9
Una salida extraña

Era difícil saber quién estaba más aterrado, si Slim o Tom. Inclinado sobre el volante, Slim lanzaba la minúscula furgoneta de tres ruedas por un callejón tras otro, ignorando los borrosos edificios negros que emergían como acantilados a cada lado.

—Si quieres, puedes reducir la velocidad —dijo Tom jadeante, afianzándose contra el techo.

—¡No puedo! —gritó Slim por encima del traqueteo del motor—. Nos han visto escapar, y cuando pasa eso cierran este sitio como si fuese una cárcel.

Algo grande y negro cruzó unas calles más allá como un rayo.

—¿Hay algún problema?

Slim decidió utilizar por fin los frenos. Derrapó violentamente y la furgoneta se detuvo entre dos edificios.

—No si sabes nadar, Tomsk. El despacho de Ebenezer Spong está junto a su embarcadero. Por ahí.

Ante ellos había una extensión de agua oscura y arremolinada que separaba el viejo Dragonport de tierra firme. A la izquierda estaba el estrecho paso elevado, pero un par de camiones grandes lo cruzaban ya para bloquearlo.

—Se nos han adelantado. Ya te he dicho que estábamos encerrados.

Slim tenía razón, por desgracia. Sacudiendo frustrado la cabeza, Tom miró en dirección contraria hacia una sombra gris que emergía más allá de una hilera de casas abandonadas. Entre la niebla pajada el largo esqueleto desvencijado de un dinosaurio, formando un pronunciado arco a través del agua.

——¿Y aquello?

—Aquello es el viejo puente peatonal, construido cuando subieron las aguas. Pero ahora está completamente podrido. Yo ni siquiera lo cruzaría a pie.

—¿Lo has hecho?

Slim escupió nervioso, sin responder a la pregunta.

—Escucha, Tomsk, no conviene ir vagando por los embarcaderos. Si hubieras visto las cosas que he visto yo, lo entenderías —insinuó en tono siniestro.

—Entonces, ¿cómo vamos a llegar hasta allí?

Slim se encogió de hombros.

—¿Podemos robar algún barco?

El chico se rió con dureza.

—Esto es el viejo Dragonport. Aquí no hay nada de eso.

Tom se quedó mirando la maraña de tejados que se arremolinaba entre la niebla, más allá del desvencijado puente. Tenía la intensa sensación de que Slim parecía rendirse con demasiada facilidad.

—Entonces parece que tendremos que atravesar el puente con la furgoneta.

—¿Con la furgoneta? —preguntó Slim con los ojos como platos—. Tú no estás bien de la cabeza; este cacharro pesa demasiado.

—Puede que sí, pero no pienso volver, Slim. Lo digo en serio. Así que, o lo haces tú, o lo haré yo.

Slim apretó el volante con fuerza al darse cuenta de que Tom estaba decidido.

—Salvo que estés asustado.

—¡Ja! —se enfureció Slim—. No estoy asustado, Tomsk. A mí no me asusta nada.

Tom se lo quedó mirando.

—¿Y bien?

Slim miró con furia el puente.

—¿Sabes conducir?

—Sí —mintió Tom. Una vez había conducido un auto de cho que, lo cual, evidentemente, ya era más de lo que había hecho Slim.

—Vale. —Slim se encogió de hombros con indiferencia—. puedes hacerlo. De todos modos, ya me estaba aburriendo.

—Estupendo.

Se cambiaron de sitio con rapidez, y Tom sintió una serena satisfacción al arrancar el motor. Ahora al menos su destino estaba en sus propias manos.

—El acelerador está…

—Ya lo sé. Gracias.

Con cuidado, Tom sacó la pequeña furgoneta de la calle oscura y, al abrigo de las sombras, la condujo hasta la altura del viejo puente de madera. Slim estaba en lo cierto: estaba muy torcido y parecía haber sido sujetado de cualquier manera con cuerda. No había márgenes y al parecer faltaban varios tablones. Verdaderamente, resultaba muy precario.

—Como he dicho, tiene que tener unos cien años de antigüedad, así que lo más seguro es que se derrumbe, como todo lo demás. —Slim se encogió de hombros, fingiendo indiferencia.

Tom dio marcha atrás, se metió en un pequeño callejón y se detuvo en las sombras. Se quedó mirando la larga rampa torcida que se alzaba entre la niebla. Era una locura, pero debía hacerlo. Más allá de esa niebla se hallaba el resto del mundo. Aceleró con fuerza el pequeño motor.

—Esto…, ¿sabes, Tomsk?, tal vez deberíamos ir a pie. De hecho…

Slim no pudo seguir hablando. La diminuta furgoneta dio un salto hacia delante. Tom pisó con fuerza el acelerador y el pequeño motor zumbó irritado mientras pasaban como una exhalación junto a los edificios, daban botes por la calzada y alcanzaban el puente, que tembló y se tambaleó con violencia bajo las ruedas.

—¡Te lo he dicho! —gritó Slim, con los ojos desorbitados por el pánico—. ¡Y no sé nadar!

Tom obligó a la furgoneta a seguir y seguir. Las ruedas hacían sonar cada uno de los tablones como dedos sobre un piano… Fue vagamente consciente de que a sus espaldas salpicaba el agua mientras subían más y más, a toda velocidad. De pronto, la rueda delantera se separó del suelo y flotó por un instante. Bajo sus pies se hallaba el agua negra…

¡pum!

La furgoneta chocó con tanta fuerza de nuevo contra la superficie del puente que Tom y Slim dieron con la cabeza en el techo y volvieron a caer en el asiento. El vehículo bajó por el otro lado, alcanzó la orilla y se alejó rápidamente.

—¡Qué, qué…!

Slim, con los dedos aún apretados contra el salpicadero, apenas podía hablar.

—¡Qué suerte! —acabó Tom con un suspiro de alivio. Tenía la espalda empapada de sudor.

Habían tenido suerte, desde luego, pero no podrían haber llamado más la atención. Todos y cada uno de los soldados del paso elevado habían mirado asombrados la minúscula furgoneta que subía de repente al desvencijado puente y de algún modo se las arreglaba para cruzarlo mientras la estructura entera se derrumbaba detrás de ella. Con un grito, se subieron a los camiones de un salto y retrocedieron a toda prisa por el paso elevado en su persecución.

—¿Y ahora por dónde? —le preguntó Tom a Slim mientras se lanzaban al laberinto de almacenes.

El chico no dijo nada.

—¡Slim! ¿Por dónde se va al embarcadero de Spong?

—Gira a la izquierda —respondió, volviendo la cabeza para poder echarle un vistazo a un enorme faro que se metía en el callejón detrás de ellos.

Tom obedeció y enseguida se encontró con un cobertizo justo delante.

—¿Y ahora?

—A la derecha.

—¿A la derecha?

—Está más adelante. Sigue por ahí. No tiene pérdida.

Tom hizo lo que Slim le decía. Los pájaros le habían dicho que la cigüeña estaba en un despacho, en la orilla… Tenía sentido. Vio de reojo más destellos de luz a través de los huecos entre los edificios, tratando de atraparlos…

—Ahora a la izquierda.

Tom ladeó la furgoneta con fuerza. Todos los muelles parecían iguales.

—¿Estás seguro?

—Desde luego —dijo Slim—. Sigue en línea recta y cruza ese arco. Eso es.

Después de pasar como una exhalación por debajo del ancho puente de madera situado al final del callejón, se encontraron de pronto en un amplio patio circular, rodeado por todas partes de viejos cobertizos de madera. Varios caminos salían del patio como los radios de una rueda.

—¿Y ahora por dónde? —dijo Tom, deslizando la furgoneta alrededor de las fachadas a gran velocidad.

Slim se quedó mirando con gesto sombrío todos y cada uno de los oscuros agujeros, sin decir nada.

—¿Slim? —Tom le lanzó una mirada severa—. ¡Slim!

—Tranquilo, Tomsk. Estoy tratando de acordarme; dame una oportunidad.

Tom frenó en seco, y la furgoneta fue patinando hasta que se paró en la nieve. Se quedaron sentados en silencio y aguzaron el oído. Se oían los motores vibrantes que retumbaban a lo lejos.

—¿Y bien?

El chico miró por la ventana, rehuyendo la furiosa mirada de Tom.

—¿Nos hemos perdido?

Slim parecía casi paralizado de miedo.

—¡Slim!

—Ya vienen. Van a llegar.

—Ya lo sé. Y por eso…

—No hay salida.

—¿Qué?

Slim sacudió la cabeza.

—Eres un insensato, Tomsk.

—¿De qué estás hablando? —le preguntó Tom mientras Slim le seguía rehuyendo su mirada—. ¿Slim? ¿Qué está pasando aquí? Evie dijo…

—Olvida lo que dijo Evie —respondió, agresivo—. Evie no sabe nada. Nada de nada.

Tom se quedó mirando al chico de cabeza rapada. Y entonces, je pronto, lo comprendió.

—Nunca has estado aquí, ¿verdad? Le mentiste al decirle que habías venido a buscar a vuestros padres después de su desaparición. Xe lo inventaste.

Slim se encogió de hombros, mordiéndose las uñas. No lo negó.

—¿No es así?

—Más o menos.

—¡Más o menos! ¿Qué vamos a hacer ahora?

—Esperar.

—¿Y qué esperamos?

La sombra de una sonrisa cruzó los labios de Slim. Tom se quedó boquiabierto.

—No… tú… no lo has hecho, nunca lo harías…

—¿Qué esperabas, chalado?

Slim… había mentido, y además lo había delatado.

—¿Por qué?

—Necesitaba el dinero. El señor Grimal dice que el viejo Loagy pagará un dineral por recuperarte. Resulta que eres muy especial.

Tom saltó de la cabina. Luego, cerró de un portazo tan fuerte que la puerta estuvo a punto de caer al suelo. Bullía de rabia: era un estúpido, nunca debería haber confiado en Slim, ¿por qué creyó en sus palabras? ¡Qué insensato!… Pero nunca volvería a aquel manicomio, ya no… Prefería la muerte… Tom miró a su alrededor, echando fuego por los ojos. Empezaron a aparecer faros por las callejuelas, abalanzándose hacia ellos desde todas partes… Era una trampa. Echó un vistazo al banco de nubes blancas que cubría el cielo. Si esas nubes pudiesen bajar y aspirarlo… Si pudiesen…

Y entonces la vio. Como una cruz negra en las alturas, entrando Y saliendo con una gracia indolente de la blanca niebla…

—¡EH! —gritó—. ¡EH! —Tom se puso a saltar frenéticamente sobre la nieve, gritando hasta desgañitarse—. ¡EH! ¡AQUÍ ABAJO!

—¿Qué haces, Tomsk?

—¡EL ÁGUILA! ¡ESTÁ ALLÍ!

Slim levantó la vista y vio el enorme pájaro que volaba justo sobre sus cabezas.

—¿El águila?

Nunca había visto semejante cosa. Pero Tom estaba ya de vuelta en la furgoneta y retrocedía a toda velocidad.

—Ya no puedes escapar, chalado. No puedes.

Tom lo ignoró y cruzó el patio acelerando con fuerza. Patinó un par de veces y rectificó antes de trazar un círculo en el centro. La gran ave contempló la furgoneta, que se movía a toda velocidad dando bandazos sobre la nieve. Las ruedas formaban un dibujo: «S», «O»… y entonces, de repente, el ave lo entendió.

—¡Ahh!

Se oyó un golpe contra el techo y la cabeza de una enorme y peluda rapaz apareció de pronto del revés a través del parabrisas. Parpadeó. Slim volvió a gritar.

—¡No puedo creerlo! Tom Scatterhorn, ¿eres tú?

—¡Hola! —Tom derrapó peligrosamente para esquivar al primer camión que entró patinando a toda velocidad en el patio y empezó a perseguirlos.

—¿Qué estás haciendo aquí, chaval? ¿O es una pregunta tonta? ¡Buf!

La gran ave se agachó cuando otro camión giró delante de ellos y se unió a la persecución.

—Te he estado buscando.

—¿A mí? Pero…

—Don Gervase me metió en el manicomio y…

—¡Por todo el fuego del infierno! ¿En ese sitio?

Tom asintió a la vez que giraba el volante como un loco a medida que más y más hombres y vehículos empezaban a emerger de las callejuelas.

—Sabía que venías esta noche, así que me he escapado y…

—¡Te has escapado! ¿Con tu colega?

Tom le echó una ojeada a Slim, que había cambiado de expresión, poniendo cara de puro terror.

—] S[o es mi colega. No es nadie.

El ave fulminó con la mirada al chico encogido en su asiento.

—¿Puedes ayudarme?

El ave miró a su alrededor. Ahora todas las salidas estaban bloqueadas^ los soldados saltaban de los camiones…

—¡Maldita sea, Tom Scatterhorn! Aguanta tanto tiempo como puedas.

Se oyó un arañazo en el techo y el ave desapareció.

—No vas a salir de esta, chalado —siseó Slim, recuperándose rápidamente.

—¿No? —Tom aceleró con fuerza.

El señor Grimal se apeaba de uno de los camiones.

—Ni soñarlo. No es nada personal.

En ese mismo instante, Slim se estiró por encima del salpicadero, sacó la llave y la tiró por la ventanilla. Al instante se paró el motor y la furgoneta se detuvo en mitad del patio.

—Vas a volver justo ahora mismo al lugar en el que debes estar, Tomsk.

El primer instinto de Tom fue borrar de un puñetazo la sonrisa de la cara huesuda de Slim, pero comprendió que así no solucionaría nada. Tras abrir la puerta, se dejó caer sobre la nieve mientras los soldados lo rodeaban apuntándole con los rifles.

—¡Manos arriba!

Tom hizo lo que le decían y miró las luces con los ojos entornados.

—¡Qué lástima! ¡Con lo bien que ibas!

La pesada silueta del señor Grimal emergió de entre las sombras y Slim se bajó de la furgoneta. El chico miró a Tom con una mueca desdeñosa.

—Aquí tiene a su eco, jefe. Se lo entrego tal como acordamos.

—Buen trabajo, Spry. Bien hecho. —Hubo una pausa—. Bueno, señor Scatterhorn, esto ha sido toda una aventura, ¿verdad?

Tom entrevio a los hombres que se acercaban por todos lados Tuvo la vaga sensación de que no debía moverse ni alzar la mirada Ni siquiera echar un vistazo hacia atrás…

—Chico, no lo hagas más difícil de lo que ya es. No vamos a hacerte daño.

Grimal gruñó y los soldados bajaron las armas. Dio un paso adelante y, de forma instintiva, Tom dio un paso atrás.

—Solo queremos llevarte a casa, donde debes estar.

Tom mantuvo las manos levantadas. Ocurriera lo que ocurriese, tenía que ocurrir en ese mismo momento. «Vamos —susurró para sí—. Por favor.»

El señor Grimal se quedó mirando al chico. ¿Por qué permanecía así? Parecía esperar algo…

—Cogedlo.

El círculo de hombres avanzó. En ese mismo instante, una silueta oscura surgió entre dos edificios. Al volverse, Grimal vio algo muy grande que volaba directamente hacia él.

—¡Disparadle! —gritó.

Sin embargo, mientras lo decía, los soldados se tiraron instintivamente contra la nieve mientras el ave atravesaba sus filas a toda velocidad. Al instante, Grimal se apartó corriendo y Tom notó dos grandes garras que lo agarraron por debajo de los brazos. Se elevó balanceándose, a tiempo de ver fugazmente el rostro horrorizado del señor Grimal antes de volar por encima de los tejados y desaparecer de la vista.

—He llegado un poco justo —dijo el águila con voz áspera—. ¿Estás bien?

Tom asintió con la cabeza. Abrió la boca para hablar, pero no le salió nada.

—Resiste un poco más, chaval.

Tom notó la sacudida de las vastas alas del ave mientras cruzaban el río a toda velocidad en dirección a la silueta del campanario de la iglesia, que sobresalía del agua negra y arremolinada. Al cabo de un momento la rapaz dejó caer suavemente a Tom sobre el tejado y luego voló en picado para hacer un torpe aterrizaje.

—¡Vaya panda de imbéciles! —murmuró, volviéndose para miar con furia los destellos de las luces a través de los embarcaderos, son como moscas revoloteando en la basura.

Tom observó atentamente al enorme pájaro: parecía un batiburrillo de plumas y colores raros, y había perdido la mayor parte de su collar gris. Al cabo de un rato, el ave se volvió y miró a Tom con su furioso ojo amarillo.

—Ahora, viejo amigo, antes de seguir, ¿qué te parece si me cuentas exactamente lo que está pasando?

Cinco minutos más tarde, el águila había escuchado en un silencio enfurruñado la historia de Tom. El chico la había explicado de forma breve y simplificada, ciñéndose a los detalles esenciales.

—Me da la impresión de que te has buscado un enemigo terrible ahí dentro, chaval —dijo el águila con desdén—. Y algo me dice que Askary no va a tomarse bien esta pequeña aventura.

Tom asintió: eso era obvio.

—Puede que el doctor Logan no quiera reconocer que me he escapado —dijo, tratando de mostrarse positivo—, sobre todo si soy una especie de prisionero importante.

El ave bufó con desprecio.

—Puede que sí y puede que no.

Se volvió a mirar el museo a lo lejos. Entonces los motores hacían ya menos ruido, y a Tom le pareció que casi podía oír el ruido de la fiesta una vez más.

—Aunque quiera, Logan no podrá mantener esto en secreto durante mucho tiempo. Chico rescatado misteriosamente por vieja ave hecha polvo: seguro que hay consecuencias. Por no hablar de los valientes bichejos de tu celda. ¿Qué demonios va a sucederles?

Tom se encogió de hombros con aire de culpabilidad: casi se había olvidado de aquellos animales amontonados sobre su almohada.

—Me parece que estás metido en un follón de proporciones extraordinarias, chaval. Tal vez lo estemos los dos.

Tom no dijo nada. Por algún motivo, los meros hechos había dejado de asustarlo.

—Por eso tengo que encontrar ese conducto de ventilación —¿Tú tienes que encontrarlo?

—Bueno, alguien debe hacerlo. Alguien tiene que tratar de destruirlo. ¿Por qué no voy a ser yo?

La rapaz fijó su mirada en aquel chico raquítico de trece años cuyos ojos negros destellaban. Se le ocurrían un montón de razones..

—¿Estás seguro de que no te olvidas de contarme algo?

—¿Qué? —dijo Tom, con las mejillas arreboladas—. ¿A qué te refieres?

—¿No hay alguna otra razón detrás de todo esto?

Tom negó con la cabeza, exasperado.

—Claro que no.

Sin embargo, por supuesto que no había mencionado lo que había sucedido dentro de su cabeza. Que su mente era como la de un escarabajo, que en cualquier momento don Gervase podía invadirla sin más, gritando órdenes…

—Podrías volver a casa, ¿sabes? Vuelve a casa, vete a la cama; olvida lo que ha ocurrido. Como una pesad…

—No quiero volver a casa —resopló Tom furioso—. ¿Qué sentido tendría? El me encontraría de todos modos. Me encontraría por más que me escondiese. Por eso tengo que destruir Scarazand. Además…, ya no se trata solo de mí. Es más que eso. —Tom hizo una pausa y respiró hondo—. Se trata de todo esto. De lo que ha ocurrido aquí. De lo que le ha sucedido a este sitio. A todo en general. Hablo en serio.

—No lo dudo, mi pequeño fugitivo, no lo dudo. Es solo que…

El águila no quería herir los sentimientos del chico, pero le parecía escuchar a una hormiga planeando una pelea contra un elefante; de hecho, contra una manada de elefantes.

—Te echaría una mano si tuviese la más mínima idea de dónde se encuentra esa chimenea. Pero puedes estar seguro de que va a estar extraordinariamente bien escondida. Y en cuanto a la protección…

El águila sacudió su gran cabeza peluda. Era difícil imaginar que 1 bosque en el que se ocultase el conducto de ventilación no estuviese lleno de toda clase de bestias desagradables…

—Tal vez necesitemos ayuda, el consejo de un par de tipos que se pasaron mucho tiempo buscando esa chimenea. Aunque, por supuesto, nunca les dieron el soplo que te han dado a ti.

A Tom el corazón comenzó a latirle más deprisa.

—Sí, mi viejo amigo. August Catcher y sir Henry Scatterhorn.

—Entonces… ¿todavía siguen vivos?

—A su estilo, más que nunca.

A Tom le dio un vuelco el corazón.

—¿Y de verdad podrías llevarme con ellos… desde aquí?

—¿Que si podría? Interesante palabra, «podría». Yo diría que sí, pero hay dos grandes inconvenientes. El primero es que me han prohibido informar absolutamente a nadie de dónde están, porque los buscan.

—Oh.

—Desde nuestra pequeña excursión a Scarazand el año pasado, Askary les ha seguido la pista, registrando todos y cada uno de los escondrijos que hay sobre la faz de la Tierra. Supongo que no se tomó muy bien que averiguásemos lo que pretendía. De ahí que se hayan refugiado entre los más espesos matorrales. Si te llevase con ellos no cumpliría mi palabra, y eso está mal, colega, sobre todo tratándose de ellos.

Tom no pudo disimular su decepción.

—Entonces, ¿eso es un no?

La gran rapaz hizo una pausa; era evidente que reflexionaba.

—En segundo lugar, ¿has visto alguna vez qué es lo que vive en aquellos molinos de viento de ahí arriba?

Tom negó con la cabeza sin comprender. El manto de niebla gris había permanecido intacto desde su llegada.

—Hummm. Puede que eso sea bueno.

—¿Qué es?

—Son negros, tienen las plumas como pinchos y están posados en las columnas. Parecen buitres, aunque son mucho menos hermosos. Cuando llegué, el cielo estaba cubierto de esos bichos. Da la impresión de que vigilan este lugar. Yo pasé, pero fue porque no me esperaban. La cuestión es si están enterados de tu huida. Porque si lo están… —dijo el ave, sacudiendo la cabeza—, mala suerte, chaval.

Tom miró la niebla, que se deslizaba rápidamente sobre sus cabezas.

—¿No podríamos volar bajo sobre el bosque, permaneciendo bajo la nube?

—Eso no nos conviene. No has visto gran cosa de este mundo, ¿verdad?

Tom no pudo fingir que sí.

—Créeme, es mejor no hacerlo. No es bonito. No, colega, la única entrada y salida de este lugar dejado de la mano de Dios se encuentra ahí arriba, donde está la luna. La luna equivale a los rayos de luna, las sombras, los reflejos, los bordes de las cosas. No hay ninguna otra solución.

Tom miró con abatimiento el manto gris. Parecía tan blando e inofensivo…

—Puede que tengamos suerte.

—Resulta gracioso viniendo de ti. Por lo que me han dicho, no tienes ni un solo hueso afortunado en el cuerpo, Tom Scatterhorn.

—Pero ahora mismo estoy aquí, hablando contigo, cuando podría estar muerto, o de vuelta en ese manicomio. Ya es algo, ¿no?

El águila miró al chico. No parecía que fuese a admitir un no por respuesta.

—Algo, aunque muy poco.

—En fin, ¿qué hacemos?

Dos minutos después, una oscura silueta ascendía por encima de los tejados del viejo Dragonport. Tom, agazapado dentro del profundo pliegue situado entre las anchas alas del ave, miraba las ruinas de la ciudad que sobresalían del agua como un montón de rocas. Al fondo, un poco apartado, se hallaba Catcher Hall, en ese momento a oscuras y con los postigos cerrados.

—¿Sabes quién vive ahí?

—Ni idea, colega —respondió el ave con voz áspera, echando un vistazo a la mansión. No había luces en las ventanas—. Nadie con quien convenga trabar amistad, supongo.

Tom asintió con aire sombrío. Solo podía distinguir un césped cuidado y unos setos bien podados que se alzaban cerca del bosque que tenían debajo: fuera quien fuese, era evidente que cuidaba el lugar.

—¡Puaj! ¡Tápate la nariz!

Tom olfateó e, instintivamente, se echó para atrás. El hedor a huevos podridos le produjo escozor en los ojos. Parecía venenoso.

—Horrible, ¿verdad? —El ave se deslizó de lado hacia el oscuro mar y enseguida se alejaron de allí—. Siempre sé que he llegado cuando me llega ese olorcillo. Debe de ser esa fábrica vuestra. Ese es el olor de Dragonport.

Tom cerró los ojos: el sabor que le inundaba la boca le estaba dando ganas de vomitar. A lo lejos le pareció oír un golpe sordo, como el de un martillo en un sótano…

Al cabo de un momento, el muro de nube blanca los envolvió. Siguieron volando, ascendiendo a través de la oscuridad lechosa. Tom no sentía nada, salvo el aire húmedo que le empapaba toda la cara.

¡Zum!

Algo surcó la nube justo delante de ellos, tan rápido que apenas resultó visible. Los dedos de Tom se agarraron con más fuerza al lomo del ave.

—¿Qué ha sido eso?

Un nuevo zumbido.

Otra silueta partió la niebla por la mitad… Notaron una profunda vibración, un murmullo sobre sus cabezas.

Palas de turbina, ¿te acuerdas? Molinos de viento. ¡Hay todo un bosque!

Siguieron subiendo más y más. El águila ganaba altura, y el murmullo iba en aumento. Por fin cruzaron las nubes como una exhalación y Tom sintió como si acabase de surgir de un pantano virgen. Allí, a la pálida luz de la luna, giraban cientos de molinos d viento que se extendían en hileras por encima de las nubes.

—Mira la parte superior de los mástiles —gritó el águila—-. ¿Los ves?

Tom forzó la vista: las columnas de acero blanco estaban negras y moteadas, como si creciese en ellas una especie de moho. Pero no era moho, ni nada parecido…

—Allá vamos…

Los primeros escoltas aparecieron de la nada y los rodearon con curiosidad. Sus caparazones brillantes y sus ojos lisos relucían a la luz de la luna… A Tom le recordaron un tábano gigante que había visto una vez, solo que esas criaturas eran considerablemente más grandes. De pronto, uno de los insectos se lanzó en picado y se sujetó a la cabeza del águila.

—No hay necesidad de hacer tonterías. No voy a… ¡AY!

Con una cruel embestida, el insecto le ensartó con fuerza el ojo. Al instante, la rapaz se lo arrancó con una garra y lo hizo pedazos.

—¡Maldita sea! Pero eso era innecesario. Baja la cabeza, Tom. Si les das ocasión te la agujerearán. Lo último que queremos es suscitar su hostilidad.

Tom se apretó más contra el lomo del águila. Siguieron volando y adentrándose en el bosque de palas giratorias, seguidos por aquella curiosa nube que zumbaba.

—¿Ves alguna abertura por algún lado?

El águila negó con la cabeza.

—Nada de nada, solo una porquería grisácea. Vamos hacia la central eléctrica; toda esa electricidad podría darnos chispa.

El ave ajustó el rumbo y se dirigió hacia las chimeneas que se veían a lo lejos. Para entonces, algunos de los insectos parecían haber perdido el interés y regresaban a sus nidos.

—No ha sido tan malo —susurró Tom—. Puede que solo sintieran curiosidad.

—Guarda el champán para luego, compadre —dijo el ave con voz áspera—. Aún nos queda muchísimo camino.

El águila apenas había acabado de hablar cuando algo pareció en el aire a su alrededor, una onda invisible que levantó la nube de insectos como una ráfaga de viento… Al instante, Tom oyó un golpe sordo y fuerte dentro del cráneo. Era una señal…, una orden…, pero ¿para qué? Al mirar hacia atrás, a Tom se le erizó 1 vello de la nuca. Allí, perfilada contra el cielo violeta, había una pequeña silueta oscura que se precipitaba hacia ellos. Parte del negro enjambre se había separado ya del resto y empezaba a perseguirla a toda velocidad.

—Pero no puede ser él, ¿verdad? No se molestaría en venir en persona —razonó el águila. El siseo se hizo más fuerte—. Será un asesino o algo así.

—¡EXACTO! —gritó Tom—. ¡VAMOS!

—Está bien. —El enorme pájaro exhaló sonoramente—. Sabía que era mala idea.

Tras situar las alas en forma de flecha, la rapaz se lanzó en picado hacia las nubes que se hallaban a sus pies. Enseguida volvieron a sumergirse en la gris oscuridad.

—¡Uy!

El águila giró bruscamente y se elevó por poco por encima de una pala que se movía hacia la izquierda. A continuación, zigzagueó por debajo de otra que rotaba hacia la derecha. Siguieron adelante, serpenteando por aquel bosque de torres y palas giratorias.

—Esto es una imprudencia —se quejó el ave—. ¿Aún están ahí?

Tom miró hacia atrás. No vio nada, pero oyó un siseo.

—Tal vez… quizá.

—Muy bien. Echemos un vistazo. ¡Arriba el periscopio!

El águila ganó altura y volvieron a rozar la nube por encima.

—Eso está mejor. Al menos veo lo que sube y b…

El pájaro se detuvo. El enjambre de insectos les seguía la pista justo encima de sus cabezas, como una nube negra tan espesa que ocultaba la luna.

¡Ha llegado el momento de ponerse drásticos! —rugió—. Agárrate, Tom Scatterhorn.

El ave giró de repente y se lanzó directamente hacia el molino de viento más cercano.

—¿Qué haces?

—¿Has jugado alguna vez a la ruleta rusa?

La respuesta de Tom se perdió en la ráfaga de aire mientras aceleraban con fuerza hacia el centro de la hélice. Era un caleidoscopio de acero giratorio y nubes… Incapaz de mantener los ojos abiertos, Tom miró hacia atrás: perdió la cuenta del número de siluetas oscuras que corrían tras su presa como una jauría de perros de caza, tratando de quitarse de en medio unos a otros…

—¡Espera!

Las palas surgieron tan deprisa que Tom apenas tuvo tiempo de cerrar los ojos antes de que el águila girase y dibujase un rizo invisible en el aire. Los diez primeros insectos se estrellaron contra el molino de viento y explotaron como bombas, pero los demás escaparon sin esfuerzo y cerraron filas para lanzarse al ataque. Aceleraron a la vez, se precipitaron hacia delante y se aferraron a las plumas de la cola y a las patas del águila.

—¡Largaos! —gritó Tom, lanzando patadas y puñetazos contra las negras criaturas.

Pero de nada sirvió. En un momento se les habían unido las demás y una nube de insectos ondeaba ya debajo de ellos como un gran saco, arrastrándolos hacia abajo.

—¿Qué vamos a hacer? —gritó Tom.

El águila no respondió; luchaba por mantener el vuelo.

—¡Creo que deberías deshacerte de mí!

—Aún no, colega —contestó el ave con voz áspera mientras dos insectos se le aferraban a los ojos y al pico—. Nos queda una última opción. ¿Sabes nadar?

—Sí, pero…

—¡Agárrate bien!

De pronto el águila dejó de batir las alas y descendieron en espiral a través de las nubes en una caída en picado apenas controlada. Emergieron justo encima de un paisaje oscuro de bosques y colinas.

—¡Maldita sea! ¡Creía que eso era el mar!

—¡Allí! —gritó Tom al divisar entre los árboles un pequeño lago con una casita en la orilla.

—¡Eso servirá!

Con todas sus fuerzas el ave rapaz se abalanzó hacia delante, arrastrando la carga furiosa que llevaba debajo.

—Vas a tener que soltarte, colega.

Tom se debatió, defendiéndose a patadas de los insectos que lo rodeaban y lo asaltaban a picotazos. Echó un vistazo al agua negra que se acercaba rápidamente. Parecía fría, dura y horrible.

—Vale.

—Luego te recojo. Aléjate de ellos tanto como puedas.

Tom abrió unos ojos como platos mientras el lago se precipitaba hacia él.

—¿Estás segura…?

—¡Sí! ¡Allá vamos!

Los siguientes instantes resultaron confusos. Tom tuvo la vaga conciencia de caer al agua con una fuerza colosal, y luego se vio engullido por la oscuridad. El agua estaba tan fría que la sensación fue la de una descarga eléctrica. Cerró los ojos y empezó a nadar bajo el agua, y nadó y nadó y nadó hasta que los pulmones estuvieron a punto de reventarle y no pudo continuar. Se dirigió hacia la superficie. Una brazada más, dos, tres, una de propina… y, buscando una bocanada de aire, salió súbitamente al limpio aire nocturno… —¡Eh!

Tom jadeó, y jadeó otra vez. Más allá había una masa de insectos que pateaba impotente en el lago. Sobre su cabeza se hallaba la enorme águila peluda, desaliñada y empapada, pero en el aire una vez más.

—¡Agárrate al tren de aterrizaje, colega! —rugió, trazando un arco hacia abajo sobre la superficie cristalina del agua.

En un solo movimiento alcanzó a Tom con sus garras y lo levantó en el aire.

Al instante Tom aterrizó en las espesas plumas mojadas del lomo del águila.

—Esto se está convirtiendo en una especie de costumbre, ¿no? Creía que la habías palmado. ¿Por qué has nadado hasta tan lejos?

Tom resollaba tanto que apenas podía hablar.

—Has dicho que me alejase, así que… me he alejado.

—Desde luego que sí, colega. Nos los hemos quitado de encima. —Tom miró la mancha de color negro que flotaba sobre la superficie del lago—. El agua es lo único que puede con ellos. Recuerda eso.

—¿Has hecho eso otras veces?

—Una vez, in extremis. No creía que fuese a conseguirlo, pero me alegré al saber que uno de mis parientes era un cormorán moñudo, así que pude nadar.

Tom sonrió, asombrado ante la gran cantidad de recursos que poseía aquella criatura valiente y extraña.

—Ahora, señor Scatterhorn, vámonos a algún sitio más acogedor. Sin tener otra batalla con ese tábano y todos sus colegas.

El ave avanzó hacia el fondo del lago, reconociendo el terreno. Allí empezaba a abrirse un minúsculo hueco entre las nubes, y la luz de la luna comenzaba poco a poco a danzar sobre la orilla del agua.

—¡Qué preciosidad! Uno de esos pequeños rayos de luna nos vendrá de perlas.