Ruptura

Lucas no aceptó mi sugerencia, en realidad ni siquiera tuvo que escucharla, estaba demasiado ocupado en un taller de preuniversitario ¡Un sábado! En lugar de eso, me sorprendió llamándome esa misma tarde para darme la noticia de que corría el riesgo de repetir de curso. Había llegado a mitad de semestre y no había logrado ponerse al día. Incluso si pasaba todas las materias con calificaciones suficientes, no le convenía llegar a dar la PSU tan mal preparado. Entre todas esas cosas la única que realmente me importó fue que si repetía, significaba que no podría ir a la fiesta. Todos lo sabían. Hasta parecía estar haciéndolo intencionalmente.

Debería haberme preocupado más de su futuro que de una fiesta, pero en lugar de eso, y gracias a las estúpidas hormonas, no pude contener mi lengua viperina y le dije un par de cosas que no se merecía. Como que… la gente normal se tardaba diez minutos, no tres segundos. Lo que terminó con Lucas llamándome entre otras cosas como friki de los vampiros y conmigo respondiéndole que se fuera a la mierda. Después de estampar el teléfono contra la pared y ahogar un chillido en la almohada ya no pude contener más las lágrimas. Yo era fuerte y para mi llorar no significaba ser débil, solo me hacía humana; una muy adolescente humana. No era tristeza, no.

Mientras me sonaba con la punta de mi almohada, traté de convencerme de que lloraba por rabia en lugar de dolor, pero cuando intenté repetírmelo por tercera vez, me di cuenta que estaba mintiendo y no tenía sentido.

Cerré los ojos sopesando los pros y los contras de quedarme autoflagelándome en mi habitación. Mamá no estaba ¡qué novedad! y Rodrigo, estaba demasiado ocupado dando todo de sí en World of Warcraft, como para interesarse en mis problemas emocionales. No es que eso fuera algo nuevo. Al cabo que ni le pensaba contar.

Me levanté de la cama, donde había estado revolcándome en tristeza desde que corté la llamada, y me paré frente al espejo.

—No vale la pena —le dije a la mujer del espejo, arrastrando la voz hasta que el matiz ronco se volvió casi inaudible ¿Se podía ser más Emo?

Negué, ésta no era yo. A mí no me iban estas cosas. Joder, ni siquiera quería ir a la estúpida fiesta, la verdad es que estaba enojada porque había depositado demasiadas esperanzas en él, cuando terminó siendo igual que el resto de los idiotas de la escuela.

Miré la seda y gaza que colgaba del espejo. Quité la tela blanca tan rápido como pude, sin llegar a mancharlo o estropearlo, después de todo, era demasiado costoso para comprarlo. Lo había arrendado y ahora estaba muy agradecida de haber sido sensata al momento de tomar esa decisión. Gastar la mesada de un año en algo tan superficial como un maldito vestido estaba más allá de mis peores actos fresas.

Admitía que después de ver la película había corrido a leer los libros y que tenía una especie de enamoramiento con el protagonista, lo que había dado paso a que en vez de la friki de los magos ahora me llamaran la friki de los vampiros. Pero no esperaba que Lucas también lo hiciera. Es increíblemente doloroso que aquella persona en la que has puesto toda tu confianza y cariño, piense igual que los demás idiotas de la escuela y te hiera de esa forma.

Tomé mi libro de Ocaso, la botella de Vodka que Rodrigo pensaba escondida bajo el cojín de su sofá favorito del living y me encerré en el baño de mi habitación. Había muchas formas de superar la desazón ¿Qué mejor que un príncipe y una pócima mágica?

Cinco semanas después de mi quiebre con Lucas, y gracias a Ocaso, comprendí que sobreviviría.

Al principio me costó, no por el dolor —porque dolía—, sino porque a diferencia de mí, Lucas no había dado por acabada nuestra relación y cuando se lo expliqué, él terminó conmigo ¡Increíble!

Su argumento para haberme llamado friki de los vampiros fue que estaba cansado de oírme hablar sobre vampiros y magos, pero se olvidó mencionar que había conocido a cierto vampiro gracias a él, y bueno, él debió adivinar que algo así pasaría. Por Dios, si me conoció cuando estaba loca por los magos. He sido fan de Henry Ploter desde que tengo once años, son cinco años de relación ¡Nadie puede competir contra eso! De todos modos, no era una razón de peso, desde mi punto de vista, para acabar algo que en primer lugar nunca fue real.

Bueno, real sí, puede que le hubiera dado mi primer beso y un montón de otras primeras veces, pero yo también lo había sido para él. Entonces ¿Por qué tenía que arruinarlo todo actuando como un idiota?

Podía perdonarle lo de la fiesta, porque él tenía razones que estaban fuera de su control. Sin embargo no podía perdonarle que me ridiculizara, y mucho menos cuando comenzó a hacerlo frente a todos.

Fue una suerte para Lucas que lo nuestro fuera secreto. Nadie, a excepción de mis amigas, se sorprendió cuando él también comenzó a llamarme La friki de los vampiros públicamente. Aunque nunca mencionó que quién le había dado su primera vez, fue esta friki. Eso se lo reservó para su historial de citas para el olvido.

Al final seguí el ejemplo de mis amigas. Dije adiós a los hombres y me concentré en pasar el tiempo con quién lo valía: mis libros y mi computadora, en ese orden. Lo sé, dicho así suena de lo más nerd o alternativo, pero yo no usaba lentes ni vestía de negro al estilo gótico… en ese entonces.

Sonreí pensando en esto último, justo cuando Yania salía con un comentario de lo más acertado.

—Lo prefiero en el libro, al menos así su peinado no me hace pensar en Elvis Presley.

—Yania tiene razón —concedió María José entre risas, o para ser exacta, intentando hablar sin morir por asfixia. La pobre estaba tan roja que temí fuera a ahogarse mientras se carcajeaba.

Acercó el poster de Robert Paterson hasta la cámara de su laptop para que yo pudiera verlo a través de la pantalla de la mía. En serio, las video llamadas eran lo mejor desde el descubrimiento de la rueda, gracias a Skype el rostro inmaculado de ese hombre se veía con un zoom impresionante. Tuve que inhalar profundo para apaciguar mi respiración, siempre me pasaba cuando lo tenía tan cerca.

—La tiene —admití con pesar y la risa de mis amigas brotó tan fuerte que los parlantes de mi computadora chirriaron.

—Pero, tampoco está tan mal en la película —añadió María José, quitando consistencia a su punto anterior—. Es decir… He visto peores.

—Mujer, él podría vestirse de chica y seguiría excitándome.

—Lo sabemos —bufó Yania y otra vez comenzaron a reír, mientras yo les enviaba un emoticón que imitaba una cara babosa.

—¡MICAAAA! —El grito fue tan alto, que estoy segura hasta mis amigas lo oyeron a través de la pantalla. ¡Qué desagradable! Mamá tenía la mala costumbre de gritar cuando estaba en casa, como si necesitara llenar las horas que no estaba a punta de gritos.

—¡Ya voy! —respondí, rodando los ojos cuando ella gritó que no tenía por qué alzarle la voz, que mejor bajara y le respondiera en tono normal.

Apunté la webcam de mi computador hacia mi cama y corrí hasta ella. En la pared del cabezal se encontraba un poster de Robert Paterson tamaño real. Lo había ganado en un concurso de la página oficial de Ocaso Chile. Durante todo el mes de Octubre, me había dedicado a leer y releer los libros de la saga de Moyer. Repetíamos las películas en cada pijamada que celebrábamos mis amigas y yo, puede que tuvieran razón, sí, me obsesionaba fácil. Primero fue Henry Ploter, cuando nos dejó papá, ahora Ocaso, porque me había abandonado Lucas, pero lo prefería, lo prefería mil veces, al menos sabía que los personajes de mis libros siempre estarán ahí para mí. Sin importar lo que pasara. ¿Qué importaba si existían o no en la vida real? En mi cabeza y mi corazón, eran verdaderos, lo que yo sentía era verdadero.

Volviendo al poster, lo besé en la boca, duro y profundo, justo como a él y a mí nos gustaba. Cuando el sabor a papel impregnó mis labios, imaginé que algo así se sentiría al besar granito, la piel de un vampiro.

—¡Enferma! —escuché que gritaban por el altoparlante, les hice una reverencia y luego cerré sesión, no sin antes prometer que tardaría máximo treinta minutos.

Estaba loca, pero loquita por él ¿Y qué? Los hombres reales no valían la pena. Moyer, J.L. Smithen y Harrison, me habían dejado inservible para cualquier relación futura. Después de todo ¿Quién podría superar a un vampiro?

En cuanto llegué a la cocina me arrepentí, no me habían llamado para lavar los platos, sino algo mucho peor. ¿Y dónde estaba mi hermano cuando se le necesitaba? Lejos, para variar. Típico de Rodrigo, dejarme el trabajo sucio.

Le regalé a mi mamá una clara mirada de molestia y me encaminé hacia la salida con mis manos ocupadas con bolsas de basura. ¿No lo había dicho ya? Mi suerte era un asco.

El camino hacia los contenedores de basura era corto, no más de quince metros, pero tenía un problema, el sitio era increíblemente oscuro. El poste que solía alumbrar esa esquina se había quemado hace una semana, y el Departamento de Aseo y Ornato del municipio seguía sin hacerse notar.

Por otra parte, las bolsas en mis manos apestaban y no exageraba cuando dije que tenía mala suerte. La última vez que mamá me había enviado a tirar la basura, me encontré con todo el equipo de fútbol de la escuela, Lucas incluido y pese a que ya habían pasado varias semanas desde que se había terminado nuestra no relación, mentiría si dijera que no me había sentido como la mierda.

Quizás si hubiera estado peinada, cosa que no sucedió, porque nadie se peina para cargar desperdicios; a lo mejor con mi mejor tenida, lo que tampoco pasó ya que usaba mis pantalones de chándal y unas pantuflas.

Ni siquiera con mi mejor minifalda hubiera conseguido pasar por alto el hecho de que las bolsas goteaban un líquido oscuro, manchando mis pies. En serio, ellos vieron todo eso, y se quedaron lo suficiente para presenciar cómo la bolsa más grande se abría y la basura caía esparciéndose sobre mis piernas.

Obviamente, la tierra no me tragó.

Esta vez, nerviosa, observé el perímetro asegurándome de que no hubiera nadie y solté el aire que había estado conteniendo cuando comprobé que estaba sola. Sin embargo, la bolsa de nuevo goteaba. Con precaución, me alcé en puntillas, intentando alcanzar el contenedor y ¡Desde luego!, maldiciendo a mí hermano en la única lengua que conocía, mientras intentaba esquivar las gotas de porquería que se escurrían del nylon. Bastaba con hacer un mal movimiento para que la mierda cayese sobre mi pelo, mi cuello y también mi ropa vieja, que seguía siendo ropa y no me apetecía arruinarla.

Rodrigo era mucho más alto que yo, además de idiota, creo que esto último lo repito mucho, pero siendo una característica importante de su personalidad, no puedo simplemente omitirlo. A él no le hubiera costado nada hacer esta cotidiana y agradable tarea.

En un arranque de inspiración salté con fuerza, y empujé la bolsa hacia el contenedor como si se tratase de una bola básquetbol. Lógicamente, no encesté. Eso hubiera sido demasiada fortuna, pero, como nadie me vio, lo tomé como un buen augurio, ojos que no ven, cerebro que no piensa o algo parecido. No obstante, alguien gritó, probablemente alguna anciana que a falta de distracción en la TV se dedicaba a fisgonear a los vecinos.

Como dije, no tengo mucha suerte, pero sí puedo identificar las señales, y el grito de la anciana, claramente anunciaba “problemas”, así que más me valía salir huyendo de ahí. No es que me fueran a pasar una multa o algo así, pero era bastante seguro que me obligarían a limpiar el lio que había dejado con las bolsas de basura, y dado que ya se habían rasgado no había manera posible de que yo pudiera salir limpia de esa tarea.

Lo curioso fue que el grito terminó casi al momento de iniciarse. Me sorprendió que no viniera nadie a reprocharme, tal vez porque había corrido demasiado rápido, o simplemente se trataba de otra cosa.

—Mierda —gemí, cuando algo se clavó en mi pie. Me apoyé contra la pared del edificio donde se ubicaban los contenedores y lo desnudé, no sin antes observar con rabia mis pantuflas infantiles.

Eran de conejo, cómodas, pero no lo suficiente seguras para cuidar la planta de mis pies. Observé con asco el pequeño vidrio incrustado en mi piel y podría apostar a que dolió incluso más después de verlo.

—¿Todo bien? —alguien preguntó y pude sentir la sangre bombeando en mis oídos. Ya me había extrañado que ningún chico del equipo se me hubiera cruzado hoy. Pero, claro, eso es lo que tienes cuando vives a quince minutos de la escuela.

Tuve este extraño presentimiento, similar a cuando eres pequeña y has hecho algo realmente malo, como regresar a casa sin el cambio de alguna compra cuando tus papás te advirtieron que no lo hicieras o darle la comida que no te gusta al perro. Ese sentimiento de hormigueo en el estómago, como nervios pero peor… Mi abdomen quemó y mordí mi labio, quería evitar que el dolor en mi pie mostrara en mi rostro alguna mueca ni menos que se reflejara mi nerviosismo.

«Que no sea Lucas. Que no sea Lucas. Por favor buen Dios, no permitas que sea Lucas».

Ni siquiera era católica, pero dada las circunstancias, no estaba de más intentar ser escuchada.

—Creo —admití, expulsando el aire casi colapsado en mi garganta, entretanto intentaba esconder las pantuflas de conejito en medio del pasto, pero lo mantenían tan corto, que solo podía apostar a que la oscuridad sirviera como algún medio de camuflaje.

—Bonitos zapatos…

Vale, mi camuflaje era una mierda.

—Es lo que hay —escupí molesta, ya segura de que no era Lucas, reconocería su voz en cualquier parte y esta no era la de él, se trataba de un timbre mucho más grave, más… Sacudí mi cabeza «Concéntrate Mica»—, aunque podría hacer unos mejores con tu cara, si no te importa.

Iba a continuar, mientras secaba mis palmas en los bordes de mi pantalón, pero entonces vi su rostro y las ganas de hacer pantuflas con la piel del extraño se redujeron a menos que cero. Ni toda la oscuridad del mundo hubiera sido capaz de ocultar ese semblante. Mi corazón se disparó y en ese momento quedé sin habla, seca: mi paladar, mi lengua, como si las glándulas salivales hubieran dejado de funcionar.

Abrí y cerré mis labios un montón de veces, pero era incapaz de hablar y esto fue incluso más terrible a la vez en que fui a ver Ocaso por segunda vez ya no en compañía de Lucas, sino de mis amigas. En aquella ocasión quedé afónica durante días de tanto gritar “Te amo”, en la escena donde Edgard entraba en la cafetería del instituto.

Llámenme loca, llámenme enferma, pero apostaría mi colección de Fanfiction impresos bajo la cama y mi copia de Ocaso firmada, a que tenía frente a mí un vampiro.

—De-ninguna-maldita-manera. No lo puedo creer… —pensé en voz baja.

Apostaría incluso el libro uno, y ese me había regalado Lucas. De todos modos, ni siquiera sabía porque aún lo tenía. Ah, verdad, me había cambiado la vida.

—Tampoco yo, ¿Cómo sales de tu casa, a media noche con semejante facha?

Ignoré el comentario, porque en serio, lo que estaba sucediendo superaba con creces el efecto de la marihuana, conste, la había probado solo una vez. ¿Me estaría encantando?

Probablemente, de seguro en estos momentos me estaba leyendo la mente, o mejor aún, hipnotizándome para luego llevarme a su mansión y convertirme en su amante eterna.

—No lo sé —me encogí de hombros, parpadeando más de la cuenta al fijar mi atención en sus ojos, hacer eso había sido una pésima idea, una muy, muy mala. Tanto así que me gustó.

Evité comenzar a echarme aire con las manos, no quería parecer desequilibrada mental, pero en serio, nadie podía tener una mirada así. Excepto los góticos, pero se notaba a un kilómetro de distancia cuando usaban lentillas y estas… Joder, esta era la mirada de un demonio, corrección, los ojos de un demonio en el rostro de un ángel.

El color gris, nunca fue tan puro ni aterrador. A ratos parecía que su pupila se tornaba alargada, como la de un gato, pero luego volvía a su habitual esfera y era ahí cuando yo comenzaba a cuestionar mi cordura. Lo único que captaba casi tanto mi atención como sus ojos, era el arete gris de su oreja izquierda. Por ley general, no me gustaban los hombres con perforaciones, pero estaba dispuesta a hacer una excepción porque todo en conjunto lucía digno de ser retratado.

Mierda, era sexy.

—Está… bien —dudó él, posiblemente porque acababa de notar el diseño de mi camiseta. No me malinterpreten, no salí a botar la basura en pijama, usaba un pantalón deportivo de chándal y una camiseta común y corriente negra. ¡Ah!, con un par de pequeñitos colmillos estampados en la zona del busto.

Lo juro, apenas se notaban… Lo que nuevamente probaba que estaba en presencia de un vampiro.

—Como quieras —finiquitó él con expresión aburrida, antes de dar media vuelta y caminar en dirección contraria.

Era plenamente consciente de que muchos podrían pensar que yo era una lunática acosadora de hombres, pero en serio, esto era muy fuerte. Había visto hombres hermosos, muchos, incluido Lucas y jamás me despertó la libido como el desconocido que escapaba de mí en estos instantes.

—¡Espera! —le llamé, antes de pensar y sobre todo, antes de ponerme la pantufla y cojear en su dirección.

El sujeto se detuvo y giró hacia mí, pero su expresión había dejado de ser preocupada, ahora que lo pienso, dudo que en algún momento lo fuera.

—¿Necesitas algo? —supe cuánto le costaba decir eso, por supuesto, debía intuir que lo había atrapado. Es que, él no tenía forma de saber que yo tenía un don natural para distinguir vampiros, no es que los hubiera visto antes. Es decir, hay que ser realista ¿vale? Estas cosas no suceden todo el tiempo, y sí, puede que actuase como una loca, pero solo porque se trataba de un hecho único en la historia de, no lo sé, la humanidad o algo así.

Ahora que lo pensaba, yo era una especie de Cristóbal Colón de los fans de vampiros.

El vampiro en cuestión, curvó la boca, como si le hiciera gracia algo. ¡Ajá!

Obviamente, había leído ese último pensamiento.

«Ya sabes amigo, hay más de donde vino eso», le envié un mensaje mental, junté mis cejas, concentrándome mucho.

Él no dijo nada, así que descarté los mensajes mentales por el momento y me limité a continuar la conversación. Uh ¿Qué me había preguntado?

Hice memoria. Ah, sí, sobre si yo necesitaba algo.

—Sí —admití y como que me empecé a sentir incómoda, algo tenía que ver en ello su mandíbula tensa—, si no te importa, me gustaría —«¡un mordisco!»—… hacerte una pregunta.

Crucé los brazos sobre mi pecho porque además de incomodidad ahora sentía frío. Caray, qué sería lo siguiente ¿Convulsiones?

—¿Siempre vas por la calle haciéndole preguntas a desconocidos?

Cerré los ojos, evitando así que los suyos me distrajeran. Él no se veía nada feliz y lo último que quería era causarle una mala impresión, pero algunas cosas no se pueden evitar.

—Pero, si fuiste tú quien se acercó a mí.

—¿Qué esperabas? Diste un grito que podría dejar sordo a cualquiera, luego te vi y estabas prácticamente en pijamas. No es cómo si pudiera seguir de largo.

—Ya —no usaba pijamas, pero en lugar de corregirle intenté ser amable. Ya sabes, para causar una buena impresión—, gracias por eso.

—No hay de qué.

Estaba listo para irse. ¡Otra vez!, y en serio, esa actitud ya empezaba a molestarme. Para un inmortal ¿Qué tanto podrían significar dos minutos de su tiempo?

Fue por eso que lo agarré del brazo y el frío material de su chaqueta me erizó la piel. Había estado tan impresionada por la anatomía perfecta que dibujaba su rostro que se me pasó por alto su impecable vestimenta.

El tipo traía unos jeans oscuros tan ajustados como podrían estarlo sin que llegase a lucir afeminado. Lo asombroso del asunto es que tenía el equipo adecuado para llenarlo, sus muslos se marcaban tensos bajo la mezclilla y en la zona posterior no había necesidad de usar billeteras ni algún otro tipo de relleno para emular traste.

El área de su pecho era un asunto aparte, lo miré con descaro degustando el impecable cuero azabache de su cazadora. Chaqueta que no cualquiera podría llevar o llenar adecuadamente. Vestirse así, sencillamente debería ser considerado un acto ilegal. Muchas mujeres podrían perder la vida u ofrecerla en bandeja a cambio de una mirada. Tan solo una mirada de sus ojos claros bastaría para derretir a cualquiera.

A mí por ejemplo. Y así fue que las palabras más absurdas salieron de mi boca. No las pensé, supongo que eso me excusaba.

—No tienes que fingir conmigo, sé lo que eres.

Juro que no quería decir eso, pero no se me ocurrió algo mejor. El vampiro me miró por sobre su hombro y frunció el ceño cuando notó mi mano sobre su brazo, la quité de inmediato y él se giró completamente hacia mí.

A continuación hizo tres cosas. Primero lució desconcertado, luego molesto y finalmente… bueno, comenzó a reírse y no fue en absoluto un gesto alegre.

—Ve a dormir mocosa… No son horas para que andes por ahí, hablando con extraños y menos soñando despierta.

Abrí mis ojos, sin poder creerlo, intentando captar el sentido de sus palabras. ¿Hablar con extraños?

Por favor. La estación de Policía estaba al frente de mi casa, desde aquí podía verla, no corría peligro.

—Piensas que estoy loca… —El tipo clavó su vista en el cielo y negó, por supuesto, nunca pensé que esto fuera algo fácil—. No lo estoy —agregué al notar que mi pregunta anterior había sonado más como una certeza.

—Yo no he dicho nada —puntualizó, mostrándome sus palmas en señal de inocencia.

—Pero lo pensaste —le recordé cruzándome de brazos. Ahora de verdad estaba cabreada. En cada novela de ficción que leía, el vampiro siempre niega lo que es, cuando es obvio que es un inmortal.

¡Demonios!

Casi me estalló el corazón cuando enarcó una de sus cejas, sus ojos platinados me escrutaron de arriba hacia abajo… Eran vacíos y duros. La mirada de quien todo quiere y nada da, una expresión muerta.

Nunca me sentí tan insignificante como ahora, ni siquiera con Lucas, pero no importaba. Podía apostar a que nunca antes nadie vivió algo así.

—¿Ahora lees mentes?

Ignoré su comentario. Insultaba mi inteligencia.

—¡Pero tu boca es roja!

—También la tuya y eso no te convierte en vampiro ¿O sí?

—Graciosito… La mía no gotea sangre —quizá debería haber comenzado por ese punto.

—Vale, eso tiene solución.

Se pasó la mano por su labio, observando con indiferencia sus dedos ahora teñidos de carmín.

“Qué descuido”, creí oírle decir, pero también pude haber oído mal, por lo tanto insistí.

—¿Descuido? Conque andas de caza, ¡lo sabía!

—¡Qué diablos! Solo me mordí la boca. ¿Contenta?

—Ni un poquito.

Él hizo esta cosa típica de los héroes de novela rosa, ni se diga de vampiros, el caso es que volteó los ojos con aire aburrido y comenzó a dar pisadas en la dirección opuesta de donde se había encaminado antes que yo impidiera su huida. En otras palabras, había cambiado de opinión ¿por qué sería? Obviamente porque lo había descubierto.

Como era de esperarse, volví a seguirlo. No podía esperar por encontrar un lugar solitario y arrastrarlo hacia ahí, pese a que por términos de peso y tamaño, era más probable que fuera a la inversa. Es que en serio, llevaba meses fantaseando con la idea de conocer a Ian Somerhot o Robert Paterson, pero esto era aún mejor.

Se detuvo de forma abrupta y choqué contra su espalda. Sobé mi nariz mientras esperaba que me explicara qué pasaba.

—Maldición —eso decía bastante—. ¿Es que piensas seguirme toda la noche?

Entonces era mi culpa… Como se trataba de un ser de otro mundo, decidí ser sincera, le debía eso.

—Algo así…

El vampiro abrió sus ojos alarmado, en serio, era bueno fingiendo terror. Casi me hacía sentir como si yo fuera una asechadora y él la víctima horrorizada.

—¿No se preocuparán tus padres?

Respiré profundo y conté hasta diez, no dejaría que me afectara su pregunta.

—No

Su boca se curvó, solo un poco, pero alcancé a ver el atisbo de una sonrisa, o creí hacerlo. Mierda, probablemente había leído mi mente y sabía lo difícil que era conseguir la atención de mamá.

—Es peligroso vagar sola a estas horas.

—¿Qué puede ser peor que un vampiro?

—Te sorprenderías.

—¿Lo ves? No lo has negado.

Bufó, pero nuevamente, no negó mis dichos y esto comenzaba a gustarme, ¿quién lo hubiera dicho? nos estábamos entendiendo.

Aproveché su esporádico arranque de simpatía para darle otra mirada. Y ahí estaban otra vez esos jeans oscuros y su chaqueta ajustada, de esas que se adhieren al cuerpo de los chicos marcando a la perfección la anchura de su espalda y lo angosto de sus caderas.

¡Era exquisito!

Literalmente, no digamos hermoso, sino sexy de un modo brutal. Era tan bello que podía hacer que cualquier chica comenzara a desvestirse con un solo parpadeo. ¿Era yo una de esas?…

—¿Hola?

No había terminado el pensamiento, cuando él ya había desaparecido y ni siquiera le tomó un guiño.

Lo sabía. Un vampiro.

Durante la noche me fue imposible dormir. Después de esa demostración de invisibilidad por parte del vampiro o ‘chispazo’ como me gustaba llamarlo, corrí a toda velocidad hasta mi casa y puse pestillo a mi puerta. Busqué mi agenda y procuré ser exacta a la hora de anotar los detalles de lo sucedido esa noche; tenía que ser precavida ya que, según había leído, era muy probable que el vampiro decidiera borrar mi memoria mientras dormía… o algo peor.

Cuando se trataba de vampiros no se podía confiar en nadie, ni siquiera en ti misma, los pensamientos humanos son algo jodidamente complicado. Quiero decir, no es que sea sicóloga o algo así, pero bastaba con ver como las personas perdían la cabeza cuando los mordía uno de esos o peor aún ¡Cuándo probaban su sangre!

Había encontrado en internet, artículos que contaban que existían casos en los que algunos humanos se volvían adictos. Yo en cambio, era diferente, menos fanática, o tal vez, no. Ya, puede que fantaseara un poquito con ser convertida, pero solo debido a que mi mamá era demasiado guapa y quería ser más hermosa que ella, de esa manera descontaría una molestia menos a la lista de cosas de mi vida, que los demás encontraban de lo más fantástico para generar burlas.

Además, no es que tuviera problemas de autoestima, nada que ver. Me quería enterita, toda yo me encontraba hermosa. Solo era un tema de oportunidades, si estaba en mis manos convertirme en un ser superior, pues ¿Por qué desaprovecharlo?

Por eso mismo, de ahora en adelante tenía que anotar todo. Eso sí, no puede resistirme a dejar la ventana abierta, con riesgo de que cierto vampiro me borrara la mente o no, valía la pena aventurarse.