26

Daniella no se movió hasta oír un portazo en el pasillo, momento en que se quitó la ropa de cama de encima. Se sentó en el borde de la cama y se quedó temblando. De modo que el Herrero de la mente no la había engañado para que se pusiera en manos del hospital solo con el fin de desacreditarla o de quitarla de en medio, entonces, ¿cuál era su plan? Sabía que corría un gran peligro, pero su incapacidad para alarmarse le preocupaba menos de lo que debería. Ni siquiera el hecho de saber cómo le afectaba la medicación la empujó a querer protestar. Si evitaba dejarse llevar por el pánico, entonces debería dar las gracias. Se puso de pie y caminó de puntillas hasta la puerta.

La abrió un poco y se asomó al pasillo, que estaba vacío. Winnie no había fingido regresar a su habitación para pillarla escapando por las escaleras. Daniella apagó su luz y cerró la puerta muy despacio, aunque el pomo resbalaba demasiado como para agarrarlo bien, y poco a poco recorrió la tibia alfombra rugosa en dirección a las escaleras.

No podía escaparse del hospital sin más. Ni siquiera aunque consiguiera abrir la puerta de entrada y las verjas sin alertar a nadie llegaría jamás a la ciudad ni a la lejana carretera antes del amanecer. Fuera adonde fuera podría encontrarse con alguien del hospital de camino al trabajo, y no sabía cuánto empeño pondrían en hacerla regresar al Soto. ¿Qué le habría contado Eamonn Reith a los trabajadores del hospital sobre ella? Faltaba poco para que empezaran a llegar. Bajó las escaleras tan rápida y sigilosamente como pudo. Vio su creciente reflejo en el espejo que evidenciaba su angustia; cuando pasó del descansillo se paró a ver si oía algún ruido por abajo. No escuchó nada. Cuando llegó al pie de la escalera respiró hondo y se dirigió hacia la ventanilla de la recepcionista.

La oficina estaba a oscuras, pero la luz del vestíbulo le permitió ver el escritorio, sobre el cual estaba la centralita. Parecía irreal, como un plató sin actores. No debía pensar que nada de lo que le rodeaba era producto de su imaginación o incapaz de traicionarla. Utilizó las dos manos para abrir la puerta que daba al pasillo y la agarró mientras volvía a cerrarse. Cuando consideró que ya no se movería más, la soltó. Todavía seguía abierta un par de centímetros. Se detuvo con un chirrido y un ruido sordo.

Apretó los puños y se quedó donde estaba, con las piernas apretadas para que no temblaran, hasta que estuvo segura de que ninguna de las puertas del pasillo se abrirían, de que el ruido que había hecho no había alertado a nadie. Se le estaba pasando el efecto de la medicación justo cuando más sometida a aquel debería estar, y cada uno de sus pasos hacia la puerta de la oficina le parecía demasiado ruidoso. Dos de los pasos sonaron acompañados de los crujidos de las tablas del suelo. Cuando agarró el pomo con su mano sudorosa deseó que la puerta no estuviera cerrada con llave. Se abrió con un chirrido no más ruidoso que su respiración agitada. Se pegó a ella, entró, la cerró casi por completo para que el ruido que hiciera no saliera de la oficina y caminó de puntillas hasta sentarse en el escritorio.

La luz que entraba por la ventana de la recepcionista iluminaba la centralita, aunque también a ella. Cualquiera que entrara al vestíbulo la vería en seguida. Necesitaba conectar una línea exterior para pedir auxilio. El tablero estaba lleno de interruptores; el primero tenía la etiqueta de EXT de exterior. Cogió los auriculares y se los puso antes de pulsar el interruptor. No respondió nadie, pero un teléfono empezó a sonar en algún lugar del hospital.

Volvió a pulsar el interruptor antes de que el siguiente timbrazo terminara de sonar. Se quitó los auriculares y se quedó sentada apretando fuerte los ojos como una niña que creyera que así pasaría desapercibida, y permaneció a la escucha para ver si el teléfono había despertado a alguien. Tardó más tiempo del que hubiera deseado en decidir que no. Al abrir los ojos volvió a colocar los auriculares en su sitio y descubrió que en casi todos los interruptores ponía EXT y un número debajo. Solo el último estaba sin etiquetar. Se puso a recitar una especie de oración que le reavivó los dolores de cabeza y de cuello mientras posaba el dedo sobre el interruptor y lo pulsaba. Al instante escuchó el sonido más armonioso que había oído nunca: el tono de línea.

Podría haber telefoneado a su madre, pero hubiera saltado su contestador. Le empezó a temblar el dedo mientras marcaba el número de la casa de York. Cuando empezaron a sonar los tonos de llamada, demasiado lejanos a su parecer, pese a que los escuchaba por ambos oídos, se inclinó y se pegó a la mesa como si así no pudieran verla desde el vestíbulo. Seis tonos, doce, dieciocho… Sin duda todavía no se habría levantado nadie en casa, pero seguro que alguno de sus amigos ya había oído el teléfono y se había levantado soñoliento y malhumorado y estaría bajando las escaleras. Seis tonos más y seguían sin contestar; Daniella empezó a sospechar que la medicación la había aislado del mundo. Entonces se produjo un silencio que le hizo pensar que la llamada se había cortado. Estaba reuniendo fuerzas para decir algo cuando una voz ahogada por la somnolencia protestó:

—¿Quién es?

—¿Eres Chrys?

—La misma. ¿Danny? ¿Se te ha estropeado el reloj o es que no usas? No son ni las seis.

—Ya lo sé. Lo siento, pero… ¿Crees que debería estar en un hospital psiquiátrico?

—Si te da por llamar a la gente a estas horas de la noche o del día o de lo que sea, quizá sí. ¿Puedes hablar un poco más alto? Casi no te oigo.

—Es que no… ¿Mejor así?

—No mucho.

—Bueno, la pregunta sí que la has oído y te estoy hablando en serio. ¿Crees que tendrían que ingresarme ahí?

—¿En un psiquiátrico? No lo creo.

—Pues estoy en uno.

—¿Quieres decir que el Hospital del Soto es un manicomio?

—Sí, aquí es donde me quería traer en realidad el doctor Reith.

—Pensé que te querría llevar a un hospital normal.

—Y yo. Es lo que nos hizo creer porque sabía que me hubiera negado de haberlo sabido y quizá tú y los demás también os hubierais opuesto.

—No me parece bien que te engañara. No es justo. ¿Danny? ¿Sigues ahí?

—Sí —respondió con un susurro apenas audible al oír pisadas al otro lado del techo. Parecían dirigirse hacia la oficina hasta que oyó un portazo que les puso fin—. No puedo hablar mucho más —dijo, haciendo un esfuerzo para que Chrysteen no se apercibiera del pánico que le embargaba—. Quiero volver a casa. No me retienen ni nada pero ya sabes que no tengo coche y que no hay nadie que me pueda llevar. ¿Puedes venir a por mí?

—¿Cuándo?

—Tan pronto como puedas.

—¿Quieres decir hoy? Tengo que hacer algunas cosas; para empezar, tengo que terminar un trabajo.

—Por favor, Chrys. —Oyó que en la planta de arriba tiraban de la cadena de una cisterna y que las pisadas de antes iban en dirección opuesta. Fue todo lo que Daniella pudo oír hasta que dijo—: Tengo miedo.

—Oh, Danny, ¿de qué?

—De la gente de este lugar. Hay alguien que no me gusta nada y que me sigue.

—Eso suena muy mal. Horrible. —Una pausa hizo que Daniella magnificara lo peligroso de su situación antes de que Chrysteen dijera—: De acuerdo, me visto y voy a buscarte.

—Oh, gracias —dijo Daniella, poniendo cuidado de no levantar mucho la voz.

—Saldré para allá en seguida, así que no te preocupes. ¿Dónde estás? ¿En tu habitación?

—Vuelvo allí ahora —respondió Daniella, consciente de que la pregunta evidenciaba lo poco que Chrysteen sabía de la situación—. Nos vemos en un par de horas —dijo, colgando al instante.

Perdió algo de tiempo intentando colocar los auriculares tal como los había encontrado hasta que decidió que la recepcionista no se daría cuenta. Los dejó más o menos como estaban y salió disparada hacia la puerta. Los goznes no chirriaron demasiado, pero la puerta del vestíbulo no fue tan discreta, puesto que estaba tan pegada al marco que hizo ruido tanto al abrirse como al cerrarse. Corrió de puntillas por las escaleras y hasta llegar a su habitación, donde encajó la silla bajo el pomo de la puerta. Sin embargo, sabía que aquello no bastaba para estar a salvo. Dentro de poco tendría que empezar a comportarse como si no estuviera esperando a escapar de allí.