Este debería ser el método de trabajo habitual en medicina: listas exhaustivas de todos los implicados, libre acceso a la información, recopilación de todos los datos para obtener la información más exacta posible y fomentar la toma de decisiones realistas que eviten sufrimientos y muertes.
Pero nos encontramos muy, muy lejos de ello.
¿QUE PUEDE HACERSE?
Es necesario y urgente mejorar el acceso a los datos sobre ensayos clínicos. Aparte de las sugerencias que he señalado, hay pequeños cambios que mejorarían extraordinariamente el acceso a la información y, por consiguiente, la asistencia a los pacientes.
- Los resultados de cualquier ensayo realizado con seres humanos —una vez acabado— deben ser accesibles en el plazo de un año, en forma de tabla resumida sino se ha publicado en la prensa académica. Esto requiere la creación de una entidad que se encargue mediante auditoría pública de verificar si hay ensayos en los que, transcurrido un año, se han retenido datos, y una obligación universal de índole urgente del cumplimiento de la legislación al respecto, con fuertes sanciones a quienes no la respeten. En mi opinión, estas sanciones deberían incluir multas y penas de cárcel para quienes se demuestre que son responsables de la ocultación de datos de ensayos clínicos, por el perjuicio causado a los pacientes.
- Toda revisión sistemática —como es el caso de las realizadas por Cochrane— en que se recopilen resultados de ensayos clínicos de cualquier campo deberá incluir además una sección en la que aparezcan ensayos que consten como realizados y también una lista de los que se compruebe que retienen datos. En ella se hará constar: los ensayos completados en que no se han comunicado los resultados; a cuántos pacientes afecta la información en ellos contenida; nombres de las organizaciones e individuos que retienen los datos, y qué trámites han llevado a cabo los investigadores para solicitar de los mismos dicha información. Es un trabajo extra nimio, pues ya hay equipos de revisión que trabajan para conseguir el acceso a esta clase de datos. Documentar los hechos servirá para llamar la atención sobre el problema y facilitará que los médicos y el público en general sepan mejor quiénes son responsables del perjuicio que se causa a los pacientes en los diversos campos de la medicina.
- Cualquier informe sobre ensayos clínicos que se haya realizado con seres humanos debe hacerse público. No es caro, pues los costes solo implican localizar una copia, escanearla y colgarla online, quizá tras un examen previo para eliminar cualquier dato confidencial sobre los pacientes. Hay retenida una ingente cantidad de datos de suma importancia sobre fármacos, lo que distorsiona nuestros conocimientos sobre tratamientos actuales muy generalizados. Gran parte de esta documentación se guarda en los archivos impresos de las empresas farmacéuticas y de los organismos reguladores. Es necesaria una ley que obligue a la industria a permitir el acceso a ella. No hacerlo está costando vidas.
- Es preciso establecer nuevos métodos para que los académicos extracten de esa documentación información resumida más pormenorizada que la publicada en la prensa académica. El grupo Cochrane que trabajó en el caso del Tamiflu ha realizado enormes progresos en este sentido, aprendiendo sobre la marcha, pero es un campo en el que habrá que establecer compendios.
- Hay que esforzarse por establecer la obligación de que quienes realizan ensayos clínicos compartan en la medida de lo posible los datos relativos a pacientes, con bancos de datos adecuados en la red[85], y establecer métodos racionalizados por medio de los cuales investigadores experimentados puedan solicitar acceso a los mismos para llevar a cabo análisis recopilatorios en que se verifiquen los resultados de los ensayos publicados.
Nada de esto es difícil ni imposible. Algunas son cuestiones técnicas, por las que pido perdón al lector. Los datos ocultos constituyen una realidad trágica e incomprensible de la investigación. En medicina se ha tolerado la existencia de una cultura en virtud de la cual se retiene por sistema la información, y nos negamos a ver los sufrimientos innecesarios y las defunciones que ello genera. Las personas en quienes habríamos podido confiar que subsanarían esta situación entre bastidores —entidades reguladoras, políticos, académicos prestigiosos, organizaciones de pacientes, colegios profesionales, universidades, comités deontológicos— nos han decepcionado casi por completo. Por ello me he visto obligado a someterles a un bombardeo de datos con la esperanza de que individualmente sean capaces de ejercer algún tipo de presión.
Si se les ocurren ideas sobre cómo podemos solucionar el problema y cómo obligar a que se permita el acceso a los datos de los ensayos clínicos —política o técnicamente— les ruego que las pongan por escrito, las cuelguen en la red y me hagan saber la referencia.