El resto del día, la noche entera y la mayor parte de la mañana siguiente, Aden los pasó en una habitación del motel junto a Victoria, Mary Ann y Riley. Revisaron todas las fotografías y los papeles que les había dado Tonya Smart; solo se tomaron algunos descansos para comer y estirar las piernas.

Aden tomó un poco de sangre de Victoria para aplacar a Junior, y Victoria tomó un poco de la de Aden, y una hamburguesa. Mary Ann comió tres hamburguesas, y Riley, pollo frito.

Nadie mencionó al lobo de Riley. Tal vez porque sabían que a Riley le explotaría la cabeza.

Nadie mencionó tampoco a Joe Stone. Tal vez porque sabían que a Aden le explotaría la cabeza.

Joe. Su padre. Al mirar sus ojos grises, se había dado cuenta de la verdad. Una parte de sí mismo había reconocido a aquel hombre, al hombre que lo había abandonado.

Y ni siquiera había mostrado un ápice de remordimiento. Joe Stone se avergonzaba de lo que era, y de lo que era Aden, tanto que incluso le había negado la oportunidad de conocer a su madre y a su hermana. Y él se sentía como si sangrara por dentro. Notaba un goteo constante en su interior. Tenía una hermana; Riley había visto sus juguetes. Y parecía que Joe quería a esa niña como nunca lo había querido a él.

Él había soñado con conocer a sus padres durante años.

Había soñado con que su padre apareciera para rescatarlo y le dijera que su madre y él habían cometido el mayor error de su vida al abandonarlo, y que lo querían. Y con el paso del tiempo, como no había ocurrido nada de aquello, aquel deseo se había ido convirtiendo en indiferencia, y la indiferencia, en odio.

Con solo ver a Joe, el deseo había vuelto.

Sin embargo, Joe solo lo había visto como un lastre. «He hecho algo por mí mismo», había querido decirle él.

«Ahora soy el rey de los vampiros. Y me he ganado el título, no me lo han regalado». ¿Lo miraría con horror su padre, entonces? Seguramente sí.

Eso no iba a impedir que quisiera seguir siendo el rey de los vampiros. Ya había recibido mensajes de Sorin y de Seth. Shannon estaba en su celda, sentado, mirando a la pared, hasta que alguien entraba con sangre para él. Entonces, atacaba. Ryder iba recuperándose, pero estaba in-consolable por lo que había hecho, y le rogaba a todo aquel que se le acercaba que lo matara.

Sorin quería concederle su súplica; Seth quería matar a Sorin.

Aden les había ordenado a los dos que dejaran al chico en paz y que le ayudaran a curarse. Y que no lo molestaran más. Se suponía que tenían que ayudarlo, no entorpecerlo.

«¡Eh, creo que los conozco!», exclamó Julian de repente, y lo sacó de su ensimismamiento.

Tenía que concentrarse. Miró la fotografía que tenía en la mano y vio a dos hombres. Eran más o menos de la misma estatura. Uno estaba empezando a quedarse calvo y llevaba gafas, y el otro tenía una buena cabellera y no llevaba gafas. Estaban uno junto al otro, pero no se tocaban.

Así pues, eran los hermanos Smart.

«¿Crees que soy yo?», preguntó Julian. «El que tiene pelo y no lleva gafas, claro. Yo nunca me habría peinado como el otro para disimular la calvicie».

«¿Cómo lo sabes?», le preguntó Caleb. «No tenemos ni idea de cómo éramos en vida».

—Me alegro de que reconozcas a estos tipos, pero ¿sabes algo acerca de ellos? —le preguntó Aden—. O, ¿sabes por qué hay libros de hechizos en esta caja?

En efecto, había muchos libros de encantamientos de amor, o de encantamientos de magia negra. También para despertar a los muertos, o para encontrar a los muertos.

¿Así era como Robert había hecho lo que había hecho?

De ser así, ¿por qué él no necesitaba hechizos para hacer lo que hacía? Joe había dicho que incluso su abuelo usaba la magia.

Julian suspiró.

«No. No me acuerdo».

Eve tampoco se había acordado al principio.

—Julian cree que conoce a estos hombres, pero no sabe quién es quién.

Mary Ann se puso en pie y se acercó para observar la fotografía.

—He visto fotos de Daniel en Internet. Daniel es este.

Este otro es Robert.

«No puede ser», dijo Julian.

Si Julian era Robert, tal y como sospechaba Mary Ann, entonces Julian era el tipo de las gafas y la calvicie.

—Podía comunicarse con los muertos, y ayudaba a la policía a hallar cuerpos. He impreso unas cuantas historias sobre él.

Rebuscó en la bolsa que Riley había recogido antes y le entregó a Aden un grueso taco de papeles.

—Debería habértelo dado antes. Perdona.

—No te preocupes. Hemos estado demasiado ocupados.

—He estado pensando en una cosa —dijo Mary Ann—. Para que tú absorbieras su alma en tu mente, él tuvo que morir cerca del hospital. Eso tiene sentido; su hermano trabajaba allí, así que seguramente, Robert estaba visitando a Daniel.

¿Y si, al visitarlo, despertó a alguno de los cuerpos de la morgue, y el zombi los mató a los dos?

—Por lo que me has dicho antes, el único que fue encontrado muerto en el hospital aquella noche fue Daniel. Y lo habían destrozado a zarpazos, hasta matarlo —dijo Riley.

—Sí —confirmó Mary Ann.

—Entonces, ¿dónde estaba el cuerpo de Robert?

—Nunca se halló —dijo ella, y se encogió de hombros—.

Desapareció sin más.

—Bueno, él también tuvo que morir aquella noche. Y cerca, como tú has dicho, o Aden no habría absorbido su alma —apuntó Victoria.

Julian se aferró a aquella teoría.

«¿El que tiene pelo? Me gusta la teoría de Riley», dijo.

—Pero Daniel llevaba años trabajando en el hospital —replicó Mary Ann—. ¿Por qué no había despertado antes a los muertos? Alguien habría tenido que notarlo.

—Tal vez tenía habilidades latentes. A veces pasa.

Ella apretó la mandíbula.

—Tal vez. ¿Y qué?

Así pues, todos supieron que él se estaba refiriendo al hecho de que ella fuera una embebedora.

—Bueno, chicos, creo que podemos estar de acuerdo en que Julian era uno de los hermanos Smart —dijo Aden, intentando suavizar el ambiente.

«Si te refieres al guapo, entonces sí, estoy de acuerdo», dijo Julian.

Junior gimoteó desde el fondo de la mente de Aden. El monstruo seguía creciendo, y tenía hambre. Otra vez. Cada vez era más difícil contentarlo. Pedía más y más, cada menos tiempo.

—Leeré todas las historias —dijo Aden—, y veré si a Julian le recuerdan algo.

—El hecho de volver atrás ayudó a Eve a recordarlo todo —le dijo Mary Ann—. Tal vez debieras permitir que Julian tomara las riendas y te trasladara al pasado, para revivir alguna de las historias a través de sus ojos.

Viajar en el tiempo. Casi todos los presentes en aquella habitación habían sugerido que volviera en algún momento, y él no conseguía que entendieran las posibles consecuencias.

—Si cambias algo en el pasado, cambias algo en el futuro, y ese algo podría dejarte llorando porque has perdido algo que tenías.

—Míranos, Aden —dijo Mary Ann—. ¿Pueden ir las cosas peor de lo que van?

—Sí.

Indudablemente.

—Bueno, pues a mí no se me ocurre cómo.

—Puede que me despertara y descubriera que nunca he venido a Crossroads. Que no nos hemos conocido.

—Tal vez eso fuera bueno.

A Victoria le tembló la barbilla, como si estuviera conteniendo las lágrimas.

—Tiene razón. Si no hubieras venido a Crossroads, mi padre no estaría persiguiéndote.

—Piénsalo, Aden —dijo Riley.

¿Qué era aquello? ¿Una confabulación contra él?

—Hay otra manera de ayudar a Julian —dijo él—, y va a ser buena para todos, ¿verdad, Elijah?

Silencio.

Odiado silencio.

—Habla conmigo, por favor —le rogó Aden—. Por lo menos, argumenta las ventajas y desventajas de lo que quieren ellos. No me dejes así.

Un suspiro, familiar, adorado, necesario.

«No voy a decirte lo que he visto, Aden».

Por fin una respuesta, y Aden se sintió tan aliviado como irritado al oírla. Después de todo aquel tiempo, ¿eso era to-do lo que tenía que decir Elijah?

—Entonces has visto… ¿Qué has visto? ¿Qué ocurre si vuelvo? ¿Qué ocurre si no vuelvo? ¿Terminará todo este lío?

Estaba acostumbrado a ocultar sus conversaciones con las almas, pero allí estaba, hablando como si ellas también estuvieran en la habitación, sin avergonzarse de hacerlo.

Sabía el por qué. Iba a perderlas, y estaba aprovechando hasta el último momento que tuviera con ellas.

Otro suspiro.

«Sí, he visto el final».

—¿Y cuál es? ¿Qué ocurre?

Otro silencio. Tal vez hubiera viajado al pasado, a cinco minutos antes, pensó Aden con amargura.

—Ayúdame, Elijah, por favor.

«Al negarme a contártelo, te estoy ayudando. Yo he estado empeorando las cosas, Aden. Guiándote en la dirección equivocada y empeorando las cosas».

—No todas las veces.

«Con una sola vez sobra».

Junior gruñó.

De repente, la nariz de Aden se llenó de un olor dulce.

Alzó la cabeza. Victoria se había acercado a él y le estaba acariciando el brazo con las yemas de los dedos. En aquella postura, él tenía una vista directa de su pulso y de las perforaciones de su cuello, que ya se estaban cerrando. La boca de Aden se convirtió en una catarata, pero no iba a permitirse volver a morderla.

—Dejemos el tema de volver al pasado para después —dijo Riley, levantándose de la cama—. Ahora quiero ver las marcas que tienes en la cabeza.

Si con «después» quería decir «nunca», entonces sí, a Aden le gustaba aquel plan.

La fragancia dulce de Victoria fue reemplazada por el ol-or a bosque de Riley. Aden notó los dedos fuertes del hombre lobo en la cabeza, tirándole de los mechones.

—Se han desvaído un poco, y han funcionado más tiempo del que deberían, pero sé lo que son. Joe no mintió. Esto impidió que te asediaran las criaturas.

—Hasta que conocí a Mary Ann —dijo Aden. Joe esperaba que Aden se sintiera agradecido por eso. Como si fuera suficiente.

«¿Por qué no pudo quererme?».

—La explosión de energía, o lo que fuera —dijo Mary Ann, asintiendo—. Seguro que eso fue lo que anuló el poder de tus marcas.

Riley soltó a Aden y se dejó caer junto a Victoria. Ella apoyó la cabeza en su hombro.

—La magia que creasteis los dos juntos debió de sofocar a la que creó el padre de Aden, que es un mero humano —dijo Victoria.

—No le llames eso —le espetó él—. Se llama Joe.

El hecho de ver a Riley y a Victoria juntos siempre le ponía celoso. Pero en aquel momento, experimentó algo más. Su facilidad para estar uno junto al otro, de consolarse… lo inquietaba.

Ella palideció.

—Lo siento —dijo.

Magnífico. Ahora estaba desahogando su malhumor con ella.

—No tienes que disculparte —respondió él—. No debería haber reaccionado así.

Mientras hablaba, vio que Riley le acariciaba el brazo suavemente. De nuevo se sintió asombrado por la facilidad con la que estaban el uno junto al otro.

«Ese debería ser yo». En vez de eso, ellos dos se apoyaban el uno al otro. Lo habían hecho durante años, durante décadas. Entonces tuvo otro pensamiento, algo que le había estado molestando desde la primera vez que habían hablado de ello, pero que había dejado pasar porque habían surgido cosas mucho más importantes que solucionar.

Sin embargo, no podía seguir ignorándolo.

Cuando Victoria había decidido perder la virginidad para que su primera vez no fuera con el tipo que su padre había elegido para ella, habría acudido a…

Riley.

Solamente a Riley.

Aden se puso en pie de un salto, con los puños apretados. Los gruñidos de Junior se hicieron más intensos. Y entonces fue cuando Aden supo con certeza que Junior no solo tenía hambre, sino que reaccionaba con las emociones de Aden.

—Aden —le susurró Victoria—. Tienes los ojos de color violeta, muy brillantes.

—Quítale las manos de encima —le dijo Aden a Riley, asombrado por su propia voz. Era una voz doble, y una de ellas era ronca y rasgada. Ambas estaban llenas de rabia—.

Ahora mismo.

Riley entrecerró los ojos. Después bajó el brazo y se puso en pie.

—Sí, Majestad. Como deseéis, Majestad. ¿Algo más, Majestad?

—Riley —dijo Victoria, sin apartar la mirada de Aden—. Sal de la habitación. Por favor. Mary Ann, llévatelo de la habitación.

Riley no se movió, pero Mary Ann entró en acción.

Tomó de la mano a Riley y tiró de él hacia la puerta. Riley no se resistió, y un segundo después se oyó un clic.

—Lo sabes —dijo Victoria, retorciéndose las manos.

—Lo sé —dijo él.

—Yo…

—No quiero oírlo.

Aden tomó la caja de papeles y libros, entró en el baño y cerró de un portazo.

Además de todo lo que estaba soportando, su novia se había acostado con uno de sus amigos. Seguramente, hacía mucho tiempo de aquello, pero a él siempre le había reconfortado saber que Riley y Victoria solo eran amigos.

Ya no podía consolarse así.

Tenía ganas de pegar a Riley.

Se sentó sobre la tapa del inodoro y puso la caja entre sus pies.

—¿Lo sabías, Elijah?

Silencio. Por supuesto.

«No puedes culpar a Victoria por…», intentó decirle Julian.

—Tampoco quiero escuchar nada de lo que tú tengas que decirme. Vamos a terminar con esta caja y a averiguar quién eres, ¿de acuerdo? ¿De acuerdo?

Silencio.

Un silencio que, de repente, agradeció con todas sus fuerzas. Por lo menos, no había visto a Victoria en la cama con Riley, sino que Edina había sido la protagonista de todas aquellas visiones. Visiones. La distracción perfecta. Tal vez aquel fuera el momento idóneo para intentar tener una.

O no. Media hora más tarde estaba sudoroso. Las emociones turbulentas le habían impedido avanzar. Lo intentaría más tarde. Por el momento, decidió tomar uno de los libros y empezar a leer.

Fuera de la habitación, el viento frío mordió a Mary Ann con unos dientes que ella no podía ver. Se giró para mirar de frente a Riley y le preguntó:

—¿Qué ha pasado ahí dentro?

Él tenía una expresión muy dura.

—Nada.

Nada. ¿De veras?

—¿Ahora me odias? ¿Por eso no me diriges la palabra, ni me dices la verdad? ¿Quieres que me marche otra vez?

En cuanto hubo hecho aquella última pregunta, se dio cuenta de que quería retirarla. ¿Y si él respondía afirmativamente?

Él se pasó la mano por la cara.

—No, no te odio.

No hubo mención a lo otro.

—¿Tienes resentimiento hacia mí? ¿Por eso no me miras?

¿Por eso no quieres hablar conmigo? ¿Por eso consuelas a Victoria, pero a mí no?

Él arqueó una ceja.

—¿Es que tú necesitas consuelo?

Ella le había hecho daño. Le había destrozado la vida. Y no había nada que pudiera hacer para compensarlo. Sin embargo, lo quería. Deseaba que las cosas fueran distintas.

—No —mintió—. No necesito consuelo.

Quería apoyar la cabeza en su hombro fuerte, tal y como había hecho Victoria.

—Dentro de unos segundos vas a querer cambiar esa respuesta —dijo un chico.

Era Tucker.

Riley se giró, pero el demonio no estaba a la vista.

Al instante, Mary Ann notó que unos brazos fuertes le rodeaban la cintura y el cuello. Notó un acero frío en la garganta.

—Riley —jadeó.

Él se giró.

—Suéltala —dijo, con los ojos entrecerrados.

—Tenemos que hablar —dijo Tucker—. Todos nosotros.

Preferiblemente, vivos, pero estoy abierto a la negociación.