Agradecimientos,
lecturas complementarias
y notas sobre errores

Me han enseñado, corregido, calibrado, engatusado, entretenido, animado e informado muchísimas personas, entre ellas John King, Liz Parratt, Steve Roiles, Mark Pilkington, Shalinee Singh, Alex Lomas, Liam Smeeth, Josie Long, Ian Roberts, Tim Minchin, Ian Sample, Carl Heneghan, Richard Lehman, Dara Ó Briain, Paul Glasziou, Hilda Bastian, Simon Wessely, Cicely Marston, Archie Cochrane, William Lee, Brian Cox, Sreeram Ramagopalan, Hind Khalifeh, Martin McKee, Cory Doctorow, Evan Harris, Muir Gray, Amanda Burls, Rob Manuel, Tobias Sargent, Anna Powell-Smith, Tjeerd van Staa, Robin Ince, Roddy Mansfield, Rami Tzabar, Phil Baker, George Davey-Smith, David Pescovitz, Charlotte Wattebot-O’Brien, Patrick Matthews, Giles Wakely, Claire Gerada, Andy Lewis, Suzie Whitwell, Harry Metcalfe, Gimpy, David Colquhoun, Louise Burton, Simon Singh, Vaughan Bell, Richard Peto, Louise Crow, Julian Peto, Nick Mailer, Rob Aldridge, Milly Marston, Tom Steinberg, Mike Jay, Amber Marks, Reg, Mamá, Papá, Josh, Raph, Allie, y Lou. Quedo enormemente agradecido a la fallecida Pat Kavanagh, a Rosemary Scoular, Lara Hughes-Young y, especialmente, a Sarah Ballard, que es fantástica. Robert Lacey, amablemente, ha editado y corregido mis dos últimos libros. Louise Haines ha sido sensacional.

Ciertas herramientas han contribuido a mejorar este libro, en particular Zotero, Scrivener, Evernote, ReadiLater, Interval Timer y Repligo. Antisocial es un software que inhabilita radicalmente Twitter y Gmail cuando trabajas con el ordenador: lo recomiendo encarecidamente. En los últimos años he realizado trabajos con ayudas del National Institute for Health Research, el Scott Trust, el Wellcome Trust, Nuffield College, Oxford y el NHS, además de haber recibido una beca del Oxford University Business Economics Programme.

En la medicina basada en pruebas suele oírse el chiste de que cuando uno cree habérsele ocurrido algo probablemente Iain Chalmers ha escrito ya un trabajo sobre ello hace quince años. Él fue quien contribuyó a formular muchas de las ideas básicas sobre la medicina basada en pruebas y a detectar los problemas, y espero haberle mencionado suficientemente a este respecto. Hay otros muchos académicos cuyo trabajo se menciona repetidamente; a algunos los conozco personalmente y, aunque a la mayoría no, como verán, en las notas se repite su nombre, y justo es reconocer que todos les somos deudores. La medicina da enormes recompensas, pero no precisamente repartidas con ecuanimidad. Muchos autores cuyos trabajos aparecen citados en este libro han tenido éxito personal —ya sea en ingresos o en eminencia— por su trabajo en graves problemas sistémicos de la medicina. Son héroes silenciosos. Es un honor para mí difundir más ampliamente su obra.

No faltan excelentes trabajos de revisión sobre los temas planteados en el libro, que he citado en las notas siempre que ha sido posible. He tratado concretamente de localizar trabajos de libre acceso (busquen en particular las referencias a una revista llamada PloS), aunque hay otros que lamentablemente siguen confinados en revistas académicas de pago.

Hay también muchos libros excelentes que tratan sobre ciertos aspectos de mala conducta en la industria farmacéutica, si bien todos relativos a Estados Unidos, y muchos de ellos con diez años de antigüedad, pero ninguno centrado en la ausencia de datos. Si les atrae ampliar lecturas sobre una determinada temática, les indico varias obras que han influido en mi modo de pensar con el paso de los años.

Jerome Kassirer fue editor del NEJM y su obra On the Take (2004) es estupenda en cuanto a aspectos de mercadotecnia y al modo en que la formación médica continuada ha sido secuestrada por la industria en Estados Unidos. Marcia Angell fue también editora del NEJM, y su libro The Truth About Drug Companies (2005), fue el primero que abordó para un público más amplio el tema de la publicidad, la corrupción institucional y las malas pruebas. Richard Smith fue el anterior editor del BMI, y su libro The Trouble With Medical Journals (2006) habla por sí solo. Los varios libros de Ray Moynihan sobre medicalización son excelentes. Donald Light publicó hace poco The Risks of Prescription Drugs (2010), un buen florilegio de problemas actuales, sobre todo el de la falta de innovación. Melody Petersen, excolaboradora del New York Times, escribió Our Daily Meds (2008), una obra excelente sobre mercadotecnia en Estados Unidos. Daniel Carlat es un bioteticista que ha tratado estupendamente en White Coat Black Hat (2007) los aspectos éticos de las pruebas de fármacos. El libro de Tom Nesi sobre el Vioxx es magnífico.

Aunque considero que criticar la mala conducta de la industria es importante, me llama la atención que el público tenga pocas opciones para informarse sobre el tema de las técnicas básicas utilizadas para evaluar nuevos tratamientos para averiguar qué es lo que funciona y detectar lo que es nocivo. Testing Treatments (2006, segunda edición, 2011) de Imogen Evans, Hazel Thornton, Iain Chalmers y Paul Glasziou, sigue siendo en mi opinión la obra de referencia sobre el tema, editado en varios idiomas y accesible gratis online en testingtreatments.org (debo señalar que soy autor del prólogo). Powerful Medicines (2005), de Jerry Avorn, es el primer intento que conozco por parte de un farmacoepidemiólogo por explicar al público la ciencia del control de efectos secundarios. How to Read a Paper, de Trisha Greenhalgh, sigue siendo la biblia del estudiante de medicina para una aproximación crítica a los trabajos académicos y es comprensible para cualquier lector.

Finalmente, no dudo que habrá algunos errores en el libro, ya sean leves despistes, equívocos y tal vez omisiones injustas. Debo decir que lo he escrito para ilustrar temas de fondo y no para denostar a ningún medicamento en concreto ni a ninguna empresa, por lo que espero que las críticas hayan quedado ecuánimemente repartidas, quizás en proporción a la cuota de mercado. Desde luego, no creo que haya una empresa mejor que otra. Si observan algún error importante, les ruego que me lo comuniquen, y si es realmente un error lo corregiré. Si se diera el caso de que algún ejemplo está equivocado, no faltarán otros que encajen. Si lo creen conveniente —si su carácter lo exige y les gusta que los demás obren del mismo modo—, pueden señalar los errores con furioso desdén. O simplemente señalarlos. Me alegrará en ambos casos. Pero por encima de todo, estoy seguro de que no habrá ningún error que cambie la argumentación del libro, por lo que sus comentarios servirán para reforzarla.

Un tema con cierta relación es que en el Reino Unido (sobre todo) está de moda que las grandes empresas demanden a escritores por asuntos de críticas que hayan planteado, en interés público, en cuestiones de ciencia y salud. He ganado demandas por difamación y he contribuido a impulsar una campaña que en parte tuvo su éxito para cambiar las leyes contra la difamación en Gran Bretaña. Pero incluso casos resueltos técnicamente a favor —y para mayor claridad señalo que ninguno se ha resuelto contra mí— casi siempre han repercutido en la reputación del litigante. Predomina entre el público una fuerte sensación de que las leyes antidifamación se aplican de un modo disuasorio para que la gente no plantee reclamaciones legítimas, o para crear ansiedad y hacer que el propio escritor se autocensure y esquive temas críticos. Menciono esto porque, como he dicho, no he escatimado esfuerzos en el libro por ceñirme a la exactitud de lo que expreso.

Si sinceramente piensan que ustedes o su empresa han sido difamados, o que hay algo en el libro verdaderamente falso, les encarezco que me envíen una nota para que podamos considerarlo y, si procede, cambiar lo escrito o aclararlo. Lo digo por iniciativa propia, sin ningún ápice de temor, convencido de que es la única manera de hacer bien las cosas. Tal como he reiterado una y otra vez a lo largo del texto, los problemas expuestos son sistémicos y generalizados. La única intención de las historias concretas que he incluido es la de ilustrar aspectos diversos de la metodología imperante, que solo cobran sentido vinculados al análisis de casos reales. Espero que cualquier historia con la que guarden alguna relación personal, la vean con el espíritu de ese propósito, y que en las cuestiones tratadas perciban la auténtica preocupación y su trasfondo de interés público, así como la necesidad de mejora en la industria.