TRIPLICACIÓN

Triplication, 1959

I

Oaxe II era un diminuto y polvoriento planeta situado en las proximidades de Orion. Su población estaba formada por terráqueos emigrados que todavía conservaban las principales costumbres de la Tierra. El juez Abner Low era el único administrador de justicia en el planetoide. La mayoría de los casos que se le presentaban estaban relacionados con problemas sobre las líneas divisorias de terrenos agrícolas y con disputas en torno a la propiedad de cerdos y gansos. Los ciudadanos de Oaxe II tenían poco olfato para el crimen.

Pero un buen día aterrizó una nave espacial que transportaba al inefable Timothy Mont junto a su abogado, quienes llegaban a Oaxe II en busca de un santuario legal donde Timothy pudiese ser juzgado. A continuación aterrizó una segunda nave de la que descendieron tres policías y un fiscal internacional procedente de la Tierra.

El fiscal habló:

—Señoría, este demonio ha perpetrado un crimen espantoso… El acusado, Timothy Mont, ¡ha quemado un orfanato! Y es más, poco antes de escapar de la acción de la justicia, se confesó culpable de los cargos. Aquí tengo su confesión firmada.

El abogado de Mont, un hombre pálido con ojos fríos como de pez, intervino:

—Señoría, solicito que los cargos sean desestimados y mi cliente sea declarado inocente.

—No pienso hacer algo así —dijo el juez Low—. Quemar un orfanato es un crimen horrible.

—Lo es —afirmó el abogado—. En la mayoría de los casos así es, pero mi cliente cometió ese acto en el planeta Altira III. ¿Acaso está su señoría familiarizado con las costumbres de dicho planeta?

—No.

—En Altira III —comenzó a explicar el abogado—, todos los huérfanos son adiestrados desde corta edad en el arte del asesinato, con el único propósito de reducir la población de los planetas vecinos. Quemando el orfanato mi cliente salvó a miles, quizá millones de vidas inocentes. Por lo tanto, no sólo no debería ser condenado por ello, sino que deberíamos considerarlo un héroe popular.

—¿Es cierto lo que el abogado cuenta sobre Altira III? —le preguntó el juez a su asistente.

El funcionario buscó la información de Altira III en la Enciclopedia Planetaria de Costumbres y Folclore, y confirmó que todo lo dicho era cierto y bien cierto.

—Entonces, el caso queda sobreseído —dijo el juez Low.

Mont y su abogado se marcharon y la vida cotidiana de Oaxe II regresó de nuevo a sus cauces habituales de tranquilidad, sólo perturbada de vez en cuando por algún litigio sobre las líneas divisorias de terrenos agrícolas o la propiedad de cerdos y gansos. Sin embargo, al cabo de un año, Timothy Mont y su abogado estaban de vuelta ante el tribunal, con el fiscal internacional pisándoles los talones.

Los cargos estaban relacionados, de nuevo, con la quema de un orfanato.

—Sin embargo —intervino el pálido abogado de Mont—, por muy culpable que sea mi defendido, su señoría debe tener en cuenta que el orfanato en cuestión estaba emplazado en el planeta Deegra IV. Y como es bien conocido, todos los huérfanos de Deegra IV son instruidos desde muy jóvenes en el oficio de la tortura, con objeto de realizar ciertos rituales abominables que en el resto de la galaxia civilizada son considerados aborrecibles.

Encontrando que todo lo dicho por el abogado era cierto, el juez Low dejó a Mont, de nuevo, en libertad sin cargos.

Al cabo de quince meses, Timothy Mont y su abogado estaban en el tribunal presidido por el juez Low para afrontar, una vez más, un juicio por los mismos cargos.

—Madre mía —dijo el juez Low—. Hasta dónde puede llegar un hombre obsesionado con los derechos humanos… ¿Dónde tuvo lugar el crimen esta vez?

—En la Tierra —dijo el fiscal.

—¿En la Tierra? —repitió el juez.

—Me temo que así es —dijo el abogado tristemente—. Mi cliente es culpable.

—Pero ¿qué razón posible podía tener esta vez?

—Locura temporal —dijo el abogado al instante—. Y tengo doce psiquiatras que pueden confirmarlo, así que solicito la suspensión de la sentencia, tal y como contempla la ley en estas circunstancias.

El juez se puso morado de la ira:

—Timothy Mont. ¿Por qué hizo esto?

Antes de que el abogado pudiera hacerle callar, Mont se puso de pie y dijo:

—¡Porque me encanta quemar orfanatos!

Aquel día, el juez Mont decretó una nueva ley, una que ha sido tomada en cuenta a lo largo y ancho de la galaxia civilizada, y ha sido estudiada en detalle en lugares tales como Droma I y Aos X. La «Ley de Low» afirma que la sentencia impuesta a un acusado debe recaer igualmente sobre el abogado que lo defiende en el juicio.

A pesar de que a muchos esta ley les parece exagerada e injusta, lo cierto es que el número de abogados en Oaxe II ha disminuido considerablemente.

II

Edmond Dritche, un científico espigado y cetrino con fama de misántropo que trabajaba para la General Products Corporation, había sido llevado a juicio por la empresa por deslealtad laboral, falta de productividad deliberada y actitud negativa. Cargos estos muy serios, que habían sido confirmados por varios de sus colegas. El magistrado no tuvo más alternativa que la de declarar a Dritche culpable de deshonestidad en el ejercicio laboral. La condena de cárcel aplicable en estos casos fue conmutada en reconocimiento a sus diecinueve años de excelentes servicios para General Products, pero ninguna otra empresa podría contratarlo en adelante.

Dritche, más cetrino y misántropo que nunca, le dio la espalda a General Products y a su interminable flujo de automóviles, tostadoras, frigoríficos, televisores y etcétera. Se retiró a su pequeña granja de Pensilvania y comenzó a experimentar en el laboratorio del sótano.

Estaba absolutamente enfermo de «General Products», y de todo lo que estuviese relacionado con ella, que era prácticamente todo. Su sueño era fundar una colonia de gente que pensase como él, sintiese como él y se pareciesen físicamente a él. Su colonia seria una utopía. ¡Al infierno con el resto del alegre mundo plagado de artefactos!

Sólo había una manera de conseguirlo. Dritche y su mujer Anna se afanaron día y noche para lograr el gran objetivo.

Finalmente dieron con el éxito. El científico hizo los últimos ajustes al aparato que había construido y lo puso en funcionamiento.

Del aparato surgió una réplica perfecta de Edmond Dritche.

Dritche había inventado el primer duplicador.

Produjo quinientos Dritches, que fueron convocados a una asamblea para establecer el decálogo de la utopía. Todos ellos sugirieron que, para lograr una colonia con posibilidades de éxito, necesitaban mujeres.

Dritche 1 (el Dritche original) afirmó que consideraba a su mujer Anna como la compañera perfecta. Los otros quinientos estaban de acuerdo, por supuesto. Así que Dritche produjo quinientas copias exactas de su mujer para los quinientos prototipos Dritche. Y la colonia fue fundada.

En contra de lo que cabría pensar, la colonia Dritche funcionó muy bien al principio. Los Dritches se caían muy bien los unos a los otros, nunca discutían y no deseaban estar con ninguna otra compañía que la de los integrantes del propio grupo. Se manejaban con satisfacción en un mundo compuesto por ellos mismos. La India mandó una delegación para que estudiase su método y Dinamarca promulgó un bloque de leyes que aseguraban la legalidad de la duplicación.

Pero como suele suceder en cualquier intento de utopía, las semillas del desastre estaban alojadas desde el principio en la simple fragilidad humana. Lo primero que ocurrió fue que Dritche 49 fue cogido in fraganti en actitud comprometida con la esposa de Dritche 5. A continuación Dritche 37 cayó súbita y apasionadamente enamorado de Anna 142. Esto propició la suspicacia general, que desembocó en el descubrimiento del nido de amor construido por Dritche 10 para sus encuentros secretos con Anna 498, con la concurrencia ocasional de Anna 3.

En vano, Dritche 1 les recordó que todos ellos eran idénticos y que, por lo tanto, no tenían razón alguna para desear a una pareja distinta de la suya. Las parejas implicadas le respondieron que no sabía nada sobre el amor y se negaron a abandonar a sus nuevos compañeros.

La colonia todavía podría haber sobrevivido de no haberse descubierto que Dritche 77 estaba manteniendo un harén de ocho mujeres, Anna 12, 13, 77, 187, 303, 336, 489 y 500. Todas ellas afirmaron que Dritche 77 era un hombre absolutamente único y se negaron a abandonarlo.

El final estaba muy cerca, y se aproximó aún más cuando la mujer de Dritche 1 se marchó de la colonia con un periodista.

El grupo se desintegró, y los Dritches 1, 19, 32 y 433 murieron con al corazón roto de dolor.

No podía ser de otra manera, ya que difícilmente el Dritche original podría haber soportado ver a sus duplicados utópicos desarrollando un interminable flujo de automóviles, tostadoras, frigoríficos y etcétera en su nuevo trabajo con General Products.

III

El profesor Bolton, celebrado filósofo, salió de la Tierra para dar una serie de conferencias en la universidad de Marte. Llevó consigo a su robot-ayudante de confianza, Akka, una muda de ropa interior, y material electrónico de notas y apuntes. Aparte de la tripulación, era el único pasajero humano de la nave.

En algún lugar cerca del punto de no retomo, la nave mandó un mensaje de emergencia: FALLO COHETES DE PROPULSIÓN… NAVE FUERA DE CONTROL.

La población de Marte y la Tierra se mantenía a la expectativa con ansiedad. Se recibió un segundo mensaje: TRIPULACIÓN FALLECIDA NAVE ESTRELLADA EN CINTURÓN DE ASTEROIDES AYUDA BOLTON.

Las naves de rescate se dirigieron a la zona entre Marte y Júpiter donde se encuentra el cinturón, motivados por la vaga posibilidad de supervivencia que indicaba el mensaje. Sin embargo, el área a explorar era enorme, y la posibilidad de rescate muy pequeña.

Tres días después se recibió el siguiente mensaje: NO SOBREVIVIRÉ MUCHO MÁS EN EL ASTEROIDE AFRONTO LA MUERTE CON SERENA DIGNIDAD BOLTON.

Los periódicos hablaron del espíritu indomable de aquel hombre, un Robinson Crusoe de nuestros días luchando por sobrevivir en un mundo sin aire, agua ni comida, a quien se le acababan las provisiones y que se disponía, tal y como había enseñado en sus libros, a esperar a la muerte con serena dignidad.

La búsqueda se intensificó.

En el último mensaje se leía: TODAS LAS PROVISIONES AGOTADAS LA MUERTE ME ESPERA SONRIENTE BOLTON.

Localizando la última transmisión, una patrullera encontró el asteroide y aterrizó en las proximidades de la nave estrellada. Dieron con los restos carbonizados de la tripulación y encontraron abundantes reservas de aire, agua y víveres. Pero, extrañamente, no encontraron rastro alguno de Bolton.

En las profundidades de la nave encontraron al robot de Bolton.

—El profesor ha muerto —dijo el robot moviendo su oxidadas mandíbulas—. Fui yo el que mandó sus últimos mensajes. Tenía la seguridad de que no vendrían hasta aquí por mí solamente.

—¿Pero cómo murió?

—Con el mayor de los pesares, tuve que matarlo —dijo el robot cortantemente—. Puedo asegurarles que su muerte fue indolora.

—¿Pero por qué lo mataste? ¿Dónde está su cuerpo?

El robot intentó responder, pero sus mandíbulas corroídas se negaban a funcionar. Un poco de aceite consiguió el milagro.

—La lubricación —dijo Akka— es el mayor problema de un robot. Caballeros, ¿alguna vez han considerado la dificultad que supone reducir a un cuerpo humano a sus grasas y aceites esenciales sin el equipo adecuado?

Los rescatistas se quedaron estupefactos de horror y la historia fue archivada, pero fue escuchada por el robot de la patrullera, que la almacenó y se la pasó a otro robot, y así sucesivamente.

Solamente ahora, desde la triunfante revolución de las fuerzas robot, puede ser contada esta ejemplar historia de un robot y su solitaria lucha por la supervivencia en el espacio. ¡Salve, Akka, nuestro libertador!