«Hacerme pis en la alfombra», refunfuñó Riley.

Mary Ann siguió riéndose hasta que se le cayeron las lágrimas. Y Riley no ayudaba.

«Pulgoso. Sarnoso». Dio otro gruñido. «Veremos lo que piensa de mí cuando le muerda la rótula».

—De eso nada —dijo ella entre risitas—. O te echaré.

Él gruñó de nuevo, pero se relajó sobre el colchón, contra ella.

«Mi pelaje es sedoso, demonios».

Por fin, ella se calmó. Sin embargo, continuó con una sonrisa enorme.

—Muy sedoso.

Él suspiró.

«Vamos, vuelve a dormirte. Necesitas descansar todo lo que puedas».

Ella quería protestar, de verdad. Pero allí tumbada a su lado, acariciándolo, escuchando sus ronroneos de placidez, sintiendo su calor y su suavidad como si fueran una droga, se deslizó hacia la oscuridad sin darse cuenta, en un estado de absoluta felicidad.

Había echado de menos aquello, y saber que él iba a estar allí cuando se despertara…

Al abrir los ojos otra vez, bostezando, Riley estaba todavía a su lado. ¡Todavía!

Mary Ann tomó el teléfono móvil de la mesilla y miró la hora. Frunció el ceño. Sólo quedaban quince minutos hasta que tuviera que levantarse para ir al instituto. Ella quería una hora. Riley y ella no habían hablado todavía.

Sin embargo, eso no podía tenerlo, así que saborearía aquellos quince minutos como si fueran los últimos de su vida. A la luz tenue de la mañana, no obstante, todas sus preocupaciones volvieron y le inundaron la mente. Revivió la noche anterior una y otra vez.

«Estamos saliendo», le había dicho él. «Por lo menos, eso creo».

Ay.

«Un día vas a matar a todos los que quiero», había añadido Riley. «Demonios, algún día me matarás a mí».

Doble ay.

No, no iba a poder saborear aquellos minutos. Algún día, si ella era una Embebedora, tal y como sospechaba Riley, podría matarlo. Podría matar a aquel muchacho que la había despertado a la vida, que la había sacado de aquel mundo seguro que ella misma se había creado, donde nunca había sentido de verdad, donde sólo se conducía con el piloto automático. No. Ella no iba a permitir que sucediera aquello.

Si tenía que dejarlo a él, y alejarse de todos sus seres queridos, lo haría. Pero…

eso no significaba que no estuviera deseando hacer todo lo posible por demostrar que no era una Embebedora, o no hacer todo lo posible por remediar la situación si sí lo era.

«¿Tienes hambre?», le preguntó Riley esperanzadamente.

Su voz se coló en la mente de Mary Ann, tan cálida como su cuerpo. Ella se analizó. Tenía el estómago vacío, pero no tenso. No sentía gruñidos.

—No —admitió Mary Ann, aunque hubiera querido mentir.

Con un suspiro, él se levantó de un salto y fue hacia el baño a cambiar a su forma humana y ponerse la ropa que tenía allí guardada. Aquélla no era la primera vez que se quedaba a dormir allí. Y ojalá no fuera la última. Mientras estaba vistiéndose, ella se acercó a la puerta rápidamente y echó la llave. Después se sentó al borde de la cama a esperarlo.

No tuvo que esperar mucho. La puerta del baño se abrió minutos después, y Riley salió con unos vaqueros, pero sin nada más. Al verlo, a Mary Ann se le cortó el aliento. Era tan esbelto y tan musculoso, tan bronceado, que parecía el sueño de cualquier chica hecho realidad.

«Y es mío», pensó ella con orgullo.

Tal vez. Por el momento.

Mary Ann irguió los hombros. No quería deprimirse.

—Tardaré un minuto.

—De acuerdo.

Él se acercó a la cama, y ella se metió al baño. Rápidamente se lavó los dientes y se cepilló el pelo. Tenía unas profundas ojeras, pese a lo plácidamente que había dormido. Además, tenía las mejillas un poco demacradas. Salió a la habitación y se encontró a Riley reclinado en la cama. Se acercó a él y apoyó la cabeza en su hombro.

Era tan cálido como cuando poseía el pelaje negro. «Es mío», pensó de nuevo, y se puso tensa. Tal vez. Aquellas palabras eran como un cáncer en su cerebro, algo que la reconcomía y la destruía. Cuanto más tiempo pasaban juntos, más se enamoraba de él. Eso era un hecho. ¿Otro? Cuanto más se enamorara de él, más difícil iba a resultarle dejarlo, si eso era lo que tenía que hacer al final, para salvarlo. Y ella estaba dispuesta a dejarlo con tal de salvarlo.

—¿Qué ocurre? —le preguntó Riley. La abrazó y le acarició la frente con las yemas de los dedos.

—Estaba pensando.

—¿En qué?

—Si soy una Embebedora… ¿Cuándo vamos a saberlo con certeza? ¿Y cómo vamos a averiguarlo?

Él suspiró y, por supuesto, hizo caso omiso de sus preguntas.

—Mira, no debería haberte gritado anoche. Estaba muy asustado, y temía por mi familia. Pero tú también eres mi familia, y lo siento. No debería haberte tratado así.

—No tienes por qué disculparte. Esto es muy grave, muy peligroso, y si hubiera alguna amenaza para mi padre —dijo ella, y pensó: «O para ti»—, yo reaccionaría de la misma forma.

—De todos modos —respondió Riley, y le dio un suave beso en la mejilla—, en cuanto te dejé aquí para ir a acompañar a Victoria y a Aden a su casa, la idea de que pudieras estar en peligro me hizo sudar y maldecir en un segundo. Prácticamente los metí de un empujón en sus habitaciones para poder volver aquí contigo. Y, a propósito, voy a dormir contigo todas las noches hasta que las brujas ya no sean una amenaza para ti.

Qué dulce era.

—Pero no te hagas pis en la alfombra —le dijo ella.

Él soltó un gruñido.

—Qué graciosa.

De repente, Mary Ann pensó algo que hizo que frunciera el ceño.

—Normalmente te escondes cuando oyes que se acerca mi padre. ¿Por qué no lo has hecho esta vez?

Riley se encogió de hombros.

—Quería que me viera. Así, puedo ir y venir sin tener miedo a que me pegue un tiro.

—Eres listo.

—Soy un genio.

Ella sonrió.

—Muy bien, ahora vamos a hablar del tema más importante. Antes te he hecho unas preguntas y me has ignorado. Ahora quiero que me las respondas. ¿Cuándo vamos a saber con certeza si soy una Embebedora?

—No, no vamos a hablar de ese tema. Vamos a olvidar eso de la Embebedora por el momento.

—No. No puedo —dijo ella. Sabía que Riley podía estar en peligro—. Responde, por favor.

Él suspiró de nuevo, y su respiración le acarició la frente a Mary Ann.

—Vomitarás la comida, porque tu cuerpo ya no la requiere. Empezarás a anhelar estar cerca de las brujas y de otras criaturas, y las conocerás, sabrás lo que son y lo que pueden hacer, antes de verlas, incluso.

A ella se le encogió el estómago… Nada de aquello era halagüeño. Ya había empezado a sentir la cercanía de las criaturas. Sabía que Marie estaba en la ciudad antes de verla. Y sí, le encantaría sentir de nuevo aquella ráfaga de poder. Lo anhelaba, tal y como le había dicho Riley.

—Si ocurre alguna de esas cosas, dímelo.

Iba a hacer algo más que decírselo. Iba a demostrárselo. Se levantó y se acercó a su escritorio.

—¿Qué vas a hacer?

—Averiguarlo.

Tal vez hubiera sido mejor esperar a estar sola, pero él tenía que saber la verdad, lo necesitaba tanto como ella. Temblando, Mary Ann sacó una barrita energética del cajón superior del escritorio, donde guardaba algunos dulces y unas bolsas de frutos secos. La desenvolvió y se giró hacia Riley, que se había puesto tenso. Entonces, la mordió.

En circunstancias normales, Mary Ann habría cerrado los ojos de éxtasis al notar la dulzura del chocolate. Sin embargo, en aquella ocasión el bocado le pareció como de ceniza. Se le revolvió el estómago, pero de todos modos tragó; fue como si tragara un trozo de carbón.

Primero se arrepintió de haberlo intentado, y después notó el malestar que le había descrito Riley. Notó la bilis en la garganta, y tuvo que salir corriendo al cuarto de baño, donde vomitó en el inodoro, una y otra vez.

Cuando su estómago estuvo finalmente vacío, se lavó los dientes y se enjuagó la boca con un colutorio. En ningún momento dejó de temblar.

No. No, no, no.

—¿Te sientes mejor? —le preguntó él cuando entró de nuevo a la habitación.

—Sí.

—Puede que fueran los nervios.

—Sí —dijo Mary Ann.

Sin embargo, sabía cuál era la verdad, y él también. Ninguno quería admitirlo, querían negarlo con todas sus fuerzas, pero no podían. Ya no. Ella era diferente.

Había cambiado.

Se había convertido en una Embebedora.

Casi como si estuviera en trance, Mary Ann se acercó a la cama y se sentó junto a Riley. Iba a tener que dejarlo. Si no lo hacía, llegaría el día en que le haría daño.

¿Era aquélla la última vez que podían estar juntos así?

—Seguro que son los nervios. Es como si hubieras cumplido lo que te han profetizado —dijo él—. Yo te dije que vomitarías, así que has vomitado.

Él siempre había sido el realista, y ella, la soñadora. Parecía que los papeles se habían intercambiado.

—Riley… —dijo ella suavemente.

—No. Ya hemos hablado de esto —zanjó él—. Ahora podemos continuar — añadió, y le besó la mejilla—. Quiero que sepas que ayer, cuando dije que tal vez estábamos saliendo, todavía estaba conmocionado. No lo dije en serio, y después tuve ganas de patearme a mí mismo. Estamos saliendo, así que no se te ocurra ver a ningún otro. Eres mía, y no comparto.

Nunca le habían dicho unas palabras más dulces, y ella debería haber volado hasta las nubes de felicidad. Salvo que no podía.

—Riley… no sé. Quiero decir que…

—Oh, no. Demonios, no —Riley rodó por la cama y se tumbó sobre ella, sujetándola con el cuerpo. Pesaba, pero no era desagradable. A ella le gustaba tenerlo así—. ¿Estás intentando romper conmigo? —le preguntó él.

«No».

—Sí.

Oh, Dios. Mary Ann no podía creer que le hubiera dicho eso. Él lo era todo para ella, y sin embargo, ella era un peligro para él. No iba a poner en peligro la vida de Riley ni siquiera por poder estar a su lado, que era lo que más deseaba en el mundo.

—Las cosas son más complicadas, sí, pero eso no significa que hayamos terminado.

A ella se le llenaron los ojos de lágrimas, que se le derramaron por las mejillas.

—Sí, hemos terminado —respondió Mary Ann.

Si hubiera otro modo de hacer las cosas… y tal vez sí lo había. Ella iba a averiguarlo, tal y como habían planeado. Investigación, experimentos. Lo que fuera.

Pero hasta entonces, nada de Riley. No iba a alimentar su adicción con él. No iba a disfrutar de él, no iba a apoyarse en él, ni a esperarlo, y a necesitarlo.

Él entrecerró los ojos.

—Si ése es el caso, no te importará que yo te dé lecciones de defensa propia.

¿Y que él la tocara? ¿Cómo iba a poder resistirse a Riley?

—Eso anularía el efecto de lo que estoy intentando hacer.

«Protegerte, por una vez, yo a ti».

—¿Y qué es lo que estás intentando hacer?

—Mary Ann —dijo su padre desde el piso de abajo, interrumpiéndolos.

¿Estás despierta?

—Sí —respondió ella.

—El desayuno estará listo dentro de veinte minutos.

—Gracias.

—De nada.

Ella se retorció para zafarse de Riley y se puso en pie, de espaldas a él.

—Deberías irte. Tengo que arreglarme.

Él se levantó.

—Me marcho, pero volveré para acompañarte al instituto. A menos que quieras que vayamos a la ciudad a atrapar a otra bruja. Cuanto más poder de negociación tengamos, mejor para nosotros.

Le estaba pidiendo ayuda, en vez de intentar dejarla atrás para mantenerla a salvo. Eso era algo muy poderoso; él tenía que saber cuánto la afectaba.

—No puedo. Tengo un examen de Química y no puedo faltar —respondió.

En realidad, las notas no tenían mucha importancia en el otro mundo, pero una parte de Mary Ann quería seguir actuando como si aquélla fuera una semana de lo más normal.

—De acuerdo, yo…

De repente, Victoria apareció en el centro de la habitación. A Mary Ann se le escapó un grito, y se posó la mano en el corazón.

La princesa estaba más pálida de lo normal, y parecía muy tensa.

—Tienes que venir conmigo —le dijo a Mary Ann—. Aden está atrapado en el cuerpo de Shannon, y no puede salir.

Mary Ann ya había visto a Aden poseer un cuerpo; en realidad, la forma de lobo de Riley. Aquella visión la había agitado hasta lo más profundo. ¿Y había poseído a Shannon?

—Voy a vestirme, y me reuniré contigo en el rancho.

—No. Tardarías mucho. Te teletransportaré.

Ella tuvo que reprimir un gruñido.

—Está bien. Pero tengo que pasar a despedirme de mi padre y convencerlo de que me voy al instituto —dijo. Finalmente no iba a hacer aquel examen de Química— . Nos vemos a la salida del vecindario.

—Voy con vosotras —dijo Riley.

Victoria negó con la cabeza.

—No puedes. Tú impides que Mary Ann use su habilidad de anular. Tienes que quedarte aquí.

—Entonces, la acompañaré hasta la puerta del vecindario. Allí nos separaremos.

Victoria asintió y se desvaneció.

Mary Ann tomó su ropa del armario y entró al baño para vestirse. Cuando terminó, recogió los libros y los metió en la mochila, en silencio. Riley ya se había quitado los pantalones vaqueros, ¿dónde los habría dejado?, y se había transformado en lobo.

Bajaron juntos las escaleras y entraron en la cocina. Olía a huevos revueltos con beicon. A Mary Ann no se le hizo la boca agua, pero tampoco sintió náuseas. Eso era una mejora.

—Papá —dijo a modo de saludo.

Él se dio la vuelta y se quedó paralizado al ver a Riley. Tenía arrugas de tensión alrededor de los ojos, como si no hubiera vuelto a dormir desde que había salido de la habitación de su hija.

—Dios santo. No me había dado cuenta de lo enorme que es esa cosa.

—Lo siento, papá, pero no me da tiempo a desayunar. Se me había olvidado que quiero ir temprano al instituto para estudiar. Tengo un examen de Química.

Él frunció el ceño.

—Últimamente no comes nada. No pienses que no me he dado cuenta. Por lo menos llévate un poco de beicon. Es alimento para el cerebro.

Ella no quería discutir, así que tomó el trozo de jamón que él le estaba dando.

—Gracias.

—¿Quieres que te lleve?

—No. Oxígeno para el cerebro, y todo eso.

—Buena suerte, cariño.

—Gracias. Te quiero —dijo ella, y con eso, salió por la puerta y corrió hacia la salida del vecindario. Riley iba a su lado.

Era muy raro; durante el trayecto, a Mary Ann le pareció ver a Tucker corriendo junto a ellos, pero Riley no se dio cuenta, y Riley siempre se daba cuenta de todo, así que debía de ser que ella tenía alucinaciones.

Además, aunque Tucker estuviera allí, aunque la estuviera siguiendo, no tenía tiempo para pararse a interrogarlo. Aden la necesitaba. Ojalá pudiera ayudarlo sin hacerle daño.