SALIÓ A CAMINAR. Descendió rápidamente la breve escalinata de la modesta iglesia y enfiló hacia el parque Bolívar. Sus zapatos avanzaban rítmicamente como manecillas de un péndulo. Su movimiento se trabó al enfrentarse con un pozo en plena acera. Los zapatos se detuvieron sobre el borde, miraron hacia el fondo, calcularon la distancia y, reconociéndose fatigados, descendieron a la calle de tierra para obviarlo. En seguida reanudaron el ritmo, absorbiendo la tensión que chorreaba desde arriba, desde la cabeza. Uno, dos. Uno, dos. Parecía una marcha voluntariamente forzada. La calle se curvaba hacia el cielo. Uno, dos. Uno, dos. Los músculos se abultaban bajo las telas. La respiración adquiría sonoridad. Uno, dos. Uno… dos. Las manecillas del péndulo se asomaban con más lentitud, pero sin detenerse, con inflexible obstinación. El parque está en lo alto del barrio, como una verde cabellera; para alcanzarlo hay que pasear cerca de la boca y de las orejas de esas casuchas atiborradas de comadres. La boca hablaba con centenares de bocas. ¡Ahí va el padre! ¡Hoy no saluda! ¡Qué joven es! Las orejas oían y transmitían el sonido hacia los interiores. ¡Está pálido y tenso! ¡Qué buen mozo, me hubiera gustado para mi hija!
—¡Adiós, padre!
—¡Adiós, hija!
—¡Adiós, padre!
—¡Adiós, padre!
—¡Adiós, adiós!
Sus ojos no se curvaban, como si se hubieran roto sus resortes. Miraba fijamente hacia los árboles asomados en lo alto de la miserable calle y se impacientaba por llegar. Es decir, por salir de ese hervidero.
Todo lo que atareis sobre la tierra, será atado en el cielo y todo lo que desatareis en la tierra será desatado en el cielo. El confesonario se llena de pecados como una cloaca. Es necesario juzgar; para juzgar se debe escuchar, comprender, interpretar. (Mateo, capítulo XVIII, versículo 18).
El sacerdote es responsable del castigo o del perdón. Si perdonasteis a alguno sus pecados, se le perdonarán; y si se los retuviereis, le serán retenidos. (Juan, capítulo XX, versículo 23). Perversiones, maldad, hambre, sexo, pobreza, ignorancia. ¡Rece, rece! ¿Qué más les Puedo decir?
Lo desalojaron impacientemente, arrastraron sus muebles a la calle quebrando la pata de una mesa, rompiendo el respaldo de la cama y haciendo añicos la luna del ropero. Gritó y le hicieron callar a la fuerza. Los vecinos rodearon el excitante espectáculo. El oficial, molesto, le zarandeó un brazo. El miserable tropezó contra un ladrillo y cayó de boca sobre la calle. Sintió la sangre de sus labios y encías. Se abalanzó sobre el policía y despertó en la cárcel. Esperó semanas y semanas la absolución que nunca llegaba. Huyó. ¿Cómo? No sé. ¿Hiciste más daño? No sé: vine aquí para que usted me proteja, padre. Ésta es una iglesia, hijo: sólo puedo salvar tu alma. ¡Ayúdeme, padre ayúdeme! Yo te absuelvo de tus pecados.
Una mujer en auto la vino a buscar. Dijo que la atenderían como a una hija. Volvía a casa los domingos por la tarde. Después no volvió más. La mandaron a otra parte, la despidieron con dinero y con el sucio hijo que él le hizo. ¡Yo lo mataré, padre! Yo te absuelvo de tus pecados.
Tenía hambre, padre, y robé. Debes trabajar, hijo. No me alcanza, padre; además tienen tanto que no se darán cuenta. ¡Robar es pecar! Siempre fui honrado, pero le juro que tenemos hambre, que no alcanza. ¡No jures! ¿Sólo eso manda la Iglesia? ¡Mi Obispo no quiere que me mezcle con los sindicatos!
¡Reza, reza! Mentiras, promiscuidad, pereza, trampa. Los pecados se reproducen en el confesonario. Ese barrio es Sodoma. Será purificado sólo con azufre y fuego. ¡Recen, recen! Homicidio, hurto violación. En lo alto de la calle crece el follaje. Un aire fresco empieza a frotar el rostro como si fuera el agua limpia de las montañas. Atrás queda el tufo.
—¡Recen, recen!
—Ya rezamos mucho, padre.