Alejandría, Egipto
20 de agosto de 2009
Despierta, sale en las noticias!
Lourds se despertó poco a poco. Una especie de niebla envolvía su mente. Sabía, por la incómoda postura en la que dormía, que no estaba en casa. Entreabrió los ojos y vio un borroso movimiento delante de él.
Antes de que pudiera entender bien la situación, una brillante luz le apuñaló los ojos. Gruñó una maldición y se cubrió la cara con el antebrazo.
—Lo siento, pero tienes que ver las noticias. Están hablando de Yuliya Hapaev. Está muerta.
«¿Muerta?». Aquello acabó de despertarlo y despejó la niebla de su cabeza.
Leslie, al otro lado de la habitación, volvió a meterse en la cama y apuntó con el mando a distancia hacia el televisor para subir el volumen.
Parpadeando para acostumbrar las pupilas, Lourds miró la pantalla. Detrás del presentador aparecía en grandes letras el titular:
El presentador comentó: «… la Policía de Riazán sigue sin saber el motivo de la muerte de la doctora Hapaev».
La imagen del televisor cambió a una de un edificio en llamas. El texto inferior lo identificaba como:
El presentador siguió diciendo: «Sigue sin explicación el incendio que se declaró en uno de los edificios de laboratorios de la Facultad Estatal de Medicina de Riazán y lo destruyó todo. Las llamas se cobraron la vida de la catedrática Yuliya Hapaev».
Mostraron una fotografía pequeña junto a la imagen del fuego. Lourds se fijó en que era un retrato reciente de Yuliya, trabajando en una excavación. Parecía feliz. «La catedrática Hapaev estuvo a cargo de numerosas investigaciones muy importantes. Deja esposo y dos hijos».
Seguidamente apareció una de las continuas noticias sobre Oriente Próximo.
—¿Eso es todo? —preguntó Lourds.
—Por ahora, sí —dijo Leslie mirándolo—. Siento lo de tu amiga.
—Yo también. —Se levantó del sofá en el que había pasado la noche después de que Leslie se quedara dormida en su cama. Fue hacia el ordenador y se conectó rápidamente a Internet.
—¿Han dicho algo del címbalo?
—No.
Abrió las páginas de noticias y buscó más información. Incluso leyó los servicios de noticias rusos, pero había pocas cosas aparte de lo que había contado FOX News.
—¿Crees que el címbalo tiene algo que ver con su muerte? —Leslie salió de la cama y se acercó a él. Seguía vestida con la misma ropa que el día anterior e iba descalza.
—Por supuesto. ¿Tú no?
—Sería muy forzado.
—No tanto. —Siguió buscando noticias y guardándolas para leerlas luego—. Pusiste en Internet unas imágenes de la campana y al poco tiempo unos hombres armados derribaron la puerta, dispuestos a matarnos para conseguirla. Yuliya envió fotos del címbalo y ha muerto a causa de un fuego muy sospechoso que ha destruido su laboratorio. Yo creo que tienen relación.
—Pero te envió las fotos a ti.
—Sí, pero yo no era su único recurso. Ningún arqueólogo o investigador vive en el vacío. Cada uno de nosotros somos tan buenos como la red que podemos crear. La de Yuliya era muy extensa. Estoy seguro de que envió fotos a otras personas además de a mí.
—Pero si no hizo públicas las fotos del címbalo…
—Entonces la lógica nos dice que alguien próximo a ella, alguien a quien también se las envió, sería el responsable de su muerte. Por eso voy a rastrear todo lo que pueda sobre el címbalo —dijo Lourds, inclinándose hacia la pantalla.
A los pocos minutos había descubierto que Yuliya había enviado fotografías del címbalo al menos a cinco foros arqueológicos. Todas eran idénticas a la que le había enviado a él. Todas mostraban aquella inscripción tan inquietante, igual que la de la campana.
Parte de él —la parte que no estaba ocupada por el misterio que aquello entrañaba— sentía la pérdida de su amiga.
Yuliya era brillante e inteligente. Había estado con ella y su familia en Rusia al menos una docena de veces. Yuliya y su marido Iván lo habían acogido en casa dos veces mientras llevaba a cabo alguna de sus investigaciones.
—¿Hay forma de saber quién vio esas imágenes? —preguntó Leslie.
—Es difícil. Esas páginas están abiertas al público. Un experto podría verlas sin dejar huellas. Con un poco de suerte podré rastrear a la mayoría de los que hicieron alguna pregunta a Yuliya o aventurar una suposición sobre la naturaleza del címbalo. —Con sus peores miedos confirmados, se recostó en la silla y cruzó los brazos sobre el pecho—. Me temo que vamos a tener que posponer el resto de la serie un tiempo.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Leslie preocupada.
—Tengo que ir a Moscú.
—¿Para ver a su familia? Lo entiendo, pero…
—No solamente para eso, sino para buscar más información sobre el címbalo. Yuliya era una excelente arqueóloga. Aunque se quemara el laboratorio, sé que nunca guardaba sus hallazgos en un solo lugar.
Leslie era inteligente, así que supo leer entre líneas.
—¿Crees que dejó información en otro lugar?
Lourds asintió, no tenía sentido mentir. Leslie ignoraba lo que él sabía de Yuliya.
—Seguro que llevaba un cuaderno aparte. Era muy cuidadosa con sus cosas. A veces resulta difícil proteger las investigaciones. Los estudiosos toman todo tipo de precauciones. —Frunció el entrecejo—. Lo siento por el programa, Leslie.
—No te preocupes. Tengo una fecha límite, pero seguro que puedo atrasarla un par de días.
—Me llevará algo más de dos días. —Leslie lo miró—. Hay algo que relaciona el címbalo y la campana. Si encuentro una pista intentaré averiguar quién mató a Yuliya, a James Kale y al hijo del vendedor.
—Puede ser peligroso.
—No voy a hacer ninguna tontería. Iré a la Policía en cuanto tenga pruebas suficientes. Soy catedrático de Lingüística. Si Yuliya no hubiese sido mi amiga y si no estuviera seguro de que puedo hacer algo más que la Policía para encontrar a los asesinos, ni lo intentaría.
Más tarde, cuando Leslie se fue, Lourds se dedicó a buscar un billete de avión para Moscú. Por desgracia no tuvo mucha suerte. Rusia no era uno de los destinos turísticos más solicitados ni había vuelos cada media hora.
Tras intentarlo con tres compañías aéreas sin obtener resultado, decidió hacer las maletas. Iría de una forma u otra. Pensó que debería comprar algo de ropa, pues al salir de viaje no había previsto coger nada adecuado para las temperaturas de Moscú.
Mientras guardaba sus cosas sintió pena por Yuliya y su familia. No sabía qué iban a hacer Iván y los niños, no podía imaginar el dolor que estarían sintiendo.
El recuerdo de aquella pérdida intensificó su determinación. No iba a dejar que los asesinos siguieran libres. Volvió a intentarlo con las agencias de viajes con renovada resolución.
Leslie se sentía incómoda en el vestíbulo del hotel, tenía la sensación de alguien que ha tenido una cita el sábado y sigue con la misma ropa el domingo. Quería darse una ducha y cambiarse, pero su instinto de periodista se había disparado.
O quizás era una paranoia suya.
Mientras esperaba establecer conexión con su teléfono vía satélite intentó organizar sus pensamientos. Cuando contestó el operador de la centralita pidió que le pusieran con Philip Wynn-Jones, su supervisor.
—Wynn-Jones —respondió este con voz suavemente contenida.
—Hola, Philip. Soy Leslie Crane.
—Ah, Leslie, me alegro de saber de ti —dijo con un tono que denotaba que estaba sonriendo—. Sentí mucho lo de Kale. Gracias por todo lo que estás haciendo para mantener vivo al equipo. Tu heroísmo ha generado mucha publicidad. Por cierto, he estado leyendo noticias sobre tu programa en los diarios. Buen trabajo. Creo que va a ser estupendo. Tu Lourds es bastante fotogénico. La cámara parece enamorada de él.
—Gracias, eso mismo pienso yo. —Dudó un momento, sin saber muy bien qué decir después o cómo abordar el asunto.
—¿En qué estás pensando? Siempre adivino cuándo estás maquinando cómo decir algo. Los dos nos ahorraremos mucho tiempo si lo sueltas directamente.
—Tenemos un nuevo problema. Es posible que retrasemos el programa unos días.
Wynn-Jones se quedó callado. No le gustaba superar los presupuestos ni sobrepasar las fechas fijadas.
—¿Qué pasa?
Leslie le resumió rápidamente lo que había sucedido en Rusia.
—¿Estás segura de que esos dos objetos tienen relación? —preguntó una vez que Leslie hubo acabado.
—Lourds sí lo cree.
—Y va a ir a Moscú a investigarlo, ¿no?
—Sí.
—Hum. —Se oyó ruido de papeles al otro lado del teléfono—. Este asunto se está poniendo interesante. Tenemos algo de margen en nuestro calendario. De hecho vas bastante adelantada. ¿Sabe cuánto tiempo estará fuera el catedrático?
—Quiero ir con él.
Aquello pareció desconcertar a Wynn-Jones un momento.
—¿Tú?
—Sí, yo.
—¿Para qué?
Leslie inspiró profundamente.
—Piensa un poco, Philip. Encontré un misterioso objeto y aparecieron unos salvajes armados para robarlo en cuanto llamé al hombre que podía descifrarlo.
—Pensaba que habías dicho que Lourds no había traducido todavía la inscripción.
—Y no lo ha hecho, pero ellos no sabían eso. Estoy segura de que lo conseguirá.
—Le estás dando mucho crédito a ese catedrático tuyo.
—Sí, y ya sabes por qué. Te gustaron sus referencias incluso antes de que se nos presentara la posibilidad de cubrir una gran noticia.
—¿Una gran noticia? ¿No te estás adelantando un poco?
—Piénsalo. Aparecen dos objetos antiguos, uno en cada extremo del mundo, que pueden tener relación. Se cometen dos asesinatos en una semana, junto con el robo a mano armada de esos objetos. Si el responsable es la misma persona o incluso dos grupos enviados por la misma persona, han asesinado a profesionales relacionados con los objetos en dos continentes. —Leslie miró a la recepción del hotel y cruzó los dedos—. Es una gran noticia. Hasta ahora nadie, excepto nosotros, ha establecido la conexión. Philip, tenemos ventaja.
Wynn-Jones lanzó un sonoro suspiro.
—No somos una agencia de noticias.
—Ya lo sé —dijo Leslie, que casi no podía contener el entusiasmo. «¡No ha dicho que no!», pensó—. Tenemos la posibilidad de estar en el candelero. Y si Lourds consigue descifrar el secreto de la campana y del címbalo, ¿no sería un golpe de suerte? Además, si hay una conspiración criminal relacionada con esos objetos, sin duda la serie gozará de publicidad añadida, ¿no crees?
—Seguramente, pero no me gusta lo de la conspiración criminal, sobre todo si estás tú en medio.
Leslie no pudo contenerse. Una energía nerviosa la invadía. Dio varias vueltas en círculo, consciente de que estaba atrayendo la atención de los clientes que había en el vestíbulo.
—No seas obtuso, Philip, ya sabes que esto despertará un gran interés.
—¿Te dice algo el titular «Apreciado catedrático norteamericano de Lingüística y desesperada personalidad de la televisión inglesa encuentran la muerte»?
Wynn-Jones permaneció callado.
—Además, creo que el catedrático Lourds oculta algo.
—Si guarda algún secreto, ¿qué te hace creer que te lo contará a ti?
—Puedo ser muy convincente, Philip.
—¿Te estás acostando con él?
—No seas descarado. Aunque para tu información, te diré que no lo estoy haciendo.
—He visto a tu querido catedrático, no te culparía si lo hicieras. Por desgracia no parece ser mi tipo. —Philip era homosexual, aunque mucha gente del estudio no lo sabía.
—Sin duda, no lo es.
—Una pena.
—Otra cosa más. Quiero que el estudio se encargue de los gastos de avión y del viaje a Moscú.
—Eso es muy caro.
—Sí, pero Lourds lo vale y la historia es importante. Si lo financiamos, no intentará mantenerme al margen cuando encuentre algo. Y quiero llevar un cámara.
—Me vas a matar, ¿lo sabes, verdad? —se quejó Philip.
—Gracias Philip, eres un cielo. —Se despidió antes de dirigirse hacia los ascensores con el corazón saltándole dentro del pecho—: ¿Puedes decirle a Jeremy que se encargue del avión y del hotel? Va a ser fantástico.
—Lo siento, señor Lourds —dijo el empleado de la agencia—. No tengo billetes para vuelos que salgan de Alejandría hasta mañana.
Lourds fue a la terraza y miró hacia la ciudad. Un calor abrasador brillaba en las calles. La frustración le irritaba. Dio las gracias al hombre con el que había estado hablando y colgó.
Alguien llamó a la puerta cuando buscaba otro número de teléfono en una página web. Le invadió una oleada de temor. Miró a su alrededor y volvió a coger la plancha, que en esa ocasión estaba en el armario del cuarto de baño.
—¿Quién es?
—Leslie.
Soltó un suspiro aliviado. Aquello se estaba convirtiendo en algo habitual. Acercó un ojo a la mirilla, Leslie estaba en el pasillo. Parecía nerviosa. Cuando iba a volver a llamar, abrió la puerta.
—¿Pasa algo?
Leslie sonrió.
—De hecho pasan muchas cosas buenas. ¿Puedo entrar?
Lourds retrocedió. Leslie levantó la mirada hacia la plancha.
—Necesitas algo mejor.
—¿Una plancha más grande?
—Más bien estaba pensando en un bate de cricket. —Leslie entró en la habitación—. ¿Has tenido suerte con el billete a Rusia?
—Todavía no.
—Acabo de hablar con mi supervisor. Está de acuerdo en pagar tu viaje a Moscú.
—Me perdonarás la insolencia, pero llevo demasiados años en círculos universitarios como para saber que las cosas «gratis» o la «ayuda» siempre tienen un precio.
—El de esta es poca cosa. He pensado que te gustaría tener compañía.
Lourds agradeció que no negara que había un precio.
—¿Quieres venir conmigo a Moscú? ¿Por qué?
Leslie cruzó los brazos sobre el pecho.
—Creo que no me lo has contado todo acerca de tu amiga.
—Así es —admitió.
—Dijiste que muchas veces hacía copias de su trabajo.
—No muchas veces, siempre. Yuliya era muy quisquillosa en ese sentido.
—Así que vas a buscar esa copia.
—Sí, y espero encontrar mejores imágenes digitales del címbalo que las que puso en Internet. Cuanto más material tenga para trabajar, más posibilidades habrá de que pueda traducir esa lengua.
—Si no interfiero en tu trabajo, ¿te importa que vaya?
—No, no tengo nada que ocultar.
—Pues no es que hayas sido muy comunicativo en cuanto a la información.
Lourds sonrió.
—Te dije lo suficiente como para que te interesara la historia y llamaras al estudio.
Leslie puso morritos.
—Creo que me la has…, ¿cómo lo dicen los norteamericanos?, jugado.
—Un poco sí —admitió Lourds.
—¿Qué habrías hecho si no hubiese llamado a mi supervisor o si no hubiera conseguido convencerlo?
—Me habría ido de cualquier forma. Pero he de confesar que la habilidad de tu estudio para conseguir visados, por no mencionar billetes de avión, es muy superior a la mía. Hablar con las agencias de viaje ha sido como darse cabezazos contra la pared.
—Crees que eres muy listo. —Leslie frunció el ceño.
Lourds apartó la plancha.
—Lo intento.
Vuelo BA0880 de British Airways
Desde Heathrow
21 de agosto de 2009
Horas más tarde, de vuelta en Europa, Lourds estaba sentado en la silenciosa oscuridad que se respiraba en el avión. Habían hecho una escala de varias horas en Heathrow antes de cambiar de aparato. Había aprovechado el tiempo para leer la información que se había descargado de Internet. Tenía una conexión vía satélite para su ordenador, un ejemplar de la gama más alta; le habían convencido para que invirtiera en él. Le había resultado útil en varias ocasiones.
—Deberías descansar —le aconsejó Leslie, que se sentó en el asiento contiguo.
—Pensaba que estabas dormida —dijo Lourds al tiempo que se abrochaba el cinturón.
—Lo estaba. ¿Has tenido suerte con la búsqueda?
—No —contestó Lourds antes de tomar un trago de agua—. He mirado en un montón de sitios esperando encontrar más información sobre la campana y el címbalo, pero no parece haberla.
—¿Eso es normal?
—Se trata de objetos que tienen miles de años. En ese tiempo han desaparecido muchas cosas.
—Pero no las importantes.
—¿Qué te parece la lengua egipcia? Desapareció durante mil años. Conseguimos recuperarla de chiripa. —Lourds sonrió, le encantaba su ingenuidad—. ¿Te parece importante una bomba nuclear?
—No te entiendo.
—Los Estados Unidos han perdido al menos siete desde la Segunda Guerra Mundial. Eso contando solamente las confirmadas. Puede haber muchas más. Por no hablar de todas las armas nucleares que «desaparecieron» tras la caída de la Unión Soviética.
—Eso son cosas secretas. Se suponía que nadie debería saber nada de ellas.
—Quizá la campana y el címbalo también lo eran.
Leslie lo miró con mayor detenimiento.
—¿Eso es lo que crees?
—Me he puesto en contacto con varios amigos que trabajan en museos o que tienen colecciones particulares, además de compañías de seguros. Cuando desapareció la campana imaginó que nuestros inoportunos adversarios podían haber robado otros objetos parecidos. El que no haya encontrado nada, excepto el címbalo, indica que se fabricaron muy pocas cosas como esas.
—¿Quieres decir que la campana y el címbalo son únicos?
—Todavía no puedo hacer esa suposición, pero creo que sí.
—Y que otras personas también los buscan.
—Exactamente.
—Ya sabes, la campana y el címbalo estaban tan alejados y eran tan desconocidos… Ninguno de los dos estaba al cuidado de un coleccionista o una institución. Pero cuando aparecieron, alguien muy cruel los estaba buscando. Apuesto mi reputación a que encontrarás algo.
—Evidentemente algo hay, si no, nada de todo esto habría ocurrido. Nadie habría matado por esas piezas.
Aeropuerto internacional de Domodedovo
Moscú, Rusia
21 de agosto de 2009
Después de recoger el equipaje de mano, que era lo único que habían llevado desde Alejandría, Lourds y Leslie recorrieron un túnel hasta los controles de seguridad del aeropuerto.
Lourds miró el reloj y vio que eran apenas las cinco pasadas, hora local. Estaba cansado porque no había conseguido relajarse en el vuelo. Normalmente dormía como un niño en los aviones, pero en aquella ocasión su cabeza estaba demasiado ocupada. Leslie no había tenido ese problema y había descansado bien.
Mientras hacían fila con el resto de los viajeros, Lourds observó un grupo de guardias de seguridad uniformados de la East Line Group.
Un guardia, de unos cincuenta años, clavó en Lourds sus apagados ojos grises. Miró una fotografía que llevaba en la mano.
—¿El señor Lourds? —preguntó con marcado acento.
—Catedrático Lourds —lo corrigió sin intentar negar quién era. Si los guardias de seguridad tenían su foto, seguro que sabían que estaba en la lista de pasajeros.
—Acompáñeme, por favor.
—¿De qué se trata?
—No haga preguntas, limítese a acompañarme.
Como no se movió con la diligencia que esperaba, aquel hombre lo agarró con fuerza por el brazo y lo sacó de la fila.
—¿Qué pasa? —preguntó Leslie intentando seguirlos.
Un guardia joven le cortó el paso y no dejó que avanzara.
—No —dijo el guardia.
—No pueden hacer esto —protestó Leslie.
—Ya está hecho —replicó el joven—. Permanezca en la fila, por favor. Si no, tendré que detenerla o deportarla.
Leslie miró a Lourds.
—Quizá deberías ponerte en contacto con el Departamento de Estado —le aconsejó Lourds intentando mantener la voz calmada, como si esas cosas le ocurrieran todos los días. Pero no era así: estaba muy asustado. Una cosa era ser un invitado en un país extranjero y otra que te trataran como a un enemigo del Estado.