Daniella estaba mirando a través del cristal reforzado de su ventana con la esperanza de que alguno de los coches de la carretera que se divisaba a lo lejos fuera el de Chrysteen cuando oyó unos pasos que fueron acercándose hasta detenerse delante de su puerta. Primero llamaron a la puerta con discreción, aunque poco a poco los golpes se fueron haciendo más fuertes. Después el pomo empezó a girar pero como la puerta no se abría empezaron a sacudirla.
Ya debían de haber abierto la cocina. Quizá Winnie había robado un cuchillo y venía a enseñárselo. Daniella iba a apartarse de la ventana para ir a apoyar su peso en la silla que había encajado debajo del pomo cuando oyó su nombre. Al poco volvieron a pronunciarlo, con la misma voz irritada y casi acusadora.
—¿Estás ahí? ¿Estás despierta? —preguntó también Hilary.
—Sí.
—¿Eres tú la de ahí dentro, Daniella? ¿Has hablado?
—He dicho que sí.
—¿Eres tú, no? Casi no te puedo oír. ¿Entonces vas a tomártelo?
—¿El qué? —quiso saber Daniella, sorprendida por cómo había levantado la voz.
—El desayuno —le aclaró Hilary entre risitas—. ¿Qué otra cosa podías esperar a estas horas del día?
La respuesta era Chrysteen pero, más que esperar, tenía esperanza. Daniella cogió su bolso y desencajó la silla del pomo. La puerta se abrió hacia ella empujada por un brazo musculoso y pudo ver el rostro extrañamente malhumorado de Hilary.
—Se supone que no podemos hacer eso —dijo Hilary, señalando enfadada con la cabeza a la silla.
—¿Por qué no?
Si nos pasara algo por la noche no podrían entrar a ayudarnos. ¿De qué tienes miedo?
—De todo un poco —respondió Daniella tras intentar no contestar.
—Aunque por eso es por lo que estás aquí, ¿no? Sé que te cuidarán y que ya no volverás a tener miedo.
Daniella tuvo que hacer el esfuerzo de no volver a meter otra vez la silla bajo el pomo. Mientras seguía a Hilary por el pasillo murmuró:
—Ojalá.
El olor de los huevos revueltos y el beicon subía para amenizar el paso por el espejo de una Daniella miniaturizada con su bolso de juguete. Olía igual que en la infancia; se acordaba de cuando estaba enferma en la cama, envuelta en un calor pegajoso y de cuando le traían comida fácilmente digestible. No le ayudó mucho que Hilary dijera:
—Tú sigue deseando y ya verás cómo se hace realidad.
Cuando Daniella llegó al vestíbulo la recepcionista miró la centralita, aunque después pasó a escudriñarla a ella desde la ventana interior. Sintió que la cara se le ponía rígida y se esforzó para relajar la boca de manera que pudiera negar cuanto fuera necesario; entonces la recepcionista le preguntó:
—¿Qué tal tu primera noche con nosotros, Daniella?
La recepcionista solo había estado intentando recordar el nombre de la nueva paciente.
—He dormido muy bien —dijo Daniella, pese al poco beneficio que le estaba aportando su estancia en el Soto. Por lo menos la sonrisa que puso la recepcionista al oír su respuesta demostraba lo poco observadora que era. Esto animó un poco a Daniella, hasta que la puerta del vestíbulo se cerró a su paso dando un golpetazo que le recordó con demasiado realismo a la pesada puerta de la caja fuerte presionando su cuello.
Las mujeres que había sentadas junto a la ventana la saludaron para llamar su atención desde el otro lado del comedor.
—No sabíamos si despertarte por si estabas teniendo dulces sueños —dijo Cynth.
Luego Alison gritó:
—Confía en Hil, no dejará que te dejen sin nada por lo que hayas pagado. —Se supone que se refería al desayuno, servido por las chicas que vestían de verde, una de las cuales estaba participando en una riña que se estaba disputando en la mesa que estaba más cerca de la cocina. Cuando Daniella se sentó de espaldas a la ventana vio a Winnie, a la que estaba espantando la mujer que solo hacía punto.
—¡Es tuya! —gritó la tejedora para que la oyeran todos señalando directamente a Daniella.
Daniella se quiso convencer a sí misma de que apuntaba al asiento de detrás de Hilary. No pudo sacar mucho consuelo de aquello, sobre todo al ver a Winnie mirándola fijamente mientras cruzaba el comedor. Inclinó el cuerpo sobre la silla y cogió sus cubiertos; dejó caer el tenedor y alzó el cuchillo romo apretándolo con los dedos de ambas manos, como si rezara ante su plato vacío.
—Ya está con sus cuchillos —se burló Cynth.
—Si ella misma parece uno —resolló Alison en medio de un jocoso tembleque.
Hilary se sentó derecha para que Winnie se diera cuenta de que quería darle la espalda.
—Solo quiere caerte bien.
Daniella no supo cómo interpretar aquello ni qué sería más preocupante. Uno de los trabajadores de la cocina se puso delante de ella durante unos instantes, y al retirarse le permitió seguir mirando a Winnie, que estaba levantando un trozo amarillento de huevo con el cuchillo para llevárselo a su fláccida y receptiva boca. Daniella tuvo que apartar la mirada para suprimir las arcadas, pero no pudo evitar que Hilary le echara una generosa cucharada de huevos revueltos en su plato. Cuando Daniella consiguió tragar un pequeño bocado, Hilary exclamó:
—Come bien o nunca te pondrás buena.
—Y eso no nos gustaría —dijo Alison acercando la bandeja de las tostadas a Daniella.
—A nadie le gustaría —corroboró Cynth, cogiendo dos tostadas de la bandeja para dejarlas con suma delicadeza en el plato de Daniella.
Si no comía se podían dar cuenta de lo nerviosa que estaba. Se obligó a terminarse la tostada y a comer algo más de huevos antes de decidirse a anunciar que ya había terminado, incluso esbozó una sonrisa para rechazar más comida de agasajo.
—¿Qué os parece que hagamos ahora? —preguntó Hilary.
—Creo —propuso Daniella como si solo fuera una posibilidad— que me gustaría ir a caminar un poco.
—Es igual que nosotras, ¿verdad? Siempre que el clima nos lo permite salimos a dar un paseo matutino.
—No nos gusta que no haga buen tiempo —dijo Cynth para dar a entender que cuando no salían la culpa era de la climatología.
—El año pasado hubo veintinueve días que no pudimos salir, —le hizo saber Alison—, y treinta y tres el año anterior, me acuerdo porque era la edad a la que murió Jesús, y el anterior cuántos serían…
Hilary soltó una carcajada de impaciencia.
—Hubiéramos salido antes de desayunar pero te estábamos esperando, Daniella.
Daniella ya iba por el vestíbulo, caminando por delante de las mujeres, cuando la recepcionista golpeteó el cristal de su ventana con las uñas.
—Un momento, por favor.
Daniella pensó que no le importaría si habían llamado preguntando por ella siempre que no fuera Chrysteen para avisar de que no podría pasarse a recogerla, aunque esperaba que le dijeran que no cuando preguntó:
—¿Es a mí?
—No te vayas todavía.
Las tres mujeres ya habían ocupado sus posiciones entre Daniella y la puerta principal.
—¿Por qué no? —dijo con menos firmeza de la que le hubiera gustado.
—Tómate esto primero.
Acababa de aparecer una enfermera portando una pequeña bandeja en la que traía otra cápsula y otro vasito con un trago de agua.
—Ya me lo tomaré —dejó escapar Daniella casi sin pensarlo, a lo que añadió—: Cuando se me baje el desayuno.
—No —le contradijo la enfermera—. Necesitamos que te lo tomes ahora.
Daniella cogió la cápsula y se la metió en la boca. ¿Cuántas películas habría visto en las que fingían tragarse una píldora? La enfermera y la recepcionista se quedaron mirándola como si ellas también hubieran visto todas esas películas. Si se daba la vuelta se encontraría a Hilary insistiendo en que respetase las reglas. No podía colocarse el medicamento debajo de la lengua sin que se dieran cuenta y no se le ocurría ningún otro truco. Si le ayudaba a controlar el miedo mientras llegaba Chrysteen, ¿no sería mejor así? Cogió el vasito, se tragó el agua para empujar mejor la píldora y lo volvió a dejar en la bandeja.
—Esto te hará sentir muy bien hasta que te vea el doctor Julian —le aseguró la recepcionista—. No habrás olvidado tu cita, ¿verdad?
—Yo nunca me olvido de nada —dijo Daniella, que de inmediato, sintiendo que se hundía en una charca de arenas movedizas, se dio cuenta de que no lo recordaba—. ¿Cuándo era? Ahora no.
—Ahora mismo no. A las diez en punto. Ya ves, a todos nos puede fallar la memoria.
Daniella intentó hacer memoria mientras seguía a Alison hacia la salida. El esfuerzo hizo que la cabeza le ardiera como si fuera una oscura caverna saturada da lava. Estaba convencida de que Chrysteen llegaría antes de que apareciera el doctor preguntando por Daniella, incluso aunque no viera ningún coche al otro lado de las verjas. Estaban abiertas e intentó ir hacia ellas no demasiado rápido cuando de repente Hilary se puso delante de ella y sonrió.
—¿Adónde crees que vas?
Daniella hundió la mano en su bolso en busca de la alarma.
—¿Adónde iba a ir?
—Afuera no. No se nos permite salir, a menos que nos den permiso.
Daniella pensó que eso no la incluía a ella, pero quizá no debía arriesgarse a acercarse a la carretera hasta que viera el coche de Chrysteen, más que nada porque una de las enfermeras se había sentado con un paciente en el banco que estaba más cerca de las verjas.
—¿Adónde entonces?
—Nos dejan dar todas las vueltas que queramos al hospital —dijo Alison, idea que le hizo resoplar.
—Como ositos de peluche —dijo Cynth levantando la barbilla e incitando a las demás a reírse.
Daniella se acordó de aquel juego de su infancia; recordó a su padre entonando aquella cancioncilla, «Dando vueltas y vueltas al jardín», mientras con los dedos jugueteaba con su mano antes de corretear con ellos por el brazo y hacerle cosquillas en el cuello. Ahora esperaba que el paseo le ayudara a olvidarlo. Cynth echó a correr dejando atrás a las demás, bajo una lluvia de gravilla, antes de que llegaran a una esquina del hospital, y trotó a grandes pasos, con torpeza y sin ritmo alguno, haciendo temblar sus fofas piernas y ondular su largo vestido de seda de color crema, mientras Hilary correteaba tras ella con paso pesado y la cara colorada y Alison resollaba detrás de Daniella. El empalagoso olor a gasolina del aparcamiento se mezclaba con el sabor a huevos que arrastraba el aire. Winnie seguía sentada en el comedor; movía la cabeza igual que una muñeca, de manera que no perdiera de vista a Daniella ni por un instante. La pálida mole del hospital se tragó enseguida a Winnie, pero también impidió a Daniella seguir viendo la carretera. Se colocó junto a Cynth mientras caminaban junto a la tercera cara del edificio. Todavía no había visto el Accord ámbar de Chrysteen entre los chopos.
—Eh —boqueó Alison protestando—. Tampoco hace falta correr.
Hilary fue la siguiente en hablar.
—Por fin.
Se lo dijo a Daniella, quien por un momento pensó aterrada que de alguna forma les había hecho saber que estaba esperando a que apareciera un coche. Al parecer Hilary estaba contando las vueltas que iban dando al edificio, puesto que acababan de pasar por la puerta de la entrada. Daniella no sabía si es que hacía más calor que antes, pero al menos ella lo tenía, si no por el ritmo al que caminaba entonces por esforzarse en recordar lo que la recepcionista quería que olvidara. La parte de atrás del hospital impidió ver la carretera, pero cuando Daniella casi había llegado a la ventana del comedor oyó que se acercaba un coche.
¿Se detendría frente al hospital o se daría cuenta Chrysteen de que el aparcamiento estaba en la parte de atrás? Daniella se detuvo en seco y Alison se tropezó con ella, lo que originó un terremoto en sus carnes.
—Dije que no hacía falta correr, —protestó Alison—, no que os paraseis. —Al poco el coche dobló la esquina del edificio; era un Volvo azul conducido por un hombre. Chrysteen estaba de camino, debía estarlo; entonces Daniella recordó aquello que tanto le había costado rememorar.
Era otro nombre de la lista secreta de su padre. Quizá se refiriera a un abogado o a un juez. El caso era que el padre de Chrysteen había insistido en que Daniella viniera al hospital y si él fuera Herrero de la ley… ¿La voz de Chrysteen no le había parecido demasiado lejana cuando habló con ella por teléfono? ¿No era así como suenan los teléfonos cuando los pinchan? Cuando Daniella estaba intentando ver mentalmente si Herrero de la ley iba acompañado de una fecha, el hombre se bajó del Volvo.
—Buenos días, doctor Julian —dijeron las mujeres una después de otra.
—Y que lo digáis. —Se encajó las gafas ovaladas y doradas en su rolliza cara sonrosada para escudriñar a Daniella—. ¿Es esta mi nueva paciente?
—Está ansiosa de que la vea —se atrevió a contestar Hilary mientras las demás murmuraban ansiosas cosas sobre Daniella.
—Diez minutos, entonces.
—No se me olvidará —dijo Daniella, que dio la vuelta aprisa al hospital. El tramo del otro lado de las verjas estaba desierto, igual que las partes de la carretera que se veían entre los chopos.
—¿Vamos a tardar mucho en sentarnos? —gimió Alison resollando tras cada palabra.
Uno de los bancos que miraban hacia las verjas estaba vacío, aunque no era el más cercano a la salida.
—Ahora mismo, si te parece bien —le sugirió Daniella.
—Venga ya, si eres la más joven —dijo Hilary entre risas—. Tenemos que sudar el desayuno porque si no lo que le echan nos dejará peor.
Daniella no estaba segura de si se refería a los productores de los alimentos o a los cocineros del hospital. Daniella se hubiera sentado en el banco de no haber temido que Hilary montara un escándalo cuando ella todavía esperaba tener razones para pasar desapercibida. Alison boqueó tras de Cynth de camino a uno de los flancos del hospital, y al adelantarlas Daniella fingió que en lugar de estar pendiente de la carretera les prestaba atención a ellas. El penetrante olor a gasolina se le apelotonó en la garganta y le secó la boca mientras caminaba a paso ligero por la parte de atrás del hospital. Winnie ya no estaba en el comedor.
No fue esa la razón por la que Daniella dio un traspié. La puerta que daba al pasillo estaba abierta, al igual que la otra, a través de la cual alcanzaba a ver los tramos de la carretera que se veían desde las ventanas abiertas del salón. Por fin, entre los chopos, apareció un coche ámbar.
Brillaba como un semáforo cuando se pone de ese color que te hace dudar de si seguir o detenerte. Otro chopo impidió a Daniella seguir viendo el coche, que en seguida volvió a aparecer muy cerca de las verjas. No llegó a echar a correr pero caminó hacia la esquina del hospital tan rápido como pudo. Chrysteen estaba frenando delante de las verjas y a punto de pasar entre ellas.
Daniella tuvo que aguantarse para no empezar a gesticular con las manos. En vez de eso colocó la mano izquierda a la altura del pecho y la agitó con fuerza mientras con la otra apuntaba hacia la izquierda para decirle a Chrysteen que la esperara fuera del muro. ¿La habría entendido Chrysteen? Al parecer no, porque el coche pasó de las verjas. Daniella estaba punto de echar a correr, dispuesta a pasar por encima de cualquiera que se le pusiera por delante, cuando el Accord salió y se escondió tras el muro de la derecha como si solo hubiera entrado para cambiar de sentido. Que Chrysteen se hubiera detenido no quería decir que fuera a quedarse al otro lado de las verjas. Daniella se dirigía hacia ellas, no tan deprisa como para llamar la atención, hasta que se vio interrumpida por Cynth, que le dijo casi al oído, si bien lo bastante alto como para que la oyera todo el mundo:
—¿Adónde vas ahora?
—Es hora de sentarse —respondió Daniella igual de alto y siguió caminando, sin mirar atrás.
—Entonces échale una mano a Alison —dijo Alison en un tono que ya no sonaba jovial—. ¿No ves que no puede seguir tu ritmo?
Debía de referirse a Cynth, pensó Daniella. Se sintió egoísta pero demasiado vulnerable para ir más despacio. Ya había superado el flanco del edificio y caminaba dando largas zancadas por la hierba. No había manera de acercarse a las verjas sin pasar por delante de un banco con una enfermera, pero seguro que a todas les parecía que se dirigía hacia el banco vacío. Estaba a pocos metros de una enfermera de anchos hombros y fornidos brazos cuyo pelo parecía gelatinoso musgo marrón ennegreciéndose, cuando las tres mujeres empezaron a gritar:
—¡Daniella!
Sintió como si la hubieran agarrado por su maltratado cuello. La enfermera se cruzó en su camino.
—Hola —dijo, echando la cabeza hacia delante y estirando los labios sin llegar a sonreír.
—Hola —respondió Daniella, obligándose a no bajar el ritmo.
—Hola —insistió la enfermera con más firmeza y demostrando ser más alta que Daniella a medida que se acercaban—. ¿Adónde vas?
—Ellas lo saben —dijo en un desesperado intento de desviar la atención de la enfermera y se giró para señalar a las tres mujeres. Con su griterío no habían pretendido que las esperara, sino avisarla. Winnie había salido del salón y se había puesto a caminar dando tumbos por el césped, alzando un cuchillo entre las manos y gritando algo a cada paso.
Daniella se retiró hacia las verjas.
—¡Tiene un cuchillo! —gritó.
—Ya la he visto. —Por un momento la enfermera pareció olvidarse de Daniella—. No te muevas de aquí —le ordenó a Daniella antes de ir hacia Winnie con los brazos extendidos—. Tíralo, Winnie —le regañó como un adulto a un niño pequeño—. Sabes que no puedes coger nada afilado.
Con su mirada penetrante se quiso asegurar de que Daniella supiera que tampoco debía moverse, pero Daniella había echado a correr hacia las verjas.
—Mira —gimió Winnie como un niño al que le quitan un juguete.
—¡No huyas! —gritó Hilary—. ¡Ya la han cogido!
Daniella rezaba porque aunque la enfermera se diera cuenta de que se estaba escapando estuviera demasiado ocupada reduciendo a Winnie como para salir a darle caza… que todas las enfermeras estuvieran atareadísimas. Oyó que una voz que no acababa de reconocer gritaba su nombre mientras se lanzaba hacia las verjas. El coche de Chrysteen quedaba a unos cien metros y se estaba apeando.
—¡No te bajes! ¡Ya voy! —gritó Daniella, haciendo lo posible por parecer solo cansada por la carrera—. ¡Puedes ir arrancando! ¡Ya llego!
Chrysteen no se decidía a entrar o a salir.
—¿Qué pasa? ¿Por qué tanta prisa?
—Hay una loca con un cuchillo.
Chrysteen la miraba según iba llegando al coche. Tenía miedo por ella, aunque no parecía del todo convencida. Daniella agarró la manija de la puerta del pasajero y se puso a pensar en qué podría decir para no parecer ella también una demente, cuando de repente se oyó que un hombre gritaba:
—¡Cuidado con el cuchillo!
Chrysteen también pudo oírlo y se quedó consternada, quizá por haber dudado. Se sentaron y se puso el cinturón de seguridad al tiempo que arrancaba el coche, con tanto desatino que casi se le cala. En unos segundos salieron disparadas, y poco después lo único que quedaba del hospital eran los chopos reflejados en el retrovisor, aunque Daniella vio que alguien se asomaba a una de las ventanas de la planta de arriba, sin llegar a descubrir de quién se trataba.
—De acuerdo, Danny —dijo Chrysteen cogiéndole de la mano—. Ya estás a salvo.