Pasaron el resto del día bajo una lluvia de experimentos. August Catcher había decidido que lo que Tom necesitaba era entretenimiento y formación, y emprendió ambas cosas con entusiasmo, enseñándole primero a comunicarse con las polillas rhodi, y asignándole luego una serie de tareas cada vez más complicadas, que culminaron en formar la cara de don Gervase Askary partiendo solo del recuerdo de Tom.
—Como puedes ver, no se diferencia mucho de la taxidermia —dijo sonriendo mientras la gran cabeza amarilla se disolvía en las manos de Tom y bajaba revoloteando hasta la mesa—. Crear algo vivo a partir de la nada. ¿Suficiente?
Tom asintió: le daba vueltas la cabeza.
—Es extraordinario lo que puede conseguirse con la práctica. Si hay un recuerdo flotando por alguna parte, estas amiguitas lo encontrarán. Realmente, es muy sorprendente lo que revelan.
Tom no lo dudaba. Miró el montón de polillas grises que estaba sobre la mesa y se sintió totalmente exhausto.
—Veo que me he pasado un poco —dijo August sonriente cuando Tom bostezó ruidosamente—, pero no quiero que pienses que soy un viejo extravagante que se pasa el día sentado sin hacer nada.
—No lo pienso —dijo Tom, observando cómo devolvía todas sus polillas a un frasco. En todo caso, August Catcher parecía más dinámico que nunca.
—Excelente —contestó con una sonrisa, observando aparecer las primeras estrellas en el cielo—. Ahora déjame ver si puedo convencer a los hermanos de que te dejen pasar la noche en la celda de sir Henry. Porque te quedas, ¿no?
August cerró la puerta y se marchó. Era evidente que hacía lo posible para que Tom se sintiese en casa, y Tom apreciaba sus esfuerzos. No obstante… ¿podía pasarse realmente el resto de su vida en ese monasterio? Otros lo habían hecho. Era seguro. Se estaba caliente. Se quedó mirando las hileras de pájaros que acechaban entre las sombras. Y había tanto por aprender… Quizá esa vez pudiese convertirse de verdad en ayudante de August Catcher… El problema era que…
—¡Todo solucionado! —dijo August en tono alegre mientras reaparecía en la puerta sosteniendo un farol. Junto a él se hallaba el monje bizco al que Tom había conocido en la plataforma—. Las normas de visita son sumamente estrictas, pero en tu caso harán una excepción.
El monje sonrió e hizo una ligera reverencia.
—Me da la impresión de que te has convertido en una especie de mascota —añadió August en voz baja—. Eres el chico que ha escapado de Scarazand. Todos hablan de eso. Bueno, nos vemos por la mañana, amiguito. Y cuando regrese sir Henry estoy seguro de que te sacaremos de este lío.
—Eso espero.
—¿Dices que eso esperas? ¡No seas ridículo! ¡Por supuesto que lo haremos! —exclamó August riéndose. Con su alborotado pelo blanco y su larga túnica gris, parecía más que nunca un profeta de tiempos antiguos—. Buenas noches.
—Por aquí —dijo el monje, guiando a Tom escaleras arriba.
Caminaron por el borde de un estrecho claustro, en cuyo centro había una fuente pequeña que lanzaba destellos en el crepúsculo.
—Sir Henry tiene la habitación justo encima. No está lejos.
Subieron por una escalera de piedra que había en un rincón del patio y pasaron junto a un balcón hasta llegar a la última puerta de madera. Tras dejar su farol en el suelo, el monje insertó una llave en la cerradura y luego entró en la pequeña y oscura celda. Cuando los ojos de Tom se adaptaron a las tinieblas, pudo distinguir una chaise longue, un antiguo rifle colgado en la pared, un estante ordenado y lleno de libros y un pequeño escritorio negro. A diferencia del tremendo desorden que imperaba en la celda de August, aquella era la habitación de un hombre pulcro que nunca estaba allí, y por algún motivo eso hizo que Tom se sintiese incómodo, como si fuese un intruso. Cosa que, por supuesto, era.
—La cama está allí dentro —dijo el monje, señalando un pequeño cuarto adyacente en el que se veía una sábana almidonada—. Puedes utilizarla si quieres.
—Pero no… no esperan que vuelva esta noche, ¿verdad?
El monje sonrió como un gato.
—No lo esperamos. Eso no significa que no vaya a venir.
—Oh.
—Pero tú eres pariente suyo. Se alegrará de verte, ¿no?
—Hum…, eso espero —dijo Tom, hablando con mucha más seguridad de la que sentía.
El monje ladeó la cabeza.
—Me llamo Gregor —dijo, tendiéndole la mano—. Bienvenido.
—Gracias.
Gregor hizo una reverencia y se marchó, cerrando la puerta sin hacer ruido. Por un momento, Tom se quedó inmóvil en la penumbra. No tenía la menor idea de qué debía hacer. Se acercó al escritorio y cogió una fotografía enmarcada de sir Henry vestido con un traje de lino y sentado sobre una columna griega. Parecía simpático y relajado; sus ojos vivos y penetrantes casi quedaban tapados por las inmensas patillas blancas. Ese era su tataratío abuelo. Esa era su habitación. Tom no podía dormir en su cama. Era imposible. Se sentía como Ricitos de Oro.
Tras apartar las contraventanas, Tom Scatterhorn salió al estrecho balcón y se apoyó en la barandilla de piedra. Aún estaba caliente al tacto. El olor de romero y jara ascendía desde las ventanas de August, directamente debajo, y luego la pared del acantilado caía vertical hasta la oscura alfombra de pinos. Cien metros, doscientos tal vez, mucha, mucha altura… Tom miró la luna y comprendió que acababa de cambiar una clase de prisión por otra. Supuso que tendría que acostumbrarse. Con el tiempo dejaría de encontrarse tan mal. Si pudiese olvidar a don Gervase Askary y aquel suave latido dentro de su cabeza… Ese era el problema.
Cuando entró de nuevo, Tom encontró una oscura manta de lana echada sobre la silla y se acurrucó en la chaise longue. Al cabo de un minuto estaba dormido.
Era difícil saber cuánto llevaba allí tumbado, pero lo despertó el suave roce de unos zapatos contra la piedra. Tom abrió los ojos y echó un vistazo a la fotografía que colgaba de la pared y que reflejaba la habitación oscura que estaba más allá. Se quedó mirando la luz que entraba por la ventana. Al poco, una de las contraventanas se abrió un poco y una figura apareció desde el balcón. Tenía la cara tapada por una capucha de monje. ¿Era sir Henry? Tom recordó las palabras del monje; seguramente lo era, tal vez iba y venía sin parar, de forma subrepticia. Pero ¿cómo había llegado allí? No escalando el acantilado…
Tom observó la sombra que permanecía en el borde de la habitación. Parecía muy cauta. Tal vez percibiese que había alguien más allí, tal vez Tom debiese revelar su presencia… pero entonces… Entonces Tom vio otra cosa que le encogió el corazón. Aquella blanca sábana almidonada que se distinguía a los pies de la cama de la habitación contigua… ya no estaba lisa. Había algo en ella… No cabía duda de que había alguien durmiendo en la cama de sir Henry. El corazón se le desbocó, martilleándole en las sienes. ¿Quién era?
—¿Hola?
La figura se volvió hacia Tom a una velocidad tremenda. En su mano había una larga y estrecha daga. La luz de la luna arrancaba destellos de su superficie bruñida. El intruso se quedó estupefacto al ver aparecer de repente a un chico rubio desde detrás de la silla.
—¿Quién eres?
Tom vio que aquellos dedos blancos apretaban el arma, cuya punta era tan aguda que se perdía en la oscuridad. Aquello podía ser un error muy grave… Volvió a intentarlo, esta vez más alto.
—Soy yo, Tom Scatterhorn.
—Eso ya lo veo. Quédate donde estás.
La voz del hombre era sorda, peligrosa. Miró despacio a su alrededor. A Tom el corazón le latía tan aprisa que apenas podía respirar. Creyó que iba a vomitar.
—¡Sir Henry!
—Sir Henry no está aquí —siseó la figura, echando un vistazo a la cama deshecha.
Tom no lo entendía.
—Creo… creo que debería decirme lo que está pasando —balbució Tom—. ¿Hay…? ¿Por qué…?
—Suelte el cuchillo ahora mismo.
Otra voz acababa de surgir de la nada. Era aguda y autoritaria. Tom se quedó atónito. Miró por encima del hombro del monje y vio una sombra en el umbral, junto a la cama. ¿Otro monje?
—Eso es. Suéltelo. Con suavidad… antes de que lo obligue a hacerlo.
El monje se enfureció; en la oscuridad, a Tom le pareció ver la sombra de una sonrisa dentro de la capucha.
—De acuerdo —murmuró, dejando despacio el arma a sus pies.
—Bien. Ahora dé un paso atrás. Despacio.
El monje inclinó la cabeza. No se movió. Tom percibió que se estremecía de pies a cabeza, tembloroso, que levantaba los hombros…
—¡ATRÁS!
Al instante el monje retrocedió y se abalanzó sobre la figura del umbral. Pero esta, fuera quien fuese, estaba preparada para recibirlo. Se produjo una confusión de patadas y puñetazos, y antes de que Tom tuviese tiempo de parpadear, el monje se había estrellado contra el escritorio y se había deslizado hasta el suelo, inconsciente. La capucha se le había caído hacia atrás, revelando su rostro: era uno de los monjes de cabeza afeitada que lo había izado en la cesta esa mañana. Un oscuro reguero de sangre le salía de la nariz.
—Sobrevivirá —susurró el otro monje, palpándole el cuello—. Dale otra media hora y seguramente tratará de atacarme de nuevo. Debe de haberme visto venir.
Tras regresar junto a la cama, el monje sacó una mochila de debajo de la sábana y luego, con un gesto teatral, se quitó la pesada túnica. Al principio, Tom se sorprendió tanto ante la transformación que no pudo decir nada en absoluto.
—¿Qué, Tom Scatterhorn? ¿Te acuerdas de mí?
Tom se quedó mirando a la chica, con su rostro felino, sus ojos lechosos, aquella sonrisa arrogante…
—¿Lotus?
Hubo una pausa mientras Lotus Askary cogía la mesa y luego colocaba junto a ella la silla volcada. Se sentó con un gesto informal y empezó a apretarse los cordones.
—Probablemente me ha tomado por un asesino. Te estaba protegiendo, Tom. Deberías sentirte halagado.
Tom permaneció junto a la pared. Trataba de recordarse a sí mismo que aquella era Lotus Askary, esa Lotus Askary: la hija de don Gervase, el azote de Scarazand, que ya había tratado de matarlo varias veces y había fracasado. Era como estar en la misma habitación con un leopardo.
—¿Qué estás haciendo aquí? —dijo, tan agresivamente como pudo.
—Te he seguido. Desde Dragonport.
—¿Dragonport?
—Así es. Tenía la sensación de que él te había metido en ese manicomio. Es tan predecible…
—Supongo que estabas con tu padre, ¿no es así?
Lotus bufó despectiva.
—No. Estaba sola. Pero seguramente él sabía que yo estaba allí. Por eso aquellos insectos me atacaron en los molinos de viento… y también te atacaron a ti.
Tom no se movió. Aquello no tenía ningún sentido. Sin duda era una artimaña…
—¿Por qué me buscabas?
—Porque quería encontrar este lugar. Este monasterio es un secreto muy bien guardado y yo necesitaba un guía. Me imaginaba que el águila te traería aquí, porque en realidad no podías ir a ningún otro sitio.
Tom se quedó mirando a la chica con profunda desconfianza.
—No me crees, ¿verdad?
—¿Por qué debería hacerlo? Sé lo que eres, Lotus.
—Oh, eso está bien, muy bien. —Lotus sonrió con sarcasmo—. No tienes la menor idea de quién soy, Tom Scatterhorn. Ni una sola pista.
—¿Por qué iban a querer matarte aquellos insectos, Lotus, siendo como eres hija de don Gervase?
Lotus se encogió de hombros con altanería.
—Yo… Era inevitable. Ahora mi situación ha cambiado.
—¿Ha cambiado? ¿Cómo?
Furiosa, dio una patada a la mano del monje. Estaba claro que habría preferido no tener que explicar nada de aquello.
—A mí… ya no se me considera lo bastante fiable, o lo bastante capaz, para ser la heredera de Scarazand. Así que no lo soy. Soy una fugitiva. Una enemiga de la colonia. Como tú, Tom.
—¿Qué has hecho?
—¡Nada! —siseó, echando fuego por los ojos—. ¡Nada en absoluto! Lo que hice fue seguir una pista, y al parecer… al parecer no debía haberlo hecho. Fue traición. Así que, con las pruebas más inconsistentes, me metieron en la cárcel. Todo fue una sarta de mentiras para quitarme de en medio. Una excusa patética.
O Lotus se había convertido en una actriz excelente o parecía estar diciendo la verdad.
—¿Cuál era esa pista?
—Resulta que estaba buscando a Nicholas Zumsteen, quien, como tal vez recuerdes, es hermano de don Gervase Askary. Tal vez recuerdes también que hace varios años decidió impulsivamente salir por el conducto de ventilación, descubriendo el mayor secreto de Scarazand y poniendo en peligro toda su existencia. Es un delito por el que están persiguiendo a Zumsteen sin descanso.
Tom asintió: lo sabía.
—¿Y he de suponer que lo encontraste?
Lotus negó con la cabeza.
—No. No lo encontré. Por eso te seguí hasta aquí. Necesitaba hablar con August Catcher y sir Henry Scatterhorn cara a cara. —Los verdes ojos lechosos de Lotus no revelaban nada—. Necesito averiguar la verdad que hay detrás de un rumor.
—¿Qué rumor?
—Saben algo de Nicholas Zumsteen. Eso es todo lo que estoy dispuesta a decir. Necesito hablar con ellos.
—¿Quieres decir que pretendes que te digan dónde está para que puedas matarlo?
Lotus sonrió y negó con la cabeza.
—¿O tal vez esperas que si lo capturas y lo llevas de regreso a Scarazand don Gervase te vuelva a nombrar su heredera?
—Por favor, Tom, no soy tan estúpida. Solo quiero hacerles unas cuantas preguntas, nada más. Esa es la verdad.
Tom apenas podía creer que estuviese manteniendo esa conversación. Aunque fuese cierto, y Lotus fuese realmente una fugitiva, ¿hasta qué punto podía confiar en ella? ¿Y si aquello era un farol?
—No están aquí —dijo con descaro.
Lotus sonrió como un gato.
—Venga ya, Tom, acabas de pasarte el día entero con August Catcher y, en cuanto a sir Henry, resulta que sé que acaba de llegar. Esta noche.
—No es verdad.
—Pues sí que lo es. Hemos compartido la misma cesta para subir al monasterio. No me ha reconocido. Y, por si te preguntas dónde está ahora, puedo decirte que está abajo, con August. Los he visto hablar a través de la ventana mientras subía.
Tom apenas podía disimular su irritación. ¿Cuántas respuestas más se reservaba Lotus? Miró su reloj. Eran las tres de la mañana.
—Bien, tal vez deberías ir a preguntarles lo que quieras ahora mismo. Seguro que estarán encantados de volver a verte —respondió Tom con sarcasmo.
—Por eso esperaba que vinieras conmigo —dijo Lotus, sonriendo.
Tom bufó.
—¿Para qué? ¿Para confirmar tu historia? Dame una razón por la que deba hacer eso.
—Porque es verdad.
—¿Lo es, Lotus?
A ella no le gustó la última observación, pero a Tom no le importó.
—Recuerda aquellos insectos de los molinos de viento, Tom. Tuve que librarme de ellos igual que tú. No fue fácil. Y, para decirlo sin rodeos, si hubiese querido matarte a ti, o a sir Henry, o incluso a August Catcher, ya lo habría hecho, ¿no?
Tom echó un vistazo al monje que yacía en el suelo y frunció el entrecejo. Por desgracia, Lotus no mentía. A pesar de todo, había un cambio en ella: de algún modo, parecía distinta. Aquella arrogancia suya empezaba a derrumbarse.
—Me harías un favor, Tom.
Tom sacudió la cabeza y miró el cielo negro al otro lado de la ventana. Nunca habría creído que haría algo así.
—Vale —dijo con los dientes apretados—. Pero me debes una.
Al cabo de un minuto se hallaban en el pasillo de piedra oscura, ante la puerta de la celda de August. Tom llamó con decisión cuatro veces y esperó. Al fondo, unas polillas danzaban en torno a un farol.
«Debo estar tan loco como ella. Se trata de Lotus Askary. ¿Cómo se me ocurre responder por ella?»
Lotus permanecía detrás, moviéndose inquieta entre las profundas sombras. Tom percibió que estaba casi tan intranquila como él. Se oyó un fuerte crujido y la puerta se abrió por fin, revelando una sombra alta vestida con una larga camisa blanca.
—¿Problemas para dormir?
La voz era la misma, y también la cara, esa frente alta, la nariz aguileña y los ojos penetrantes y sagaces.
—Me alegro de verte, viejo amigo.
Tom sonrió y estrechó la mano de sir Henry, grande y nervuda, notando su fuerza familiar, pero aun así permaneció inmóvil en el umbral.
—¿Ocurre algo?
Tom se removió incómodo, tratando de separarse de la chica que tenía detrás.
Es que… aquí hay alguien que quiere verles.
Sir Henry Scatterhorn abrió más la puerta, arrojando un rayo de luz al oscuro pasillo. Allí, inmóvil junto a un pilar, se hallaba la esbelta silueta de una chica a la que casi reconocía...— En un abrir y cerrar de ojos sir Henry agarró a Tom, lo metió de golpe en la habitación, cerró la puerta de un portazo y corrió el pestillo.
—¿Qué diantres ocurre? —preguntó August desconcertado, de pie junto a su mesa.
Sir Henry fulminó a Tom con la mirada.
—Yo podría preguntar lo mismo —masculló"—- ¿Es quien yo creo?
Tom asintió con la cabeza.
—No sé cómo ha llegado hasta aquí, la verdad, P^o me ha seguido desde Dragonport. No tenía ni idea…
—¿No tenías ni idea? —interrumpió sir Henry— ¿Sabes qué significa esto?
¿Quién es? —preguntó August.
—Es Lotus Askary.
—¿Qué?
Incrédulo, August se volvió hacia Tom.
—Dice que ha cambiado.
Con torpeza, Tom relató los hechos que habían sucedido en el piso de arriba, dejando muy claro que estaba en contra de ella. Sir Henry y August lo escucharon, sumidos en un hosco silencio. Lotus también estaba escuchando, pues cuando acabó su débil defensa se oyó un golpe inseguro en la puerta.
—¿Y no crees que se trata de una artimaña muy elaborada para matar a August?
Fue sir Henry quien formuló la pregunta, y Tom sintió que le quemaba la luz de su ira.
—Llevan años tratando de encontrarlo, ¿sabes? Peinando como locos los rincones más remotos de la Tierra. Están por todas partes. Solo una precaución extrema nos ha mantenido tanto tiempo con vida. Y no olvides que fue ella en persona quien prendió fuego a nuestro último refugio, que quedó reducido a cenizas.
Tom se removió incómodo. De algún modo, sentía que todo aquello era culpa suya.
—Pero ha venido sola. Júzguelo usted mismo.
Sir Henry echó un vistazo a August. Parecía profundamente escéptico.
—Es un riesgo, amiguete. Un grave riesgo.
August se encogió de hombros.
—La gente cambia. Puede que ella lo haya hecho.
Sir Henry negó con la cabeza, dejando claro que no estaba de acuerdo.
—Muy bien. —Con mucha calma, fue hasta un cajón y sacó un revólver. Hizo girar la recámara para comprobar que estaba cargado y luego se lo ciñó a la cintura, a la espalda—. Abre la puerta, Tom.
Tom obedeció. Lotus se hallaba en el umbral. No parecía una asesina. Parecía lo que era: una esbelta chica de quince años, vestida con ropas oscuras y pasadas de moda. Su pálida cara de porcelana tenía una expresión arrepentida.
—Debo advertirle que voy armado —masculló sir Henry, situándose frente a ella—. No vacilaré, señorita.
—Lo entiendo, pero no habrá necesidad.
—Yo juzgaré eso.
Le indicó con un gesto que se adelantase. Sin hacer ruido, Lotus cerró la puerta a sus espaldas y bajó los peldaños de piedra hasta entrar en la habitación. Sir Henry se hallaba ante la mesa, con los brazos cruzados, y August se situaba a un lado, detrás de él. Estaba claro a quién protegía. Lotus se aventuró hasta la esquina de la alfombra y luego se detuvo, antes de que sir Henry se lo dijese. Tom nunca la había visto tan nerviosa. Un silencio incómodo y hostil invadió la habitación. Si cualquier otra persona hubiese estado allí, sir Henry y August habrían sido modelos de cortesía y decoro, pero en ese momento se comportaban como si se encontrasen en presencia de una serpiente impredecible y muy venenosa… Lotus se hallaba sola, rechazada, aborrecida…
—Gracias por acceder a verme —comenzó, con una sonrisa incómoda—. Les estoy muy agradecida.
Las palabras flotaron en el aire vacío. No hubo ni un solo gesto de aliento.
—Resulta evidente que esto es una sorpresa. También para mí. Créanme, nunca imaginé que haría esto, dado… lo que ha ocurrido entre nosotros en el pasado.
Silencio. Esperaron a que siguiese.
—Yo… tal como Tom les ha explicado, he venido porque tengo una pregunta que hacerles. Bueno, más de una. Se refiere a Nicho-las Zumsteen.
—A quien usted pretende capturar y entregar a don Gervase Askary para tratar de recuperar su favor, ¿no es así? —saltó sir Henry.
—No, en absoluto…
—Entonces, ¿nos persigue a nosotros?
Lotus buscó en sus caras algún rastro de compasión. Le asombró no encontrar ninguno.
—Conocían a Nicholas Zumsteen, ¿verdad?
—Ya sabe que sí —masculló sir Henry—. ¿Qué clase de pregunta es esa?
—Pero antes. Me refiero a antes de que se reuniese con ustedes en la isla de Tithona, cuando era más joven.
—Por supuesto —dijo August, observándola con atención—. Nicholas creció en Hellkiss Hall, en Dragonport.
—¿Cómo era?
—¿Nicholas? Era un tipo un poco chiflado, como tal vez tienen derecho a ser los hijos menores de todas las grandes familias. Los Zumsteen eran comerciantes de diamantes, ricos como Creso y muy serios, pero Nicholas no habría podido ser más distinto. Era como una mariposa; encantador, loco por los aviones, los animales y cualquier cosa que lo atrajese. Y su familia lo mimaba demasiado. O sea, piense en todos aquellos cuadros extraordinarios…
—¿Por qué quiere saber eso? —exigió sir Henry; estaba claro que no aprobaba la inconexa lección de historia de August.
—Es importante —respondió ella, en tono cortés pero firme—$ Por supuesto, tienen razones de sobra para estar enfadados, y lamento lo que ha sucedido… pero solo quiero averiguar la verdad.
—¿Y cuál sería esa verdad, señorita?
—¡La verdad sobre mí!
Las palabras resonaron en la habitación. Lotus parecía fuera de sí. August la observó con curiosidad.
—Como intentaba decir, al buscar a Nicholas Zumsteen oí un rumor.
—¿Un rumor? ¿A quién?
Sir Henry la fulminó con la mirada. ¿Qué sentido tenía ocultar algo de aquello?
—Resulta que ajos Scatterhorn…
—¡Tío Jos! —Tom se lanzó hacia delante, cerrando los puños—. ¿Qué le hiciste?
—¡Nada! Solo le hice unas preguntas. Y, por si te interesa, fue así como descubrí que te buscaba la policía, Tom. Entonces me enteré de que te habían visto por última vez cerca de aquellos garajes. Así que fui hasta allí y comprendí lo que había hecho Ern Rainbird: raptarte y llevarte al futuro a través de un agujero en el bosque.
Y decidí seguirte, porque quería averiguar qué te había pasado. Eso es todo.
Tom le lanzó una mirada asesina. Si había matado ajos, o le había hecho algo a Melba… Si…
—¿Y qué más le contó Jos Scatterhorn, señorita?
Lotus sacudió la cabeza con gesto desafiante al percibir que la atmósfera se volvía aún más hostil.
—Solo le pregunté por qué Nicholas Zumsteen no vivía en Hellkiss Hall. Me dijo que allí había pasado algo mucho tiempo atrás. Algo terrible. Un secreto.
—¿Qué clase de secreto? —preguntó August.
—Que mucho antes de casarse, Nicholas tuvo una novia llamada Amy Dix.
Hubo un silencio.
—Cuando Amy tenía dieciséis años, tuvo un hijo del que nadie supo.
—Siga.
—Y… —Lotus se volvió irritada hacia August—. ¿Por qué me obliga a decirle algo que ya sabe? Usted estaba allí, ¿no?
De pie detrás de la mesa, August le sostuvo la mirada sin inmutarse.
—Francamente, esto no tiene nada que ver… —dijo sir Henry con firmeza.
—Puedo tomar mis propias decisiones, viejo amigo —dijo August, levantando la mano—. Por supuesto, esa es la razón de que haya venido. Y aunque no merece que le digan la verdad, la tendrá.
—Gracias —dijo Lotus mirando al suelo, humilde.
—Sí, yo estaba allí, en Hellkiss Hall, aquella noche de septiembre. Resulta que había ido a visitar al padre de Nicholas. Teníamos un negocio juntos y yo le estaba diseñando un escudo de armas. Justo antes de la puesta de sol miré por la ventana de la biblioteca y vi a Amy empujando por el césped un cochecito grande y blanco; lo recuerdo bien. Era una escena encantadora: el cielo del atardecer era claro y el bosque era una explosión de oro. Amy Dix tenía un aspecto muy pintoresco con su vestido violáceo y un sombrero de paja de ala ancha. Era bonita, pelo oscuro, piel clara, pero tan joven… Bueno, Amy sacó un periódico del cochecito y se palpó el bolsillo en busca de sus gafas de sol. No las llevaba. Supe lo que estaba pensando. Miró al bebé dormido y, al ver que todo iba bien, cruzó rápidamente el jardín y entró en la casa. Desapareció durante un par de minutos como máximo.
—¿Y luego?
—El viejo Zumsteen me llamó al vestíbulo para hablar de su escudo.
Lotus estaba mirando a August sin verlo. El silencio era tan intenso que hasta el aire parecía zumbar.
—Pero… pero usted sabe lo que pasó a continuación, ¿verdad?
—Sí, resulta que lo sé. Durante aquellos pocos minutos en que desapareció Amy Dix, el bebé murió. La familia lo mantuvo todo en secreto. Fue una terrible desgracia, pero seguramente fue para bien. A los Zumsteen nunca les gustó Amy. La familia de ella no era rica ni estaba bien relacionada, y a los Zumsteen esas cosas les importaban mucho. Ambicionaban cosas mucho más grandes para el joven Nicholas. —August observó a una pequeña polilla que trepaba por su dedo—. ¿Fue ese el rumor que llegó a sus oídos?
Lotus asintió con la cabeza.
—Pero no lo creyó.
—No.
August la miró fijamente con sus vivos ojos grises.
—Pues hizo bien.
Sir Henry se volvió, sorprendido, hacia su viejo amigo.
—La criatura no murió. La raptaron.
Tom se quedó boquiabierto.
—¿La raptaron? ¿Quién la raptó?
—Un hombre alto, muy alto, de hombros estrechos. Parece ser que surgió de entre los árboles vestido con una prenda de abrigo larga y un gorro de color caqui. Tenía todo el aspecto de un jardinero. Llevaba un cubo en la mano. Sacó del cochecito el precioso bulto, lo colocó en el cubo y desapareció en el bosque. Nunca lo volvieron a ver.
Aquello fue suficiente para Lotus. La chica tenía la mirada cargada de ira.
—¿Estás diciendo… estás diciendo que don Gervase Askary raptó al hijo de su propio hermano? —dijo sir Henry para asegurarse de haberlo entendido bien.
—Sí, pero eso no es todo —contestó August, mirando fijamente a Lotus—. ¿Responde eso a su pregunta?
Tom miraba alternativamente a August y a Lotus.
—Así es. Gracias. —Ella hizo una pausa—. Aquella criatura soy yo. Soy la hija de Nicholas Zumsteen. Don Gervase Askary es…
No llegó a terminar la frase.
—Un individuo profundamente desagradable —dijo sir Henry, pasándose una mano por la frente.
—Pero, si ha dicho que no lo vio —empezó Tom—, ¿cómo…?
—Todo ha sido revelado gracias a estos pequeños camaradas —dijo August, dejando el frasco de polillas rhodi encima de la mesa—. Con un retraso de un siglo, pero ahí tienes. Algunos actos persisten en el aire durante mucho tiempo.
Un silencio extraño y tenso invadió la habitación.
—Pero no entiendo por qué iba a hacer eso don Gervase —dijo Tom al final.
—Tengo una idea de los motivos —respondió August, mirando fijamente a Lotus—. La rivalidad entre esos dos hermanos es realmente profunda. ¿Me permite?