Los dos muchachos y Pinki llegaron a la escuela de Blazeditch cerca de la medianoche. Eric quedó sorprendido de la asombrosa fuerza del multimorfo para llevar el cuerpo de Elliot a rastras. Sin su colaboración, probablemente hubiesen tardado el doble de tiempo en llegar. Por supuesto, también ayudó el hecho de que Elliot recuperase la consciencia a la entrada de la capital del Fuego.
La temperatura había descendido notablemente y el frío traspasaba sin problemas sus finas túnicas veraniegas. No obstante, era Elliot quien tiritaba intensamente a causa de la fiebre cuando llamaron al portón de la escuela.
—¡Muchachos! ¿Qué estáis haciendo ahí? Deberíais estar en vuestros hogares, con la familia… —exclamó el señor Humpow, quien quedó sorprendido al ver los labios amoratados de Elliot—. ¿Y a ti qué te ha pasado?
—¿Nos deja pasar? —preguntó Eric, sin poder impedir que sus dientes rechinaran mientras hablaba—. Elliot está bastante grave. Recibió un dardo envenenado en la pierna.
—¡Por los cuatro elementos! ¿Se puede saber en qué lío os habéis metido? —gruñó el señor Humpow, mientras se prestaba a ayudar a Elliot a caminar.
Sin perder un solo segundo, el guardián de la escuela condujo a los muchachos por los pasadizos secretos de la escuela. Eric apenas tuvo tiempo de explicarle lo sucedido, pues en menos de cinco minutos se encontraron en Refugio de Mascotas.
—¡Dardos envenenados! Tienes suerte de haber llegado aquí con vida, chico —dijo el señor Humpow mientras removía nerviosamente un montón de tarros que había escondidos en un armario bajo.
Finalmente, el guardián de la escuela tomó un pequeño recipiente y comenzó a preparar un antídoto sobre la marcha.
—No sé de qué veneno se trata, pero creo que esto servirá —dijo plenamente convencido—. Un bezoar es imprescindible, pero no suele curar todos los venenos. Para intensificar su acción, le echaremos dos medidas de té fuerte… Un poco de extracto de esta orquídea seca… Y lo mezclamos con agua de coco. Sí, un poco de agua de azahar servirá para aromatizarlo, además de para relajarte.
Cuando estuvo todo preparado, inclinó ligeramente la cabeza de Elliot para que pudiese ingerir el brebaje. Pese al agua de azahar, la mueca de asco no se hizo esperar en el rostro del muchacho. Si bien es cierto que el primer trago lo hizo torpemente, el resto del antídoto fluyó con bastante más rapidez. Los primeros síntomas comenzaron a apreciarse casi al instante.
Aunque Elliot se sintió terriblemente cansado, los sudores desaparecieron y la fiebre fue remitiendo con relativa rapidez. Pasaron los minutos y hasta Pinki notó la mejoría en su amo, posándose sobre su hombro.
—Deberías irte a descansar —sugirió el hombrecillo, al tiempo que recogía un poco su mesa.
—Muchas gracias, señor Humpow. Creo que lo mejor será que recojamos nuestras cosas y nos marchemos a Hiddenwood cuanto antes —aceptó Elliot con educación, cada vez sintiéndose mejor—. Bueno, Eric, tu irás a Fernforest, ¿no?
—Supongo que sería lo correcto —titubeó el aludido—. Aunque no me importaría pasar un par de días en tu nueva casa. Aún no la conozco y si me aceptases…
Elliot miró sorprendido a su recién recuperado amigo.
—¡No se hable más! —exclamó radiante de alegría—. ¡Puedes quedarte cuantos días quieras!
El señor Humpow miraba estupefacto a los dos muchachos. Habían dejado de hablarse hacía algún tiempo y ahora se los veía como los dos buenos amigos que eran, sin odios ni rencores (como debería ser).
—Tengo la impresión de que ese veneno ha sido más beneficioso que pernicioso… —musitó, acariciando la cabeza de Pinki, que había ido a posarse sobre su brazo. Inmediatamente, recobró la compostura—. Bien, será mejor que nos pongamos en marcha antes de que Frígida Iceheart os encuentre merodeando por aquí… Y a Pinki también.
El loro batió las alas, pero no pronunció ningún chillido, consciente de que Iceheart podía ordenar que fuese incluido en el menú de Navidad en detrimento del pavo.
Apenas diez minutos después, los jóvenes aprendices fueron guiados hasta el portentoso espejo de la escuela de Blazeditch. Sería el propio señor Humpow quien ejecutaría el hechizo que les transportaría hasta el dormitorio de Elliot. Pero antes, el guardián de la escuela posó sus manos sobre los hombros de los muchachos en un gesto cariñoso de despedida. Elliot aprovechó para dirigirle una mirada de agradecimiento y éste le devolvió un torpe guiño. Había llegado la hora de volver a casa.
—Ad Elliot Tomclyde dormitorium!
Instantes después, los dos muchachos y Pinki eran absorbidos por el espejo. Cuando asomaron la cabeza por el otro extremo, vieron que sobre el alféizar de la ventana se acumulaban unos cuantos copos de nieve. El gran astro no tenía fuerzas para asomarse entre las grises nubes que cubrían el cielo de Hiddenwood. Por ello, y a pesar del cambio horario que existía entre Blazeditch y la capital de la Tierra, a los chicos no les fue posible despedirse de él por segunda vez en el mismo día.
—¡Mamá! ¡Papá! ¡Ya estoy en casa! —gritó Elliot desde su dormitorio, tras abrir la puerta.
Los señores Tomclyde no se encontraban en casa en aquel momento. Aún tardaron más de una hora en aparecer, tiempo que aprovechó Elliot para enseñarle a Eric todos los recovecos de la casa. En cuanto se adentraron en la cocina, Elliot le preparó a Pinki una generosa ración de galletitas de cereales, tal como le había prometido; el loro se abalanzó sobre el plato enseguida.
—En mi opinión, la única pega que encuentro es la vista que tengo desde aquí —apuntó Elliot, cuando hubieron recorrido la totalidad de las habitaciones y habían regresado a la suya.
—¡Caramba! Sí que es tétrica aquella casa —convino Eric cuando vio la morada de los vecinos como si creciese entre las zarzas y la hiedra. Además, como estaba anocheciendo, el lugar resultaba aún más sombrío.
El hecho de que Eric se instalase durante unos días en la casa de los Tomclyde no supuso ningún contratiempo para la cena. La señora Tomclyde, sabedora de que aquel día estaba previsto el regreso de Elliot, había preparado una deliciosa cena en El Jardín Interior. Degustaron una sabrosa tempura de verduras, acompañada de un pan con pasas recién horneado; también disfrutaron de unas jugosas berenjenas rellenas de verdura y queso feta.
A tenor del menú, no cabía ninguna duda de que se encontraban en una ciudad del elemento Tierra. En cualquier caso, teniendo como asesora a la señora Pobedy no había lugar para las protestas. Todo lo que se había preparado estaba realmente exquisito, aunque no fuesen suflés.
—Y para el postre, helado de fresas naturales —anunció la señora Tomclyde cuando ya hubieron dado buena cuenta de los anteriores platos.
Durante la comida (y después de ella), los cuatro charlaron animadamente. Los muchachos no hicieron grandes comentarios sobre el aprendizaje, y mucho menos sobre las diferencias que acababan de superar. También Elliot «olvidó» hablar sobre la aventura que había vivido unas horas atrás. Por el contrario, la señora Tomclyde no paró de enumerarles cuantas recetas había aprendido ya y lo entretenido que estaba el ambiente por El Jardín Interior.
—Nadie diría que Tánatos anda suelto, la verdad —llegó a afirmar el señor Tomclyde.
Elliot se alegró al ver que sus padres disfrutaban viviendo allí, sobre todo su madre. Sabía que para su padre, rodeado de tanta naturaleza, no había mejor lugar que Hiddenwood.
—¿Te acompañan muchos duendes en tus paseos al bosque? —inquirió de pronto Elliot.
—Alguno que otro —respondió su padre—. Son unos personajes curiosos y muy serviciales. Por cierto, no ha pasado una semana sin que vuestro amigo Gifu me preguntara por vosotros.
—¿En serio?
Los dos muchachos habían hablado al unísono.
—¿Viene mucho por aquí? —preguntó Elliot inmediatamente después.
—Muy a menudo —confirmó el señor Tomclyde—. Él mismo se encarga de cuidar nuestro jardín. Creo que deberíais hacerle una visita cuando tengáis un poco de tiempo.
Se hacía tarde y los jóvenes aprendices apenas podían contener sus bostezos, por lo que decidieron irse a la cama. Con paso cansino, pues la jornada había sido extraordinariamente larga, los dos muchachos subieron las escaleras. Eric se alojaría en la habitación de Elliot, donde habían instalado una cama plegable. No obstante, dormiría como un lirón, pues estaba rendido. Al día siguiente irían en busca de Gifu y Merak, y harían una visita a Úter… Seguro que se llevaban una buena sorpresa.
Cuando amaneció, Elliot se sentía completamente renovado. Nadie hubiese imaginado que el día anterior había padecido los efectos de un antiguo veneno. Precisamente, una ligera molestia en su pierna era el único vestigio de ese envenenamiento. Así pues, después de un generoso desayuno, los muchachos y Pinki marcharon en busca del duende Gifu. Era sábado y seguro que aún estaba remoloneando en su menuda cama.
Cuando salieron de casa, se llevaron la primera sorpresa del día: Hiddenwood estaba completamente nevado. Habían permanecido tres meses bajo el sol abrasador de Blazeditch y toparse con una fría capa de nieve de casi medio metro de espesor supuso una agradable sensación. Durante el trayecto que siguieron hacia la vivienda del entrañable duende, los dos amigos no cesaron de jugar con la nieve y lanzarse grandes bolas mutuamente.
—¡Quién arma tanto alboroto a estas horas! —refunfuñó Gifu cuando los dos muchachos lo llamaron a voces al pie del árbol donde vivía. Tan pronto asomó su afilada nariz, sendas bolas de nieve le golpearon en el estómago sin contemplaciones—. Pero qué… ¡Elliot! ¡Eric! ¡Qué alegría volver a veros! El duende se apresuró a bajar. Se había puesto tantas bufandas, guantes y gorros de lana que parecía haber engordado más de diez kilos desde la última vez que se vieran. No puso ninguna objeción (raro en él) cuando le dijeron que se dirigían a la humilde casita del fantasma, aunque previamente querían ir en busca de Merak. Para evitar comerse la nieve que había por el camino, Gifu espolvoreó sus pies con un puñado de polvos mágicos. Así pudo caminar con tranquilidad sobre la nieve virgen, liviano como una pluma, sin temor a hundirse.
Por mucho que preguntó mientras paseaban, los dos aprendices mantuvieron sus bocas cerradas.
—Tenemos muchas cosas que contar —era lo único que decían para ponerle aún más nervioso.
Aunque el camino se alargó sobremanera, pues primero hubieron de adentrarse en las grutas donde vivía Merak, los muchachos no soltaron prenda durante todo el trayecto hasta que llegaron a la escondida cabaña de Úter. Afortunadamente, ya habían ido en otras muchas ocasiones y conocían muy bien dónde estaba ubicada, porque la nieve la había sepultado completamente y nadie que no fuese del lugar hubiera creído que bajo aquel manto espumoso se escondía la morada de Úter Slipherall.
Elliot practicó un eficiente hechizo descongelador que les permitió llamar a la humedecida puerta.
—¡Por los cuatro elementos! —exclamó el fantasma en cuanto los vio. Enseguida los invitó a pasar—. ¿Ya os han dado las vacaciones de Navidad?
—¿Cuánto tiempo hace que no sales de la cabaña? —preguntó Eric, que se acercó a la lumbre que había en la chimenea tan pronto cruzó el umbral y comenzó a frotarse las manos con fruición—. Caramba, Úter, nunca me acostumbraré a tus hechizos de ilusión.
—Yo que os iba a ofrecer unas tazas de té bien calentitas… —repuso el fantasma, poniendo un tono de decepción en la voz. Sin embargo, recobró con rapidez su habitual alegría—. En fin, imagino que tendréis muchas cosas que contar —aventuró entonces, flotando alegremente por el amplísimo recibidor.
La casa de Úter, aunque por fuera fuese una vulgar y destartalada cabaña de madera mohosa, por dentro era poco menos que un palacio. A ninguno de los visitantes les cupo ninguna duda de que el fantasma había vuelto a ampliar mágicamente la estancia, duplicando el número de muebles que había por habitación. Había colocado al menos un par de árboles de Navidad por cuarto, del dintel de todas las puertas colgaba un poquito de muérdago, las guirnaldas y los farolitos decoraban todos los techos… Incluso había generado una ilusión sobre un enorme cuadro en el que los personajes no cesaban de entonar «Jingle bells, Jingle bells, jingle all the way!». Úter había vuelto a decorar su vivienda para la temporada navideña.
No tardaron en acompañar a Eric y se sentaron en los amplios butacones que había junto al fuego que, curiosamente, desprendía un calor muy real.
—Vaya, Úter, por fin has conseguido que tus ilusiones sean un poco más útiles y reales —atacó Gifu, que no dejaba escapar la menor oportunidad. Estaba claro que no concedería treguas ni siquiera en Navidad—. Estas brasas son muy agradables. Ya voy entrando en calor…
—¿Ilusiones? —replicó indignado el aludido—. Mete la mano y verás, verás… Te voy a dar yo ilusiones.
—¿Es fuego de verdad? —preguntó Elliot entonces, sin poder contener su sorpresa.
—Ya lo creo que es fuego. Y lo del té calentito iba en serio…
Un cuarto de hora después, todos, excepto Úter, disfrutaban de una agradable taza de té con una fina rodajita de limón. Cuando el fantasma comprobó que los rostros de los recién llegados se habían vuelto sonrosados, reanudó la conversación:
—¿Qué tal os ha ido durante este trimestre en la escuela de Blazeditch? Espero que no os hayáis metido en problemas…
—Eso, eso, contad —animó Gifu, como si fuese un niño pequeño ansioso por que le contaran un cuento.
Elliot y Eric se miraron con rostros serios, aunque terminaron esbozando una sonrisa de complicidad. A Gifu, que seguía atentamente cualquier gesto, se le ensombreció la expresión y dijo:
—No me puedo creer que me haya perdido otra aventura. No…
Merak, tan callado como siempre, permanecía a la escucha.
—No se puede decir que hayamos vivido una «aventura» —aclaró Eric.
—Es cierto, creo que un puñado de ellas se aproximaría más a la realidad —puntualizó Elliot, para desencanto de Gifu.
—¿He oído lo que creo haber oído? —inquirió Úter, frotándose las orejas como si aquello fuese a servirle de algo.
—En realidad, vivir unas elecciones elementales fue toda una experiencia —añadió Eric, dando un sorbo a su taza de té antes de que se enfriase.
—Ah, bueno, si consideráis las elecciones una aventura, entonces la cosa no ha sido para tanto —intervino Gifu, recobrando su estado de ánimo y relajó sus músculos, que ya se habían quedado tensos.
—Aunque aún no lleva mucho en el cargo, ese Deyan Drawoc no termina de convencerme —comentó Úter, torciendo el gesto. Parecía que acababa de tragarse una pastilla tremendamente acida.
—A mí tampoco —apuntó Elliot, para asombro de los presentes—. Poco después de resultar elegido, el director Drawoc me llamó y tuve unas palabras con él en su despacho —reveló.
Acto seguido, Elliot contó a sus amigos el interés que tenía Deyan Drawoc por conocer de primera mano todos los detalles de las aventuras que habían vivido durante los dos últimos años. Evidentemente, no volvió a narrar sus peripecias a la hora de recuperar la Flor de la Armonía, la huida submarina tras rescatar a los pasajeros del Calixto III o el trágico incidente del Hipocampódromo, porque todos las conocían. Sin embargo, sí hizo especial hincapié en las reacciones del representante del Fuego cuando le contaba las diferentes historias. Elliot lo comparó con alguien que disfrutaba de un esperado estreno en el cine, acompañado por un gran cubilete de palomitas; desgraciadamente, sus amigos no sabían qué era el cine, y tardó más de cinco minutos en explicárselo.
—Así que estaba deseoso de conocer al gran Elliot Tomclyde —resumió Úter, haciendo un guiño.
—Qué suerte tienen algunos de ser famosos —persistió Gifu, con los brazos cruzados y esbozando una sonrisa bastante picara—. ¿Has visto cómo se lo pasan sin nosotros, Úter?
—Muy gracioso —le espetó Elliot. Pinki se fijó en la mueca de su amo y comenzó a revolotear peligrosamente sobre la cabeza del duende. El muchacho se quedó callado unos instantes y sonrió con denodada malicia antes de decir—: Además de contarle unas cuantas batallitas, conseguí sonsacarle valiosa información.
A partir de aquel momento, la atención de sus amigos se incrementó sustancialmente y se acabaron las bromas. El mismo Eric enarcó las cejas, sorprendido ante la afirmación de su amigo. Merak, impasible, permaneció de brazos cruzados.
—¿Has conseguido que Deyan Drawoc te dé información? ¿A qué esperas para contarlo?
—Fue gracias a mi labia… y al barril de vino que se bebió él sólito —adelantó Elliot, dándose un aire de cierta importancia—. Debo reconocer que me pareció un tanto presuntuoso, pues confesó que sus más directos rivales se retiraron al saber que él era uno de los candidatos.
—¿Dijo que se retiraron? —saltó indignado Úter—. ¡Eso es una falacia! ¡Qué desfachatez! ¡Qué vergüenza!
Todos se quedaron callados, mirando cómo Úter se ponía del color de una ciruela. Cuando se calmó un poco, el silencio sólo se vio interrumpido por el crepitar de las llamas que resplandecían en la chimenea.
—No… ¿No se retiraron? —preguntó Gifu, ante la exaltada reacción del fantasma. Resultaba obvio que aquella información no había llegado a todos los rincones de Hiddenwood.
—Pues claro que no —respondió, recuperando la compostura—. Se sospecha que Adnold Dowanhowee fue envenenado; por su parte, Kyung Cheming sufrió un ataque y fue encontrado aún con vida bajo los escombros de su casa. En cuanto a Shafiga Wyckoff, simplemente desapareció sin dejar rastro.
—Así que hubo interferencias en el proceso electoral —dedujo Merak, para quien todo aquello también era novedoso.
—Eso es lo que se rumorea —confirmó Úter.
—Aún había otra candidata, ¿no? —recordó Eric, pues su padre había seguido muy de cerca el período electoral.
—Si te refieres a Meredith Lowery, nadie en su sano juicio la hubiese votado —resolvió Úter tajantemente, antes de añadir—: Y a Deyan Drawoc, tampoco. Pero no había más remedio que celebrar las elecciones.
—¿Y no se podían haber suspendido? —inquirió Elliot, como si aquello hubiese sido lo más natural—. Podrían haberse celebrado ahora, o en un par de meses…
Pero Úter movió la cabeza de un lado a otro.
—¿Crees que con Tánatos suelto ésa sería una buena opción? ¿Medio año con el Consejo de los Elementales sin representante del Fuego? —Estaba claro que Úter no esperaba respuestas, porque fue él quien siguió hablando—. No, amigo mío. Por desgracia había que celebrarlas. Además —añadió—, Adnold Dowanhowee y Kyung Cheming aún no se han recuperado del todo; y Shafiga Wyckoff sigue sin aparecer.
—Entonces, si las elecciones había que celebrarlas y sólo quedaban los candidatos más débiles… ¡Tánatos ha salido beneficiado! —resumió Eric.
—Tánatos salió beneficiado el día en que las aguas se tragaron a Aureolus Pathfinder —le corrigió el fantasma—. Encontrar un sustituto que estuviese a su altura era una tarea tremendamente complicada. Y Drawoc…
Úter volvió a mover la cabeza de un lado a otro. Su decepción por el candidato electo era patente, aunque aún no sabía lo peor de todo.
—En cualquier caso, habías dicho que le habías sacado valiosa información… —Gifu cambió de tema, aprovechando que Úter había mencionado al nuevo representante del Fuego otra vez. Elliot asintió.
—Le pregunté sobre su programa electoral —anunció—. En realidad era información valiosa para mí, porque quería saber cómo era el director Drawoc como persona —se apresuró a agregar Elliot—. Supongo que para ti no será ninguna novedad —le dijo a Úter.
—¿Te habló del programa electoral? —preguntó Úter, a punto de atragantarse.
—Incluso se ofreció a repartir unos panfletos por la escuela…
—Pues yo no recibí ninguno —apostilló Eric.
—De verdad que me estás dejando atónito —dijo el fantasma, sin ocultar su estupefacción—. Y, ¿se puede saber en qué consistía su propuesta electoral? Creo que ni los miembros del Consejo la saben aún. Con la de problemas que hay, al parecer no dice más que tonterías y banalidades.
—Eso mismo me pareció a mí —convino Elliot. A continuación explicó el cambio de denominación de la disciplina de Fogohechizos, las mejoras en las comidas y que incluso se planteaba el cambio de capital del Fuego.
—¡Absurdo! —volvió a gritar Úter, otra vez fuera de sí—. Blazeditch ha sido la capital toda la vida y este inútil no la va a cambiar así porque sí.
Fue entonces cuando Elliot decidió abordar el tema verdaderamente importante.
—Además, en su despacho tenía un buen puñado de periódicos. Sin embargo, no parece inquietarle en exceso el tema de las momias.
—¿Momias? —preguntó Gifu, viendo que aquello se ponía cada vez más interesante.
—¿Qué sabéis de las momias? —preguntó entonces Úter, comprobando que los muchachos sabían mucho más de lo que él se imaginaba al principio.
—Yo no sé gran cosa… —advirtió Eric—. Por aquel entonces no nos hablábamos. —Esto último lo dijo tan bajo que sólo se pudo enterar el cuello de su túnica.
Elliot contó entonces qué opinaba Deyan Drawoc sobre las momias. Según el director eran una cosa del pasado y los recientes rumores no eran otra cosa que «infantiles cuentos redactados por un periódico».
—No se le veía muy decidido a tomar medidas al respecto, y desde luego que se equivoca —terminó Elliot.
Úter lo miró seriamente.
—¿Por qué dices que se equivoca?
El silencio volvió a invadir la estancia. Elliot sabía que había llegado el momento de aclarar muchas cosas y de revelar ciertos detalles que, hasta el momento, sólo él conocía.
—Porque yo las he visto —confesó con voz queda y la vista gacha.
Las palabras de Elliot significaron poco menos que la apertura de la caja de Pandora. Úter salió disparado como un artefacto pirotécnico y perforó el techo con su cabeza; Gifu aplaudió con fuerza porque iba a oír una aventura de verdad, mientras que Eric había puesto los ojos en blanco, sin dar crédito a lo que acababa de oír. Merak se cayó al suelo del susto y Pinki, por su parte, se unió a la fiesta revoloteando alegremente por la habitación al tiempo que gritaba toda clase de palabras malsonantes.
Al final, Úter logró sacar la cabeza de la montaña de nieve que cubría su cabaña (no supuso un gran esfuerzo para él) y volvió a plantarse a la altura de los demás.
—¿Puedes repetir eso? —dijo al cabo.
—¿Que si he visto las momias? —preguntó Elliot con indiferencia—. Sí, claro que las he visto. Y Pinki también…
—¡Momias, momias! —exclamó el loro cuando Elliot se refirió a él—. ¡Apestosas!
—¿Te refieres a cuando saliste de la pirámide? —preguntó Eric después de atar unos cabos.
—Pinki llegó en el momento oportuno —confirmó Elliot una vez más.
—¿Se puede saber de qué estáis hablando? —preguntó Úter, perdiendo la compostura de nuevo.
Entonces Elliot procedió a explicarlo todo desde el principio. Reveló cómo había llegado a Blazeditch ansioso por ver a Sheila, y cómo ella lo había ido envolviendo poco a poco hasta conseguir aislarle completamente de Eric.
—De hecho, Eric y yo dejamos de hablarnos hasta hace un par de días —confesó Elliot definitivamente, haciendo un pequeño paréntesis, refiriéndose a las anteriores palabras de Eric.
Elliot retomó la historia revelándoles todo lo que Deyan Drawoc sabía sobre las momias y su falta de interés en el tema por considerarlo improbable. Después intervino Eric, informando sobre sus sospechas respecto a Sheila y el grupo que habían formado. La información iba cayendo como grandes goterones en un día de pesada lluvia. Tanto Úter como Merak y Gifu iban quedando empapados de contenidos y datos que los dejaban de piedra. Desde luego, viendo a los dos amigos juntos, contando aquella historia como si tal cosa, no se podían creer que hasta hacía dos días no se hubiesen dirigido la palabra.
—Espera, espera, espera —los interrumpió de pronto Gifu. Elliot acababa de llegar al punto en el que se quedaba solo en el interior de la misteriosa pirámide—. ¿Quieres decir que Sheila te ha traicionado?
—Me temo que sí —confirmó Elliot.
—¿Cómo es posible? Parecía una gran chica… —intervino Merak.
—Esto que dices es sorprendente —apuntó Úter, que se mesaba el cabello nerviosamente—. Estoy con Merak en que Sheila era una buena chica. Además, os conocíais desde el primer día que llegaste a Hiddenwood.
—Incluso antes —corrigió Elliot—. Por aquel entonces yo estaba en el campamento de Schilchester.
—Y sin embargo te abandonó a tu suerte… —Úter hizo una breve pausa—. Está claro que le ha tenido que suceder algo.
—¡Evidentemente! —exclamó Eric en defensa de su amigo—. No es oro todo lo que reluce.
—No lo creo así —negó Úter—. Creo que a esa chica le ha sucedido algo. ¿El qué? No lo sé. Pero sería conveniente averiguarlo…
—¿Insinúas que hable con ella después de lo que me ha hecho? —preguntó Elliot con indignación.
—Dale un tiempo, Elliot. Tómatelo tú también —le recomendó el fantasma—. No espero que lo comprendas, pero tal vez más adelante muestre su arrepentimiento.
—¡No pienso volver a salir con ella!
—Elliot, nadie te pide que vuelvas con ella —dijo Merak con mucho temple y voz muy sosegada. Al igual que Úter, sus muchos años le habían dotado de mucha experiencia en la vida—. Simplemente, creemos que no sería mala idea que algún día, en el futuro, pudieras hablar con ella. Nada más.
Elliot dijo que no tenía intención de brindarle siquiera esa oportunidad, y prefirió seguir contando su experiencia en la pirámide. Cuando comenzó a describir los peligros a los que había tenido que hacer frente, todos los amigos contuvieron la respiración. Incluso Pinki se mostró atento y reprimió sus agudos gritos hasta que Elliot lo identificó como su salvador. Entonces, como si no pudiese aguantarse ni un segundo más, rompió la tensa atmósfera con insultos contra las momias.
—¿Te das cuenta de que podrías estar hablando del escondite de las momias? —aventuró Gifu, como si aquel hecho les permitiese ir a combatirlas e iniciar así una nueva aventura.
Úter captó al instante el mensaje subliminal del duende y no se mordió la lengua.
—El desierto no es territorio de duendes —le espetó. Mientras Gifu le dirigía una mueca desagradable al fantasma, Merak se dispuso a formular una interesante pregunta:
—¿Creéis que podría existir alguna relación entre las momias y los ataques sufridos por los candidatos a representante del Fuego?
—Ésa es una muy buena pregunta —afirmó Úter—. En cualquier caso, sólo podríamos hacer conjeturas… Deyan Drawoc tenía razón al indicar que las momias eran unas fieles seguidoras de Tánatos. Recuerdo aquella época como si fuera ayer mismo —dijo en tono melancólico—. Tánatos había formado un numeroso ejército de momias que tenían como objetivo infundir el terror entre las personas. Las poblaciones humana y elemental eran asediadas sin cuartel. Había ataques casi a diario y nadie encontraba un remedio para ponerles freno.
—Pero al final fueron derrotadas —adivinó Eric.
—No —negó categóricamente Úter—. Nunca se encontró un remedio para luchar contra ellas.
—Pero entonces… —comenzó a decir Elliot.
—Se derrotó a Tánatos —le interrumpió Úter de nuevo—. Muy posiblemente, el hecho de encerrar a Tánatos en Nucleum, aislado de sus poderes, rompió ese lazo existente entre las criaturas y su perverso amo. Sin embargo, está claro que esa solución no iba a durar eternamente. Parece ser que Tánatos está recuperando sus antiguos lazos y, sí —dijo dirigiéndose al gnomo—, no sería de extrañar que las momias tuviesen algo que ver con los ataques a los candidatos.
—También está el suceso del Museo Egipcio —se apresuró a comentar Elliot, recordando las noticias de los periódicos.
—Es cierto —convino Úter—. Hasta ahora nos faltaba la prueba tangible de que las momias estaban otra vez en activo. Esa prueba la ha aportado Elliot. Me encargaré personalmente de informar de todos estos detalles a los miembros del Consejo. A los miembros útiles, me refiero. No va a ser fácil que puedan intervenir, pero es bueno que estén sobre aviso.
Fue entonces cuando Eric se acordó de un hecho. Algo que había sucedido hacía unas pocas semanas y que, por algún extraño casual, su mente había dejado olvidado en un rincón.
—Aquel hombre estaba completamente deshidratado y tenía la mirada perdida —concretó Eric, cuando terminó de describir el suceso del hombre que encontró en el vestíbulo de la escuela de Blazeditch. Les contó que, al parecer, buscaba al representante del Fuego; además, pronunció otras palabras completamente inconexas entre sí—. Si mal no recuerdo, habló de una «momia» y de «Sandy Ground».
—¿Sandy Ground? —dijo Úter, poniendo cara de extrañeza—. Parece el nombre de una localidad, pero no me suena de nada…
—¿Y dices que habló de momias? —preguntó Gira, expectante.
En ese preciso instante, el enorme reloj de pared que había en el salón anunciaba la hora del almuerzo con unos sonoros timbales.
—¡Ya es la una! —exclamó Elliot con incredulidad—. ¡Se supone que teníamos que estar sobre esta hora en casa para comer! —Estas últimas palabras las dirigió a Eric, con tono de preocupación—. Úter, podemos…
El fantasma dirigió una severa mirada, con el ceño fruncido, a los dos muchachos. Sabía muy bien que le estaban pidiendo utilizar el espejo para regresar a casa inmediatamente. Cuando iba a protestar, los jóvenes aprendices insistieron en que no sucedería nada malo y su rostro se enterneció.
—Está bien, podéis usarlo por esta vez —dijo con tono condescendiente—. Pero no os acostumbréis, porque no habrá una próxima —se apresuró a añadir.
Eric permaneció con los Tomclyde hasta el último día del año. Precisamente la mañana del 31 de diciembre llegó una carta de los Damboury en la que le echaban en cara a su hijo que ya era hora de regresar a Fernforest. Según su madre, ya había abusado en exceso de la hospitalidad de su amigo.
Pese a contar con Gifu, quien a diario visitaba a los Tomclyde, el resto de las vacaciones resultaron un poco apagadas. Elliot dedicó las mañanas a realizar las tareas y prácticas que les habían encomendado en la escuela del Fuego, mientras que por las tardes disfrutaba de la compañía del duende.
Un par de días antes de regresar al calor de Blazeditch, Elliot se cruzó con Goryn. El siempre agradable maestro de Naturaleza en la escuela de Hiddenwood seguía mostrando el mismo rostro afable que descubriera la primera vez que lo vio a orillas del lago Saint Jean. Lucía su habitual túnica negra y seguía sin crecerle un solo pelo en su despejada cabeza.
—¡Elliot! —saludó al ver al muchacho—. ¡Qué alegría verte!
El aprendiz acudió rápidamente hasta la puerta de El Jardín Interior, de donde salía su antiguo maestro.
—¿Qué tal te van las cosas por Egipto? —Fue su primera pregunta.
—Bueno… —respondió Elliot un tanto dubitativo. Acto seguido, comenzó a explicarle que prefería la forma de dar clases en Hiddenwood. Añoraba las cuevas del maestro Silexus y los hermosos bosques de las lecciones de Naturaleza—. Realizar el aprendizaje encerrados en una pirámide no es muy estimulante que digamos.
—Ya veo —asintió Goryn—. Por cierto, te dará clases la maestra Palma, ¿no? —El hechicero cambió de tema—. Coincidí con ella en mi etapa de aprendizaje. Es una buena mujer.
Pero Elliot respondió con una nueva crítica.
—Sinceramente, no comprendo por qué estudiamos la asignatura de Naturaleza en el desierto —afirmó—. A decir verdad, la mayoría de la gente la considera una disciplina completamente inútil y fuera de lugar.
—¿En serio? —preguntó Goryn, sorprendido.
Elliot asintió con vehemencia.
—Hum… Creo que cuando Aureolus Pathfmder dirigía la escuela, las clases de Naturaleza tenían lugar en un espléndido oasis. Escribiré a Ewa y le dejaré caer esta idea —anunció, casi hablando para sí mismo—. Tengo entendido que con Deyan Drawoc gozáis de más libertad, ¿no es así?
Elliot volvió a asentir, deduciendo casi al instante que Goryn había hablado recientemente con Úter. En cualquier caso, esperaba que las gestiones de su antiguo maestro diesen fruto. De lo contrario, seguirían soportando las aburridas lecciones de Naturaleza en la pirámide.