21

Hola. Sigo aquí. No me he marchado. No me he autoinfligido ningún daño. Uno de vosotros ya se encargó de eso. No voy a hacer nada. Ni siquiera pienso gritar ni aporrear la puerta porque pronto va a venir alguien y me va a decir qué está ocurriendo. Voy a quedarme aquí sentada sin hacer nada para que veáis lo buena chica que soy. Lo que hice tampoco fue para tanto, además no fue culpa mía.

Quienquiera que hubiera estado observando a Daniella por la mirilla ya se había marchado, dejándola sola en su celda, si bien acompañada por el verde pálido de las paredes y la austeridad de la puerta, adornada solo por un agujero con tapa que permitía verla pero no ver, por la ventana, demasiado estrecha como para que hubiera merecido la pena mirar por ella en el caso de que no hubiera estado demasiado elevada, por el banco, que también servía como cama, dotado de una sola sábana y de una almohada poco más gruesa que una simple tabla, y por el retrete metálico sin tapa, velado por un rollo de papel áspero. No permitiría que nada de aquello pudiera con ella. Sabía que no merecía que la hubieran encerrado.

La policía había hecho su trabajo, pensó. El agente no le hizo tanto daño como ella le hizo a su compañera, cuyo pañuelo blanco estaba empapado de sangre cuando llegaron a la comisaría. Daniella solo deseaba que la hubieran dejado vestirse en lugar de solo calzarse. Le habían quitado hasta el cinturón del albornoz de su padre antes de meterla en la celda. Se arrepintió de haber malgastado la llamada de teléfono para intentar hablar con su madre porque la grabación crepitante de su contestador automático le había hecho sentir todavía más abandonada. Había pedido a la policía que le dejaran hablar con el padre de Chrysteen; seguro que le avisarían. Se hubiera tumbado para esperarlo, de cansada, impotente y desanimada que se sentía, de no ser porque echarse le hacía pensar en cómo alguien podía haberse colado en su habitación con tanto sigilo que ni siquiera había sospechado que hubiera nadie. Quizá la habían estado observando mientras sus ojos se acostumbraban a la oscuridad y, si se hubiera despertado de repente, ¿qué cara habría descubierto espiándola? ¿Qué expresión hubiera puesto? Cuando oyó que movían la tapa de la mirilla, que hizo un ruido similar al de un cuchillo escindiendo el aire, y vio un ojo mirándola por el agujero, no giró la cabeza, pero no solo porque le doliera el cuello. Quería haber respirado más hondo de lo que le dio tiempo antes de que el padre de Chrysteen entrara en la celda.

Cerró la puerta y se apoyó contra ella. Bajo el pelo rapado su rostro parecía más resuelto que preocupado y, quizá por ello mismo, más cuadrado.

—Muy bien, Daniella —dijo.

—¿Cómo está?

—Supongo que te refieres a mi agente.

Daniella se preguntó si el padre de Daniella seguiría mostrando la misma preocupación por ella ahora que había herido a una joven que quizá él considerara como a una hija.

—Sí, ¿se encuentra mejor ya?

—Le han dado unos puntos. Estará de baja unos días, aunque no le hace ninguna gracia. Es un miembro valiosísimo del cuerpo.

—No quise hacerle daño.

El padre de Chrysteen alzó la cabeza y apretó la mandíbula.

—Quizá puedas contarme qué es lo que querías hacer.

—Solo pretendía evitar que dejara huellas en el cuchillo.

—Y ese es motivo suficiente para mandar a una persona al hospital.

—Las dos quisimos cogerlo al mismo tiempo. Yo también me pude cortar.

—La diferencia es que ella era policía.

—Quieres decir que preferirías que me hubiera cortado yo.

—Yo no he dicho eso.

La miró con severidad hasta que se vio obligada a decir algo.

—¿Qué han hecho con el cuchillo?

—Es una prueba.

—Entonces verán si tiene huellas.

—¿De qué pruebas crees que estoy hablando? Me refiero a la herida de mi agente.

Daniella hubiera metido la cabeza entre las manos de no ser por las punzadas que le daba el cuello.

—¿Por qué nadie me cree nunca?

—Lo cierto es que sí que buscaron huellas en el cuchillo.

—¿Y?

—Aparte de las de mi agente, las únicas huellas encontradas eran tuyas.

—Imposible. Nunca lo he tocado.

—Daniella, debo sugerirte…

—No, escucha. Evidentemente lo toqué, pero lo cogí con algo. Pregúntale a ella, no, no puedes, no está aquí. Pregúntale a él.

—¿Para qué? Tus huellas están ahí.

—De acuerdo. —Por un instante, la imposibilidad de encontrar una explicación pareció dejarla en blanco, pero no tardó en verlo claro—. Ya sé. Me pareció haberlo visto antes. Es de la cocina de la casa. Por eso tiene mis huellas.

—Si lo dejaste junto a la cama por si acaso entraba alguien en la casa, entonces tus huellas no serían las únicas.

—No temía que entrara nadie. ¿No te han contado la sorpresa que me llevé cuando vi lo que habían hecho?

El padre de Chrysteen espiró larga y pesadamente haciendo resonar la celda, y después se acercó a Daniella con los ojos clavados en ella como si le pesara la mirada. Dobló la almohada y apoyó un hombro en ella tras sentarse en el otro extremo del camastro.

—Cuéntame lo que dices que ocurrió —dijo.

—¿Por dónde se supone que tengo que empezar?

—¿Por qué volviste a Oxford?

—Nadie iba a creerme a menos que tuviera algo que mostrar.

—¿Algo como qué?

—Como lo que encontré en la tumba de mi padre.

El padre de Chrysteen giró la cabeza como si fuera a menearla sin dejar de mirar a Daniella, pero la dejó quieta.

—¿Excavaste en su tumba?

—Solo un poco —dijo Daniella separando unos centímetros el pulgar y el índice—. Quizá ni siquiera esto. Solo lo justo para recuperar lo que escondieron después del enterramiento. Las chicas que estaban allí anoche me vieron encontrarlo, el cuchillo auténtico. No me las he inventado, llamaron para denunciarme. ¿No puedes intentar localizarlas?

—¿Y qué quieres que haga?

—Te las puedo describir.

—No, dime de qué serviría hablar con ellas.

—Vieron el cuchillo, así que pueden corroborar que no es el que se encontró en mi casa.

—He leído el informe de la denuncia. La chica no mencionó que te viera desenterrar el arma.

—Quizá no me vio, ¿no crees?

—Supongo que nos lo hubiera dicho, sí.

—Esa chica solo quería meterme en líos.

—Parece que para eso te bastas tú sola.

Daniella retorció los hombros pero no consiguió liberar ninguna tensión.

—No, alguien intenta jugármela.

—¿Quién?

—El que entró en mi casa.

—Entonces respóndeme a una pregunta. —Cuando el padre de Chrysteen se inclinó hacia Daniella la almohada se desdobló sobre su hombro y cayó rozando la pared—. ¿Por qué iba nadie a cambiar un cuchillo por otro?

—Para que yo no pueda enseñar a la gente lo que he encontrado. Para que nadie me crea; y parece que lo van consiguiendo.

El padre de Daniella se pasó la mano por detrás de la espalda para coger la almohada y luego la sostuvo entre ambas manos. Guardó unos segundos de silencio hasta que dijo:

—Quiero hacer cuanto pueda por ti, como amiga de Chrysteen que eres.

—Gracias.

—Estás de acuerdo —preguntó sin atisbo de entonación interrogativa.

—Claro —dijo Daniella.

—Entonces haré cuanto esté en mi mano, siempre que me prometas que estarás de acuerdo con cualquier decisión que tome.

—¿Como cuál? —Al ver que se quedaba mirándola sin responderle, con los ojos cada vez más empañados de tristeza, Daniella aceptó—: De acuerdo, lo prometo.

El padre de Chrysteen dejó la almohada sobre el camastro y se levantó en seguida para avisar dando unos golpecitos en la puerta. La abrió un agente de mediana edad que se tiró de su erizado bigote negro sin quitarle ojo a Daniella. En seguida oyó que levantaban la tapa de la mirilla para mirarla y luego otra vez, pasando de ser observada por un ojo castaño a ser espiada por otro azul antes de que Simon Hastings regresara. Dejó la puerta entreabierta para que no se sintiera tan aislada, pero le bloqueó el paso.

—Les he dicho lo que me has prometido —dijo.

—¿A quién?

—A la agente que heriste, por ejemplo. Le he explicado la situación y reconoce que quizá solo fue un accidente. Si haces lo que le he dicho que harás, creo que la cosa no trascenderá.

—¿Qué le has dicho?

—Que aceptarás ayuda psicológica.

—Está bien, ya encontraré a alguien.

—Ya te lo he encontrado yo. Oí cómo Eamonn Reith te ofrecía sus servicios en el funeral de Teddy. Es un viejo amigo y acabo de hablar con él

—Ah —dijo Daniella sin demasiado entusiasmo, aunque obligada a aceptar—: Muy bien.

—Mañana irá a verte a York. —Simon Hastings vio que Daniella se levantaba y siguió bloqueándole el paso mientras añadía:

—Es una de las condiciones para dejarte salir.

—Lo sé.

Simon abrió la puerta poco a poco, como si todavía albergara dudas. Esperó a que Daniella cogiera el bolso y la cuerda con la que por fin había conseguido que el albornoz dejara de abrírsele. Simon la llevó de vuelta a la casa y aguardó junto a las verjas hasta que vio a Daniella abrir la puerta; luego se fue sin dejar de mirarla mientras su coche desaparecía poco a poco al otro lado de los setos. Daniella supuso que la función de aquella mirada imperturbable sería recordarle su promesa, y pensó que tal era la razón por la que, pese a encontrarse a varios kilómetros del calabozo y a haber vuelto a la casa de su padre, no podía sentir el menor alivio.