22
Lotus y el eco

—Esto es increíblemente irritante.

Lotus Askary tiró la caja de cerillas vacía y se quedó mirando el escaso montón de leña de la chimenea. Aquello no iba a funcionar. La leña estaba demasiado húmeda, no había papel y ella no se atrevía a salir en busca de unos troncos más secos. Lotus se puso de pie y se arrebujó en el abrigo. Se acercó al chico, que yacía tumbado en el sofá. Tenía un gran cardenal en la frente, pero seguía profundamente dormido. Eso ya era algo. Miró hacia la caseta del guarda, donde estaba aparcado el coche de policía, una silueta gris contra la nieve. Varios agentes habían estado yendo y viniendo en el transcurso de la tarde, pero nadie había registrado todavía la buhardilla del castillo de Marchmont.'Lotus esperaba que las cosas siguieran así. Había escogido aquel viejo trastero porque había una llave en la cerradura que funcionaba y había una ventanita que daba al tejado en la parte trasera. Y si venía alguien a buscar allí había muchos objetos tras los que esconderse. En efecto, la habitación estaba atestada de cajas para embalaje, baúles, viejos juguetes, casas de muñecas… Todo ello extendido por el suelo y por la cama de dosel.

Tras apartar una cabeza de zorro apolillada, Lotus se dejó caer en una butaca y miró con enfado las colinas cubiertas de nieve, al otro lado de la ventana. Tenía que reconocer que no había reflexionado. Había invertido toda su energía en conseguir que Tom ocupase el lugar de su eco, y una vez logrado no sabía qué hacer. No podía matarlo, porque matar a los ecos debilita al original: eso era lo que decía siempre todo el mundo. Pero tenía que quitarlo de en medio para evitar que lo estropease todo. Por eso, de mala gana, Lotus había esperado en la cueva hasta que se apaciguó el jaleo en el estanque, luego había llevado al chico hasta el jardín y a continuación hasta el castillo de Marchmont. Había sido una tarea agotadora, pero sabía que no podía quedarse allí mucho tiempo. Tenía que averiguar de algún modo si Tom lo había conseguido o no… pero ¿cómo? Enfadada, Lotus se mordió las uñas, ajena a los dos grajos que la contemplaban desde las almenas. Aquello era ridículo. No lo había meditado bien…

—¿Dónde estoy?

Lotus Askary giró sobre sí misma y vio al chico, que se había incorporado en el sofá y parpadeaba con aire aturdido.

—En el castillo de Marchmont, en Escocia.

El chico pareció conmocionado al oír otra voz. Se volvió y vio a una chica esbelta y morena que balanceaba los pies con impaciencia en una butaca situada junto a la ventana. En la penumbra solo distinguió su cara ancha y pálida, y sus grandes ojos verdes. Parecía una muñeca. Una muñeca muy irritada.

—¿Quién eres?

—¿No me reconoces?

El eco se la quedó mirando unos instantes y se palpó el gran cardenal de la frente. Recordaba vagamente que se lo había hecho ella.

—Estabas en ese estanque…

—Así es.

La chica se levantó y caminó hacia él como una bailarina. El frío estaba activando la mente del eco.

—Tú eres la que me secuestró.

—¡Vaya! ¡Mira que eres listo!

—¿Por qué? ¿Quién eres?

—Me llamo Lotus Askary.

El chico se quedó estupefacto por un momento. Lotus pareció complacida por esa reacción.

—Eso es. Lo-tus Askary. ¿Has oído hablar de mí?

El chico sabía exactamente de quién se trataba. Buscaban a Lotus Askary por todo el mundo, y por muy buenas razones…

—Eres una traidora.

—¿De verdad?

—Estás ayudando a Nicholas Zumsteen. Te fugaste de la cárcel y conspiras contra nosotros. Eres una traidora.

Los ojos oscuros del chico le sostuvieron la mirada. Lotus reconocía de sobra esa ira obstinada.

—¿Y quién te ha dicho eso?

—Tu padre: don Gervase Askary.

Lotus se situó delante de él con una sonrisa burlona en los labios. El eco intuyó que aquella chica podía ser peligrosamente impredecible.

—No te saldrás con la tuya, ¿sabes?

—Ah, ¿no?

—No si yo puedo evitarlo.

—¿No si tú puedes evitarlo?

—Soy Tom Scatterhorn. Fui elegido para defender Scarazand.

—¿Defender Scarazand? Pareces muy importante, pero ahora no estás defendiendo gran cosa, ¿verdad? —Lotus percibió que la ira del eco iba en aumento, y eso le agradó bastante—. Te diré exactamente lo que eres: una pálida imitación de un chico normal y corriente, que se encontraba en el lugar adecuado en el momento equivocado.

El eco la miró con furia.

—No lo soy.

—Desde luego que lo eres. Conozco al auténtico Tom Scatterhorn, ¿sabes? Y tú también lo conociste, en ese estanque. De hecho, te encontraste cara a cara con él. Aunque quizá tu diminuta mente de eco lo haya olvidado ya. —Lotus echaba fuego por los ojos, incapaz de contener el veneno que sentía—. Y pensar que tú, tú, un simple eco, pudo ocupar mi lugar…

Fue difícil saber quién se movió primero, de tan deprisa como ocurrió todo. En el instante siguiente el chico se abalanzó contra Lotus como un animal salvaje. Dando volteretas por la habitación, la chica escapó por poco, pero el eco corrió tras ella a toda velocidad y, tras agarrar el palo de una escoba, se lo arrojó como una jabalina. Lotus se agachó y el palo se estrelló contra un cuadro que estaba justo detrás de su cabeza, haciendo añicos el cristal. Con un siseo irritado, la chica echó a correr y le lanzó una patada al pecho, pero el eco fue demasiado rápido: se metió rodando debajo de la cama y cogió apresuradamente un viejo palo de golf que estaba allí. En cuanto Lotus aterrizó, el eco lo balanceó hacia el pecho de la chica, que se echó atrás justo a tiempo. Desconcertada por la habilidad del eco, Lotus agarró otro palo de golf y lo obligó a retroceder por la habitación, alrededor de las cajas y por encima de la cama, hasta acorralarlo en un rincón. Sin embargo, justo cuando se disponía a atacar, él cogió del suelo un cable, le azotó los pies y la envió al suelo de un porrazo. A punto de metamorfosearse de irritación, Lotus rugió y saltó hasta la lámpara, desde donde se balanceó y se estrelló con fuerza contra el pecho del chico. En un segundo lo tenía sujeto al suelo con las rodillas.

—No eres malo… para ser un eco —dijo jadeando ella—. ¿Has tenido suficiente?

—Casi —masculló él con los dientes apretados.

Al instante, Lotus se encontró volando hacia atrás y chocando contra la butaca volcada. La cabeza del zorro le cayó en el regazo. Durante un segundo se quedó quieta, respirando con fuerza. El chico ya volvía a estar de pie y preparado para más. Ninguno de los dos se movió. Lotus tenía los ojos brillantes de emoción.

—¿Quién te ha enseñado a hacer eso?

—No es asunto tuyo —dijo él, frotándose la muñeca—. Me han entrenado para enfrentarme a gente como tú.

Lotus se limpió un hilo de sangre del labio.

—Ya lo veo. Aunque no te me has enfrentado. Te he secuestrado.

—Pero no puedes impedir que me escape.

—Pareces muy seguro.

—Lo estoy. No podrás. —El chico miró por la ventana hacia el paisaje, que se volvía cada vez más oscuro. El coche de policía había desaparecido—. En cuanto anochezca, me vuelvo a Scarazand. Tal vez te obligue a venir conmigo en calidad de prisionera.

Lotus no dijo nada. Se puso de pie y se alisó la ropa mientras comprendía que, por desgracia, el eco de Tom estaba en lo cierto: iba a ser muy difícil impedir que se marchara. Podía parecerse a Tom Scatterhorn, pero el Tom que ella conocía nunca habría podido luchar así. Iba a tener que pensar en otra cosa para retenerle allí… y deprisa.

—¿Por qué me has secuestrado? ¿Qué sentido tenía sustituirme por otro?

Lotus no respondió enseguida. Se preguntaba de qué lado estaba aquel chico.

—El verdadero Tom Scatterhorn tiene algo muy importante que llevar a cabo. Es una cosa que tú, como eco suyo, nunca habrías podido hacer.

—¿Qué es?

Lotus hizo una pausa. Tal vez debería confiar en él…

—Va a destruir Scarazand.

El eco sonrió de oreja a oreja.

—Así que es eso. Ahora lo entiendo.

—No entiendes nada.

—Cuando lo agarré del brazo en ese estanque, percibí que trataba de hacer algo imposible. Era obvio. Lo noté.

Lotus observó al chico con mucha atención, intentando averiguar si le decía la verdad. Había oído hablar de esos fenómenos, conexiones eléctricas inconscientes entre ecos y sus originales.

—De acuerdo, quizá fuese obvio para ti. Pero esa es la razón de que haya ocupado tu lugar. Tom va a subir por el conducto de ventilación utilizando la misma ruta que Nicholas Zumsteen.

—Cosa que está completamente prohibida. ¿Y luego?

—Vamos a destruir a la reina. A hacerla explotar. Lo tenemos todo planeado. Pero no esperes que te lo cuente.

El eco sonrió un poco.

—Estás mintiendo. Pero no importa, porque Tom nunca conseguirá subir por la chimenea.

Lotus soltó una carcajada.

—¿No?

—No. Porque no soporta las alturas.

—Y supongo que también percibiste eso, ¿no es así?

—Una vez me hicieron subir por el hueco del ascensor de Scarazand . No pude moverme.

Lotus echaba humo por las orejas. Sabía que enfadarse con aquel chico no serviría para nada. Además, era posible que estuviese diciendo la verdad… Hubo un momento de incómodo silencio. Lotus decidió cambiar de táctica.

—Así que eres luchador profesional. No eres malo. De hecho, podría reconocer incluso que eres muy bueno. ¿Combatiste como gladiador en el estadio?

—Nunca lo hice, pero es ahí donde empecé —respondió el eco con sequedad—. Era aprendiz. Me dedicaba a afilar espadas, limpiar el material, hacer pequeños números en los espectáculos… No era especial, ni tampoco era el mejor… Solo era otro luchador, como todos los demás. No nací con suerte como tú.

—Pero acabaste teniendo suerte —replicó Lotus, sonriendo con satisfacción e ignorando la pulla—. Mucha suerte. ¿Por qué supones que fue?

El chico se encogió de hombros. Había que reconocer que parecía sinceramente confuso.

—No lo sé. Un día don Gervase bajó a ver cómo nos entrenábamos. Cuando acabamos me llevó aparte y me dijo que quería ascenderme. Y no solo eso, quería que aprendiese a comportarme… que aprendiese a convertirme en un líder. Dijo que organizaría unas cuantas batallas en el estadio para que las presenciase el pueblo. Por supuesto, las gané. Pero con la pelota-escarabajo de mi lado no podía perder, ¿verdad?

El chico sonrió avergonzado, y por primera vez Lotus sonrió también. No le costaba imaginar al auténtico Tom diciendo eso, con su estilo extrañamente pudoroso. Pero era evidente que ese eco no tenía ni idea del oscuro plan que había detrás de todo aquello. Ignoraba que el único propósito de su corta vida era defender a don Gervase hasta la muerte en aquella gran batalla con las gorogonás, llegara cuando llegase, y que después seguramente le darían muerte. Parecía una lástima decírselo.

—Así que te convertiste en el nuevo héroe de la revolución —dijo ella con una sonrisa—. En el defensor de Scarazand. Menudo honor.

El chico se encogió de hombros.

—Era lo que él quería. Fui a vivir al palacio. Me entrené, me entrené y me entrené… Eso fue todo.

En el exterior ya casi estaba oscuro, demasiado oscuro para ver las sombras de los grajos que se reunían en los árboles.

—¿Y le importó a alguien que te hubiesen ascendido así? Aparte de mí, por supuesto.

El chico asintió.

—Desde luego: al doctor Culexis le importó.

—¿Al doctor Culexis? —Lotus se paró a pensar en el hombre al que había visto junto al estanque—. ¿Bajo, pulcro, con un bigote fino y zapatos brillantes?

—El mismo.

—¿No trabajaba en el Ministerio para Venenos?

—Sí… antes. De algún modo, Culexis se las ingenió para salir de aquello y ponerse a escribir artículos para el periódico, y luego todo el resto de la propaganda. Yo tenía que fingir que era cierto lo que escribía. Es muy repelente. Nunca le caí bien.

—¿Por qué no?

El chico inspiró hondo. No sabía muy bien por qué estaba diciendo todo aquello, y menos a Lotus Askary. Nunca había hablado de ello con nadie.

—Creo que en el fondo le daba envidia que el glorioso líder me hubiese ascendido. Jamás lo comprendió. Ern Rainbird y él componían el círculo restringido de don Gervase. Tenían tareas especiales de las que nadie más estaba enterado. Rainbird era un matón, aunque bastante inofensivo. No se preocupaba demasiado por mí. Pero Culexis…

—¿Qué pasa con él?

—Me dieron una armadura. Era de los viejos tiempos, la había llevado cientos de años atrás un gran guerrero que llegó a ser el primer rey de…

—Lo sé, la Scararmadura.

—Culexis estaba obsesionado con ella. Siempre me estaba diciendo lo famosa que era, lo valiosa que era, el gran honor que suponía para mí llevarla. Era evidente que no creía que yo fuese digno de ella. Quiero decir como eco.

—Tiene razón —dijo Lotus secamente—. Quien lleva la Scararmadura garantiza la lealtad de todos y cada uno de los híbridos de Scarazand. Es un famoso símbolo. Nunca me permitieron tocarla siquiera.

El chico hizo una pausa y se preguntó si debía continuar. Estaba claro que se trataba de un tema delicado.

—Tenía la sensación de que algún día me la quitaría, de que se ocuparía de que se la diesen a alguien más merecedor de ella.

—¿Y cómo podía hacer eso?

—No lo sé. Le importaba tanto…

Lotus miró por la ventana con la frente fruncida y vio su propio reflejo. ¿Qué posibilidades había de que Tom supiese algo de aquello? Ninguna…

—Sería mucho mejor para Tom que no tratases de volver a Scarazand esta noche —dijo Lotus en voz baja—. Soy consciente de que eso puede resultar duro, dadas tus lealtades, pero, en cuanto don Gervase se dé cuenta de que has sido sustituido, Tom no tendrá ninguna posibilidad. Allí no. Será castigado… severamente.

—¿Quieres decir que lo matarán?

—No, no lo matarán. Porque, cuando muere un original, el eco muere también. Y don Gervase te quiere vivo. Por eso mantuvieron a Tom vivo en una prisión, para que tú pudieses ir a vivir al palacio.

Por un momento, el eco no dijo nada. Parecía confuso.

—Pero yo no elegí ser secuestrado. Si me llama tengo que ir. No puedo elegir.

—Pero no te ha llamado aún, ¿verdad? —Lotus lo observó con atención—. Tal como has dicho, hay una conexión entre vosotros dos; tú la notaste. Así que quizá deberías darle a Tom una oportunidad de hacer lo que debe.

El eco no dijo nada. Se daba cuenta de que sus lealtades se estaban llevando al límite.

—No entiendo por qué quiere destruir Scarazand. ¿Por qué es tan imp… ?

En la oscuridad se oyó un tintineo de cristal.

—¿Es esta? —preguntó una voz áspera—. ¿No? Por todo el fuego del infierno. Prueba la siguiente.

El eco miró a Lotus, que se llevó un dedo a los labios.

—Escóndete —susurró la chica.

El eco obedeció y Lotus se acercó de puntillas y sin hacer ruido a la ventanita que daba al tejado en la parte trasera. Escuchó. Algo daba fuertes pisadas allí fuera…

—Pito, pito, colorito, ¿dónde se esconde? No tengo ni… —¡Oh!

Un ojo enfadado apareció al otro lado del cristal y Lotus dio un salto hacia atrás. La ventana se abrió con un golpecito y la gran cabeza peluda de un águila se metió por ella.

—Buenas noches, doña Caprichosa —masculló—. Echando una siestecita, ¿no?

—Ho-ho-hola. Qué sorpresa. ¿Cómo estás?

—Ahora que te he visto, mal.

—Esto… ¿qué?

El ave emitió un gruñido salvaje y trató de entrar a la fuerza por el estrecho hueco. Al no poder, arrancó con el pico el marco de la ventana problemática y abrió de un cabezazo la otra ventana. Luego se dejó caer dentro de la buhardilla. Miró a su alrededor, enfadada.

—Así que es aquí donde te escondes cuando asaltan el Álamo.

Lotus no lo entendió.

—Cuando Ned Kelly sale del bar.

—¿De qué estás hablando?

—No me digas que no sabes de qué estoy hablando —dijo la gran rapaz con voz áspera, agitando su collar sarnoso—. Esto es Little Bighorn, jovencita. La última batalla de Custer.

Lotus podía estar aterrada, pero hizo todo lo posible por disimularlo.

—Si hablases con un lenguaje llano sería mucho más fácil.

El ave resopló enfadada. Con una garra aporreó una caja, quitó una silla de en medio de un empujón y se aproximó a la chica con aire amenazador.

—Muy bien, si quieres que te hable sin rodeos iré al grano. Me parece recordar haberte dicho en términos bien claros que cuidases del joven Scatterhorn.

—Lo hice…

—Y me parece recordar que, si no lo hacías, habría terribles consecuencias. Es decir, te arrancaría la cabeza de cuajo.

—Mira, he…

—No me digas que mire, jovencita —rugió el ave, cuyo largo pico casi le tocó el cuello—. Hablaba en serio. Confié en que cuidarías de él. ¿Cómo se dice eso en lenguaje llano?

Lotus se mantuvo en sus trece. La única forma de defensa que había conocido en toda su vida era el ataque. Cruzó los brazos y miró al pájaro con altanería.

—No sé de qué estás hablando. He cuidado de él.

—¡Ah, no te esfuerces! ¿Qué estás haciendo entonces moviéndote sigilosamente por un castillo, fingiendo no estar aquí, cuando él está a punto de participar en la mayor batalla que se haya librado jamás? ¿Hummm? ¿Cómo es que don Gervase Askary está enterado de quién es? Si esas gorogocomosellamen no acaban con él, lo hará otro, con su cajita de venenos. Sí, doña Caprichosa. Yo, la menda, lo sé todo. Aunque al parecer tú no.

La cara pálida de Lotus empalideció aún más. La chica parpadeó insegura.

—Pero eso no es verdad. No puede ser.

—¿No? Hablo el idioma, ¿recuerdas? Parlamento con los que viajan. Las malas noticias viajan muy deprisa —dijo el pájaro, indicando con un gesto la ventana.

Lotus recordó a los grajos de las almenas… Por supuesto… La habían visto, pero…

—Escúchame con atención porque no pienso repetirlo. Hay un gran cráter abierto en los bosques de Siberia, y los escarabajos han construido un paso elevado especial para conectarlo directamente con Scarazand. Todo el mundo está en pie de guerra. Nunca he visto tantos bicharracos, arietes, cañones, catapultas, hormigas explosivas… millones de ellas arremolinadas allí arriba… por no mencionar a todas las personas y medio personas que viven en ese agujero infernal. Están vaciando las cárceles, cerrando los criaderos. Todos se preparan para la última batalla. Sí, así es como la llaman, jovencita, ¡la última batalla! Y adivina quién va a dirigirlos mañana al amanecer. Adivina quién va a cabalgar al frente, junto a ese gusano de Askary nada menos.

Lotus se quedó tan atónita que no supo qué responder. Furiosa, clavó la vista en el suelo: era demasiado pronto, demasiado pronto… pero el momento casi había pasado.

—Debemos ir a sacarlo de allí. Ahora mismo.

—Correctísimo, pero deja de hablar en plural.

El pájaro se cernió ferozmente sobre ella.

—Pero…

—Nada de peros. Es demasiado tarde. Hablaba en serio, jovencita. Puedes convertirte en cualquier dichosa criatura que te apetezca; date por muerta. El desayuno del dingo.

—¿Mañana?

La voz parecía salir directamente del aire. El ave retorció el cuello hacia la silla que estaba junto a la ventana y pudo distinguir una sombra familiar de pie en la oscuridad. El pelo rubio brillaba como una aureola.

—¿Qué es esto? —La rapaz fulminó a Lotus con la mirada—. ¿Qué es esto, una maldita broma?

Lotus negó con la cabeza y carraspeó.

—Este… es el eco de Tom Scatterhorn.

El ave pareció sobresaltarse. Lotus le indicó al chico con un gesto que saliese adonde el águila pudiera verlo. El sonrió nervioso y se adelantó, sin saber con certeza si la enorme rapaz estaba a punto de arrancarle la cabeza de cuajo.

—Este es el chico que debía dirigir ese ejército. Este es el chico que está dispuesto a defender a su líder hasta la muerte.

El águila observó al joven durante un buen rato.

—Vale —dijo al final—. Ya lo pillo. Una copia.

—Sí. —Lotus sonrió tan cortésmente como pudo—. Eso mismo. El eco de Tom.

—Pero eso sigue sin explicar por qué lo dejaste en ese agujero del infierno…

Con frases cortas, Lotus expuso a grandes rasgos los acontecimientos que los habían llevado hasta ese punto. El ave escuchó, sumida en un hosco silencio, murmurando de vez en cuando extrañas maldiciones.

—Así que, en lugar de hacernos pedazos el uno al otro —concluyó la chica—, ¿no sería más sensato que dejáramos de lado nuestra mutua antipatía e hiciésemos todo lo posible para rescatar a Tom?

—No pienso llevarte a ninguna parte, jovencita.

—A mí sola no, por supuesto. Lo llevarás también a él. A nosotros dos, juntos.

Lotus había vuelto a alzar la voz y a adoptar su vieja actitud de mando, y al ave no le gustó ni pizca el cambio de tono.

—¿A vosotros dos? —La gran águila giró en dirección al eco—. ¿Qué tiene que ver él?

—Sabe lo que Tom está pensando. Están conectados. Y si Tom muere… también morirá él.

—¿Es eso cierto?

El chico no sabía muy bien qué decir. Sabía que Lotus estaba tratando de forzarlo a ayudarla, y debido a eso instintivamente quería decir que no… pero no podía negar quién era, y quién sería siempre, más allá de cualquier otra consideración… Era el eco de Tom Scatterhorn.

—¿Ha dicho algo sobre veneno?

—Un rumor. Uno de esos grajos oyó una conversación allí abajo. Parece ser que un tal doctor Culexis y su colega Rainbird piensan que nuestro Tom es un impostor. Pero Askary no quiere saber nada. Así que han decidido ocuparse personalmente del asunto.

—¿Cómo?

El ave se encogió de hombros. El chico miró a Lotus.

—¿Qué? ¿No crees que tratarán de matarlo?

Lotus se encogió de hombros.

—No de forma directa, porque podría resultar difícil —contestó la muchacha—. Es mucho más aconsejable aprovechar la ignorancia de Tom y envenenar la Scararmadura.

—¿La Scararmadura?

—¿Por qué no? ¿No has dicho que es lo que más le importa a Culexis? Sabe que Tom nunca se la ha puesto, así que es el vehículo perfecto. Antes de que Tom adivine que pasa algo, estará encerrado en ella sin poder salir. Es perfecto.

Conmocionado, el eco guardó silencio al comprender que Lotus estaba en lo cierto.

—Pero en semejante día, delante de todo el mundo… Culexis no se atrevería, ¿no?

Lotus observó al chico con frialdad. Su cara de porcelana no era más que una máscara.

—¿En su situación? Yo lo haría. Tomar la iniciativa muestra gran lealtad y devoción. El inteligente doctor Culexis mata al impostor en secreto. Salva la vida de su amo. Se vuelve imprescindible.

—Pero ¿y la batalla?

—¿Qué pasa con ella? A Culexis solo le interesa él mismo.

Algo confuso, el eco miró por la ventana. La nieve resplandecía bajo la delgada luna, dándole al suelo un aspecto luminoso. Si todo aquello era cierto, si algo estaba a punto de sucederle a su original…

—Entonces, debo ayudarlo, ¿no? Debo ir contigo. Si me dejas.

Lotus se acercó al chico y sonrió. Reconocía el fuego de sus ojos negros como el carbón.

—Esperaba que dijeras eso. Gracias. Has tomado la decisión correcta.

Le puso una mano en el hombro. El eco se apartó incómodo.

—Seguro que hay alguna vieja armadura en esta casa —masculló, saliendo al pasillo—. Seguro que hay alguna por algún lado.

El águila se quedó mirando a la chica. Estaba claro que no lo entendía.

—Es un buen luchador. Esta es su lucha. Se ha entrenado toda su vida para ella, para defender a su amo contra esas gorogonás. Eso nos ayudará mucho más de lo que tú crees.

—Vale. Maravilloso. Genial —dijo impaciente la gran ave con voz áspera—. Dile a ese dichoso chalado que se ponga las pilas.

Cinco minutos más tarde aparecieron en el umbral de la buhardilla dos figuras de aspecto extraño.

—¡Oh, ya estamos! Nadie ha hablado de disfrazarse. ¿Cuál de vosotros es el rey Arturo?

—Muy gracioso —le espetó Lotus, que entró en la habitación a grandes zancadas vestida con un viejo peto de acero y una cota de malla.

—Ja» ja!

La siguió el eco, que llevaba una mezcla de piezas de armadura que habrían podido pertenecer a un samurái, con una larga espada a juego. El águila golpeó el suelo con las garras, disfrutando enormemente.

—¿Qué? ¿No hay casco para mí? ¿No? ¿Ni siquiera un par de gafas? Porque yo también tengo que dar el pego, ¿sabéis? Tengo que ir vestida para la ocasión. Es una batalla en toda regla.

—En tu calidad de ave, no creo que llevar gafas y casco vaya a ayudarte —dijo Lotus agriamente.

—Pero ¿y todas sus flechas incendiarias?

—Eso es lo que menos debe preocuparte.

—¿Y las nubes de gas venenoso?

—Las gorogonás son mucho peores.

—¿Peores que los escarabajos que me escupen goterones de espuma venenosa en el culo?

—Mucho, mucho peor.

El águila dejó de burlarse y miró a la chica con vacilación.

—Bueno, doña Caprichosa, ¿qué sugieres exactamente?

—Según August Catcher, las gorogonás son diferentes, y hablar de ello solo es desperdiciar el poco tiempo que no tenemos. ¿Te pones las pilas?

El ave resopló.

—¡Y yo que me tenía por tonta! ¡En marcha entonces, par de asesinos de dragones!