La tarde estaba avanzada cuando Tom volvió a despertarse. Se había acurrucado bajo una manta en la chaise longue que había en el cuarto de sir Henry y, a pesar de todo lo ocurrido durante la noche anterior, había dormido bien. Tras ponerse de pie con aire aturdido, se desperezó.
—Por fin te despiertas.
Tom entornó los ojos para protegerse del deslumbrante rayo de luz blanca que entraba por la ventana. Allí estaba Lotus, acurrucada en la zona de sombra más profunda como si fuese una araña.
—Me deja pasmada que puedas dormir con todo lo que está pasando.
Tom bostezó.
—Estoy muy cansado. He estado trabajando como esclavo en una fabrica de laca, ¿te acuerdas?
Lotus continuó observándolo con atención.
—No sabía que fueses un convertido. Don Gervase lo mantenía muy en secreto.
Tom se apartó de los ojos el pelo enredado. La chica lo había adivinado. El no podía negarlo, y no tenía ningún sentido fingir.
—¿Puede controlarte con la pelota-escarabajo?
Tom se quedó mirando por la ventana y suspiró.
—August me dio de comer una larva para que mi conversión no fuese completa. Se interrumpió antes de… ya sabes. Así que seguramente no puede matarme. Y cada vez se me da mejor ignorarlo. Pero sí, en respuesta a tu pregunta, don Gervase puede controlarme… un poco.
Por los labios de Lotus cruzó la sombra de una sonrisa. Era evidente que aquello tenía mucho sentido para ella.
—Y por eso quieres destruir Scarazand: para librarte de esa parte de ti que le pertenece a él, a Zumsteen o a quien tenga en su poder la pelota-escarabajo. Si no puedes superar la molestia, elimínala. Ahora lo entiendo.
Tom suspiró. Se le ocurrió que Lotus había estado pensando mucho en ello.
—¿A ti no te pasa lo mismo?
Lotus negó con la cabeza.
—Tal como dijo August, los escarabajos replicantes son únicos: no responden ante nadie. Ni siquiera oigo a la reina. ¿No es extraño? Don Gervase tampoco la oye, ni Nicholas Zumsteen, supongo. —Oh.
La mirada implacable de Lotus se estaba volviendo incómoda.
—Por eso, Tom, he decidido que quiero ayudarte. Quiero ayudarte a encontrar ese conducto de ventilación y quiero ayudarte a destruir Scarazand, porque tampoco le encuentro sentido. Ya no.
Tom estaba un tanto desconcertado por aquel repentino cambio de parecer.
—Pero ¿y tu padre?
—No necesito otro padre. Sobre todo si se parece al de antes, cosa que parece muy probable. Suponiendo que me uniese a Zumsteen en esa gran batalla y venciésemos, ¿qué pasaría entonces? Sir Henry tiene razón, en el trono siempre hay sitio para uno solo. Con el tiempo me convertiría en un estorbo. Así que lo mejor es librarse de los dos y hacerle un favor al mundo. —La cara pálida de Lotus resplandecía como una luna entre las sombras. Parecía hablar en serio—. ¿Tienes hambre? —dijo, cambiando de tema de repente.
Tom hubo de reconocer que tenía un poco.
—Yo estoy hambrienta. He estado esperando durante siglos a que te levantases. Sir Henry me dijo que a los monjes no les sentaría bien que una chica vagase por su monasterio, y menos si acababa de darle una paliza a uno de sus hermanos, así que por primera vez en mi vida pensé que me convenía seguir un consejo. Me ha costado mucho. —Con una sonrisa radiante, se levantó de la silla y fue hacia la puerta a grandes zancadas—. ¿Vamos?
Con su inconfundible paso alegre, Lotus lo precedió mientras bajaban los peldaños de piedra hasta el pequeño claustro. Varios monjes se pararon a mirarlos mientras pasaban. Lotus los ignoró a todos y llamó con descaro a la puerta de August. Mientras esperaban, más monjes se reunieron para observar a la chica esbelta y al chico larguirucho. No parecían demasiado contentos de verlos. Al final, se abrió el pestillo y chirrió la puerta. Sir Henry apareció en el umbral.
—Buenos días. O tal vez debería decir buenas tardes.
Tom sonrió de mala gana.
—¿Desayuno, almuerzo o merienda?
—Lo que sea, por favor.
Al entrar, encontraron a August repantigado en el balcón, bajo un toldo de lona. Llevaba un ajado sombrero de paja, y sobre la mesa que tenía delante habían servido una abundante comida en espera de ser engullida.
—¡Ajá, se ha despertado el monstruo! —exclamó con los ojos brillantes—. ¿Cómo te encuentras?
—Muy bien.
—¡Come, come!
—Gracias.
Lotus dedicó su mejor sonrisa a los presentes y se sentó frente a Tom. En silencio, empezaron a devorar las fuentes de pan, miel, higos y yogur dispuestas ante ellos. Tom observó que había varios picozapatos que aguardaban con paciencia en el umbral.
—Hemos pensado en vuestros problemas, pero no hemos llegado muy lejos —dijo sir Henry, cogiendo una silla para unirse a ellos. Se quedó mirando la alfombra de árboles, muy abajo—. Me preguntaba si no deberíamos tratar de volar hasta Scarazand como hicimos la otra vez. Buscar una entrada y luego construir una especie de caballo de Troya en forma de insecto. August podría hacerlo muy rápidamente. Luego llenarlo hasta arriba de dinamita, introducirlo y…
Lotus contuvo una discreta sonrisa.
—¿No?
La chica sacudió la cabeza.
—Desde que ustedes volaron en su aeroplano hasta la cueva todo ha cambiado. Ahora Scarazand es una fortaleza. No hay visitas, ni turistas, solo trabajadores que entran y salen. Se han tapado decenas de millares de agujeros, y todos los que no se han tapado están muy vigilados. Ningún extranjero podrá jamás volver a encontrar el camino de entrada, ni por accidente ni de otro modo.
—Parece muy segura de eso.
—Lo estoy —dijo ella, cogiendo un higo entre sus largos dedos blancos y pelándolo metódicamente—. Mi tarea consistía en ocuparme de eso, y lo conseguí. Me mostré inflexible. Ahora, entrar en Scarazand es imposible.
Sir Henry formó una bola de pan entre los dedos y la tiró por encima del balcón con gestos nerviosos.
—Hummm, bueno, sospechaba que tal vez diría algo así. Esa ha sido mi aportación. No se me ocurre nada. ¿Tiene alguien alguna idea brillante? ¿Tom?
—Solo que el don Gervase del manicomio tenía razón. La mejor forma tiene que ser encontrar el conducto de ventilación: escondido en un árbol, cerca de una chabola en ruinas…
—En algún lugar de la faz de la Tierra —gruñó sir Henry, descubriendo una mosca sobre la mesa. Tras preparar otra bola de miga la lanzó directamente contra ella y la derribó—. El problema es que ya nos hemos pasado diez años buscando ese dichoso conducto.
—Y aunque lo encontremos, hará falta algo más grande que una bomba para hacerlo explotar —dijo August con un suspiro—. Con todas las consecuencias que eso tendría. Sí, esas palabras han empezado a obsesionarme a mí también.
Lotus había cortado el higo en trocitos regulares. Se metió uno en la boca y lo masticó cuidadosamente, como si fuese un ratón.
—La verdad es que yo también le he dado muchas vueltas.
Tragó, dio un sorbito de agua y luego empezó a masticar el siguiente trozo. Tom cayó en la cuenta de que hasta ese momento nunca había visto comer a Lotus Askary. Estaba claro que no era algo que hiciese muy a menudo.
—Tal como le acabo de decir a Tom, no tengo ningún interés en ayudar a Nicholas Zumsteen, ni tampoco a don Gervase Askary. Ya no. Así que les ayudaré a encontrar el conducto de ventilación.
—Eso es muy amable por su parte, señorita —dijo August con una sonrisa sarcástica—. ¿Y cómo podría hacer eso?
Lotus dio otro sorbo de agua.
—Tengo una idea. Es una idea muy buena, pero necesita… algo. Algo que tiente a don Gervase Askary a salir de su guarida —dijo. Los demás esperaron, mientras la miraban comer con tanta precisión—. Cuando vieron a Nicholas Zumsteen, ¿por casualidad les dijo adonde iba a continuación?
—Quizá.
—En otras palabras, sí. ¿Puedo preguntar adonde?
Sir Henry vaciló. Incluso en ese momento había algo en la chica que no inspiraba confianza.
—Bueno, no creo que importe. Va a asistir a una fiesta en México mañana por la noche.
—¿Quién organiza la fiesta?
—Se llama Golding Golding. Un norteamericano. Ha hecho su fortuna como comerciante de armamento, y siempre está intentando crear armas nuevas y originales a partir del mundo de los insectos. Nicholas descubrió su interés hace algún tiempo y ha hecho bastante amistad con él. Tal vez sea un aliado natural, aunque yo no me fiaría demasiado de Golding Golding y trataría de no perderlo de vista. Cosa que no es difícil, porque está tan gordo como un buda.
Lotus frunció el entrecejo.
—¿Golding Golding?
—Eso es. Entonces, ¿ha oído hablar de él?
—Por supuesto. Y tiene usted razón, no merece ninguna confianza. Finge coleccionar arte, pero en realidad ha robado cuanto ha podido de Scarazand durante mucho tiempo. Lo sabemos todo acerca de Golding Golding y sus intrigas.
Sir Henry y August la observaron con atención.
—O sea, no es que me importe. ¿Por qué iba a importarme? —dijo jactanciosamente, aunque algo incómoda—. ¿Les dijo quién más iba?
—Al parecer, un montón de gente extraña y pintoresca —respondió sir Henry, poniéndose de pie y rebuscando en su chaqueta, colgada encima de la silla—. Miembros de la alta sociedad, científicos, maleantes… Nicholas me dijo que Golding Golding había invitado a «todo aquel que tuviese interés en hacerse con el botín de Scarazand». Son sus palabras, no las mías. Nicholas se mostró tan reservado como siempre, pero tuve la clara sensación de que iba a contárselo todo acerca de esas gorogonás que está criando y la gran batalla que se avecina. Por qué, no lo sé. Pero tenía muchas ganas de que August y yo nos dejásemos ver.
Sir Henry le puso a Tom en las manos una gruesa tarjeta de color crema. La letra era grande y dorada, y estaba adornada con muchas florituras que dificultaban la lectura. La tarjeta iba dirigida a August y a sir Henry.
—Precisamente, August y yo estábamos debatiendo si debería asistir uno de nosotros. Las invitaciones de Golding Golding son muy escasas, y no me importaría ver qué objetos ha acumulado allí. Se mire por donde se mire, es un montaje muy extraño. Artístico, ¿sabéis?
—¿Me permites?
Tom le pasó la tarjeta a Lotus, que la examinó con avidez y esbozó a continuación una sonrisa extraña.
—Pero si ya está.
—¿Ya está qué? —preguntó August.
Lotus le dio la vuelta a la invitación. Su sonrisa se ensanchaba por momentos.
—Don Gervase Askary estará en esa fiesta.
—¿De verdad?
—Tiene espías que vigilan a Golding Golding muy de cerca. Estará enterado de la clase de personas que han sido invitadas. Puede que sepa incluso lo de Zumsteen y su conferencia. Estará allí, se lo garantizo, y tratará de capturar y matar al mayor número de indeseables posible. Incluyéndoles a ustedes.
Sir Henry enarcó las cejas y miró a Lotus con aire de duda burlona.
—Parece muy segura.
—Yo misma solía vigilar a Golding Golding —dijo la chica con sencillez—. Era una de mis numerosas tareas. Lo cierto es que sabía mucho acerca de él. Pero nunca vi una invitación como esta. Tiene usted razón, se trata de una oportunidad insólita. Le garantizo que don Gervase no la dejará pasar.
Hubo un breve silencio incómodo. La absoluta confianza de Lotus en sus propias ideas resultaba un poco desconcertante. August dijo:
—Pero, querida, aunque usted esté en lo cierto y Askary tenga planeado presentarse con sus secuaces, ¿qué esperanza podría tener de hacer algo? Todo el mundo lo vería venir de lejos. Desde luego, nosotros lo veríamos.
—No necesariamente.
—¿Qué quiere decir?
En el rostro de Lotus se dibujó una sonrisa extraña. Dejó la tarjeta en la mesa y colocó su cuchillo pulcramente en el centro de su plato. Se había pasado la mayor parte de la noche pensando en cómo encajaba ese pequeño secreto desde una perspectiva general, y en ese momento estaba convencida de saberlo. Había llegado el momento de revelarlo.
—No lo verían necesariamente a él, sino a Tom Scatterhorn. Por supuesto, no a este Tom Scatterhorn. Me refiero a su eco.
—¿Al eco de Tom?
—En efecto. Al eco de Tom. —Sus grandes ojos verdes se clavaron en él—. Porque tú tienes un eco, Tom, uno de verdad.
Nadie habló. Solo las cigarras, muy abajo.
—Cuando llegaste al manicomio te picó un insecto, ¿no es así?
Tom asintió.
—Lo sabía. —Una sonrisa cruel y astuta se extendió por el rostro de Lotus—. Deja que te diga lo que ha pasado, y corrígeme si me equivoco, aunque no me equivocaré, porque pasé con don Gervase Askary el tiempo suficiente para saber cómo piensa. Es así. Don Gervase es un líder poderoso y solitario: no confía en nadie. Está convencido de que algún día Nicholas Zumsteen va a tratar de arrebatarle Scarazand, y sabe que ha estado coleccionando gorogonás con ese fin. Esas criaturas lo aterran, pero ¿qué puede hacer? Dos cosas. Envía a legiones de espías al futuro, confiando en que vuelvan y le adviertan de lo que va a pasar. Y mientras tanto, hace unas cuantas averiguaciones por su cuenta. Esas investigaciones lo avergüenzan, ya que ponen en evidencia su paranoia y su debilidad, así que trata de mantenerlas en secreto. Lo sé porque trató de mantenerlas en secreto ante mí. Pero en algún momento descubre que tú, Tom, tienes que desempeñar un papel crucial en su futuro. ¿Estoy en lo cierto?
Tom asintió, aunque se dio cuenta de que, pese a la alegre confianza de Lotus, la chica ignoraba cuál era ese papel.
—A don Gervase esto le resulta sumamente irritante. Porque sabe que, como convertido a medias, es imposible controlarte del todo, o incluso confiar en ti. Tal vez incluso te atreviste a decírselo. ¿Qué debería hacer entonces? Podría ignorar la advertencia, pero eso sería una temeridad. Podría matarte, pero entonces nunca desempeñarías ningún papel en su futuro, así que tampoco puede hacerlo. En lugar de eso, decide hacer una copia en secreto, un eco olvidado, al que pueda controlar y luego esconder, listo para ser utilizado.
Es una acción muy cauta y un poco peculiar, pero es así como actúa don Gervase Askary. Nunca deja nada al azar.
August y sir Henry guardaron silencio unos instantes mientras asimilaban las palabras de Lotus.
—Pero ¿por qué no mató a Tom tras hacer la copia? —preguntó August.
—No podía. Matar a un original destruye el eco: están vinculados. Nadie entiende por qué, pero es así.
Sir Henry se pasó una mano por la frente, dudando de si debía creer una sola palabra de todo aquello.
—Entonces, lo que está diciendo, señorita, es que el eco de Tom está escondido en las profundidades de Scarazand, y que don Gervase va a llevárselo a la fiesta de Golding Golding como una especie de cebo, ¿no es así?
Lotus asintió.
—Estoy segura. Eso es exactamente lo que querrá hacer.
—Pero si acuden usted y Tom en vez de nosotros, de alguna manera Tom puede ocupar el lugar del eco —dijo August, viendo inmediatamente adonde conducía todo aquello.
—Exacto.
—¿El lugar del eco? —Sir Henry parecía perplejo—. ¿Por qué?
Lotus continuó:
—Porque, al desempeñar el papel de su eco, Tom sería conducido al corazón mismo de Scarazand sin encontrar oposición, y entonces…
Hizo una pausa para asegurarse de que todos la escuchaban.
—Podría subir por esa chimenea… y salir por el conducto de ventilación.
Hubo un silencio. De algún modo, Tom había pronunciado las palabras antes de entenderlas realmente.
—Esa era precisamente mi idea —dijo Lotus asintiendo con la cabeza, un poquito molesta por no haber podido explicar el final de su brillante plan.
—Podrías subir por la chimenea… y salir… por el conducto de ventilación. —August repitió la frase muy despacio—. Y, por supuesto, descubrir exactamente dónde está. ¡Pero eso es una pequeña genialidad!
—Salvo que te descubran. O pierdas el equilibrio. Y, aunque lo consigas, ¿qué pasará cuando te encuentres solo en mitad de una selva, rodeado de Dios sabe qué? ¡Excelente! —bufó sir Henry. Aquella era sin duda una de las ideas más disparatadas que había oído en su vida—. ¿Cómo diantres va a subir Tom por esa chimenea?
—No lo sé, pero Zumsteen lo consiguió —dijo Lotus, a la defensiva, encogiéndose de hombros—. Entró por una de las buhardillas del palacio. No pudo ser una subida muy larga.
—¿Qué buhardilla exactamente?
—Me dijeron que estaba justo encima del dormitorio de don Gervase.
Sir Henry se apretó con los dedos el puente de la larga nariz aguileña y sacudió la cabeza.
—Esto parece una fantasía descabellada. Me deja pasmado que la consideres siquiera, August.
—Pero al menos es un plan —respondió su amigo—. Al hacerse pasar por el eco, Tom obtiene el acceso inmediato a Scarazand, cosa que, tal como dice la señorita Askary, ahora resulta imposible de otra manera. Y, al subir por la chimenea, de un golpe elimina la parte más difícil, es decir, tener que encontrar el dichoso conducto de ventilación, cosa que tú y yo no hemos conseguido hacer en diez años. Y no tenemos otros diez años. Ni siquiera estoy seguro de que tengamos otros diez días. Pero sí, estoy de acuerdo, este proyecto no está exento de riesgos.
Sir Henry se rió con amargura.
—No está exento de riesgos. Me gusta eso. Muy bueno.
Se hizo un incómodo silencio. Tom recordó aquella alta chimenea y aquel minúsculo punto de luz que permanecía inmóvil en el aire como una estrella. ¿Era realmente posible subir por allí? Tal vez sí…
August se cortó una fina rebanada de pan y una loncha de queso, que masticó con aire reflexivo.
—Bueno, Tom, nadie puede pedirte que hagas nada de eso, y nadie puede hacerlo salvo tú. Tú decides.
Tom estaba muy quieto, tratando de ignorar su corazón desbocado. Más allá del balcón, las sombras del valle se alargaban y el pinar se encendía de marrón y dorado.
—Creo que tengo que hacerlo.
—¿Estás seguro?
Tom se volvió hacia el rostro decrépito y marcado de August. Sus ojos eran más negros que nunca.
—¿De qué otro modo puede acabar?
—Puede acabar si Nicholas Zumsteen y aquellas gorogonás ganan la batalla —gruñó sir Henry.
—Pero eso podría no ocurrir —murmuró Tom—. Usted mismo ha dicho que él no puede controlarlas… y aunque pueda, ¿qué pasará entonces? Siempre seré esclavo de quien controle a la reina. Siempre estaré en manos de otros. Y no puedo evitar pensar que sea quien fuere siempre querrá hacer cosas malas, aunque no las haga contra mí. Solo porque puede. Es tan poderoso… Si puedes hacer cualquier cosa… —Tom suspiró claramente frustrado. No encontraba palabras para expresar lo que sentía—. Y ya no se trata solo de mí. He visto lo que está haciendo con el mundo, he visto cómo es. Tengo que hacerlo. Quiero hacerlo.
Sir Henry entornó los ojos.
—Son cosas muy distintas, ¿sabes? Piensa, Tom, piensa… Aunque consigas bajar hasta Scarazand, tarde o temprano Askary averiguará que no eres un eco. Quizá lo sepa ya. No podrás retroceder si…
—¡No me importa!
Sir Henry se quedó atónito. Jamás había visto a Tom tan enfadado.
—¡Ya no me importa! Está bien, ¿de acuerdo? Está bien. Conozco el riesgo. Lo aceptaré. Pero déjenme en paz.
El arrebato de Tom resonó en todo el valle. Guardaron un incómodo silencio mientras sonaba una campana sobre sus cabezas. Tom se quedó mirando el pequeño fragmento de mar a lo lejos y se mordió el labio. Tenía los ojos llenos de lágrimas.
Casi había anochecido cuando volvieron a reunirse. A Tom la atmósfera de la habitación de August le resultaba demasiado sofocante para permanecer sentado y, tras excusarse, se marchó a dar un paseo por el monasterio. Recorrió oscuros claustros, contempló fuentes burbujeantes y vio a los hermanos ocupándose de su vida serena y ordenada, cuidando del huerto, prensando aceitunas, rezando en la capilla… August estaba en lo cierto: aquel era un buen sitio. Tom entendía por qué buscaban refugio allí los fugitivos de Scarazand: se incorporaban a la Legión, y de pronto aquel extraño mundo de insectos y todos sus peligros parecían desvanecerse, nunca tendrían que volver a afrontarlos… ¿Podría hacerlo él? Incluso en ese momento, a pesar de su arrebato, Tom no acababa de estar seguro. No podía disimular la aprensión que le causaba aquel plan, y todo cuanto lo acompañaba: la posibilidad de ser descubierto, el grito sila… Ignoraba por completo si estaba haciendo lo correcto. Pero incluso allí arriba don Gervase Askary podía controlarlo: esa voz en su cabeza siempre estaría ahí, siempre. Y además, todo el mundo dependía de él. ¿Acaso no era el único que podía poner fin a aquello?
—Creía que te habíamos perdido.
Cuando Tom volvió a alzar la vista después de su ensoñación, vio a sir Henry sentado junto a él en el claustro.
—¿Cómo te encuentras, viejo amigo? —dijo sir Henry, clavando en Tom sus ojos sagaces.
—Muy bien. Igual, si es eso lo que se pregunta. Sigo queriendo hacerlo.
—Sabía que dirías eso. Los Scatterhorn somos gente testaruda —dijo sir Henry con una sonrisa radiante, dándole una palmada en la espalda—. Dejaré de intentar disuadirte, pero me gustaría que aceptases esto.
Tom miró la piedrecita gris en forma de cono que tenía en la palma de la mano.
—¿Qué es?
—Considéralo una pequeña baliza. Cuando salgas de esa chimenea y te encuentres en alguna selva en mitad de la nada, esto nos ayudará a encontrarte.
Tom pasó el dedo por la superficie áspera de la piedra. No parecía gran cosa.
—No me preguntes cómo funciona. August lo encontró en una cacharrería. Cree que perteneció a un chamán. Siempre me lo llevo allá donde voy. Es un pequeño instrumento curiosamente preciso. Pero tú lo necesitas mucho más que yo.
Tom sonrió sin ganas.
—Gracias.
—No es nada, chaval.
Contemplaron la fuente durante unos instantes.
—Bueno, todo está dispuesto. La señorita Askary ha convencido a August para pedir el transporte. Se le ha ocurrido un plan muy original para conseguir colarse de incógnito en la fiesta de Golding Golding.
—Ah, ¿sí?
—Irás por el castillo de Marchmont. Es un viejo edificio de Escocia lleno de corrientes. Al parecer, está hecho una ruina. Antiguamente vivió en él una artista…
—¿El castillo de Marchmont?
Sir Henry vio la expresión de Tom y sonrió con aire cómplice.
—Sí, eso es justo lo que he pensado yo. Muy pocas posibilidades de éxito. Entonces, ¿has oído hablar de él?
—Hummm… Vagamente.
—La chica está convencida de que existe una conexión directa entre el castillo y el escondite de Golding Golding. De hecho, se muestra muy insistente, aunque se niega a decir más. Sospecho que hay algún asunto del que no estamos enterados. Pero si Askary va a estar en la fiesta, no cabe duda de que estará muy pendiente de todo aquel que llegue. Y, como la Villa Favorita está rodeada de kilómetros de selva y comunicada por una sola carretera, supongo que es lógico utilizar esa puerta trasera tan insospechada.
Tom se quedó en silencio, contemplando el agua burbujeante. En realidad, no estaba demasiado sorprendido. Sabía que Lotus y don Gervase habían utilizado otras veces conexiones secretas como aquella. Después de todo lo que había oído acerca de una gran batalla final, y aquellas gorogonás, le daba la impresión de que Betilda Marchmont también había viajado…
—¿Qué es lo que opina August?
—Ya lo conoces: no tiene la menor medida del peligro. Le interesa la idea de que la Tierra contiene tramas de conexiones secretas de las que él nada sabe. Según su enciclopedia, ese castillo está plagado de pasadizos ocultos y escondrijos.
Sir Henry hizo una pausa.
—Pero, y sé que no hace falta que te lo recuerde, será muy peligroso, Tom, y no me refiero solo a salir por el conducto de ventilación; me refiero a viajar con Lotus Askary. Puede que sea muy respetable, pero no tiene ni pizca de delicadeza. Me da la impresión de que tendrás que verter mucho aceite sobre aguas turbulentas, viejo amigo; allanar el camino, no sé si me entiendes.
Tom asintió con un leve gesto de cabeza: por desgracia, entendía muy bien a sir Henry.
—Y tendrás que empezar convenciendo a tu taxista. Su nueva pasajera no le entusiasma precisamente.
—¿El águila?
—Exacto. —Sir Henry sonrió—. No quiere atender a razones, tú pareces tener más influencia sobre él que todos los demás.
—¡No me vengas con esas, colega!
Estaba anocheciendo; el sol empezaba a tocar el borde del mar a lo lejos. La variopinta rapaz se había posado en un extremo del balcón de August, con las alas colgando junto a la pared de roca.
—Sé lo que estás pensando —susurró Tom—. Y estoy de acuerdo contigo… un poco. Bueno, más que un poco. Pero va a ayudarme. No se me ocurre otro modo.
—¡Pero es la hija escarabajo de ese tipo raro! —siseó, mirando con concentración a Lotus, que estaba al fondo—. Y no es un escarabajo cualquiera: estuvo a punto de arrancarme el dichoso pico.
—Lo sé. No tienes que decir que sí. Simplemente podría ser útil, eso es todo.
El águila miró a Lotus con desconcierto.
—Me estás poniendo en un aprieto, no te equivoques. ¿No puedes ir tú solo?
Tom se encogió de hombros, presa de la impotencia.
—Lo siento.
—Me lo pone difícil —murmuró el ave para sí—. Solo hay un motivo por el que considero siquiera la posibilidad de hacerlo, solo uno, y lo estoy valorando. —El pájaro inclinó hacia él su enorme y peluda cabeza con aire conspirador—. Tú y yo tenemos que apoyarnos, amiguete. Lo digo en serio. Sobre todo ahora —siseó—. Las cosas ya son lo bastante peligrosas para nosotros ahí fuera…
El águila le echó un vistazo a Lotus, que aguardaba expectante.
—Entonces, ¿eso es un sí?
La rapaz murmuró extrañas maldiciones para sí.
—Fíjate que estoy mosqueado, con M mayúscula.
Tom miró a Lotus e inclinó la cabeza muy brevemente. Con una sonrisa radiante, la chica se adelantó, mostrándose tan encantadora como pudo.
—Muchas gracias. Es muy amable por tu parte…
—Esto no tiene nada que ver contigo, jovencita. Si fuese por mí, podrías…
—Por favor. —Tom levantó la mano—. Por favor.
—De acuerdo —gruñó el ave—. Pero si te transformas o haces cualquier otra payasada, te haré bajar más deprisa que… que… Ni se te ocurra.
—No se me ocurrirá.
El águila soltó un gruñido y, con un giro desgarbado, se dio la vuelta para presentarles el lomo.
—¿Y bien? ¿Qué estáis esperando?
Tom trepó hasta situarse entre las grandes alas del ave, y Lotus lo siguió. Se sentaron incómodos, uno detrás de otro.
—No, no, no. Si quieres venir, jovencita, vas a tener que rodearle la cintura con los brazos, amable y amistosamente. ¿Entendido?
Cuando Lotus agarró a Tom, este, muy inquieto, echó los brazos a su vez alrededor del cuello del águila.
—Eso mismo —añadió el pájaro con voz áspera—, finjamos que somos una gran familia feliz.
Sir Henry y August cruzaron las puertas para verlos marchar.
—¡Buena suerte! —gritó sir Henry.
Lotus sonrió y saludó con la mano.
—Adiós, Tom. Ánimo.
Tom trató de sonreír, pero le resultó imposible. ¿Era aquello una idea muy mala? Era la única idea…
—Agarraos —gruñó el enorme pájaro, y con un salto desgarbado se lanzó desde el balcón y se perdió de vista.
Sir Henry y August se adelantaron y contemplaron la gran silueta parda que se lanzaba en picado hacia las copas de los árboles y aceleraba hacia las colinas que se hallaban más allá.
—Pobre Tom —murmuró August—. Sabes lo que está pensando, ¿verdad?
Sir Henry asintió.
—Que tiene que sacrificarse. Que no tiene ninguna posibilidad.
Y que de algún modo es un acto noble que debe realizar. Parece muy decidido a morir.
—Desde luego.
Contemplaron al ave mientras sobrevolaba la cima de la cresta, con sus anchas alas ardiendo al sol del anochecer.
—No crees que tengan muchas posibilidades, ¿me equivoco ?
Sir Henry hizo una mueca.
—Francamente, no, pero no ha habido modo de convencerlos. Dos jóvenes tozudos más a los que nunca volveremos a ver.
August suspiró.
—Bueno, tal vez tengas razón. Pero al menos esa determinación tan ciega podría ayudarnos a ganar tiempo.
Sir Henry se volvió hacia su viejo amigo y vio un brillo malicioso en sus ojos.
—¿Tiempo? ¿Para qué exactamente?
En los ojos de August brillaba un destello de picardía.
—El chico ha dicho antes algo que me ha dado una idea.