Aden estaba enfrente de la bruja. Ella seguía sentada en la misma silla de siempre, sólo que había cambiado de lugar mientras se arrastraba por la habitación gritando algo sobre un Embebedor. Tenía una venda en los ojos, pero de un color diferente a la que llevaba los demás días. ¿Se las habría arreglado para destrozar la otra? ¿Se la habría cambiado alguien?
También sus ataduras eran distintas. ¿Acaso había intentado escaparse?
Estaba más pálida que antes. Su piel tenía un color casi… amarillento. Y tenía las mejillas hundidas y el pelo lacio, apagado. Antes vibraba de poder. En aquel momento… no tanto. Podría haber sido una humana.
Los lobos se habían ocupado de ella y le habían dado de comer. Pero tenía que estar incómoda y triste, y Aden se sentía mal por ello. No le gustaba que la chica estuviera sufriendo, cansada, tensa, insegura, asustada. Sin embargo, le gustaba menos pensar que sus amigos pudieran morir por culpa de su gente y de ella.
—No voy a hacerte daño —le dijo suavemente—. No voy a tomar tu energía, ni nada parecido.
—Eres quien nos ha llamado —respondió ella entre jadeos. Incluso su voz era distinta, sonaba más débil y más ronca.
—Sí. ¿Por qué tienes tanto miedo a que te roben la energía?
«No establezcas relación con ella», le dijo Elijah. «Sólo haz lo que tengas que hacer».
—¿Tu sangre? —preguntó Aden.
«Vaya, muy bien», añadió Elijah con ironía.
—Como si no supieras que alguien de entre los tuyos puede y ha…
Riley entró en la cabaña y se apoyó contra la puerta cerrada con un gruñido.
—Cállate, bruja. Te dimos la oportunidad de que compartieras y te negaste.
Ahora puedes curarte de lo que te ocurriera.
Caleb se sentía muy agitado desde que había visto a la bruja en aquel estado tan debilitado, y estaba paseándose por la cabeza de Aden entre resoplidos y gruñidos.
«¡Debe hablar si quiere hablar!», exclamó. «Aden, no puedes dejarla así. Tienes que salvarla».
«¿Qué dices?», preguntó Julian. «¿Cómo vas a salvarla?».
«Mírala. Está enferma. Necesita que la ayuden. Sé que yo mismo estaba de acuerdo con llevar a cabo este plan, pero eso era antes de verla así».
—La salvaremos —murmuró Aden—. Después.
Así que tenían que terminar con aquello. Miró hacia arriba y vio a Victoria, que se había colocado detrás de la bruja.
—¿Preparada? —le preguntó, formando las palabras con los labios.
Ella asintió. Tenía una expresión muy tensa a causa de los nervios.
—¿Salvar a quién? —preguntó la bruja—. ¿A mí? Bueno, pues eso no os va a salvar a vosotros después de lo que habéis hecho.
«¡Aden! Tú no habrías permitido esto si fuera Victoria la que estuviera atada a esa silla», dijo Caleb. «Suéltala, por favor».
«¿Por qué te preocupas tanto por esta bruja?», le preguntó Elijah. «Y de las otras. Desde el primer momento en que se aproximaron a nosotros y nos echaron el maleficio, te has sentido tan atraído hacia ellas como ellas hacia Aden».
«No lo sé», respondió Caleb con angustia. «Sólo sé que no quiero que ella sufra».
Aden sospechaba que las brujas eran parte del pasado de Caleb. Además, aquella bruja se había puesto muy rígida al oír mencionar el nombre del alma que podía poseer los cuerpos.
—Bueno, quizá podamos averiguarlo. Cuando estemos dentro de su cuerpo buscaremos información sobre ti —le dijo.
—¿Dentro? —preguntó la bruja, retorciéndose—. ¿Qué es lo que te propones? Si me hacéis daño, mis hermanas os echarán un maleficio de dolor espantoso. También a tu familia, ¿me oyes? ¡Maldecirán a tu familia! —gritó, mientras la silla se agitaba y botaba con sus movimientos.
—Ya te he dicho que no voy a hacerte daño —dijo Aden.
«No sé», respondió Caleb con inseguridad. «¿Y si cambiamos su pasado? ¿Y si ese cambio la destruye?».
—Tendremos mucho cuidado. Pero debemos hacer esto. El momento de la verdad se acerca, y no tenemos otra manera de resolver las cosas.
Hubo una pausa. Después, Caleb respondió.
«Está bien, pero no le hagas daño de ninguna manera».
Aden se ofendió.
—Como si fuera a hacerle daño —dijo—. Me conoces demasiado bien como para pensar eso.
—¿Que te conozco bien? ¿A qué te refieres? —le preguntó la bruja con rabia.
Era el momento de actuar. Aden le quitó la venda de los ojos a la muchacha, y ella pestañeó a causa de la luz que había en la habitación. Arrugó la nariz y frunció los labios. Aden la tomó de la barbilla y le obligó a que fijara la atención en su rostro.
—Relájate —le dijo.
En cuanto sus miradas se encontraron, el cuerpo de Aden se disolvió y se metió en el de la bruja. Él se esperaba sufrir un gran dolor y se preparó contra él, pero no tuvo ni siquiera ni una sombra de incomodidad. Tal vez, después de todo lo que le había ocurrido, su umbral de dolor hubiera crecido. O tal vez, Caleb estaba progresando mucho en la posesión de almas. Podía ser que Caleb hubiera hecho todo lo posible para evitarle el dolor a Aden y proteger también a la bruja del dolor que hubiera sentido ella en cuanto Aden se hubiera metido en su cuerpo.
Aden comenzó a ver por los ojos de la muchacha. Se vio atada y sintió escozor en las muñecas y los tobillos, a causa de los tirones que había dado contra la cuerda.
Tenía los músculos entumecidos.
—Libérame —le dijo a Riley, y tuvo la misma extrañeza de siempre al oírse hablar con la voz de otra persona.
Riley, con el ceño fruncido, se acercó y le cortó las ataduras. Aden se frotó las muñecas. Después se puso en pie, pero tenía las piernas tan débiles, que estuvo a punto de caer al suelo. Comenzó a caminar por la habitación para que la sangre le fluyera por las venas.
Ella no iba a saber que él había hecho aquello, pero se sentiría mejor de todos modos.
—Gracias —le dijo a Riley.
Mientras caminaba, dejó que su mente vagara por la de la bruja. No vio electricidad estática, como cuando había entrado en la mente del doctor Hennessy.
Vio… un momento, Sí había electricidad estática. Debía de haber entrado en la mente del doctor Hennessy. De lo contrario, no entendía lo que estaba ocurriendo. ¿Cuánto tiempo había estado allí? ¿Por qué no podía recordarlo?
«No lo pienses ahora».
Aden se fijó de nuevo en la bruja. Sin embargo, al contrario que cuando había estado en la mente de Shannon, no vio escenas de su vida. Vio… ¿cajas? Había miles de cajas esparcidas en un ambiente blanco, todas ellas con una cerradura de plata.
Aden frunció el ceño y agarró la cerradura de una de las cajas. Entonces sintió una descarga eléctrica.
—¿Por qué ocurre esto? —preguntó Aden.
«Por las marcas», dijo Caleb. Nunca había tenido un tono de tal seguridad. «Ella tiene sus propios tatuajes de protección. Sus recuerdos están en cajas, y las cajas están protegidas contra los invasores».
—¿Y cómo lo sabes?
«Ni idea, pero lo sé».
Bien, pues Aden necesitaba abrir aquellas cajas. Cada una de las marcas de protección podía hacer sólo una cosa, así que… ¿cuáles serían las marcas que protegían la mente de la bruja? Sólo había un modo de averiguarlo.
Miró por la habitación hasta que vio a Riley, que había vuelto a apoyarse en la puerta.
—Necesito que te marches —le dijo.
El lobo negó con la cabeza.
—Eso sería…
—Lo mejor —afirmó Aden—. Tiene tatuajes, así que no puedo llegar a sus recuerdos. Por lo tanto, tenemos que averiguar las marcas que tiene, y no creo que ella quiera que la vea otro chico.
«Oh, no», protestó Caleb. «No la vas a desnudar».
Normalmente, era Caleb el que siempre pedía un espectáculo de aquel tipo.
—Miraremos por debajo de la ropa, ¿de acuerdo?
—Si me marcho —intervino Riley—, no voy a poder defenderte.
—No me importa. Vete —dijo Aden.
—Muy bien. Pero si ella se da cuenta de lo que le estás haciendo y te hace pedazos en la mente, no me eches la culpa a mí.
El lobo abrió la puerta, salió y cerró de un portazo.
—Si ocurriera eso, de todos modos no podrías ayudarme —dijo Aden hacia la puerta para que Riley pudiera oírlo. Después se volvió hacia Victoria—. Victoria, échale un vistazo al cuerpo de la bruja.
—Sí —dijo ella, y se acercó.
Aden cerró los ojos. Victoria fue apartando prenda por prenda y mirando la piel de la bruja. Al principio los movimientos eran eficientes. Después fue haciéndose más lenta, más y más lenta… comenzó a recrearse.
—Nunca había estudiado a una bruja con tanta atención —dijo con la voz densa—. Normalmente las evito, no sé por qué. Tu olor…
—¿Es malo?
—No —dijo Victoria. Ya había terminado la búsqueda, pero seguía agarrándolo por los brazos para mantenerlo inmóvil—. Es bueno. Buenísimo…
Aden reconoció aquel tono de voz. Era el mismo que tenían los miembros del consejo antes de lanzarse hacia sus venas.
«Alerta roja», le dijo Elijah de repente.
—Lo sé —dijo Aden, y abrió los ojos. Se zafó de Victoria y se alejó hasta el rincón más apartado de la habitación. Cuando ella intentó acercársele, él negó con la cabeza—. Quédate ahí.
Ella tenía los ojos vidriosos y los colmillos se le habían alargado.
—Sólo un poquito —rogó—. Procuraré que sea agradable. Te gustará.
—Riley —gritó Aden.
El lobo entró en la cabaña un segundo después. Estaba claro que no había ido muy lejos.
—Ah, ¿entonces me necesitas, después de todo?
—Tenemos un ligero problema —dijo Aden.
Victoria se había agachado y estaba lista para saltar.
—¿Qué…? —Riley se dio cuenta y la agarró de la muñeca—. Oh, no, no —dijo.
Victoria forcejeó contra él—. Hay bolsas de sangre en la otra habitación. En cuanto coma, se sentirá mejor. Ahora volvemos —dijo Riley, y se la llevó.
Pasaron varios minutos. Aden esperó. Lamentaba no poder ser él quien le diera de comer y la calmara. Sin embargo, no podía salir del cuerpo de la bruja, y Victoria no podía beber de ella. La sangre de las brujas era muy adictiva para los vampiros, y a él no le gustaba nada la idea de que se volviera una drogadicta.
Cuando volvieron Riley y Victoria, ella se alejó de Aden todo lo posible, y se apoyó contra la pared más lejana, con las mejillas muy ruborizadas.
—Lo siento —murmuró.
—No te preocupes —dijo Aden. Se alegraba de verla de nuevo con la cabeza clara—. ¿Puedes decirme cuáles son las marcas que tiene la bruja?
Victoria asintió.
—Son muy pequeñas. Nunca las había visto tan diminutas, pero al tocarlas, he notado que desprenden un poder inmenso.
—¿Cuántas tiene?
—Nueve. Dos son para impedir que alguien la condene a la fealdad. Una es para proteger sus marcas, de modo que nadie pueda tatuarle nada encima y estropearlas.
Qué lista. Aunque Riley les había dicho que no mucha gente quería aquel tatuaje en particular.
—Otra es para protegerla de heridas mortales y otra para las heridas mentales.
Seguramente, es ésa la que no te permite progresar en su mente. Otra es para anclarla a este mundo, para evitar que un hada pueda llevarla a su dimensión. Otra es para protegerla del veneno de los duendes, otra para protegerla de la seducción masculina, y otra para impedir que le arranquen secretos. Eso significa que no podía decirnos lo que queríamos saber, ni aunque hubiera querido hacerlo.
Riley se pasó la mano por el pelo en un gesto de frustración.
—Teníamos que haber buscado antes esas marcas.
Cierto.
—Bueno, teníamos muchas preocupaciones.
—Y normalmente evitamos a las brujas —dijo Victoria—. Nunca habíamos pasado tiempo voluntariamente en presencia de una. No sabíamos lo que podíamos hacer.
Buena observación.
—Está bien. No puede contarnos ningún secreto, y su mente está protegida contra las heridas. No quiero hacerle daño, pero ella no puede saberlo; aunque no sepa que estoy dentro de su cuerpo, seguramente su mente me reconoce como algo extraño, y por lo tanto, me considera una amenaza.
—¿No puedes esconderte de ella? —le preguntó Riley.
—No lo sé, pero merece la pena intentarlo —dijo Aden. Tal vez, si la bruja no era consciente de su presencia, su mente se relajara, y algunas de las cajas se abrieran solas—. Vamos, átame.
«Esto no me gusta nada», dijo Caleb.
A Aden tampoco le gustaba, pero no había otro modo de hacer las cosas.
Se dejó caer en una silla y estiró los brazos detrás de la espalda. En menos de un minuto, Riley lo había vuelto a atar. Sí. Era muy incómodo; pobre chica.
«¿Me prometes que vas a soltarla después?», le preguntó Caleb con la voz temblorosa.
—Sí.
—¿Sí qué? —preguntó Riley. Después, agitó la cabeza—. No importa. No estabas hablando conmigo.
El lobo estaba aprendiendo.
—Ponme la venda en los ojos. Y sí, esta vez estoy hablando contigo.
Riley obedeció, y Aden se vio a oscuras.
—Voy a intentar esconderme al fondo de su mente. Con suerte, ella pensará que ya no estoy aquí. Intentad distraerla hablando con ella. Intentad decir cosas que aviven sus recuerdos sobre el maleficio de muerte.
Ella no podía contar sus secretos, pero Aden averiguaría pronto si la bruja podía pensar en ellos mientras alguien escuchaba.
—Necesito que estéis muy callados —dijo, porque no quería que la bruja oyera a las almas—. Por favor.
«Está bien», dijo Elijah con un suspiro.
«Claro», respondió Julian.
«De acuerdo», refunfuñó Caleb, «pero sólo porque quiero que la sueltes».
Aden tomó aire y, lentamente, volvió a exhalarlo. Mientras respiraba profundamente, se retiró a un rincón en sombras de la mente de la bruja.
—¿Y bien? —preguntó entonces la muchacha, como si su conversación con ellos no hubiera terminado nunca—. ¿Te conozco mejor que a quién?
Bien. No recordaba que Aden le hubiera quitado la venda, que la hubiera mirado a los ojos y hubiera desaparecido.
—Ya está bien —dijo Riley—. Dinos cómo te llamas.
—Pensaba que no querías que hablara.
Riley la contestó, y después siguió haciendo que hablara, pero Aden se abstrajo de aquella conversación y se concentró en la bruja.
«Bla, bla, bla», estaba pensando la muchacha. «¿Adónde ha ido el chico que nos llamó? Ya no siento su atracción. Si se ha marchado… ¡Ay! Tengo que conseguir salir de aquí y llevármelo. Las chicas van a estar muy enfadadas. No puedo creer que me haya dejado atrapar. Vampiros idiotas. Por su culpa me van a estar tomando el pelo toda la vida. Tal vez no pueda morir por medios físicos, pero me voy a morir de vergüenza».
Allí no había nada útil.
Entonces, Aden concentró su atención en el vasto mar que se extendía ante él.
Las cajas habían desaparecido, y los recuerdos flotaban libremente, como si estuvieran en pantallas de televisión. Había muchísimos, y él no sabía cuál de ellos debía analizar. Si elegía el que no era, tal vez perdiera horas y no consiguiera averiguar nada. Sin embargo, eso era mejor que quedarse allí esperando sin hacer nada.
Observó las imágenes hasta que vio a la chica rubia que había hablado con él en el bosque, una semana antes. Caleb había tenido una reacción muy fuerte hacia ella.
Y aquella chica era la que había pronunciado el maleficio que condenaba a muerte a sus amigos.
Al verla, Aden estiró las manos, pero en cuanto tocó la pantalla se sintió muy mareado, como si estuviera en el centro de un torbellino sorprendente que lo zarandeaba como si fuera un muñeco de trapo.
Cerró los ojos.
—Eh, ¿estás bien? —le preguntó una voz femenina que le resultaba muy familiar.
Al fondo de su mente, Caleb gimoteó.
—Shh.
Lentamente, abrió los ojos. La bruja rubia estaba ante él en toda su gloria.
Llevaba el pelo suelto. Le llegaba hasta la cintura, y lo tenía ligeramente rizado. Su piel era perfecta, tenía los ojos azul oscuro, y los labios como una ciruela madura.
Parecía que tenía unos veinte años.
Llevaba una túnica roja, la misma que aquel día en el bosque. Aden también.
Estaban junto a un edificio que parecía una pequeña iglesia de ladrillo blanco, con un tejado puntiagudo que ascendía hacia el cielo y que tenía un porche cubierto. El aire era caliente y húmedo y estaba perfumado con los olores del verano.
—¿Y bien?
Aden esperó un momento para intentar saber cuál era la mejor respuesta. No quería cambiar el pasado y por lo tanto, el futuro, pero no podía quedarse callado.
—¿De qué estábamos hablando? —preguntó con aquella voz femenina.
La rubia puso los ojos en blanco.
—Mira, sé que te asusta el castigo. Le hablaste a un humano sobre tus poderes, y ahora tenemos que marcharnos antes de que empiece la caza de brujas. Pero…
Ella continuó hablando, pero Aden se alejó de aquel recuerdo. No era el que necesitaba. Cerró los ojos y volvió a imaginarse que estaba dentro de la cabeza de la bruja. No sabía si iba a funcionar, pero de repente se vio de nuevo en el interior de otro tornado, y al segundo, estaba allí, ante el mar de recuerdos.
Gracias a Dios. Debía de estar mejorando mucho en aquel tipo de cosas.
«¿Es que no se va a callar este tipo?», se preguntaba la bruja.
Riley seguía habiéndole sobre el bien y el mal, la vida y la muerte, y le decía que él sólo quería proteger a sus amigos, que tenía que conseguir que Aden llegara a la reunión, pero que no podía hacerlo si no sabía dónde era aquella reunión. Tenía la voz ronca, y Aden se preguntó cuánto tiempo habría pasado.
De nuevo, volvió a concentrarse en su tarea y eligió otra de las pantallas, en la que aparecía otro recuerdo de la bruja rubia. Alargó la mano hacia ella.