12
El capítulo que faltaba

August rodeó la mesa en dirección a su biblioteca sobre pájaros, consciente de que toda la atención se centraba entonces en él.

—Pero, antes de empezar, siento curiosidad por saber cómo logró encajar las piezas de este rompecabezas. ¿Qué despertó sus sospechas?

Lotus miró inquieta a su público. August había sido sincero con ella… Para ganar su confianza, ella debía hacer lo mismo.

—Después de hablar con Jos Scatterhorn averigüé más cosas sobre Amy. Había muerto tiempo atrás en un accidente de tráfico, pero su hermana seguía viviendo en Dragonport. Fui a buscarla. No quiso hablar mucho sobre ello, pero estaba claro que Nicholas Zumsteen había abandonado a Amy. La hacía responsable de lo que había pasado, y nunca la perdonó. Me da la impresión de que la trató muy mal. Tal vez… es posible que incluso sospechara quién era el raptor.

—Eso no me sorprendería —murmuró August—. ¿Adonde la llevó don Gervase Askary?

—A Bolivia. Al principio contrató a una enfermera para que me cuidase, o mejor dicho a varias, porque yo era muy exigente. Y luego, creo que cuando tenía unos cuatro años, me envió a un convento. Era un lugar muy estricto y castigaban mucho, pero es allí donde crecí, con las monjas.

—¿Don Gervase le habló alguna vez de su madre?

—Solo me dijo que había muerto al nacer yo —respondió Lotus en tono práctico—. El siempre estaba fuera, «en viaje de negocios», o eso decía. Creo que era un comerciante de cocos. Y las pocas veces que me visitaba nunca me pareció que le cayese muy bien. Un día, cuando tenía once años, vino al convento, nos sentamos en el jardín y me reveló el gran secreto. Lo que éramos realmente, lo que yo era realmente, y lo que debíamos hacer, que era encontrar el elixir, su elixir.

—¿Le sorprendió?

Lotus sonrió.

—No, curiosamente no me sorprendió. Siempre me había sentido muy distinta. Me hizo ilusión. Además, para entonces estaba harta de las monjas, y ellas, sin duda, estaban hartas de mí. Fue entonces cuando empezaron nuestros viajes. Yo anhelaba impresionarlo, demostrarle lo que podía hacer. Puede que eso me hiciese un poco más… despiadada de lo necesario.

Lotus hizo una pausa para dejar que los demás asimilasen sus palabras.

—¿Y le habló alguna vez de cambiar de forma?

Lotus respiró hondo. Nunca había hablado de aquello con nadie.

—La primera vez… simplemente ocurre. Pero luego, al cabo de un tiempo, puedes aprender a controlarlo. Enfadarte lo suficiente y luego… Es como si unas barras de acero invisibles te estuviesen apretujando y la única forma de salir fuese explotar… Y lo he hecho muchas veces.

August miró a Lotus, incrédulo. Nunca habría esperado tanta franqueza. Qué criatura tan extraordinaria era aquella: una chica de aspecto absolutamente corriente que podía transformarse a voluntad en un escarabajo adulto. Cuanto más la miraba, más veía el espíritu rebelde de su verdadero padre.

—Pero ¿por qué lo hizo? —preguntó Tom—. ¿Por qué raptó a la hija de su propio hermano?

—Seguramente por desesperación —sugirió sir Henry—. Tal vez buscaba el elixir y no avanzaba. Tener una hija proporciona una tapadera útil, ¿no? Pero no podía coger a cualquier bebé. Tenía que ser alguien como él. Alguien especial. Hacer el papel de viudo desconsolado debió de abrirle unas cuantas puertas.

Tom no dijo nada. Recordaba que aquello era justo lo que había sucedido la mañana en que conoció a Lotus y a don Gervase en los escalones del Museo Scatterhorn. La historia del viudo y su hija había funcionado…

—Y ahora que sabes todo esto, ¿te sientes diferente?

Lotus era consciente de que todos la observaban desde el otro lado de la mesa. Su liso rostro de muñeca permanecía impasible como una máscara.

—Pues no, la verdad. No siento nada en absoluto. Simplemente confirma lo que siempre había sospechado. Claro, que no soy como ustedes. Soy distinta. —Hizo una pausa—. Aunque hay una cosa que no entiendo. ¿Cómo supo de mi existencia? Yo era un accidente. Un secreto.

August sonrió y se pasó la mano por la frente.

—No estoy seguro de que pueda haber secretos entre gemelos idénticos. Estén donde estén, siempre parecen conocer los asuntos del otro.

Lotus miró incómoda a August.

—Pero don Gervase Askary y Nicholas Zumsteen no son gemelos idénticos. ¿Cómo podrían serlo, si tienen un aspecto completamente distinto?

Las palabras llegaron hasta los rincones más oscuros de la habitación y quedaron sin respuesta. Lotus vio que August y sir Henry la miraban, y notó que le ardían las mejillas.

—¿Qué?

—Entonces, ¿nunca se lo dijo?

—¿Decirme qué?

—De dónde procedía su familia, la familia de usted.

—Nunca hemos hablado de esa clase de cosas —respondió Lotus, a la defensiva—. Supuse que todos habían muerto. Y si era una larga historia, seguramente no la habría escuchado, porque no me interesa.

Sir Henry enarcó las cejas.

—De hecho, es una historia sorprendentemente corta, señorita, dado el tiempo que ha transcurrido.

—Y explica en gran medida lo que ha pasado entre esos dos hermanos desde entonces —añadió August, al ver que Tom lo miraba expectante. Por supuesto, tampoco sabía nada de aquello. August cogió con gesto afectuoso un frasco lleno de polillas rhodi—. Gracias a estos pequeños camaradas he podido hacer un estudio de aquellos niños. Algunos acontecimientos dejan su sombra ardiendo en el aire durante mucho tiempo, en especial si son violentos.

Lotus no estaba segura de querer oír aquello, pero la venció la curiosidad.

—De acuerdo —dijo secamente—. Le escucho.

—Cuando nacieron, su padre y el hermano de este se llamaban Dorian y Caleb Rust —empezó August.

—¿Rust?

August asintió con la cabeza.

—Vinieron al mundo en Dundee, en la costa este de Escocia, hace muchos años. Y, a diferencia de la de usted, su madre murió de verdad al dar a luz. El padre de los gemelos estaba siempre de viaje, trabajando como marinero en un carguero de té que navegaba entre Bombay y Liverpool. Por desgracia, el señor Rust jamás llegó a conocer a sus dos hijos, pues al doblar el cabo de Hornos su barco se encontró con una tormenta. Mientras recogía la vela de los palos más altos, una ola tan grande como una casa golpeó el barco de lado, derribándolo y arrastrando al señor Rust entre la espuma. Nadie volvió a verlo. Así que los gemelos quedaron a cargo de la Casa de la Merced, un orfanato que acogía a los hijos de los marineros fallecidos. Y allí crecieron, sobreviviendo con la caridad que podían permitirse los escoceses de buen corazón.

»Aunque la vida de los hermanos Rust en la Casa de la Merced era dura, lo sería mucho más con la aparición de un tal Martin Dander. Dander era un misionero y, según decían, un hombre tan entusiasmado con la correa como con la religión. Se castigaba a sí mismo tanto como castigaba a todos los demás, y a menudo salía de la iglesia con la camisa manchada de sangre, de tan vigorosamente como se había aporreado el pecho. Dander ya tenía dos hijos propios: Hope, una niña rencorosa cargada de tirabuzones, e Isaac, que era mucho mayor. Pero cuando Dander vio a aquellos dos niños morenos y espigados vestidos con harapos, sus llorosos ojos grises ablandaron su corazón de hierro. El misionero sintió el deseo irresistible de salvarlos de las llamas del averno, en las que arderían inevitablemente si tenían que valerse por sí mismos en los callejones de Dundee. Lo siento, pero, como tal vez haya observado, cuanto más sé acerca de Martin Dander menos me gusta.

»Así que el misionero se salió con la suya, pagó a la Casa de la Merced y, lo quisieran o no, los jóvenes gemelos Rust se encontraron embarcados de inmediato con destino a Nueva Zelanda, en dirección a la Isla del Sur y a una nueva misión que a Dander le habían prometido allí. Sin embargo, Martin Dander no tardó en descubrir que aquellos dos niños abandonados no eran lo que parecían. Caleb era débil y siempre estaba enfermo. En cuanto a Dorian, aquel muchacho tenía algo muy peculiar: era inexpresivo y mostraba una frialdad que se veía agudizada por su negativa a hablar. Prefería comunicarse mediante unos trozos de papel garabateados que le pasaba a su hermano. Comparados con Hope y sus cabellos dorados y con el alto y fuerte Isaac, miembro de un coro y capitán del equipo de fútbol, aquellos dos niños enfermizos eran unos pirados que inspiraban rechazo, y su llegada molestó muchísimo a Isaac y Hope. No obstante, Martin Dander ignoró este hecho, del mismo modo que ignoraba todo lo demás: cuanto mayor era el reto, más decidido estaba a conseguir su propósito y convertir a aquellos indigentes desagradecidos en unos ciudadanos modelo. Así que zarparon para cruzar el vasto Pacífico, hasta que alcanzaron la minúscula isla de Tithona.

—¿Tithona? —repitió Lotus, preguntándose si sería solo una coincidencia.

—Sin embargo, no prosiguieron su viaje —añadió sir Henry en voz baja.

Lotus levantó la mirada con una expresión intensamente concentrada.

—¿Qué quiere decir?

—En esa época, Tithona era un remoto paraíso tropical —continuó August—, formado a partir de un gran volcán inactivo que se alzaba en el centro de la isla. Allí se detenían con frecuencia los barcos para reabastecerse y, a su llegada, Dander se encontró con que disponían de una semana antes de que su viaje pudiese continuar. Sin nada que hacer en aquella pequeña y desvencijada población, Dander levantó la vista hacia la montaña que sobresalía en la selva, y en la que le dijeron que vivía una tribu misteriosa y reservada. La perspectiva de salvar algunas almas lo entusiasmó. Así que, tras pedirle prestada a un marinero una pistola como medida de protección y meter un montón de biblias en su bolsa, Martin Dander arrastró a su familia por el camino caluroso y empinado del interior de la selva y acampó en el cráter del volcán. En aquellos tiempos el cráter era como el jardín del Edén. Los indígenas lo consideraban sagrado y no cazaban en él. Por consiguiente, estaba lleno de aves raras, mamíferos e insectos, todos extraordinariamente mansos. En el centro había un laberinto de gigantes formaciones de roca ferruginosa con muchos pasadizos estrechos que conducían a las entrañas de la montaña. Al parecer, una tarde, mientras los exploraban, los gemelos Rust se perdieron y nunca regresaron. Pero me temo que hay más, mucho más.

—¿Cómo lo sabe? —preguntó Lotus.

—Como he dicho, el aire está lleno de recuerdos, y así se pueden reconstruir los hechos —contestó August—. Los gemelos no se perdieron por accidente. Huían para salvar la vida.

—¿Huían? ¿Por qué?

—Porque estaban acusados de asesinato.

Lotus se quedó boquiabierta.

—¿El asesinato de quién?

—De Hope Dander.

Aguardaron en silencio a que August continuara su relato. Tom vio en el cielo las primeras luces grises que anunciaban el alba, pero August no parecía dar muestras de debilidad, al contrario.

—Después de comer, los niños bajaron por las rocas y empezaron a explorar. Isaac, al ser mayor, más valiente y más temerario que los demás, se fue internando en el laberinto cada vez más, hasta que al final los dejó atrás. Cuando Dorian y Caleb alcanzaron por fin a Isaac, lo encontraron de pie al otro lado de un estrecho abismo que llegaba al fondo del cráter. Isaac empezó a mofarse de los gemelos, desafiándolos a saltar, y luego a proferir insultos contra ellos cuando no lo hicieron. Reconocieron muy bien el rencor en los ojos del chico, pero no saltaron. Y entonces apareció la pequeña Hope. Vio al otro lado a su hermano mayor, que empezó a animarla a saltar: «Te cogeré, demuéstrales a esos cobardes cómo hacerlo, vamos, demuéstraselo a esos cobardes, Hope…». Podéis imaginaros el resto.

»Hope sonreía, complacida ante la oportunidad de superar a los dos niños abandonados. Pero Dorian vio que jamás podría conseguirlo. «¡No lo hagas!», garabateó en un papel, «¡es demasiada distancia!». Caleb también se lo advirtió. Pero la pequeña Hope no quiso escuchar. Confiaba, claro está, en que su hermano mayor la cogiese. Además, aborrecía con toda su alma a aquellos críos flacos y pálidos que le habían amargado la vida. Así que saltó… pero no lo bastante.

»El grito resonó en todo el cráter, lo que hizo que Martin Dander llegara a toda prisa. En un abrir y cerrar de ojos, Isaac acusó a Dorian de empujar a su hermana. Sabía que Dorian no replicaría. Martin Dander se quedó mirando aterrado el vestidito rosa que se hallaba en la base de una roca y luego cargó contra Dorian, tirándolo al suelo. Con gestos frenéticos, descendió por la roca hasta el lugar en el que yacía Hope, pero de nada sirvió. Su hija estaba muerta, con el cuello roto. El misionero quedó consumido por la pena y la rabia. En sus ojos ardía la celosa determinación de enseñarle a aquel niño silencioso y desagradable una lección que nunca olvidase.

»De una oreja, Dander obligó a Dorian a regresar al campamento. Lo ató a un árbol como si fuese una cabra dispuesta para un tigre. El silencio invadió la selva. Poco a poco, Dander se fue quitando el abrigo y se remangó. Luego cortó un trozo de caña.

“Por favor”, susurró Dorian. “No he sido yo.”

“¿Decides hablar cuando te conviene, niño?

“No he sido yo. No lo he hecho. No.”

Dorian vio que Dander se despojaba de la pistola y la pistolera, y las dejaba cuidadosamente sobre su abrigo. Miró implorante a Caleb, pero su hermano estaba paralizado por el miedo. Ni el ni Isaac se atrevieron a interponerse entre el monstruo y su comida. En silencio, vieron que empezaban a llover los golpes, los cuales continuaron durante mucho tiempo, hasta que el sol se ocultó tras los árboles. Por fin Martin Dander tiró su palo entre el polvo, roto y ensangrentado.

“Nunca jamás volverás a mentirme, niño”, dijo, echando espuma por la boca, con la cara y la camisa salpicadas de rojo. Tras coger su pistola, se metió en la selva tambaleándose. Isaac lo siguió. Caleb apenas podía mirar a su hermano. Su espalda, sus piernas, sus brazos y su cuello no eran más que un espeluznante amasijo de ensangrentadas rayas rojas y carne desgarrada. Pero por algún motivo Dorian Rust seguía estando vivo, por poco, y cargado de un odio silencioso y arrollador. Y de una férrea determinación de escapar. Caleb debió de sentir lo mismo. A la mañana siguiente, la tienda de los gemelos Rust estaba vacía.

Se hizo un silencio sepulcral. La luz gris del alba se colaba entre las contraventanas.

—Bien, es fácil imaginar que pasó a continuación. Entonces Martin Dander se enfrentaba a una doble tragedia. Aunque creyese que Dorian había matado a su preciosa hija, no quería dos muertes más sobre su conciencia. De sol a sol registró las formaciones rocosas, llamando a los niños. Como era de esperar, no contestaron. Al cabo de un par de días bajó al pueblo y regresó con una docena de policías, que también buscaron. Pero los indígenas se sintieron ofendidos por todos aquellos extranjeros que pasaban por encima de su preciado cráter. Para ellos, el hombre blanco había despertado a los malos espíritus que se habían llevado a los gemelos. Así que los policías se marcharon y se negaron a volver. Y al cabo de diez días Martin Dander se vio obligado a abandonar la búsqueda. Su barco zarpaba. Enterró a la pequeña Hope en un ataúd de plomo, hizo el equipaje con Isaac y se marchó. Nunca se le volvió a ver.

Hubo un breve silencio. Tom miró a Lotus y vio que estaba sinceramente conmocionada.

—Entonces, ¿don Gervase nunca le contó nada de esto?

Lotus negó con la cabeza.

—No sabía nada. Me extrañaría que alguien lo supiese, aparte de su hermano. Es bastante vergonzoso, ¿no?

—¿Vergonzoso?

—Ser golpeado así. Demuestra debilidad.

—No estoy seguro de que el niño hubiese podido hacer gran cosa, señorita —murmuró sir Henry, sorprendido por la reacción de la joven—. Martin Dander era un monstruo.

—¿Y por eso odia tanto a la gente? —preguntó Tom.

—¿Quién sabe? —August se encogió de hombros—. Puede que haya cambiado de identidad, pero sin duda sigue llevando las cicatrices físicas. Ese extraño surco vertical que le divide la frente, ese curioso modo de estar de pie, como si se pusiese de puntillas… Dander debió de despellejarle los pies. Lo lleva todo consigo. Y es probable que tampoco haya perdonado nunca a su hermano por mantenerse al margen y dejar que ocurriese.

—No veo cómo podría olvidarse nunca —reflexionó sir Henry—. Si se busca la mota de polvo que ha provocado todo esto, sospecho que es ese acontecimiento.

Lotus guardaba un hosco silencio. Muchas cosas empezaban por fin a tener sentido.

Tom dijo:

—¿Y qué pasó a continuación?

—Bueno, los gemelos se refugiaron dentro de la montaña, donde fueron infectados por ese extraordinario escarabajo replicante, y desde allí encontraron el camino para bajar hasta Scarazand, igual que tú —continuó August—. Una vez allí, se supone que crecieron, unidos por su diferencia en aquel mundo extraño y ajeno. —Miró a Lotus—. Puede que usted conozca el resto.

Ella se encogió de hombros.

—Solo lo que él me dijo, que no es gran cosa. Empezaron como humildes trabajadores, haciendo cosas rutinarias y aburridas… Don Gervase siempre decía que su existencia solo empezó realmente cuando oyó por primera vez que existía un elixir de la vida en alguna parte. En cuanto comprendió eso, no pudo pensar en nada más. Se convirtió en su obsesión.

—¿Por qué?

—Es evidente, ¿no? No quería ser un humilde trabajador durante toda su vida. Quería el poder. Quería controlar Scarazand y convertirlo en la mayor colonia de insectos que hubiese existido jamás. Y comprendió que la única forma de lograrlo era darles a los insectos aquello que más anhelaban: más vida, porque tenían muy poca. Así que encontrar el elixir era la clave.

—¿Y alguna vez habló de su hermano?

Lotus negó con la cabeza.

—La verdad es que no. Di por sentado que no le interesaba demasiado el gran proyecto y que era un poco inútil. Pero supongo que no es cierto, ¿no?

—Me da la impresión de que en parte sí lo es —dijo August con una sonrisa—. Seguramente a Caleb no le interesaba mucho. Me imagino que la obsesión de Dorian debía de resultar muy asfixiante. Además, es posible que, a medida que los gemelos crecían, Caleb se sintiese culpable creyendo que habría podido esforzarse más para tratar de salvar a su hermano. Puede que Dorian no le dejase olvidarlo; aquellas cicatrices debían recordárselo de forma constante. Y tal vez Caleb se sintiese incómodo al ver que Dorian, que siempre había sido el más débil de los dos, el hermano que se había negado a hablar, había hallado de pronto un propósito en la vida, a diferencia de él mismo. Fueran cuales fuesen los motivos, una vez que hubo crecido necesitó hallar una nueva identidad muy lejos de Scarazand. Fue así como se encontró por casualidad con un joven buscador de diamantes acampado junto a su aeroplano en el desierto de Namibia.

—¿Nicholas Zumsteen?

—Exacto. Nicholas Zumsteen. Aventurero, guapo, rico y despreocupado. Era todo aquello en que Caleb quería convertirse. Así que lo hizo.

—¿Lo hizo?

—Recuerda que el escarabajo que infectó a los hermanos era especial, el más raro del mundo: un escarabajo replicante. Nunca ha llegado a existir más de media docena de ejemplares, y ahora deben de estar extinguidos. El escarabajo replicante es un parásito con una habilidad única: no solo puede cambiar de forma para entrar en su huésped y convertirse en él; también puede volver a transformarse en un escarabajo al instante, tal como acabamos de oír.

August miró a Lotus, que asintió con la cabeza. Tom sabía aquello, por supuesto, pero seguía resultándole casi increíble.

—¿Dorian llegó a enterarse de la nueva identidad de su hermano?

—Seguramente. Pero para entonces él también tenía la suya. El niño delgado, desfigurado y cojo se había convertido en un plantador de cacao de Perú, don Gervase Askary. Con una hija, y mi elixir, que supongo que tuvo el efecto deseado, ¿no es así?

Lotus asintió.

—Regresamos a Scarazand para la gran reunión, el Contagio, y don Gervase presentó lo que habíamos encontrado. Una sola botella azul de su taller, vacía, pero con el tapón aún en su sitio, atrapando en el interior aquel precioso gas. —Sonrió un instante al recordarlo—. Y sí, la Cámara se quedó completamente atónita. Eran el consejo de ancianos que había controlado los asuntos humanos en Scarazand durante siglos. Nunca esperaron que hallásemos aquello. Calificaron toda la búsqueda de broma. Pero esa fue su perdición. Al cabo de unos días estalló una sangrienta revolución y Scarazand fue nuestro.

—¿Vio alguna vez a Nicholas Zumsteen?

Lotus negó con la cabeza.

—Al parecer, estuvo presente en el Contagio. Y oí que se reunió con don Gervase esa misma noche en secreto. Quién sabe lo que se dijeron, pero al final de la entrevista Zumsteen se escapó por el conducto de ventilación. Lo cual no era muy inteligente, puesto que estaba absolutamente prohibido y se castigaba con la pena capital. El lo sabía. Así que, en cierto modo, firmó su propia sentencia de muerte.

—Tal vez, querida, no tuvo elección —murmuró sir Henry, acariciándose el bigote—. Quizá fuese la única salida que le quedaba. Nicholas tuvo que olerse lo que se avecinaba. En un trono siempre cabe uno solo, ¿no es así?

—¿Y por qué no ha destruido Scarazand? —preguntó Lotus—. No lo entiendo. Si sabe donde está el punto más débil, ¿por qué no ha hecho nada al respecto?

Se hizo un silencio. Una campana sonó por encima de sus cabezas. August se volvió hacia Lotus. Los primeros rayos de sol se colaban en la habitación, iluminando la mata de pelo blanco del hombre como si fuese una aureola.

—Es una excelente pregunta. Hasta esta noche yo habría sido incapaz de contestarla. Tal como he dicho, Nicholas siempre me pareció un tipo despreocupado que hacía cuanto se le antojaba. Desde luego, sin esa locura obsesiva de su hermano. Pero ahora parece que las apariencias engañan.

Esperaron en silencio a que August continuase.

—¿Y bien?

Lotus lo estaba mirando con expectación.

—Nick Zumsteen no quiere destruir Scarazand, porque pretende apoderarse de él —dijo sir Henry—. Está planeando una pequeña revolución propia.

—¡¿Qué?! —farfulló Lotus—. Quiero decir, ¿cómo lo sabe?

—Me lo dijo. Almorzamos en mi club de Londres. El Club de los Viajeros. Le interesaba mucho que August y yo nos involucrásemos en su proyecto.

—Pero ¿cómo va a hacerlo?

August se volvió hacia Tom.

—¿Recuerdas la última vez que lo viste?

Tom recordó aquella plataforma iluminada por la luna, encima del cráter de Tithona. Aquel hombre alto, moreno y nervioso, allí sentado, entre las ramas, observándolo con curiosidad.

—Sí.

—Entonces recordarás aquellas dos bolsas largas que escondió cuidadosamente en su mochila, ¿no?

—¿De qué está hablando? —quiso saber Lotus.

—¿Aquellas cosas blancas y perladas?

—Exacto. Durante todo el tiempo que Nicholas Zumsteen fue mi ayudante en Tithona las estuvo coleccionando en secreto. Debió de tardar casi dos años. Después de las tormentas tropicales bajaba a la playa y las encontraba en la orilla, en medio de los desechos arrojados por el mar hasta la costa. Seguramente habían salido a flote desde las profundidades. De haberlo sabido, le habría quitado la idea de la cabeza. El debía de imaginárselo, y por eso andaba con tanto tiento. Creo que las escondía en un agujero de un árbol.

—Pero ¿qué eran? ¿Una especie de huevos? —preguntó Tom.

—En efecto. Los huevos de una criatura particular. Una gorogoná.

—¿Gorogona? —repitió Lotus, que nunca había oído aquella palabra.

—Gorogoná —corrigió uno de los polvorientos picozapatos, adelantándose en su estante—. La palabra es aguda.

—De acuerdo —dijo ella, un tanto sorprendida por el graznido del pájaro—. Supongo que sabes qué son, ¿no?

—Por supuesto. Gorogoná. —Se aclaró la garganta—. Gorogoná es el nombre que reciben los últimos insectos en forma de serpiente que vagaron por la Tierra hace varios millones de años. Se les da por extinguidos y ahora son adorados como dioses en ciertas islas del Pacífico, donde se les atribuyen ciertos poderes mágicos, como el de tragar montañas, exhalar fuego, crear remolinos…

—¡Ja! —Lotus bufó desdeñosamente—. Bueno, eso parece muy probable. Está claro que eres un experto.

El picozapato no pareció muy complacido.

—En realidad, las gorogonás son únicas —dijo August—. No solo pueden escupir un veneno que se enciende. Además, si cortas una por la mitad, aparecen en su lugar dos, que enseguida alcanzan el tamaño de la original. Imaginad un gusano gigantesco capaz de echar fuego por la boca y multiplicarse hasta el infinito y os haréis una idea.

Tom recordó aquellas bolsas de perlas, y luego le vino a la memoria que don Gervase lo había interrogado justo acerca de eso antes de dejarlo por muerto en el museo. Quizá él también supiese exactamente lo que eran esas gorogonás… Sin embargo, era evidente que nunca se lo había mencionado a Lotus. La chica estaba sentada en el rincón con gesto enfurruñado, incapaz de disimular su irritación.

—Y supongo que Nicholas Zumsteen está incubando esos huevos en alguna parte, ¿no es así?

Sir Henry asintió.

—Desde luego. Lo cierto es que August y yo llevamos ya algún tiempo tratando de alcanzar a Nicholas, y lo mismo hace su hermano. El año pasado, Askary estuvo a punto de conseguirlo al atraparlo en un barco en Siberia. La nave había sido atacada por una especie de ciempiés gigante y no quedó nadie vivo a bordo. Por extraño que parezca, Nicholas escapó, y seguimos su rastro por el bosque. Al cabo de varios días llegamos a una cabaña situada al borde de un amplio valle. No había nadie, pero de todos modos la inspeccionamos. Fue entonces cuando me di cuenta de que criaba algo… Había unas extrañas bolas de hielo por todas partes. Pero no supimos exactamente lo que había dentro hasta que nos lo dijo el propio Nicholas.

—Y supongo que también les diría cuándo iban a salir del cascarón, ¿no?

Sir Henry sonrió.

—Su padre es un tipo muy raro. Nunca muestra sus cartas. Pero me parece que será pronto. Muy pronto. Está planeando lo que llamó «la derrota de los insectos». «Una batalla para decidir el futuro de todas las cosas.»

—¿En ese valle?

—Quizá. August recordaba haber visto un viejo volcán al otro lado. Tal vez vaya a utilizarlo para forjar una entrada a Scarazand.

Tom recordó el cuadro de Betilda Marchmont. ¿Era eso lo que ella había visto? Al chico cada vez le resultaba más difícil mantener la calma.

—No sé si Nicholas Zumsteen quiere que Scarazand vuelva a ser ese lugar pacífico e inofensivo que fue antaño o utilizarlo para sus propios fines. Pero tenía muchas ganas de decirme lo odios que era su hermano y que todos deberíamos prestarle nuestra ayuda para derrocarlo. Está convencido de que sus gorogonás van a ganar, y, francamente, me inclino a creerlo. Si todas y cada una de las serpientes pueden dividirse hasta el infinito… bueno, no quiero ni pensarlo. El único inconveniente es que, una vez que las gorogonás salgan del cascarón, Nicholas no tendrá la menor posibilidad de controlarlas. Pero eso no parecía inquietarle demasiado. De hecho soltó una carcajada. La idea le resultó graciosísima.

Se produjo un breve silencio. Tom empezó a preguntarse si Nicholas Zumsteen no estaría tan loco como su hermano gemelo, a pesar de las apariencias en contra. Sir Henry bostezó ruidosamente y miró su reloj. Ya eran casi las seis de la mañana. Se arrellanó en la silla y se puso los brazos detrás de la cabeza.

—Así que, como podéis ver, todo esto está progresando para convertirse en una bronca familiar de proporciones colosales y, ¿sabéis qué os digo?, dejémoslos. Tarde o temprano las gorogonás saldrán del cascarón, y entonces cabe suponer que Nicholas intentará invadir Scarazand. Seguramente don Gervase reunirá a sus ejércitos para enfrentarse a él, y se pelearán a brazo partido. A destruirá a B, o viceversa. Sea como fuere, alguien acabará controlando a la reina, y eso será todo. ¿Importa mucho quién gane?

—Me importa a mí —murmuró Lotus—. No crean que voy a permanecer al margen y dejar que don Gervase triunfe. Ya no.

—Y a mí también me importa —añadió Tom en voz baja—. Mucho.

Sir Henry miró al chico, que parecía un poco avergonzado.

—Ah. Sí, claro, se me había olvidado por completo. —Sir Henry miró de soslayo a August—. Eso es un problema, ¿no?

Lotus atisbo entre los rayos de luz, tratando de interpretar la expresión de Tom, medio oculto entre las sombras.

—Tal vez sea un motivo más para no involucrarse en el asunto. ¿Y si lo dejamos hasta mañana por la mañana?

—Mañana por la mañana es ahora —respondió August.

—Ya sabes a qué me refiero. Ha sido un día muy, muy largo.