesta, ya que fue ahí que se apagó la luz. Sin embargo, podría jurar que aún en la inconsciencia escuché su risa y un horrible:
—Dulces sueños. Ah, por cierto, tenemos un trato. Luego te explicaré los detalles.