Victoria teletransportó a todo el mundo al sitio en el que estaba la bruja.

Primero a Mary Ann y después a Riley. Finalmente, sólo quedó Aden. Cuando ella intentó tomarlo de la mano, él retrocedió. Sintió un terrible dolor en la rodilla, pero no dejó entrever su sufrimiento.

—Antes quiero hablar contigo —dijo.

—Aquí no estamos seguros —replicó ella.

Tras ellos, entre los árboles, aulló un lobo. Nathan. ¿Era una señal para que Victoria supiera que estaba protegida, y que no había cadáveres cerca? Eso esperaba Aden, porque si el aullido era un aviso para que salieran corriendo porque había despertado a otros cuerpos, no le habría importado. Aquello era demasiado importante. Lucharía contra cualquiera con tal de tener la oportunidad de resolver aquello con Victoria.

—No nos va a pasar nada.

—Pero éste no es momento para hablar —dijo ella, y le hizo una seña para que se acercara.

«Bésala primero, y después habla», le dijo Caleb.

«Yo estoy con Caleb», dijo Julian.

Aden hizo caso omiso de sus recomendaciones. Se apoyó contra el tronco de un árbol y se cruzó de brazos. Aquel movimiento, aunque fue muy leve, le provocó otra ráfaga de dolor en la rodilla. Le había mordido un cadáver; eso le había sucedido muchas veces antes, así que sabía que aquello sólo era el comienzo. La saliva de los muertos vivientes era venenosa, y aquel veneno ya estaba actuando en él, abrasándolo.

Al día siguiente iba a desear estar muerto. Otra vez.

Estuvo a punto de echarse a reír. ¿Acaso nunca iba a tener un respiro?

—Aden —dijo Victoria. Su voz lo sacó de aquellos pensamientos.

—Por supuesto que es buen momento para que hablemos —dijo él—. Los demás estarán interrogando a la bruja, y para eso no nos necesitan.

Victoria alzó la barbilla.

—Muy bien, hablemos. ¿Por qué no comienzo yo?

Ella también se cruzó de brazos. La luz de la luna iluminaba su piel perfecta.

Tenía los ojos, tan azules, clavados en él, y un mohín en los labios rojos que lo atraía sin remedio. No era de extrañar que los chicos quisieran besarla primero y hablar después. Era preciosa.

—Cuéntame cómo ha sido la cita con mi hermana —le ordenó ella.

Ay. Debía habérselo esperado.

—Yo no lo llamaría cita. Hemos hablado de los posibles cambios para beneficiar a tu gente. Como que el rosa se convierta en el nuevo negro. Después hemos hablado de ti —dijo Aden. O, lo habrían hecho de no haber sido por la aparición del duende—. Sobre lo mucho que… te quiero.

Por fin lo había dicho. Si había algún momento adecuado para hacerlo, era aquél. Aden no quería que Victoria se sintiera insegura acerca de lo que él sentía por ella.

—Eres valiente, y cariñosa, y me ves como un igual, no como un estorbo. Me siento mejor cuando estoy contigo. Mejor conmigo mismo, y con todo lo demás.

Ella se quedó boquiabierta.

—¿Me quieres?

—Sí. Te quiero —repitió él—. Pero tú no tienes que decírmelo a mí. Entenderé que no hayas llegado todavía ahí.

Sí, lo entendería, aunque no estaba seguro de que fuera a gustarle.

La expresión de Victoria se suavizó; se miró los pies, y se retorció las manos.

Tenía las mejillas suavemente rosadas. ¿Se había ruborizado? ¿Acaso le avergonzaba la confesión que acababa de hacerle él? ¿O se había alimentado recientemente? ¿Y de quién?

Aden sintió una punzada de celos en el pecho.

«Tienes que superar eso», se dijo. «Es una chica vampiro. Es lo que tiene que hacer para sobrevivir».

—Yo… también te quiero, Aden.

Gracias a Dios. Los celos desaparecieron. Victoria lo quería. Lo quería de verdad.

—Dilo otra vez.

Nadie lo había querido antes. Nadie.

—Yo también te quiero. Mucho. Eres fuerte y leal, y me entiendes mejor que yo misma. Así que te quiero, sí —repitió Victoria.

Aden nunca se cansaría de oír aquellas palabras.

—Y como te quiero tanto —prosiguió ella suavemente—, tengo que decirte que las otras chicas no van a permitir que te limites a hablar con ellas. O más bien, sus padres. Tendrás que ser romántico. Con ellas, no con sus padres. Dios, lo estoy liando todo. Lo que quiero decir es que no hay manera de librarse de ello. Tienes que salir con ellas de verdad.

—No. Claro que no. Me niego a verlas —dijo él. Tan sencillo como eso: él la quería, y ella lo quería a él.

No, nunca se cansaría de aquellas palabras.

—No puedes. Te lo he dicho. Eso causaría problemas. Problemas violentos.

—Me da igual. Tú eres más importante.

Victoria alzó la cabeza durante un instante, y Aden percibió un brillo de esperanza en sus ojos. Sin embargo, ella enmascaró sus emociones rápidamente y volvió a mostrarle una expresión vacía. Un vacío que él desdeñaba.

—En realidad, no, no lo soy —respondió Victoria—. Ahora tú eres el rey, y tú eres el más importante para mi gente.

Aden frunció el ceño.

—Mira, no tengo mucho tiempo, Victoria, y no quiero malgastarlo discutiendo.

Y menos ahora.

—Eso es lo que he dicho yo, pero después tú has dicho que…

—Me refiero a que no me queda mucho tiempo de vida —la interrumpió él.

Esta noche no.

Aquel recordatorio silenció a Victoria. Conocía la predicción de Elijah. Sabía que la vida de Aden llegaría pronto a su fin.

—Oh.

—De todos modos, tu gente necesitará un rey nuevo, y yo voy a encontrárselo.

Tal vez Riley. Los vampiros estaban dispuestos a permitir que los gobernara él, un humano. Entonces, ¿por qué no podría hacerlo un hombre lobo a quien, además, ya respetaban? Asintió; le gustaba aquella idea. Mucho. Era un plan perfecto, salvo que… Sintió una punzada de irritación al pensar en renunciar al título. ¿Por qué? No tenía sentido.

Se concentró en aquel momento. Había luchado por poder disfrutar de él, y no iba a estropearlo.

—Como ya te he dicho, no quiero pasar estos minutos peleándome contigo. Y no quiero pasármelos rechazado por motivos que desconozco.

Victoria se quedó inmóvil, observándolo en silencio. Intentando averiguar…

¿Qué? Aden no lo sabía. Finalmente, ella suspiró.

—¿Qué es lo que quieres saber? Te lo explicaré.

—¿Qué sientes en este momento acerca de que tenga que salir con esas chicas?

Caleb se echó a reír.

«¡Tío! Pareces una chica, con eso de querer saber de sus sentimientos y todo ese rollo».

«Es un principio básico de la seducción. Compórtate como una chica, y conseguirás a la chica. ¿Es que no lo sabes, Caleb? Yo pensaba que tú eras el experto», le respondió Julian.

Ella se frotó las palmas de las manos contra los muslos.

—Bueno, estoy… furiosa.

¿Con él?

—No lo parece. Y tu voz no suena a furia.

—Estoy conteniendo mis sentimientos. Es lo que diría Stephanie.

—Pues libéralos. Te sentirás mejor, te lo prometo.

Ella negó agitadamente con la cabeza.

—Es demasiado peligroso.

—¿Para quién?

—Para ti.

—Inténtalo —le dijo Aden. A menos que…—. El monstruo que tienes dentro…

Victoria tragó saliva y dio dos pasos atrás.

—¿Qué pasa con él?

—¿Crees que el monstruo me haría daño si me lo contaras? ¿Es eso?

—No. Tengo las marcas. Aunque de todos modos yo nunca corro riesgos con mi bestia. Eso no lo hacemos ninguno.

—Entonces, ¿todos los vampiros alojan un monstruo?

—Sí.

—¿Y alguno de ellos ha perdido alguna vez el control sobre su monstruo?

—Sí. Es espantoso. No hay palabras para describir los daños que ocurren.

Así que… el misterio estaba por fin resuelto. Pese a que lo hubiera negado, el miedo de Victoria tenía su origen en lo que ella pensaba que podía hacerle aquel monstruo enigmático.

—Háblame de esos monstruos. Dime por qué te dan tanto miedo, y por qué yo también debería sentirlo.

—¿Estás seguro de que quieres saberlo?

—Sí. Completamente seguro.

—Muy bien. Entonces, te lo contaré. Nosotros no podemos cambiar de forma como los hombres lobo. No adoptamos otras formas. Sin embargo, el monstruo sale de nosotros como una entidad separada, y cuanto más tiempo permanece ese ser fuera de nuestros cuerpos, más sólido se convierte su cuerpo. Y, a medida que su cuerpo se hace más sólido, se debilita la fuerza que lo encadena a nosotros.

—¿Y no sería una ayuda poder liberarte de esa bestia?

—¿Una ayuda? —preguntó ella con una carcajada seca—. No. A medida que se solidifica y se fortalece, nosotros nos convertimos en objetivos de lo que antes era nuestra mitad más oscura. Nos culpan por haberlos tenido atrapados en nuestros cuerpos, y nadie está seguro. Y deberías saber que mi bestia ha estado golpeándome la cabeza desde que te conocí, y cada vez que estoy contigo lo hace con más fuerza, porque quiere salir.

Estaba bien saberlo. Y era horripilante, también. Sin embargo, él no iba a permitir que su miedo le impidiera seguir avanzando hacia Victoria, y seguir demostrándole que podía enfrentarse a cualquier cosa que ella le planteara. Aunque eso significara que tenía que ser un príncipe azul y matar a su dragón. Literalmente.

—¿Y ese monstruo habla contigo?

—No. Normalmente está silencioso, y no pronuncia palabras. Algunas veces ruge, y cuando tengo hambre, siento su sed de sangre. Últimamente hemos tenido mucha hambre.

La mente de Aden comenzó a trabajar febrilmente. ¿Cómo habían atrapado los vampiros a aquellas criaturas en su interior? Lo más probable era que Victoria hubiera nacido con la suya. Era hija de vampiros, y no una humana transformada en vampiro al beber sangre como su padre y algunos de sus seguidores. Y nadie había conseguido experimentar esa transformación desde hacía muchos años.

¿Eran los monstruos el motivo por el que habían cambiado, y habían sobrevivido a aquel cambio, cuando otros no lo habían conseguido durante varios siglos?

—¿Te he asustado tanto que te has quedado sin palabras? —preguntó Victoria fríamente.

—Pues no.

Aden se dio cuenta de que eran mucho más parecidos de lo que él pensaba. Ella también sabía lo que era tener una batalla de ruido en la cabeza. Y ella también sabía lo que era tener miedo de perder el control.

—Sin embargo —dijo—, tenemos que aclarar una cosa.

Victoria lo miró con sorpresa. Aden nunca había usado un tono tan autoritario con ella. Sin embargo, Victoria lo había ayudado a aceptarse a sí mismo, y él iba a ayudarla a hacer lo mismo.

—¿Soy tu rey? —le preguntó.

Caleb soltó un grito de entusiasmo.

«Oh, esto me encanta», dijo.

«Ten cuidado, o su monstruo te va a comer», le advirtió Julian a Aden. Después preguntó: «¿Tienes algo que decir al respecto, Elijah?».

«Lo siento, pero estoy en blanco».

Victoria frunció el ceño debido a la confusión.

—Sí. Sabes que sí.

—¿Y tienes que hacer todo lo que yo diga?

—Sí —respondió ella, esa vez entre dientes. Claramente, sabía lo que iba a decirle Aden.

—Pues, como rey tuyo, te ordeno que liberes aquí mismo tus sentimientos.

Ahora. Vamos, suéltalos.

Al principio ella no reaccionó. Después dijo:

—Te vas a arrepentir de haber dado esta orden.

Entonces, gritó de una manera horrible. Fue un grito largo, altísimo. Aden pensó que debían de sangrarle los tímpanos, pero no se permitió ni el más mínimo escalofrío. No quería inhibirla.

Cuando Victoria cesó de gritar, estaba jadeando. Miró a su alrededor con los ojos muy abiertos, y después se acercó a una enorme piedra y la levantó como si no pesara más que una pluma. Un segundo después la lanzó hacia el bosque, y la piedra chocó contra el tronco de un árbol y lo partió en dos. La copa cayó al suelo con un gran estruendo.

Aden permaneció en silencio, pero… Tal vez aquello no hubiera sido tan buena idea. Alguien podía oír el ruido y acercarse hasta allí con un arma. Y Aden no podría explicar aquello.

«Dios santo», dijo Julian. «Qué fuerza».

«Estoy pensando, no sé, en echar a correr como alma que lleva el diablo», dijo Caleb. «Sólo es una sugerencia para que salvemos la vida».

Elijah estaba tan silencioso como Aden.

Victoria se volvió hacia el árbol más cercano y, con el ceño fruncido, le dio un puñetazo.

—No puedo salvarte —dijo, y dio otro puñetazo en el tronco—. Vas a morir.

Vas a dejarme. Esas chicas… son guapas e inteligentes. ¿Y si te gustan más que yo?

Ahora dices que me quieres, pero no has estado con ellas todavía. Podrían embelesarte. Son más… humanas que yo. O… ¿y si te hacen daño? Tendría que matarlas. Las mataré. ¡Eres mío!

—Hay una cosa en la que tienes razón. Soy tuyo. En eso no voy a cambiar de opinión. No me importa lo guapísimas que sean, ni lo humanas que sean. Te quiero a ti.

Victoria no lo oyó, o no lo creyó. No dejó de dar puñetazos. Aquel árbol se partió igual que el otro, y su copa también cayó al suelo. Entonces, por fin, ella clavó sus ojos azules en él.

«Aden, escúchame, amigo. Sal corriendo, por favor». Era la primera vez que Caleb le hacía una súplica. «¿Y si ella dirige toda esa furia a tu miembro viril?

¡Podríamos perder nuestra parte del cuerpo favorita!».

Victoria jadeaba intensamente. Seguramente el aire le estaba quemando los pulmones. Caminó hacia él, lentamente, con una expresión amenazante. No tenía ni un solo corte, ni una sola magulladura en las manos.

—Aden —gruñó con una voz que él no reconoció. Tenía varios timbres, como si hubiera dos personas hablando a la vez. Eran unas voces roncas, iracundas, poderosas. ¿Su monstruo?

Aden mantuvo una expresión neutra, pero sintió miedo. Sin embargo, él mismo había pedido aquello. Lo había ordenado. Y tenía que aceptar lo bueno y lo malo.

—¿Sí?

—No deberías haberme exigido esto —dijo ella mientras continuaba acercándose a él. Más, y más cerca…

Aden abrió mucho los ojos. ¿Aquello era…? ¿Podía ser…? Sí, lo era. Tenía que serlo. Victoria estaba a medio camino hacia él, pero sobre ella, sobre sus hombros, se erguía algo monstruoso. Aden tragó saliva al ver la forma de unas alas brillantes extendidas por encima de los hombros de Victoria, y sobre su cabeza vio un hocico enorme con grandes ventanas en la nariz. Tenía escamas negras y unos ojos de pesadilla, llenos de fuego, de llamas anaranjadas que crepitaban y prometían una muerte dolorosa.

El demonio estiró sus garras hacia Aden. Sin embargo, él se dio cuenta de que su gesto no era de amenaza, sino de… ¿súplica? No, no podía ser.

Aden pensó que iba a ser seccionado en dos en cuanto Victoria se acercara a él.

Lo que no esperaba era que su novia lo tomara de la mano y tirara de él hacia sí, hacia el calor de su cuerpo. Al tocarla, el mundo se desvaneció y, mientras sus pies perdían contacto con el suelo, su mente buscaba una explicación para lo que estaba ocurriendo.

De repente, un coche se materializó a su alrededor. Victoria estaba a su lado, en el asiento del acompañante. Todavía seguía jadeando, y el monstruo, que seguía sobre sus hombros, intentaba alcanzarlo. Sus garras rasgaban el aire.

¿Qué ocurriría si aquella criatura se solidificaba, como ella le había advertido?

—Eh… creo que tus marcas se han gastado —dijo Aden. Las almas estaban gritando de preocupación en su cabeza.

Sin decir una palabra, Victoria se quitó la camisa y el sujetador, y quedó desnuda de cintura para arriba. Aden se quedó boquiabierto. Dios santo. Sobre su corazón había dos diminutos tatuajes de color negro y rojo, que él habría podido seguir mirando para siempre.

Caleb se desmayó.

Elijah y Julian emitieron una exclamación ahogada.

—No. Siguen aquí —dijo ella. Su voz seguía desdoblada—. Ahora bésame —le ordenó.

Se giró en el asiento y se sentó sobre el regazo de Aden. No tenían mucho sitio, con el volante a la espalda de Victoria, pero a él le encantó. Ella le apretaba la cintura con las rodillas, y metió los dedos entre su pelo, y le clavó las uñas en la piel.

Entonces lo besó, y su lengua, que él acogió con toda su alma, entró en su boca.

Él la estrechó entre sus brazos y posó las palmas de las manos en sus hombros, y las bajó por su espalda. Tanto calor… La piel de Victoria era tan caliente como su lengua, y él quería quemarse.

Aquel beso continuó y continuó, hasta que Aden sólo la respiraba a ella. Hasta que sólo podía pensar en su sabor a cerezas. Hasta que Victoria estaba ronroneando y gimiendo suave, dulcemente. Las ventanillas del coche se habían empañado hacía tiempo.

Elijah y Julian estaban callados, sin darle consejos sobre cómo hacer que aquello fuera más placentero para ella, sin decirle lo que estaba haciendo mal. Seguramente estaban tan impresionados como él. Tan perdidos como él.

—¿Tienes hambre? —consiguió preguntarle, cuando ella comenzó a besarle la mandíbula y el cuello, y se detuvo a lamerle el pulso. Aden abrió los ojos y se dio cuenta de que el monstruo ya no era visible.

—No —respondió ella, y volvió a lamerle la piel.

Él sintió celos otra vez.

—¿De quién has bebido?

—De nadie. He estado comiendo de bolsas.

La tensión desapareció. Aquella dulce muchacha. Sabía que él odiaba que posara sus maravillosos labios en cualquier otra persona.

—Eso no puede saber tan bien como la sangre fresca.

—No.

—Pues bebe de mí.

Por favor.

—Quiero saber que estás conmigo porque me quieres, no porque te hayas vuelto adicto a mis mordiscos.

Bien, no podía culparla por eso. El hecho de ser deseado por lo que uno era, no por lo que podía hacer, era algo extraño y maravilloso. Aden lo sabía porque había conocido la otra cara de aquella moneda. Durante toda su vida había sido rechazado por lo que podía hacer, y nunca lo habían tomado en cuenta como persona.

—Más besos —dijo ella.

Y él no se lo discutió. Sus labios volvieron a unirse, y él se perdió en ella de nuevo y dejó que sus manos vagaran y exploraran su cuerpo. Ella hizo lo mismo, y Aden pensó que era la primera vez que probaba el cielo.

Poco después, Victoria se apartó de él. Tenía los labios muy brillantes.

—Ahora… Ya estoy calmada. Siento al monstruo dentro de mí. Deberíamos parar.

Aden apoyó la cabeza en el respaldo del asiento y la miró. La sangre le corría por las venas salvajemente, ardiendo, abrasándolo todo, y sus pulmones se habían vuelto ceniza.

—¿Me has besado para calmarte? —le preguntó él.

Ella asintió.

En parte, Aden se sintió enfadado. La otra parte de él estaba feliz de que aquello hubiera ocurrido.

—Bueno, pues tenemos que hacer que liberes tus sentimientos más a menudo —le dijo, intentando relajar el ambiente.

Ella se echó a reír, pero se tapó la boca con la mano como si no pudiera creer que le hubiera resultado gracioso aquel tema tan horrible.

A Aden no le importó. Se hinchó de orgullo. Había conseguido que Victoria se riera de nuevo, tal y como esperaba. Eso lo deseaba tanto como los besos.

—¿Y por qué nos has teletransportado a un coche? No lo necesitábamos, ¿no?

—Riley y yo siempre estamos el uno cerca del otro, por si acaso, pero no, no lo necesitamos. Quería tener un poco de intimidad.

—Muy lista —respondió él, y le tomó la barbilla con la palma de la mano—. No vuelvas a dejarme a un lado, ¿de acuerdo? Creo que he demostrado que soy capaz de dominar a tu bestia.

—No lo haré —respondió ella—. Pero, Aden, tendrás que salir con esas chicas para salvaguardar la paz, y eso me va a enfurecer.

—Tal vez no debieras decirme eso. A mí me gusta tu furia.

Otra risa musical se oyó en el coche.

—Por favor, ponte serio.

—Ya estoy serio. Yo no soy tu padre. No quiero que tengas miedo de expresar lo que piensas y lo que sientes. Además, no le tengo miedo a tu monstruo.

De hecho, Aden todavía pensaba que le había gustado a la bestia, que el monstruo había querido acariciarlo, o ser acariciado por él. Lo cual era una locura.

—Y escucha. Te juro una cosa: no voy a hacer nada con esas chicas vampiro. Tú eres la única a la que deseo.

Ella le pasó la yema del dedo por la nariz.

—¿Cómo es posible que seas tan maravilloso, Haden Stone?

A él le encantó oír su nombre de labios de Victoria.

—La maravillosa eres tú. Ahora, vístete y vamos a reunimos con Riley.

Seguramente estará preocupado por ti.

Ella puso los ojos en blanco y se pasó al otro asiento. Entonces, se puso la camiseta.

—Pero se preocupa por ti, de todos modos —insistió Aden.

La pérdida del peso de Victoria, de su calor, y de la visión de su piel desnuda le provocaron un gemido de pena. Solamente pudo seguir hablando con un gran esfuerzo.

—Riley se va a ganar una patada en el trasero si no tiene cuidado, y yo se la daré.

—Por favor. Te cae bien, y lo sabes.

Por fin, Caleb recuperó el conocimiento. «¿Qué ha ocurrido? ¿Qué es lo que me he perdido?».

«Tío. Te has perdido el Santo Grial», respondió Julian con reverencia. «Yo nunca me habría ausentado».

Caleb gimoteó.

Aden sintió otra punzada de celos.

—Chicos, por favor. Es mía.

—¿Las almas? —preguntó Victoria con una sonrisa.

Aden asintió.

—He estado pensando una cosa —dijo ella, y le dio unos golpecitos en la barbilla con una uña pintada de plateado. Bueno, no de plateado, sino del mismo metal de su anillo de ópalo. De ese modo, podía hundir la uña en je la nune sin dañarse—. Las marcas que tengo mantienen al monstruo a raya. ¿Y si te tatuara las marcas a ti? Tal vez eso mantuviera calladas a las almas.

Durante un momento, Aden sintió la tentación de probar. Tener a Victoria para él solo, besarla sin interferencias…

Las almas comenzaron a protestar inmediatamente.

—No —dijo—. Gracias por el ofrecimiento, pero los quiero, y no quiero hacerles daño.

Ellos se calmaron, aunque sólo ligeramente.

«Tal vez sea mejor buscar otra novia», dijo Elijah con un resoplido.

Victoria le acarició la barbilla de nuevo.

—Entonces, tal vez tengamos que tatuarte marcas contra las brujas. No podemos protegerte de todos sus hechizos, porque no tienes suficiente piel para tantas marcas, pero podríamos protegerte de los hechizos más peligrosos. A Mary Ann también. No se puede proteger a nadie de un maleficio que ya ha sido pronunciado, pero después de la reunión, cuando haya desaparecido el peligro de muerte, podemos protegerla de otros maleficios mortales.

Hasta entonces, sería inteligente protegerla de otras maldiciones diferentes.

A Dan le daría un ataque si Aden volviera a casa lleno tatuajes. Y el padre de Mary Ann sufriría un infarto si ella se tatuara cualquier cosa, incluso una inocente flor, en la piel.

—Lo pensaremos. Entonces, ¿por qué tú no estás protegida contra los maleficios? ¿Y Riley? —preguntó, mientras la tomaba de la mano.

—Algunos vampiros lo están, pero nosotros no nos acercamos a las brujas lo suficiente como para preocuparnos de eso. Normalmente, las evitamos, y ellas nos evitan a nosotros. Sin embargo, los lobos no pueden ser protegidos. Su forma animal no retiene la tinta, así que es inútil intentar tatuarlos. En cuanto cambian de forma, sus marcas desaparecen. Supongo que podríamos proteger a Riley contra ciertos maleficios que pudieran pronunciar contra nosotros durante la reunión, porque él tomará su forma humana. Conociéndolo, se empeñará en ir contigo.

Él alzó su mano y le besó la muñeca.

—No entiendo por qué Riley no se hace cargo del clan vampiro. Sería un magnífico rey.

Y… otra vez. La punzada de ira que siempre sentía al hablar de coronar a un nuevo rey. En serio, ¿qué era eso?

—Los lobos son más leales que cualquier otra raza. La necesidad de proteger está arraigada en ellos.

—Bueno, ser líder es otra forma de proteger. Sin embargo, hablaremos de esto en otro momento. Vamos a protegerlo a él, para variar. ¿Qué te parece? —preguntó Aden. Estaba conteniendo el impulso de colocársela en el regazo otra vez. Si se quedaban allí, iba a besarla de nuevo—. Seguramente, esa bruja lo está poniendo de los nervios.

Victoria asintió, y un momento más tarde, el mundo que los rodeaba desapareció.

Una cabaña aislada, a kilómetros de distancia de la ciudad. De cualquier otra cosa. En ella sólo había vampiros, lobos y armas. Bueno, y una bruja maniatada a una silla y con los ojos vendados, en el centro de la habitación. No era Marie; Mary Ann se había dado cuenta nada más verla. Aquella bruja tenía el pelo corto y de un rubio oscuro. No supo si eso la aliviaba o la inquietaba.

Riley había comenzado a interrogarla rápidamente.

—¿Dónde va a celebrarse la reunión entre los tuyos y Aden Stone?

—Vete al cuerno.

—Tal vez más tarde. ¿La reunión?

—Muérete.

—Ya he muerto una vez. Ahora, elige entre hablar o perder una parte del cuerpo.

—¿Puedo sugerirte un dedo?

—Claro. Después de que te quite una de las manos.

—Mira, chucho, los mayores habrán llegado aquí cualquier día de estos. Tenían pensado ponerse en contacto contigo, pero después de esto, la invitación se va a perder en el correo.

Al oír aquello, la frustración se extendió por la cabaña. Mary Ann se sintió muy culpable. Aquello había sido idea suya, pero les había perjudicado en vez de beneficiarlos.

La misma conversación inútil se repitió tres veces más.

—Deja que lo intente yo —dijo Lauren.

Se colocó detrás de la bruja y le posó las manos en los hombros. Sus colmillos se habían prolongado un poco más de lo normal, y en sus ojos había tanta hambre que Mary Ann sintió dolor. En aquel momento estuvo dispuesta a ofrecerle el brazo a la vampira y dejar que se diera un festín. Sin embargo, recordó lo que le había dicho Victoria el día anterior. La sangre de bruja era una droga para los vampiros. Cuando Lauren hubiera probado la de aquella muchacha, no habría manera de apartarla de ella. Y entonces Victoria, cuando llegara, seguramente se uniría al banquete.

—Sólo voy a darle un mordisquito —dijo Lauren, arrastrando las palabras.

—¡No! —gritó Riley.

En aquel mismo instante, Victoria y Aden aparecieron por fin. Los dos estaban ruborizados, y tenían los labios enrojecidos e hinchados.

Ah. Se habían estado besando.

Al contrario que Riley y ella, pensó Mary Ann con tristeza. Apenas habían vuelto a hablar desde la discusión del cuarto de limpieza del instituto. De hecho, apenas se miraban el uno al otro.

Él le había hecho más caso a Lauren que a ella durante la media hora que llevaban allí, así que Mary Ann temía que a él le gustara la distancia que se había creado entre ellos. Y, oh, eso dolía. Lauren era fue fuerte y segura de sí misma.

Además, iba armada hasta los dientes y estaba claro que sabía usar aquellas armas.

Era feroz, valiente, fiable, capaz de cuidar de sí misma. No como Mary Ann.

¿Había perdido a Riley? Sintió ira e indefensión, tristeza y dolor. Con todas aquellas emociones, notó que la envolvía una brisa cálida y dulce. Inspiró profundamente y captó aquella brisa en los pulmones, y notó que le traspasaba las venas y que calmaba todas las partes de su ser. Era como lo que había sentido aquella noche en el centro de la ciudad, como aquella misma mañana con Marie, y agradeció aquella sensación. Y el sabor… como el de un dulce. Azucarado, chispeante, ácido.

Riley les contó a Aden y a Victoria lo que había ocurrido mientras obligaba a Lauren a separarse de la bruja.

—¿Por qué no usas tu voz de autoridad para obligarla a que hable? —le sugirió Aden a Victoria—. Ya sabes, la voz poderosa.

—Las órdenes de voz no funcionan con las brujas —respondió Victoria—. Su magia lo impide.

Magia. Sí. Eso era lo que saboreaba Mary Ann. Magia era lo mismo que poder, y lo que notaba, aquella brisa embriagadora, era el poder. Cerró los ojos y siguió deleitándose. Sintió más de aquel calor, más de aquella dulzura, y ambas cosas la consumieron.

No necesitaba a Riley, pensó. Aquello. Aquello era lo único que necesitaba.

Nutría. Completaba. No cambiaba de opinión.

No sabía cómo conseguía empaparse de aquella magia, y no le importaba.

Siempre y cuando no cesara nunca, se sentiría feliz.

—Muy bien, preguntaré, pero después hay que calmarse —dijo Aden con un suspiro. ¿Estaba hablando todavía con Victoria? ¿O con una de las almas?—. ¿Has conocido alguna vez a un hombre llamado Caleb? —le preguntó a la bruja.

—No —respondió la chica—. ¿Es que debería?

—¿Conociste alguna vez a un hombre que podía poseer otros cuerpos? ¿Un tipo que murió hace unos dieciséis años?

Hubo una pausa llena de tensión.

—¿Quién eres tú? ¿El chico que nos ha llamado? No lo niegues, siento la atracción. ¿Por qué quieres informarte sobre el poseedor?

De repente, Aden se puso nervioso.

—Entonces, ¿lo conociste?

—Yo no he dicho eso —le espetó ella—. ¡Y ahora dime lo que quiero saber!

—Antes vamos a aclarar ciertas cosas. La llamada fue accidental. Yo no quería…

Antes de que él pudiera terminar la frase, la bruja gruñó, y aquel gruñido fue mucho más intimidante que el de los lobos.

—¿Eres tú el que se está alimentando de mi magia en este momento? ¡Dímelo!

¡Exijo que me lo digas! ¡Y exijo que dejes de hacerlo en este mismo instante, o en cuanto me vea libre maldeciré tu piel y tus huesos! ¿Me oyes? ¡Alto!

Todos se quedaron inmóviles en la habitación. A alguno se le escapó un jadeo de horror.

—¿Alimentarnos de tu magia? —preguntó Lauren con el ceño fruncido.

Nadie se atrevería a hacerlo. No hay ningún Embebedor entre nosotros, bruja. Ya habríamos matado al criminal.

¿Embebedor? ¿Muerto?

«Alimentarse». Ésa era la palabra que había usado Marie. No anular, sino alimentarse. Succionar como una aspiradora.

Mary Ann se mordió el labio inferior. «No, yo no puedo ser». Pero… Aquel calor, y la dulzura. Aquella magia que la llenaba y la consumía. «Si soy yo, ¿querrán matarme? ¿Por qué?».

Se estremeció, y dio un paso atrás. Su espalda topó con algo sólido. Se dio la vuelta y vio a Riley, que se había colocado tras ella. ¿Cuándo se había movido? Ella no había visto que se alejara de Lauren. Tenía el ceño fruncido, y estaba vibrando de furia. ¿Por ella? ¿Porque pensaba que ella era una… Embebedora? Apenas podía analizar el significado de aquella palabra. Fuera lo que fuera, los vampiros mataban a los Embebedores, y las brujas los odiaban. Así que no, ella no podía ser una Embebedora.

—Victoria —dijo Riley con la voz tirante. Su mirada férrea no se apartó de Mary Ann ni un segundo. Era una mirada que nunca le había dedicado a ella, sino sólo a los que hacían daño a la gente a la que él quería—. Intenta razonar con la bruja. Mary Ann y yo necesitamos un respiro.

No le dio opción a protestar. La agarró de la muñeca y la sacó fuera.