El viajero

Los silenciosos copos de nieve descendían como una cortina blanca mientras el profesor Paul Jairus cruzaba a toda prisa el lúgubre arco de entrada al campus desierto de Fort College.

Salpicaba al pisar la nieve pastosa con los zapatos cubiertos por los protectores de goma. Se levantó el cuello del grueso abrigo hasta el ala del calado sombrero de fieltro, volvió a meter las manos en los bolsillos y apretó los puños helados.

Caminaba tan deprisa como podía, intentando evitar que el agua gélida le mojase los pantalones y los tobillos. Despedía nubecillas de vaho por los labios. Levantó la cara, casi blanca, para mirar la imponente fachada de granito del Centro de Ciencias Físicas, situado al otro lado del amplio recinto, pero la agachó para protegérsela del viento cortante. Giró la curva del paseo a toda prisa y dejó atrás la hilera de árboles esqueléticos cuyas ramas frágiles y negras arañaban el aire helado.

El viento parecía empujarlo en sentido opuesto a su destino. A Jairus casi le pareció que luchaba contra él. No eran más que imaginaciones suyas, por supuesto. El vivo deseo de superar cuanto antes los pasos preliminares solo hacía que le parecieran más difíciles. Estaba nervioso. A pesar de haberse preparado y concienciado hasta la saciedad, lo entusiasmaba la mera idea de lo que pronto presenciaría. No podía competir con el poder que tenía el viento de helar o la nieve de cubrirlo todo de blanco.

O la mente de advertirlo.

Jairus llegó al enorme edificio. Le hizo de parapeto del viento, y alzó los ojos oscuros. Flexionó los dedos con impaciencia dentro de los bolsillos y sintió un fuerte impulso de echar a correr. Tenía que controlarse: si les parecía demasiado nervioso, tal vez cambiaran de idea y no le permitieran ir. Después de todo, tenían responsabilidades. Inspiró hondo y sintió el aire frío en los pulmones. Cuando desapareciese la fascinación inicial, volvería a ser la misma persona racional de siempre. Aquella situación era única, así que era lógico que alterase su estabilidad habitual. Pero estar tan nervioso resultaba ridículo.

Empujó la puerta giratoria y entró en el edificio. Estuvo a punto de suspirar de placer cuando se sintió envuelto por el aire cálido. Se quitó el sombrero y lo sacudió en el suelo de mármol para quitarle la humedad. Se desabrochó el abrigo, torció a la derecha y avanzó por el largo pasillo. Las suelas de goma chirriaban.

«Y pensar que ocurrirá en menos de media hora. —La idea le aguijoneaba la cabeza, y la sacudió. No había palabras para explicar la importancia de lo que iba a hacer—. Qué más da. Domínate y ya está. Tendrás que dominarte para resistir la acometida de los falsos sentimientos».

Casi al final del pasillo se detuvo delante de una puerta de madera clara y cristal esmerilado. Leyó rápidamente los nombres grabados en ella antes de empujarla.

«Dr. Phillips. Dr. Randall». Un espacio en blanco; habían suprimido algo hacía poco. Debajo, con letras rojas y pulcras, la palabra «Crono-transportación».

—Bueno, ¿lo ha entendido bien? —insistió el doctor Phillips—. No debe intentar influir de ninguna manera en el entorno.

Jairus asintió.

—Debemos recalcarlo —intervino el doctor Randall, sentado en su sillón—. Es fundamental. Cualquier intervención física en el entorno puede tener consecuencias funestas para usted. Y para… nuestro programa —añadió con un gesto.

—Lo entiendo perfectamente —respondió Jairus—. Pueden confiar en mi prudencia.

Randall asintió una vez y entrelazó los dedos de las manos, nervioso.

—Supongo que sabe lo de Wade —dijo.

—He oído rumores —contestó Jairus—, pero nada concreto.

—Perdimos al profesor Wade en la última transposición —terció con solemnidad el profesor Phillips—. La cámara regresó sin él, así que tenemos que suponer que ha fallecido.

—Eso fue a principios de septiembre —dijo Randall—, Hemos tardado más de dos meses en convencer a la junta de que nos deje volver a intentarlo. Si fracasamos esta vez… Bueno, será el final.

—Lo comprendo —contestó Jairus.

—Eso espero, profesor, eso espero —añadió Phillips—. Hay mucho en juego.

—Bueno, vamos a dejar de hundirlo. —Randall esbozó una sonrisa cansada—. Creo que también sabe que mucha gente daría la vida por ver lo que verá usted.

—Lo sé —contestó Jairus. «También sé que hay mucha gente imbécil», pensó.

—Así pues, ¿nos vamos? —preguntó Randall.

Las pisadas de los tres hombres resonaron en el pasillo de camino al laboratorio. Jairus se metió las manos en los bolsillos del abrigo y no dijo nada, salvo para contestar brevemente a las preguntas que le hacían. Randall le habló de la pantalla del tiempo.

—Hemos descartado la cámara por ser un vehículo peligroso para viajar, así que utilizará una pantalla circular de energía que lo hará invisible a los demás. Usted tiene la capacidad de romper la pantalla, pero creo que ya le hemos dejado claro lo peligroso que sería.

—Insisto en que debe permanecer dentro de los límites de la pantalla —le repitió Phillips—. Tiene que quedarle claro.

—Sí —contestó Jairus—, entendido.

—Como medida adicional —prosiguió Randall—, hablará con nosotros a través de un comunicador que llevará en el pecho. Así nos irá transmitiendo la información a medida que la observe. Además, si le preocupa algo, si nota cualquier indicio de peligro…, bueno, solo tiene que decírnoslo y lo traeremos de vuelta al instante. En cualquier caso, su… visita, por llamarla de algún modo, no durará más de una hora.

«Una hora —pensó Jairus—. Tiempo de sobra para desmentir las falacias de la historia».

—Con su salud, su educación y sus conocimientos —decía Randall—, no creo que tenga dificultades.

—Hay algo que me gustaría saber —repuso Jairus—. ¿Por qué se han decidido por este acontecimiento en concreto?

Randall se encogió de hombros.

—Quizá porque casi estamos en Navidad.

«Qué asco de sentimentalismo», pensó Jairus.

Empujaron las pesadas puertas metálicas del laboratorio y Jairus vio a unos cuantos estudiantes de posgrado moviéndose alrededor de una plataforma metálica situada sobre unas barras conductoras que formaban un lazo. Los estudiantes de bata blanca configuraban y ajustaban lo que parecían unos focos de colores dirigidos a un punto de la plataforma.

Phillips se metió en la sala de control y Randall acompañó a Jairus hasta la plataforma y se lo presentó a los estudiantes. Después hizo las últimas comprobaciones tanto de la plataforma como de las luces. Jairus esperaba a su lado, nervioso a pesar de la disciplina que se imponía, y el corazón le latía tan fuerte que le temblaba todo el cuerpo.

«Ahora, mucho cuidado —se dijo—; no te impliques emocionalmente. Así, eso está mejor. Es emocionante, sí, pero solo como logro científico, no lo olvides. Lo maravilloso es la visita en sí, no el momento que voy a visitar. Años de estudio lo han dejado claro: no es nada».

Se repitió aquello una y otra vez mientras estaba en la plataforma con las manos temblorosas y veía desaparecer el laboratorio como si estuvieran borrándolo. El corazón le latía con violencia y era incapaz de tranquilizarse con argumentos racionales. «No es nada, no es nada no es nada. No es más que una ejecución, una ejecución, una ejecución, una…».

Estoy en el Gólgota.

Son las nueve de la mañana más o menos. El cielo está despejado, no hay nubes, brilla el sol. Este lugar, conocido como monte del Calvario, es una colina pelada y sin vegetación, a menos de un kilómetro de las murallas de Jerusalén, al noroeste de la ciudad, y se eleva sobre una planicie alta e irregular que se extiende entre las murallas y dos valles, el de Cedrón y el de Hinón.

Es un lugar bastante deprimente. Se parece a los solares abandonados de nuestros tiempos. Desde donde estoy veo montones de basura y hasta excrementos de animales. Unos cuantos perros escarban en la basura. Es deprimente.

En la colina solo hay dos soldados romanos, que están levantando postes. Los meten en los agujeros que han cavado en el suelo y luego los clavan con mazos. Miro a mi alrededor y veo que algunas personas suben por la ladera. Al parecer intentan conseguir un buen sitio para presenciar la ejecución. Supongo que en todas las épocas hay gente de este tipo.

Hace bastante calor, lo noto a través de la pantalla. Y huele mal, es muy desagradable. Hay unas moscas enormes, que entran y salen por la pantalla de energía con toda libertad. Supongo que las personas podrán hacer lo mismo.

CORRECTO, PROFESOR.

Esperen. Veo una nube de polvo. Una procesión se dirige hacia aquí. Unos diez o quince soldados, por lo que puedo ver. También vienen tres hombres, los dos primeros bastante corpulentos. El del final… es él. Está… ¡Oh, el polvo me impide verlo!

Los dos soldados de aquí arriba ya han terminado con los postes y están poniéndose la armadura. Ahora enfundan la espada. Uno les pregunta que cuándo va a empezar. Un soldado responde que enseguida. Ahora están…

¿OCURRE ALGO?

No, no, estoy observando. Lo siento. Tendría que estar hablando. A veces se me olvida.

Bueno al parecer la leyenda sobre Simón de Cirene se corresponde con los hechos. El último hombre…, él, se ha caído de rodillas. Esos maderos deben de pesar cien kilos. No puede levantarse. Los soldados lo golpean. No es capaz de ponerse de pie, supongo que está demasiado débil. Otros soldados obligan a un tipo a que le coja el madero de los hombros. El hombre se levanta y camina detrás de Simón. Supongo que es Simón el Cirineo, aunque no puedo asegurarlo, claro.

La procesión está bastante cerca. Veo a los dos ladrones. Son corpulentos, de brazos peludos, con túnicas sucias hasta los pies. No parecen tener dificultades para llevar su carga. De hecho, parece que uno de ellos se ríe. Sí, se ríe. Acaba de decirle algo a un soldado, y el soldado también se ríe.

Ya casi han llegado. Veo…

Veo a Jesús.

Va encorvado, pero diría que es bastante alto. Más de un metro ochenta, creo, pero está delgado. Resulta evidente que ha estado ayunando. Tiene la cara y las manos casi blancas por el polvo. Se tambalea. Acaba de toser porque el polvo se le mete en los pulmones. Lleva la túnica sucia, llena de manchas. Al parecer… le han arrojado estiércol.

Su cara no expresa nada. Está impasible. Sus ojos carecen de vida. Mantiene la vista al frente mientras camina. Tiene la barba despeinada y enmarañada, al igual que el pelo. Parece ya medio muerto. De hecho, parece… bastante normal. Sí, es…

¿PROFESOR JAIRUS?

Ya han llegado. Estoy a unos seis metros de los postes. Veo bastante bien a los tres hombres. Veo incluso las heridas de la cabeza de Jesús. Vuelve a ser solo una suposición. Me refiero a que supongo que se las ha hecho una corona de espinas. No puedo estar seguro. Parece que las heridas siguen abiertas. Tiene las sienes y el pelo ensangrentados. Incluso le baja un reguero de sangre por la mejilla izquierda. Tiene un aspecto espantoso, terrible. Me pregunto si sabrá qué se siente al ser crucificado.

Están desnudándolo.

También quitan la ropa a los otros dos… Supongo que son ladrones. Podrían ser asesinos, es imposible saberlo. En cualquier caso, están desvistiéndolos a todos. Se han quedado desnudos.

¡Qué delgado está, Dios mío, qué delgado! ¿Qué clase de fe exhorta a un hombre a que se muera de hambre?

Disculpen mis comentarios, señores. Seguramente los hago sin darme cuenta. Estoy formándome ideas muy concretas sobre este momento y este hombre.

Jesús está bastante escuálido, pero es musculoso, de complexión atlética. Con un poco más de carne tendría un aspecto casi… excelente Ahora le veo la cara un poco mejor. Es… bastante guapo. Sí, en otras circunstancias este hombre sería tremendamente guapo. Esto explicaría su magnetismo, su aparente… aura de presciencia sobrenatural.

¿QUÉ ESTÁ PASANDO, PROFESOR?

Los soldados están obligando a los tres hombres a tumbarse boca arriba. Les ponen los brazos extendidos sobre el madero transversal. Van a atarlos o…

Los estaban… Quiero decir que los están… ¡Ah! ¡Dios bendito! ¿Pueden oírlo? Dios mío. ¡En medio de las palmas! Qué práctica más aberrante. Está claro que en la Antigüedad tenían unas costumbres espantosas.

Esto de la crucifixión… es repugnante. Un hombre puede aguantar tres o cuatro días si es de constitución lo bastante fuerte. Si sobrevive a los problemas circulatorios, los dolores de cabeza, el hambre, los intensos calambres, la hemorragia y el síncope, morirá de hambre o de sed, probablemente de sed.

Espero con toda mi alma que no practiquen el crurifragium, esa brutal ejecución a golpe de maza. La historia no dice nada de eso en este caso, pero ¿quién sabe? Salvo, acabo de caer en la cuenta, yo.

¿QUÉ ESTÁ PASANDO?

Los alzan. Los soldados levantan los postes. Los ladrones saltan para evitar que se les desgarren las manos. Rugen de rabia y dolor.

Él no puede levantarse. Están… ¡Dios mío! ¡Están levantándolo por las palmas clavadas! Se ha puesto muy pálido. Pero no grita. Tiene los labios apretados, blancos, pero se niega a gritar. Este hombre es un fanático.

¿HAY MUCHA GENTE?

No, no, no hay nadie por aquí. Los soldados no dejan que nadie se acerque. Hay algunas personas, pero ninguna a menos de veinticinco metros. Unos cuantos hombres y, sí, algunas mujeres. Veo a tres juntas. Podrían ser las que mencionan Mateo y Marcos.

Pero no hay nadie más. No veo a ningún hombre que pueda ser Juan, ni a ninguna mujer que pueda ser la madre de Jesús. A María Magdalena seguramente la reconocería, pero solo están esas tres mujeres. Es decir, a nadie más parece importarle. Por lo visto, los demás han venido para contemplar el… el espectáculo. ¡Dios mío! ¡Cómo ha confundido y tergiversado esta escena el sentimiento piadoso! No sé… No sé cómo expresar lo tedioso que es esto, lo común y corriente que es. No es que asesinar de este modo a un hombre sea habitual, pero…, bueno, ¿dónde están los portentos, las señales, los milagros?

Paparruchas de la Biblia.

¿QUÉ ESTÁ PASANDO, JAIRUS?

Bueno, lo han levantado. Como es natural, la cruz no es igual que la del rito religioso. En realidad es una T de madera. El madero vertical ya estaba plantado en el suelo, como he dicho, y luego suben el madero transversal, lo atan y lo clavan. Los pies de los tres hombres están a pocos centímetros del suelo. La cruz cumple su función igual que si estuvieran a varios metros de altura.

Y, hablando de pies, los de los tres hombres están atados, no clavados a la estaca, y entre las piernas tienen un… taco que soporta el peso de sus cuerpos. Yo creía que también les pondrían uno bajo los pies, pero parece que me equivocaba.

Es… extraño que la gente de nuestra época crea que un hombre que pesa setenta kilos como mínimo pueda aguantar colgado de una cruz simplemente por unos clavos en las palmas y en los pies. A la carne humana se le atribuye más resistencia de la que posee.

Ahora los soldados están…

¿Y QUÉ PUEDE DECIRNOS DE LA INSCRIPCIÓN, PROFESOR?

Ah, sí, sí. Bueno, al parecer está en tres idiomas: en griego, en hebreo y en latín. A ver… Eh… «Jesús de… Nazaret». Sí: «Jesús de Nazaret. Rey… Rey de los judíos». Esa es la inscripción completa. ¿Han tomado nota? «Jesús de Nazaret. Rey de los judíos». Al parecer, Juan obtuvo información fidedigna sobre la crucifixión, aunque no esté aquí, como he dicho.

Ah, sí. Los soldados le dan algo de beber a Jesús. Supongo que es el narcótico que se dice que preparaban las mujeres de Jerusalén para provocar el aturdimiento de los delincuentes condenados.

Ah. Jesús lo rechaza, gira la cabeza a un lado. El soldado se enfada. Hace un gesto con la mano, como si fuese a golpearlo, pero cambia de opinión.

Los otros dos se beben el vino con mirra que les ofrecen los soldados.

Se lamen los labios. Uno dice algo. No lo he oído bien, pero me ha parecido distinguir la palabra bueno. Los dos se lamen los labios.

Parece que uno pide la bebida que ha rechazado Jesús, pero no se la dan. El hombre ve vuelve y se burla de Jesús por no haberla aceptado. Habla tan deprisa que no logro entender lo que dice. Creo que está medio ebrio de pánico. De todos modos, la bebida lo dejará inconsciente muy pronto. Ese será su alivio. Jesús ha decidido no aliviarse con nada.

Es su privilegio como mártir voluntario.

¿QUE ESTABA DICIENDO ANTES SOBRE LOS SOLDADOS, PROFESOR?

¿Los soldados? Ah… Ah, sí. Están rifándose la ropa. Supongo que huelga decir que todas las túnicas tienen remiendos. Son tres túnicas muy normales con remiendos muy visibles.

Bueno, me parece que con esto ya tienen un panorama general bastante detallado. Ya han subido a los tres. Ahora examinaré un poco a Jesús. ¿Puedo acercarme más?

SI LO DESEA…, PERO ASEGÚRESE DE NO SALIR DE LA PANTALLA DE ENERGÍA.

Tendré cuidado. Estoy moviéndome. Ahora estoy a unos cinco metros y medio… Cuatro y medio… Tres… Es suficiente. No creo que deba… No creo que deba acercarme más.

¿VA TODO BIEN?

Bastante bien. Estoy…, eh…, un poco nervioso, eso es todo. A fin de cuentas, se trata de Jesús. Tengo la sensación de que puede… No, es absurdo. ¡El poder de sugestión que llega a tener una superstición!

Sí, es bastante joven. Diría que tiene unos treinta años. Como he dicho, con buena salud y arreglado sería un tipo impresionante. Explicaría incluso que lo tomasen por un salvador.

Tiene la piel clara. Va sucio, por supuesto, pero la tiene clara. La boca es bastante grande, de labios carnosos. No tiene la nariz aguileña, sino que parece casi… Bueno, no sé, casi griega, podría decirse. Es bastante guapo. Sí. Un hombre bastante guapo.

Sus ojos son…

¿PROFESOR?

Bien, al menos ha quedado demostrada nuestra teoría de que la descripción de la crucifixión se basa principalmente en profecías. Está claro que la transcripción bíblica de la escena no es muy fiel a los hechos. Juan no está, Tampoco están la madre de Jesús, ni María Magdalena, ni los demás que se supone que acudieron a este lugar. No le he oído pronunciar ninguna palabra a Jesús. Nadie se ha mofado de él, salvo el ladrón, y ha sido porque se ha enfadado cuando no han querido darle el segundo vaso de vino drogado. Y no he visto ninguna señal.

No. Creo que podemos decir sin temor a equivocarnos que los últimos cronistas, resueltos a corroborar los augurios de los viejos Salmos, se inventaron la escena de la crucifixión con el Antiguo Testamento en el regazo. Los Salmos (el 22, el 31, el 38 y del 69 en adelante), sumados a la imaginación cristiana, convirtieron la crucifixión en algo bastante distinto de lo que en realidad fue. Al menos, según lo que puedo ver desde aquí.

Y… ¡Oh!

¿QUÉ PASA, PROFESOR?

Acaba de… hablar.

Ha hablado. Ha dicho… «Eloi». Ha dicho Dios en su lengua. Tiene la cara pálida y demacrada. Las arrugas de dolor…

Su cara es tan…, tan dulce… Incluso en este momento de terrible dolor es…

Sin duda se trata de hipnosis autoinducida, muy comprensible debido a su agotamiento y su fervor. Estoy seguro de que el pobre diab…, hombre debe de estar experimentando algún tipo de… éxtasis violento de dolor. Quizá ni siquiera sienta dolor en absoluto. Quizá el estímulo de sus funciones vitales por el flujo masivo de adrenalina le impida sentir nada. Es muy posible. Sus ojos son… Sus… Sus ojos son…

¿HAY ALGÚN TIPO DE ALTERACIÓN DEL ENTORNO, PROFESOR JAIRUS?

Supongo que se… refiere al terremoto, al oscurecimiento del cielo, a los sepulcros abiertos y a todas esas cosas de las que se habla en la Biblia y en otras fuentes.

Pues no, me temo que no.

El cielo no está oscuro. El sol brilla y hace mucho calor. La tierra sigue firme como una roca. El relato de los hechos no se corresponde demasiado con la verdad. Está claro que a los autores esto les parecería poco y decidieron añadir trascendencia religiosa a un momento por lo demás carente de toda religiosidad. Eso de la mano de Dios y demás.

Me pone furioso, de verdad. ¿Es que el momento en sí no era suficiente? ¿Es que no es lo bastante terrible y violento para…? ¡Ah, la maldita pedantería de…!

PROFESOR, ¿SE ENCUENTRA BIEN?

¿Cómo?

¿SE ENCUENTRA MAL? ¿TIENE ALGÚN PROBLEMA?

Estoy… bastante bien. Gracias.

¿QUÉ ESTÁ PASANDO?

¿PROFESOR?

Esos ojos. Esos ojos. Dios mío, expresan tanto… ¡Expresan tanto dolor! Como los de un padre golpeado por sus propios hijos y que no obstante sigue amándolos. Que ha sido traicionado por sus seres queridos, ¡desnudado, golpeado, clavado y humillado! ¿Es que no hay…?

PROFESOR.

Esto… Estoy bien. Estoy muy…, muy bien. Es que… me altero. Este hombre no ha hecho nada y… ¡Oh, Dios mío, se le ha posado una mosca en los labios! ¡Fuera de ahí!

¿QUÉ ESTÁ PASANDO, PROFESOR JAIRUS? ¿ESTÁ…?

Están dándole de beber. Debe de tener una sed terrible, porque el sol calienta mucho. Yo también tengo sed.

Un soldado acaba de mojar una esponja en un cubo de posca, la bebida de los soldados, hecha con vinagre y agua. Ahora clava la esponja en la punta de una caña rota que estaba tirada en el suelo y la acerca a la boca de Jesús.

Jesús… la chupa. Le tiemblan los labios. El sabor debe ser horrible, ácido y caliente. Dios, ¿por qué no le dan algo de beber, un poco de agua fresca? ¿Es que no tienen piedad de…?

PROFESOR, SERÁ MEJOR QUE SE PREPARE PARA VOLVER. LLEVA AHÍ CASI CUARENTA MINUTOS. YA HA HECHO LO QUE TENÍA QUE HACER.

No, no me hagan volver todavía…, todavía no. Un poco más, solo un poco más. No me pasará nada, lo prometo, no me pasará nada. Solo dejen que me quede con él. No me hagan volver; todavía no. Por favor.

PROFESOR JAIRUS.

Los ojos, los ojos… ¡Los ojos! ¡Dios bendito, está mirándome! ¡Me ve! ¡Estoy seguro! ¡Me ve!

VAMOS A TRAERLO DE VUELTA.

No, todavía no. Tengo… Tengo que…

NO SALGA DE LA PANTALLA.

¿Salir de la pantalla? Sí, quizá pueda… Si pudiera…

VA A VOLVER.

¡No! ¡Romperé la pantalla si intentan hacerme volver! ¡La…, la atravesaré! ¡Se lo juro! ¡No me toquen!

¡PROFESOR, YA ESTÁ BIEN!

¡Tengo que detenerlos! ¡Tengo que detenerlos! ¡Estoy aquí, puedo salvarlo! ¡Puedo! ¿Por qué no lo meto en la pantalla conmigo y me lo llevo?

¡JAIRUS, PIENSE LO QUE DICE!

¿Por qué no, maldita sea? ¿Por qué no? ¡No voy a quedarme cruzado de brazos mientras acaban con él! Es muy bueno, muy amable. Puedo salvarlo… ¡Puedo!

¡JAIRUS, YA HA HECHO SU TRABAJO! ¡DEJE QUE JESÚS HAGA EL SUYO!

¡No!

BLOQUEEN LA PANTALLA.

¿Qué? ¿Qué están haciendo?

TENDREMOS QUE CORRER EL RIESGO DE TRAERLO EN LOS POCOS SEGUNDOS QUE DURE EL BLOQUEO DE LA PANTALLA.

¡Déjenme salir! Que Dios me ayude, ¡déjenme salir! ¡Paren! ¡No saben lo que hacen!

¡DEPRISA!

¡No! ¡Paren! ¡Paren! ¡No me lleven! ¡No! ¡Cuidado!

Lo sacaron a rastras de la plataforma. Pataleaba como un loco. Se lo llevaron al despacho, lo tumbaron en una camilla y el doctor Randall le puso una inyección.

Al cabo de media hora, el profesor Jairus se había tranquilizado lo suficiente como para tomarse un vaso de coñac. Estaba sentado en un sillón de cuero con los ojos vidriosos clavados al frente. Su mente no había regresado con el resto de su cuerpo. Seguía en una colina solitaria, en las afueras de Jerusalén.

Podría haberles contado muchas cosas, podría dibujarles con palabras un montón de imágenes a las que recurriría la historia. Podría haberles descrito la ropa que llevaban en el Gólgota, las palabras que se habían pronunciado, el momento en toda su desoladora brutalidad. Podría haberles contado todo eso y, sobre todo, que al traerlo tan deprisa habían hecho que la tierra temblara y las rocas se partieran, como se describía en la Biblia.

No les dijo nada de eso. Les dijo que quería irse a casa.

Se puso el abrigo, el sombrero y los protectores de los zapatos, y salió a la penumbra gris de la tarde. Las suelas de goma crujían sobre la nieve compacta y tenía la mirada perdida en la cortina de copos blancos.

«Lo demás no importa», pensaba. Daba igual que fuese cierto o no: la conversión del agua en vino, la curación de los leprosos y los enfermos, el paseo sobre el agua, la resurrección… Nada importaba. Los hombres que buscaban la esperanza en los milagros no eran más que soñadores infantiles que nunca salvarían el mundo.

Un hombre había dado la vida por aquello en lo que creía. Eso era milagro de sobra.

Era Nochebuena, el momento perfecto para descubrir la fe.

En aquel tiempo pensaba hacer un libro con historias sucedidas en la Universidad de Fort, y esta era una de ellas. Acababa de leer un artículo sobre la crucifixión y cómo era en realidad. Pensé que sería interesante que alguien viajara en el tiempo y la presenciara. Desde luego, tenía que añadir un poco de dramatismo al final. —RM