LA IGLESIA DE LA ENCARNACIÓN fue construida sobre un terreno expresamente cedido por la muy recordada Marquesa Pontificia Encarnación Lagos, viuda de Santillán Mendoza. Acatando sus piadosos deseos, la iglesia se erigió con líneas de recatada elegancia, como fueron sus últimos años de vida. El luto, las plegarias y las limosnas le ganaron la misericordia del Todopoderoso. Y su memoria es venerada por las familias capitalinas de más granada devoción.
Con el transcurso del tiempo otras iglesias concentraron a la aristocracia, pero la Encarnación siguió perteneciendo a una élite de impoluta y señorial dignidad.
El Obispo confió el céntrico templo a dos sacerdotes vanguardistas, Buenaventura y Torres, para alejarlos de anteriores actividades un tanto enojosas. Disímiles en edades, aspectos, temperamentos y experiencias, estos curas discutieron durante varios meses sus proyectos, antes de lanzarse a la captación del estudiantado. Torres tenía profundos conocimientos teológicos, filosóficos y socioeconómicos. Buenaventura cargaba con una prolongada y dura experiencia en zonas alejadas de la civilización.
Ambos decidieron asumir conscientemente el Evangelio, aunque significara el martirio. A las reuniones públicas acudieron multitudes. Y a su término las opiniones solían trifurcarse:
A
—¡Estuviste muy bien, Arturo! —exclamó Joaquín Sáenz de la Mallorca, estrechando efusivamente la mano del doctor Bello—. Le obligaste a bajar de las nubes. El cura tuvo que definirse.
—¿Te parece? ¿Crees que atraparon mi intención?
—¡Por supuesto! «Basta de Evangelio y teoría: en la práctica, ¿se une o no a los marxistas?». Esto cambió el curso del debate. Fuiste categórico.
—Pero este hombre es hábil —Bello movió el índice como advertencia.
—Entre nosotros ¿qué piensas de él?
—Bueno… Tiene intenciones sanas. Debo reconocerlo, máxime tratándose de un cura. Pero le frustrarán dos escollos: no es marxista y por lo tanto no puede interpretar correctamente la realidad. Se perderá en una maraña de contradicciones idealistas. Es como un soldado que empuña un rifle torcido.
—¿El segundo escollo?
—Su condición de fraile. Lo lleva adentro, ¿comprendes? Por más que quiera ser progresista, es un engranaje de la más vieja fuerza reaccionaria de la historia. La sonrisa no oculta sus colmillos. Este cristianismo «socialista» nació como anticomunismo. No lo engendró la injusticia ni el dolor humano. Está aquí, en primer lugar, para hacernos la competencia. Tengo grabadas en el centro de mi frente, las palabras de Pío XI: «Id a los pobres. Los pobres son los que están más expuestos a las insidias de los agitadores, que explotan su mísera condición para encender la envidia contra los ricos y excitarlos a tomar por la fuerza lo que les parece que la fortuna les ha negado injustamente; y si el sacerdote no va a los obreros, a los pobres, a prevenirlos o a desengañarlos de los prejuicios y falsas teorías, llegarán a ser una fácil presa de los apóstoles del comunismo». Encíclica Divini Redemptoris.
B
—¡Ha sido un acto comunista, mi amigo! —sostuvo con indignación, mientras se enderezaba en el ojal de su solapa la insignia de la Acción Católica—. Las preguntas e interrupciones del doctor Bello me han enfermado. Ese sinvergüenza pretendió manejar el debate. ¡Y cómo le hacían claque sus camaradas! ¡Era el comité!
—El padre Torres hizo una conferencia demasiado secular. Se prestó a este juego.
—¡Ya lo creo! ¿Por qué la jerarquía no lo desenmascara y sanciona?
—Algo hay. Fue separado de una parroquia suburbana. Se murmura que el Obispo quiso alejarlo de los focos sindicales. Por eso lo trajo aquí.
—En el fondo, su perdición es la vanidad. Busca auditorios, aplausos y admiración. Pretende ser original plagiando al comunismo. ¡Su actividad es peligrosísima!
—Lamentablemente, su investidura le sirve de pantalla y puede infiltrarse airoso en las mentes desprevenidas. Es un instrumento del «camarada» Bello.
—Ni que se hubieran puesto de acuerdo.
—De acuerdo, no. Pero el cura oficia de idiota útil. Y Bello no es idiota, por desgracia.
C
—¿Qué te pareció? Bello ha quedado mal. Fastidió con tantas preguntas y explicaciones. Si se hubiera limitado a decir unas pocas palabras, quizás habría pasado. Pero se despachó una perorata interminable sin añadir nada nuevo. Que nos aliemos, que hagamos un frente común, que patatín que patatán —el muchacho dibujó en el aire las vueltas de un disco—. Y dale que dale por el mismo surco.
—Es un imbécil —le apoyó su condiscípulo—. No entiendo cómo le aprecian los otros comunistas.
—Porque sufren el mismo defecto: creen que los demás oyen como ellos se oyen a sí mismos. Son narcisistas. Viven espejándose sobre los mismos dogmas.
—El padre Torres le contestó con clase, pero no sé si entendió.
—¡Ni oyó! ¿Recuerdas que volvió a preguntar lo mismo?
A
—Está claro el móvil competitivo, Arturo.
—Sin embargo, estos curas son, por ahora, útiles —añadió Bello—. Cualquier institución o persona que denuncie al imperialismo y las estructuras neocoloniales beneficia nuestra causa.
—¿Tendrá posibilidades de largo alcance este cura?
—Nunca se sabe. Pero yo creo que él se detendrá a mitad de camino, cuando se lo ordenen o cuando los cambios que propugna empiecen a lesionar los intereses temporales de la Iglesia.
B
—Analizó tendenciosamente la historia latinoamericana. Se apartó del tradicional respeto que debemos a nuestros próceres y no hizo justicia a la obra misionera de España.
—Fue demasiado breve al mencionar los sacerdotes que arriesgaron sus vidas por la Independencia para detenerse en una cantidad de obispos olvidados que se mantuvieron fieles a la Corona. No hubo equilibrio ni ecuanimidad.
—Me ha disgustado sobremanera. Este hombre camina sobre el borde de un precipicio y el vértigo le hace confundir los valores.
—¿Qué dirá a todo esto su tío?
—¡Aah!… ¡El R. P. Fermín Saldaño es un santo varón! ¡Este Torres debe ser la oveja negra de su familia!
C
—«¡El cristianismo no es un partido político!». Torres se lo fregó en la cara tanto a los comunistas como a los católicos de derecha.
—Estuvo brillante. Se manejó con principios eminentemente cristianos, evangélicos. Hizo un análisis claro y honesto de la problemática latinoamericana. Nunca escuché nada más breve, simple e irrefutable. Pero estoy seguro que para los comunistas Torres es un simulador y para los conservadores un comunista.