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APRETARON SUS ESPALDAS contra la corteza del árbol. Ya se los veía llegar. El farol de la esquina los iluminaba con fuerza. Ella se apoyaba en su brazo y con la izquierda acompañaba vagamente la conversación. Caminaban muy lentamente.

Cruzaron el círculo focal de la luz y sus sombras empezaron a alargarse hacia adelante.

—¡Dame un paquete! —susurró Donato.

—Toma. ¡Ah, qué asco!

—No te hagas el marica ahora.

—Shh… ¡Que te pueden oír!

Las sombras se estiraban. Los pasos de la pareja se percibían con mayor claridad.

Donato miró por centésima vez el sendero que atravesaba al baldío, por donde huirían una vez cumplido su plan. Estrujó su dorso contra el árbol y giró la cabeza. Ya están lo suficientemente cerca. Con ambas manos sostenía el paquete que haría explotar contra sus cuerpos. Nadie podrá superar el castigo que infligiría al Director y su mujer.

A diez metros de distancia, cerca del farol de la esquina, aunque con suficiente sombra, permanecía apostado Hormiguita. Donato no confiaba mucho en Hormiguita, pero éste se empeñó en demostrarle que era digno de integrar su pandilla. No hubiera accedido, aunque se le arrastrara como serpiente: le reventaban los tipos llorones. Pero Hormiguita padeció mucho las humillaciones que le impuso el Diré; eso le impulsaría a no fallar, le inyectaría el coraje que nunca tiene.

Un silbido extraño, como producido por una ave, cruzó la calle. Era la señal. Hormiguita ya había quedado detrás de la pareja. Extrajo su caja de fósforos y encendió velozmente el petardo. Donato le observó todos los pasos. No falló en nada: con el primer raspón encendió la cerilla y casi en el mismo instante prendía el cabo del explosivo. Una parábola breve, de cometa, lo llevó un metro detrás de la pareja que estaba cruzando junto a Donato. El estruendo y el grito de la mujer se mezclaron.

Donato afirmó en su derecha el paquete y sosteniéndose con su izquierda del árbol como si fuera un eje, giró con fuerza hasta impactar el paquete en plena cara del hombre. Su esposa pretendió huir cuando el compañero de Donato aplastó otro paquete en la cara de ella. Sus gritos se entrecortaron con burbujas y salivazos y expresiones de asco.

El Diré daba manotazos ciegos y enloquecidos en el aire.

Los tres muchachos ganaron el baldío. La puerta de escape estaba libre, era grande y segura. Donato, con voz falseada, lanzó todo su asqueroso vocabulario, mientras la mujer y el hombre se arrancaban con los pañuelos, las mangas y el vestido las inmundas heces, con desesperación rayana en la locura.