—¿Cómo está la ensalada, papá? —dijo Chrysteen.
—Todavía mejor que la de tu madre.
—¿Te apetece otra cerveza? —preguntó Daniella.
—Gracias, pero tengo que coger el coche —contestó frunciendo casi imperceptiblemente el ceño—. En cambio un café sí que me vendría muy bien. No penséis que me arrepiento de haber aceptado vuestra invitación, pero es que vivís demasiado lejos como para venir sólo a comer.
—Papá, decías que tenía que vivir donde viviera Danny para que pudiéramos seguir cuidando la una de la otra.
—¿De verdad? Eso demuestra cómo lo que decimos nos acaba persiguiendo, pero debemos hacer siempre lo que decimos que tenemos que hacer, porque si no la vida se desmoronaría. —Pareció arrepentirse de sermonearlas y alzó la mano para consultar el reloj—. Me iré dentro de poco. ¿Puedo ayudaros a algo hasta entonces?
Daniella confiaba en que un trago le soltaría la lengua.
—Podrías hablarnos de Norman Wells.
—¿Por qué os iba a interesar a ninguna lo de Norman?
—Lo vi hace solo un par de días, antes de que ocurriera todo.
—¿Dónde fue eso?
—Yo estaba en Bradford y vi que él también andaba por allí, así que me acerqué para verlo. Era amigo de mi padre. Por eso te lo he preguntado.
—Espero no haber parecido un insensible. Preguntadme, pues, y te contaré lo que pueda.
—¿Qué ocurrió exactamente?
—Lo oímos. Salió en la prensa.
—Eso no es todo, Chrys. ¿Cómo llegó hasta el hijo de Alan Stanley? ¿No había salido en el periódico entonces?
—Por desgracia no —dijo el padre de Chrysteen—. Pasó la noche con los Stanley con la excusa de que no le merecía la pena conducir de regreso a Londres cuando tendría que estar en Gales al día siguiente. Al parecer Norman y los Stanley comieron y bebieron en cantidad. Por lo menos los Stanley.
—Quieres decir que crees que se aseguró de que les entrara el sueño.
—Eso parece. Lo único de lo que podemos estar seguros es de que el socio de tu padre se levantó de madrugada y descubrió que Wells y su hijo mayor, que tenía dos años más que su hermano de cuatro años, habían desaparecido. A veces el niño se levantaba en sueños, por lo que Alan pensó que quizá había salido de la casa y que Wells había salido para traerlo de regreso, de modo que salió a buscarlos sin despertar a su esposa. Después los encontró.
—¿En qué estaría pensando el señor Wells? Debería haberse dado cuenta de que todo el mundo sabría que fue él.
—Hemos llegado a la conclusión de que sabía que lo iban a desenmascarar y que se llevó al niño como rehén mientras planeaba la huida, a menos que la presión a que estaba sometido lo enajenara todavía más. ¿Te pareció que estaba nervioso cuando lo viste?
—Más que nervioso. ¿Sabía quién iba a delatarlo? ¿Y tú?
—Debes saber que no puedo dar ese tipo de información, ni siquiera a la hija de Teddy.
—¿Qué más da? —dijo Chrysteen.
—Me preguntaba qué más te dijeron —le dijo Daniella al jefe de policía.
—Lo suficiente para solicitar una orden de registro. Como dice Chrysteen, lo único que importa es la información que se demuestra que es fiable. ¿Hay algo más que pueda aclararos?
—¿Qué es lo que encontró Alan Stanley?
—Danny, ¿necesitamos saberlo?
—Yo sí. Quiero entenderlo.
La mirada del padre de Chrysteen se posó sobre esta antes de clavarse en Daniella.
—Cerca de la casa de los Stanley hay un parque infantil, —dijo—, no se puede decir mucho más.
—¿Y bien?
—Allí es donde apareció el niño.
Daniella no sabía si lo que iba a preguntar a continuación iba a sonar morboso o si lo sería de verdad.
—¿Lo habían…?
—Acuchillado hasta matarlo.
—¿Con qué?
—¿Con qué crees tú?
—Está bien, Chrysteen, es una pregunta razonable —dijo su padre mirando con fijeza a Daniella antes de proseguir—: Todavía no ha aparecido el arma.
—Quieres decir que se deshizo de ella antes de…
—No, más bien lo contrario. La emplearon para matarlo a él.
Si sus últimas palabras no lo hubieran hecho vacilar, quizá Daniella no hubiera preguntado:
—¿Cómo?
—Espero que lentamente —intervino Chrysteen, que en seguida gimió—: No quiero oírlo.
—Yo sí.
—Lo dudo mucho, Daniella. Te aviso —le previno el padre de Chrysteen.
—Hablo en serio. Si no me lo cuentas, solo podré imaginármelo, lo cual es mucho peor que conocer la realidad.
—Me pregunto qué te habrá hecho llegar a esa conclusión —dijo y soltó un suspiro que le abrió las fosas nasales de par en par—. Lo torturaron hasta matarlo.
—¿En la calle? ¿No lo habría oído alguien?
—Suponemos que, de primer plato, lo dejaron inconsciente, a menos que estuviera tan asustado que no se atreviera a hacer el menor ruido hasta que tuviera alguna oportunidad. Quienquiera que se vengara de él —el padre de Chrysteen hizo una pausa cuando esta retiró su silla— le llenó la boca con arena del parque.
—No tengo ninguna necesidad de escuchar esto —decidió Chrysteen—. Estaré en mi habitación cuando terminéis.
Daniella sintió la obligación de continuar, pese a la mirada hipercrítica de su amiga. Una vez que Chrysteen llegó a las escaleras, Daniella se arriesgó a preguntar:
—¿Se limitaron a apuñalarlo?
—No.
La palabra y el tono con que lo dijo fueron bastante reveladores, aunque el padre de Chrysteen continuó:
—Le desgarraron los músculos para que no pudiera ir muy lejos, aunque lo intentó. Lo desnudaron y lo despellejaron.
—Oh.
Quizá Daniella no sonó bastante alarmada o puede que el padre de Chrysteen hubiera decidido contarle todo lo que su hija no quiso oír.
—Después le arrancaron más cosas y luego parece que calentaron el cuchillo, es de suponer que con un mechero.
—Bien.
Daniella quería poner fin al relato pero el padre de Chrysteen parecía convencido de que Daniella le estaba invitando a contárselo todo.
—Se arrastró hasta unos troncos que hay detrás del parque. Quiso alejarse de la carretera, pero parece que no veía, no sé si me sigues. Aparte del cuchillo, echaron más arena…
—No sigas.
—¿Lo entiendes mejor ahora? Todavía hay mucho más.
—¿No debería haber muerto para entonces? —pidió Daniella.
—El forense opina que no. Wells podría haber permanecido consciente durante casi una hora.
Daniella tragó saliva antes de poder preguntar:
—¿Quién podría hacer algo así?
—Te sorprenderías de cuánta gente no tendría el menor reparo.
—Hay mucha gente que dice que lo haría, pero solo uno lo hizo de verdad. ¿No te asusta eso?
—Me parece que es la gente como Wells la que debería asustarse.
—¿No quieres atrapar al que lo hizo?
—Tenemos varios agentes trabajando en el caso, te lo aseguro. Hasta ahora no hay pistas.
Aquello no respondía a su pregunta, aunque no estaba segura de querer oírla.
—Has dicho que el señor Wells estaba entre unos troncos —dijo—. Entonces, ¿cómo lo encontró el señor Stanley?
—Pensé que lo supondrías —dijo Simon Hastings, que antes de que Daniella pudiera interrumpirlo al hacerle ver que lo acababa de deducir, añadió—: Wells dejó un rastro bastante evidente, tengo entendido.
Daniella cerró fuerte los ojos y los abrió en seguida porque le vino la imagen de Norman Wells tal como lo vio la última vez que se encontraron, sonrosado después de salir de la ducha e indefenso vestido solo con su albornoz.
—¿Hay algo más que desees que te cuente? —preguntó el padre de Chrysteen.
—No, gracias —respondió Daniella, que dio un trago a su cerveza que le supo asquerosamente metálico—. Nada más.
—Y ahora, ¿tienes algo que decirme?
Lo tenía, solo que ahora era incapaz de continuar. Haber reconocido a Alan Stanley en la tumba de su padre parecía una menudencia comparándolo con la tragedia que su familia debía de estar viviendo en estos momentos. Podía imaginarse la reacción airada del policía si sacaba el tema ahora, sin embargo sí que tenía otra cosa que contarle.
—Debes saber lo que dijo el señor Wells.
—¿Guarda alguna relación con la forma en que fue encontrado?
—Déjame pensar… no, más bien no.
—Dímelo de todas maneras.
—Sé que mi padre ocultaba algo. Puesto que eran amigos, le pregunté al señor Wells si él sabía de qué se trataba.
—Muchos éramos sus amigos.
—Sé que lo eras, pero pensé que quizá él me lo diría.
—No podías saber que tenía secretos. Pero me vas a decir que te proporcionó información sobre Teddy.
—Me dijo que mi padre falsificó algo.
—¿Eso es todo?
—Es todo lo que le dio tiempo a decir.
—¿Quieres decir dinero? ¿Crees que a tu padre se le llegaría a ocurrir siquiera algo así?
—Puede que no hablara de dinero. Puede que se tratara de algún documento que le hiciera falta.
—¿Quieres decir relacionado con sus problemas financieros? ¿No habría salido ya a la luz?
—No si… —en cuanto vio clara la respuesta se la guardó para sí; no dejaría que volvieran a acusarla por sacar conclusiones sin suficientes pruebas—. No si lo destruyó —dijo.
—En cualquier caso, pasaré la información a la gente que está investigando sus asuntos. Sugiero que no vayamos diciéndolo por ahí hasta que no se demuestre. No querrás echar por tierra la reputación de tu padre sin un buen motivo.
—Sabes que no.
—Entonces estamos de acuerdo —dijo el padre de Chrysteen antes de dirigirse hacia la entrada—. ¡Ya pasó el peligro! —gritó para llamar a Chrysteen—. Aceptaría ese café si la oferta todavía siguiera en pie.
Chrysteen escudriñó a Daniella casi amenazándola con hacerle lo mismo que le hicieron a Norman Wells, aunque le preocupaba el viaje que no podría hacer hasta mañana. Había supuesto que su padre no había tenido oportunidad de ocultar lo que ella vio en su oficina de Londres, pero sí que lo había escondido. No tenía por qué conducir derecho hacia ella… debió de tomar el desvío por Oxford. Tenía una caja fuerte en los estudios y otra en casa.