LOS noticiarios televisivos de aquella mañana abrieron informando de una alerta meteorológica a gran escala. Varias poblaciones situadas al este de la provincia de Quebec habían amanecido bajo la virulencia de un tornado de grado 4 que estaba arrasando sin piedad todo cuanto encontraba a su paso. Los meteorólogos no se explicaban cómo había podido formarse semejante tornado con tanta rapidez, pero la realidad era que su descomunal fuerza estaba causando estragos tanto en las edificaciones de las localidades afectadas como en las infraestructuras y en los campos. Algunos coches habían salido despedidos varios centenares de metros, mientras que un tractor había aparecido en el campo de cultivo de una finca vecina. Visto lo visto, las autoridades desaconsejaban cualquier tipo de desplazamiento a la zona, al menos, en las siguientes cuarenta y ocho horas.
«Desgraciadamente, no es la única catástrofe natural que sacude el mundo en estos instantes —anunció el presentador de televisión con voz nerviosa y rostro surcado de arrugas. Hizo un gesto de exasperación al recibir un nuevo teletipo de manos de su compañera—. Al parecer, se ha declarado una alerta de tsunami en las costas de Indonesia, tras el terremoto de siete grados registrado en la tarde de ayer a más de veinte kilómetros de profundidad bajo las aguas. Como pueden ver en las imágenes que se muestran a continuación, el territorio devastado…»
Elliot Tomclyde apagó el televisor y dejó el mando/a distancia sobre la mesita que había delante del sofá.
—Seguro que Tánatos está detrás de todo esto —apuntó el muchacho hincando los codos sobre las rodillas, mientras Úter Slipherall introducía su cabeza en la pantalla por si podían verse nuevas imágenes de las catástrofes desde el interior.
—Qué oscuro está todo esto…
El joven elemental sonrió, mientras Pinki gritaba desde la otra punta del salón un impertinente «¡Ignorante, ignorante!».
—¿Por qué motivo lo hará? —inquirió Elliot, recostándose de nuevo sobre el sofá. No podía estar más aburrido.
—Probablemente por pura diversión —conjeturó el fantasma, desplazándose hasta donde estaba sentado su tataranieto—. Tal vez, para mostrar su poderío al mundo. Ya sabes que tiene un ego bastante subido…
—Sí, lo sé… Pero me refiero a que se ha pasado toda la vida tratando de destruir la Flor de la Armonía y ahora que lo ha conseguido… ¿De qué le va a servir? ¿Qué es lo que pretende? —insistió Elliot frunciendo el entrecejo. Por muchas vueltas que le daba, había algo que se le escapaba. Sin duda, Tánatos se marcaría nuevos horizontes—. No me puedo creer que lo haya hecho para poder jugar con total libertad con tornados y huracanes. Algún objetivo tendrá…
El silencio invadió la estancia durante unos segundos, hasta que fue finalmente roto por el fantasma.
—¿Tú y yo, tal vez? —respondió, enarcando la ceja izquierda a modo de pregunta.
—Hablo en serio.
—Y yo también.
Elliot se puso en pie.
—¿De verdad crees que un tsunami en Indonesia es la mejor forma de acabar con la familia Tomclyde? Aquí estamos completamente aislados. Desde que nos hemos venido a Quebec, no hemos recibido una sola noticia del mundo elemental. ¡Ni una sola! —protestó el muchacho poniéndose en pie y golpeando su mano izquierda con el puño demostrando su frustración.
No soportaba la idea de estar tan alejado de sus amigos del mundo mágico, sin poder hablar con ellos ni tener noticias suyas. Seguramente, Eric y Eloise estarían con sus familias en Fernforest y Lagoonoly respectivamente. Lo más probable era que Gifu estuviese en Hiddenwood y Coreen en Windbourgh. Y Merak… hacía bastante tiempo que el gnomo se marchó de viaje y aún no habían tenido noticias suyas. Pero ¿y si les había ocurrido algo? ¿Acaso estarían en peligro? ¿Y si las huestes de Tánatos invadían alguna de las ciudades elementales? Un sudor frío le recorrió la espalda. ¡Era imposible saberlo!
Las quejas del más joven de los Tomclyde no eran del todo injustificadas. No hacía ni un mes que sus padres y él se habían visto obligados a abandonar Hiddenwood. Con gran dolor habían tenido que desalojar la que había sido su casa en los últimos dos años. No era más que una medida preventiva pues, según los miembros del Consejo de los Elementales, la bella capital del elemento Tierra había dejado de ser un lugar seguro. De hecho, ninguna ciudad elemental era un refugio seguro para los Tomclyde tal y como estaban las cosas.
Lo cierto era que el mundo elemental estaba sumido en una de las peores crisis de su historia. Tras una metódica planificación, Tánatos se había salido con la suya y había asestado un golpe fatal a los hechiceros elementales. Después de mucho trabajo había logrado descubrir dónde se hallaba la ciudadela de las hadas de la armonía, lugar en el que se encontraba la fuente del equilibrio elemental, la Laptiterus Armoniattus, la Flor de la Armonía, y se había valido de un numeroso y voraz ejército para llegar hasta ella. No tuvo piedad de la planta, que sucumbió pasto de las llamas, lo que propició a su vez la caída del Oráculo.
Por si no fuera suficiente, muchos hechiceros, hadas de la armonía y otras criaturas también cayeron en aquel duro combate contra los proscritos, trolls de las cavernas, trentis, aspiretes y nereidas. Entre todos los fallecidos, Elliot lamentaba especialmente la desaparición de Goryn Lamphard, aquel hombre que siempre vestía de negro. Si bien es cierto que muchos de los combatientes perdieron la vida tratando de defender unos ideales y el equilibrio reinante, en el caso de su antiguo maestro de Naturaleza se unía la defensa del honor familiar. Durante muchos años, la estirpe de los Lamphard había escondido un tenebroso secreto que Goryn había seguido guardando celosamente. Aquel misterio fue descubierto finalmente por Elliot, después de visitar en varias ocasiones la siniestra mansión de los Lamphard y hacer alguna que otra incursión al monte Manaslu.
Para Elliot y sus amigos fue toda una sorpresa enterarse de que Tánatos no era de naturaleza humana, sino un ifrit, un genio maligno precisamente creado con las manos de un antepasado de Goryn. Weston Lamphard fue un ambicioso elemental que ansiaba ingresar en el Consejo de los Elementales. Como por sus venas corría la magia de los elementos Fuego y Aire, tenía el doble de posibilidades que cualquier hechicero normal y corriente de alcanzar su gran objetivo. Curiosamente, su primera oportunidad surgió con el elemento Fuego, pero el Oráculo —que era quien escogía a los representantes del Consejo por aquel entonces— se decantó por Longina Fogolina. El antepasado de Goryn no se tomó muy a bien esta elección y, para demostrar la incompetencia de la recién elegida, creó a un ifrit dotado, ni más ni menos, con poderes sobre los cuatro elementos. En principio, el genio únicamente debía incordiar a Longina Fogolina, pero la situación se le fue de las manos a Lamphard y el genio comenzó a hacer de las suyas. Poderoso como era, el ifrit Tánatos no tardó en convertirse en el peor enemigo de la historia de los elementales. Y de los Tomclyde también.
—Es posible que Tánatos no opine lo mismo que tú —dijo Úter, escrutando los sorprendidos ojos de su tataranieto. Se atusó el bigote y se acercó lentamente hasta el muchacho.
—Explícate —demandó Elliot, a sabiendas de que el fantasma intuía algo que él no alcanzaba a ver.
—Ciertamente, con estas catástrofes naturales está logrando llamar la atención. Tú mismo has dicho que estás convencido de que es él quien está detrás de estas situaciones.
—Sí…
—Además, te conoce especialmente bien —prosiguió Úter con aire solemne, mientras Elliot lo observaba con el entrecejo fruncido—. Viajaste despreocupadamente a Nucleum para recuperar la Flor de la Armonía, acudiste a rescatar a tus padres atravesando el Laberinto de la Eternidad y cuantos obstáculos se interpusieron en tu camino… Tánatos es consciente de tu carácter valiente e impulsivo. Con estas catástrofes, podríamos decir que te está tentando. Retando quizá sea la palabra adecuada.
—¿Retando?
—Eso pienso yo, claro que también podría estar equivocado. Pero lo conozco demasiado bien… —confirmó el fantasma, agitando sus manos—. Es posible que Tánatos piense que generando estas olas de destrucción vayas a salir de tu escondite y a plantarle cara. Está muriendo gente y él sabe de la debilidad de los elementales. Es consciente de tu debilidad.
—Pues si piensa que soy alguna clase de superhéroe, se equivoca —comentó Elliot con desdén, hundiéndose un poco más en el sofá—. Aunque es verdad que, tarde o temprano, nos veremos obligados a enfrentarnos a él. ¿Estás seguro de que no sabe nada de la tarea que debemos llevar a cabo?
Úter se llevó la mano al bigote una vez más y comenzó a retorcerlo con saña.
—No se puede estar seguro de nada cuando se habla de Tánatos. Por algo es el señor del Caos.
—Sí, pero… ¿crees que sospecha algo?
—Tánatos no es tonto —soltó Úter al instante—. Te he dicho en más de una ocasión que…
—No menosprecie a mis enemigos —completó Elliot, que había aprendido la lección por pura experiencia.
—Bien, me alegra saber que lo recuerdas —dijo Úter sonriendo—. Pondría la mano en el fuego de que sé por qué Tánatos se mantiene alerta. No estoy seguro de que intuya cuáles van a ser nuestros pasos a partir de ahora, pero sabe que algo intentaremos. Me extraña mucho que piense que vamos a quedarnos de brazos cruzados. Si lo hace, no me cabe la menor duda de que sería su perdición.
Elliot se aproximó a la ventana que había en el salón. Desde allí vio pasar a un par de personas, que paseaban ajenas al peligro que se cernía sobre sus cabezas. Pese a las catástrofes naturales que acosaban al mundo, ninguno de los habitantes de aquella gran ciudad se sentía especialmente amenazado por el poder del maléfico ifrit.
—Pues yo de él no me preocuparía en exceso —musitó Elliot—. Ni siquiera nosotros sabemos por dónde empezar…
Úter arrugó la frente. No podía negar que el muchacho tenía razón.
La situación para Elliot era verdaderamente exasperante. Poco antes de la caída de la Flor de la Armonía, el Oráculo le había convocado en el monte Manaslu. En aquel encuentro, la máxima instancia en el mundo elemental le reveló por qué la Madre Naturaleza le había dotado de poderes sobre los cuatro elementos. A pesar de su juventud, la misión de Elliot consistía en localizar las cuatro Piedras Elementales con el objeto de unirlas para así crear una nueva Flor de la Armonía. El único problema era que podían encontrarse en cualquier parte del mundo, con lo que el abanico de posibilidades era casi infinito. ¿Cómo iba a encontrarlas sin más información? ¡No sabía por dónde empezar!
Por si fuera poco, ésa no era la única misión que le había encomendado el Oráculo momentos antes de su desaparición. Al margen de buscar las Piedras Elementales, tenía que acabar con la amenaza de Tánatos. Él, Elliot Tomclyde, el muchacho que había sido dotado con un poder extraordinario por la Madre Naturaleza, era el único capacitado para enfrentarse de igual a igual con el genio malvado. Para ello, era imprescindible hacerse con «aquello en lo que fue… creado». La mujer no pudo darle más explicaciones porque justo en ese momento se desvaneció y su voz se silenció para siempre. En aquel preciso instante, la Laptiterus Armoniattus había dejado de existir.
—Algo se nos ocurrirá —trató de animarle el fantasma, esquivando la ventana a su paso. Si alguien lo veía desde la calle, a buen seguro llamaría la atención y era justo lo que querían evitar.
—¡Es frustrante! —protestó Elliot, despertando a Pinki de su letargo—. En este apartamento, lejos del mundo elemental y sin poder hacer nada útil me siento prisionero. Me recuerda a la situación que viví cuando desapareció la tripulación del Calixto III. Mis padres habían sido secuestrados, no teníamos ninguna pista y estábamos con las manos atadas…
—Y, aun así, conseguimos rescatarlos y resolver el misterio del Limbo de los Perdidos, ¿lo recuerdas? —repuso su tatarabuelo, provocando un nuevo suspiro de exasperación en el muchacho—. No desesperes. Tarde o temprano encontraremos un hilo para tirar de la madeja.
Justo entonces alguien llamó a la puerta. Fue un toc-toc repentino que los dejó helados. En el poco tiempo que llevaban viviendo en ese apartamento, no habían recibido una sola visita y ningún vecino se había interesado por ellos. Estaban en verano y había mucha gente de vacaciones, por lo que la llamada resultaba aún más extraña. ¿Quién podía ser?
—¿Esperas a alguien? —preguntó Úter, mientras se disponía a ocultarse tras el armario de la entrada.
Elliot negó con la cabeza. Sus padres, que habían salido a hacer algunas compras, tenían llaves de la casa. Tampoco podían ser Jeff ni ninguno de sus amigos de Quebec, pues no había tenido oportunidad de hablar con ellos y, por lo tanto, desconocían la ubicación de su nueva vivienda. Con el corazón en un puño, Elliot se aproximó a la puerta y echó un vistazo por la mirilla. Se apartó sorprendido y, casi al instante, volvió a pegar el ojo al pequeño agujero.
—¿Será posible? —dijo para sí mismo, mientras a sus espaldas Úter preguntaba quién era.
Sin hacer caso a su antepasado, el joven llevó la mano al picaporte y abrió la puerta. Sin dar crédito, miró de arriba abajo al hombrecillo que estaba plantado sobre el felpudo que había a la entrada. Vestía la misma indumentaria extravagante que la primera vez que lo viera, aunque en esta ocasión no le pareció tan alto. Aquel individuo no debía de quitarse su sombrero de copa de terciopelo azul ni para dormir. Por lo demás, iba tal y como lo recordaba: chaqueta de terciopelo azul marino a juego con el sombrero de copa, pantalones blancos y unas puntiagudas botas negras de cuero. Una pajarita roja con puntos blancos coronaba su camisa de color claro. Si algún humano se cruzase con él por la calle, probablemente pensaría que era el presentador de un circo o algo por el estilo.
—¡Hola! —saludó Elliot, contento pero sorprendido por volver a ver a alguien relacionado con el mundo mágico. Sin lugar a dudas, era la última persona que esperaba que llamase a la puerta de su casa. Aunque sólo lo había visto en una ocasión, sabía que era un buen amigo de Goryn. Y, al pensar en ello, un ligero escalofrío le sacudió la base de la espalda.
Las cejas pobladas del recién llegado se alzaron y sus ojos como carboncillos brillaron confiriéndole un rostro alegre.
—Hola, Elliot —respondió con corrección el hombrecillo—. ¿Cómo te va todo por aquí?
Elliot frunció el entrecejo.
—¿Se trata de otro mensaje para mi madre?
—No —negó el hombrecillo—. Me temo que esta vez nada tiene que ver con la cocina.
—Entonces, ¿quién más sabe que estamos aquí? —inquirió el muchacho, con una lengua mordaz y punzante. Si alguien más había sido capaz de localizar a los Tomclyde, ¡tampoco estarían seguros allí!
—Puedes estar tranquilo, muchacho —contestó con suavidad el hombre—. Nadie más tiene conocimiento de este lugar y, desde luego, no me han seguido. De hecho, únicamente he venido porque me lo ha pedido encarecidamente un buen amigo tuyo. Me ha insistido una y mil veces en que se trataba de un tema urgente, que no podía esperar un segundo más.
¿Un buen amigo suyo? Estaba claro que Goryn no había podido ser… En ese caso, ¿quién se había puesto en contacto con él? ¿Acaso habría sido Eric desde su casa? ¿Se encontraría en Hiddenwood? Porque dudaba mucho de que Coreen Puckett conociese a este particular mensajero. Y mucho menos Eloise…
Ansioso por saber quién le había escrito y qué decía ese mensaje tan urgente, Elliot tendió la mano.
—Gracias —contestó el muchacho al recibir el rollo de pergamino.
—No hay de qué, muchacho. Se avecinan tiempos complicados… —vaticinó entonces el hombre, inclinando la cabeza ligeramente—. ¿Sabes?, mi buen amigo Goryn me dijo un día… Antes de su… Ya sabes. —Hizo un ademán con la cabeza, mostrando un claro sentimiento de dolor por la pérdida—. Me dijo que estabas predestinado a hacer algo grande. Era un hombre muy válido, con una mente muy lúcida, y no me cabe la menor duda de que sabía lo que decía… Te deseo mucha suerte en lo que tengas que hacer, muchacho.
Se llevó la mano al ala del sombrero y, alzándolo sutilmente, se despidió de la casa de los Tomclyde sin decir una palabra más.
Elliot cerró la puerta y se quedó embobado, mirando el rulo lacrado. Al instante, apareció el rostro blanquecino de Úter que había salido de las entrañas del armario ropero que había a su lado.
—¿A qué esperas para leerlo? —le apremió el fantasma. Por su impaciencia, daba la impresión de que la misiva fuese para él—. ¡Venga, espabila!
El muchacho rasgó el lacre verde y leyó en voz alta aquellas letras menudas y afiladas.
Queridos amigos:
¡Por fin puedo ponerme en contacto con vosotros! No os podéis imaginar lo mucho que me ha costado localizaros, pero no dejaré constancia alguna en este mensaje por si, por algún casual, fuese interceptado por el bando del enemigo. Desde vuestra marcha, las cosas han cambiado bastante en Hiddenwood. De todas formas, antes de contaros cómo está la situación en el mundo elemental, pues seguro que andáis ávidos de información, tengo noticias importantes y urgentes que transmitiros sobre Merak.
Mucho me temo que la vida de nuestro amigo el gnomo esté en peligro… Sólo espero que no sea demasiado tarde y aún estemos a tiempo de hacer algo por él. ¿Recordáis los carteles que distribuimos en su día para ver si alguien lo había visto recientemente? Hace escasamente unos días, un individuo de aspecto humilde llegó hasta Hiddenwood preguntando por mí. Llevaba en sus manos uno de nuestros avisos.
Aproximadamente unos diez meses atrás, se cruzó con nuestro amigo a poca distancia de la aldea de Greenbush. De hecho, según me comentó, Merak debía desviarse antes de llegar al poblado pues tenía que cerrar un trato con un tal Odrik en su mina. «Un gnomo de mala calaña», fue como me lo describió. Aunque había transcurrido mucho tiempo, tal vez demasiado, recordaba bastante bien la cara de Merak porque había tratado con él un par de veces años atrás. Estaba convencido de que era él aunque, como dijo más tarde, tal vez aquella visita no tuviese nada que ver con su posterior desaparición.
Por el momento, es la única información que tenemos al respecto y, analizando el calendario, las fechas podrían coincidir con las de su último viaje. A partir de ahí, su rastro desaparece. Pienso que podría ser un buen punto de partida para iniciar su búsqueda. ¿Y si lo han secuestrado? No me han hecho ninguna gracia los comentarios sobre ese tal Odrik… No sé si podréis moveros de vuestro refugio, pero yo pienso ir en busca de Merak. ¿Seríais capaces de estar en Hiddenwood en un par de días a lo sumo?
Por lo demás, empiezan a notarse los primeros síntomas de la crisis en el mundo mágico. La capital del elemento Tierra está triste y decadente. ¡Quién lo iba a decir! La destrucción de los espejos ha supuesto un grave impedimento para las comunicaciones y, muy especialmente, para el comercio. Quienes más lo están notando son los elementales del Agua y del Aire, que han quedado prácticamente aislados del mundo. Los bienes de primera necesidad tardan mucho en llegar y los precios se han disparado. Los fabricantes de espejos hacen todo lo que pueden pero no dan abasto, pues tienen que producir ingentes cantidades. Y, mientras tanto, los delincuentes hacen su agosto y los trentis se han dado al pillaje en los bosques, a costa de los más despistados e incautos. Esto tiene mala pinta…
Por si fuera poco, catástrofes naturales de diversos tipos han puesto en serias dificultades a los habitantes de varias localidades. Y, peor aún, los trolls de las cavernas están arrasando varias regiones y acabando con las reservas de comida. Quieren extender sus dominios y no hay forma de detenerlos. Cuentan con armas extremadamente poderosas y los hechiceros no pueden hacer nada para contener su avance.
Afortunadamente, no todas las noticias son malas. Buzón Express ha conseguido restablecer el servicio en algunos puntos, aunque muy escasos. A los elfos se les ha acumulado muchísimo correo y poco a poco van haciéndolo llegar a sus destinatarios. Parece ser que en el plazo de un mes podremos disponer de la mitad de las terminales. Algo es algo…
Espero veros muy pronto. ¡Merak nos necesita!
Un abrazo afectuoso,
Gifu—¡Merak! —exclamaron al unísono Elliot y el fantasma, cuando el primero dio por concluida la lectura.
Pinki dio un aleteo, sobresaltado por el grito que habían proferido ambos, y fue a posarse sobre el hombro de su amo.
—¡Han ocurrido tantas cosas en los últimos meses que nos hemos olvidado completamente de él! —exclamó Elliot, horrorizado ante las noticias que les llegaban de su posible secuestro.
—¡Cierto! Al principio pensamos que su prolongada ausencia se debía a asuntos puramente laborales —recordó Úter, acentuando su ya de por sí habitual palidez—. Tardamos demasiado tiempo en darnos cuenta de que tenía que haberle sucedido algo y fue entonces cuando distribuimos todos esos pergaminos anunciando su desaparición. Y después, con todo lo que ha pasado en el Tíbet, ¡nos hemos olvidado de él! ¡Imperdonable!
—Tenemos que ir a buscarlo —advirtió Elliot mirando muy seriamente al fantasma, señal de que lo que iba a decir a continuación no admitiría réplica alguna—. Me da exactamente igual la situación del mundo elemental y me importa un rábano dónde puedan encontrarse las Piedras Elementales. Antes que todo eso está Merak; hace tres años me entregó esta piedra en señal de nuestra amistad —dijo, extrayendo la Piedra de la Luz del bolsillo trasero de su pantalón vaquero. Al instante, un ligero brillo azulado iluminó la estancia—. Pienso ir en su ayuda… y nadie me lo va a impedir. ¡Los amigos están por encima de todo!
—¡Así habla un Tomclyde, jovencito! —clamó Úter Slipherall, a quien le faltó tiempo para aplaudir—. No podemos abandonar a su suerte a alguien que siempre ha estado dispuesto a ayudarnos. ¡Iremos juntos!
Elliot sonrió al ver la reacción de su tatarabuelo. Al inicio de su perorata, temió que el fantasma se enfadase y le impidiese llevar a cabo su propósito. Pero ahora comprendía cuan equivocado estaba. Úter jamás se había echado atrás a la hora de prestar ayuda a alguien. Ni siquiera la noche en la que le engañaron de mala manera, embarcándolo en el Deep Quest, para ir en busca de sus padres. Lógicamente se enojó, pero siguió adelante con la disparatada aventura.
Inmediatamente después, comenzaron a planificar el viaje. Si bien es cierto que en aquella casa no disponían de un espejo de cuerpo entero, no hubiese sido de mucha utilidad, pues, tal y como había escrito Gifu, la mayoría de las comunicaciones elementales permanecían bloqueadas desde la caída de la Flor de la Armonía. No obstante, el viaje no les llevaría demasiado tiempo ya que Elliot aún conservaba la Flash-Supersonic, la alfombra voladora más veloz del mercado. Decidieron que partirían aquella misma tarde; así Elliot podría preparar un pequeño hatillo con su equipaje, y durante el almuerzo tendrían tiempo de comentarles a sus padres su marcha. Eran conscientes de que los señores Tomclyde no se iban a tomar muy a bien esta circunstancia, especialmente su madre. No solía soportar los prolongados períodos de ausencia de su hijo, y menos ahora que estaba al tanto de los peligros que acechaban en el mundo elemental.
Después de hablarlo, decidieron que sería Úter quien tomase las riendas del asunto durante la comida. Él sabría cómo capear el temporal y salirse con la suya. Al fin y al cabo, como suele decirse, «la veteranía es un grado». Y Úter estaba curtido en mil batallas.
Merak permanecía acurrucado en uno de los recovecos de la gruta, envuelto en una insondable oscuridad. Este ambiente no es ni mucho menos desagradable para los gnomos, quienes están más que acostumbrados a vivir bajo tierra, al amparo de escasa luz y de la humedad reinante en los túneles subterráneos. Sin embargo, las condiciones inhóspitas de su cautiverio y las escasas raciones de comida con las que era alimentado habían mermado su condición física notablemente.
Difícilmente alguien lo habría podido reconocer. Daba la impresión de haber menguado y estaba más consumido que nunca. Hasta su cabeza parecía haber empequeñecido. Su piel, marrón y mugrienta, se había quedado acartonada y tan arrugada como una pasa. Sus músculos —o lo que quedaba de ellos— estaban totalmente entumecidos, casi atrofiados, debido a la falta de ejercicio y al poco espacio para moverse de aquel habitáculo. Y sus pobres brazos, huesos envueltos en pellejo, abrazaban unas piernas que amenazaban con quebrarse tan sólo con la mirada.
No sabía cuánto tiempo llevaba prisionero, si eran semanas o meses los que había permanecido encerrado en el interior de la mina del Chupasangre, pero sí estaba seguro de que habían pasado muchísimos días. Incontables. Hacía tiempo que habían dejado de torturarle, pues el desaprensivo Odrik pensó que un aislamiento prolongado en aquella celda tan diminuta haría enloquecer al anciano gnomo y seguramente así podría sonsacarle el destino de la Piedra tan codiciada. No obstante, pese a su estado calamitoso, Merak aguantaba. Aunque no había vuelto a intentar escapar de aquella prisión, no perdía la esperanza de salir de allí algún día. Eso sí, si su debilidad física era un hecho patente, resultaba sorprendente la fortaleza de su salud mental.
De nada le había servido tratar de entablar conversación cada vez que le traían aquella insulsa comida. Dependiendo del carcelero, recibía un puntapié o la callada por respuesta, pero nunca llegó a sonsacarles información alguna. Por eso, agazapado en aquel rinconcito, trataba de escuchar todo cuanto se comentaba a su alrededor, que era más bien poco.
De vez en cuando percibía el resonar de algunas pisadas por los conductos de la mina y, con mucha menos frecuencia, llegaba a sus oídos el fragmento de alguna que otra conversación. Así había conocido la caída de la Flor de la Armonía. En uno de sus intentos frustrados de huida, oyó que Tánatos se preparaba para dar un golpe importante, pero nunca se imaginó que llegaría a tal extremo. Esta noticia le machacó anímicamente. Aún recordaba aquel viaje a Nucleum años atrás y el esfuerzo dedicado junto a sus amigos para rescatar la Flor de las garras de Tánatos. Sus amigos… Aunque resultara paradójico, le reconfortaba especialmente no saber nada de Elliot. Que no se hablase del joven Tomclyde sólo podía significar que estaba a salvo. No le cabía la menor duda de que, de haberle sucedido algo, la noticia se habría propagado como la pólvora y habría llegado incluso hasta aquellos malditos túneles horadados por Odrik.
Y mientras el muchacho estuviera bien, la Piedra de la Luz estaría a salvo. Merak sacudió débilmente la cabeza. Seguía sin comprender a qué se debía tanto interés por la gema. Era cierto que su brillo al contacto con la oscuridad no era muy común entre los minerales. Sí, era una piedra que poseía una interesante propiedad mágica, pero era una piedra al fin y al cabo. ¿Cómo era posible que Odrik le hubiese pedido un millón de zafiros por ella? ¡Un millón de zafiros! ¿Pensaría Odrik que aquel mineral poseía alguna propiedad más? A menudo había pensado que aquella piedra habría sido hechizada por algún elemental aburrido y la habría arrojado al fondo de un lago pero… ¿y si no era así? ¿Y si la Piedra tenía un talento natural?
Aquél siempre era uno de sus últimos pensamientos antes de caer vencido por el sueño. El último, siempre lo dedicaba a sus amigos.