23Capítulo

Excavaciones de la Atlántida

Cádiz, España

14 de septiembre de 2009

Avanzando con cuidado entre las sombras, Natashya subió por el lado de la colina en el que la valla se unía a la roca. La luz que salía de la boca de la cueva quedaba a pocos pasos.

Gary la siguió. Natashya agradeció que la seguridad del lugar no fuera extrema. Si alguien hubiera prestado atención realmente, lo habría oído dar traspiés en la oscuridad. Permaneció detrás de ella.

Agachada, sacó el móvil que había comprado al poco de aterrizar en Cádiz. Se lo había proporcionado el mismo traficante que le había vendido las dos pistolas de nueve milímetros que escondía en la trinchera que llevaba puesta.

—Lo que va a ocurrir puede ser peligroso —le previno mientras apretaba las teclas del teléfono—. A lo mejor deberías pensarte mejor lo de acompañarme.

Gary parecía tenso, tragó saliva y movió la cabeza.

—No puedo dejar que vayas sola.

Lo miró un momento y vio la determinación que había en sus ojos. Asintió al tiempo que apretaba el botón para hablar. Miró hacia la costa, donde el muro de contención detenía el embravecido mar. El ruido de las olas que lo golpeaban retumbaba continuamente por toda la zona.

La llamada tardó unos segundos en establecerse a través de una operadora internacional.

Con todo, Iván Chernovsky contestó a la primera.

—Chernovsky.

—Soy Natashya.

—Vaya, sigues viva.

—De momento.

—Es lo que me he estado preguntando. Al parecer el catedrático Lourds y otros miembros de tu grupo han estado muy ocupados.

—En cierta forma, sí.

—Tiroteos en Odessa, Alemania y África. Menudo itinerario.

—Imaginaba que te enterarías de lo de Odessa, pero ¿cómo has sabido todo lo demás?

Chernovsky suspiró.

—He tenido que contestar muchas llamadas de otros países en las que me preguntaban por mi compañera. Nuestro supervisor cree que sé todo lo que estás haciendo y los puso en contacto conmigo. Después de decirme que lo negara todo y que mi trabajo está en juego, por supuesto.

—Lo siento, no tenía intención de que nada de esto te causara problemas.

—Bah.

Lo imaginó encogiéndose de hombros en su oficina.

—Lo superaremos, Natashya. Siempre lo hemos hecho. ¿Dónde estás? Los periodistas de Londres creen que no sigues allí. Hay mucha gente a la que le gustaría hablar con Lourds, y la empresa para la que trabaja la señorita Crane ha anunciado su desaparición.

—En Cádiz.

Chernovsky se quedó en silencio un momento.

—Así que era verdad, la Atlántida estaba allí.

—No lo sé. Secuestraron a Lourds en Londres, yo escapé antes de que pudieran capturarme. Sabía que lo traerían aquí.

—¿Por qué?

—Por los instrumentos.

—¿Los instrumentos musicales a los que se refería la señorita Crane en la entrevista?

Natashya dudó un momento Volvió a recordar a Yuliya y lo interesada que estaba en el antiguo címbalo en el que había estado trabajando.

—Eso espero.

—Pero me has llamado por otra razón, ¿verdad?

—Las cosas se han complicado aún más. No cabe duda de que la Iglesia católica ha estado ocultando más de lo que parece. Han metido en la cueva a Lourds y a Leslie.

—¿Qué buscan?

—No lo sé.

—¿Y Lourds lo sabe?

—Seguramente sí.

Chernovsky hizo una pausa y Natashya oyó el roce de su mano en la barba. Imaginó que si no se había afeitado era porque estaba sometido a una gran tensión.

—Ha de saberlo. Si no, no hay razón para que esos hombres lo secuestraran y lo llevaran allí.

—Eso tiene sentido, pero no tengo ni idea de lo que sabe.

—¿Qué quieres que haga?

Natashya sonrió.

—En este momento me buscan para interrogarme, ¿verdad?

—Sí —respondió Chernovsky con cautela—. En varios sitios. ¿En qué estás pensando?

—En que deberías notificar a las autoridades locales que hay una potencial amenaza terrorista en esta zona.

—¿Tú?

—Sí. —Chernovsky guardó silencio—. Iván, no tenemos tiempo.

—Lo que sugieres es muy peligroso. Sobre todo para ti.

—Lo sé —aseguró mirando hacia la cueva. Hasta ese momento no había visto a ningún guardia en la entrada. También había camiones y casetas prefabricadas, que nadie parecía vigilar tampoco—. Pero necesito a la Policía para salvar a Lourds, y la necesito ahora. Si todavía quieren cogerme y les dices dónde estoy, enviarán el suficiente número de efectivos. No tengo otra opción, creo que corremos peligro. Si Lourds tiene razón, lo que destruyó la Atlántida sigue aquí.

—¿Después de llevar miles de años sumergida?

—Eso cree. La Iglesia católica ha intervenido. Con toda su fuerza, he de añadir. Y ahora resulta que parte de ella nos ha estado persiguiendo todo el tiempo —le informó mirando la valla—. Tengo que irme. Dime que harás la llamada.

—La haré.

—Deséame buena suerte.

—Buena suerte, Natashya.

Le dio las gracias y colgó. Entonces se puso de pie.

—No he entendido nada de lo que has dicho —protestó Gary.

—Era mi compañero. Va a llamar a las autoridades españolas para que intervengan.

—Estupendo, entonces sólo tenemos que quedarnos aquí y ver lo que pasa. —Gary parecía contento con aquella idea.

—No, vamos a entrar. La gente que envíen vendrá a buscarnos a nosotros.

Gary frunció el entrecejo.

—Te dije que no sería fácil ni seguro —dijo Natashya mirándolo—. Es mejor que te quedes.

—No puedo —aseguró con un gesto de cabeza.

—Entonces, sígueme.

Se volvió hacia la valla y pasó por encima de ella.

Lourds iba leyendo las inscripciones en voz alta conforme pasaba por su lado. Llevaba una potente linterna para iluminarlas. A pesar de que lo hacía encañonado y de que se dirigía hacia una audiencia presidida por un loco, parte de él se sentía orgulloso por su capacidad para poder descifrar una lengua desaparecida hacía siglos.

Aunque en los instrumentos no había una amplia muestra de significantes de la lengua, la traducción había sido relativamente fácil una vez descifrados. No conseguía reconocer todas las palabras, pero sí hacer suposiciones bien fundamentadas con las que rellenar las lagunas. Su voz sonaba fuerte en el pasillo frente a los pictogramas.

—«Adán y Eva y sus hijos se volvieron egoístas incluso en el jardín del Edén. Tenían el mundo a sus pies, pero querían más. El primer hijo los acompañaba e intentaba enseñarles las obras de Dios, pero no les comunicó todo el conocimiento sagrado de Dios y lo culparon de ello. Al final decidieron buscar el conocimiento ellos mismos».

La siguiente imagen era desagradable. Mostraba a un hombre en la profunda corriente de un río bajo una cascada. En las dos orillas, otros hombres lo alejaban con unos largos palos.

—«Los hijos de Adán que tenían el corazón más avieso llevaron al primer hijo a la corriente de agua que alimentaba el Edén y lo ahogaron. Eso fue lo que hizo que Dios los expulsara de allí y más tarde los arrojara a la maldad del mundo».

En la siguiente piedra, los hombres sostenían el Libro del Conocimiento con evidente júbilo.

—«Los hijos de Adán se llevaron el Libro del Conocimiento. Celebraron su triunfo, pero no admitieron su ignorancia. A pesar de que lo estudiaron, no lo entendieron. Tres días después de su muerte, el primer hijo resucitó».

En la siguiente escena se veía al primer hijo vestido con una túnica y llevaba una aureola alrededor de la cabeza, caminando por la selva entre hombres y mujeres atemorizados. Alrededor de ellos varios animales estaban listos para atacar.

—«Cuando el primer hijo regresó, llevó con él la cólera de su padre. Ningún arma fabricada por los hijos de Adán podía atravesarle. Ninguna piedra le hacía daño. Los hijos de Adán se encogieron de miedo delante de él, que…». —Lourds dudó mientras intentaba descifrar la palabra.

—«Alejó a los animales de los hijos de Adán» —acabó la frase el padre Sebastian.

Lourds miró al sacerdote.

—¿Puede leerlo?

Sebastian asintió.

—¿Dónde aprendió esta lengua?

El anciano ladeó la cabeza.

—Jamás la había visto.

—¿Es lingüista?

—No, soy historiador. Las lenguas nunca se me han dado bien. Casi no sé latín.

—Pero ¿puede leerla?

Sebastian asintió.

—¿Y cómo explica que pueda hacerlo?

—No puedo explicarlo.

Observó al anciano con curiosidad. «No voy a empezar a creer en la intervención divina a estas alturas», se dijo. Pero no había otra forma de entender lo que afirmaba el viejo sacerdote, a menos que estuviera mintiendo, cosa que no estaba dispuesto a pensar.

Se volvió hacia la última imagen de la serie y dijo:

—«Adán, Eva y sus hijos fueron expulsados del jardín del Edén».

La imagen era muy similar a muchas de las interpretaciones que había visto en varias Biblias ilustradas. Un ángel alado con una espada flamígera bloqueaba la entrada. Pero en esa ocasión el primer hijo estaba junto al ángel.

—«Con su justa cólera, Dios dejó el Libro del Conocimiento entre los hombres». —continuó Lourds—. «Advirtió que si era hallado debería permanecer sin leer hasta que volviera a llevárselo de este mundo».

—Pero el Libro del Conocimiento no se perdió —intervino Sebastian—. Uno de los descendientes de Adán lo escondió durante generaciones. Trajo a su familia aquí para fundar la Atlántida y la civilización que atraería la ira de Dios.

—¿Cómo lo sabe? —preguntó Lourds, que en ese momento estaba tan perdido intentando descifrar la historia que no se había fijado en que Murani y sus soldados los rodeaban.

—Porque esa historia está aquí —dijo Sebastian iniciando la marcha. Su linterna iluminó más piedras con inscripciones.

Lourds lo siguió, al igual que Murani y la Guardia Suiza.

El corazón de Gary latía con fuerza cuando siguió a Natashya.

«Colega, esto no tiene nada que ver contigo. Vas a conseguir que te maten. Deberías sacar el culo de aquí», se dijo.

Pero no pudo. En parte porque sentía que tenía que hacer algo por Lourds y Leslie, pero también porque había crecido alimentándose con héroes de ficción y videojuegos. Se suponía que era un hombre de acción. Matar al malo, conseguir a la chica y todo eso. Aunque, tal como había aprendido en las últimas semanas, ser un héroe no era tan fácil; además, normalmente no había ninguna celebración después de comportarse como tal.

Siguió a Natashya a una de las casetas prefabricadas que había frente a la entrada de la cueva y se metió dentro. Encontraron monos como los que llevaban la mayoría de los trabajadores para protegerse del frío.

—Ponte uno —le ordenó Natashya en voz baja en la oscuridad. También le dio unas botas de trabajo—. Y esto también.

—Son pesadas y bastas —protestó.

—A menudo se identifica a los criminales porque no se cambian de calzado. —Natashya se puso el mono y escondió las pistolas que llevaba—. Dadas las condiciones en el interior de las cuevas, los supervisores seguramente comprueban que todo el mundo lleve botas de trabajo y cascos. Si no los llevas, se fijarán en ti —aseguró, y le dio un casco.

Gary se lo puso y se quitó los zapatos.

—Son pesadas y bastas.

Natashya hizo caso omiso a sus palabras, se recogió el pelo, se puso el casco encima y salió por la puerta. Gary tuvo que darse prisa para alcanzarla. Se colocó a su lado cuando entraba en la cueva.

—No tengo intención de ponerte nerviosa, pero ¿tienes un plan?

—Sí. Encontramos a Lourds y a Leslie. Cogemos lo que esté buscando todo el mundo y nos vamos, vivos. ¿Te ha quedado claro? —preguntó mirándolo.

—Como el agua. Creo que la parte de seguir vivos es la mejor.

—Estupendo, no me obligues a tener que darte una patada en el culo por dejarte matar.

Gary intentó encontrar una respuesta heroica, pero no lo consiguió, y siguió a su lado en silencio.

—«El hombre que tenía el Libro del Conocimiento fundó la isla que se conocería a través de las leyendas como la Atlántida. Sabía que el poder que esperaba conseguir a través del libro haría que otros hombres intentaran arrebatárselo».

Lourds se detuvo al lado del padre Sebastian. El haz de luz de la linterna del sacerdote iluminó la piedra que tenía delante, aunque otras luces se unieron rápidamente a la suya.

La imagen mostraba a un rey sentado en un trono, observando un vasto imperio.

Atraído por las palabras, Lourds comenzó a leer de nuevo.

—«Desprovistos del Edén, los hijos de Adán empezaron a vivir en el mundo exterior. Uno de sus hijos, Caleb, fundó la isla-reino de…». —No consiguió leer la palabra y se volvió hacia el padre Sebastian.

—Pone «cielo», pero no puede ser lo que era este sitio. El fundador eligió llamarlo así —susurró Sebastian.

—«Caleb continuó estudiando el Libro del Conocimiento. Pasaron los años y cedió esa tarea a sus hijos, que a su vez la cedieron a los suyos. No olvidaron el poder de Dios. Ambicionaban el poder y eligieron olvidar a Dios».

En la siguiente imagen se veía la construcción de un zigurat. Cientos de hombres trabajaban acarreando piedras para elevar un edificio que se suponía alcanzaría los Cielos.

—«Se construyó una gran torre bajo el reinado del hijo de Caleb, el rey sacerdote. Su pueblo pretendía vivir en el Cielo y convertirse en dioses. Creían que lo único que tenían que hacer era subir al Cielo y alcanzar el Paraíso».

En la siguiente piedra aparecía la destrucción de la torre y el suelo lleno de cadáveres.

—«Dios se percató de las malvadas y egoístas obras de los hombres y envió su venganza».

—«Cólera» —lo interrumpió Sebastian.

—«Y envió su cólera —se corrigió Lourds— sobre los hombres y destruyó la torre. También destruyó lo que los mantenía unidos y les privó de su lengua. Incluso la lengua que hablaban al salir del jardín del Edén se perdió».

Intentó imaginar lo que aquello había significado. Los hombres, que habían compartido tantas cosas, de pronto no podían comunicarse entre ellos. Les habían arrebatado incluso la lengua original.

—«Con el tiempo volvieron a hablar entre ellos en diferentes lenguas. Con el tiempo descifraron la lengua del Libro del Conocimiento. Los reyes sacerdote leyeron el libro. Dios conjuró el mar y destruyó la isla».

El siguiente relieve mostraba una enorme ola rompiendo en la costa de la isla. La gente contemplaba horrorizada cómo se acercaba su inminente condena.

—«Sólo los que se refugiaron en las cuevas…».

—«Catacumbas» —lo corrigió Sebastian.

—«… catacumbas —Lourds hizo el cambio automáticamente. Las palabras lo atraían conforme las iba iluminando con la linterna— sobrevivieron. Después, cuando el mar se retiró, los supervivientes guardaron el Libro del Conocimiento en el hogar de…». —Se calló, incapaz de continuar.

—«En la cámara de los acordes», que es donde estamos —acabó la frase Sebastian.

Dirigió la linterna hacia la pared de piedra y vio unos hombres con túnicas frente a unos pictogramas que reconoció como los relieves ante los que estaba.

—¿El Libro del Conocimiento está aquí? —preguntó Murani.

—No lo sé —contestó Lourds.

Leslie soltó un chillido de sorpresa y dolor.

Cuando Lourds se dio la vuelta vio que Murani la había cogido por el pelo y la había obligado a arrodillarse mientras cogía la pistola de uno de los guardias suizos.

—¿Qué está haciendo? —preguntó avanzando hacia ellos.

Murani golpeó a Lourds en la sien con el arma.

Sintió un profundo dolor en la cabeza. Se mareó, cayó a cuatro patas y por poco se golpea en el suelo con la cabeza.

—¿Dónde está el libro? —gritó Murani.

Estaba a punto de vomitar y sintió el sabor de la bilis en la garganta.

—No lo sé. No lo dice. Eso fue escrito hace miles de años. Que sepamos, alguien se llevó el libro. Todas las historias que ha oído pueden no ser nada más que mentiras.

—Dime dónde está el libro —le exigió a Sebastian.

—No, no te voy a ayudar Murani. Te has deshonrado a ti, a la Iglesia y a Dios. No tomaré parte en ello.

—Entonces morirás —aseguró apuntándole con la pistola.

Por un momento, Lourds pensó que iba a disparar al anciano sacerdote.

Sebastian cogió su rosario y empezó a rezar con voz ligeramente entrecortada.

Murani apuntó a Leslie.

—¡La mataré a ella! ¡Lo juro! ¡La mataré!

—Lo siento —dijo Sebastian fijando los ojos en Leslie.

Furioso, Murani volvió su atención hacia Lourds.

—¡Sigue leyendo! ¡Encuentra el libro! Si no lo haces, mataré a la chica. Tienes diez minutos.

Sumamente débil, Lourds se puso de pie, aunque se tambaleaba. Cogió la linterna que había caído al suelo y fue dando traspiés hasta el muro con las imágenes. Llegó hasta la de los cinco instrumentos musicales.

Parpadeó e intentó no ver doble.

—«Los supervivientes vivieron en el temor a Dios. Guardaron el libro en la cámara de los acordes. La clave se dividió en cinco… instrumentos». Es una suposición, pero encaja.

—Continúa —le ordenó Murani.

Se secó el sudor de los ojos y fue hacia el siguiente pictograma.

—«El secreto estaba encerrado en ellos. Los instrumentos se entregaron a cinco hombres que se llamaron… guardianes». —Utilizó ese término por la forma en que se habían llamado a sí mismos Adebayo, Blackfox y Vang—. «Los guardianes se escogieron entre los que hablaban diferentes lenguas. Se les dio una parte de la clave y se les devolvió al mundo. No volverían a juntarse nunca más hasta que Dios los reuniera».

Cuando siguió hacia la siguiente sección del muro vio que estaba lisa. La recorrió con la linterna y después se volvió hacia Murani.

—No hay nada más —dijo en voz baja esperando que le disparara, ofuscado por la frustración.

—El secreto está en los instrumentos musicales. Encuéntralo.

Hizo un gesto. Gallardo y sus hombres llevaron unas cajas y las depositaron en el suelo.

Dudó. El desafío era difícil y las condiciones imposibles, pero quería salvar a Leslie. Quería ser el héroe, estar a la altura.

—No lo hagas.

Volvió la cabeza en dirección al padre Sebastian, que seguía con el rosario en la mano.

—El Libro del Conocimiento fue escondido. Dios lo quiso así por una razón, destruyó el mundo —continuó Sebastian.

Pensó en las imágenes de destrucción que mostraban los muros de piedra. Tan sólo daban una pequeña idea del verdadero horror que había padecido la isla-reino.

—No debes hacerlo —le aconsejó Sebastian.

—Hacedlo callar —gruñó Murani.

Gallardo le dio un golpe en el cuello y el sacerdote cayó sobre una rodilla tosiendo y sintiendo arcadas. Sin mostrar piedad alguna, Gallardo le dio una patada en la cabeza y lo tiró al suelo.

Murani apartó la pistola de la cabeza de Leslie y se puso frente a Lourds.

Lourds quiso echarse hacia atrás. La amenaza que emanaba el cuerpo del cardenal era tangible. Sintió náuseas.

—Se supone que puedes hacerlo —dijo Murani con una voz temiblemente baja—. No sabías nada de todo esto y has llegado hasta aquí. ¿Crees en la voluntad de Dios, profesor Lourds?

Intentó responder, pero no consiguió que la voz saliera de su garganta, atenazada por el miedo.

—Creo que estás aquí por voluntad divina. Creo que Dios quería que estuvieras aquí, para servirlo de esta forma.

«¿Para destruir el mundo?», no pudo dejar de pensar. Nadie le iba a pedir que hiciera algo así, y mucho menos un Dios benevolente.

—No lo hagas, Thomas —le suplicó Leslie.

Gallardo se colocó detrás de ella. Una de sus grandes manos se cerró sobre su pelo y le puso una pistola contra la cabeza.

—¡Calla, zorra!

Leslie no le hizo caso. Las lágrimas empezaron a correrle por la cara, pero sus ojos permanecieron fijos en Lourds.

—Nos matarán de todas formas. ¿Para qué darles lo que quieren?

—No os mataré —susurró Murani con una sonrisa en los labios—. Una vez que tenga el Libro del Conocimiento no será necesario. No podréis hacer nada contra mí. Tendré el poder.

Lourds no creyó en las mentiras de aquel hombre ni un sólo momento.

—Piensa en el conocimiento —continuó Murani—. Incluso si os matara por ello, ¿quieres irte a la tumba sin obtenerlo? —Sus oscuros ojos buscaron los de Lourds—. Estás muy cerca. El premio supremo está a tu alcance. Es sin duda el mayor secreto de la humanidad. ¿Quieres morir sin saber si puedes descifrar o no el secreto que contienen las palabras que hay en esos instrumentos?

No había podido dejar de pensar en eso.

—Piénsalo —lo tentó—. Hay muchas posibilidades de que no sea capaz de leer lo que hay escrito en el Libro del Conocimiento. Te necesitaré. Si encuentras el libro, vivirás.

Quería decir que no. Todo lo bueno y decente que había en su interior rechazaba cooperar con el loco fanático que tenía delante. Pero una insistente voz en lo más recóndito de su ser no le dejaba tranquilo. Quería leer ese libro. Quería saber lo que había escrito en él.

—¿Cómo puedes desentenderte ahora? —le preguntó Murani.

—No dejes que te influya. No dejes que te tiente —gruñó Sebastian.

Pero la tentación era demasiado grande. Era el mejor y más excelente objeto que nadie jamás había estado buscando.

Y todavía no había sido hallado.

Se volvió hacia los instrumentos musicales sin decir una palabra.

Desde su llegada a Cádiz, Natashya había intentado familiarizarse todo lo que había podido con la excavación. Había leído los periódicos y revistas que había en el campamento de los medios de comunicación. Gary le había ayudado a conseguirlos. También habían visto algunos de los reportajes que habían emitido las televisiones. La excavación había aparecido en numerosas cadenas.

Según lo que había leído, la cueva en la que se encontraba la misteriosa puerta que salía en todos los vídeos estaba situada a unos tres kilómetros de la entrada.

Fue hacia el parque de automóviles que había en el interior de la primera cueva, donde guardaban el equipo pesado. Vio una pequeña camioneta descubierta en las sombras, donde no llegaban las luces de seguridad.

Estaba cerrada. Natashya supuso que era más por costumbre del conductor que por temor a un robo. ¿Quién iba a saltar la valla para robarles el equipo?

—Cerrada, ¿eh? —dijo Gary—. Quizás haya otra…

Natashya abrió la caja de herramientas que había en la parte de atrás, sacó una palanca y rompió la ventanilla del conductor. Los trozos de cristal cayeron hechos añicos al suelo de piedra.

—¡Joder! —exclamó Gary mirando a su alrededor—. ¿No crees que sería mejor actuar con un poco más de discreción?

—La discreción es más lenta —replicó Natashya abriendo la puerta—. Y no tenemos tiempo. Es posible que ya sea demasiado tarde.

—Creo que viene alguien —dijo Gary haciendo un gesto con la cabeza.

Natashya miró por encima del hombro y vio que se acercaban tres trabajadores. Se situó al volante y abrió la puerta del pasajero.

Uno de los hombres gritó, pero no entendió el idioma en el que hablaba. Sacó una navaja y cortó los cables de encendido. Después utilizó la palanca para forzar el bloqueo del volante.

—¿Sabes lo que está diciendo? —preguntó Gary.

—Seguramente querrá saber qué estamos haciendo. —Unió dos cables y el motor se encendió.

—¿Y si está diciendo algo como salid de la camioneta o disparo?

—Enseguida lo sabremos. —Puso una marcha y pisó el acelerador.

Los tres hombres echaron a correr gritando y agitando los brazos.

Gary se agachó, anticipando lo peor.

—¿Sabes?, tenemos un problema.

Natashya condujo entre el laberinto de equipo pesado y se dirigió hacia el arco iluminado que conducía a las profundidades del sistema de cuevas.

—¿Sólo uno?

La tensión incapacitaba a Gary para apreciar el sarcasmo.

—Algunos de estos guardias de seguridad son buenos tipos. Sólo hacen su trabajo. No están compinchados con los malos. ¿Cómo vas a distinguir unos de otros?

—Tendrán que tomar partido. —La camioneta dio un bote en el accidentado suelo—. Si se interponen en mi camino son malos. Es posible que los únicos buenos allí abajo seamos nosotros.

—Estupendo.

Cuando miró por el espejo retrovisor vio que los perseguían al menos dos vehículos.

—Menudo factor sorpresa el nuestro —comentó Gary en tono sombrío.

Entonces una bala atravesó el cristal trasero y destrozó el delantero.

—¡Coño! —exclamó Gary, que se agachó y se cubrió la cabeza con las manos.

Natashya se concentró en la conducción. Tenía un mapa aproximado del sistema de cuevas en la cabeza, pero la oscuridad era completa, a excepción de las luces de seguridad, que apenas iluminaban el camino. Sus faros sólo penetraban unos metros en aquella negrura. Las paredes de la cueva parecían ir acercándose cada vez más. En una ocasión el parachoques impactó contra una de ellas y provocó que saltara un torrente de chispas.

Confiaba en que Chernovsky hubiera llamado a las autoridades españolas y que la mitad de sus efectivos estuviera de camino. Y quizá la mitad del ejército. También intentaba no chocar contra ninguna de las paredes. Una vez dentro, esperaba llegar a tiempo de salvar a Lourds.

Lourds estudió los instrumentos que tenía delante. Pensó seriamente en destrozarlos. Eso sería fácil, pero no sabía si eso evitaría que Murani encontrara el Libro del Conocimiento.

Y para él habría sido un sacrilegio.

—Si los destruyes te prometo que suplicarás la muerte antes de que te mate. —Murani estaba arrodillado frente a él con una pistola en la mano.

—Leería mejor si no me estuviera apuntando. Además, me quita la luz.

Murani se apartó, pero no bajó el arma.

Lourds leyó las inscripciones una y otra vez. Hablaban de la destrucción de la Atlántida y de la decisión irrevocable de enviar al mundo exterior la clave de la Tierra Sumergida en cinco partes.

La última frase decía: «Haced un ruido jubiloso».

—Haced un ruido jubiloso —dijo en voz alta—. ¿Significa algo? —Pensó que a lo mejor tenía algo que ver con los instrumentos, pero los había tocado y no había ocurrido nada.

Murani dudó un momento.

—«Cantad alegres a Dios, habitantes de toda la Tierra». Salmo 100,1.

—¿Qué significa?

—Los hombres deben rezar y alegrarse en Dios.

—¿Lo sabía?

—Todos los obispos deben saber recitar el libro de los salmos. —Murani levantó la cabeza—. Hay muchas prácticas de la Iglesia que se han ido abandonando. Yo soy más tradicional.

Lourds quería preguntar: «¿Incluyen esas prácticas el asesinato?», pero decidió que sería demasiado provocativo y seguramente nada conveniente.

—¿Tiene ese pasaje algún significado especial relacionado con el Libro del Conocimiento?

—No que yo sepa.

Volvió a tocar los instrumentos. La respuesta tenía que estar allí, pero le eludía. Se devanó los sesos. La solución tenía que estar escondida, pero ser alcanzable. Al fin y al cabo, si un guardián moría demasiado pronto, los que lo siguieran tendrían que saber cómo descubrirlo todo.

Cogió la linterna e iluminó la imagen en la que se veía a los cinco guardianes recibiendo los instrumentos.

Los cinco los mantenían en alto, en un círculo, dispuestos en una forma especial.

Memorizó la disposición. Volvió y los colocó en esa posición. Tambor, címbalo, flauta, laúd y campana. ¿Tenía algún significado ese orden?

Utilizó la linterna para estudiar detenidamente su superficie. Unos símbolos que no había visto antes en el lateral del tambor y que parecían arañazos atrajeron su atención. Eran débiles y estaban sueltos, no se parecían a los que había en las inscripciones. Tras miles de años era un milagro que siguieran allí.

Rápidamente y entusiasmado fue dándole la vuelta a los instrumentos hasta que halló esos símbolos en todos ellos. Juntos formaban una frase.

—«Romper hace un canto jubiloso». —Volvió a traducirlo. No tenía sentido. Seguramente se había equivocado.

—¿Qué has visto? —preguntó Murani.

Lourds se lo dijo.

—¿Qué son esos símbolos? —Quiso saber Murani, que sólo había visto alguno de ellos con la luz de la linterna.

—«Haced un canto jubiloso».

Murani dirigió la linterna hacia la pared.

—Los símbolos también están ahí.

Lourds levantó la vista y vio que se repetían. La emoción lo embargó. Se acercó, cogió una piedra y golpeó la pared.

Oyó un sonido hueco.

Volvió a golpear.

—Detrás hay un espacio vacío —dijo golpeando de nuevo. En ese momento, la pared se partió.

Murani, Gallardo y algunos guardias corrieron hacia allí y atacaron la falsa pared con la culata de sus fusiles. La pared se hizo añicos que cayeron al suelo.

Al otro lado había una elegante e inmaculada cueva llena de estalactitas y estalagmitas. El sonido de los impactos provocó un eco casi musical en su interior.

Antes de que nadie pudiese detenerle, Lourds cruzó la destrozada pared y entró en la cueva. El aire en su interior parecía menos enrarecido y más frío. El ruido fue desapareciendo paulatinamente, pero se fijó en que el sonido se oía como si estuviera en un escenario.

En la pared de la derecha había una imagen del primer hijo con el Libro del Conocimiento en la mano. Tenía un aura de santidad en la cabeza.

En la inscripción que había debajo podía leerse: