«El ser humano necesita creer para sobrevivir», leyó Daniella, «pero quizá los mejor adaptados también lo necesiten para salir adelante». La frase no le impresionó más al oírla que al leerla sobre el papel; al menos no encajaba como idea final, aunque mereciera la pena reflexionar sobre ella. «Creencias», dijo, «no se puede vivir con ellas y sin ellas tampoco». Quiso realizar alguna modificación pero al final se limitó a hacer clic con el ratón para guardar el archivo tal como estaba. Pronto tendría que salir para el Trencher, pero primero quería hacer algunas llamadas.
Mientras apagaba el ordenador el sol empezaba a esconderse detrás del parque, haciendo que el césped brillara y dejando un rastro de tenues sombras sobre la acera que había bajo las verjas. Estaba sola en casa. Chrysteen se había ido de juerga para celebrar el cumpleaños de un compañero de psicología y Duncan y Maeve habían salido a cenar para celebrar su primer aniversario. El molesto eco de sus pisadas la siguió hasta el recibidor, donde por primera vez el sombrero de papel que reposaba sobre la pantalla de la lámpara le pareció infantil, un residuo de una época anterior al día en que aprendió lo complicada que es la vida. Marcó el número que había enmarcado en el listín telefónico.
Al cabo de tres tonos le respondió una voz de mujer tan enérgica que creyó que estaba junto a ella.
—Habla con la centralita de la Sociedad Benéfica de Niños. Si desea informar sobre abusos o amenazas a un niño, pulse 1. Si eres un niño que necesita nuestra ayuda, pulsa 2. Si desea hacer una donación, pulse 3. Si desea hablar con una de nuestras operadoras, pulse 4. Si desea…
Daniella apretó esta última tecla y comenzó a sonar la melodía mecanizada de El picnic del osito Teddy. Se puso a tararearla para no ponerse demasiado nerviosa, pero en seguida una voz igual que la del contestador automático le dijo:
—Al habla Stacy. ¿En qué puedo ayudarle?
—Quisiera hablar con Norman Wells.
—Me temo que lo más probable es que hoy ya no regrese. ¿Podría decirme su nombre?
—Daniella Logan. ¿Pude darme un teléfono donde pueda localizarlo?
—Lo siento, no estoy autorizada para facilitar ese tipo de información. ¿Desea hablar con su…?
—Necesito hablar con él en persona. Era amigo de mi padre. Teddy Logan, quizá haya oído hablar de él.
—Todo el mundo lo conoce, por supuesto —contestó la operadora con el tono con que atendía a los niños que llamaban para pedir ayuda—. Lamentamos mucho su pérdida. ¿Será tan amable de esperar mientras intento localizar al señor Wells?
Los ositos volvieron a cantar su canción mecánica. Daniella hubo de soportar dos veces el estribillo antes de que la operadora regresara:
—Ahora mismo le paso…
Daniella volvió a oír a los ositos, a los que no pudo evitar unirse:
—«… qué fabulosa sorpresa…»
—Parece que la vida te sonríe —dijo Norman Wells.
—Un poco…
—Mucho, espero. Así es como debería ser a tu edad.
—¿Por qué?
—Es lo menos que puedes merecer. Estar satisfecha con tu vida. Sé que Teddy… —No disimuló un carraspeo con el que quizá quería disculpar su falta de tacto—. Es igual… ¿cuál es el motivo de tu llamada? Supongo que no es por algo oficial.
—Bueno… —empezó Daniella, que apenas hizo una pausa cuando Norman le interrumpió:
—¿No es, no?
Daniella se preguntó si siempre se pondría tan nervioso antes de saber nada fijo.
—A mi edad no —respondió Daniella.
—Cómo no, es decir, por supuesto. Aquí trabajamos para los niños, aunque tú ya no eres una niña, ¿verdad?
—No sé qué te respondería mi padre a eso.
—Estás en la universidad. Ya deberías ser una persona independiente —afirmó Norman Wells con una vehemencia que Daniella no se esperaba—. Sin embargo, imagino que no has llamado para oír una charla, así que me pregunto qué esperas de nosotros los viejecitos. Seguro que has hecho un montón de amigos por allí.
—Algunos viven conmigo.
—Cuanto más cerca mejor. Entonces, ¿querías comentarme algo urgente? No pienses que no me agrada oírte, pero estábamos organizando una serie de actuaciones.
—No hace falta que hablemos ahora. Quería saber cuándo podría ir a visitarte.
—Sería un placer, por lo menos para mí. ¿De qué querías hablarme?
—Colaboro con alguien que está escribiendo sobre mi padre.
—Estoy convencido de que ya es hora de que hagan un análisis de sus películas. ¿Se trata de algo así?
—De su vida también.
—Por supuesto, no podemos olvidarnos de eso. Permíteme desearte lo mejor en este proyecto, pero no creo necesario que vengas hasta Sussex cuando seguro que tienes otras muchas cosas que hacer.
—Me gusta conducir. Pensé que no te importaría.
—Sí si te va a suponer una pérdida de tiempo. No podré decirte nada sobre tu padre que no sepa ya todo el mundo.
—Pensé que erais amigos.
—Tu padre tenía muchos amigos.
—Ya, íntimos, me refiero.
—Hizo algunas de las donaciones más generosas a la sociedad, más aún que la de la mayoría de nuestros amigos comunes y estoy seguro de que era consciente de cuánto apreciábamos su generosidad, pero no diría que era más íntimo de él que… que otras personas que también conocerás.
—En cualquier caso, me gustaría que nos viéramos para charlar. Podría haber cosas que yo considere interesantes y a las que quizá tú no hayas dado importancia; puede que hayas olvidado cosas que yo te pueda ayudar a recordar.
—Dame unas semanas para ver si se me ocurre algo y, si es así, me pondré en contacto contigo.
—¿Cuento contigo si me surge alguna pregunta que hacerte?
—Lo siento. Como ya te he dicho, estamos a punto de iniciar una gira y estamos teniendo algunos problemas de última hora.
—¿De qué tipo?
—Gente que dice ser de fiar y que al final no lo es.
—Si puedo sustituir a alguien, he hecho algunos papeles y tú necesitas gente…
—Es muy atento por tu parte, Daniella, pero son actuaciones de una sola persona y los actores que he contratado no son el problema. Además, no viajaremos en tu dirección, no actuaremos en ningún sitio cercano. Te lo agradezco de verdad, pero ahora te ruego que me disculpes, tengo que seguir revisando los preparativos.
—Adelante —dijo Daniella antes de que se cortara la comunicación. El silencio metálico que imperó entonces le dio tanta rabia que golpeó el auricular antes de colgarlo; después marcó el número que se había escrito con bolígrafo en la muñeca. Cuando explicó que quería darle las gracias al motorista que había atendido a su padre cuando se chocó, un policía de Oxfordshire estuvo encantado de darle un nombre y un teléfono de Darlington.
Respondió una mujer que hablaba con una brusquedad tal que parecía pretender ocultar cualquier rastro de prosodia.
—¿Quién es?
—¿Está Nigel Burgess?
—¿Eres una de las chicas de las clases nocturnas? Está estudiando, lo seas o no. No quiere ser mensajero toda la vida.
—Es sobre Teddy Logan. Soy…
—No eres la consejera.
—No —corroboró Daniella, que se abstuvo de añadir que ella nunca había contado con ningún consejero—. Soy la hija de Teddy Logan.
—Ah, ya veo —dijo sin la menor condolencia, aunque todavía le transmitió menos empatía a Daniella cuando continuó—: ¿Y?
—No es nada malo, se lo prometo. Quería darle las gracias por ayudar a mi padre. Necesito preguntarle una cosa.
—¿El qué?
—Me gustaría preguntársela a él.
—Espera. —La mujer respiró hondo para contenerse o para resignarse antes de gritar—: Hijo, es para ti. No dejes que te entretenga.
Pasaron largos segundos, durante la mayoría de los cuales se oyó un continuo manoseo junto al micrófono, antes de que Nigel se pusiera.
—¿Sí, quién es?
Nigel, al contrario que su madre, parecía interesado.
—Soy Daniella Logan —contestó—. Nos conocimos la noche en que murió mi padre.
—Me acuerdo. ¿Cómo te encuentras ahora?
—He sobrevivido.
—Lo siento.
—No, en serio. Tengo entendido que tienes consejera.
—Me dijeron que tenía que tenerla —dijo como si quisiera disculparse; Daniella se preguntó si la orden la habría dado su jefe o su madre—. Era o eso o darse a la bebida, lo cual no sería compatible con mi trabajo. No puedes dejar de darle vueltas cuando eres culpable de la muerte de alguien.
—Bueno, no tienes por qué. Quería darte las gracias por quedarte con él.
—Si yo no hubiera estado allí, no tendría que haberme quedado con nadie.
—Con todo lo que había bebido, si no se hubiera chocado allí habría provocado un accidente en cualquier otro sitio.
—Gracias por decírmelo. Gracias por llamar.
—Espera. ¿Puedo preguntarte algo?
—Todavía estoy aquí.
—Dijiste que mi padre dijo algo sobre mí. ¿Recuerdas qué?
—Tu nombre. Por eso supe cómo llamarte cuando, ya sabes, nos conocimos.
—Eso es todo. Sólo mi nombre.
—No, dijo algo acerca de… enseguida cuelgo, madre. Vaya ayuda. Disculpa. —Guardó silencio mientras Daniella tragaba saliva—. Dijo algo acerca de un día.
—¿Qué día?
—Tu día. Dijo tu día. Déjame pensar, pronunció tu nombre y luego dijo «su día». ¿Iba a verte porque era tu cumpleaños?
—No es hasta dentro de varios meses.
—¿Te graduabas? ¿Habías ganado algún premio?
—No que yo sepa. Quiero decir, no. ¿Seguro que solo dijo eso? ¿No querría decir que había oído algo?
—No lo creo. Parecía como si ya lo hubiera dicho todo.
En cierto modo, pensó Daniella con desolación, así era.
—¿Entonces no dijo nada más?
—Nada. Lo dijo como si hablara en sueños. Ni siquiera estoy seguro de que supiera que yo estaba a su lado. Lo que sí te puedo asegurar es que no sufrió.
—Gracias —dijo por esto último. De hecho, le volvió a dar las gracias antes de colgar, pese a que hablar con él la había confundido todavía más. Le daba tiempo a realizar otra llamada, y esta vez parecía decidida a aclarar parte de todo este caos. Cuando la centralita de la Sociedad Benéfica de Niños le puso el mensaje automático, Daniella pulsó el 4 en seguida y pasó a hablar con una operadora que se llamaba Susan.
—¿En qué puedo ayudarle?
—Me preguntaba por qué ciudades pasará la gira que están organizando.
—Comienza en Londres, después vamos a Cambridge, Birmingham, Sheffield, Bradford…
—¿En qué fecha?
—¿Bradford? El jueves. ¿Desea conocer los detalles?
—Si me hace el favor —contestó Daniella, que se había sacado del bolsillo del pantalón corto un bolígrafo que destapó con una sola mano para, seguidamente, colocarle la tapa en el otro extremo con una destreza que por fin le hizo sentir que estaba tomando las riendas. Se anotó en la muñeca la dirección y la hora de la actuación de Bradford y luego volvió a colocar el auricular sobre su base antes de subir corriendo las escaleras para pasar la información a la libreta de notas que tenía junto al ordenador; por último, se duchó y salió para el trabajo. Estaba decidida a descubrir por qué Norman Wells hacía todo lo posible por evitarla. A pesar de lo que le había dicho antes, el próximo jueves Daniella conduciría durante una hora para hablar con el director de la Sociedad Benéfica de Niños.