En el rancho, Aden comió un sándwich. O cinco. Después se duchó, mientras el señor Thomas permanecía fuera de la ducha, gritándole. Él apoyó las manos a cada lado del grifo y dejó que el agua caliente le cayera directamente en la cara, intentando no preocuparse por el hecho de que su primera ducha en pareja fuera con un tipo.

—Hueles como mi hermana —rugía el hada—. ¿Dónde has estado?

Así que la señora Brendal no mentía.

—Háblame de ella. De tu hermana —le ordenó Aden.

—¡No se te ocurra tocarla! ¿Me oyes? Antes te mataré.

—Te oigo. Aunque sé que te va a resultar difícil cumplir con tu amenaza, porque tú eres el que está muerto.

No debería animar aquella conversación, pero tenía la esperanza de que Thomas aceptara lo que era y se callara.

—De todos modos, que conste que no tengo intención de hacerle nada a tu hermana.

Hubo una pausa. Corta, como siempre.

—Quiero marcharme. ¿Por qué no puedo hacerlo?

—Para poder irte de este mundo tienes que hacer en la muerte lo que lamentas no haber hecho en vida —dijo Aden, dándose la vuelta. Eso lo sabía con seguridad, porque así era como había perdido a la dulce y maternal Eve.

Thomas se cruzó de brazos.

—Mi último deseo era matarte.

—Entonces, supongo que estamos condenados a vivir juntos, porque tú no puedes agarrar un arma —dijo Aden, y cerró el grifo. Salió de la ducha y tomó una toalla.

Thomas continuó despotricando, pero Aden se aisló con facilidad. Y no por efecto de ninguna medicación.

Durante el trayecto de vuelta a casa, Dan le había dicho que continuara tomando las nuevas pastillas para prevenir cualquier susto como el del día anterior.

Incluso había acompañado a Aden a su cuarto, y le había observado mientras él se ponía la píldora en la lengua y bebía agua. Por supuesto, en cuanto Dan se marchó, Aden escupió la pastilla. Debía de estar mejorando mucho en su capacidad de meter en compartimentos cada una de sus distracciones, como había hecho con Shannon en el bosque. O tal vez estuviera demasiado distraído como para escuchar.

¿Qué le había hecho el doctor Hennessy? Había comenzado a contarle a Dan lo de la hipnosis forzada, pero había cambiado de opinión en cuanto Dan se había mostrado partidario de que tomara las pastillas.

Aden se secó y se sujetó la toalla en la cintura. Fue a su habitación y la encontró vacía. ¿Dónde estaba Shannon? Oyó murmullos en la otra habitación, aparentemente de enfado, pero la puerta estaba cerrada y no distinguió quién estaba discutiendo con quién. A aquellas horas de la noche, los chicos se encerraban en sus habitaciones y hablaban con sus compañeros.

Con un suspiro, Aden se puso sus acostumbrados pantalones vaqueros y una camiseta.

—¿Vas a salir otra vez? —gritó Thomas, exigiendo su atención. El fantasma se paseaba de un lado a otro de la habitación—. ¿Adónde vas? ¡No puedes dejarme aquí!

«Ponte algo más sexy», le recomendó Caleb a Aden. «Vamos a ver a Victoria».

«Déjalo en paz», dijo Elijah. «Tenemos cosas más importantes en las que pensar.

De veras, nadie ha mencionado desde hace días a los padres de Aden. ¿Cuándo vamos a empezar a buscarlos? El hecho de encontrarlos nos beneficiaría a todos».

Sus padres. Él había conseguido no pensar en ellos durante aquellos días, y el recordatorio de Elijah fue como si lo empujaran delante de un autobús en marcha.

Ellos lo habían abandonado cuando apenas sabía andar, y nunca habían vuelto a interesarse por él. Los odiaba por haber hecho eso; sin embargo, tenía que hablar con ellos cuanto antes. Tal vez ellos supieran por qué era como era. Tal vez tuvieran un pariente que se pareciera a él.

Y tal vez pudiera dar con información valiosa sobre Caleb, Elijah y Julian mientras los buscaba. Como por ejemplo, quiénes eran en vida y cuál había sido su último deseo. Entonces, podría liberarlos. Si todavía querían irse.

«¿Estás ansioso por morir, o algo así?», le preguntó Julian al vidente.

Aden había temido aquella conversación, porque tenía miedo de las respuestas.

«Sí. No. No lo sé. Tengo curiosidad por saber quién era. Tal vez, como Eve, yo conocía a los padres de Aden. Tal vez hice algo maravilloso en mi vida. Saberlo sería agradable. Y como mínimo, cuanto más podamos averiguar sobre las habilidades de Aden, mejor equipados estaremos para ayudarlo a enfrentarse con lo que está ocurriendo a su alrededor estos días».

«Bueno, yo tengo hambre», dijo Caleb. Aden supuso que el alma estaba tan asustada como él. «Hazme un favor y ve a ver si la señora Reeves tiene sándwiches de sobra en la cocina».

—Un minuto —dijo Aden, mientras se ponía las botas.

—Te he hecho una pregunta —rugió Thomas—. ¿Adónde vas? ¡Respóndeme!

—¿O qué? ¿Me vas a dar una torta? —preguntó Aden con sarcasmo.

Se abrió la puerta, y entró Shannon. Se detuvo y miró a Aden.

—Estás muy bien —dijo, y se ruborizó, como había hecho antes—. No‐no qu‐ quería…

—Lo sé —dijo Aden, riéndose—. No te preocupes.

Thomas se quedó callado e inmóvil, escuchándolo todo.

—Me‐me alegro de haberte alcanzado.

Shannon cerró la puerta y se apoyó contra ella con los ojos cerrados. Suspiró con cansancio.

—¿Ocurre algo?

Shannon abrió los ojos lentamente. Tenía los ojos muy verdes, llenos de aprensión.

—Ne‐necesito de‐decirte una c‐cosa. Tienes que sab‐berlo, y yo no puedo callarme‐melo más…

—Entiendo —dijo Aden. Los secretos podían angustiarlo a uno. La prueba:

Aden estaba lleno de agujeros—. Puedes contármelo, sea lo que sea. No voy a juzgarte. Como si yo pudiera —añadió, y se apoyó en el escritorio con los brazos cruzados. Miró a Thomas, que seguía escuchando, y decidió continuar de todos modos—. Soy Aden el Loco, ¿no te acuerdas?

—Tú no est‐tás loco.

—Gracias.

Shannon tomó aire.

—Somos compa‐pañeros de habitación, y si lo averiguas más tarde, que‐querrás mata‐tarme.

«Parece algo grave. ¿Crees que…?», gruñó Caleb. «¿Crees que se le ha insinuado a Victoria?».

«No. Seguro que asesinó a su último compañero de habitación», dijo Julian.

—¡Dímelo! —exclamó Aden. No quería ser brusco, pero al pensar en que Shannon y Victoria hubieran podido estar juntos, se…

—Soy… Soy gay… —dijo Shannon. Pronunció las palabras con vergüenza, remordimiento y culpabilidad.

Gay. Aden pestañeó. ¿Eso era todo? ¿En serio?

—Bueno.

—Pero… ¿es que no me has entendido? Soy rarito.

Aden puso los ojos en blanco.

—A mí no me lo pareces. A veces eres una pesadez, pero yo no diría que eres raro.

—Ya sabes lo que quiero decir —replicó Shannon.

—Entonces, ¿es demasiado pronto para bromear sobre ello?

Shannon frunció el ceño.

—Shannon, de veras. Eres gay, no eres un enfermo. No pasa nada. No me preocupa.

El gesto ceñudo desapareció, porque Shannon se había quedado asombrado.

—Pero… Compa‐partimos hab‐bitación.

—¿Y qué? ¿Te da miedo que me ponga demasiado cariñoso?

Eso hizo que Shannon sonriera tímidamente y perdiera bastante tensión.

—¿De verdad no te imp‐porta?

—Sí, de verdad.

—Gracias.

—¿Soy el único que lo sabe? —preguntó Aden—. ¿Quieres que te guarde el secreto?

—Ryd‐der lo sabe.

Aquel día en el bosque, el rubor, el hecho de que Ryder no mirara a Shannon…

Ah. Todo había cobrado sentido.

Shannon se miró los pies, tomó aire de nuevo y golpeó suavemente la cabeza contra la puerta, una, dos veces.

—Pe‐pensaba que él también lo era, pe‐pero no. Él no es gay.

Estaba claro que Shannon había albergado aquella esperanza.

—¿Tus padres te echaron de casa por el hecho de ser gay? —preguntó Aden.

Shannon asintió.

—Es uno de los mot‐tivos. Habían oído hablar de‐del rancho de Dan, y lo llamaron. Yo me hab‐bía metido en líos, algún rob‐bo, borracheras, ese tip‐po de cosas. Sólo po‐podía venir aquí, o ir a parar a la calle. Vine aquí.

—Buena elección.

Otra sonrisa.

—Yo también lo pienso.

Alguien tocó la ventana, y Thomas siseó. Shannon se irguió, y Aden se dio la vuelta. Allí, más allá del cristal, había una muchacha rubia. Era la hermana de Victoria.

Aden se preocupó al verla. Caminó hasta la ventana y la abrió todo lo rápidamente que pudo. El aire frío de la noche entró en la habitación.

—¿Stephanie?

Ella hizo un globo de chicle. La luna iluminaba la palidez de su piel.

—La misma.

—Otra princesa de Vlad. Debe morir —dijo Thomas, y se arrojó hacia ella con intención de atacarla. Sin embargo, se chocó con el mismo muro invisible que Aden se había encontrado en el mundo de Thomas. Cuando se dio cuenta de que estaba atrapado, golpeó la pared con las manos.

Aden se concentró en la muchacha vampiro.

—¿Qué haces aquí? ¿Es que le ocurre algo a Victoria?

—Físicamente no, pero yo soy una de las chicas a las que han elegido para que salga contigo. Así que mentalmente sí, sí le ocurre algo.

A él no le gustó oír aquello.

—Llévame con ella. Necesito…

—Tranquilo, vaquero. Estará bien.

Eso no era suficiente.

—De todos modos, llévame con ella. Y para que lo sepas, no vamos a salir juntos.

—Porque tú sólo quieres a Vic. Sí, sí, ya lo sé —dijo Stephanie, y miró al cielo con resignación—. También sé que a ella le gustas tú, y que no quiere que ninguna extraña se te acerque, sobre todo porque no puede fiarse de que no te muerdan y te esclavicen. Así que aquí estoy yo. Elegida, y sin resistirme a ello.

En aquel momento, la chica abrió los brazos y le ofreció una vista completa de su camiseta roja y su minifalda microscópica.

—Yo, en todo mi esplendor. ¿Sabes lo afortunado que eres? Lauren y yo estábamos comprometidas con otros, pero con la muerte de Vlad, todo se ha anulado, y ahora tú tienes una oportunidad conmigo. Y tal vez prefieras retirar tu orden, rey todopoderoso, porque si te llevo a su lado ahora, me quitarán de la lista, y es mejor para todo el mundo que esté en ella.

A él se le formó un nudo en el estómago.

—Entonces, ¿las cinco chicas ya están elegidas?

—Sí. El consejo no quería que salieras con otra de las chicas de Vlad, pero la mayoría de las otras muchachas no quieren estar contigo. Lo siento, pero es que eres humano, y todo eso. Aunque sus padres sí quieren emparentar con la casa real. A propósito, conozco a todas las chicas de la lista, y la verdad es que he cambiado de opinión. No eres tan afortunado.

—No me había dado cuenta —ironizó él.

Stephanie se echó a reír, y su carcajada fue muy musical. Aquélla era la risa que quería oír de Victoria, por lo menos algún día. Pronto, pensó con melancolía.

Entonces se sintió culpable. Victoria era perfecta tal y como era. Era lista, leal y comprensiva con él y con su pasado. No lo juzgaba, y lo aceptaba. Y a él no le importaba tener que trabajar para conseguir una de sus preciosas sonrisas. Incluso le gustaba hacerlo. Se sentía orgulloso y excitado cuando se ganaba una. Salvo que ella se merecía ser feliz todo el tiempo, y en aquel momento, seguramente él era la causa de que estuviera triste.

Por lo menos, Aden esperaba que lo estuviera, aunque sólo fuera un poco.

Sintió más culpabilidad. No debería querer que ella tuviera celos, pero prefería los celos a la indiferencia que le había demostrado en la mansión de los vampiros.

—¿No vas a invitarme a pasar? —preguntó Stephanie.

Él miró hacia atrás. Shannon todavía estaba apoyado en la puerta, y tenía una expresión de curiosidad. Thomas continuaba aporreando el muro invisible.

—En realidad —dijo Aden, volviéndose hacia ella de nuevo—, voy a salir ahí contigo.

Había quedado con Victoria, Riley y Mary Ann en el bosque, de todos modos.

Dentro de… dos horas, pensó, al mirar el reloj. Faltaba mucho. Le caía bien Stephanie, pero estaba muy incómodo en aquella situación.

—Shannon… —dijo.

—Sí, ya‐ya me lo sé. Vete. Yo te cubriré.

—Gracias.

Aden metió las dagas en las fundas de los tobillos y Stephanie dijo:

—Que no se te olvide el anillo.

El anillo de Vlad. Oh, sí. Sacó el ópalo del cajón donde lo había guardado después de volver de la mansión, se lo puso en el dedo y salió por la ventana. Dios, hacía frío. Cada vez que exhalaba se le formaba una nubecita de vaho delante de la cara.

Caminaron juntos hacia el bosque, pero antes de llegar a la línea de árboles, Stephanie lo agarró del brazo y lo detuvo.

—Ahí dentro están los duendes y los hombres lobo —dijo ella, y sus palabras fueron confirmadas por un aullido. El aullido fue seguido, inmediatamente, de un chillido espantoso que no podía haberse originado en una garganta humana. Aden se encogió.

—¿Y adónde vamos? —preguntó.

—Podemos ponernos románticos y sentarnos aquí a mirar las estrellas. Tengo que dar un informe cuando vuelva, ¿sabes? Así que tenemos que procurar que esto parezca lo más real posible. Mira —dijo Stephanie, y señaló hacia abajo.

Aden miró, y vio una manta negra extendida en el suelo. Así que iban a ponerse románticos de verdad. Con un suspiro, Aden se tendió en la manta y miró al cielo.

Las estrellas brillaban como diamantes.

Stephanie se tumbó a su lado.

—Bueno, ¿y de qué quieres hablar?

«Me apuesto lo que quieras a que es muy suave», dijo Caleb.

«Nos vas a meter en un lío», replicó Elijah.

—Quiero hablar sobre Victoria —dijo Aden.

Ella soltó un resoplido.

—Me asombras. ¿De verdad? Bueno, ¿y qué quieres saber?

—¿Te parece bien que yo salga con ella?

—¿Por qué no? Eres mono.

Un cumplido. Algo sorprendente.

—Sí, pero tu otra hermana me odia.

—Pues sí. Como si fueras un sarpullido.

Aden sonrió. No pudo evitarlo.

—Gracias por no herir mis sentimientos.

—De nada.

—Eres… distinta —dijo él. Entrelazó los dedos por detrás de la cabeza, con la esperanza de calentarse las manos—. No eres como las demás.

—Lo sé. ¿No te parece maravilloso? —preguntó ella, dándole un golpecito con el hombro. Irradiaba un calor que envolvió a Aden.

Él sonrió todavía más.

—Victoria dice que te escapabas mucho.

—Sí. Cada vez que podía.

—¿No tenías miedo de tu padre?

—Claro que sí. Todos lo teníamos. Creía que castigar a una persona era la única manera de enseñarle algo, y ese hombre quería entrenarnos para que fuéramos el ejército invencible que siempre deseó tener cuando era humano. Sin embargo, su favorita era Lauren, así que a quien más atención prestaba era a ella, casi siempre.

Yo… no tenía demasiado interés, supongo, pero él quería que mi madre estuviera contenta. Las mujeres eran su debilidad, aunque él nunca lo admitiera. No reconocía ninguna debilidad. De todos modos, se desentendió de mí. Ni siquiera me asignó un guardián lobo, y me dejó al cuidado de mi madre.

Hablaba como si aquel abandono de su padre no le importara, como si Vlad le hubiera hecho un favor.

—¿Y Victoria?

—¿Qué?

—¿También se desentendió de ella?

—No tenemos la misma madre, y a Vlad no le importaba hacer feliz a su madre.

Así que no, no se desentendió de ella —dijo Stephanie, y se giró para mirarlo—. La presionaba para que se convirtiera en la siguiente Lauren. Si se reía, la castigaba. Si lo contradecía, la castigaba.

No era de extrañar que Victoria estuviera siempre tan seria, y que casi nunca se relajara. De repente, Aden se alegró de que Vlad hubiera muerto.

En aquel momento, al pensar aquello, hubo algo que le causó una gran inquietud. Se le puso el vello de punta y sintió una punzada de dolor en la cabeza.

Siempre que pensaba en Vlad le ocurría aquello. ¿Por qué?

—Bueno, ¿y qué planes tienes para nosotros? —preguntó Stephanie—. Para nosotros los vampiros, quiero decir.

—Encontraros un nuevo rey —respondió Aden con sinceridad—. Antes de encontrarlo, no lo sé.

Stephanie abrió unos ojos como platos.

—¿De verdad no quieres ser rey?

—De verdad.

—Vaya. Eso es… asombroso. ¿Quién no quiere regir a los mejores vampiros del planeta?

—Yo.

Ella hizo un globo de chicle.

—Supongo que es una postura inteligente. Sólo eres un humano. Sin embargo, mientras, si llegas al día de la coronación, tengo unas cuantas sugerencias para ti.

—Espera. Recuérdame cuándo se va a celebrar la coronación.

—Dentro de doce días, amigo mío. Doce largos días. Durante ese tiempo eres el jefe, así que tu palabra es la ley. ¿Vas a escuchar mis sugerencias, o no?

—Oigámoslas.

—Primero, nada de togas negras. No te pusiste furioso cuando me quité la mía, y ahora no has dicho nada de que mi ropa sea inadecuada. Te lo agradezco. Sin embargo, necesitamos color. Mucho color. No sólo yo, sino todos. Pero todo el mundo tiene miedo del castigo que puede recibir por actuar sin la debida aprobación.

—Colores. Hecho —dijo él. Sabía que a Victoria le encantaba el color rosa, aunque lo mantuviera en secreto.

Stephanie dio unas palmaditas de alegría.

—Excelente. Se lo diré a todo el mundo cuando vuelva. Ahora, la segunda sugerencia —dijo. En aquel momento volvió a sonar uno de aquellos horribles gritos inhumanos, muy cerca, y Aden se levantó. Stephanie también—. Eh… Tal vez debiéramos trasladar la manta más cerca del rancho.

Se oyó un tercer grito, y los dos se pusieron en pie de un salto. Aden se sacó las dagas de las botas. A pocos metros, las hojas y las ramas comenzaron a crujir.

Mientras él se situaba frente a Stephanie, un hombre pequeño y deforme salió de entre los arbustos y se dirigió directamente hacia Aden.

—Un duende —gritó Stephanie.

Entonces, no era un hombre. La criatura le llegaba a Aden por las rodillas. Tenía las orejas terminadas en punta, la piel amarilla y los ojos rojos como el fuego. Y lo peor era que tenía los dientes afilados como sables. Aunque iba vestido, tenía la ropa hecha jirones, y en el lugar donde debería haber estado su corazón había un agujero.

Estupendo. No sólo era un duende, sino un duende muerto.

—Julian —murmuró Aden.

Si el alma estaba cerca de un muerto, el cadáver se despertaba. Siempre. Y entonces, por supuesto, el muerto atacaba a Aden para intentar alimentarse de su carne. Siempre.

«Lo siento», dijo Julian.

Aden había luchado contra muertos vivientes muchas veces, y sabía que la única manera de acabar definitivamente con ellos era decapitarlos. No obstante, nunca se había enfrentado a un muerto viviente no humano. ¿Funcionaría la decapitación en aquella ocasión? Tendría que averiguarlo.

Cuando la criatura llegó hasta él, Aden lanzó una cuchillada hacia su cuello, pero justo antes de poder cercenárselo, el duende le mordió la rótula.

A Aden se le escapó un aullido de dolor. Al instante notó un fuego en la pierna, que se le extendía hacia arriba. La adrenalina se le disparó por las venas, también, sofocando las llamas y manteniéndolo en pie. Le dio un puñetazo a la criatura en la sien y consiguió que desclavara los dientes de su rodilla, pero desgarrándole los pantalones y la carne. El pequeño demonio salió volando y cayó de costado.

El duende se quedó quieto un momento, mascando el pedazo de carne de Aden con cara de éxtasis. Aden se abalanzó sobre él y dio una cuchillada doble, cruzando los brazos como si fueran las aspas de una tijera. Sin embargo, el duende rodó por el suelo y escapó rápidamente de aquel movimiento mortal.

«¡Dale duro!», le animó Julian.

«Puedes con él», dijo Caleb. «Tal vez».

«Tranquilo», intervino Elijah. «Si eres capaz de inmovilizarlo…».

El duende saltó hacia él. Aden hizo un viraje brusco y la criatura pasó de largo y cayó al suelo. Se puso en pie de nuevo mientras Aden se cernía sobre él con las dagas alzadas. En aquella ocasión iba a conseguirlo. Nada podría detenerlo.

O tal vez sí.

Un lobo oscuro apareció de entre los árboles, pasó volando de un salto a su lado y aterrizó sobre el duende, a quien mordió en el estómago. Eso no paralizó al duende, sin embargo. La criatura gritó con ira, sin preocuparse del dolor. A los cadáveres nunca les importaba. Quizá ni siquiera lo sintiesen.

El lobo arañó con las garras la cara del duende. La carne chisporroteó, quemándose de verdad, y de las heridas brotó una sangre negra.

—Así no lo vas a matar —gritó Aden, corriendo hacia ellos.

El lobo lo miró con irritación. Tenía algunos desgarrones en el pelaje castaño oscuro y dorado de la cara, y también tenía un ojo hinchado, casi cerrado. Emitió un gruñido de advertencia.

«¡Apártate!».

Aquella voz masculina y grave resonó en la cabeza de Aden. Le resultó desconocida… Tal vez.

—No lo sueltes —dijo Aden.

Aunque sospechaba que el lobo podía atacarlo por interferir, alzó las dagas y las abatió sobre la criatura. Por fin. Lo consiguió. La cabeza del duende se separó de su cuerpo y rodó por el suelo. El cuerpo se retorció, y finalmente quedó inmóvil.

Aden estaba jadeando.

—Buen trabajo, chicos —dijo Stephanie mientras se acercaba a ellos—. Por un momento he llegado a pensar que estábamos perdidos.

El lobo clavó sus ojos azules en Aden. Entonces, él se dio cuenta de que se trataba de Nathan, el hermano de Riley. Acto seguido, el lobo se concentró en Stephanie. Pasó un momento en silencio.

Ella palideció y negó con la cabeza.

—No.

El lobo gruñó de nuevo.

Stephanie dio un paso atrás. Después otro.

—Pero si se supone que tengo que estar aquí. El consejo me lo ordenó…

Hubo más silencio. Otro gruñido.

—Muy bien —dijo ella, y se desvaneció.

Muy bien. ¿Qué era lo que acababa de ocurrir?

Nathan clavó la mirada en Aden.

«He matado a esa cosa, pero ha vuelto a la vida minutos después. ¿Cómo?».

El lobo estaba hablándole dentro de su cabeza. A Aden no le gustó aquel ruido extra, pero no iba a quejarse.

—Fue culpa mía —admitió—. Despierto a los muertos, pero sólo cuando estoy cerca de ellos —dijo—. Así que si matáis más duendes en el bosque esta noche, yo me desharía rápidamente de ellos si estuviera en tu lugar.

Nathan asintió.

«Gracias por proteger a la princesa».

La alabanza fue hecha de mala gana.

—Ha sido un placer. Pero, eh… ¿qué le has dicho para conseguir que se marchara?

Sabía que el lobo le había dicho algo, y no entendía por qué motivo los vampiros continuaban obedeciendo a los lobos, cuando se suponía que los vampiros eran los jefes.

«Te darás cuenta de que los lobos somos las criaturas más temidas del mundo.

Incluso por parte de nuestros aliados. Y ahora, por favor, márchate de esta zona. Por si acaso».

Después, Nathan se alejó rápidamente.

—Tiene razón —dijo Riley, cuya voz sonó junto a Aden de repente—. Nuestras garras producen el mismo je la nune que contiene tu anillo. Por eso los vampiros tienen buen cuidado de no enfurecernos. También es ése el motivo por el que intentamos no usar las garras para atacar a otras criaturas. No queremos que se hagan con el veneno.

Aden se volvió. Riley, Victoria y Mary Ann se acercaban a él. Los tres tenían el ceño fruncido. Riley tenía expresión de urgencia, Mary Ann de miedo y Victoria de…

¿preocupación?

—Y, sin embargo, ¿estáis a su servicio? —preguntó Aden.

—Sí —respondió Riley, sin dar más explicaciones—. Ahora debemos irnos — dijo—. Tenemos muchas cosas que hacer, y no precisamente secuestrar a una bruja.

Lauren ya ha atrapado a una.