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EL CORONEL PÉREZ descendió rápidamente por la escalera para dar la bienvenida al Obispo, que acababa de llegar en su automóvil.

Monseñor Tardini, sonriente, le tendió ambas manos. El jefe de Policía, luego de estrechárselas, le invitó a entrar. Caminaron juntos, con esa lentitud que inventaron los reyes para hacer creer que dominan al tiempo y a sus conciencias. A ambos lados del trayecto les hacían guardia de honor. El coronel hablaba, como lo recomienda el protocolo, orientando la mirada del Obispo hacia uno u otro detalle intrascendente. No tenía mucho que decir, pero sí la necesidad de captarse su afecto.

Penetraron en el amplio salón dorado que meses atrás fue escenario de la asunción a la Jefatura del coronel Pérez. Tomaron asiento en los sillones centrales. Podían contemplar la vasta platea, integrada por oficiales de la repartición, que hacían los últimos movimientos para acomodar sus cuerpos, antes que empezara el solemne acto.

Monseñor Tardini contempló la decoración rococó de la sala, tan poco armónica con las funciones viriles de la Policía. Era quizás una manera de humanizar a la fuerza o de embellecer a la represión. «El león pacerá con el cordero». Los opuestos suelen convenir, se ayudan mutuamente para acercarse al punto medio que ensalzó el Estagirita.

El locutor invitó a ponerse de pie para entonar el Himno Nacional. El coronel Donato Francisco Pérez adoptó una magnífica actitud marcial; sus músculos se contrajeron con reciedumbre, sabiéndose observado por centenares de subordinados. Era el jefe admirado y temido. Monseñor Tardini, a su diestra, alcanzaba a percibir la imponencia del hombre.

Hablaron varios oradores. Le correspondió por último al coronel Pérez. Se acercó al micrófono y leyó su discurso.

Señaló las nuevas formas de la delincuencia, destacando su característica preponderantemente juvenil, el aprovechamiento de los avances científicos y tecnológicos y su provisión anticipada de la defensa legal. Estos tres factores tornaban difícil combatirla con los métodos tradicionales. Para ello era necesario aplicar una nueva estrategia que se basara en una acendrada capacitación profesional, adecuados equipos en materias de comunicaciones y movilidad y un armamento moderno que pueda enfrentar con éxito a los renovados procedimientos delictivos. Pero sobre todo —enfatizó el coronel Pérez—, es necesario clarificar nuestros objetivos, atacar todas las formas de delincuencia aunque se encubran tras móviles políticos y no detenernos tras barreras convencionales o trasnochadamente románticas, ofreciéndoles a los enemigos de la sociedad las ventajas de la iniciativa.

Luego el jefe de Policía señaló las misiones que corresponden a cada Dirección, al Estado Mayor y Consejo de Directores, explicando cómo deberán actuar en el futuro de acuerdo con las instrucciones emanadas directamente del Comando General. La Policía —concluyó— ha iniciado una nueva y gloriosa etapa en la historia de la Patria.

Monseñor Tardini se levantó para felicitarlo. Pérez, iluminado intermitentemente por los relámpagos de los flashes, abrazó al Obispo. La confraternidad entre los guardianes de la moral era un hecho en el país. Ambos, sonrientes, volvieron a ubicarse en sus sillones.

El locutor invitó al público a visitar la exposición de los nuevos equipos adquiridos. El jefe de Policía se puso de pie y lo imitaron todos. Hizo pasar delante al Obispo: era una gentileza, equivalía a decir «primero las damas». Caminaron hacia el amplio patio, seguidos por el brillante cortejo de oficiales uniformados.

En fila, impecablemente ordenados según jerarquías estratégicas, fueron apareciendo los gendarmes con armas nuevas, ametralladoras livianas, máscaras para gases lacrimógenos, carros de asalto, camiones Neptuno, vehículos blindados, equipos móviles. Los policías asignados a cada arma o vehículo posaban enhiestos, como niños a quienes se ha confiado un nuevo juguete.

El coronel Pérez abrió la puerta de un carro de asalto, miró su interior y luego invitó al Obispo para que hiciera lo mismo. Siguieron caminando mientras el oficial comentaba la calidad de los equipos, muchos de ellos montados en el país. Era un orgullo. Pérez tomó delicadamente una ametralladora, movió sus diferentes piezas, comprobó la correcta lubricación y enseñó al Obispo cómo la debería calzar el agente. Una ronda de oficiales seguía con inquieta atención su palabra. La ametralladora era realmente liviana, se la podía alzar y acomodar con un solo brazo. Esbozó un movimiento que tal vez se podía interpretar como que ofrecía el arma al Obispo para que constatara sus virtudes. El sacerdote la rechazó violentamente. Pérez, con gentileza, repitió el ofrecimiento como si se tratara de un paquete de cigarrillos. El Obispo volvió a negarse. Pérez sonrió. El Obispo, con dignidad, por tácita obligación de su investidura, no debía tocar ese instrumento de la muerte. Sin embargo, en medio de los oficiales que amaban las armas como el coleccionista sus estampillas, disonaba su actitud, era la de un sujeto afeminado. Pérez le invitó en seguida a contemplar el equipo de comunicaciones móviles. Algunos uniformados quedaron atrás para comentar el apuro sutil al que lo condujo.

Pérez demostró habilidad diplomática. Ponerla en evidencia nada menos que con un representante de la Iglesia, enorgullecía a sus hombres y afianzaba su monolítica autoridad.

Las burlas suaves, casi inocentes, causan dolor. Es un dolor para el alma como el que producía con la fusta, cuando niño, sobre el lomo de los animales. Hiriendo al alma se doma a los hombres. El Obispo tenía que empezar a comprender que tras los gestos educados, protocolarios, aparentemente afectuosos del coronel Pérez, se levantaba imponentemente su fortaleza y su poder.

Cuando terminaron la recorrida, monseñor Tardini se dirigió hacia un ángulo del amplio campo que le permitía dominar la nutrida exposición de armamentos. El jefe de Policía cruzó las manos sobre el vientre, en posición de descanso. El obispo dijo algunas palabras y solemnemente bendijo esos instrumentos que no quiso tocar, en nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.