—Olvide que he llamado —dijo Daniella al auricular, que zumbaba como si hubiera metido una avispa dentro de él para que persiguiera a la voz de aquella mujer que no le estaba sirviendo de ninguna ayuda y que tenía agarrado con fuerza de lo frustrada que se sentía; de inmediato, el chasquido telefónico pasó a un segundo plano cuando oyó el chillido del timbre. Dejó caer el auricular sobre su plinto y entreabrió la puerta unos centímetros antes de retirar el pie y asomarse.
—¡Mark! —exclamó antes de obligarse a bajar la voz—. No te esperaba todavía.
—Subía para el norte cuando me llamaste. Tengo que escribir algo sobre el Museo Cinematográfico de Bradford.
Parecía aún más formal que la otra vez, a pesar de llevar unos vaqueros y una camisa azul de manga corta con una pluma y un cuaderno de notas sobresaliendo del bolsillo de la pechera.
—Eso será si llegas a tiempo —dijo Daniella.
—¿Puedo pasar?
—Mejor nos quedamos fuera —dijo Daniella, que todavía no se sentía preparada para quedarse sola con él en casa—. Vamos a tomar algo o a dar un paseo.
—Si tomamos algo invito yo.
—Debes saber que no soy la típica estudiante que no llega a fin de mes.
—Con todo, sería un honor para mí.
Al parecer el estado de congelación en que se encontraba su herencia todavía no había tenido eco en los periódicos. Cerró la puerta y caminó detrás de Mark por el sendero, abochornada por los hierbajos que el crítico tenía que sortear y pisar con cautela. Un grupo de Terriers se había puesto de acuerdo para gruñirle y ladrarle desde el otro lado de las verjas del parque mientras caminaba más despacio esperando a Daniella. Cuando la algarabía de los cánidos dio paso al tartamudeo del tráfico de la calle principal, Mark dijo:
—¿Tienes algo que contarme sobre tu padre?
—Sí —respondió Daniella obligada a levantar la voz—. Pero primero vamos a algún sitio más tranquilo, ¿no te parece?
La cada vez más atestada Micklegate los condujo por debajo del robusto arco hacia el puente, a ambos lados del cual el sol mantenía un silencioso parloteo con el ondulado río de plata. Al otro extremo del puente, la serpenteante carretera desembocaba en un laberinto de estrechas calles saturadas de callejuelas bordeadas de tiendas. Al fondo de una callejuela que olía a pastelillos recién horneados Daniella vio un pub que destacaba en una esquina, cuyas vigas negras sobresalían de las paredes enjalbegadas, en las que había incrustadas unas rechonchas ventanitas de un solo cristal.
—¿Esta es la clase de sitio que te gusta? —preguntó Mark.
—Vamos a averiguarlo.
El interior era tan oscuro como los robustos travesaños bajos del techo… tan oscuro que los clientes repartidos por los distintos rincones solo se distinguían de los antiguos carteles de obras de teatro que adornaban las paredes por las conversaciones que mantenían entre sí. Una gruesa puerta daba paso a un pequeño patio enlosado donde había tres troncos rodeados de varios más pequeños, a los que habían añadido unos respaldos para transformarlos en asientos. Todo estaba decorado con publicidad de Budweiser. Mark pidió dos, le dio una a Daniella y vio cómo le daba un trago primero y otro después.
—¿Es lo bastante tranquilo? —preguntó.
Daniella cayó en la cuenta de que había caminado durante casi dos kilómetros sin sentirse incómoda con su silencioso acompañante, pero ahora le empezaban a entrar las dudas.
—Casi demasiado —respondió, y se dijo a sí misma que ya bastaba de comedirse—. Mark, ¿también escribes los artículos de portada de tu revista?
—¿Es solo una película, Ingrid? Cualquiera que tenga una historia peculiar que contar puede hacerlo. Este mes he escrito sobre las estrellas del porno que componen el reparto y el director también se desnuda.
—Prefiero no preguntar cómo lo averiguaste.
—Me enteré de un rumor y lo investigué. Todo cuanto tenga que ver con el mundo del cine me interesa.
Daniella pensó que aquella era la señal que estaba esperando, pero al final solo dijo:
—¿Estuviste presente?
—Durante un día entero de rodaje.
—¿También tuviste que desnudarte?
—Me perdonaron, pero me dijeron que podría haber participado en una parte de la película.
—Querrás decir que podrías haber hecho partícipe tu parte —dijo Daniella ensanchando la sonrisa que la había cogido con la guardia baja—. ¿Escribirías algo sobre una persona que tuviera relación con el cine en lugar de solo acerca de cine?
—Si sé que es verdad y lo bastante interesante, podría aventurarme.
—Es ambas cosas. —Dio otro trago de cerveza antes de posar la botella con una delicadeza que le hizo recobrar la confianza—. Después del funeral de mi padre, —comenzó—, pocas horas después, al anochecer, vi unos doce hombres alrededor de su tumba.
—¿Haciendo qué?
—Una especie de ritual. Alzaban cosas, pero no estoy segura de qué. Parecían bastones de mando.
—Lo viste.
—Solo quería estar un rato allí sola. Todavía no he sido capaz —admitió con repentina amargura.
—¿Te vieron ellos?
—Uno sí. —No podía revelarle el nombre a Mark, no sin pruebas—. Tomé casi entera la matrícula de su coche —dijo.
—Supongo que se la diste a la policía.
—Sí, dijeron que era robado, pero creo que no se referían al mismo coche que yo.
—Demasiada coincidencia.
—No me importa. Aun así podría ser.
—Oye, estoy de tu lado.
—Vale. Creo que el propietario del auténtico se habrá desecho de él, o eso o lo ha escondido si tiene otro coche.
—¿Cómo piensas averiguarlo?
—En ello estaba antes de que llegaras; el problema es que la policía no me quiere decir quiénes son los propietarios de los coches con el número de matrícula que yo vi, y los de la oficina de matriculación tampoco.
—No te he preguntado si le viste la cara a aquel hombre.
—Se la tapó con la mano. —Tuvo que contenerse para no irse de la lengua—. Necesito averiguar qué buscaban. Quizá lo consiga si el público conoce su existencia.
—Que es para lo que me habías llamado.
—Eres el mejor periodista que conozco.
—¿De entre cuántos?
—De entre demasiados si no fueras tú el mejor.
—¿Mejor incluso que Bill Trask?
—En concreto mejor que él y que todo su periódico.
Mark sonrió (Daniella no sabía si por sus halagos o por su evidente iniciativa) y en seguida recuperó su tono formal.
—Supón que lo que sabes sale a la luz —dijo—. ¿No tienes miedo de que esa gente intente cerrarte el pico?
—Si todos tus lectores supieran de ellos creo que se les quitarían las ganas de intentar nada.
Mark se quedó mirando a Daniella hasta hacerle pensar que lo siguiente que saldría de los labios del periodista no tendría nada de prosaico:
—Veré si puedo hablarlo con mi editora. Puede que necesite volver a verte si recuerdas algo más.
Daniella vio a Alan Stanley mirándola a través de la mano que utilizó como máscara.
—¿Cuándo crees que podría publicarse? —dijo.
—En el próximo número ya no, así que no saldrá por lo menos antes de seis semanas.
Debió de mostrarse más desilusionada de lo que consideraba normal a su edad, puesto que Mark le dijo para consolarla:
—Si no me deja, siempre queda la crónica sobre tu padre.
—¿También habrá que esperar seis semanas?
—Yo diría que más. —Sintió la misma decepción que Daniella y señaló a la botella que ella se estaba acabando—. ¿Otra?
—Ya he tornado bastante, gracias.
—Te invitaría a comer pero no puedo posponer el viaje a Bradford.
—No importa, estoy escribiendo un pequeño ensayo.
—Espero no haberte hecho perder mucho tiempo.
—Eres una gran ayuda para mí, Mark.
El crítico no sabía si darle la razón. Retiró su silla, que rechinó sobre las losas, y caminó delante de Daniella a través de la mascullante penumbra en que se encontraba el pub. Cuando salieron a la calle, Daniella le susurró:
—Gracias por no decir que son imaginaciones mías.
Mark pestañeó; Daniella no supo si por lo que le había dicho o por el sol que hacía.
—¿Por qué iba a hacerlo?
—Hay quien piensa que todo está en mi cabeza.
—No veo por qué.
Daniella quiso refugiarse con él en algún otro lugar apartado para ver si tenían más cosas de las que hablar, pero Mark ya había tomado rumbo a la calle principal. Todavía se encontraban dentro de la muralla de la ciudad cuando empezaron a caminar hacia el aparcamiento que había junto al Trencher.
—La última vez me fijé en que tienes que vivir aquí para poder aparcar en tu calle —dijo Mark.
—La próxima vez te daré un letrero que diga que has venido a verme.
—Espero que sea pronto.
—Yo también —dijo Daniella despidiéndose con una sonrisa y un breve gesto con la mano.
Apenas se fijó en la muchedumbre y en el calor de camino a casa. Se conformaba con pasear sin pensar en nada. Cuando pasó bajo el arco de Micklegate Bar sus pisadas se hicieron más rápidas y rotundas, igual que las que le seguían. Se obligaba a sí misma a no sentirse perseguida, cuando una voz conocida le tomó la delantera.
—¿Era él, verdad?
—Hola, Blake. —Deseó no haberse visto obligada a preguntar—: ¿Quién?
El gesto torcido de su exnovio se deformó todavía más.
—El tipo con el que te fuiste.
—¿De qué estás hablando? ¿Cuándo?
—La noche que quedarnos junto al lago.
—La noche que me dejaste tirada, querrás decir. No veo por qué tendría que explicarte nada, pero aquella noche no le vi, así que no lo utilices a él como excusa.
Blake enarcó la ceja izquierda, entrecerró el ojo y torció la comisura de la boca del mismo lado.
—¿Entonces de quién tengo que tener cuidado?
—No recuerdo haberte avisado nunca sobre nada —replicó Daniella sin bajar la voz cuando una pareja de turistas ordenó a sus hijos que se alejaran de ellos en seguida—. Excepto de que no me trataras en público como si te perteneciera.
—Ya te he pedido perdón por eso, dos veces.
—Tuviste que disculparte dos veces; además, ¿qué es eso de que tienes que tener cuidado?
—Alguien me llamó por teléfono aquella tarde y me dijo que ya había alguien en tu casa y que mejor me mantuviera alejado de ti a menos que quisiera… ¿cómo dijo…? que mi carrera llegara a un inesperado final.
El olor a pan de la panadería que Daniella tenía a sus espaldas empezó a volverse de repente demasiado dulce y espeso para su garganta.
—¿Quién era?
—No me lo dijo. Hablaba susurrando.
—¿Por qué no… Por qué ni siquiera me llamaste?
—Lo intenté un par de veces pero nunca conseguía comunicar con tu número.
—Deberías haberlo intentado más veces —dijo Daniella sin estar del todo segura de lo irracional que estaba siendo… Quizá tan irracional y confusa como se estaba volviendo el mundo—. Vale, no sé nada del tema. No había nadie pero de todas formas hemos terminado, además he oído que ya te has buscado a otra.
—Je importa?
—En absoluto. Me alegro por ti. Ahora, lo siento pero tengo trabajo que hacer —dijo, y acto seguido desapareció a paso ligero bajo el sol, que era otra de las razones por las que tenía la garganta áspera nada más después de tomar la cerveza. Todavía no quería darle muchas vueltas a la historia de Blake; solo podía pensar en todo lo que había hablado con Mark. Sentía como si el crítico le hubiera hecho darse cuenta de que había estado intentando negarse a sí misma.