EL CORONEL PÉREZ se reclinó en el sillón giratorio. Sostuvo con cuidado el platillo y elevó lentamente hasta sus labios el café. Estaba contento. Por fin le habían dado el lugar que correspondía. Ésta era su oficina, éste el cargo hecho a su medida. Desde aquí podía extender su red de influencia hasta los más remotos escondrijos de la Patria para limpiarlos de la infección marxista.
Contempló gozoso su amplio escritorio, con cuatro teléfonos a su izquierda y un tablero lleno de botones que lo ponían en comunicación directa con unidades móviles, dependencias internas y externas, centros de información, el Ministerio del Interior y la Presidencia de la República.
Su carrera avanzó ininterrumpidamente hacia este objetivo. Tenía a su disposición una mesa bien servida: debía empezar a devorar. A él no le enredarán con subterfugios legales ni rótulos que llevan a equívocos. Limpiará la ciudad y el país de comunistas, entrará en sus madrigueras, quebrará sus medios de enlace internos y bloqueará sus contactos con el exterior. Les amputará pies y manos. Cortará sus cabezas y les arrancará los vestidos con que gustan disfrazarse. Ésta es una guerra: si a él lo pusieron por fin aquí es porque el Gobierno y las Fuerzas Armadas comenzaron a tener conciencia de ella. La guerra significa echar mano a los recursos extremos para ganar y ¡ganar cuanto antes! Así la practican ellos empleando en varias partes la guerrilla campesina, en otras la guerrilla urbana, los comités por los derechos humanos, los sindicatos, los estudiantes; aprovechan cualquier excusa justa o injusta, lógica o ilógica, para atentar contra los poderes constituidos y contra la sociedad, para descomponerla, fragmentarla, corroerla y dar entrada a sus pestilentes vanguardias que acechan día y noche en todas partes.
Les responderé del mismo modo, descalificándolos, mintiendo, calumniando, allanándolos, encerrándolos con malhechores comunes (en fin de cuentas son lo mismo) y si se presenta la ocasión, metiéndoos garrote, fuego y cuchillo.
Siempre sostuve lo mismo. La Patria no puede tolerar el latido de ideologías foráneas que amenazan la integridad de sus instituciones, induciendo primero a un enfrentamiento clasista, luego a la guerra civil y por último a una caótica desintegración de la nacionalidad. La anarquía permite que los extremistas fanáticamente aglutinados tomen el poder. Y esa anarquía es estimulada de maneras distintas. Mi enemigo, en realidad, es un monstruo con mil cabezas. Una de las cabezas más temibles es la juventud, porque sus actividades suelen despertar simpatías, la creen sana o, por lo menos, bienintencionada Entonces clavan hondo el puñal. Desatan manifestaciones borrascosas, estimulan las huelgas, conmueven las bases castrenses. Los comunistas la usan porque goza de cierta inmunidad. La policía suele ser duramente criticada si replica como debe. La opinión pública es neurótica: quiere paz, protesta cuando se la altera y vuelve a protestar cuando silencian al que la alteró.
A mí no me confunde esa juventud infiltrada de comunistas que se reúne en la iglesia de la Encarnación. Cuando se presente la oportunidad, limpiaré también ese foco, aunque se escandalicen la opinión pública, la prensa y el Obispo. Después me lo agradecerán, porque sacaré a relucir las pruebas, frondosas, categóricas, sensacionales. En la guerra todo vale menos darle ventaja al enemigo.
El coronel depositó el pocillo sobre el grueso cristal del escritorio.
—La iglesia de la Encarnación… y su padre Torres… —recordaba algo que no le era grato.