—¡DAME, VIEJO!
—¡Falta una moneda!
—¡No seas mezquino, viejo! Te la doy otro día.
—¡Falta una moneda, te digo!
—Bueno, toma. ¡Y piérdetela en el culo! —Donato se la arrojó a pleno rostro.
—¡Insolente! Para eso estudian, para aprovecharse de la gente grande.
—¡Raja, viejo!
El vendedor de golosinas empuñó su bastón y se alejó cojeando.
—Éste merece una lección —sentenció Donato. Si tuviera mi guardia, lo metería a ese viejo roñoso en la sala de torturas y allí aprendería a respetarme.
—Merece una lección —repitió.
—Es un pobre hombre —Carlos Samuel trató de restarle importancia.
—A mí nadie me dice insolente y menos un viejo lleno de piojos.
—Se gana la vida como puede. ¿No lo viste parado frente al colegio en los días de lluvia? Te aseguro que me daba lástima, cubierto con una capota raída, aguardando durante horas para vender unos pocos caramelos.
—¡Eres un maricón! ¿Por qué no usas polleritas con flores?
—Hay mendigos más viejos y más sucios que no me conmueven —prosiguió Carlos Samuel—. Pero a ése, a veces le compro algo de pura compasión.
—¡Eres una mujer! ¡Tendremos que llevarte al baño y darte duro!… ¡Muchachos: tengo un plan para divertirnos a lo grande! Sentémonos ahí.
Carlos Samuel lo contempló con desconfianza.
—En este momento somos cinco. No hace falta más. Propongo darle una paliza ejemplarizadora a ese viejo de mierda. ¡El que no acepte es un maricón!
—¿Qué piensas hacer?
—Lo llevaremos engañado a un baldío, lo amordazaremos y ataremos. Lo demás corre por mi cuenta.
—No me gusta —se opuso Carlos Samuel.
—Aquí tenemos al primer maricón. Ya le daremos una lección a él también. Se arrepentirá de disfrazarse con pantalones. ¡Eres una hembra! —le espetó en el rostro.
—¡Tu plan es criminal!
—Pregunto, ¿qué otro maricón se opone? —Donato se dirigió a los demás.
Nadie replicó.
—Muy bien. Somos cuatro machos. Tú, mujercita, mejor que hagas desaparecer tu inmunda persona.