—NO ENTIENDO, HIJA, cómo puedes aguantar más de cinco minutos ese olor a incienso. En pleno siglo XX, cuando el hombre conquista el cosmos y vence una enfermedad tras otra, a ti, súbitamente, se te da por hacerte beata. Es, en pocas palabras, un escándalo.
—Sólo te fijas en los aspectos exteriores, igual que Néstor.
—No me compares con Néstor, ¡es un anarquista!
—Él es un anarquista, yo una beata. Sólo tú detentas la Verdad. Tú y tus amigos millonarios.
—Son hombres íntegros.
—Por favor, papá, no me obligues a ofenderte…
—¿Crees que es más revolucionario tu famoso padre Torres? —se encrespó el doctor Bello.
—Él vive lo que predica.
—Sí… «Haz lo que yo digo», ¿empieza así sus sermones?
—Asumió ya en estas estructuras injustas al hombre nuevo, porque es apto para la sociedad mejor. En cambio, ustedes se tranquilizan la conciencia haciendo reuniones o firmando manifiestos inoperantes, confabulando alrededor de mesas lujosas, en cenáculos donde el único que merece hablar es el sirviente que les prepara café y al que ustedes hacen salir para que no se entere de los planes que trazan en su bien, pero mientras hay que explotarlo porque «total, vivimos en el capitalismo y usufructuándolo contribuiremos a agudizar sus contradicciones y acercarnos la revolución» —le dijo sin pausa, con las venas del cuello ingurgitadas.
El doctor Bello contrajo sus mandíbulas, hizo chirriar los dientes.
—¿Qué hombre nuevo asumió él? ¿Elige algunos pasajes de la Biblia que piden justicia social para ponerse a la moda y aumentar la concurrencia de sus misas?
—Él escucha y respeta, papá. Es algo que en el Partido han olvidado hace mucho. Cree firmemente en su religión, pero no se cierra a nada ni se escandaliza por nada, si se lo expresan con honestidad, en cambio, ustedes tienen en funcionamiento un mecanismo en la cabeza, que sólo deja pasar por el oído lo que coincide con las últimas versiones de la Enciclopedia Soviética y el resto pasa directamente a los labios para transformarse en sonrisa de suficiencia o en juicios de reprobación y desprecio.
—Los dogmas no los inventamos nosotros, hija…
—No, pero han asimilado bien ciertas enseñanzas.
—Resulta tragicómico —cambió el tono de voz—. La Iglesia, que aún combate al marxismo, que se alió a todos los movimientos reaccionarios de la historia, que condenó la ciencia en favor del oscurantismo, que bendijo guerras de opresión, que se llenó de riquezas y de poder, que ahora cambia levemente el rumbo sólo para no perder privilegios, es para mi hija, para mi propia hija, el baluarte del progreso y de la liberación.
—La Iglesia como institución temporal, como comunidad de hombres, ha cometido todo eso. Lo que el padre Torres rescata es su meollo trascendente.
—Ya veo… Te ha catequizado bien, no le faltan agallas a ese curita. ¿No querrás con el tiempo hacerte monja?
—Sigues cerrado. Eres hermético, papá. A tu Partido le vendría bien una revolución como la que conmueve ahora a la Iglesia.
—Escucha: no es la primera vez que un sector de la Iglesia adopta un curso distinto a su corriente general. Conoces historia y no hace falta que te dé ejemplos. La Iglesia bendice a los ejércitos de un lado y del otro de la frontera: a cada uno le desea la victoria. Y siempre triunfa la Iglesia. En nuestros días hay ciertos matices: en los países socialistas perdió ascendencia y entonces aparenta apoyar ciertos movimientos revolucionarios en los capitalistas. La Jerarquía los apoya parcialmente, emitiendo mensajes declamatorios sin consecuencias prácticas. En los hechos, la Jerarquía mantiene firme su alianza con las minorías detentadoras del poder. Esos mensajes por un lado y la acción perplejizante de ciertos curas por el otro, tienen algunos objetivos concretos: primero, capitalizar a las masas paupérrimas desligándolas de los auténticos movimientos revolucionarios. Segundo, tranquilizar a los intelectuales honestos que exigen cambios. Tercero, lograr algunas concesiones que no tocan los privilegios fundamentales de la minoría, pero sirven como apaciguamiento, eternizando las actuales relaciones de producción. El común denominador de esto es narcotizar: narcotizar al pueblo y a las conciencias, eliminar sólo lo superficial, como se saca el polvo de los muebles para que el mueble dure más tiempo.