18

Estaré bien, se dijo Daniella. Se encontraba mucho mejor que la mayoría de la gente que necesitaba su cama de hospital. Solo tenía magulladuras en el cuello y podía tenderse sobre la cama sin demasiado dolor; de hecho, había dormido durante casi una hora, a pesar de que tenía tanto calor como si la hubieran cubierto con un millar de mantas y de que le habían colocado un collarín que añadía una sensación de fría humedad y cierta incomodidad al dolor que tenía en el cuello. Tampoco le afectó demasiado el olor a desinfectante, que le recordaba demasiado al de la caja fuerte, ni la incesante y silenciosa actividad, que le hacía ponerse rígida y le impedía respirar cada vez que oía pasos que se acercaban a su cama. Había sobrevivido a la noche y ahora ya casi era mediodía, así que no había motivo para que le molestara el ruido del ajetreo del otro lado de la cortina que le habían prestado para que se volviera a poner su ropa. Cuando terminó de ajustarse el cuello de la camiseta sobre la piel magullada de ambos lados del cuello y se volvió a colocar el grueso collarín, se metió la camiseta por dentro de los vaqueros y descorrió la cortina. En el otro extremo de la sala, al otro lado de las filas de enfermos recostados en almohadas, vio a Simon Hastings y a su madre.

Esta titubeó al ver cómo tenía el cuello su hija antes de darle un largo, si bien cauteloso, abrazo, al final del cual Daniella dijo:

—Pensé que sería cosa de la policía local.

—Yo soy la policía local —dijo el padre de Chrysteen.

—Quiero decir, no había que avisar a la cúpula.

—Nadie mejor que yo cuando la hija de un viejo amigo tiene problemas.

—Gracias —dijo Daniella con cierta dificultad antes de volverse hacia su madre—. No tenías por qué haber venido desde tan lejos.

—Ojalá hubiera estado aquí antes. Había salido con alguien y salí para acá en cuanto escuché el mensaje. Me alegro de que todavía guardes mi número en tu cartera.

—Cuál iba a tener si no.

—¿Seguro que te encuentras lo bastante bien como para dejar el hospital?

—Eso dice el doctor. Dice que no tendría por qué haber pasado aquí la noche si no hubiera estado cayéndome por los rincones.

—¿De verdad ha dicho eso? Me gustaría hablar con él.

—Se habrá ido a casa. Lleva dos noches sin dormir. No te preocupes, solo me duele al girar la cabeza.

—No pienso dejar que conduzcas hasta York en este estado.

—Solo es un dolor, no significa que no pueda mover el cuello. ¿Podemos volver ahora a la casa de mi padre? —le preguntó Daniella al padre de Chrysteen.

—Deberíamos, creo, Isobel. Es la forma más rápida de aclarar lo que ha pasado.

—Entonces la llevaré yo —decidió la madre de Daniella.

Cuando consiguieron salir del laberinto de coches que había aparcados incluso donde estaba prohibido, Isobel condujo mucho más despacio que el policía por las afueras de Oxford y por los sinuosos carriles que llevaban a Chiltern Road. Daniella solo notaba su cuello, un frágil y tardío soporte para la carga que ahora era su cabeza, y la luz del sol, que se derramaba sobre su cara cada vez que un árbol quedaba atrás. Intentó relajarse mientras el coche avanzaba por el sendero de grava de la entrada de la casa.

Se apeó con cautela y caminó tan rápido como pudo hasta la puerta de la entrada, sin hacer el menor movimiento con el cuello. Simon Hastings la esperaba junto a la entrada, pero Daniella quiso ser la primera en pasar al vestíbulo y así demostrar que no estaba nerviosa. Entró hasta el estudio y abrió la puerta de golpe.

La alfombrilla estaba estirada en el suelo, tras el escritorio, debajo de la silla.

—¿Quién lo ha vuelto a colocar? —protestó.

—El tipo que llamó a la ambulancia dice que lo hizo él —le explicó Simon Hastings.

—Te refieres al agente inmobiliario. ¿Qué más dijo?

—Que te encontraron en el suelo, él y una pareja de jóvenes. Deben de querer tener muchos hijos si les interesa esta casa —le dijo a la madre de Daniella, y luego le explicó a esta—: La silla estaba tirada en el suelo y la alfombrilla hecha una pelota. Pensaron que te habías tropezado y que te diste con la cabeza en el escritorio.

—Entonces no debieron de ver mucho.

—Supongo que no tardaron mucho en ver las magulladuras que tenías en el cuello. Al parecer, la joven pensó que te habían estrangulado y se molestó mucho. Me temo que habéis perdido la venta.

—Quisieron ahogarme, eso es cierto. —Como se quedaron mirándola sin decir nada, Daniella cerró y bloqueó la caja fuerte para poder sentarse en la silla—. Me estrangularon, sí —reiteró.

—Eso es, —dijo su madre—, siéntate si no te encuentras bien.

—La cabeza la tengo muy bien. Recuerdo con todo detalle lo que ocurrió.

—Cuéntanoslo, por el amor de Dios —pidió el padre de Chrysteen.

—Estaba mirando dentro de la caja fuerte, cuando de repente alguien quiso estrangularme con la puerta.

—Ay, Daniella —gimió su madre meneando la cabeza.

—El agente inmobiliario se preguntó si habría sido un robo, puesto que no quedaba casi nada dentro de la caja fuerte. ¿Qué esperabas encontrar?

—¿De qué estuvimos hablando cuando vino a ver a Chrys?

—Pensé que te imaginarías que la habrían destruido.

—No podía saberlo con seguridad, ¿no? Tenía que comprobarlo.

—¿Es que nadie va a explicarme a qué viene este secretismo? —intervino su madre.

—Daniella pensaba que Teddy podría haber falsificado algo por sus problemas financieros.

—¿Qué te hizo pensar algo así?

Daniella no quería mencionar a Norman Wells porque implicaría tener que explicar muchas más cosas.

—No sabemos hasta dónde podía llegar si estaba desesperado, ¿no crees? Tú misma dijiste que pensabas que escondía algo, y tenías razón.

—Ahora te alegrarás de que ese algo fuera destruido —dijo el padre de Chrysteen—. Nadie querría robarlo, ¿verdad?

—¿Tampoco el hombre que me quiso reventar la cabeza con la puerta de la caja?

—¿Quieres decir que alguien te metió la cabeza dentro de la caja?

—No, no es que me metieran dentro la cabeza. Me incliné para examinar el interior y luego me quiso asfixiar. No lo vi pero lo sentí muy bien, como podrás imaginarte.

—Sé que últimamente lo has pasado muy mal, Daniella. —El padre de Chrysteen alzó la barbilla para infundir cierto recelo a su mirada y prosiguió—: ¿Qué es lo que crees que querían hacerte?

—¿A ti que te parece?

—Debes saber que ni el agente ni sus clientes vieron ni oyeron nada.

—Yo tampoco, hasta que me atrapó, pero ese tipo ya estaba aquí. Debió de esconderse en el salón cuando oyó mi coche y llevarse el teléfono con él, porque ahí es donde lo encontré.

—¿Por qué iba nadie a querer hacer algo así, Daniella? —intervino su madre, no tanto preguntando como suplicando.

—Puede que esperara una llamada. Sonó el teléfono, y en cuanto contesté colgaron. Puede que lo estuvieran esperando, encargándose de vigilar.

—Ahora estás diciendo que había más de una persona.

—Es una teoría. Tendría que haber un coche, ¿no? Pero yo no vi ninguno.

—Si no lo viste, —propuso su madre con las palmas hacia arriba, como si pretendiera mostrar el vacío que había entre ellas—, ¿no crees que podría ser porque no lo había?

—Claro, igual que el hombre que me quiso matar. Pero fíjate que le agarré la mano y que se la arañé. Por tanto, —le dijo Daniella al padre de Chrysteen—, solo tenemos que buscar a alguien con arañazos en la mano.

Lo dijo en tono de broma y luego añadió una risa simulada, pero sus interlocutores se habían quedado mirándola estupefactos. Tras una pausa, el padre de Chrysteen dijo:

—¿Puedes explicar por qué la alfombrilla estaba hecha un gurruño?

—Porque resbalé mientras intentaban asfixiarme. Adelante, di que lo que crees es que me tropecé con la alfombrilla, que me golpeé con la cabeza en la caja fuerte y que la puerta se cerró con el impacto.

—¿Acaso no podría haber sido así —dijo su madre con impaciencia— y creíste que había alguien aquí mientras te desmayabas?

A Daniella empezaba a dolerle la cabeza más que el cuello.

—No —aseguró.

—¿Por qué no? —preguntó su madre, con las lágrimas asomándose a sus ojos.

—Porque robaron una cosa. Un libro.

—¿Qué libro?

—Estaba allí —dijo Daniella señalando al hueco que vio cuando se cayó al suelo—. Se titulaba la Biblia descifrada.

—¿Por qué estás tan segura? —preguntó el padre de Chrysteen—. ¿Has leído ese libro?

—No, pero me di cuenta porque era el único que tenía un marcapáginas.

—¿Por qué crees que alguien querría robarlo?

—Sí, Daniella, ¿por qué? Por el amor de Dios.

—¿Cómo queréis que lo sepa? Solo sé que se lo han llevado. Quizá pensaran que era especial precisamente porque estaba marcado. Puede que pensaran que estaba hueco por dentro, como el de aquella película antigua de papá, El dinero no lo es todo. Quién sabe.

Su madre intentó sonreír, sin demasiado éxito.

—Demasiadas conjeturas.

—Lo qué sí es seguro es que lo han robado.

Su madre desvió su atención de ella cuando el padre de Chrysteen fue a examinar la estantería. Retiró los dos libros que había a ambos lados del hueco y echó un vistazo.

—Vaya, vaya, —dijo—, aquí hay un libro.

La mera posibilidad de que la Biblia descifrada no pudiera verse porque lo habían descolocado hizo que Daniella se encendiera de rabia. Observó al padre de Chrysteen mientras este colocaba los libros en lo alto de la estantería y alargó la mano hasta el hueco; no pudo reprimir una risa.

—Mira, es uno de mis cuadernos de la escuela —dijo.

—«Daniella Logan, Lenguaje» —leyó el padre de Chrysteen—. Debió de perderse por ahí atrás hace tiempo. ¿Queréis llevároslo?

—Conservo muchos de tus trabajos de la escuela. Quédatelo tú si te trae buenos recuerdos.

Daniella sabía demasiado bien a qué se refería su madre. Se paseó con agilidad por las distintas páginas de sus primeros trabajos de adolescente, que le parecieron tan párvulos como infantil le hacía sentirse el examen minucioso al que la estaban sometiendo; después cerró el libro de golpe y alzó la cabeza:

—¿Queréis saber algo más?

—Solo si estás bien.

—Haremos cuanto esté en nuestra mano para que te tranquilices —dijo el padre de Chrysteen.

Daniella no supo muy bien si se refería a ella o a su madre. Metió el cuaderno en su bolso y se levantó sin demasiada dificultad.

—Me marcharé ahora que no hay mucho tráfico.

—¿De verdad te sientes capaz de conducir? —dijo su madre, como si no se atreviera a mostrarse demasiado preocupada, y, una vez que Daniella hizo lo posible para convencerla, añadió—: ¿Me llamarás cuando llegues? Deja un mensaje si todavía no he vuelto.

Daniella prometió que así lo haría y se esforzó por no hacer muecas de dolor mientras se subía al coche. Apoyó la cabeza contra el asiento y condujo despacio hasta la carretera, desde donde vio que su madre y el padre de Chrysteen empezaban a conversar. Sabía que hablaban de ella. Sabía que se preocupaban por ella, pero no podía dejar que eso entorpeciera sus planes. Que no la creyeran y que la atacaran no había servido más que para fortalecer su determinación de leer el libro por el que habían intentado matarla.