Excavaciones de la Atlántida
Cádiz, España
16 de septiembre de 2009
Lourds sudaba debido a la humedad que provenía del océano Atlántico. Frente a él continuaban los trabajos para rescatar lo que pudiera salvarse de la civilización atlante.
Las autoridades españolas que habían acudido a la excavación acababan de soltarle. Durante los dos últimos días había compartido celda con varios de los criminales más peligrosos de Cádiz. Creía que había sido una mera táctica de intimidación, pero aun así había conseguido llevarse bien con sus compañeros de infortunio.
Por muy catedrático de Harvard que fuera, había pasado gran parte de su vida en compañía de gente como esa en sus viajes por todo el mundo. Alrededor de cualquier objeto que se descubriera y pudiera proporcionar algún tipo de beneficio, siempre había delincuentes. Una vez aceptada esa situación, había decidido aprender su lengua, que casi siempre era una variante de la vernácula. Los maleantes con los que había compartido su último alojamiento no estaban precisamente en la lista de las personas a las que les enviaría una postal navideña, pero les había apenado que lo pusieran en libertad. Cuando la Policía española no estaba interrogándole, compartía anécdotas con el resto de los prisioneros. Se había convertido en una especie de celebridad, ya que la CNN no dejaba de emitir imágenes suyas.
El Departamento de Estado norteamericano no había salido en su defensa con demasiada contundencia porque no sabía exactamente qué es lo que había hecho. Había varias agencias internacionales esperando poder hablar con su pequeña banda. En especial con Natashya.
Al final, el papa Inocencio XIV había intercedido y había solicitado clemencia, alegando su trabajo en favor de la Iglesia. Todos ellos habían sido puestos en libertad.
Gary se recuperaba en el hospital. Natashya había ido a hacer unas llamadas telefónicas. A pesar del rastro de muertes que había dejado detrás de ella, no había pruebas que la relacionaran. Había conseguido limpiar sus «indiscreciones» en su país, aunque, al parecer, lo peor había sido no rellenar el adecuado papeleo para tomarse unas vacaciones. Leslie disfrutaba de una estupenda relación con el estudio de televisión que la había contratado, porque tenía muchas exclusivas relacionadas con la historia de la Atlántida que la CNN no había conseguido todavía.
Ella también había salido relativamente ilesa.
Algunos periodistas lo reconocieron y le suplicaron una entrevista, pero los rechazó a todos. Pensó que aquello alegraría a Leslie y que estaba en deuda con ella.
Su presencia no tardó mucho tiempo en llegar a oídos del padre Sebastian. El anciano sacerdote había ido al hospital, le habían curado el hombro y había vuelto a hacerse cargo de la excavación.
—Profesor Lourds —lo saludó acercándose a él. Llevaba el brazo izquierdo en cabestrillo y parecía pálido, pero fuerte a pesar de todo.
Lourds devolvió el saludo.
—Confío en que el Papa haya recibido su paquete.
Sebastian asintió.
—Se alegró mucho. Lo ha puesto a buen recaudo, ya no dará más problemas.
La noche que habían salido de las cuevas, Lourds se enteró de que el padre Sebastian había sobrevivido al disparo. Antes de que el equipo médico se lo llevara volando había tenido tiempo de entregarle el Libro de Conocimiento. No tenía la suficiente confianza en sí mismo como para quedárselo.
Sabía que no podría resistirse a leerlo, fuera cual fuese el precio.
El padre Sebastian hizo un gesto a los guardias de seguridad que contenían a la multitud de curiosos, lo dejaron entrar y lo cogió por el brazo.
—Me he enterado de que le han puesto en libertad hace poco —dijo mientras caminaban hacia el cochecito de golf con el que había ido a buscarlo.
—Hace nada —admitió tocándose la ropa—. Debería de haber buscado un hotel en el que cambiarme, lo siento. Todavía huelo a cárcel.
—Pero ha venido aquí, al único lugar al que quería ir, ¿no es así? —preguntó sonriendo.
—Sí —dijo, y tomó asiento. El sacerdote lo condujo hacia la cueva—. Sigo pensando en la biblioteca que hay ahí abajo. Si el Libro de Conocimiento sobrevivió a la bala y al agua…
—¡Ah!, pero ese libro es muy especial. No puede esperarse lo mismo de los demás.
—Tengo esperanzas. Quizá la técnica empleada en la fabricación del papel y de la tinta era diferente a la nuestra. Quizás hayan sobrevivido. Soy un buen buceador, me he sumergido en algunas cuevas.
Sebastian negó con la cabeza.
—Entonces no se ha enterado de las malas noticias.
—¿Cuáles?
—Ha sido hoy por la mañana.
Lourds esperó sintiendo una gran tensión en el estómago.
—Hemos perdido la sección de las cuevas en la que estaba la biblioteca y el lugar donde estaba escondido el Libro de Conocimiento.
—¿Cómo?
—No lo sé. Lo único que sé es que allí ya no queda nada. Puede que se lo llevara el mar, que lo arrancara de la tierra y se lo llevara. Lo único que queda es un gran agujero que ha permitido que el océano Atlántico inunde la mayor parte del sistema de cuevas.
Había desaparecido.
—Puede que logremos salvar parte de las paredes, la zona de la cripta y alguna otra cosa, pero ahora que la Iglesia tiene lo que quería…
—El Papa no quiere seguir vaciando sus arcas.
—Sería una locura —dijo Sebastian con un suspiro—. A pesar de todo me han permitido limpiar alguna cosa antes de irme. Sin duda atraerá a otras personas y otros podrán continuar lo que empezamos, ¿no le parece?
—Eso también impedirá que los medios de comunicación se enteren de qué era lo que había venido a buscar.
—A menos que se lo diga alguien.
—No lo haré —aseguró asintiendo con la cabeza—. De todas formas, nadie me creería.
—¿Y qué me dice de la joven periodista?
—Lo único que dirá Leslie es que seguimos unas pistas que nos llevaron a una biblioteca que ha quedado sepultada en las cuevas.
—¿No dirá nada del Libro de Conocimiento?
—No, sigue aferrada al mito de la Atlántida. Me ha asegurado que cotiza más en los índices de audiencia. Además, ¿admitiría el Vaticano su existencia por mucho que lo asegurara?
Sebastian sonrió.
—Se sorprendería de la cantidad de cosas que no existen, oficialmente.
—No creo que me sorprendiera, sobre todo después de lo que he visto.
El anciano sacerdote detuvo el vehículo en la entrada de la cueva.
—Aún podemos encontrar alguna sorpresa antes de irnos. Si quiere, puede unirse a nuestra investigación.
—Lo haré. No hay otro lugar en el que desee estar que no sea buscando conocimiento.
—Puede que encontremos algún libro que saliera flotando de la biblioteca —dijo Sebastian rebuscando en un bolsillo—. Creo que no soy el único que no se ha sorprendido de que viniera aquí. He recibido mensajes de sus dos compañeras —dijo entregándole dos hojas de papel—. Parece que quieren cenar con usted, las dos.
—¡Ah! —exclamó sonriendo, a pesar de la decepción que le había causado la pérdida de la biblioteca.
—Imagino que ninguna está interesada en cenar a la vez con usted.
—Posiblemente no.
—Supongo que tiene un problema de agenda.
—No, tengo buen apetito —dijo sonriendo al anciano sacerdote—. Después de dos días en la cárcel, esta noche puedo cenar dos veces.
—Si come con prudencia y se controla. Aunque, por supuesto, si descubren que va a cenar dos veces…, bueno, podría ser peligroso.
Lourds se metió los papeles en el bolsillo sintiéndose algo mejor.
—Ese es el tipo de peligro que me gusta, padre. Y no creo que ninguna de esas mujeres esté buscando un compañero de cena permanente.
—¿Qué hará después?
—La biblioteca de Alejandría sigue desaparecida. Todavía no he perdido la esperanza de encontrar alguno de sus libros. Hay un montón de fragmentos perdidos de la historia, y en los relatos y lenguas que hemos seguido durante miles de años. Seguiré hurgando en esos rincones y grietas cada vez que pueda, con la esperanza de encontrar algo algún día. Esa es mi verdadera pasión.
Siempre lo sería.