«Estoy en la cama con Riley. Y él no está en forma de lobo», pensó Mary Ann.

Era humano, y se hallaban juntos de nuevo. Al menos, por el momento. Y dos días después podían morir. En aquel instante, las cosas eran inocentes. Estaban vestidos, y no se estaban besando. Sólo estaban acurrucados el uno contra el otro, ella, con la cabeza apoyada en el pecho de él, escuchando los latidos de su corazón, y él, acariciándole la espalda. Estaban hablando. O habían estado hablando.

Ahora estaban callados. Su habitación era contigua a la de Victoria, y habían oído regresar a la muchacha vampiro. Con Aden. Había habido una conversación corta, apagada, y después un silencio significativo. Un silencio que se había contagiado a la habitación de Riley, y que había ocasionado tensión.

Tensión sexual. Los dos eran conscientes de ello. Mary Ann intentó distraerse para no pensar en lo que podía estar ocurriendo en la otra habitación, ni en lo que podía ocurrir en la suya. Observó el santuario de Riley, un lugar de relajación y confort absolutos. Había consolas de juegos, un ordenador, sillas cómodas y una manta para tumbarse. La única cosa que le impedía pensar que aquel lugar le pertenecía a un millonario humano y aburrido, y que le impedía también relajarse, era la pared, que estaba llena de armas. Había dagas de todas las formas y tamaños a cada centímetro de muro. Estaba claro que Riley se tomaba muy en serio sus deberes de protector.

—¿Cuánto tiempo llevas siendo el guardaespaldas de Victoria? —le preguntó.

—Desde que nació.

—Eso es mucho tiempo.

—En este mundo no.

Cierto.

—¿Y qué hacías antes?

—Sobre todo, entrenarme. Cuando a un lobo le asignan un protegido, muere con ese protegido. Por lo tanto, un lobo sólo tiene un protegido durante toda su vida.

Ella era mía.

—Entonces, ¿estáis conectados?

La respiración de Riley le removió varios mechones de pelo.

—No, nada de eso. Si ella muere, es que yo he fallado en mis deberes. Eso significa que yo también merezco morir.

¿Que lo asesinarían?

—¡No!

—Sí —dijo él, y comenzó a mover los dedos por su brazo, acariciándoselo de arriba abajo—. Nadie volvería a confiar en mí, y quedaría deshonrado. Créeme, es mejor morir a vivir de esa manera.

Sus caricias estuvieron a punto de distraerla.

—Pero si tú eres más fuerte que los vampiros. Puedes matarlos con esa sustancia que tienes en las garras. Oí que se lo contabas a Aden.

—Eso no hace que mi honor sea menos importante.

Ella le agarró la camisa en el puño, arrugando la tela, sin querer soltarlo.

—¿Y no has pensado nunca en dejar a los vampiros?

—No. Nosotros no somos esclavos. No somos sirvientes. Pero fue Vlad quien nos puso en este mundo, y su gente fue una vez guardiana nuestra. ¿Cómo no íbamos a devolver el favor?

Leal hasta el fin. Exactamente lo que había dicho Victoria.

—Vosotros protegéis a los vampiros, y Aden no es vampiro, pero de todos modos lo sigues. ¿Qué harías si los demás vampiros se volvieran contra él?

—He visto vivir y morir a la gente durante siglos, y he sido testigo del caos que provoca la falta de liderazgo y de normas. Vlad creó nuestras normas. Si alguien podía ser más fuerte que él, entonces debía ocupar su lugar. Dmitri lo hizo. Después, Aden demostró que era más fuerte que Dmitri. Eso significa que Aden, sea cual sea su origen, puede gobernar a los vampiros y a los lobos. Yo lo defenderé como siempre he defendido a Victoria.

Hasta su último aliento, pensó Mary Ann. ¿Había tenido la misma lealtad con sus anteriores novias?, se preguntó. ¿Y por qué, de repente, ella tenía ganas de asesinar a aquellas exnovias? Normalmente, nunca se decantaba por la violencia. Ni en primer lugar, ni en segundo, ni en tercero.

—¿Con cuántas chicas has salido? —le preguntó.

Él aceptó con calma el cambio de tema.

—Con muchas.

—¿Infinitas?

Él exhaló un suspiro de cansancio.

—Sabes que he vivido durante mucho tiempo, ¿verdad?

—Sí. Pero dame una cifra aproximada.

Las suaves caricias de Riley cesaron.

—Creía que no íbamos a pelearnos.

—Y no vamos a pelearnos.

—Si te respondo, sí.

Entonces, ni siquiera podía darle una cifra aproximada. Ay.

—¿Has estado enamorado alguna vez?

—No.

«¿Y de mí?», quiso preguntarle. Pero no lo hizo.

—¿Y cuánto duran normalmente tus relaciones?

—Algunas más que otras —respondió él, con cautela.

¿Eso significaba que algunas ni siquiera habían sido relaciones?

—¿Rompiste tú con tus novias, o ellas contigo?

Él gruñó.

—Me estás matando, ¿lo sabes?

Se estaba matando también a sí misma. Pero quizá, tal vez, haciendo aquello, empeñándose en obtener respuestas, romper con él cuando llegara el momento le resultaría más fácil. Podría pensar que había sido una más entre mil, algo temporal, sin importancia. Eso le haría daño, la destrozaría, pero al final, conseguiría superarlo.

¿Verdad? No iría a buscarlo para empezar de nuevo con él. Riley estaría a salvo.

—Por favor, responde —dijo, y su camiseta se rasgó un poco en el lugar donde ella lo agarraba todavía. Mary Ann se obligó a aflojar dedo a dedo.

Él suspiró otra vez.

—La mayor parte de las veces… rompí yo con ellas.

—¿Por qué?

—Por diferentes motivos.

¿Porque se había cansado de ellas? ¿Se había hartado?

—Sé que has salido con Lauren, y cuando nos conocimos me contaste que saliste con una bruja, y que fue ella quien os maldijo a tus hermanos y a ti, pero que después tú moriste muy pronto después de que ocurriera todo eso, y que al resucitar, habías quedado liberado del maleficio. Me dijiste por qué habías terminado con Lauren, y yo puedo imaginarme por qué rompiste con la bruja.

—Espera. Yo no morí pronto. Pasaron unos cuantos años. Me dieron una cuchillada en el costado y me desangré. Victoria me dio algo de su sangre, y eso ayudó a que pudieran resucitarme. Pero de todos modos, ya había probado lo que era no salir con nadie durante varios años, porque nadie quería tener una cita conmigo. Así que… bueno, supongo que podría decirse que después de resucitar me volví loco cuando las chicas volvieron a fijarse en mí.

—¿Estás intentando decirme que te convertiste en un depravado, Riley?

A él se le escapó una carcajada.

—Tal vez. ¿Te decepciona eso?

—No —respondió Mary Ann. Él era quien era, pero ella estaba preocupada. Sus respuestas no la estaban convenciendo de nada. No se estaba distanciando de él.

Entonces, ¿te has acostado con muchas chicas?

Él se puso tenso. Mary Ann notó, bajo la mejilla, que se le aceleraba el corazón.

—Con algunas.

—¿Con Lauren?

Él apartó la mano por completo, y se la pasó por la cara.

—No voy a hablar de eso. Exactamente igual que nunca hablaría con otra gente de lo que hacemos tú y yo.

Eso era un «sí». Mary Ann se puso celosa, por supuesto, y de repente, se sintió tan azorada, que tuvo ganas de gritar. Lauren era despampanante, perfecta, fuerte.

¿Y qué era ella? Imperfecta de todas las maneras posibles, peligrosa para la salud de Riley, para su bienestar.

—¿Soy la primera humana con la que sales?

—Sí.

Entonces, ¿sólo era una novedad?

—Sé lo que estás pensando —dijo él, y rodó hasta que se colocó sobre ella. Su peso la aplastó un poco, y a ella… le gustó—. Tu aura es muy triste. Tiene un color deprimente. Piensas que significas para mí menos que las otras. Que eres menos, de algún modo.

Su opinión no debería ser importante. Si sobrevivían al maleficio, ella iba a romper con él.

—Digamos que no estoy completamente segura de lo que ves en mí.

—Ya hemos hablado de esto. Veo tu belleza… —dijo él, y le besó la oreja, suave, dulcemente.

Mary Ann se estremeció.

—La belleza se marchita.

—Veo tu inteligencia.

Otro beso, aquél en la barbilla.

Otro estremecimiento.

—Podría perder la cabeza.

Y era muy posible que ya estuviera muy cerca de perderla.

—Veo tu valentía.

Otro beso, dos, aquéllos justo debajo de sus labios.

Sintió estremecimientos.

—Hay muchas chicas valientes.

—Veo un par de ojos castaños que miran el mundo con una mezcla envidiable de inocencia y optimismo. Esos mismos ojos, cuando se fijan en mí, se suavizan y arden al mismo tiempo, y eso me hace algo… —entonces, Riley la besó en los labios y la rozó con la lengua para obtener el más breve de los sabores—. ¿Y qué ves tú en mí?

Sus palabras… eran embriagadoras, deliciosas, tan necesarias para Mary Ann como el respirar. No importaba lo que les deparara el futuro.

Sus miradas quedaron atrapadas la una en la otra, y él le acarició las sienes, atrapándola, mientras esperaba su respuesta.

Mary Ann tomó aire.

—Veo el chico más guapo del mundo —dijo, y se irguió ligeramente para besarle la mandíbula.

Él negó con la cabeza.

—Alguien muy sabio me dijo una vez que la belleza se marchita.

Así que sus respuestas se volvían contra ella. Estuvo a punto de sonreír.

—Veo el ingenio más agudo que haya conocido nunca —respondió, y le besó la barbilla.

—El sentido del humor es algo subjetivo.

—Veo fuerza —Mary Ann le besó bajo los labios.

—Con una fractura en la espina dorsal, quedaría inútil.

—Veo… a un chico que se colocaría entre mis enemigos y yo mil veces, que moriría mil veces por librarme de un simple arañazo. Veo a un chico que sabe lo que necesito incluso antes que yo, y que se deleita dándomelo.

Cierto.

Entonces, Mary Ann le dio un suave beso en los labios.

Él no se había detenido en los besos, pero ella sí lo hizo. Presionó una vez, y otra, hasta que él abrió los labios, y ella abrió la boca, y sus lenguas se entrelazaron.

Mary Ann notaba su peso sobre ella, pero no la agobiaba. Tenerlo así le gustaba.

Tenía sitio para mover las manos por su espalda, para acariciarlo.

Él también la acarició. Pronto se habían quitado las camisas, y estaban piel contra piel. Nunca había sentido nada tan maravilloso. Tenía su sabor en la boca, en la sangre, y sus manos eran calientes, blandas y duras al mismo tiempo.

Comenzaron a gemir. Ella respiraba con su aire, y él, con el de ella. Se estaba aferrando a él y lo estaba estrechando contra su cuerpo, pellizcándole la espalda. Si hubiera sido humano, Mary Ann habría temido hacerle daño, pero parecía que a él le gustaba todo lo que ella hacía, por muy faltas de experiencia que fueran sus caricias, porque constantemente gruñía de aprobación.

Durante un instante, él jugueteó con los dedos en la cintura de los pantalones de Mary Ann. Ella sintió un cosquilleo y se arqueó hacia Riley, en busca de algo más, pero él se puso muy tenso y rugió… En aquella ocasión el sonido no fue de placer, sino de… ¿dolor?

—Tenemos que parar —susurró.

Él los había interrumpido también la última vez. Sin embargo, en aquella ocasión, Mary Ann tuvo ganas de gritar.

—¿Por qué?

—Es tu primera vez.

—Ya lo sé.

—Pero yo no quiero que estés conmigo porque tengas miedo a morir.

—No es así.

Mary Ann tenía miedo, pero aquélla no era la única razón por la que estaba con él, haciendo aquello.

Él la miró con gravedad.

—Mary Ann, esta misma mañana habías roto conmigo.

—Para salvarte. No quiero hacerte daño.

Riley apoyó la frente en la de ella. Ambos estaban sudando, temblando.

—Oh, sí, me estás matando esta noche, y algún día me darán una medalla por esto. No sabes lo difícil que es para mí —dijo, y resopló como si acabara de hacer una broma—. Escucha, tu primera vez debería ser por amor. Sólo por amor.

—¿La tuya lo fue?

—No, y por eso sé lo importante que es.

Él rodó por la cama, pero no interrumpió el contacto entre ellos. La ciñó contra su costado, y de nuevo, ella apoyó la cabeza sobre su corazón. Un corazón que latía salvajemente. Al notarlo, Mary Ann se calmó. La deseaba, y parar había sido difícil para él. Pero lo había hecho. Ningún otro chico habría parado. Ella lo sabía, y era otro de los motivos por los que se estaba enamorando tan profundamente de él.

Pese a lo molesto que estaba su cuerpo, en aquellos momentos, con Riley.

—Quiero que estés segura —le dijo él, con la voz ronca—. De mí y de nosotros.

No quiero que mires atrás y te arrepientas. No quiero que desees que las cosas hubieran sido distintas. Quiero que las cosas que hagamos sean sólo por nosotros.

Pero… ¿y si ella nunca llegaba a aquel punto? Suspiró y le besó el pecho. De todos modos, Riley quería lo mejor para ella. Era un muchacho fantástico.

—Gracias.

—Diría que ha sido un placer, pero… Me siento como si me estuviera muriendo.

Ella se echó a reír.

—Ha sido culpa tuya, no mía.

—No. Es completamente culpa tuya. Ahora, vamos a dormir un poco —dijo, y la abrazó con fuerza—. ¿Quieres?

—Sí, de acuerdo.

—Bien, porque mañana va a ser un día muy ajetreado.

Mary Ann no quería pensar en el día siguiente, el día en que podría cumplirse el maleficio. Sin embargo, no pudo dormir. Tenía el cuerpo dolorido, y no podía quedarse quieta. Necesitaba algo, pero no sabía qué. Y entonces, minutos después, tal vez horas después, comenzó a dolerle el estómago. Lo sentía terriblemente vacío. Era como lo que le había ocurrido en la ciudad, pero multiplicado por mil. Tenía hambre.

—¿Qué te pasa, nena? —le preguntó Riley con preocupación. Él tampoco debía de haber conseguido dormirse.

—No… no lo sé —dijo ella—. Me duele todo, y… no puedo moverme — susurró, y el pánico se apoderó de ella—. ¡Riley, no puedo moverme! Estoy paralizada.

—No te asustes. Yo puedo arreglarlo —dijo él.

Saltó de la cama, se vistió y ayudó a Mary Ann a hacer lo mismo. Ella no tenía fuerzas para hacer nada.

—¿Me estoy muriendo ya? —gimió.

—Cálmate, cálmate. Yo te cuidaré —le dijo él. Entonces, se acercó a la puerta que comunicaba su habitación con la de Victoria y llamó.

No hubo respuesta. Tuvo que llamar de nuevo.

Al final, Victoria abrió con cara de pocos amigos.

—Eres la enésima persona que viene a mi puerta. Lo sé. Sientes a Aden. Ellos también. Pero para impedir un levantamiento no les mentí, así que espero que estés preparado. Mañana, sin embargo. Ahora no. Ahora está intentando dormir. Mañana nos enfrentaremos a las consecuencias, porque ahora no voy a inquietarlo.

—¿Has terminado?

Ella se enfadó.

—No voy a mandarlo a su casa, Riley.

—No te he pedido que lo hagas. De hecho, me alegro de que por fin hayas decidido defender lo que quieres. Pero ya es suficiente de hablar de ti. Necesito que nos lleves a la cabaña.

A la cabaña donde tenían cautiva a la bruja. Mary Ann lo entendió: Riley iba a alimentarla. Quiso protestar, pero también necesitaba sentirse mejor. Nunca había estado tan débil, tan indefensa.

—¿A todos? —preguntó Victoria—. ¿Por qué?

—No. Sólo a Mary Ann y a mí. Déjanos en la cabaña y ven a buscarnos dentro de una hora, ¿de acuerdo? De hecho, durante esa hora ve a casa del padre de Mary Ann y convéncelo de que está allí, y de que irá al instituto mañana, para que no se preocupe.

—¿Por qué queréis ir a la cabaña? —insistió Victoria, mirando a Mary Ann.

—Necesito que confíes en mí —le dijo Riley—. Como yo he confiado en ti muchas veces.

Victoria asintió.

—De acuerdo. Por supuesto, lo haré. ¿Quién es el primero?

—Yo, pero ten cuidado con Mary Ann. Está… enferma.

Un segundo después, los dos desaparecieron. Mary Ann se quedó sentada sobre la cama, sin poder moverse. Había empezado a dolerle también la mente. Al instante, Victoria apareció a su lado y la tomó de la mano. La hizo flotar y girar, y cuando se detuvieron, un suelo sólido apareció bajo sus pies. Mary Ann tenía ganas de vomitar, pero con el estómago vacío, las náuseas no la aliviaron, sino que intensificaron el dolor de su cuerpo.

—¿Qué le ocurre? —preguntó Victoria.

—Como ya te he dicho, se ha puesto enferma.

—¿Y tú piensas que la bruja puede lanzarle un encantamiento para curarla? Te aseguro que…

—Gracias por tu ayuda. Ahora, vuelve con Aden —zanjó Riley, tomando a Mary Ann en brazos—. Por favor.

Victoria gruñó, pero desapareció.

—¿Qué pasa? —preguntó alguien. Era la bruja.

De repente, Mary Ann sintió calor y poder, y su hambre y su dolor se mitigaron. Suspiró de éxtasis, bebiendo todas las moléculas que podía. Sí. Sí. Aquello era lo que necesitaba; no podía vivir sin ello. Sus miembros recuperaron la fuerza, y su cuerpo volvió a ser suyo.

—¡Una Embebedora! —gritó la bruja—. No, ¡no! ¡Fuera! ¡Aléjate!

—Bueno —dijo Riley irónicamente—, si teníamos alguna duda, acabamos de aclararla.