—Por todos los diablos —silbó el águila—. Esto es digno de verse.
Lotus se bajó del lomo de la gran ave y el eco la siguió. Por un momento no pudieron hacer otra cosa que contemplar el valle que se hallaba a sus pies. Llevaban toda la noche registrando los bosques infructuosamente, pero no habían encontrado aquel lugar escondido hasta el amanecer, cuando empezó el jaleo de la batalla. Allí, bajo los árboles, se extendía un amplio valle cubierto de nieve. En él, una alfombra viviente de gorogonás se lanzaba en oleadas contra las filas apelotonadas de Scarazand, las cuales defendían la suave cuesta que ascendía por un ancho cráter situado al fondo. Flechas e insectos, nubes de gas amarillo y cortinas de humo negro invadían el aire.
—¿En serio que Tom Scatt está por ahí en medio? —La gran ave observó la furiosa maraña de criaturas que luchaban—. ¿Cómo demonios vamos a encontrarlo?
—Me parece que estará allí —respondió Lotus, señalando el círculo de torres negras apenas visible al pie de la pendiente—. Dentro de la empalizada. Es el lugar más seguro. Probablemente, al lado de don Gervase.
La rapaz entornó los ojos y miró hacia las torres negras a través del humo. Por todas partes se veían los destellos de las armas de fuego, y alrededor habían levantado un empinado terraplén, desde el cual los arqueros disparaban oleadas de flechas…
—Escucha, jovencita, no soy cobarde, pero tampoco estoy completamente loca. De ningún modo podré llevaros sanos y salvos hasta allí. Lo tenemos muy crudo.
—Pero es ahí donde estará él.
—Pues yo no pienso llevaros. Es un suicidio.
Lotus estaba furiosa, aunque no sorprendida: ya se imaginaba que el águila podía negarse. Hasta ella tenía que reconocer que aquello parecía muy peligroso.
—¿Hay algún plan B?
—Estoy pensando.
—¡Mirad esto! —El eco había dado unos pasos por el sendero y se detuvo junto a un hueco poco profundo en el acantilado—. Creo que he encontrado una.
—¿Una qué?
—Una gorogoná.
Olvidando sus problemas, la gran ave y Lotus acudieron apresuradamente a su lado y atisbaron dentro de la pequeña cueva.
—Uau —susurró Lotus mientras retiraba el hielo y la tierra—. Así que este es el aspecto que tienen… antes.
Dentro del capullo claro había una forma amarillenta bien enroscada en el líquido transparente. La piel tenía matices metálicos y una marca morada en el costado. Podía ser un dragón o una bomba; era difícil saberlo.
—¿Y cómo se convierte en eso un huevo que Zumsteen recogió en una playa? —quiso saber el águila.
Lotus no lo entendía. Sin miedo, acercó la cara hacia la criatura dormida.
—Lo único que sé es que las gorogonás no se parecen a nada. Eso es lo que August Catcher nos dijo, y quizá sea ese el motivo de que Zumsteen las escogiese. Son un residuo accidental de otra época.
—Eso es maravilloso —dijo el águila con voz áspera—. Entonces, lo que estás diciendo es… ¡Jesús, María y José!
Un instante después la rapaz se había subido de un salto a una roca. El chico y Lotus se dieron la vuelta rápidamente. Una gran serpiente plateada los miraba a través de los árboles. Sus ojos claros los contemplaban sin expresión.
—No te muevas —murmuró Lotus.
La gorogoná se acercó deslizándose. La chica dio un paso adelante y flexionó los dedos.
—Lotus, tengo cierta idea acerca de cómo luchar contra estas cosas.
—Dime —siseó ella.
El eco sacó su espada cuidadosamente.
—Primero, no debes, no debes, no deb…
De pronto, el chico cayó de espaldas, respirando deprisa.
—¿Qué? —Lotus se volvió y vio que al eco le temblaban las extremidades y se le ponían los ojos en blanco—. ¿Qué pasa?
Se dejó caer a su lado. El chico mascullaba algo incoherente. Parecía estar sufriendo un ataque.
—¡Lárgate de aquí, bicho asqueroso! —le espetó el águila a la gorogoná, que se acercaba aún más—. ¡Andando!
Ante ellos, la criatura levantó la cabeza como una cobra; su capucha erizada de pinchos se ensanchó y palpitó. El reptil abrió la boca chorreante.
—Te aconsejo que te metas en la cueva, doña Caprichosa. ¡Antes de que esa gorogocomosellame se ponga desagradable!
El chico abrió los ojos y agarró con fuerza la mano de Lotus. Trataba de decirle algo.
—¿Qué pasa?
—¡Ahí hay una! —gritó alguien desde arriba.
Una flecha incendiaria se estampó al instante contra la parte posterior de la cabeza de la gorogoná. La serpiente chilló, y al volverse se encontró con una patrulla de moscas de Satán blindadas que volaban en picado, rodeando el acantilado en dirección a ella. Las montaban soldados armados con ballestas.
—¡Acabemos con ella, muchachos! ¡Deprisa!
Una lluvia de flechas incendiarias cayó en rápida sucesión, algunas alcanzando la piel de la serpiente con un golpe sordo y otras partiéndose contra las rocas que se hallaban detrás. La criatura se volvió con furia y retrocedió deslizándose hacia el bosque, tratando de escapar.
—¡A por ella, chicos!
Bajaron para perseguirla entre los árboles, y un soldado con un par de escarabajos bombarderos se dejó caer al suelo. Apenas se había vuelto la gorogoná para defenderse de las penetrantes mandíbulas de los insectos cuando el soldado la partió por la mitad audazmente con su hacha.
—¡Bien hecho, colega! —exclamó el ave con voz áspera en tono de aprobación—. ¡Así se hace!
Pero, mientras el águila aprobaba la acción, algo pareció ocurrir con las dos mitades de la gorogoná. La carne cubierta de escamas pareció deslizarse sobre las heridas y recomponerse, cada mitad con una nueva cabeza… Ahora había dos gorogonás más pequeñas en lugar de una. Perplejo, el hombre volvió a atacar, partiéndola por la mitad, tras lo cual surgieron otras dos en su lugar, que a su vez se separaron deslizándose y crecieron… Más soldados saltaron al suelo para apoyar a su camarada, pero cuanto más cortaban más creaban, hasta que estuvieron hundidos hasta las rodillas en criaturas que se retorcían, enzarzados en una lucha cruel y desesperada…
Lotus retrocedió poco a poco hacia el acantilado, demasiado atónita para hablar. De pronto, aquella masa enroscada del valle adquiría un sentido aterrador…
—Mira.
Detrás de ella, el chico había recuperado el conocimiento. Estaba agachado en la entrada de la cueva con un poco de tierra y nieve en el guante.
—Fíjate en esto.
En la palma de su mano se meneaba una diminuta lombriz gris, no más grande que un gusano. Era una gorogoná en miniatura, completa en todos los sentidos.
—¿Y qué pasa si se dividen, se dividen y se dividen eternamente?
Lotus suspiró hondo.
—No lo sé. —Por primera vez parecía asustada de verdad—. Zumsteen no tiene ni la más remota idea de lo que ha traído al mundo.
—Ni todos los miles de millones de escarabajos de Scarazand van a bastar para detener a esas cosas —murmuró el chico—. ¿Crees que don Gervase sabe esto?
Lotus miró con detenimiento la misteriosa criatura que se meneaba de un lado a otro, creciendo a cada instante.
—El es muy capaz de saberlo. Arriesgar a todas sus fuerzas en una batalla que sospecha que no puede ganar es justo la clase de cosa rara que resulta propia de él.
—Pero ¿por qué? ¿Por qué iba a querer que sus tropas quedasen destruidas?
La diminuta serpiente tenía ya el tamaño de un lagarto pequeño, y sus ojos contemplaban el cráter, al otro lado del valle. Su delgada piel amarilla parecía zumbar a un ritmo lento.
—Tal vez sea la reina —aventuró la chica—. Tal vez puedan sentirla todos. Tal vez esta batalla sea solo una excusa para matar todo lo que hay en Scarazand y sustituirlo por algo mejor.
El eco sonrió, incrédulo.
—Eso es imposible. El no haría eso.
—No sabes de qué es capaz.
—¡Bueno, ya estoy harto de este disparate! ¡Me largo! —gritó el águila, que miraba con detenimiento a la diminuta criatura.
De un solo brinco saltó torpemente al suelo y luego avanzó con paso desgarbado por el camino situado al pie del acantilado.
—¿Adonde vas? —le preguntó Lotus a gritos mientras se perdía de vista al doblar un recodo.
—Pienso encontrar a ese chico y largarme de este manicomio.
—¿A pie?
—Quizá. Os lo advierto, no pienso perder el tiem…
El águila fue patinando hasta pararse sin gracia cuando una pequeña multitud de gorogonás salió deslizándose de entre los árboles, delante de ella.
—Escuchadme, tías, no tengo ningún problema con vosotras, solo soy el transporte.
Las criaturas de superficie plateada la rodearon, retorciéndose y cerrándole el paso. Las gorogonás miraron a la gran ave con expresión vacía.
—No hay necesidad alguna de hacer tonterías. Me voy volando, os dejo tranquilas y… ¡Puaj!
Una gorogoná abrió la boca y escupió, alcanzando al águila en plena cara.
—Eso no ha sido agradable ni necesario —protestó el ave con voz áspera, parpadeando furiosa para quitarse el veneno de encima.
Otras empezaron a levantar la cabeza con la capucha extendida.
—Vale, no os caigo bien. A mí tampoco me gustáis demasiado, pero…
Un aluvión de saliva hiriente procedente de las rocas cayó junto al pájaro.
—¡Por el amor de Dios! —El ave daba saltos de un lado al otro, girando en círculos desgarbados para evitar los chorros—. Apuesto a que estáis disfrutando, ¿verdad, pequeñas…? ¡POR TODO EL FUEGO DEL INFIERNO! —vociferó la gran rapaz, al ver que las plumas de su cola empezaban a arder. Furiosa, se abrió paso a empujones entre sus torturadoras y alzó el vuelo con estrépito.
—¡Vuelve! —gritó Lotus mientras el pájaro se elevaba sobre los árboles.
—¿Por qué debería hacerlo? —rugió.
—¡Pero no puedes abandonarnos sin más!
—¡Pues mírame! ¡Estoy harta de todos vosotros!
—Pero ¿y Tom?
El ave había desaparecido ya al doblar un recodo. Las gorogonás la persiguieron escupiendo veneno.
—¡Ja! —Lotus se volvió, furiosa y desconcertada—. Y fui yo quien lo abandonó. Todo ha sido culpa mía… Es una gallina.
El chico contuvo una sonrisa.
—¿Qué tiene de gracioso?
—Nada. Es que…
—¿Es que qué?
—No importa. Olvídalo.
Lotus gruñó y miró el bosque que se extendía bajo sus pies. Todas las gorogonás se habían ido ya; debían de haberse deslizado hasta el valle para incorporarse a la batalla principal. Los soldados seguían donde habían caído.
—¿Qué te ha pasado antes?
—Hummm… No estoy seguro. —El chico parecía un poco incómodo—. Algo me ha afectado.
—¿Don Gervase?
El chico negó con la cabeza.
—No era una orden. Era otra cosa. Como si me hubiese desmayado. Y, cuando he abierto los ojos, había un jardín con una fuente, y una casa grande. Había una vieja autocaravana aparcada bajo los árboles, y… —El eco se esforzó por recordar—. Dos personas junto a la puerta.
Lotus observó al chico con atención, tratando de entender lo que podía significar eso.
—¿Quiénes eran esas personas?
—Un hombre y una mujer. Querían que me fuese con ellos.
—Pero no lo has hecho, ¿verdad?
El eco se encogió de hombros, incómodo.
—Una parte de mí deseaba hacerlo, porque de algún modo los he reconocido.
Lotus no dijo nada y reflexionó mientras miraba la batalla que se desataba en el valle.
—Es Tom, ¿verdad? —continuó el chico—. Le ha pasado algo malo. ¿Se está muriendo?
Pero la chica bajaba ya corriendo entre los árboles.
—Lotus, ¿adonde vas? ¡Espera!
Sin embargo, Lotus siguió adelante. Sin detenerse, cogió una ballesta y un carcaj de un soldado muerto. El eco no tuvo más remedio que seguirla y echó a correr tras ella a toda velocidad, esforzándose por alcanzarla.
—¡Qué estupidez! —dijo la chica con voz entrecortada—. Tendríamos que haber obligado a esa cobarde a llevarnos hasta la empalizada.
El chico jadeaba tanto que apenas podía hablar. La batalla parecía estar ya justo debajo de ellos; oía con claridad los gritos y el ruido metálico de las armaduras.
—Pero no podemos llegar al otro lado. Tú misma lo has dicho. Nunca lo conseguiremos.
Lotus hizo una mueca. El eco tenía razón. ¿Qué hacer? Necesitaban ayuda. Debían llamar la atención de algún modo. Ser atrapados, y entonces… Tras salir a un claro, se detuvo a escuchar. Bajo los gritos lejanos oía un fragor: ruedas, cascos, tintineo de bridas… La chica echó un vistazo al sendero vacío que se extendía ante ella.
—Ven aquí.
El chico jadeaba junto a un árbol.
—¿Por qué!
—¡Aquí, deprisa!
Hacía poco tiempo que el eco conocía a Lotus Askary, pero había sido suficiente para darse cuenta de que no solía escuchar las opiniones ajenas y no aceptaba un no por respuesta. Despacio, el chico salió al claro.
—No te muevas de ahí.
—¿Qué estás haciendo?
Pero la chica ya se había metido corriendo entre la maleza y se había escondido detrás de un árbol. Tras echarse el carcaj a la espalda, colocó una flecha en el surco de la ballesta.
—¿Lotus?
El estrépito se aproximaba. Unas ruedas retumbaban sobre la nieve, y también había otra cosa, algo que silbaba…
—¿Qué se supone que debo hacer?
—Nada. No te muevas.
El eco apenas tuvo tiempo de comprender lo que pretendía Lotus antes de que algo doblase el recodo retumbando y la expresión de la chica cambiase.
—¡Agáchate! ¡Ahora!
El eco se arrojó al suelo en el momento exacto en que ese algo surcaba el aire silbando unos milímetros por encima de su cabeza. Furioso, se levantó a duras penas y vio a un jinete de oscura armadura que pasaba por su lado al galope, remolcando un cruel artilugio provisto de espinas. Fue una suerte que se hubiese agachado a tiempo bajo las hojas giratorias. Luego se volvió de nuevo y se encontró con otro jinete negro que se le echaba encima…
¡Zas!
En el mismo instante, el cuerpo del jinete se desplomó hacia delante con una flecha en el pecho y cayó por un lado de su escarabajo blindado mientras este se alejaba a toda velocidad entre los árboles. Lotus salió rápidamente al sendero caminando de lado, con la ballesta ya recargada y apuntada hacia el siguiente jinete que galopaba hacia ellos.
—¡Un momento!
El hombre alzó la mano y fue resbalando hasta que se paró en la nieve. Un centenar de figuras negras, quizá más, todas montadas en insectos blindados, aparecieron detrás de él entre los árboles. Unas arrastraban artilugios espinosos y otras no, y los profundos cortes y marcas de sus armaduras hablaban por sí solos.
—¿Quiénes sois?
—¡Ya sabes quiénes somos! —contestó Lotus a gritos.
El hombre que encabezaba la comitiva saltó de su montura y avanzó con la espada delante del cuerpo. Lotus mantuvo la flecha dirigida contra su pecho.
—Dios mío…
—¡Lotus Askary!
De pronto, un jinete clavó las espuelas con fuerza y galopó entre los árboles hacia Lotus, alzando su hacha para golpear. Lotus esquivó limpiamente a su atacante y luego disparó su flecha contra la estrecha articulación situada entre el abdomen y el tórax del insecto, partiéndolo por la mitad. El jinete cayó sobre la nieve.
—No somos enemigos —gritó Lotus secamente—, y le sugiero, capitán, que ejerza más control sobre sus hombres; de lo contrario, los mataremos a todos. ¿Entendido?
El capitán se indignó visiblemente, pero se quedó mirando a la chica con interés: esa voz altiva, ese arrogante gesto del labio… Hacía algún tiempo que no la veía… si es que era ella…
—¡Tú! ¡Chico! ¡Mírame!
Apartándose la pelambrera rubia de los ojos, el eco se volvió hacia él. Un murmullo recorrió las filas.
—¡Es un truco, señor!
—¡Ella lo ha raptado!
—¡No se fíe de ellos, señor!
El capitán se aproximó con prudencia, muy consciente de que Lotus había recargado ya y tenía otra flecha dirigida contra su garganta. El hombre tenía una herida muy fea encima de un ojo y parecía una de esas personas con las que no se puede jugar.
—Entonces, ¿no está muerto?
—No.
Los fieros ojos negros del eco le aguantaron la mirada.
—¿Por qué no ha contraatacado?
—No ha podido —dijo Lotus, improvisando—. Culexis ha envenenado la Scararmadura. Ha tratado de matarlo.
El capitán no pareció demasiado sorprendido por la traición de Culexis. Quizá ya lo sospechase, quizá todos lo hiciesen…
—¿Es eso cierto? —masculló.
El chico asintió con la cabeza. Parecía inseguro.
—Entonces, ¿qué demonios está haciendo aquí con ella?
—Yo sabía que ocurriría esto —comentó Lotus con aire despreocupado—, así que he vuelto a rescatar a Tom y ahora vamos a saldar las cuentas pendientes…
—Déjele hablar a él.
El chico vaciló. Se quedó mirando el círculo hostil de yelmos oscuros que lo rodeaba a través de los árboles. No tenía la menor idea de cómo mentir…
—Responda a la pregunta.
—¿Sabe?, la verdad es que no tenemos tiempo para nada de esto.
—Con todos mis respetos, señorita, no pienso aceptar órdenes de una traidora —masculló el capitán, que se volvió de nuevo hacia el chico y esperó a que hablase.
—Lotus Askary tiene razón —dijo el eco, incómodo—. Es cierto, el doctor Culexis ha envenenado la Scararmadura, y estamos decididos a volver a la empalizada. No puedo permitir que se salga con la suya. —El chico no parecía muy seguro de sí mismo, pero la ira que ardía en sus ojos era muy real—. ¿Nos ayudarán?
El capitán sopesó las palabras del eco.
—Tenemos órdenes de buscar a Nicholas Zumsteen. Tiene una pequeña cabaña en estos bosques.
—Ya no, capitán —se apresuró a responder Lotus—. Las gorogonás la han destruido. No queda nada. Acabamos de verla con nuestros propios ojos.
El oficial la miró con sospecha.
—En tal caso, lo atraparemos en los bosques.
—Eso es una pérdida de tiempo colosal —bufó ella—. Podrían pasarse días buscando, y de todos modos no estará aquí. En cuanto las gorogonás salieron del cascarón, lo más probable es que lo mataran, de la misma forma en que nos habrían matado a usted o a mí. No puede controlarlas; nadie puede. No se parecen a nada que haya visto en toda su vida.
Aquel capitán lo sabía, y le disgustaba que se lo recordasen. Pero el tono de la chica le disgustaba aún más.
—Entonces, según usted, ¿deberíamos abandonar la idea?
—Sí. Por cierto, si están pensando en peinar los bosques en busca de gorogonás perdidas, tampoco servirá de nada —añadió Lotus—. Solo conseguirán hacerse aún más enemigos.
Con una sonrisa irónica, el capitán miró hacia el valle.
—Muy bien. Pero puedo garantizarles que las cosas se pondrán interesantes ahí abajo. Puede que no vuelvan vivos. ¿Le parece bien, señor?
El eco asintió con la cabeza. Sus ojos oscuros sostenían la mirada del capitán como si fuesen imanes.
—Si no lo intento, voy a morir de todos modos —respondió con brutal sinceridad—. Es lo que tengo que hacer.
—Como usted quiera, señor. —El capitán se volvió hacia sus hombres—. ¡Compañía! —vociferó—. Cambio de planes. ¡Al fin y al cabo, todos van a morir!
Una sombría carcajada recorrió las filas.
—Tenemos que escoltar a Tom Scatterhorn hasta la empalizada. Ha regresado de entre los muertos para saldar una antigua cuenta pendiente… ¡con el doctor Culexis!
Los jinetes soltaron un rugido de aprobación.
—Esa antigua cuenta pendiente es mía —siseó Lotus—, así que ni siquiera pienses en ella.
—De acuerdo —susurró él.
—Cuando yo dé la orden, quiero a todo el mundo al borde de los árboles. Formación en rombo. ¡Adelante!
Se produjo otra explosión de gritos de ánimo, seguida del estrépito de los preparativos. Se apretaron cinchas, se abrocharon hebillas, se ajustaron arneses… El capitán se volvió de nuevo hacia el chico.
—Más vale que cabalgue conmigo, señor —masculló—. Y no pienso dejar que entre en batalla así vestido. Necesita una armadura como es debido.
—¿Podría buscarme una a mí también?
Puede que el oficial hubiese creído la historia de la chica, pero no tenía tiempo para sus aires de grandeza.
—Seguro que le encontramos algo —murmuró—. Pero dónde cabalgue es cosa suya.
—¿Vértice?
El capitán se encogió de hombros como si no le importase.
—Gracias —respondió ella con una sonrisa, intuyendo que le concedía aquel privilegio muy a regañadientes—. Realmente no cree que sobrevivamos, ¿verdad?
El capitán soltó una carcajada salvaje, volvió a montar y se dio la vuelta.
—Escudos, espinas y suerte han sido suficientes para traernos hasta aquí. Quizá el defensor de Scarazand y una loca sean suficientes para hacernos volver.
Y, clavando las espuelas, se alejó al trote colina abajo.