A modo de prólogo

ESTAMOS todos muertos.

Mi última súplica se dirige a quienes lean este mensaje:

Imaginaos que hemos hecho salir al genio de la botella.

Y que ya no podemos volver a encerrarlo.

Ahora tenemos que formular un deseo.

Miles, millones de deseos se van a cumplir a la vez.

¿Cuál es el deseo más grande, el más anhelado, el menos egoísta?

Quiero que este mundo desaparezca.

Que se abrase en un infierno nuclear.

Que la peste acabe con él.

Que se ahogue bajo su propia basura.

Por fin hemos logrado lo que queríamos.

Todo a la vez.

Probablemente ése era el único deseo de los hombres que podía llegar a cumplirse.

Amén.

Descansad en paz.

«¡Felicidad para todos, gratuita, y que nadie quede insatisfecho!»[1]