Oscuridad.

Luz.

Oscuridad.

Luz.

La oscuridad proporcionaba consuelo; la luz le causaba angustia. Por lo tanto, a Mary Ann no le resultaba difícil saber lo que prefería. La dulce oscuridad. Pero aquella luz estúpida seguía intentando abrirse paso en su mente.

Como en aquel instante. Sentía golpes. Era como si alguien estuviera empujando su pobre cuerpo, y cada movimiento era una lección de agonía.

—Deberías llevarla tú, Vic —dijo una voz masculina y ronca.

Le resultaba familiar. ¿Tal vez… una voz que ella no quería oír? ¿O que sí quería oír? Se le aceleró el corazón.

—No me llames así. ¿Y por qué iba a querer llevarla?

Un momento. Aquella era la voz de su amiga, la novia de Aden, Victoria.

—Maxwell se ha ido con mi ropa, así que me estoy tropezando con la sábana que robé de la cama de mi hermano respondió el hombre.

Sí, su voz le resultaba familiar… Debería conocerlo, pero no conseguía situarlo. Sin embargo, no era quien ella esperaba, y eso la desconcertaba.

—Si se me cayera, Riley me mataría.

Riley. ¡Sí! Aquella era la voz que quería oír, pero que no había oído todavía.

—Tú te quejas, pero yo soy el que lleva al tipo más grande —le dijo otro chico cuya voz sonaba como la de Tucker—.

Tiene que adelgazar. En serio.

—Limítate a hacer tu trabajo —le dijo Victoria, con un cansancio que Mary Ann nunca había percibido en su voz.

Normalmente, la princesa era infatigable—. Ya casi hemos conseguido salir. Tucker, ¿estás seguro de que no puede vernos nadie?

Tucker refunfuñó algo parecido a «¿Cuántas veces te lo he dicho ya?».

—Sí, estoy seguro.

—¿Y los guardias y las enfermeras?

—Todavía pueden ver a Riley y a Mary Ann en sus camas.

De hecho, en este momento están intentando revivirlos de una crisis, y no lo consiguen. Los chicos se están muriendo.

Qué pena.

—¿Y no sienten…?

—No. Primero, mis malos actos aumentan mi poder.

Como te imaginarás, soy bastante poderoso. Segundo, el hace él, lo hago yo. Así que para cuando se den cuenta de que sus sospechosos han desaparecido, será demasiado tarde. Y ahora cállate. Pueden oírnos.

—Pero…

—¿Dudas tanto de las habilidades de Aden? Sí, claro que lo haces, ¿verdad? Para que lo sepas, seguro que tu novio está muerto de preocupación. ¡Date prisa!

En aquella ocasión fue Victoria la que gruñó.

—Creía que no podías trabajar si estabas cerca de Mary Ann.

—Las cosas cambian.

—Sí —dijo ella con un suspiro—. Cambian.

¿La estaban rescatando? Sí, seguro. Pero ¿de dónde?

Lo último que recordaba Mary Ann era que estaba besando a Riley, que le encantaba y deseaba más, y que pensaba que por fin iban a llegar hasta el final, aunque hubiera preferido que ocurriera en un lugar distinto. Entonces, sintió un dolor horrible en el hombro, y un chorro de sangre caliente en el pecho, y oyó a Riley pidiéndole que se alimentara de él…

Un momento.

Ella se había alimentado de Riley.

¿Estaba bien él? ¿Estaba cerca?

Comenzó a forcejear para liberarse.

Las ataduras se tensaron a su alrededor.

—Mary Ann, para. Tienes que estarte quieta —le dijo aquella voz masculina y familiar.

—Riley —murmuró.

—Está bien. Está con nosotros.

Bien. De acuerdo. Sí. Se relajó, y la intensidad de su alivio volvió a sumirla en la oscuridad.

Luz.

Mary Ann oyó el chirrido de unos neumáticos. Después, música rock y una conversación en voz baja. Ya no la estaban moviendo, sino que estaba apoyada sobre algo blando. Sin embargo, notaba algo duro en el costado.

Abrió los ojos, pero lo vio todo borroso.

—…te digo que soy bueno —estaba diciendo Tucker.

—Lo siento. Entiende que tome precauciones —le dijo Aden.

Aden. Aden estaba allí.

—Dejar a tu novia que conduzca mientras tú me pones una daga en el cuello no es una precaución. Es un peligro de muerte. Además, todavía me necesitas. Sin mí podrían detenerte.

—Y tú todavía me necesitas a mí. Que no se te olvide.

Se hizo el silencio, y Mary Ann pudo ordenar sus pensamientos. La habían rescatado junto a Riley. ¿Dónde estaba Riley? El corazón se le aceleró en el pecho y le recordó algo, pero ella no sabía qué era. Alzó las manos temblorosas para frotarse los párpados. Se le aclaró bastante la visión, y pudo mirar a su alrededor. Estaba en una especie de furgoneta, tendida en el asiento trasero. Lo que tenía en el costado era el enganche del cinturón de seguridad.

Y Riley estaba sentado en el asiento de enfrente. Aunque estaba dormido, él debió de oír sus movimientos, porque giró la cabeza en dirección a ella. Tenía los ojos cerrados y estaba muy demacrado.

Sin embargo, aquella cara pálida era mucho mejor que estar muerto.

Se incorporó, cada vez más trémula, y le agarró el brazo.

Él no tuvo ninguna reacción, pero no pasaba nada. Iban a sobrevivir.

Suspiró, y volvió a sumirse en la oscuridad. En aquella ocasión, cuando se quedó dormida, estaba sonriendo.

Mary Ann se despertó a causa de un gruñido de su estómago.

Abrió los ojos, se estiró un poco y se incorporó con cuidado.

Después de un momento de mareo, pudo distinguir dónde estaba: en una habitación pequeña y limpia, en una cama que no conocía. A la persona que había decorado aquel dormitorio le gustaba el color marrón. Alfombra marrón, cortinas marrones, edredón marrón.

—…tiene que comer —estaba diciendo Victoria.

—Y tú también.

—Sí, bueno, por ahora yo estoy bien.

—¿Y cómo es posible? No te he visto comer ni una sola vez.

—Bueno, solo porque tú no lo hayas visto no quiere decir que no haya sucedido, ¿no?

—Entonces, ¿has comido?

Comida. Comer. El estómago de Mary Ann volvió a rugir, y Aden y Victoria, que estaban sentados frente a su cama, la miraron. Qué embarazoso.

Al contrario que las otras veces que Aden y ella se encontraban, Mary Ann no sintió el impulso de abrazarlo y, a la vez, el impulso de salir corriendo. Solo tuvo ganas de abrazarlo. Era uno de sus mejores amigos, y lo quería como a un hermano, pero sus habilidades, las de él: atraer y fortalecer, y las de ella: rechazar y debilitar, los convertían en opuestos que se repelían. Hasta aquel momento.

Ella se preguntó qué era lo que había cambiado, pero tenía demasiada hambre como para desentrañar el misterio.

—Te has despertado —dijo Aden con un alivio notable.

—Sí.

Aden estaba diferente. Muy diferente. Su pelo negro había desaparecido, y estaba rubio. Tenía el rostro más curtido, y los hombros más anchos. Y si ella no se confundía, tenía las piernas más largas, también.

Todo aquel crecimiento en solo dos semanas. Vaya.

Aunque seguramente ella también estaba diferente. Estaba tatuada y mucho más delgada.

—¿Dónde está Riley?

—A tu lado —dijo Victoria, señalando al otro lado de la cama con la cabeza.

Mary Ann dio un respingo de la sorpresa. Se giró en el colchón y vio a Riley. Él también estaba despierto, pero apoyado sobre la almohada; parecía que tenía dolores.

Estaba muy pálido y tenía unas ojeras muy profundas. Y el brillo de sus ojos verdes estaba apagado.

Mary Ann quiso acariciarle las ojeras con las yemas de los dedos, con la esperanza de poder borrárselas, pero él apartó la cabeza.

Ella se quedó asombrada, y después, hundida. Él ni siquiera la miró, sino que siguió mirando a Aden y a Victoria. No le dio ninguna explicación. Mantuvo los labios apretados.

¿Qué le ocurría?

¿Le había dicho algo ella? ¿Le había hecho algo?

¿O acaso es que estaba demasiado dolorido como para que lo tocaran?

tapada por la manta. Tal vez le dolieran mucho las piernas, y eso le hacía rechazar el contacto. Mary Ann quería pensar que era esa la respuesta, pero en el fondo sospechaba lo peor.

Él había terminado con ella.

Y si aquel era el caso, bueno, ella misma lo había provocado, ¿no?

—Me pareció oír a Tucker antes —dijo, mirando a Aden y a Victoria.

—Tucker estaba con nosotros, pero se ha ido —dijo Aden.

—Ah. ¿Y adónde?

—No lo sabemos —dijo Victoria con gesto serio—. Riley estaba a punto de matarlo, así que lo mejor fue que desapareciera.

—Deberías haberme dejado que hiciera mi trabajo —le espetó Riley a Aden.

Al oír la aspereza de su voz, Mary Ann se estremeció. No había perdido la capacidad de hablar; lo que ocurría era que no quería hablar con ella.

—¿Y dónde está el otro chico? —preguntó Mary Ann—. El del hospital, el que me llevaba a mí.

Victoria frunció el ceño.

—¿Te acuerdas de eso?

—Vagamente.

—¿Y oíste…? No importa. Era Nathan, el hermano de Riley, pero no vino con nosotros. Su presencia disgustaba a Tucker.

¿Y no querían disgustar a Tucker? Qué extraño.

—¿Podría explicarme alguien lo que está pasando? preguntó.

Su estómago volvió a gruñir, y ella se puso roja de vergüenza.

—¿Tienes hambre? —le preguntó Aden.

—Yo… sí.

Un momento. Llevaba varias semanas sin tener hambre de comida de verdad, solo de energía. De magia. De poder.

Sin embargo, en aquel momento habría matado por una hamburguesa.

Ummm, una hamburguesa.

Tres pares de ojos la miraron con extrañeza.

—Eso es… raro —dijo Victoria, por fin.

Su estómago volvió a protestar.

—Pero no cambia la realidad. ¡Tengo hambre!

—Bueno, entonces vamos a darte de comer —dijo la princesa, y se puso en pie—. Te traeré algo.

—No —dijo Aden, negando con la cabeza—. No. Tucker está ahí fuera. No quiero que tú…

—No me va a pasar nada. De lo contrario, te enviaré un mensaje. Como seguramente habrás notado, cada vez se dio un beso en la mejilla—. Además, tú no puedes ir. Tienes muchas cosas que contarle a Mary Ann.

—Podrías contárselo tú.

—Imposible. A mí ya se me han olvidado la mitad de las cosas que tú quieres que sepa.

—No es cierto —replicó él—. Riley y tú hicisteis eso de unir las manos e intercambiar recuerdos. Sabéis más que todos nosotros.

—Cierto. Lo cual significa que tenéis que poneros al día.

Ella no esperó a su respuesta y se marchó de la habitación.

—Cabezota —murmuró Aden.

—Mujeres —respondió Riley.

Machistas.

—¿Qué es lo que tenéis que contarme? —les preguntó Mary Ann.

—Prepárate —le dijo Aden. Y estuvo contándole cosas truculentas durante la media hora siguiente.

Una matanza de brujas. El incendio del Rancho D. y M.

Vlad el Empalador, poseyendo a los humanos y obligándoles a hacer cosas despreciables. Y el hermano de Tucker, en peligro de ser secuestrado y asesinado.

Shannon, muerto, y convertido en un zombi.

A Aden se le quebró la voz unas cuantas veces, como si estuviera conteniendo las lágrimas, pero siguió hablando.

Cuando terminó, ella habría preferido no saber nada de to-do aquello.

—Tantas muertes —susurró.

El pobre Shannon, que tal vez tuviera que morir otra vez si no se hacía algo por remediarlo. Sin embargo, ¿existía ese remedio? A Mary Ann le entraron ganas de llorar, y de abrazar a su amigo, y de castigar a Vlad de la peor manera posible.

Quería que Riley le pasara el brazo por los hombros y la consolara, y que le dijera que todo iba a salir bien. Sin embargo, no tuvo nada de eso.

La puerta se abrió y Victoria entró con una bolsa de papel que emitía olor a pan, carne y patatas fritas. A Mary Ann se le hizo la boca agua, y se avergonzó de sí misma.

Después de todo lo que había oído, debería haber perdido el apetito para siempre.

Sin embargo, cuando Victoria le entregó la bolsa, ella no pudo resistirse y devoró hasta la última miga en tiempo récord. Después de tragárselo todo, se dio cuenta de que la habitación seguía en silencio. De hecho, todo el mundo la estaba mirando fijamente. Su vergüenza se intensificó.

—¿Tienes ganas de vomitar? —le preguntó Victoria, mientras se sentaba junto a Aden. La princesa no estaba tan pálida como antes, y tenía una mancha de ketchup en la túnica.

—No —dijo Mary Ann, y se dio cuenta de que la comida le había sentado muy bien. Antes, cada vez que pensaba en comer algo sólido, sentía náuseas—. ¿Qué significa eso?

Victoria se quedó pensativa y se tiró del lóbulo de la oreja.

—Las brujas te clavaron una flecha, y perdiste mucha sangre.

Ella asintió.

—Y en el hospital te hicieron una transfusión.

—Sí. Por lo menos, eso creo.

La princesa se mordió el labio inferior.

—Tal vez la sangre humana nueva te ha vuelto humana otra vez, o por lo menos durante un tiempo. ¿O tal vez tuvo algo que ver con Riley? Él siempre ha anulado tu capacidad de mutar. Tal vez ahora esté anulando tu capacidad de succionar la energía de los demás.

—Entonces, por el momento, ¿no puedo absorber la energía de nadie?

—Si no has vomitado la comida, seguramente la magia y la energía no están entre tus alimentos preferidos.

—Ya no tendrás que huir más —le dijo Aden.

—No, si existe la manera de seguir así —dijo Mary Ann, que de repente tenía ganas de levantarse y de ponerse a bailar como una tonta. Tenía que haberla.

—No lo sé. Podríamos tatuarte una marca contra la ab— y energía volviera a ti, morirías —dijo Victoria, y observó atentamente a Riley antes de fijarse de nuevo en Mary Ann—.

Otras veces ya hemos hecho marcas de ese tipo a otros embebedores, aunque no cuando estaban sin sus capacidades, porque que yo sepa, nunca ha ocurrido algo así; pero con esas marcas, los embebedores siempre se han muerto de hambre.

¿Había un modo más horrible de morir? A Mary Ann no se le ocurría ninguno. Sin embargo, dijo:

—No me importa. Quiero intentarlo. Quiero esa marca dijo. Estaba dispuesta a hacer cualquier cosa por regresar a su casa con su padre.

Y por estar con Riley.

Prefería morir antes que hacerles daño, así que no tuvo dudas a la hora de arriesgar su propia vida.

—¿Tenemos el equipo de tatuaje?

—Sí. Nathan vio tus marcas nuevas, y las costras que se te estaban formando en una de ellas. Pensó que tal vez Riley quisiera corregir el desperfecto, así que pidió lo necesario antes de marcharse.

—Vamos a pensar bien esto antes de hacerlo —dijo Aden.

Mary Ann estaba negando con la cabeza antes de que él terminara de hablar.

—No. Vamos a hacerlo ahora mismo. Antes de marcharnos de aquí.

Aden también miró a Riley, como si fuera a pedirle que la hiciera razonar.

—¿Qué ocurrió con nuestra dulce Mary Ann, que casi nunca discutía?

Riley se encogió de hombros sin decir nada, y eso disgustó tanto a Mary Ann como cuando se había apartado de ella.

—Tú nos has contado lo que has averiguado durante la semana pasada. Ahora nosotros tenemos que contarte lo nuestro.

Una pausa. Un suspiro.

—Está bien —dijo Aden, y se preparó para el impacto—.

Adelante.

Pasó otra media hora mientras Riley explicaba que Mary Ann había estado buscando la identidad de las almas, y que había tenido éxito, y también que había estado buscando a los padres de Aden, y que suponían que también lo había conseguido.

Mientras Aden escuchaba, se iba quedando pálido y se iba poniendo tenso. Sus ojos cambiaban de color rápidamente, azul, dorado, verde, negro, violeta. Un violeta muy brillante. Las almas debían de estar volviéndose locas en su cabeza.

Cuando Riley terminó, se hizo el silencio de nuevo.

Aden apoyó la cabeza en el borde del respaldo y miró al techo.

—No sé cómo reaccionar ante todo esto. Necesito tiempo.

Tal vez un año, o dos —dijo, mientras se masajeaba las sienes—. Pero ¿sabéis lo que más odio de este asunto? Que hemos estado corriendo de un lado a otro, reaccionando a todo, pero sin provocar nada.

—No lo entiendo —dijo Victoria.

—Sí —respondió Mary Ann—. ¿A qué te refieres?

—Hemos estado permitiendo que Vlad nos manejara. Se esconde y obliga a otra gente a que nos haga daño, y nosotros no hacemos nada por impedirlo. Esperamos, reaccionamos y nos movemos de un sitio a otro sin un plan, sin vengarnos de él. Él no tiene miedo porque nunca hemos golpeado primero. ¿Por qué no lo hemos hecho nunca?

—¿Y qué tienes en mente? —le preguntó Riley.

—Hablaré yo mismo con Tonya Smart, y les haré una visita a mis padres, si es que lo son de verdad. Averiguaré to-do lo que pueda sobre mí mismo y sobre las almas. Porque, al final, tengo que estar en plena forma si quiero derrotar a Vlad. Y no puedo estar en forma si me siento arrastrado en mil direcciones distintas.

Hizo una pausa y miró a todo el mundo. Nadie respondió, así que continuó:

—Vosotros dos todavía no estáis bien como para poneros de viaje. Estáis demasiado débiles. Y para ser sincero, yo también. Así que vamos a descansar. Cuando se ponga el sol, saldremos y le arrebataremos a Vlad el control de la situación.