Por una vez, Riley no recogió a Mary Ann para llevarla al instituto.

¿Se habría enterado ya de lo de la noche anterior? ¿Estaba enfadado con ella? ¿O lo habían herido en la mansión de los vampiros?

Aquel ardor de estómago…

Cuando Mary Ann se dio cuenta de que él no iba a ir, Penny ya se había marchado. Así pues, podía ir andando y perderse la primera clase, con la consiguiente falta de asistencia en el expediente, o pedirle a su padre que la llevara y soportar la conversación con él. Cualquiera de las dos cosas le parecía una tortura.

Ella siempre llegaba temprano. Si no estaba diez minutos antes de la clase, consideraba que había llegado tarde. Sin embargo, intentar hablar con su padre… Uf.

Él le iba a preguntar cómo iban las cosas con Riley. No podría evitarlo. Y ella no podía responder en aquel momento. Así pues, él se vería obligado a hablarle del sexo, a mencionar los preservativos y las enfermedades de transmisión sexual. Ella enrojecería de vergüenza y llegaría tarde para siempre, porque se moriría.

Al final decidió ir andando. Su padre no intentó detenerla, pero le lanzó una manzana a la mano cuando ella salía corriendo por la puerta. Mary Ann seguía sin tener hambre, así que tiró la fruta en cuanto dejó el vecindario. Algún perro lo agradecería. Era mejor eso que vomitar con sólo pensar en darle un mordisco.

Si no sentía apetito pronto, tendría que hablar con alguien.

Suspiró y apretó el paso. Hizo el trayecto por las calles principales, lo que le ahorraría unos diez minutos de camino. Desde que salía con Riley, había abandonado aquella ruta.

¿Dónde estaba Riley? ¿Estaba bien? Y Aden, ¿había salido bien parado de las presentaciones? ¿Lo había atacado alguien? Mary Ann odiaba que la hubieran dejado atrás. La próxima vez iba a… ¿A qué?, se preguntó con ironía. ¿A exigirles que la llevaran? ¿A llorar sola en su habitación?

El aparcamiento del instituto estaba lleno cuando llegó, pero no había nadie en la entrada, y los pasillos estaban vacíos. Eso significaba que la campana de comienzo de las clases había sonado hacía un rato. Cuando llegó a la puerta principal, frunció el ceño. Algo cálido y poderoso la envolvió y le llenó la nariz y la boca, y se deslizó dulcemente hacia su estómago.

Delicioso. Por un momento cerró los ojos y lo saboreó. No tenía ningún motivo para comer cuando estaba experimentando aquello. Con cada inhalación se sentía más fuerte, mejor, más feliz. Entonces recordó que había tenido aquella misma sensación la noche anterior, y sintió miedo.

La bruja estaba cerca.

Mary Ann tragó saliva y se dio la vuelta. Apretó los puños tal y como le había enseñado Aden. Miró a su alrededor. El sol brillaba con fuerza, y aquellos estúpidos mirlos no dejaban de graznar.

La hierba amarillenta se extendía ante ella, únicamente interrumpida por un gran roble. Tal vez se hubiera equivocado. Tal vez…

La bruja salió de detrás del tronco, y sus miradas se clavaron en la de la otra. El corazón de Mary Ann comenzó a latir con fuerza contra su pecho. Aquella mañana, la bruja llevaba una sencilla camiseta roja y unos pantalones vaqueros. Tenía el pelo rubio, muy largo, suelto hasta la cintura, y la piel dorada.

—Te estaba esperando —dijo, con una voz musical, pero llena de ira.

Mary Ann tuvo ganas de echar a correr, porque la última vez que había hablado con aquella mujer, le había echado un maleficio de muerte. Sin embargo, se mantuvo firme. Quería hablar con ella, y en aquel momento tenía la oportunidad de hacerlo, sin recurrir al secuestro.

—¿Por qué?

—Oh, no. Tú no eres la que va a conseguir respuestas, sino yo. ¿Por qué me estabas espiando ayer?

Mary Ann irguió los hombros y alzó la barbilla. Tenía que ser valiente, fuera cual fuera el precio.

—Me lanzaste un maleficio mortal. ¿Por qué no iba a espiarte?

Los ojos de la bruja brillaron de admiración.

—Es verdad.

—Y yo también voy a conseguir respuestas. Ordenasteis a mi amigo que asistiera a una de vuestras reuniones, pero no le dijisteis cuándo ni dónde se celebraría. Dímelo a mí, y yo se lo diré a él.

—No tengo la información que estás buscando —dijo la bruja. No dio ni un solo paso, pero sin embargo, la distancia que las separaba se redujo a la mitad.

Mary Ann alzó más la barbilla.

—Mientes.

—¿De veras?

Sí, tenía que estar mintiendo.

—¿Es que quieres que muramos?

—Tal vez.

—¿Por qué?

—Eres amiga de una muchacha vampiro, de un hombre lobo. Ambos son enemigos de mi raza. También eres amiga de un chico que nos atrae con un poder que nunca habíamos conocido. Voy a repetir tu pregunta: ¿Por qué no iba a querer que murieras?

Mary Ann apretó los dientes. Su estrategia se había vuelto contra ella. Supuso que era el momento de cambiar de método. Suavizó su expresión y su tono de voz.

—¿Cómo te llamas?

—Marie.

Mary Ann se quedó sorprendida por la sencillez de la respuesta.

—Bien, Marie, deberías saber que vamos a hacer todo lo posible por seguir con vida.

—Lo que haría yo —dijo la bruja. Ladeó la cabeza y escrutó con suma atención a Mary Ann—. ¿Sabes lo que eres, Mary Ann Gray?

Al oír su propio nombre, cuando ella no se lo había dicho, se sobresaltó.

—¿Yo? —preguntó con una carcajada nerviosa—. Una humana.

Y de lo más corriente, además.

—No. Eres algo más. Siento que te estás alimentando de mí. Eres una Embebedora.

Mary Ann abrió mucho los ojos, de espanto.

—¿Que me estoy alimentando de ti? ¿Qué dices? Yo no soy un vampiro.

—Yo no he dicho que lo fueras. Pero estás intentando extraer mi esencia vital, y no voy a permitirlo —respondió la bruja. A cada palabra que pronunciaba, su voz se hacía más dura.

¿Extraer su esencia vital? ¿Cómo? No. Seguramente, la bruja estaba confundiendo eso con el hecho de que ella pudiera anular habilidades.

—Yo no soy capaz de anular habilidades innatas, así que tú puedes…

—¿Me has malinterpretado a propósito? Yo no he dicho nada de anulación.

Estás succionando mi fuerza vital como una aspiradora, intentando tomarla por completo y dejarme como un cascarón vacío.

—No, no es verdad.

—Si sigues mintiéndome, te lanzaré un hechizo y nunca más podrás mentirle a nadie. Nunca.

¿De veras podía hacer eso? Mary Ann se sintió furiosa, frustrada e impotente. Y con aquellas emociones, sintió también una ráfaga de aquel poder dulce invadiéndola, llenándola y calmándola.

—No estoy mintiendo. Yo no te estoy… succionando.

—Tal vez entonces no te hayas dado cuenta todavía. Tal vez no sepas que eres una Embebedora —dijo Marie, y entrecerró los ojos mientras se retiraba de nuevo hacia el bosque. Era extraño, porque se había quedado muy pálida—. Si vuelves al centro de la ciudad, asumiré que has ido a terminar esto.

Se refería a aquel enfrentamiento entre ellas dos.

—Y estarás en lo cierto.

«Cállate. ¡Cállate antes de que te ataque!».

Sin embargo, Mary Ann no podía callarse. No quería seguir siendo un estorbo, una debilidad.

Marie desapareció entre los árboles y Mary Ann se dio la vuelta y entró en el edificio. En la seguridad. ¿Qué querría decir Marie con aquello de que tal vez no se había dado cuenta todavía?

Riley lo sabría. Él había organizado su horario de clases para que coincidieran, así que si había ido al instituto, podrían hablar durante la clase.

De repente sonó la campana de la segunda hora.

Las puertas se abrieron, y los chicos salieron al pasillo. Las puertas de las taquillas comenzaron a abrirse y a cerrarse. Mary Ann tuvo que abrirse camino entre la multitud. Estupendo. Se había perdido toda la primera hora, y al día siguiente tenía examen. El señor Klien, si acaso había ido a dar clase después de haber estado de fiesta durante la noche anterior, habría hecho un repaso aquel día. Sin aquel repaso, Mary Ann iba a suspender.

A ella no le resultaba fácil el instituto. Tenía que trabajar mucho para conseguir cada sobresaliente, y durante las últimas semanas no lo había hecho, porque había estado demasiado concentrada en sobrevivir. En el último examen sólo había sacado un notable. El primero de su vida. ¿Y en el último examen sorpresa? Sólo un aprobado. También el primero de su vida.

Todavía no se lo había contado a su padre, pero cuando lo hiciera, se iba a enfadar. Mary Ann seguía diciéndose que era mejor no decírselo para no agobiarlo más. Ya tenía suficiente. Además, ella volvería a sacar un sobresaliente en el próximo examen, y su nota global no se vería afectada.

Oh, ¿a quién quería engañar? No se lo había dicho a su padre para evitarse el sermón, e incluso el castigo. Además, tal vez Marie le hubiera echado un maleficio…

Ahora incluso podía mentirse a sí misma.

—Eh, Mary Ann, hola —dijo Brittany Buchannan, que se puso a caminar a su lado por el pasillo, sonriendo, con unos folios en la mano. Tenía una melena pelirroja que era la envidia de todas las chicas del instituto. Bueno, menos de su hermana Brianna, que tenía el mismo pelo, sólo que más largo—. Me alegro de verte. Riley me pidió que te prestara los apuntes de Química de hoy.

—¿Riley ha venido? —preguntó ella mientras tomaba las hojas.

—Sí —dijo la pelirroja, y suspiró soñadoramente—. Casi me desmayo cuando me habló. Ese chico tiene una voz muy grave.

Gracias a Dios que estaba en el instituto. Eso significaba que se encontraba bien.

—¿Y dónde está? —preguntó. ¿Y por qué no le había tomado él mismo los apuntes? ¿Por qué no había ido a recogerla aquella mañana?

—No lo sé. Pero vosotros dos… eh… estáis… saliendo, ¿verdad? Porque… — Brittany se mordió el labio inferior.

—Sí —respondió Mary Ann—. Estamos saliendo.

O al menos, eso esperaba. Tal vez después de lo de la noche anterior él hubiera cambiado de opinión. Ella se sentía tan segura de sí misma, que había cometido una tontería. Podía haberlo estropeado todo. Ahora, las brujas incluso visitaban el instituto.

—Muchas gracias por los apuntes —dijo—. Te debo una.

—De nada. Y como compensación, si Riley tiene algún hermano, podrías… no sé… presentármelo —dijo Brittany, y volvió a morderse el labio inferior.

—Tiene dos hermanos —respondió Mary Ann. Y recordó que los dos tenían que soportar maldiciones propias. Cualquiera que les gustara pensaría que eran muy feos. Las demás chicas, aquéllas por las que ellos no sintieran ninguna atracción, pensarían que eran guapísimos—. Me enteraré de si están libres.

—¡Gracias! —exclamó Brittany, y se alejó.

Mary Ann se acercó rápidamente a su taquilla, dejó su mochila dentro y tomó el libro y la agenda. Los pasillos ya se habían quedado casi vacíos, y la campana de la siguiente clase iba a sonar dentro de un minuto.

Echó a correr para no llegar tarde, y cuando dobló una esquina, una puerta se abrió inesperadamente. Ella se tropezó, e intentó rodearla. Sin embargo, no lo consiguió, porque alguien la agarró del brazo y la metió en una habitación oscura. En cuanto estuvo dentro, la puerta se cerró y la dejó atrapada con su captor.

El libro se le cayó al suelo. ¡Demonios! ¡Podía haberlo usado como arma! «¡Haz algo, rápido!». Intentando contener el pánico, temblando, Mary Ann golpeó al tipo en la nariz con la palma de la mano, tal y como le había enseñado Aden.

Él aulló.

Ella se quedó inmóvil al reconocer aquel aullido. El corazón se le aceleró.

—¿Riley?

—Creo que me has roto la nariz —dijo él, aunque su tono de voz era divertido.

Sin embargo, aquella diversión no duró mucho. Encendió la luz, y Mary Ann vio que su expresión era violenta. Tenía los ojos entornados y enseñaba los dientes.

Además, estaba sangrando por la nariz.

—Lo siento. ¡Es que me has asustado!

Sonó la campana de la segunda clase, y Mary Ann tuvo ganas de soltar una maldición.

—No lo sientas —respondió él—. Siéntete orgullosa. Y yo lamento haberte asustado.

No sonaba mucho a disculpa. Sonaba violento. Mary Ann apartó la mirada.

Necesitaba un momento para serenarse, y se dio cuenta de que estaban en uno de los cuartos de mantenimiento. El aire olía a desinfectante. Había estanterías llenas de productos de limpieza.

Respiró profundamente varias veces, y finalmente, los latidos de su corazón se calmaron.

—¿Por qué estás tan enfadado? —le preguntó ella, sin mirarlo.

—No estoy enfadado.

Mary Ann se pasó la lengua por los dientes. Alguien necesitaba un hechizo de la verdad, y no era ella.

—Entonces, ¿por qué no has venido a recogerme esta mañana? Te he esperado.

—Después de la reunión de los vampiros tuve que acompañar a Aden a casa.

Hubo un poco de oposición por parte de sus nuevos súbditos, y tenía miedo de que alguien lo siguiera e intentara eliminarlo, así que acampé bajo su ventana y estuve allí toda la noche y toda la mañana.

Ella se llevó una mano a la garganta.

—¿E intentaron matarlo?

—No.

—Entonces, ¿está bien?

—Bien, pero muy cansado. Todavía ve el fantasma del hada, y ese fantasma no le permite dormir.

—¿Dónde está ahora?

—Aquí.

—Con Victoria —dijo ella, asintiendo.

—No. Victoria no ha venido a clase hoy.

—¿Por qué? ¿Le hicieron daño a ella?

—No. Físicamente está bien —respondió Riley—. Pero los miembros del consejo real quieren que se mantenga alejada de Aden para que él pueda salir con otras chicas.

¿Cómo?

—¿Y a ella le parece bien eso?

Riley frunció los labios.

—Tendrás que preguntárselo a ella.

—Si Aden es el rey, ¿por qué le dicen los miembros del consejo lo que tiene que hacer? Él no lo permitiría.

—Aden no vive en nuestra casa. Es nuevo, y nadie sabe qué pensar de él. Todo el mundo presta especial atención a lo que dice el consejo, y en este momento ellos lo apoyan. No queremos que eso cambie, así que vamos a cumplir sus deseos. Además, desobedecerlos causaría descontento entre nuestra gente. Y ese descontento sería peligroso para Aden.

De todos modos, tener que ver al novio de una con otras chicas tenía que ser una tortura. Con sólo pensar en que Riley estuviera con otra… Mary Ann apretó tanto los puños, que se clavó las uñas en la piel.

—Bueno, pero podías haberme llamado para decirme que no ibas a ir a buscarme.

Él metió una de las manos en el pelo negro de Mary Ann, y su expresión se volvió de furia otra vez.

—No, no podía. Te habría gritado.

—¡Ahora estás gritando! —replicó ella. Y sin ningún motivo.

—Sí —dijo él, todavía con furia, pero que en aquel momento estaba mezclada con algo más. Algo bajo y áspero. Entrecerró los párpados y le pasó un dedo por el puente de la nariz—. Pero ahora vamos a besarnos y a hacer las paces —susurró.

Sí, por favor.

—Primero, quiero que me digas por qué habrías gritado —respondió ella.

Estaba claro que alguien le había contado lo que había hecho la noche anterior, pero Mary Ann quería oírselo decir antes de confesar—. Segundo, no podemos besarnos —añadió, y retrocedió hasta que su espalda tocó la puerta. Cuanto más cerca estaban, más embriagadora se volvía su esencia salvaje. Cuanto más cerca estaban, más sentía su calor. Cuanto más cerca estaban, más cerca quería que estuvieran—. Tengo que irme a clase.

—En realidad, vas a tener que faltar. Vamos a hablar en este mismo momento.

Oh, oh. Aquellas palabras parecían una amenaza.

—No puedo seguir desatendiendo mis estudios, Riley. Tal vez no me importe perder Geometría en este momento, pero no quiero perder la clase de Español. Es mi peor asignatura, y necesito toda la ayuda posible.

—Yo te daré una clase después, si te parece.

Sí, claro. Como que iban a prestar atención a los libros si estaban solos en su habitación.

—No —respondió.

—Bueno, pero no puedes ir a clase hasta que hablemos de unas cuantas cosas.

Anoche fuiste a la ciudad —dijo él entre dientes.

Ya estaba dicho. Mary Ann tragó saliva.

—Sí.

—Sola.

—Sí. ¿Cómo lo sabes?

—Por mis hermanos. Te siguieron.

Los dos lobos que corrían junto al coche de Penny. Claro. Tenía que haberlo sabido.

—Me han dicho que te encontraste con una bruja. Dime, Mary Ann, ¿por qué te arriesgaste de esa manera?

«No eres un estorbo. No eres una débil».

—¿Te han dicho tus hermanos que no salí del coche, y que le pedía Penny que nos fuéramos rápidamente antes de que Marie pudiera alcanzarnos?

Él inhaló bruscamente, con ira.

—Ahora también sabes su nombre.

Oh, oh.

—Has hablado con ella.

—Sí —admitió Mary Ann, suavemente.

Él dio con las palmas de las manos en la pared, junto a las sienes de Mary Ann, y la atrapó. Aquello también lo había hecho el día anterior, durante su paseo hacia el instituto, y a ella le había encantado. Después de todo, Riley la había besado. Sin embargo, en aquel momento parecía que más bien quería estrangularla. Y lo más divertido era que de todos modos seguía gustándole aquello. Sólo tenía que ponerse de puntillas y podría besarlo.

—Una bruja no necesita estar cerca de ti para echarte una maldición, Mary Ann.

Sólo necesita verte. Te pusiste en peligro en cuanto saliste de casa. ¿Es que no recuerdas lo que te dije acerca de los hechizos?

—Sí —respondió ella, asintiendo.

—Repítemelo.

Mary Ann se estremeció.

—Cuando se pronuncia un hechizo, cobra vida propia, y sólo existe para cumplir su propósito. No se puede romper nunca. Ni siquiera puede romperlo la bruja que lo ha lanzado.

Mientras ella hablaba, la mirada de Riley había descendido hasta sus labios.

Cuando terminó, su atención volvió a su rostro.

—Exacto —dijo con la voz ronca—. ¿Y qué ocurriría si te echaran un encantamiento de muerte de otro tipo?

—¿Que moriría dos veces?

—Exactamente, listilla. Eso es lo que ocurriría, y ninguna de las dos muertes sería agradable.

Mary Ann nunca había visto a Riley tan intenso, tan feroz, pero tenía la intención de mantenerse firme ante él, como había hecho ante Marie. Aquello era demasiado importante.

—¿Sabes una cosa? —le preguntó, posando las palmas de las manos sobre su pecho. Notó que le latía el corazón tan erráticamente como a ella—. Es un riesgo que estoy dispuesta a correr. Soy parte de este equipo, y ayudaré como pueda. ¿Por qué es diferente que yo esté en peligro a que lo estés tú?

Él entrecerró los ojos peligrosamente, y dio un paso hacia delante.

—Yo me curo.

—¡Yo también!

—¡De la muerte no!

¿Y acaso los de la raza de Riley podían resucitar? No. A Mary Ann casi se le escapó un resoplido.

Se quedó callada. Un momento… Él había resucitado. Mary Ann recordó la noche en que le había contado que sus hermanos estaban hechizados. Él también debería sufrir el mismo maleficio, el de resultar muy feo para todas las mujeres a las que deseara, pero en su caso, se habían cumplido los términos de anulación del encantamiento.

Él había muerto, y la versión de la medicina moderna de los hombres lobo había conseguido traerlo de vuelta al mundo de los vivos. Y la medicina moderna también podría resucitarla a ella, pensó con una actitud desafiante.

Sin embargo, el pensar en la muerte de Riley la llenó de temor, de miedo. No podía perderlo. Lo necesitaba.

Mary Ann deslizó las manos alrededor de su cuello y suavizó su voz.

—No voy a discutir contigo sobre esto, Riley. Ayer fui al centro de la ciudad, pero no me arrepiento. Marie va a estar allí esta noche, y yo sé dónde. Podemos capturarla.

—No, no podemos —replicó Riley mientras posaba las manos en su cintura para mantenerla inmóvil—. Ahora estará preparada, y nos meteríamos directamente en una emboscada.

Mary Ann cabeceó. Se negaba a rendirse.

—Cree que me ha asustado.

Entonces, le contó a Riley la conversación que había tenido con ella, aunque sin mencionar que la bruja la había acusado de alimentarse de su fuerza vital. Eso no lo entendía, y hasta que lo entendiera no iba a compartir los detalles con nadie. Y aunque hubiera pensado antes que iba a hablar con Riley sobre aquello, aquél no era el momento más adecuado.

—Se habrá despreocupado —dijo para terminar.

—Eso es lo que tú crees —replicó él.

Cierto.

—Aunque tengas razón, seguimos teniendo ventaja. Estaremos preparados para la emboscada. De todos modos, supongo que lo averiguaremos esta noche. Y, Riley, no pienses que me vas a dejar en casa.

—Haré lo que tenga que hacer, Mary Ann.

Al final, ella se puso de puntillas y lo besó. Él no respondió, y ella intentó que no la afectara.

—Yo también. ¿Y sabes una cosa? He cambiado de opinión. Voy a ir a clase de Geometría.

Con aquellas palabras, se dio la vuelta y abrió la puerta. Él la soltó sin protestar, y ella salió al pasillo su mirar atrás.