Por esos días yo era ingenua y afortunada. ignoraba la macabra realidad que se entretejía a mí alrededor y disfrutaba de la fantasía que proporcionaba la ignorancia.
Aquel amanecer de julio íbamos caminando por los pasillos del liceo armando robles rivera, era un liceo típico, según yo. donde sea que mirara, había alumnos por montón, todos saludándose y relatando historias sobre sus vacaciones. algunos parecían francamente alegres y otros en cambio, se limitaban a sonreír por cortesía mientras tomaban nota de los cambios de look. yo pertenecía a este último grupo, la verdad es que no estaba desesperada por volver a clases, no extrañaba nada de ese maldito edificio ubicado en Arauco 474. y era mil veces más entretenido mirar los reflejos rosa en la cabeza de Yania.
—¿no es ese tu novio? —preguntó ésta, sorprendiéndome mientras señalaba con su dedo al protagonista y podría decirse, víctima de mi pequeña mentira blanca.
«¡trágame tierra!»
La culpa y el nerviosismo se tradujeron en una cantidad exagerada de sangre centelleando en mis mejillas, mientras yo me debatía entre improvisar un cuadro de amnesia disociativa o darme a la fuga.
Ahora, mentira como mentira, así, del verbo mentir, no era. Vale, tal vez un poco, una pizca, casi nada ¡Por supuesto que era mi novio! Solo que él aún no lo sabía. Le había dicho a todas mis amigas que estábamos saliendo, no con afán de engañarlas, nada que ver. Sencillamente quería salir del paso. Bien, lo admito. Había comenzado por salir del paso, luego me emocioné hablando –inventando— sobre nuestra relación, y ahora que lo veo frente a mí, es obvio que mi ficción terminó saliéndose de control.
Llevaba días con querer ver la película de Keanu Reeves en la que hacía de extraterrestre-robot vengador de la naturaleza o algo así. En realidad no entendía muy bien la trama, solo quería ver a Keanu Reeves. Tenía que admitir que ir al cine sola era penoso, pero ¿qué más iba a hacer? No tenía novio, ni siquiera un amigo dispuesto a personificar ese papel por 104 minutos, que son los que dura la película… y ¡realmente quería ver a Reeves!
De modo que ahí estaba yo. Sola en el único cine de Valdivia con mis Popcorn tamaño familiar en una mano y las entradas en la otra, cuando divisé el característico cabello de Yania.
Tengo que decir que Yania Vulinovic, ha sido mi mejor amiga desde que tengo diez años. Es rusa, y según la última encuesta del Centro Ruso de Estudio de la Opinión Pública (VTsIOM por sus siglas en ruso), el 91 por ciento de los rusos, respetan y aman a sus amigos.
Y es cierto, Yania estuvo conmigo cuando cumplí once y papá nos abandonó. Y continuó ahí cuando comencé a usar sujetador y entré en esa edad detestable y poco tolerable de los trece años. Por eso, cuando la vi en compañía de Diego —uno de los pocos tipos remotamente sexys del instituto, el padre de los clichés—, en la misma fila que yo, no pude decir la verdad. Sencillamente era demasiado patético admitir que estaba sola en el cine cuando ella venía acompañada de un chico de tercero.
Entonces, me excusé diciendo que venía acompañada con un “ligue ocasional de vacaciones”. Lástima que en un arranque de inspiración terminé apuntando al primer chico que se cruzó en el perímetro para darle consistencia a mi mentira.
Luego, la suerte estuvo de mi lado. Quiero decir ¿Qué probabilidades habían de que el chico en cuestión fuera al cine por la misma película que yo y, aún más increíble, sin pareja?
Ninguna, pero aun así ocurrió. Vale, puede que lo haya oído discutiendo con una mujer minutos antes. Chica que me resultaba familiar. Probablemente del colegio. Pero mi intención no había sido mentir ¡lo juro! Pero cuando la vi partir, abandonándolo en la fila, solo, como un pobre cachorrito bajo la lluvia, mi cerebro registró la escena y la guardó en la carpeta de oportunidades.
Al final, resultó que accidentalmente terminé sentada junto a él. De vez en cuando me las arreglaba para conversarle de forma casual, más que nada cuando descubría a Yania o a Diego viéndome. No lo atosigué con largas charlas, en realidad, nada demasiado cargante sino del tipo: “¿Podrías decirme la hora?” Incluso llegué a simular que había perdido un arete en su asiento. Él rio y luego comenzó a buscar bajo sus piernas. Eso me dio oportunidad de tocar su cuerpo lo suficiente para que Yania se tragara mi farsa.
Mi plan salió a la perfección. Mis amigas se lo habían tragado y yo había salvado el invierno aludiendo mis alegrías a este galán que ni siquiera tenía idea de lo bien que nos la habíamos pasado y que, por lo demás, no volvería a ver. Salvo que dicho galán, apareció el primer día de clases en mi instituto. Supongo que debí sospecharlo, quiero decir, lo había visto acompañado por una chica de mi colegio aquel día en el cine.
La vergüenza y las humillaciones, eran unas amigas bastante persistentes y cargantes en mi vida; como Jim Carrey en la película The Cable Guy, en donde Jim se toma la amistad de una manera bastante rara, convirtiéndose al final, en un sicótico acosador, salvo que en mi versión no existía un director que dijera Corte para que la vergüenza junto a las humillaciones se fueran a casa. En fin.
Incapaz de avanzar por el pasillo, me quedé ahí, quieta, muerta de vergüenza, esperando lo peor.
—¿Qué hace besando a esa rubia? —La voz ronca de Yania, carente de su habitual tono burlón y reemplazada por un obvio desconcierto, me recordó que estaba metida en tremendo problema y que esta vez no podría evadir mi responsabilidad.
Me quedé de piedra observando las baldosas blanco y negro a mis pies, cual peón en tablero de ajedrez, llegando a la última línea, a punto de ser devorado por el rey.
«Jaque Mate»
Dios mío, realmente quería salir de aquí.
¡Quería… Quería ir a Hogwarts!
Una sacudida en mis hombros me trajo de vuelta al presente: ¡mentira, me habían atrapado en la mentira!
Observé a Yania idiotizada mientras me zamarreaba. Su extravagante pelo entre rojo y naranjo, parecía una fogata a punto de salirse de control y arrasar con todo, yo incluida. Vestía el uniforme del colegio a su manera. Entendiéndose el estilo Yania como: jumper azul marino a mitad de muslo, bajo éste la camisa blanca de algodón, remangada hasta los codos y en lugar de zapatos, traía botines sobre bucaneras azules.
Sí, ella era ruda, a su lado yo parecía una gomita de esas con forma de osito. Y no me acompleja, todo el mundo los adora. Son dulces, blanditos… Igual que mi panza y muslos.
—Oh, Mica. Lo siento tanto…
En algún punto, había dejado de zarandearme, sus ojos azules estaban fijos en los míos; aguados, su boca adquirió una mueca triste y se veía bastante destrozada, más que yo por lo menos, que aún estaba semi-shockeada. Porque inventarse un novio es bastante triste, pero que además el novio de ficción te monte los cuernos, se pasa de humillante.
Ya ven. Eso de que el Karma es una perra, ni siquiera se acerca a la realidad. Es mucho peor.
Me preparé para decirle a Yania alguna cosa, ojalá otra mentira que me sacara del apuro, y cuando quise verbalizar lo que había inventado, ya era demasiado tarde. Yania corría en dirección a mi novio falso y su supuesta amante, para…
«Dios, ¿Había sido eso una bofetada?»
—¡Por romper el corazón de mi amiga! —rugió Yania, alias defensora de las mujeres cornudas. Tenía una expresión asesina y lo siguiente que supe fue que había seis pares de ojos mirándome, y por la forma en que lo hacían, les debía una explicación.
Lo mejor que se me ocurrió —corrijo—, lo único que se me ocurrió fue no decir una palabra.
La chica con la que me había engañado mi novio imaginario —quien sospecho, debía ser la novia real— me observaba muerta de vergüenza. Una parte de mí—minúscula, casi inexistente—, me recordó que la única persona que debería sentirse avergonzada era yo, pero era tan mínima que preferí ignorarla. Por otra parte, mi novio de ficción, se ganó una segunda bofetada, esta vez cortesía de la rubia. Rubia natural, para que suene más lindo, menos envidioso. Incluso me dio pena la pobre.
También sentí lástima por él, pero la alejé de inmediato cuando recordé que tarde o temprano me tocaría enfrentarlo.
Esperaba que fuera tarde.
—Lo siento —se excusó la rubia natural. Ahora que los miraba bien, lucían bastante similares. Incluso podrían pasar por hermanos, ¡incesto! Ascoooo ¡Cochinos celos! Lucían grandiosos, hacían una pareja de lo más mona.
—Juro que no tenía idea. Él no me dijo… —comenzó a excusarse mientras se cubría el rostro con una mano. La pobre chica se mordía sus labios, avergonzada, sin que su acompañante hiciera nada por arreglar o desmejorar la situación. En realidad, mi novio falso parecía haber caído en estado catatónico o algo así.
Estuve a punto de decir la verdad, y con esto me refiero a decir todo. No solo que no era mi novio, sino que durante dos semanas, estuve contando detalladas historias románticas con él.
Incluso me planteé confesar que había asistido sola al cine para ver a Keanu Reeves. No estaba segura sobre cuál de las tres confesiones era más humillante. Pero en lugar de ser honesta, me limité a seguir siendo una adolescente; o sea, mentir nuevamente:
—No me sorprende —respondí con mi espalda tiesa y la piel de mi cara tirante y roja.
Así es como yo era… Era lo que mis padres habían hecho de mí.
—Yo… este —la rubia natural se giró hacia mi supuesto novio como buscando una pista sobre qué hacer o decir. Al final, se cansó de esperar alguna señal de él, quien por cierto seguía sin inmutarse—. Creo que mejor me voy.
«Mierda»
—Sí—me sorprendió que fuera él quien tomara la palabra—, creo que es lo mejor —volvió su rostro hacia donde estaban mis amigas y yo. Entonces, me percaté de un brillo calculador bailando en sus ojos celestes—. Con mi novia tenemos un montón de cosas que aclarar.
«Mierda-mierda»
A pesar de mis intentos por no quedar a solas con él, no pude posponer más lo inevitable. Si bien había conseguido evitarlo en las primeras asignaturas él cobró venganza al final del día.
Resultó que el rubiecito tenía nombre: Lucas Urzúa. Era un año mayor que yo. Se había mudado a Valdivia hace dos meses —exactamente el tiempo que llevábamos de ficticia relación— y, como si no tuviera suficiente, resultó ser bastante rencoroso.
Por supuesto, todo esto me lo hizo saber al terminar las clases, justo después de que me arrastrara de un brazo hacia las duchas de hombres; una estructura del tamaño aproximado de un vagón de metro, cubierta de baldosas blancas, oscurecidas por el sarro, grafitis y mensajes obscenos. Por ley general, obviaba ese sitio, ni siquiera me acercaba al aseo de damas, me revolvía el estómago entrar ahí, prefería mil veces aguantar hasta llegar a casa, pero en esta ocasión, con los ojos clavados en el suelo monocromático, solo podía pensar en fingir demencia y salir corriendo de ahí.
Como dije antes, Lucas me puso al día. Desde luego, yo también le hice saber algunos de mis antecedentes, más que nada para que supiera a qué atenerse. Le expliqué mis razones para mentir y resultó que me recordaba. No era la acosadora del cine, ni la maniática, solo fue como: “Ah, ¡Con que eras tú!”
Lo que estaba bien, al menos sentí alivio de no haber actuado muy obvia en esa fatídica tarde de cine. De todas maneras, no era algo que debería hacerme sentir mejor ya que estaba allí, acorralada como una cucaracha —no lo digo en plan víctima, me lo merecía, lo había hecho ver como a un patán—, en un cuarto donde los chicos solían asearse. No quedaba un alma en el lugar, pero de todos modos Lucas se había encargado de buscar una de las duchas vacías. Para rematar la escena, estábamos muy cerca. No por decisión propia, conste.
Su mano estaba sobre a mi cuello y su rostro demasiado inclinado sobre el mío, tanto que parecía que quería besarme, digo, era eso o tenía serios problemas de miopía.
—No creo que sea buena idea —solté nerviosa ante la idea de que me besara, ni siquiera había escuchado lo que me había preguntado. Probablemente porque estaba demasiado preocupada sobre la cuestión de que estábamos solos en el maldito lugar. Y no digamos, uh, que lugar tan romántico. Todo el sitio olía a una mezcla repulsiva entre desinfectante y sudor.
Lucas entrecerró los ojos y durante unos segundos no hizo nada salvo mirarme, su inspección era grosera. Los ojos celestes registrando cada imperfección de mi piel. Era tan obvio que lo hacía deliberadamente.
Su actitud coqueta, típica de hombre en busca de algo, de no haber sido porque me lo merecía —sí, aún no me había olvidado del incidente, le había arruinado su romance con la rubiecita natural—, le estaría gritando.
Qué rabia me daba el tipo. Y su pelo tan rubio, su piel tan pálida. Sí reconozco que soy superficial, pero quién no lo es a mi edad; los prefería morenos y ya. Sí, Lucas era apuesto, pero al tenerlo tan cerca, observarlo con tanto detalle, lo único que provocaba en mí… Era la destrucción de mi autoestima. Minimizarme al reflejar tanto nuestras diferencias físicas.
Yo era blanca, con un largo cabello castaño teñido de negro, bajita, bien latina, Chilena. Él era… Anda a saber, en Valdivia había toda clase de inmigrantes, en su mayoría de alemanes, los que llegaron a la región las dos últimas décadas del siglo XIX. Gracias a ellos, Valdivia se industrializó y nos convertimos en excelentes productores de cerveza. Cerveza y hombres hermosos; dos productos que merecen la pena ser mencionados. Bien, ya estoy divagando.
Para cuando Lucas se alejó, la satisfacción era evidente en sus facciones: ojos pícaros y una sonrisa igual de ladina, le iluminaba el rostro.
—Qué curioso, a mí me parece una idea de lo más tentadora.
Ipso facto, el músculo que se escondía tras mi pecho comenzó a latir a una rapidez desaforada, estaba furiosa, creí que mi cara estallaría de tanta sangre acumulada en ella.
¿Y qué si estaba roja? Estaba furiosa. No me ponía nerviosa. Ni sus ojos celestes, ni su boca sonriéndome de forma lasciva. Ni siquiera su brazo a un costado de mi cabeza.
Clavé la vista en el suelo. Las baldosas eran celestes, con manchas grisáceas debido a la corrosión.
—¿Siempre eres así de grosero? —le increpé con ira, porque el enojo era mejor que cualquier otra cosa. “Furia era sinónimo de fuerza”, mamá lo decía todo el tiempo. Lamentablemente, pensar en ella hizo que mi determinación decayera.
Lucas, por su parte, pareció salir de algún tipo de trance, como si lo hubieran abofeteado por tercera vez. Lo que después de todo no parecía mala idea, pero cuando levanté mi mano para darle un dramático golpe en la mejilla, él la atrapó con la suya.
—Esto es nuevo. Primero, finges que soy tu novio…
—Ya te dije que lo sentía —murmuré avergonzada.
Él negó sereno mientras erguía todo el largo de su cuerpo, librándome de la trampa que había formado con su torso y manos
—…y luego me golpeas porque actúo como lo que se supone que soy.
—No te golpeé —me defendí e inmediatamente crucé los brazos sobre mi pecho. Tenía que darle fuerza a mi postura. Incluso si me merecía su mal humor, quería permanecer digna hasta el final.
—Pero querías, de la misma forma que querías que fuera tu novio.
—¡No es verdad! —chillé muerta de vergüenza, tapándome la cara, porque ambos sabíamos que estaba mintiendo.
Cuando quité las manos de mi rostro, Lucas no sonreía, pero tampoco parecía enojado. De hecho, tenía la cabeza recostada en la pared de baldosa, y esa pose le daba una apariencia de paz absoluta. Entretanto yo me debatía entre volver a intentar golpearlo para luego salir pirando de ahí, o esperar paciente a que se hartara y me dejara ir sin daños emocionales.
Opté por la segunda. Me gustaría decir que reaccioné y decidí asumir las consecuencias de mis actos, pero la verdad es que nunca he sido buena practicando la violencia. Ni verbal, ni física. De modo que no me quedó más elección que esperar pacientemente a que se le pasara la rabieta, y de una vez por todas, dejara de lado esa tortura pacífica que estaba practicando tan eficientemente en mí.
—En este momento, no hay diferencia. Por tu culpa me quedé sin cita para el viernes.
«Es una lástima», pensé. Prácticamente podía oír como encajan los engranajes de algún plan que de seguro no me iba a gustar.
—Además, soy nuevo en la escuela y necesito que alguien me enseñe.
«No me digas», dudaba que fuera difícil para él conseguir un reemplazo para su novia o ex novia.
—Supongo que no nos quedan más opciones. Tendrás que ser mi novia.
«¡¿WTF?! ¿Qué infiernos había dicho?»
Me quedé viéndolo sin entender nada. Corrijo, sin querer entender nada. Esto era tan irreal, a decir verdad, era una completa locura. Pasaron varios segundos antes de que pudiera reaccionar. Claro, si por reaccionar se entiende abrir y cerrar la boca un par de veces sin conseguir decir palabra alguna.
Como era de esperarse él enarcó una ceja todavía sin lucir molesto, pero me dio la impresión de que estaba cerca de cabrearse.
—Entonces —titubeé, sentía la lengua pesada—, ¿Qué decías?
—Oíste perfecto.
—No, no pude haber oído perfecto, porque lo que escuché fue una estupidez. En serio. De seguro que tantas bofetadas te hicieron daño.
—Estoy seguro que sí, porque tu amiga, la que disgustó a su peluquero, me dio bastante duro.
Mordí la cara interna de mi mejilla para no reír, pero no lo logré. Sabía que hacerlo me convertía en una pésima amiga, pero no podía evitarlo. Él tenía razón. El look de Yania apestaba. No era fea, al contrario, sus genes rusos la hacían mucho más hermosa que el promedio de las chicas del colegio. Sin embargo, el último tinte de cabello que había elegido era espantoso.
—Sé serio.
—Lo soy. Mira, tú me metiste en esto, ¿no puede ser tan malo o sí?
Si existía algún modo menos romántico de pedir una cita, me gustaría haberlo escuchado. Quién sabe, tal vez existían records de falta de tacto o algo así. Aunque, estaba demasiado avergonzada y arrepentida para traer más ruina a la vida del pobre chico nuevo. Y sí, también me sentía un poco atraída hacía él— siendo sincera— más que nada por su aspecto.
Ya les dije que en ese entonces era superficial.
Pero alguien se encargó de cambiar esa característica de mi personalidad… Y no fue bonito.